EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
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Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 22: CAPITULO 22

Capítulo 22

La alfombra roja

Estaba agotada. Tras pasar la noche sin dormir, me había quedado de pie detrás de las vallas de la alfombra roja, excluida del evento del sábado por la tarde en el Puck Building, apuntando mi magnetófono hacia un desfile aparentemente infinito de las mismas caras que veía todas las semanas en esa clase de actos. Ese día se trataba de una gala benéfica de recaudación de fondos para investigar sobre el cáncer de pecho y, obedientemente, me había puesto una cinta rosa sobre el pecho de mi blusa blanca. Me sudaban las piernas dentro de los pantalones, y contemplaba la posibilidad de quitarme los ridículos zapatos de tacón que llevaba puestos para quedarme descalza sobre la acera. Lo único que me lo impedía era una enorme goma de mascar que acababa de pisar, a unos tres centímetros de mi pie izquierdo. Quién sabe qué otras cosas podía haber en las calles de Nueva York.

Como era habitual en ese tipo de eventos menores, la gala benéfica había atraído a sólo unos pocos miembros de los medios. Numerosos paparazzi se alineaban frente a la alfombra, pero no estaban bien vistos en Nueva York. Sólo había otros tres periodistas aparte de mí. Una era del New York Post, y cubría todo lo que pudiera involucrar potencialmente a un famoso menor. La otra era de la revista Stuff,ya que corría el rumor de que Brittany Murphy podía asistir y ella tenía..., bueno, sex appeal. Y la tercera era Victoria Lim, mi vieja amiga de Cosmo, quien había pasado la primera media hora disculpándose por no haberme llamado. Había estado ocupada en un proyecto por libre para Vanity Fair, y el trabajo en Cosmo la había sobrepasado.

Me apoyaba en lo de la historia de Edward Cullen de Mod y me aseguró que no había creído una sola palabra. Evitó responder cuando le pregunté si el tema se había comentado mucho en Cosmo.Por toda respuesta se puso a hablar sobre un show de moda al que había asistido la semana anterior, donde las modelos habían desfilado con bolsas de basura como ropa y tacones de aguja.

—Pensé que ese asunto del grunge se había terminado en mil novecientos noventa y cinco —dijo.

—Pero ¿puede considerarse grunge?—pregunté escéptica.

—No sé —admitió—. ¿Cómo llamarías entonces a eso de ponerles bolsas de basura a las modelos? Para mí suena bastante a grunge.

La gala había sido organizada por Maddox-Wylin, una pequeña editorial, por lo que no se esperaba que asistieran muchos famosos a la comida de mil dólares el tenedor, preparada por el restaurante de cuatro estrellas Luigi Vernace. Pero hizo acto de presencia Susan Lucci. Katie Holmes tenía también una mesa. Kate Jackson (una de las originales Angeles de Charlie), que había sobrevivido al cáncer de pecho, asistió con un amigo, seguida unos momentos después por Olivia Newton-John.

A medida que los famosos pasaban graciosamente por la alfombra roja, sostenía el magnetófono y les formulaba preguntas para Chic, lo que me hacía sentir algo tonta. Todos me contestaban educadamente y seguían. Comenzaba a estar mejor, sabiendo que Maude Beauvais se sentiría complacida del tesoro inesperado que representaba ese conjunto de declaraciones de famosos.

Y entonces lo vi bajar de una limusina.

Era Edward Cullen.

Venía hacia mí, por la alfombra roja, y por un instante pensé que estaba alucinando. Pero no era un espejismo.

Allí estaba, mejor que en la vida real, bajando de su limusina y encaminándose hacia el teatro. Los flashes comenzaron a destellar alrededor y hubo una ruidosa excitación en medio de los periodistas. Era la estrella más importante de la noche.

Repentinamente me quedé sin aliento y un poco alelada, y no sólo por culpa de la noche sin dormir, sino por la impresión que su presencia me producía.

Él estaba espléndido, vestido de esmoquin. Sonreía para las cámaras y caminaba por la alfombra roja. La periodista de Stuff le hizo unas preguntas y lanzó risitas ante cada una de sus respuestas. La chica del Post le preguntó algo y él negó con la cabeza antes de decirle algo en voz queda, mostrándole su hermosa sonrisa. Un fotógrafo quiso saber por qué asistía a la cena y él respondió que su madre había sobrevivido a un cáncer de pecho.

Luego se volvió y me vio.

Me quedé helada cuando sus ojos me encontraron, y él también pareció sorprendido. No esperaba eso. No estaba preparada. Un repentino silencio se abatió sobre la multitud de periodistas y fotógrafos mientras Edward y yo nos mirábamos durante lo que pareció una eternidad. Me sonrojé intensamente y oía los cuchicheos en torno, mientras todos recordaban que yo era la chica que se había acostado con Edward Cullen y había escrito sobre ello en Mod.

Finalmente rompí el silencio. Mi corazón latía tan fuerte que tuve miedo de que se saliera de mi pecho.

—Hola —le dije.

—Hola —contestó inseguro, con una mirada cautelosa.

Respiré hondo y traté de serenarme.

—Edward, lamento mucho lo del artículo de Mod —dije, las palabras agolpándose en mi garganta. Estaba ruborizada y temblando.

Edward no respondió, sólo me miraba, y no pude descifrar su expresión.

—Te lo juro, Edward, no tenía ni idea. Yo no escribí ese artículo. Lo hizo una de las otras editoras. Es verdad.

Él seguía mirándome sin pronunciar palabra. Rogué que me contestara, que dijera que me creía, que me perdonaba, pero no lo hizo. Volví a respirar hondo y miré alrededor. Los flashes destellaban alrededor de nosotros, pero de repente no me importaba. Nuestras fotos probablemente apareciesen en todos los programas nocturnos de entretenimientos del día siguiente y en el Tattletale del martes, y los rumores iban a sugerir que de nuevo había algo entre ambos. Pero ignoré todo eso. Necesitaba hacerle saber que nunca lo habría herido intencionadamente. Esa era mi única oportunidad.

—Tienes que creerme, Edward —supliqué—. Tampoco tuve nada que ver con el asunto de Tattletale. Te lo juro por Dios. Estoy muy apenada por todo lo sucedido. —Lo miré con ansiedad, deseando desesperadamente que dijera algo.

Guardó silencio un momento más, hasta que dijo:

—Sé que el asunto de Tattletale no fue culpa tuya. Esas historias suelen ser falsas.

Suspiré aliviada, pero aún no había dicho nada sobre el artículo de Mod. Parecía frío y distante y ansié pasar por debajo del cordón que nos separaba y abrazarlo como nos habíamos abrazado ese día que parecía tan lejos. Pero no podía hacerlo. Era como si un inmenso valle se hubiera abierto entre nosotros y yo no tenía lo necesario para cruzarlo.

—Traté de llamarte —dije.

Pareció sorprendido.

—¿Lo hiciste? ¿Cuándo?

Se me ocurrió que era una buena señal que aún siguiese allí.

—Después del asunto de Tattletale —dije—. Y también cuando apareció el artículo de Mod. Pero tu móvil estaba desconectado. Lo intenté con la agente de prensa de la productora y finalmente con tu amigo Jay, el barman. Incluso llamé a Jane.

Me estudió por un momento, calibrándome. Sentí que me temblaban las rodillas.

—Pues no me comentó nada —repuso con recelo.

Mi corazón latía con fuerza. Parecía que iba a agregar algo. Yo tenía las palmas sudadas y de pronto sentí una oleada de calor. Un tanto mareada, parpadeé varias veces y de nuevo fui consciente de la multitud que nos rodeaba, observando cada uno de nuestros movimientos y procurando oír lo que decíamos. Edward se inclinó para susurrarme al oído y su aliento me produjo un cosquilleo en todo el cuerpo.

—Jane me dijo que yo no era el primer actor con el que te comportabas de ese modo —musitó—. Me dijo que solías hacer esa clase de cosas. No supe qué pensar. —Y se apartó de mí, mirándome con ojos tristes.

Tragué saliva.

—Pero ¿qué...? —farfullé de rabia—. Edward, te aseguro que no es verdad. Nunca he hecho nada así, lo juro. Ese artículo ha arruinado mi vida. Tienes que creerme.

Me miró escéptico.

—Edward, créeme, por favor. —Lo intenté con desesperación—. Renuncié a mi trabajo en Mod apenas se publicó el artículo. No tuve nada que ver con él.

—¿Renunciaste? —preguntó con expresión de sorpresa. Por primera vez desde que me había visto comenzó a relajarse un poco.

Pero antes de que yo pudiera responderle, Jane se acercó y lo cogió del codo. Llevaba el cabello recogido en una pulcra coleta, y un vestido rojo y ceñido. En el cuello le brillaba un gran diamante.

—Es hora de continuar, Edward —dijo, apartándolo de mí—. Tú, mantente lejos de él —masculló, fulminándome con la mirada. Edward me miró confuso una vez más por encima del hombro y dejó que Jane se lo llevara.

Cuando lo vi alejarse, tuve la desagradable sensación de que ésa sería la última vez que lo vería. Su aparición me había pillado con la guardia baja y no le había dicho todo lo que quería. No había logrado convencerlo de que le había dicho la verdad. No me había creído.

—¿Estás bien? —me preguntó Victoria, dándome una palmada en la espalda para traerme de vuelta a la realidad. Me apretó ligeramente el codo.

Levanté la vista y vi decenas de ojos mirándome. La periodista del Post garrapateaba furiosamente algo en su bloc de notas. Me hice fuerte para no llorar delante de las cámaras.

—Estoy bien —mentí. Respiré hondo. Luego me di cuenta de algo—. No puedo seguir haciendo esto —musité. De repente se me había hecho evidente. ¿Acaso había estado viviendo en las nubes durante los últimos años?

—¿Hacer el qué? —preguntó Victoria.

—Esto —dije señalando alrededor—. Toda esta estupidez de las celebridades. No es real.

Nada de aquello era lo que parecía. Nada de aquello era real. Y nada de aquello importaba. ¿A quién le importaba con quién dormía Nicholas Cage, a quién le había echado el ojo Nicole Kidman o dónde había sido visto Ben Affleck? ¿Por qué importaba? ¿Qué estaba haciendo yo ahí, en medio de ese circo?

—¿Qué estoy haciendo aquí? —susurré para mí.

En ese momento, Chris Noth, a quien había adorado como Mr. Big en Sexo en Nueva York, y, antes de eso, como Mike Logan en Ley y orden, bajó de una limusina. Las cámaras se desplazaron en su dirección, e incluso Victoria se volvió para tratar de captar la llegada de la última estrella. Por un instante, me lo quedé mirando. Se lo veía cortés y afable, ataviado con un traje gris, esbozando esa sonrisa torcida que siempre me había parecido tan seductora. De repente, ya no me importó. El frenesí que había creado con su sola llegada resultaba ridículo, pese a que yo hubiese sido una de las que lo había alimentado los últimos cinco años.

Ya no encontraba excitante aquella profesión.

Sin lamentarlo, me volví y me alejé.

 

 

Esa noche, Alice estaba trabajando en el último turno, de modo que cuando llegué el apartamento éste estaba a oscuras. Me serví una copa de vino y me puse unos pantalones cómodos, una camiseta Bulldogs y mis ridículas pero cómodas pantuflas Cookie Monster. Me senté en el sofá con mi magnetófono, rebobiné la cinta de entrevistas de la cena benéfica para el cáncer y me puse unos auriculares.

Una hora y media y dos copas de vino después, terminé de transcribir las declaraciones de las celebridades. Se las envié por e-mail a Lauren Elkin, encargada de la sección de celebridades de Chic, y a Megan Combs, jefa de la sección de moda de las celebridades en la revista. Sabía que les resultarían útiles a ambas.

Durante la siguiente hora trabajé en la redacción de un e-mail cuidadosamente escrito para Maude Beauvais, agradeciéndole la amabilidad de haberme dado un trabajo, pero explicándole que ya no podía seguir. Cuando pulsé la tecla de enviar, minutos después de la medianoche, sentí que me quitaba un peso de encima. No sabía qué iba a hacer para vivir, pero sería algo en que me respetara a mí misma y en lo que mi existencia no dependiera del cotilleo, las celebridades y los caprichos de los agentes.

Apagué el ordenador, me quité las pantuflas, apoyé los pies en el sofá y encendí la televisión. Cambié de canal sin ton ni son, hasta que di con El ciego, protagonizada por Edward Cullen, que acababa de comenzar en la TNT. Gracias a mi desvelada noche anterior, antes del segundo corte para publicidad me quedé dormida.

Soñé con Edward Cullen.

 

 

Por la mañana me despertaron unos golpes en la puerta principal. Gruñí, abrí un ojo y eché un vistazo al reloj de pared. Eran las siete y media. De la mañana de un domingo. Me volví, me tapé la cabeza con la manta y deseé que quien fuera se hubiese ido.

Pero los golpes se repitieron.

—¡Alice! —murmuré. Pero ya me había despertado. No tenía sentido despertarla también a ella.

Para cuando arrastré mi quejumbroso cuerpo fuera del sofá, los golpes se habían transformado en un insistente martilleo.

—¡Aguarde! —le grité a quienquiera que fuese—. ¡Por el amor de Dios, son las siete y media de la mañana!

Me calcé las pantuflas Cookie Monster y me dirigí con hostilidad hacia la puerta. Había que tener cara para llamar así a la puerta a esas horas. ¿Acaso no sabían que allí dormía una mujer deprimida y desempleada, que necesitaba desesperadamente un sueño reparador?

Murmurando entre dientes, crucé la cocina, sin preocuparme por detenerme a arreglarme el cabello o la camiseta. Quienquiera que fuese, sería atendido por Bella Pesadilla. No sería una visión agradable.

Abrí la puerta y parpadeé al recibir la luz del pasillo. Cuando conseguí enfocar la mirada, el corazón me dio un vuelco.

Era Edward Cullen.

Me quedé de piedra, boquiabierta.

—Oh, Dios mío —murmuré por fin. Me llevé una mano a la cabeza y comprobé, horrorizada, que lo peor era cierto: tenía el peor aspecto que la humanidad hubiese conocido alguna vez. Llevaba la camiseta arrugada y las pantuflas Cookie Monster. También era probable que tuviese un hilo de baba en la comisura de los labios. Me llevé una mano a ésta y comprobé que así era. Gemí.

—Buenos días —dijo Edward. No sonreía. Llevaba unos viejos téjanos y un polo arrugado y tenía los ojos inyectados en sangre. Se lo veía agitado.

—Oh, Dios mío —repetí. Él estaba viendo a una mujer con aspecto de haber sido atropellada por un tren. Volví a pasarme la mano por la cabeza y me alisé el cabello tanto como pude. Respiré hondo y exhalé. Necesitaba recuperar la compostura—. ¿Quieres pasar? —le ofrecí. Dirigí una mirada furtiva por encima del hombro, para asegurarme de que el apartamento no estaba demasiado desordenado y que no hubiese escrito «Amo a Edward Cullen» u otra cosa igualmente bochornosa.

Todo parecía más o menos en orden.

—No te preocupes —dijo Edward, sorprendiéndome—. Sólo necesito que me digas si lo que me explicaste anoche era cierto... Me refiero a eso de que no tuviste nada que ver con el artículo de Mod.

Cerré los ojos un momento. Cuando volví a abrirlos, Edward me miraba expectante.

—Lo juro por Dios, Edward —dije—. Lo juraría sobre la Biblia si tuviera una en este momento. Lo juro por... —Busqué algo por lo que jurar—. Lo juro por Cookie Monster —dije, señalando mis pantuflas y muriéndome de vergüenza apenas lo dije. Había sonado idiota.

Edward enarcó las cejas y yo me ruboricé. ¿Por qué siempre parecía decir y hacer las cosas más estúpidas en su presencia? Se produjo un silencio. Luego se echó a reír.

—Jurar por las Cookie Monster es algo a tener en cuenta —dijo con afectada gravedad.

—Lo sé —admití, tratando de estar a la altura—. Ahora sabes que no miento.

Él me miró y suspiró. Todavía estábamos en la puerta de entrada, y me sentía torpe y extraña. Sabía que estaba tratando de decidir si me creía o no, y no había nada que yo pudiese hacer, salvo esperar su juicio.

—¿Conoces a Jane, mi agente? —dijo al fin.

Asentí renuente, mordiéndome la lengua para no decirle lo que realmente pensaba de Jane. No habría sido bonito.

Edward respiró hondo y me miró.

—Quiero creerte, Bella. Realmente quiero creerte —dijo con seriedad—. Pero Jane es amiga de una de tus compañeras de trabajo. Una mujer que se llama Sandra o Tanya o algo así. Pues bien, esa mujer le dijo que tú le habías contado a toda la redacción que te habías acostado conmigo. Eso fue después del asunto de Tattletale, y no la creí en ese momento. Pero luego vi el artículo de Mod y pensé que tal vez fuese cierto.

Los ojos se me llenaron de lágrimas por lo injusto de todo aquello.

—Tanya es la mujer que llamó a la puerta aquel día —le expliqué sin perder la calma. Apenas podía creer que estuviera llevando tan lejos esa venganza sin fundamento.

—¿Aquel día? —repitió Edward, confuso.

—La mañana que estuviste aquí y encontramos el bolso —expliqué—. La mujer cuya prima se estaba acostando con Jacob.

Entonces comenzó a comprender.

—Oh —dijo. Parecía aturdido.

—Ella es quien reescribió el artículo de Mod —añadí. Edward arrugó el entrecejo. Continué—: Creyó que así conseguiría su ascenso. Jamás se me habría ocurrido que fuera capaz de hacer algo así... Y ella me odiaba porque yo había tenido más éxito a los veintiséis años que ella a los treinta y seis. No lo soportaba.

Edward seguía mirándome, con una mezcla de duda y espanto en el rostro.

—Ya le he puesto una demanda —proseguí, sorprendiéndome de poder contarlo con tanta calma—. E intenté llamarte, Edward. Pero Jane me insultó y me colgó.

—¿Hizo eso? —preguntó Edward, dando un respingo—. ¿Le dijiste a ella que no eras responsable del artículo de Mod?

—Ni del de Tattletale —confirmé, e hice una pausa—. Me dijo... —Volví a interrumpirme para recuperar el aliento—. Me dijo que me dieran por culo y me colgó.

Él se sintió abochornado. Respiré hondo. Tenía que decirle cómo me sentía.

—Edward, yo no hice nada de lo que me atribuyen. Lamento mucho que todo esto haya sucedido, y siento vergüenza por los inconvenientes que pueda haberte causado. Y lamento sobre todo haberte espantado como lo hice. Fuiste muy bueno conmigo, y en ese momento no lo aprecié. Creo que todo eso que decía Tattletale sobre ti, que te acostabas con todas esas mujeres... Pensé que mentías sobre Emily. En fin, y después... —Mi voz se fue apagando. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

—Pero yo no te mentí —dijo él, apenado—. No te mentí, Bella.

—Lo sé —dije, y volví a respirar hondo—. Ya lo sé. Pero cuando te llamé por la mañana para disculparme por lo de Tattletale, Jane me dijo que estabas en la ducha, y que habíais dormido juntos... Pero después la camarera de Over the Moon me dijo que no era cierto. Así que no sabía qué creer y, de todos modos, ya era tarde. —Me interrumpí para recobrar el aliento y Edward se limitó a mirarme fijamente. Proseguí—: Fuiste muy amable y no sabía qué pensar... —Noté que me ruborizaba—. Quiero decir, que tú eres Edward Cullen y yo soy... bueno, nadie. Soy esa chica corriente y aburrida que trabajaba para una revista que seguramente odias. Y si algo hubiera sucedido entre tú y yo, habría sido muy poco profesional, y nunca en mi vida he hecho nada que no fuera profesional... Y no quería que nadie creyera que me acostaba con las estrellas a las que entrevistaba. ¿Sabes?, he trabajado mucho para llegar a donde estoy... y nunca fue haciendo nada incorrecto.

Seguía mirándome en silencio, imperturbable.

Respiré hondo y proseguí. Las palabras salían de mi boca como si tuvieran vida propia.

—Me gustabas mucho, pero sabía que entre nosotros nunca podría ocurrir nada, era algo imposible... Quiero decir, a alguien como tú jamás podría haberle gustado alguien como yo, pero no pude evitar tener hacia ti esos sentimientos completamente inapropiados e imposibles. Es ridículo pensar que pudieras sentir algo por mí cuando todo el tiempo tienes a tu alcance a mujeres como Emily y Jane. Sé que sólo sentiste lástima por mí, y que por eso me enviaste flores. Fue entonces cuando apareciste... y saber que no sólo no podías enamorarte de mí, sino que te dabas cuenta de lo penosa que era, hizo que me sintiera todavía peor.

Se quedó mirándome y, de repente, el silencio se volvió opresivo. Yo no sabía qué estaba pasando por su mente, pero su rostro revelaba emociones encontradas.

—No eres penosa —dijo finalmente—. Nunca he pensado que lo fueras. Tampoco eres corriente, ni aburrida. Siempre he creído que eras alguien especial y diferente —agregó.

—Lo siento de veras —murmuré por fin, conteniendo las lágrimas.

—Tengo que irme —farfulló súbitamente y, sin darme tiempo a responder, se volvió y bajó precipitadamente las escaleras, con gesto de abatimiento.

Lo miré hasta que desapareció de mi vista, y luego hasta que oí cerrarse la puerta del edificio. Se había ido.

Entré en mi apartamento y rompí a llorar.

Capítulo 21: CAPITULO 21 Capítulo 23: Capítulo 23

 
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