EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
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Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 5: CAPÍTULO 5

Capítulo 5

Cómo hablar con el hombre de tus sueños

Dos horas después iba camino de la redacción, tratando de no sentirme excesivamente entusiasmada. Había logrado mantenerme fría y profesional a lo largo de toda la entrevista, en la cual Edward se había explayado de manera animada sobre varios tópicos: desde sus recuerdos de cómo había aprendido cocinar con su padre hasta su primera tentativa como actor en el Boston College, pasando por la entrañable relación con su sobrino de cuatro años, Nicholas, y su siguiente película, Adiós para siempre, que se estrenaría el fin de semana del Día del Trabajo.

Aquella entrevista no se parecía a las que había realizado antes. Por norma general, los actores que entrevistaba habían tenido miles de entrevistas semejantes antes de sentarse a hablar conmigo. Aunque yo intentaba que mis preguntas fueran originales e interesantes, a menudo obtenía respuestas tópicas que sonaban tan ensayadas como probablemente lo fueran. Pero con Edward había sido diferente.

Su risa era sincera. Se le formaban arrugas a los costados de los ojos. Era humilde y parecía franco y cordial. Me miraba intensamente mientras hablábamos, mientras que otros famosos estaban pendientes del entorno y rara vez se concentraban en mí. Edward incluso llegó a confesar que a veces se enfadaba cuando sus admiradoras lo perseguían.

—No es que me molesten las admiradoras —añadió tímidamente—. Para nada. Quiero decir, es muy agradable saber que hay gente por ahí que, aunque no te conoce, igualmente te aprecia. Pero en realidad... bueno, firmo autógrafos y hablo con ellas por un momento. El problema son esas otras chicas que me siguen, diez pasos detrás de mí, cuando estoy en el supermercado o en algún lugar así. Es raro, ¿no? Quiero decir, ¿qué se supone que debes hacer? ¿Volverte y preguntarles si quieren acompañarte? ¿Fingir que no las ves? Nunca sé cómo actuar en esos casos.

Edward Cullen era simplemente real. No había fachada en él. No había pretensiones. No estaba actuando. Y eso era algo que yo no me esperaba.

Cuando nos despedimos ante la boca del metro de la calle Ocho, Edward me había dado un abrazo antes de que yo descendiera.

Ahora no podía dejar de pensar en esa escena una y otra vez, y de repetirla en mi mente.

—He disfrutado esta mañana contigo —me dijo mientras estábamos de pie en la acera.

—Yo también —contesté.

Me tendió un trozo de papel.

—Este es mi teléfono móvil, por si tienes más preguntas —dijo—. Será más fácil que hacerlo a través de Ivana. Probablemente siga todavía en la cama.

—Gracias. —Mi corazón palpitaba con fuerza al apretar el trozo de papel con el teléfono de Edward. ¿Estaba flirteando conmigo? No, decidí. Sencillamente estaba siendo amable porque sabía que iba a seguir trabajando en el artículo todo el fin de semana. La mayor estrella de cine de Hollywood no podía estar flirteando conmigo.

—De acuerdo entonces —prosiguió él—. Supongo que aquí es donde nos decimos adiós.

—Sí, supongo —dije—. ¿Sabrás volver al hotel?

—Creo que puedo arreglármelas sin ti —contestó él con una sonrisa. Noté que me ruborizaba.

—No quise decir...

—Ya lo sé —me interrumpió—. Es que es muy fácil tomarte el pelo.

Y entonces me abrazó. Quiero decir que realmente me abrazó, envolvió mi cuerpo con su pecho y sus brazos musculosos, una situación que habría sido mucho mejor si me hubiera parado a pensar cómo sería ser abrazada por Edward Cullen.

Cosa que había hecho, en realidad. ¿Era eso tan inapropiado? Traté de no pensar.

Aún podía sentir sus brazos alrededor de mí cuando el metro pasó atronando debajo del suelo.

«Es una estrella de cine. Sale con otras estrellas de cine. Y tú no eres una estrella de cine.» Repetía mentalmente esas palabras para no olvidarlo.

Llegué a la estación de la calle Cuarenta y nueve y salí de nuevo a la luz del sol, abrazando mi bolso lleno de notas y el magnetófono con la entrevista. Había sido una mañana maravillosa, pero sabía que sólo quedaría de ella aquella cinta. Mod hacía sólo un artículo de portada por actor, por lo que sabía que lo más cercano que estaba de volver a encontrar a Edward Cullen era un roce en un estreno o en una fiesta de la Super Bowl, donde él no recordaría mi nombre mientras yo gritaba preguntas por detrás de las vallas de la alfombra roja.

Era un pensamiento deprimente. Qué mundo tan extraño era ése, que me permitía conocer a personas por dentro y por fuera, sólo para que desaparecieran de mi vida para siempre. Mis amigos envidiaban que yo pudiera acceder a famosos. Pero no me creían cuando les decía que mi trabajo hacía que mi vida fuera solitaria.

 

 

Tres horas después, trabajando a ritmo de vértigo, había logrado transcribir la entrevista completa, que sumaba unas veinte páginas en interlineado sencillo en la pantalla de mi ordenador. Ahora, todo lo que tenía que hacer era convertir eso en un retrato de Edward Cullen de dos mil palabras. No me llevaría demasiado tiempo, lo sabía. Mentalmente ya estaba concibiendo el artículo, tratando de ignorar la sensación confusa que me invadía al escuchar la profunda voz de Edward en los auriculares.

Parecía demasiado bueno para ser verdad. A pesar de las tentaciones carnales de Hollywood, realmente parecía tener los piessobre la tierra y se comportaba de forma bastante natural. Era una de las pocas estrellas de cine que había entrevistado que aún hacía sus compras personalmente, en vez de tener un empleado que se encargara de todo, desde los calcetines hasta los abrigos. Todavía se ponía contento cuando las agencias de publicidad le enviaban ropa gratis para que vistiera los productos de sus clientes.

—Es como si fuera Navidad todo el año —dijo, sacudiendo la cabeza.

Le gustaba ponerse su gorra de los Red Sox por encima de los ojos, una camisa sin marca y téjanos y escaparse solo a ver películas, a cenar o a los centros comerciales sin ser reconocido. Mantenía contacto con las estrellas que trabajaban con él, como George Clooney, Pirce Brosnan, Julien Sands, Max Von Sydow, Resse Witherspoon, Guy Pears y Christoph Waltz, pero sus mejores amigos eran los chicos con quienes se había criado y unos pocos compañeros del instituto. Le encantaba leer, desde Shakespeare, pasando por James Patterson, hasta David Barry, pero odiaba leer los chismorreos sobre famosos por ser poco fiables a la vez que ridículos.

—Sin ánimo de ofenderte —se apresuró a añadir—. Prometo leer tu artículo sobre mí. Estoy seguro de que no va a estar lleno de chismes ni tendrá errores. ¿Sabes?, es diferente.

No le gustaba cocinar, practicarba surf. Y admitió tímidamente que le asustaban las arañas.

Resumiendo, sonaba absolutamente normal, y me atrevería a decir que hasta perfecto. El único problema sería escoger entre aquella cantidad de detalles. No podía incluirlos todos en el artículo, aunque me habría gustado.

Posé los dedos sobre el teclado y estaba a punto de comenzar a escribir cuando sonó el teléfono que había sobre el escritorio, rompiendo el silencio sepulcral a mi alrededor y sobresaltándome.

—¡Mierda! —maldije al tirar la taza de café, derramando el líquido sobre mi escritorio por tercera vez en la semana. Levanté el auricular—. ¿Hola? —dije todavía asustada.

—¡Bella! —dijo Alice al otro lado de la línea en un tono que sonaba acusador—. Se suponía que ibas a llamarme después de la entrevista con Edward Cullen.

—¡Ay! —exclamé, sintiéndome repentinamente culpable—. Lo lamento, me he olvidado.

—¿Te has olvidado de llamarme? —preguntó azorada—. ¿Y...? ¿Qué ocurrió?

—¿Qué quieres decir? —pregunté a mi vez, tratando de sonar inocente. Después de todo, era inocente, ¿verdad? Edward sólo me había atraído un poco. No me había arrojado sobre él. Ni me había acostado con él (aunque, pensándolo bien, podría haber considerado la posibilidad; quiero decir, podía haber terminado mi sequía sexual de un golpe. Pero ésta es una digresión...).

—¿Cómo es? —quiso saber Alice excitada—. ¿Es agradable? ¿Es tan guapo en persona como en las películas? ¿Te ha gustado?...

—Para un poco —la atajé riendo—. Es muy agradable. Ha sido una gran entrevista.

—Bla, bla, bla —se burló Alice, y percibí una sonrisa nerviosa—. Entrevista, entrevista... Háblame de él.

—Es muy agradable —repetí, aunque sabía que Alice seguiría presionando.

—¿Muy agradable? Venga, tienes que darme otra cosa.

—Bueno —accedí con un suspiro tras un momento de silencio—. Es guapísimo. No te imaginas los ojos tan seductores que tiene. Habla de su madre y de sus hermanas mayores como si fueran sus mejores amigas, y creo que realmente es así. Se ha levantado cada vez que he abandonado la mesa, se ha reído todo el tiempo y cuando me ha abrazado ha sido lo más tierno que te puedas imaginar.

Antes de terminar la frase volvía a estar sonrojada. Sonaba como una colegiala entusiasta.

Alice soltó un grito ahogado y se quedó en silencio hasta que empecé a sentirme incómoda.

—¿Alice? —pregunté finalmente con cautela.

—¿Te ha abrazado? —exclamó ella al fin—. ¿Te ha abrazado?...

Carraspeé e inmediatamente me arrepentí de habérselo contado.

—Bueno, ha sido sólo para despedirnos —dije tratando de minimizar el hecho—. No ha sido nada. Sólo un abrazo profesional.

—¿Un abrazo profesional? —repitió Alice—. ¡Vamos, Bella! No existe tal cosa. ¡Le has gustado!

—Venga ya...

—¡Que sí! —dijo Alice—. ¿Cuántas veces te han abrazado después de una entrevista?

En eso tenía razón. Nunca.

—¡Despierta, nena! —continuó.

—De ninguna manera —dije con firmeza. Estaba segura de que yo no significaba nada para él. Después de todo, eso habría sido una locura, ¿no?—. Es que él es así. Es así con todo el mundo. Deberías leer algunos de los artículos que encontré en los archivos. Es encantador con cualquiera.

—Sí, va por ahí quitándole las braguitas a cualquiera —se burló Alice—. ¿No has leído Tattletale?

Puse los ojos en blanco y traté de simular que sus palabras no me importaban.

—No creo en eso —dije tranquilamente.

Sabía exactamente de lo que ella estaba hablando. Tattletale era tan poco fiable que nuestro servicio de archivo no incluía sus artículos. Pero conocía bien el mundo de los chismorreos como para saber que a veces contenían algo de verdad. Y durante el último mes había informado dos veces de que Edward Cullen dormía con cualquiera que se le pusiera por delante, desde jefas, pasando por maquilladoras, hasta la chica de diecinueve años del servicio de catering que había trabajado en su última película.

No les creía. Bueno, está bien, puede que no quisiera creerles. Tattletale no era de fiar (después de todo constantemente publicaba las ridículas declaraciones de Tanya sobre su «época con George Clooney»). Y Cullen parecía tan agradable... No podía ser cierto.

Alice rió nerviosamente al otro lado de la línea, haciendo caso omiso de mi confusión.

—Al parecer es un adicto al sexo —señaló—. Quiero decir, tiene reputación de engancharse con cualquiera que camine.

—No lo creo —dije, aunque no creo que sonara muy convincente.

—Cree lo que quieras —replicó Alice—. Pero, ahora que se dispone a quitarte las braguitas, creo que es mejor que estés advertida.

Me sonrojé, agradeciendo que Alice no estuviera presente para ver mi reacción delatora (lo cual no significaba nada).

—No pretende quitarme las bragas —protesté—. No es de esa clase de hombres.

—Lo que tú digas —dijo Alice. Sabía que estaba tomándome el pelo, que estaba azuzándome. Siguió presionándome—: El amigo de mi amiga Diana, Matt, que trabaja en Tattletale, me dijo que esta semana van a publicar un artículo según el cual Edward Cullen se acuesta con su agente de prensa. Una mujer llamada Jane, creo.

El corazón me dio un vuelco, y por un momento me quedé sin habla. De pronto todo tenía sentido. Jane había planeado ir a desayunar con nosotros. Edward sabía que ella seguía en la cama. Traté de ignorar el hecho de que me sentía traicionada y un poco herida. ¿Qué me estaba pasando? ¿Realmente estaba celosa de Jane Vulturi?

—Hummm, eso no puede ser cierto —tartamudeé—. Ya te he dicho que no parece ese tipo de hombre.

—¿Tus juicios sobre los hombres son siempre así de generosos?

Sabía que Alice se refería a Jacob, pero no hice caso.

—Entonces... —prosiguió, arrastrando sugestivamente la voz— todavía pienso que deberías someter a prueba tu teoría del ligue de una sola noche con Edward Cullen. Teniendo en cuenta, además, que él parece ser tan... voluntarioso —añadió riendo.

—En primer lugar —dije—, no es mi teoría. En segundo lugar, ¿te olvidas de Jacob?

Yo no. Había mirado mi reloj. Eran las cinco de la tarde. Le había dicho a Jacob que no llegaría a casa hasta las diez de la noche, pero estaba yendo más rápido de lo previsto. Tal vez lograse terminar un primer borrador para las seis y media, eso si Alice me dejaba en paz. Iba a tener que regresar al día siguiente para hacer la corrección final, pero estaba mucho más adelantada de lo que había previsto. Era fácil escribir sobre Edward.

—Te diré algo —continué—. SiEdward Cullen es adicto al sexo, ¿por qué no vas y te acuestas con él? Mientras tanto, terminaré mi artículo y volveré a casa junto a mi novio.

—Qué poco sentido del humor tienes —contestó Alice con un mohín.

—Lo sé —dije—, y porque soy tan aburrida tengo que seguir con esto. Si no consigo comenzar a escribir, estaré aquí para siempre.

—Bueno, bueno —dijo Alice con resignación—. Arréglatelas. Tú verás lo que haces. «Bella Cullen» suena realmente muy bien. O podrías usar un guión: «Bella Swan-Cullen», ¿qué te parece?

Gruñí y ella rió. Nos despedimos y finalmente pude concentrarme de nuevo en mi trabajo.

Me incliné hacia delante, por un segundo me pareció ver la pantalla en blanco. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Por supuesto que se acostaba con Jane. ¿Y por qué debía molestarme eso de todos modos? Yo tenía a Jacob. Y tenía la firme convicción de ser profesional con la gente que entrevistaba. Eso era lo que me separaba de todas las Tanyas Delani del mundo. Bueno, eso y una talla de sujetador significativamente más pequeña, un salario menor y la carencia absoluta de diseñadores para mi vestuario. Pero aun así una chica tiene que tener sus valores, incluso si no puede afrontar regularmente un Louis Vuitton, un Chloe o un Chanel.

Además, en caso de que decidiera enamorarme de Edward Cullen, habría sido ridículo pensar que pudiese ser correspondida. Se trataba de la estrella de cine más importante del momento. Yo, en cambio, era la más sencilla, baja y aburrida periodista de revistas del mundo. No éramos exactamente compatibles.

De todos modos, podía hacer algo mejor que enamorarme de un entrevistado. Podía hacer algo mejor que creer que su carisma era real. Y también sabía que tenía un novio al que nunca engañaría, ni soñando. Nunca. Sabía que no podía hacerle algo así a nadie.

Suspiré y me incliné hacia delante, lista para comenzar a escribir. Fuera o no un adicto al sexo al que le gustaba tirarse a todo el mundo, me había gustado lo que Edward Cullen había dicho durante la entrevista, y estaba decidida a que saliera bien parado en el artículo.

 

 

Fiel a mi predicción, a eso de las seis y media terminé un borrador que me dejó medianamente conforme. Era fácil escribir sobre Edward Cullen, en parte porque sus palabras encajaban muybien en la narración y también porque había mucho que decir sobre él. Era raro encontrar un actor que hablara tan bien. Además, tenía opiniones acerca de todo. No había necesitado presionarlo para hacerle hablar durante la entrevista, lo que me ocurría con frecuencia con otros famosos, y debido a eso disponía de una gran cantidad de frases para citar. Cuando terminé de pulir el artículo, me sentía satisfecha con el resultado final.

Cogí el teléfono para llamar a Jacob y avisarle de que llegaría antes a casa, pero cambié de idea y volví a dejarlo en su sitio. Él había dicho que no iba a salir. No me esperaba hasta las diez, y yo llegaría a las siete para darle una sorpresa. Tal vez aquella noche comenzáramos a trabajar para que mejoraran las cosas entre nosotros.

Después de todo, ¿acaso volver a casa por sorpresa no era algo que Ginger o Mary Ann harían? Pero ¿no era ridículo que yo me comparara con aquellos personajes de las series televisivas de los años sesenta?... Traté de no pensar en ello.

Apagué la luz y me encaminé hacia la puerta de la oficina. Era perfecto, pensé mientras llamaba el ascensor. Sorprendería a Jacob y lo llevaría a cenar fuera. Tal vez aquél no fuese un fin de semana perdido después de todo. Incluso podríamos arreglar nuestros problemas en la cama. Al día siguiente, podría dormir hasta bien entrada la mañana, con la condición de regresar a la redacción por la tarde para echar un último vistazo a mi artículo.

«Maldito seas, Edward Cullen.» Jacob y yo seríamos los adictos al sexo esa noche.

 

 

Treinta minutos después, tras tomar el metro R hacia el centro en dirección a la calle Ocho y caminar varias manzanas por la Segunda Avenida, llegué a la puerta de mi apartamento tarareando animadamente. Había pensado en hacer el amor con Jacob durante todo el camino. Eso quizás explicase las extrañas miradas que me dirigía la gente mientras caminaba por la calle ávida de sexo.

Había parado a comprar una botella de mi merlot favorito en la tienda de St. Mark's Place. Sabía exactamente cómo transcurriría la noche. Compartiríamos unas copas y luego iríamos a MaryAnn's (sin relación con la chica de Gilligan), un gran restaurante mexicano que estaba calle arriba, donde solíamos ir durante los primeros meses de nuestra relación. Hablaríamos y nos reiríamos tomando unos margaritas, como solíamos hacer, compartiríamos un plato de burritos gigantes, y tomaríamos helado de vainilla como postre. Más tarde, en casa, todo volvería a ser normal. Tomaríamos más vino, hablaríamos y haríamos el amor. Sería una gran noche.

Las cosas saldrían bien. Lo presentía.

Cuando abrí la puerta y entré en el apartamento todo estaba a oscuras, excepto por un haz de luz que asomaba por debajo de la puerta del dormitorio. Oí el estéreo en el dormitorio y supe de inmediato que Jacob había vuelto a quedarse dormido. Traté de resistirme a la risa. Aquello rozaba lo ridículo. Parecía que dormía dieciocho horas al día. No era extraño que no hiciese grandes progresos con su novela.

En esta ocasión, sin embargo, constituiría una ventaja. Deposité suavemente la cartera, la botella de vino y mis papeles sobre la mesa de la cocina y sonreí en lo que me disponía a hacer. Siempre iba tan apresurada y fastidiada después de mi horario de trabajo... Tal vez, si entraba sigilosamente y lo despertaba frotándome contra él podríamos hacer el amor antes de la cena, antes de abrir el merlot. Mientras lo pensaba, me sentía como una adicta al sexo. Esa noche iba a ser la noche en que todo iba a cambiar.

Cogí un sacacorchos y dos copas de vino y los puse en la mesa al lado de la botella, tratando de no hacer ruido. Tomé aliento y acomodé mi Wonderbra para levantar un poco más mis pequeños senos. Con ese sujetador y con la blusa que llevaba puesta, realmente parecía hasta exuberante. ¡Viva el Wonderbra! Esa noche sería mi arma secreta para seducir a Jacob.

Edward Cullen, repentinamente, se había alejado tanto de mis pensamientos como antes de que lo hubiera conocido. Quiero decir, ¿quién necesita una estrella de cine cuando tiene un novio al que ama y que vive con ella?

Crucé la sala y me detuve ante la puerta cerrada del dormitorio por un instante, sonriendo. La música sonaba a toda pastilla. Nunca he entendido la capacidad de los hombres para dormiracompañados de sonidos ensordecedores. Puse la mano sobre el pomo y por unos instantes imaginé cómo sería acurrucarme al lado de Jacob. Sin embargo, tendría que cambiar la música. ¿Quién era capaz de hacer el amor con Born in the USA de fondo? Tomé aliento y abrí.

—Hola, cariño, ya estoy aquí —dije en voz baja. Iba a añadir «¿Me echabas de menos?», pero no pude completar la frase.

Jacob estaba en la cama, justo donde esperaba encontrarlo.

Lo que no esperaba encontrar era la mujer morena y desnuda que estaba encima de él, moviéndose rítmicamente mientras sacudía la cabeza.

—¿Qué es esto? —grité por encima del volumen de la música. Evidentemente Jacob no me había echado demasiado de menos.

Me miró sonrojado y boquiabierto. La morena se volvió y me miró a su vez, parpadeando.

—¿Qué está haciendo aquí? —graznó, con el rostro enrojecido por debajo de una gruesa capa de maquillaje. Cesó en sus movimientos y por un instante ninguno de los tres se movió ni habló.

Aún conmocionada, con Bruce Springsteen sonando a todo volumen, reparé en que los grandes pechos de la morena (que seguramente habían sido mejorados quirúrgicamente) seguían moviéndose suavemente a causa de la inercia.

Intenté hablar, pero mi cerebro no parecía dispuesto a cooperar. Tenía la vaga sensación de que tenía la boca completamente abierta, pero no conseguía articular sonido.

—Prometiste que no vendría hasta tarde —aulló finalmente la morena, e hizo un gesto enojado antes de volverse para mirar a Jacob.

Me acerqué hasta el estéreo y lo apagué. Se hizo el silencio. Entonces observé que la morena no se había apartado. Jacob seguía dentro de ella. Me dieron ganas de vomitar.

—¿Y bien? —añadió volviéndose otra vez hacia mí.

—Pues... verás... yo —tartamudeó Jacob, mirándonos alternativamente a ella y a mí. Se detuvo durante loque pareció una eternidad, con el rostro cada vez más rojo.

Y, como en una revelación, repentinamente me di cuenta de que la morena me resultaba familiar. La miré a la cara por unmomento y recordé la fiesta de Navidad de Mod en el enorme ático de Margaret Weatherbourne, ubicado, por supuesto, en el Upper East Side. Había arrastrado a Jacob hasta allí, a pesar de sus protestas. Recuerdo que me sentí aliviada cuando lo vi conversar animadamente con una morena de generosas curvas a la que no conocía, en vez de permanecer en el rincón donde había pasado la mayor parte de la noche. No se me pasó por la cabeza la menor sospecha ni sentí celos. Di por supuesto que ella era la novia, hermana o esposa de alguien y que se sentía tan fuera de lugar como Jacob.

Y ahí estaba ella ahora. En mi cama. Con mi novio. Completamente desnuda.

Finalmente, rompí el silencio.

—Terminé pronto en la revista —dije, sorprendiéndome a mí misma tanto por mi tono de voz como mi aparente tranquilidad. Finalmente pude controlarme para no cruzar el dormitorio y emprenderla a bofetadas con los dos—. ¿Y quién demonios eres tú?

En vez de contestar, se volvió hacia Jacob. Su cabello brilló con una perfección exasperante y se derramó sobre sus estrechos y bronceados hombros. ¿Por qué siempre las amantes están bronceadas? ¿Era un requisito para dormir con el novio o la esposa de otro?

—Dijiste que no vendría hasta las diez —dijo ella tajantemente.

—Sorpresa —murmuré.

Estaba todavía de pie, tensa, mientras la morena comenzaba a retirarse de Jacob, quien seguía parcialmente en erección. Rápidamente se cubrió con una sábana, y volví a sentir náuseas. Un millón de preguntas se agolparon en mi mente cuando la morena se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Pero todas las preguntas quedaban minimizadas ante el disgusto y la impresión que todavía sentía. No tenía la menor idea de cómo reaccionar.

—¿Cuánto hace...? —pregunté finalmente.

La morena, que era mucho más alta y tenía piernas más largas que yo, se inclinó para ponerse los zapatos. Manolos, noté distraídamente. Calzaba zapatos de quinientos dólares y se acostaba con mi novio. Y no sabía qué importancia tenía eso. Jacobrecibió mi pregunta en silencio, todavía rojo como un tomate.

—Desde diciembre —contestó la morena, rozándome al pasar en dirección a la puerta. Su cara todavía estaba roja, su cabello desmoronado. Sentí el aire que salía de mis pulmones con un silbido.

—¿Desde diciembre? —repetí mirando a Jacob, que rehuyó mi mirada.

—Vaya una pérdida de tiempo —murmuró la morena. Apoyó una mano en la puerta y se inclinó para ajustarse el zapato izquierdo. Se volvió para mirar a Jacob, que trataba de encogerse como si quisiera desaparecer entre las sábanas, y luego me miró de nuevo—. Me dijo que iba a dejarte —soltó, con una expresión sorprendentemente calmada—. ¡Menuda mentira! Sin embargo, es bueno en la cama.

Dicho esto, se volvió y se alejó.

Sus palabras resonaron en mis oídos, mientras oía sus tacones de aguja alejarse en dirección a la puerta principal. Me quedé allí parada, en completo silencio, hasta que ella abrió la puerta y la cerró detrás de sí.

«¿Bueno en la cama? ¿Bueno en la cama dice?... Demonios, nada de lo que últimamente me haya enterado.»

Eché un vistazo a la puerta antes de volverme hacia Jacob. Todavía estaba envuelto entre las sábanas de seda que yo había comprado el mes anterior, sobre la almohada de plumas que había usado todos esos años. Me miraba con aprensión, la culpa y el miedo escritos en la cara, que de pronto me pareció fea y odiosa. Nada habría podido prepararme para ver al hombre al que amaba penetrando a otra mujer. Una mujer que tenía diez mil dólares en implantes mamarios, quinientos en zapatos y un pelo sedoso que se balanceaba como en los anuncios de champú.

—Jacob... —comencé, arrastrando las palabras porque no sabía qué decir. Una parte de mí quería saltar sobre él y golpearlo hasta matarlo, mientras que otra parte quería llorar. Mi corazón iba a mil por hora y podía sentir la sangre martilleándome las sienes. Por un momento me pregunté si Jacob también sentiría lo mismo.

—Bella, puedo explicártelo... —dijo finalmente. Parecía tan incómodo que me dieron ganas de reír. Cogió sus calzoncillos,que estaban justo a la derecha de mi cama, y con torpeza los metió bajo la sábana.

—No me interesa —respondí con una voz gélida, sorprendida de la manera en que lograba contener mi furia—. No quiero oír tu maldita explicación.

—Pero, Bella... —protestó Jacob. Apartó las sábanas y cogió sus téjanos, que estaban en el suelo—. No significa nada. Es que en general no estás por aquí y...

Su voz se apagó, sospecho que silenciada por mi fría mirada. Cada músculo de mi cara decía «mentira». Aun atrapado in fraganti, trataba de echarme la culpa.

Entonces sentí una calma que me vino no sé de dónde, y le sonreí. Se encogió de nuevo entre las sábanas, al parecer más alarmado por mi sonrisa que por mi ira.

—Me marcho —dije con calma, aunque sentía un nudo en el pecho, como si una mano helada hubiese atrapado mi corazón y lo estrujase con fuerza—. Y cuando vuelva, quiero que todas tus cosas, ese montón de basura, hayan desaparecido.

—Bella, estás exagerando —dijo, y de pronto supe que la preocupación reflejada en sus ojos no se debía a que quisiera salvar su relación conmigo. Se debía a que yo era la única mujer lo bastante tonta para poner un techo gratis sobre su cabeza y porque él había metido la pata.

Estaba furiosa conmigo misma por no haberme dado cuenta antes. Tenía ganas de emprender una relación formal que había permitido que me usara casi por un año, mientras creía ciegamente que me amaba y que sólo estaba atravesando una mala etapa o estaba lidiando con su novela.

—No quiero volver a verte —afirmé finalmente con un hilo de voz.

Nunca antes había querido a Jacob con tanta fuerza. Lo miré por última vez, con su expresión patética y sufrida, su pecho depilado  y musculoso, sus ojos pardos y carentes de brillo y emoción. Lo odié. En ese instante realmente lo odié. Acomodé el nudo que tenía en la garganta y, sin añadir otra palabra, di media vuelta y me dirigí a la puerta de entrada del apartamento. Cogí el bolso, las llaves y la botella de merlot que íbamos a compartir. Después se me ocurrió llevar también el sacacorchos, y lopuse en el bolso. Podía sentir sus ojos en mi espalda mientras abría la puerta del apartamento para cerrarla detrás de mí. Su mirada, que no podía ver, pero que de algún modo podía sentir, me estremeció.

Esperé hasta llegar a la calle para echarme a llorar.

Capítulo 4: CAPÍTULO 4 Capítulo 6: CAPÍTULO 6

 
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