EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
Visitas: 109187
Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 18: CAPITULO 18

Capítulo 18

La serpiente insensible

—Y supongo que tú también la habrás visto —añadió innecesariamente. Esta vez me limité a asentir, incapaz de hablar debido al nudo que tenía en la garganta.

—Aja —exclamé por fin, ya que, según parecía, ella estaba esperando una respuesta verbal antes de continuar.

Me estudió de arriba abajo y mi corazón latió todavía más rápido. Estaba tan nerviosa y avergonzada que tenía la piel de gallina y las manos húmedas de sudor. Habría deseado arrastrarme bajo el sillón y esconderme de lo que se avecinaba.

—Hace dieciocho meses que trabajas para mí —dijo Margaret despacio, mientras mi corazón seguía latiendo desbocado—. A estas alturas ya debes de saber que, cuando asigno un artículo para la revista Mod,espero que mis redactores se ajusten a ciertos estándares.

—Claro —volví a asentir. Ella se quedó en silencio por otro instante. Sentí gotas de sudor bajándome por la espalda.

—Sin embargo, ese artículo de Tattletale no se acomoda a mi idea de cómo deberían comportarse los escritores y redactores —dijo lentamente, fulminándome con la mirada. Mi sensación de incomodidad iba en aumento.

—Lo sé —asentí—. Lo siento. Pero juro que no me acosté con Edward Cullen.

Margaret sacudió su mano delgada en un gesto de desdén, sin dar muestras de haberme oído.

—En todo caso, he pensado mucho en este asunto —añadió, sosteniendo su ejemplar de Tattletale. Tuve que desviar la vista. Cerré los ojos y me preparé para ser despedida—. Bella, esto es genio puro —dijo la voz de Margaret a lo lejos. Por un momento, aún con los ojos cerrados, me sentí confundida. Estaba segura de estar sufriendo una alucinación o, como mucho, de haber oído mal. Pero, cuando por fin abrí los ojos, parpadeé dos veces y fui recibida por una gran sonrisa que cruzaba el rostro de Margaret.

—¿Cómo? —pregunté atónita. La sonrisa de Margaret se volvió más amplia. ¿Se había vuelto loca? Quizá se trataba de aquella enfermedad de las vacas locas de la que había oído hablar.

—¡Es la mejor publicidad que podríamos tener, Bella! —dijoentusiasmada la vaca loca, golpeando con énfasis la cubierta de Tattletale—. ¡Es una maravilla! ¡Cuando nuestra revista salga el mes que viene, todo el mundo correrá a comprarla para enterarse de tu romance con Edward Cullen! No es lo que hubiera esperado de ti, Bella, pero me encanta.

No pude devolverle la sonrisa: estaba pasmada.

—Pero no hice nada —dije por fin. Era demasiado surrealista como para creerlo. Fruncí el ceño y la estudié consternada.

—Oh, Bella, no tienes que ser modesta conmigo —dijo Margaret, acallando mis palabras—. Tengo que admitir que me siento un poco decepcionada de haber recibido la primicia por este pasquín, pero de todas formas, ¡qué buena manera de conseguir que el nombre de Mod esté en todas partes! Ya he recibido llamadas de algunos de los mayores inversores de la compañía y todos están enormemente intrigados.

—Fantástico —dije con un hilo de voz. Estaba desconcertada. Me esforcé por esbozar una leve sonrisa.

—¿Sabes lo que eso significa? —preguntó Margaret, inclinándose hacia delante con codicia. Meneé lentamente la cabeza. Ella se pasó la lengua por los labios y me sonrió—. Significa que vamos a superar a Cosmopolitan, Bella. Por primera vez en la historia de Mod. Nuestro número de agosto va a tener una circulación superior a la de Cosmopolitan. Gracias a tu aventura con Edward Cullen, vamos a vender como pan caliente.

—Pero... —intenté formular una respuesta, pero mi cerebro no parecía capaz de conectarse con mi boca.

—Has hecho tan buen trabajo que he decidido darte otro aumento —dijo Margaret radiante. Comencé a protestar, pero me interrumpió—. Ojalá más de mis redactoras tomaran iniciativas como la tuya, Bella. Bien hecho.

Boqueé unas cuantas veces, como un pez fuera del agua, incapaz de pronunciar palabra. Luego, mientras Margaret me hablaba de cifras de ventas, amoríos con celebridades y su idilio pasado con Robert Redford, mantuve la boca cerrada. Me quedé allí, sentada y aturdida, hasta que terminó. Valientemente intenté negarlo todo una vez más, pero luego guardé silencio, mientras ella pasaba por alto mis palabras, quitándoles importancia con una risa cristalina.

Cuando finalmente me acompañó hasta la puerta de su despacho, pidiéndome que siguiera haciendo tan buen trabajo, estaba completamente estupefacta.

 

 

—Oh, Dios santo. ¿Estás bien? —quiso saber Alice, saliendo precipitadamente de su cubículo para abrazarme en el corredor, mientras yo caminaba de vuelta hacia mi escritorio como una zombi. No respondí de inmediato porque todavía estaba bajo el efecto de la sorpresa. Alice tomó mi silencio y mi comportamiento como indicaciones de lo peor—. ¿Te ha echado? ¿Lo ha hecho? Dios, Bella, no hay derecho... Ahora mismo voy a presentar la dimisión —dijo. Se la veía muy enfadada y protectora, y se inclinó para darme otro fuerte abrazo.

—No —dije por fin. Me sentía como si estuviera caminando entre la niebla.

—¿No qué? —preguntó Alice confundida—. ¿Te encuentras bien?

No le contesté. Miré hacia abajo y luego otra vez a Alice.

—No, no me ha despedido —dije finalmente. Vi cómo alzaba las cejas sorprendida.

—¿Qué ha pasado, entonces? —preguntó. La respuesta todavía me confundía.

—Me ha aumentado el sueldo —dije despacio—. No sé qué ha pasado.

 

 

A eso de mediodía dejé de responder las llamadas, porque todas eran de periodistas que buscaban la «verdadera» primicia de mi affaire con Edward Cullen.

A la hora de almorzar me di cuenta de que las llamadas eran mucho más que una simple molestia. Ninguna de las docenas de personas que me habían telefoneado me tomaba en serio. En el espacio de unas pocas horas, había pasado de ser una periodista respetable —aun cuando Mod no fuera un bastión del gran periodismo—, a una cualquiera que había procurado subir a la escalera de la fama y que había tenido la suerte de encontrarse a Edward Cullen en el primer peldaño.

Era mi mayor temor hecho realidad. Siendo la reportera más joven de la revista, siempre me había preocupado que la gente pensara que había llegado allí acostándome con alguien. Ciertamente, ése era un patrón que se había repetido muchas veces en nuestra empresa y en otras revistas femeninas o de variedades. En otras áreas del mundo de los negocios, las mujeres a veces procuran llegar a la cima acostándose con sus jefes. En el mundo de las revistas era igualmente efectivo acostarse con alguna celebridad ajena a la revista —un actor, un político, una estrella del rock— y dejar que fuera él quien tirara de los hilos.

Y ahora el mundo estaba convencido de que ése era mi caso. Había tenido siempre tanto cuidado de comportarme bien..., y ahora parecía como si todo lo hubiese conseguido con la ayuda de Edward Cullen en lugar de hacerlo con mi propio esfuerzo. Durante el almuerzo, que tomé sola en mi escritorio, no sin antes desconectar el timbre del teléfono de sobremesa y apagar el móvil, pensé en Edward Cullen y me pregunté si ya habría visto la edición de ese día de Tattletale.

Probablemente debía de estar furioso conmigo. Me mordí nerviosamente la uña del dedo índice. Se sentiría indignado, porque no salía con mujeres como yo. Bueno lo más seguro es que no lo hiciera. Y ahora, probablemente, estaría pensando que lo llevé al lavabo de caballeros sólo para conseguir una buena foto para la portada de Tattletale.

De todas formas ¿qué más me daba a mí que se enfadara? Me había mentido y lo más probable era que anduviera por ahí acostándose con una actriz casada. Pero no podía quitármelo de la cabeza.

Consciente de que estaba respirando agitadamente, abrí el cajón de mi escritorio y lo revolví hasta encontrar la libreta donde había tomado las notas de la entrevista de Edward el sábado anterior. Pasé las páginas hasta encontrar el número de móvil que me había dado. Había jurado no usarlo, pero se trataba de una emergencia. Tenía que decirle que la historia de Tattletale no había sido idea mía.

Con nerviosismo marqué el número, dándome cuenta de que tenía el código de área de Boston en vez del de Los Angeles o el de Manhattan.

El teléfono sonó dos veces y el tiempo se me hizo eterno. El corazón me latía desbocado, me sudaban las manos y tenía la boca seca. Tal vez no debía llamarlo. ¿Y si colgaba?

—¿Diga? —contestó al tercer tono una voz femenina, que sonaba a dormida. Me quedé demasiado asombrada para decir algo. Miré el teléfono para ver si había marcado correctamente. Sí, era el número correcto—. ¿Diga? —repitió la voz, en un tono ya algo molesto.

—Esto... hola —dije finalmente—. Quisiera hablar con Edward.

¿Por qué me atendía una mujer, si era su teléfono? Y lo más importante, ¿por qué eso me hacía sentir celosa?

—¿Quién pregunta por él? —me soltó la mujer del otro lado.

—Bella Swan —respondí con timidez. Hubo un silencio en el otro extremo de la línea. Finalmente la mujer emitió una risa baja y profunda.

—Vaya, ¿y si en realidad no fueras Bella Swan? —preguntó, con lo que pareció un deje de ira—. Soy Jane, la agente de Edward. Me conoces, ¿verdad?

Tragué saliva y empecé a sudar. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Por qué era ella la que contestaba su teléfono móvil? Por lo visto tenía yo razón y las fotos de Tattletale en las que aparecían ella y Edward significaban lo evidente. En ese momento me sentí como una idiota. Parecería que lo llamaba porque me había encaprichado de él o algo así.

—Hola, Jane —dije, tratando de mostrarme lo más amable posible—. Mira, sólo llamaba a propósito de...

Tattletale —me interrumpió Jane, completando la frase por mí.

—Sí, yo...

—Iba a llamarte precisamente por lo mismo —dijo con soltura—. Pero veo que te has adelantado.

Su tono de voz no me permitía adivinar qué estaba pensando. Era completamente neutro e inexpresivo.

—Llamaba para disculparme con Edward —tartamudeé—. Juro que no tengo nada que ver con todo eso. Entre Edward y yo no pasó nada, y quiero que él sepa que...

Volvió a cortarme en seco:

—Edward y yo acabamos de despertarnos, Bella —dijo Janecomo si tal cosa. El alma se me cayó a los pies—. Está en la ducha, de modo que ahora mismo no puede ponerse. Además creo que ya has tenido demasiado que ver con Edward Cullen.

—Pero... —comencé a protestar débilmente. Dios, ¡se habían acostado juntos!

—Creo que él sacará las conclusiones pertinentes sobre ti —continuó—. En cuanto a mí, te agradecería que te abstuvieras de volver a llamarnos.

—No, Jane, no lo entiendes —dije rápidamente—. Juro que no tuve nada que ver en eso. Déjame explicártelo...

—No, voy a ser yo quien te lo explique —replicó, y de pronto capté en su voz un tono amenazador—. Estoy muy molesta contigo. Estoy molesta por tu intento de sacar tan descarada ventaja de mi generosidad, al concederte una entrevista con Edward. Más te vale que tu articulito en Mod sea perfecto, porque de lo contrario mis abogados te perseguirán mucho más rápido de lo que puedas imaginar.

—Pero...

—Ahora escúchame —añadió, interrumpiéndome de nuevo con una voz intencionadamente pausada—. No vuelvas a llamarnos, ni a mí, ni a Edward. No puedo imaginar a una periodista que se haya comportado menos profesionalmente; la verdad es que has logrado que me cabree. Si vuelves a llamarnos a cualquiera de los dos, haré que te arrepientas de ello, ¿comprendido?

—Pero...

—Edward Cullen ni siquiera miraría dos veces a una mujer como tú —dijo entre dientes—. Buenos días, señorita Swan.

Y cortó antes de que pudiera añadir una palabra. Me quedé sentada y atónita durante unos minutos. No tenía la menor idea de qué podía hacer.

Edward Cullen me odiaba. Estaba segura de ello. Y, después de todo, resultaba que sí se acostaba con Jane. ¡Qué desastre! Había empezado a creer que era posible que me hubiese dicho la verdad. Pero debería haberlo imaginado.

Traté de no llorar, pero no lo conseguí. Era demasiado para una única persona en una misma mañana.

 

 

Pasadas las cuatro de la tarde, los incontables mensajes de varios periodistas y productores habían llevado mi paciencia hasta el límite. Hice lo que habría debido hacer una semana atrás. Me armé con toda la furia que había acumulado en el transcurso del día y, sin decir nada a nadie, me fui directamente al departamento de moda en busca de Tanya.

—Pero bueno, mirad quién está aquí —se burló cuando entré en su oficina.

Vestía un pantalón negro y tacones de más de siete centímetros. Cuando entré, tenía sus largas piernas estiradas y los pies sobre el escritorio.

—¿Qué demonios estás haciendo? —le grité sin tapujos. Mi voz sonaba como si no fuera mía, pero una vez más tampoco yo me sentía como si fuese yo.

Tanya me miró de arriba abajo y una sonrisa apareció en sus labios (que parecían haber recibido una reciente inyección de colágeno). Lentamente puso las piernas en el suelo. Yo apretaba y aflojaba los puños alternativamente.

—No sé de qué estás hablando —dijo con expresión de pretendida inocencia. Con pereza extendió un largo y perfectamente cuidado dedo y presionó el botón del intercomunicador.

»Irina, Kate —continuó, mirándome con una sonrisita—. Acercaos a mi oficina. No vais a creer quién está aquí. Es la nueva chica de Tattletale. —Levantó el dedo del intercomunicador y me miró pensativa—. Ciertamente, no tienes el aspecto de ser la chica del momento —añadió con una sonrisa ladina.

—Vete a la mierda —le espeté. Estaba tan enfadada que me costaba respirar.

Tanya enarcó una ceja fingiendo sorpresa.

—¿Cómo? ¿Insultos saliendo de la boca del nuevo amor de Edward Cullen? ¡Qué poco apropiado!

Justo entonces Kate y Irina aparecieron en la puerta de entrada, tan juntas que parecían siamesas. Como su audaz líder, ambas estaban vestidas de pies a cabeza de negro, Irina con ropa de Prada, y Kaye con Escada. Me pregunté si Tanya las llamaba cada mañana para coordinar qué ponerse. Eso explicaría por qué siempre llegaban tarde a la redacción, casi siempre luciendo como si acabaran de salir de la modista.

—¡Bella! —exclamó Kate—. No nos lo podíamos creer...

—... Cuando te vimos en Tattletale —apuntó Irina.

—Fue una sorpresa para todas nosotras —dijo Tanya con una sonrisita—. Nunca hubiéramos esperado algo así.

—¡Ya basta! —exigí, sintiendo que mi cara se ponía roja de furia—. ¿Acaso parezco estúpida? Sé que fuiste tú quien lo hizo.

—¿Qué? —dijo Tanya, de nuevo fingiendo sorpresa—. Moi?¿Y por qué piensas eso?

Kate e Irina se habían puesto a los lados de Tanya. Por un momento, al mirarlas, con sus uniformes negros de diseño a juego, me recordaron a aquellas fotos de Saddam Hussein y sus dos malvados hijos.

—No sé por qué... —respondí—. No sé por qué lo has hecho. Celos, tal vez.

—¿Yo? ¿Celosa de ti? —La risa de Tanya sonó fría y cruel. Inmediatamente la siguieron las risitas sin vida de sus dos discípulas.

—Entonces, ¿por qué me persigues? —le pregunté. Comenzaba a sentirme superada de nuevo. Me hacía recordar una situación propia de la escuela primaria y tuve un repentino recuerdo de los chicos populares tomándome el pelo y de haber sido excluida de los deportes. Tanya volvió a reír.

—Yo, yo, yo... —dijo en tono burlón—. Me parece que todo esto está en tu cabeza. El universo no gira en torno a ti, querida Bella. Sólo porque haya pasado algo no significa que la tenga tomada contigo.

—¿Por qué entonces? —repetí.

—Estás jugando con fuego —dijo Tanya, inclinándose un momento hacia delante, con voz baja y amenazadora—. Y vas a quemarte a menos que aprendas a retirarte.

Irina y Kate asintieron, de acuerdo con ella, mientras Tanya volvía a reclinarse y adoptaba una expresión satisfecha.

—¿De qué hablas? —pregunté. Podía escuchar mi voz acercarse a la de una soprano—. No estoy jugando con nada. Nunca lo he hecho. Si no recuerdo mal, tu prima se estaba acostando con mi novio. Sabes tan bien como yo que no me he ido a la cama con Edward Cullen.

—Pues a mí no me parece que haya sido así —dijo Tanya sonriendo de manera cómplice. Irina y Kate ahogaron una risita.

Puse los brazos en jarras.

—Es mejor que lo dejemos aquí —dije finalmente. Me sentí repentinamente cansada—. De acuerdo, estabas molesta conmigo por la ofensa que imaginas que te hice. Pero ahora estamos en paz. Lo que creas que te hice seguramente ha quedado saldado con esto.

—Sigo sin saber de qué hablas —repuso Tanya maliciosamente.

—Acabemos ya con esto —dije cansada—. Hablo en serio. Ya tienes lo que querías. Ya me has hundido. Bien por ti. Misión cumplida.

Tanya y yo nos miramos a los ojos y entramos en una especie de competencia juvenil de miradas. Sentí que algo de mi rabia se iba agotando. Aquello era ridículo. Éramos mujeres adultas y estábamos comportándonos como niñas.

—Déjame en paz, Tanya —dije finalmente—. Me mantendré fuera de tu camino si tú te mantienes fuera del mío.

—Trato hecho —contestó ella con voz gélida.

Cuando me volví para marcharme me llamó de nuevo.

—¡Oh, Bella! ¿Quieres que le dé tus saludos a Jacob? —preguntó.

Me quedé inmóvil, pero no me volví para mirarla.

—Viene a cenar esta noche a casa de mis padres —continuó—. Mi prima ha pensado que ya era hora de presentarlo a la familia.

Sus palabras me golpearon como una fría bofetada en la cara.

—Sí, dale mis saludos —dije fríamente sin volverme. No podía. No debía.

Me alejé dejando a Tanya y a sus esbirras en el extraño y pequeño mundo del cual no quería formar parte.

Capítulo 17: CAPITULO 17 Capítulo 19: CAPITULO 19

 
14437656 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios