Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219970
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 12: Festival de cine

Mientras doblaba el periódico de la mañana y terminaba de tomar café, Bella pensó que tenía que haber una razón para cada día. No hacía mucho que había deseado disponer de tiempo libre, no tener que correr de un trabajo al siguiente, ni que comer deprisa. Entonces, todos los días parecían iguales.

Dar instrucciones a María era una actividad simbólica, ya que su marido y ella tenían una rutina bien establecida que no exigía orientación ni interferencias.

Ir a comprar por comprar no resultaba muy atrayente. Además, las últimas veces se había provisto de ropa, zapatos y ropa interior para toda ocasión.

Establecer un diario social era algo que prefería posponer el mayor tiempo posible. Comenzaban a llegarle invitaciones para comidas de carácter social, unas genuinas, otras, un mero pretexto para que las esposas de los ricos de la ciudad se vistieran de gala y se reunieran.

Ya lo conocía, ya lo había hecho, ya le había dedicado tiempo a instancias de su padre, para que su rostro y su nombre aparecieran en las páginas de sociedad como la hija de Charlie Swan. La agasajaron hasta que su vida dio un giro. Entonces, los supuestos amigos comenzaron a evitarla y las invitaciones cesaron.

En aquel momento, le resultaba muy poco atrayente la idea de llenar los días con visitas regulares a la manicura, la peluquera y la esteticista.

El sonido insistente del teléfono móvil interrumpió sus pensamientos.

—Soy Spence. Quería saber si necesitará mis servicios esta mañana.

—¿Le importaría llevarme a la ciudad? —consultó el reloj—. ¿Dentro de unos cuarenta minutos?

No tardó mucho en ponerse su elegante traje de ejecutiva; una falda negra y recta y una chaqueta de bonito corte. Además de medias, zapatos de tacón, un mínimo de joyas y maquillaje; el pelo se lo recogió en un moño.

Su currículo tenía el nombre de soltera, Swan, sin la segunda parte del apellido. Era importante presentarlo personalmente en las oficinas de empleo que pensaba recorrer. Dio las gracias a Spence al bajar del coche.

—Volveré en taxi.

—No, ya hemos hablado de esto antes. Son instrucciones de Edward. Llámeme cuando haya acabado y pasaré a recogerla.

La idea de tener a Spence a su entera disposición le parecía ridícula. Sabía conducir, tenía el permiso… lo que necesitaba era un coche.

—¿Esta tarde? —aventuró Bella—. Después de visitar a Jacob en el hospital.

—¿Ha olvidado que el festival de cine extranjero comienza a última hora de la tarde?

Bella cerró los ojos y repasó su agenda. Se trataba de un estreno mundial, una película rodada en Madrid con actores españoles. Irían a verla los miembros del consulado español, diversos dignatarios y algunos críticos.

—Lo recuerdo. Hay que estar en el cine a las siete. Se servirá un cóctel. A las ocho menos cuarto hay que ocupar los asientos y a las ocho empezará la película.

Tenía que comprarse una agenda, enterarse de los actos sociales de la semana y apuntarlos. Hizo un cálculo mental. Entregar el currículo, comer, ir al hospital…

—A las cuatro en la puerta principal del hospital Si hay algún cambio, le llamaré.

—Cuídese.

—¿Eran imaginaciones suyas o aquellas palabras tenían un significado oculto?

«¡Contrólate, por Dios!», se reprochó en silencio mientras el Lexus se alejaba rápidamente.

En la primera agencia, una vez cumplidas las formalidades de rigor, insistieron en entrevistarla a primera hora de la tarde. En la segunda le pidieron que volviera una hora después. Mientras tanto se tomó un café, llamó a Jacob y estuvo curioseando en uno de los grandes almacenes de la ciudad.

Tomó una comida ligera en una cafetería y entró en la habitación de Jacob sintiéndose satisfecha porque las dos entrevistas habían ido bien; una de ellas, en concreto, había resultado muy positiva, y le habían prometido que la llamarían al día siguiente.

—Hola —Bella lo saludó con cariño—. Tienes un aspecto estupendo.

—El traumatólogo está contento, y también el fisioterapeuta —abarcó con un gesto la estancia—. La habitación es estupenda, así como el servicio, las enfermeras son amables, el dolor está controlado… —le lanzó una sonrisa pícara—. Tengo ocasión de flirtear un poco… ¿Qué más puedo pedir?

—Te he traído algunas cosas. Libros, una revista de deportes y ropa.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no iba a estarlo?

—Por Edward. Por tu boda —sus ojos expresaban una afectuosa preocupación.

—Todo ha salido bien —consiguió sonreír mientras pensaba que su hermano era muy perspicaz.

—Espero que haya sido así. Por ti —la tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella—. Gracias.

Tenía que mantener un tono desenfadado. No podía dejar que adivinara que se hallaba atrapada en un matrimonio vacío que no sabía cuánto duraría.

—¿Por salvarte el pellejo? —le indicó la pierna y los moratones que iban desapareciendo—. No ha sido fácil para ti.

—Para ti tampoco.

—Formamos un equipo.

—¿Hermanos para siempre, no?

—Exacto.

Estuvieron hablando hasta que concluyó la hora de visita. Bella miró el reloj y sacó el móvil. Minutos después, cortó la comunicación y se levantó.

—Spence viene hacia acá —se inclinó y lo besó en la mejilla—. No vayas a escalar una montaña.

—¡Ojalá!

Eran casi las cinco cuando entró en su casa. Se apresuró a subir al dormitorio para ducharse, lavarse la cabeza y secársela. Se detuvo al ver una gran caja sobre la cama. Contenía el vestido de seda color zafiro del desfile que había tenido lugar en el acto para recoger fondos. Así que Edward hablaba en serio. Era una prenda exquisita, con el tono justo para hacer juego con los zafiros de su madre, combinación que no le pasó desapercibida mientras lo colgaba en el vestidor. ¿Era ésa la razón de que Edward lo hubiera elegido?

Al salir del vestidor, su marido se estaba aflojando la corbata con una mano y desabrochándose la camisa con la otra. Verlo le hizo perder el equilibrio. Su piel aceitunada su magnífica musculatura… aquel hombre desprendía energía por cada poro de su cuerpo.

—Hola —afloraron sus buenos modales—. El vestido ha llegado mientras estaba fuera. Es precioso. Gracias.

—¿Qué tal te ha ido hoy?

¿Eran imaginaciones suyas o aquélla no era una pregunta inocua?

—Bien —¿le informaba Spence de todos sus movimientos?—. He estado en la ciudad he comido y he ido a ver a Jacob —era la verdad, aunque no toda.

—María servirá la cena dentro de quince minutos —Edward se quitó el cinturón y se desabrochó los pantalones.

Era el momento de elegir qué ponerse y peinarse. Bella se inclinó por un vestido de seda rojo con la chaqueta a juego, zapatos de tacón y alguna joya.

María había preparado paella de marisco, pero Bella apenas la probó. Pidió ensalada y optó por tomar agua en vez de vino.

—¿No tienes hambre?

—¿Acaso es un problema?

—¿Debería serlo?

—Perdona, pero voy a cambiarme y a maquillarme.

—Subiré dentro de cinco minutos.

Bella prácticamente había acabado cuando él entró. Se miró en el espejo, se puso brillo en los labios, más rimel en las pestañas, agarró el bolso y se volvió para mirarlo.

Trató de mantener la calma. Habían pasado tres años y seguía siendo tan sensible a su presencia como la primera vez que lo vio. Tenía algo, una magia intrínseca que no sabía definir, pero que excitaba sus sentidos y los descontrolaba. Tenía la facultad de poseerla, en cuerpo, alma y mente, y ella luchaba sin descanso en una batalla perdida por conservar una apariencia de equilibrio.

Aquello era una locura. El amor no estaba previsto. Sin embargo, se sentía atraída hacia él como la polilla a la llama. ¿Sobreviviría… o ardería y moriría?

«Sobrevive», le dijo una voz interior Era la única respuesta posible.

—¿Nos vamos? —preguntó con voz fría y una sonrisa ensayada, y vislumbró que algo se alteraba en aquellos ojos oscuros cuando él se puso a su lado.

El vestíbulo del cine estaba lleno de gente cuando entraron, y Bella sintió la calidez habitual al pasarle Edward el brazo por la cintura. ¿Era posesión de propietario, protección o exhibición? Mientras adoptaba su papel y elevaba el rostro hacia él con una deslumbrante sonrisa, se dijo que no le importaba.

—La velada promete, querido.

—Sin duda —sonrió levemente.

—Es un reto —continuó en voz baja—, si tenemos en cuenta que mis conocimientos de español son muy limitados.

—Estoy seguro de que recordarás algunas palabras importantes.

Su voz era infinitamente sensual, y una sensación familiar hizo que ella se estremeciera.

¡Maldito fuera! Estaba jugando adrede, evocando emociones y recuerdos que Bella había intentado olvidar con todas sus fuerzas.

—¿Palabras que se dicen con facilidad en un momento de exaltación? —preguntó ella.

—Ten cuidado —le advirtió en voz baja. Quería zarandearla y casi lo hizo—. Al final de la velada te tengo que llevar a casa.

—¿Es una amenaza o una promesa?—estaba jugando con fuego, lo sabía. Pero sonrió aún más.

—Tú eliges.

Capítulo 11: Jugar Sucio Capítulo 13: Fin de la velada

 
14438671 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10756 usuarios