Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
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Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 9: La Boda.

Bella se estiró con languidez, sintió el tirón de músculos no ejercitados, la sensación que aún conservaba de haber tenido una relación sexual vigorosa, y cerró los ojos ante el torrente de recuerdos que le inundaba la mente. Lo seguía sintiendo dentro de ella: su huella, el tacto de su boca, sus manos… La excitación sexual, el sexo embrujador e increíblemente sensual. Porque eso era lo único que había habido. La unión física de dos personas en armonía sexual.

«Levántate, date una ducha, vístete y enfréntate al nuevo día», se ordenó a sí misma mientras se levantaba con rapidez y se dirigía al cuarto de baño. Se puso unos pantalones, una camiseta de algodón y unas sandalias de tacón, se recogió el pelo en una cola de caballo y bajó a desayunar. Edward ya se había marchado.

—Tenemos que ir de compras —le informó Spence al entrar en la habitación, justo cuando ella terminaba de tomar café.

—¿Bromea? ¿Otra vez?

—Son instrucciones de Edward —dijo con una leve inclinación.

En ese caso, ¿quién era ella para discutir?

—Y tenemos que ir a ver a Jacob —añadió mientras se levantaba.

—Hay que estar de vuelta a las tres como muy tarde. La ceremonia tendrá lugar a las cinco.

La boda. ¡Cielo santo! Al final del día sería Bella Cullen… por segunda vez.

—Desde luego —¿era ésa su voz? Parecía tranquila, a pesar de que creía que le iba a dar un ataque de nervios, sensación que no disminuyó a medida que avanzó el día. Si acaso, empeoró, hasta tal punto que fue incapaz de comer, pues no podía tragar los alimentos. No le resultó de mucha ayuda que Jacob estuviera fuertemente sedado para controlar el dolor y que mantuviera largos silencios a causa de las medicinas.

Durante todo el día, alternó conversaciones estúpidas con silencios prolongados. Necesitaba apoyo, pero no tenía nadie a quien acudir, ni siquiera al hombre que pronto sería su esposo. La boda no le resultaba lo suficientemente importante como para hacer concesiones, salvo la de indicarle, a través de Spence, que llegarla antes de lo habitual. Nunca se había sentido tan sola.

Al volver a casa, todo estaba dispuesto sobre la cama, por lo que agradeció a María su amabilidad.

—He guardado todo menos esto —el ama de llaves le entregó un sobre grande—. Estaba en una de las bolsas de viaje y lleva escrito su nombre.

Bella frunció levemente el ceño antes de comprender: eran los documentos legales que el abogado de Edward le había dado como prueba de la compra de la empresa de su padre. Abrió el sobre y extrajo los documentos. Fechas… No necesitaba leer la jerga legal. A pesar de lodo, lo leyó por encima y sintió que se le revolvía el estómago al darse cuenta de que Charlie le habla mentido. Cerró los ojos. Si su padre habla mentido sobre aquello, ¿qué otras mentiras le habría contado? ¿Cómo había podido hacerle eso? Llegar a tales extremos. La cabeza comenzó a darle vueltas ante lo que aquello suponía.

Tenía que recobrar la compostura porque faltaba poco más de una hora para la boda. Y debía ducharse, peinarse, maquillarse y vestirse. Eran casi las cuatro y media cuando se puso el vestido de color crema y trató de subirse la cremallera.

—Deja que te ayude —dijo Edward, y sus dedos rozaron los de ella al hacerlo.

Andaba con pasos felinos, pues no lo había oído entrar en la habitación. Edward hizo que se diera la vuelta para estar frente a él. Entrecerró los ojos al ver su pálido rostro y la tensión interior que traslucían sus ojos azul zafiro.

«No me vayas a decir algún tópico ni me toques», rogó Bella en silencio, pues se sentía muy frágil. Si hacía cualquiera de las dos cosas, caería a sus pies hecha pedazos.

—Dame veinte minutos para ducharme, afeitarme y vestirme. Luego, bajaremos juntos.

Nunca iba a ser el momento adecuado, pero tenía que decírselo.

—Te debo una disculpa.

Él se detuvo y ella habló deprisa.

—La oferta de compra. Las fechas. Mi padre mintió —temblaba de arriba abajo—. Lo siento.

—Acepto las disculpas —dijo en voz baja, antes de quitarse la chaqueta y los zapatos y desparecer por la puerta del cuarto de baño.

Tardó en salir diecinueve minutos. Bella los fue contando por puro nerviosismo.

Spence, María y Josef, junto a la persona que los casaría, los esperaban en el salón. Sobre una mesita cubierta con un mantel de lino había varios ramos de rosas y una vela sin encender. Una vez acabada la introducción, el oficiante pronunció las palabras que unían legalmente a Bella y Edward como marido y mujer. La ceremonia terminó con el intercambio de anillos. Bella se quedó sin respiración cuando él le puso un anillo con un gran diamante, porque era el mismo con el que habían sellado su primer matrimonio, al igual que lo era el anillo que le dio para que se lo pusiera a él. ¿Los había conservado? ¿Por qué?

Edward inclinó la cabeza y rozó ligeramente sus labios. En aquel momento, la mirada de Bella se fundió con la suya durante unos interminables segundos, con el intenso deseo de adivinar algo en la expresión masculina que insinuara que sentía los votos que acababan de hacer, que la pasión que habían compartido la noche anterior era algo más que buen sexo.

En aquel momento, Bella recordó la sensual posesión. Sintió una explosión de excitación instintiva cuando su mente le proporcionó una vivida imagen. Él lo sabía. Bella podía adivinarlo por el brillo de sus ojos oscuros, tan cerca de los suyos. ¿Era satisfacción masculina por recuperarla como su esposa? ¿O la culminación de su venganza? Sospechaba, por desgracia, que se trataba de ambas cosas.

Encendieron juntos la vela, firmaron el certificado de matrimonio y dieron las gracias al oficiante. Spence les sirvió champán e hizo un brindis mientras María pasaba una bandeja de canapés. Al cabo de un rato, que a Bella le pareció muy corto, todos se marcharon discretamente

—He reservado una mesa para cenar a las siete —Edward le quitó la copa de la mano y la depositó junto a la suya.

¿Cenar?, ¿iban a cenar fuera?, ¿otra vez?

—Es una celebración personal.

Desde luego que era personal, pero no se podía llamar celebración. Bella subió las escaleras para retocarse. Aunque, pensándolo mejor, era preferible estar en compañía de otros que una en cena íntima solos los dos. Tenía un bolso de mano a juego con el vestido, en el que metió un lápiz de labios, pañuelos y un billete.

«El dinero, cariño, es importante. Nunca salgas sin él. Sobre todo en compañía de un hombre», casi podía oír la sabia reflexión de las ultimas palabras de su madre. «Dinero por si te enfadas, dinero para un taxi», reflexionó Bella mientras bajaba.

El Aston Martin fue el medio de transpone elegido por Edward aquella noche. Su destino era un selecto hotel, el Ritz Carlton de Double Bay, cuyo restaurante ocupaba uno de los primeros puestos en la lista de los lugares en que había que dejarse ver. ¿Era ésa la intención de Edward?

El maître los condujo a una mesa apartada. Eward habló con el encargado de las bebidas, estudiaron el menú y pidieron lo que deseaban. La comida era exquisita, presentada de manera artística y acompañada de un buen vino. Los comensales eran personas atractivas, elegantemente vestidas y dispuestas a pagar para aparentar.

Era difícil que Edward se creyera todo aquello. Para él era un juego, un reto permanente el hecho de que lo percibieran como el hombre en que se había convenido, la prueba de que la riqueza conquistaba casi todo. Sin embargo, la esencia del joven que había sido en las duras calles de Nueva York seguía allí, oculto bajo la imagen sofisticada que había adquirido. Resultaba evidente en la dureza de su mirada y en el salvajismo que conseguía mantener a raya, pero que, a veces, se revelaba en la aterradora inmovilidad de su cuerpo. Bella había sido testigo tres años antes, cuando había elegido a su familia y le habla devuelto el anillo. Edward sabía ejercer control sobre sí mismo, pero la amenaza oculta seguía ahí.

—¿Me han salido cuernos de repente? —le preguntó en tono burlón.

—Pues aún no lo he decidido —le dijo sosteniéndole la mirada.

—Y no vas a tomar una decisión en breve.

—No.

No se sentía eufórica al volver a la vida social, ni siquiera como su esposa. La perspectiva de tener que fingir no la seducía, porque saber que las sonrisas y la cordialidad eran tan falsas como su matrimonio era la prueba de que casi toda su vida se iba a basar en una mentira.

—A pesar de todo, te sugiero que sonrías.

—¿Por algún motivo especial?

—Porque hay un fotógrafo buscando una buena exclusiva.

—¡Qué delicia!

—Finge amabilidad.

—No pensaba hacer otra cosa… —le aseguró— en público —añadió.

Llegó el momento de la foto, y cuando el compañero del fotógrafo observó los anillos de boda, los felicitó y se dedicó a garabatear un rato en su bloc. Al día siguiente, la noticia de que se habían vuelto a casar aparecería en las páginas de sociedad de los principales periódicos de la ciudad. Bella espetó hasta que los periodistas se alejaron lo suficiente.

—¿Ha sido un montaje, Edward?

—No.

¿Podía creerle? ¿Importaba que lo hiciera?

—Ha sido muy oportuno —continuó en tono burlón, apenas disimulado—, ya que mañana tenemos que aparecer juntos en un acto para recaudar fondos para una organización caritativa.

La idea de volver a acudir a actos sociales, después de un largo paréntesis, la atemorizaba un poco.

—¿Se trata de una información previa para alimentar las habladurías?

—Supongo que sí —afirmó después de dejar los cubiertos en la mesa.

No cabía la menor duda. Los labios de Bella dibujaron una sonrisa, pero no había humor en su mirada.

—Estupendo.

—Te acostumbrarás.

Claro que lo haría. Pero conservaba recuerdos muy vívidos de la caída de su padre en la escala social. Las cenas se pospusieron, después se cancelaron, y las invitaciones fueron cada vez más escasas hasta desaparecer por completo. Los amigos de muchos años ya no quisieron que los relacionaran con Charlie Swan ni con sus hijos. Aquella experiencia le había demostrado que la vida consistía en sobrevivir en un mundo regido por la realidad.

Bella tomó un sorbo de vino y depositó la copa en la mesa con mano firme. Recaudar fondos para una organización caritativa era algo que atraía a la clase alta. Las mujeres competían por llevar el mejor vestido de noche o las joyas más hermosas, y se pasaban todo el día preparándose para el evento.

—Tengo que añadir un traje de noche a mis compras.

—Ocúpate de hacerlo mañana —le sugirió mientras se recostaba en la silla y la miraba fijamente.

—Adquirir una esposa como si fuera un trofeo puede resultar caro.

—Si hubiera querido un trofeo, no estarías aquí —entrecerró ligeramente los ojos.

Lo que implicaban sus palabras le heló la sangre, ante la imagen de una nueva ciudad, una nueva identidad para ella y Jacob y una vida con miedo constante a que los matones de los prestamistas los encontraran.

Bella apartó el plato; había perdido el apetito. No tenía respuesta para aquello, por lo que respiró aliviada ante la llegada del camarero para servirles café. No era tarde cuando salieron del restaurante. Mientras el coche se deslizaba casi sin ruido por las calles le resultó imposible no recordar la primera noche de su boda anterior. Una cena en la que se habían dado el uno al otro trocitos de comida, ajenos a todo y a todos. Habían caminado descalzos por la arena blanca de la playa Waikiki saboreando cada momento hasta volver a su habitación para hacer el amor toda la noche. Fue mágico. El sonido lejano de las olas, la suave música de fondo de la orquesta del hotel… Le había entregado su alma y su cuerpo. Lo había amado. Y había creído que era correspondida. Nada importaba entonces. Hasta que intervino la realidad y había elegido equivocadamente. Pero, ¿había una elección correcta?

En aquellos momentos volvía a estar con el hombre que le había robado el corazón. Pero nada era igual. Esa vez, el motivo era la venganza, no el amor. «¿Y el tuyo? ¿Es la supervivencia tu único motivo?», le preguntó una voz en su interior.

Las luces se encendieron cuando Edward utilizó el control remoto para abrir la verja que protegía la entrada de su casa. La luz, activada por sensores, iluminó el porche y el interior.

—¿Champán? ¿Café?

Los pasos de Bella no vacilaron al cruzar el vestíbulo y dirigirse hacia la escalera.

—No, gracias.

Tal vez la siguiera; o tal vez no. Daba igual, y Bella no miró hacia atrás al entrar en la suite.

La noche de su primer matrimonio, Edward la había llevado en brazos a la habitación del hotel, le había dado fresas bañadas en chocolate y mojadas en champán y, después, con un cuidado infinito, la había desvestido, se había quitado la ropa, y la había guiado con suavidad en el arte de hacer el amor.

Bella se quitó el vestido y se dirigió al cuarto de baño. Sólo tardó unos minutos en completar el ritual nocturno, desvestirse del todo y ponerse una bata. Al salir, la habitación estaba vacía. Puso la televisión, buscó un programa interesante y se sentó a verlo. Era un documental que la absorbió hasta el punto de perder la conciencia del paso del tiempo.

—¿No puedes dormir?

Bella dio un respingo y se volvió para mirarlo. No se había dado cuenta de que hubiera entrado ni de que se hubiera desvestido y puesto un pijama.

—¿Cuánto llevas aquí?

—Unos minutos —la tomó en sus brazos con un rápido movimiento y se sentó con ella en el regazo.

—¿Qué haces? —trató de librarse de sus brazos, pero fracasó.

Edward le puso la mano en el hombro y la atrajo aún más hacia sí.

—¿Tengo que contestarle a eso?

Sintió la calidez de su palma al introducirse por debajo del camisón para tomar uno de sus senos. El corazón se le aceleró, y maldijo en silencio el efecto que aquel hombre provocaba en ella. Y, peor aún, era evidente que él se daba cuenta. Qué fácil sería alzar su rostro hacia el de él, acariciarle el cuello con los labios y luego buscar su boca. Dedicarse a una exploración mutua.

¡Qué estúpida! El pasado y el presente no se mezclaban. La primera vez, el amor había sido lo importante. En aquellos momentos, no tenía nada que ver.

Quedarse allí sentada sin hacer nada era imposible, por lo que le agarró la muñeca para tratar de liberarse. En vano.

—Deja que me levante.

—¿No estás cómoda?

—No juegues conmigo—sus ojos azules lo miraron con furia.

—¿Crees que esto es un juego?

—¡Sí! —su ira aumentó, y lo maldijo en silencio.

La tomó por la barbilla y la inclinó hacia él para atrapar su boca con un beso que tuvo efectos devastadores e impidió cualquier protesta que tratara de emitir. Bella trató de darle un puñetazo a ciegas, sin resultado. Edward despegó la boca de la suya unos instantes para lanzarse, después, a una decidida invasión sensual, atormentándola y acariciándola sin descanso hasta que ella cedió con un gemido casi inaudible y comenzó a responder.

Hasta que Bella no sintió el colchón bajo la espalda no se dio cuenta de que se habían trasladado a la cama, y se quedó inmóvil durante unos segundos antes de entregarse a la excitación y la pasión, a gozar de sus caricias y de su respuesta extasiada a ellas.

Un rato después, le fue imposible resistir el deseo de comprobar la capacidad de control de Edward y de ver cómo se dejaba ir, y esperó hasta que estuvo a punto de dormirse para comenzar a explorar su cuerpo por su cuenta. Recorrió, con caricias tan suaves como el aleteo de una mariposa, los músculos compactos de su estómago, sintió su reacción, luego subió hasta uno de los pezones y lo acarició entre el pulgar y el índice antes de arañarlo ligeramente. Halló la hendidura del ombligo y lo recorrió con el dedo ames de bajar lentamente para introducir los dedos en el vello púbico. Oyó cómo Edward inspiraba débilmente y sintió la erección de su miembro. Era una parte fascinante de la anatomía masculina, tan fuerte y flexible. Un instrumento capaz de proporcionar un placer inmenso. Y sensible al más ligero roce. Sonrió furtivamente, pero se quedó inmóvil cuando una fuerte mano la agarró por la muñeca.

—Te sugiero que te detengas ahí.

La venganza resultaba muy agradable.

—Cariño —pronunció la palabra con tono burlón—, pero si casi no he empezado —hizo una pausa imperceptible—. ¿Es demasiado para ti?

De la garganta masculina salió un gemido débil… ¿o una risa ahogada? No le importaba.

—Ten en cuenta que esto sólo puede acabar de una forma —le soltó la mano.

Se convirtió en una prueba de resistencia para él, mientras ella lo provocaba y excitaba con las manos, la punta de la lengua y los dientes. Fue un delicado saludo que hizo que las manos masculinas recorrieran su columna vertebral como una advertencia silenciosa. Bella sostuvo con la mano sus testículos y los apretó un poco antes de recorrer su miembro en erección, largo e hinchado, con la punta del dedo, acariciar su extremo y juguetear con él con implacable fervor.

—Ya basta.

Edward invirtió la postura en que se hallaban y la penetró con una potente embestida que desencadenó un acoplamiento erótico y primigenio, enloquecido al llegar ambos al límite, donde se quedaron en suspenso antes de descender en una gloriosa caída libre.

¿Había gritado? Bella no se acordaba de nada más que del embrujo de un sexo increíble y de sus resultados. Edward le recorrió el cuerpo con la mano, y sintió el roce de sus labios en la sien. No quería moverse. No creía que fuera capaz de hacerlo.

Una ronca protesta salió de su boca cuando unos fuertes brazos la tomaron y transportaron al cuarto de baño para introducirla, sin soltarla, en la bañera, llena de agua aromática.

—Esto es un sueño, ¿verdad? —dijo sin molestarse en abrir los ojos.

El agua le produjo una agradable sensación, al igual que los cuidados que le prodigó Edward, la toalla suave que absorbió la humedad de su piel, el cómodo colchón y la ropa de cama. Y los brazos que la rodearon mientras durmió.

—Levántate. Son más de las diez.

Bella oyó las palabras y se tapó con la cabeza con la almohada. Protestó en voz alta cuando Edward se la quitó. Pero abrió los ojos para mirarlo. Parecía muy descansado y relajado, y muy varonil.

—Primero el desayuno —dijo Edward—, seguido de una terapia de compras.

—Ya he comprado todo lo que necesito —se retiró un mechón de pelo de la mejilla.

—Esta noche es la recaudación de fondos. Necesitas un vestido de noche.

—¡Oh, no!

—Pues sí. Pero es para una buena causa y es un acto al que tengo que ir. Spence te está esperando.

Capítulo 8: Noche de amor Capítulo 10: Recaudacion de fondos

 
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