Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219939
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 6: Compras

Bella se despertó. Los rayos del sol se filtraban por las cortinas, y supo que estaba sola en la inmensa cama. Miró rápidamente el reloj y se levantó corriendo. El hospital… Había prometido a Jacob que estaría allí antes de que lo llevaran al quirófano. Decidió que no desayunaría, ya tomaría algo después.

Ropa: unos pantalones vaqueros, una camiseta y una chaqueta. El pelo recogido en un moño sujeto con un pasador, un mínimo de maquillaje y carmín… Al salir del cuarto de baño, se encontró con Edward que se hacía el nudo de la corbata. Bien vestido con un traje impecable, parecía, de pies a cabeza, el típico ejecutivo, aparte de poseer un atractivo enorme para la paz espiritual de cualquier mujer. Sobre todo la suya.

—Tenías que haberme despertado —era casi una acusación.

—¿No me das los buenos días? —su acento neoyorquino sonaba burlón.

—Gracias a ti, voy a llegar tarde —le lanzó una mirada enojada.

—María te ha preparado el desayuno.

—No…

—He llamado al hospital. A Jacob no lo llevarán al quirófano hasta las nueve.

—…tengo tiempo de desayunar—concluyó.

—Sí tienes —la miró con detenimiento y observó su fina estructura ósea. ¿Cuántas comidas se habría saltado?—. Spence te llevará.

Bella abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.

—Es parte de su trabajo —sacó un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta y se lo entregó—. Es tuyo. Los números fundamentales ya están introducidos.

Bella lo metió en el bolso y miró con recelo el puñado de papeles que sacaba Edward.

—En la solicitud de licencia matrimonial se necesita tu firma.

Edward le dio una pluma y le indicó dónde firmar. Luego le entregó un documento.

—Es una copia del contrato prematrimonial para que te la leas. Tienes una cita con mi abogado a mediodía para que firmes el original.

Se le hizo un doloroso nudo en el estómago. Ya se había encargado de realizar todas las formalidades. Pero no tenía ganas de agradecérselo.

—Supongo que habrás fijado la fecha de la boda —tenía que conservar la calma.

—Mañana. La ceremonia tendrá lugar aquí en casa.

—Mañana —tenía un nudo en la garganta.

Sacó de su maletín varias notas y se las dio.

—Esta mañana abriré una cuenta corriente a tu nombre y solicitaré una tarjeta de crédito. Spence te pasará los papeles necesarios.

—¿No temes que me fugue? —la pregunta le salió con más ligereza de la que pretendía.

—Te advierto que no llegarías muy lejos.

—He hecho un trato —dijo mientras sentía un profundo escalofrío—. Hay demasiado en juego para que no lo mantenga.

—Hasta esta tarde —tomó el maletín con una mano y el ordenador personal con la otra.

—A última hora —especificó Bella, y como él alzara una ceja añadió una explicación—. Jacob, el hospital…

—Spence te llevará.

—Puedo ir en transporte público.

—De ninguna manera —había una dureza subyacente en su voz.

—¿Por qué no? —quería cierto grado de independencia.

—¿Quieres pelea? —le lanzó una mirada abrasadora.

—Sí —le sostuvo la mirada.

—Hablaremos en la cena.

—De acuerdo —sin añadir nada más, bajó las escaleras a su lado, pero no lo volvió a mirar cuando llegaron al vestíbulo y se separaron en direcciones distintas. Buscó el comedor y saludó a María con una sonrisa.

Zumo de naranja, café, cereales, fruta, huevos… el desayuno era un festín. La tentación era tan fuerte, que probó un poco de cada cosa. Llevaba años engullendo a toda prisa el desayuno, ya que tenía que tomar el tren. Sentarse y saborear los alimentos sin tener que salir corriendo era algo fuera de lo común. Cuando estaba terminando de tomarse el café, apareció Spence. Agarró el bolso y lo siguió hasta el coche. Era la hora punta, por lo que tuvieron que ir muy despacio. Aunque tenía miles de preguntas, sólo le hizo una.

—¿Conoció usted a Edward en Nueva York?

—Sí. Estuvimos juntos varios años. Cuando le manifesté mi intención de trasladarme a Australia, me pidió que me encargara de su seguridad.

¿Habrían trabajado juntos en las calles, al margen de la legalidad? ¿Habrían progresado y ascendido por pura suerte y jugándose el pellejo, antes de cambiar los negocios poco claros por otros legales? ¿Habrían corrido riesgos que nadie en su sano juicio aceptaría, arriesgado la vida por el deseo de triunfar? Que Edward Cullen hubiera alcanzado la cima del éxito no era un hecho desdeñable.

—Le pidió que se encargara de que su vida transcurriera sin contratiempos —era una afirmación, no una pregunta.

—Supongo que se podría decir así —se rió sordamente.

La seguridad abarcaba toda una gama de posibilidades, dos de las cuales eran ser guardaespaldas y chofer.

Casi eran las ocho y media cuando Spence detuvo el coche frente a la entrada principal del hospital.

—La espero aquí dentro de tres cuartos de hora. Edward me ha dicho que vayamos de compras hasta que tenga usted que acudir a la cita con su abogado.

¿Ir de compras? ¿Con él?

—¿Me toma el pelo?

—¿Tiene algún problema en que la acompañe? —preguntó sin alterarse.

—No si está autorizado a usar la tarjeta de crédito de Edward  —Bella miró el reloj y le dedicó una sonrisa deslumbrante—. A las nueve y cuarto.

Tardó escasos minutos en llegar al piso superior y hallar la habitación de Jacob. Era individual y con vistas.

—Hola—Bella lo besó en la frente.

—Ya estás aquí.

Tenía la voz soñolienta y la ligera ronquera propia de quien está sedado. A Bella le dio muchísima pena. Era todo lo que tenía. La única persona que la había apoyado sin condiciones desde la muerte de su madre. Juntos habían compartido la aflicción, sobrellevado la desesperación y tratado de recuperar un mínimo de dignidad después de la desgracia de Charlie. Y después, cuando conocieron la sórdida realidad de la pobreza. Jacob había renunciado a lodo, al igual que ella, para trabajar sin descanso y poder sobrevivir.

Observó los moratones que tenía en la mandíbula y en la mejilla, que eran mucho más evidentes que la noche anterior. ¿Cuántos más tendría en su joven cuerpo? La pierna… la rodilla destrozada. Se ponía enferma de pensar en la operación que tenía que sufrir y le preocupaba que no fuera un éxito completo. Si se quedara cojo, si no pudiera correr ni hacer deporte… El bienestar de su hermano le hizo recordar con claridad lo que significaba realmente la propuesta de Edward. Y por qué la había aceptado.

—¿Cómo estás?

—Casi inconsciente —sonrió débilmente.

—Todo saldrá bien —eran palabras sinceras, para darle confianza.

—Gracias —le apretó la mano.

Las lágrimas le empañaron los ojos y parpadeó para hacerlas desaparecer. Apareció una enfermera, comprobó las constantes vitales de Jacob e indicó a un camillero que lo llevara al quirófano.

—Hay una sala de espera para las visitas al final del pasillo. Y la cafetería está en el piso de arriba. Entre la operación y el período de recuperación no volverá aquí antes de cinco horas.

Jacob consiguió sonreír débilmente mientras el camillero empujaba la camilla fuera de la habitación, y Bella anduvo a su lado hasta que llegaron al ascensor. Le dejó su número de móvil a la encargada de planta y le pidió que llamara si Jacob se recuperaba de la anestesia antes de lo previsto.

Spence la estaba esperando al salir. Pronto se percató de la clase de tiendas que había elegido: boutiques selectas y muy caras, en Double Bay, una zona de la ciudad que, en otra época, había sido su preferida para ir de compras, una zona para gastar dinero en abundancia en diseños originales de ropa, zapatos, bolsos, joyas…

—El vestido para la boda es lo primero —le informó Spence cuando detuvo el vehículo.

¿Se suponía que debía mostrarse alegre por adelantado?, ¿entusiasmada? ¿Cuánto sabía Spence de su relación con su jefe?

—Infórmeme de los detalles.

—Será una ceremonia sencilla. El abogado de Edward y yo seremos los testigos.

Sin invitados. Bueno, eso simplificaba las cosas. «Un vestido con estilo, pero sin pasarse», pensó. Que no fuera de novia. No sería difícil.

¿Un vestido elegante, blanco o color crema, zapatos de tacón alto y una rosa roja y de tallo largo en la mano? Quizá debiera inclinarse por uno negro formal, aunque dudaba que a Edward le hiciera gracia la ironía. Encontró la prenda perfecta en la primera tienda en la que entraron. Era un vestido de color crema de estilo años veinte, sin mangas, con una transparencia de delicadas cuentas de cristal superpuesta a la falda, que le llegaba por debajo de la rodilla. Era elegante, le realzaba las curvas y le quedaba bien. No tenía nada que ver con el vestido de novia que había metido en la maleta para llevárselo a Hawai cuando se casó por primera vez. Entonces lo había hecho por amor y había ocupado la cama de Edward con de buena gana. En aquellos momentos sólo de pensarlo se ponía nerviosísima.

¿Podría tener relaciones íntimas fácilmente? ¿Cerrar los ojos y fingir? ¿Gozar de lo que un día compartieron? El intenso recuerdo de lo que había sido le hacía hervir la sangre y provocaba profundas sensaciones en su interior. «No pienses, limítate a hacerlo», le dijo una voz interior. Inspiró profundamente y se volvió a mirar en el espejo con ojo crítico. Sí: el vestido cumplía de sobra lodos los requisitos de una ceremonia civil íntima.

El precio de la etiqueta la dejó momentáneamente sin habla, al igual que el de los zapatos a juego. ¡Cómo habían cambiado los tiempos! Cinco años antes no habría pensado en el precio. En aquel momento se limitaba a quedarse al lado de Spence mientras éste entregaba la tarjeta de crédito de Edward y la dependienta empaquetaba las compras.

Al pasar por delante de una tienda de lencería, le lanzó una mirada rápida y siguió andando, pero se detuvo cuando Spence le dijo que entraran. El interior era muy lujoso. Había encaje y seda por doquier. Podría haber comprado sin parar. Pero se limitó a adquirir un conjunto de braga y sujetador, sin prestar atención a Spence, que la animaba a añadir más bolsas a un montón creciente.

Tuvieron tiempo de tomar un café reparador antes de dirigirse al banco. Luego fueron al abogado a firmar el acuerdo prematrimonial. Allí le entregaron un sobre de papel manila.

—Edward me ha dado instrucciones para que le dé estas copias—le dijo el abogado.

Al principio, Bella no entendió. Después se dio cuenta de que eran los documentos de Edward sobre la compra de la compañía de Charlie.

A las dos pasadas, Spence detuvo el vehículo frente a la entrada del hospital.

—Voy a llevar las compras a casa y le pediré a María que las suba a su habitación.

—Gracias. Y gracias por acompañarme. Me ha sido de gran ayuda.

—De nada —respondió con una cálida sonrisa.

Capítulo 5: Cumplido Capítulo 7: Sexo fuera del matrimonio

 
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