Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219937
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 25: Atacada

El ajetreo crecía de día en día a medida que llegaban cajas y más cajas, que se almacenaban en el cuarto trastero de la parte de atrás de la tienda. Bella las abría rápidamente, comprobaba que el contenido se ajustara a la lista que había confeccionado y las volvía a precintar para evitar que se introdujera el polvo causado por las obras.

Los carpinteros agrandaron el hueco de comunicación entre dos habitaciones, para que parecieran una sola parcialmente dividida. Luego llegaron los pintores y los soldadores. Cuando acabaron, los instaladores pusieron los diversos accesorios. Spence estuvo allí supervisando las operaciones, como las llamaba, y yendo a hacer recados cuando era necesario.

Por lo tanto, Bella se levantaba temprano y se iba en el coche a Double Bay a la hora en que llegaban los operarios. Se tomaba una hora de descanso al mediodía para ver a Jacob y rara vez volvía a casa antes de oscurecer. Se duchaba, cenaba, trabajaba en el ordenador, se acostaba tarde… y volvía a empezar al día siguiente.

Edward llamaba por teléfono o enviaba un SMS todos los días, entre dos reuniones o negociaciones. Normalmente era breve, dada la diferencia horaria y lo apretado de sus horarios.

La noche era la peor parte del día, porque era entonces cuando Bella daba vueltas en la cama y extendía la mano en sueños para tocarlo, pero sólo había un espacio vacío. Echaba de menos su abrazo, la fuerza cálida de su cuerpo. Lo echaba de menos a él. Por eso, cuando hablaban por teléfono, se refería a cosas generales en tono ligero, y se alegraba de que él no supiera que el sonido de su voz le tocaba la fibra sensible. Lo que más deseaba era perderse en sus brazos y entregarle su corazón y su alma. Pero no tenía valor para hacerlo. Era mejor aceptar lo que le ofrecía y no desear lo imposible.

Ya estaban casi terminados los planes para la gran inauguración de la tienda. Se había preparado la publicidad y las invitaciones estaban a punto de enviarse. Al día siguiente, Bella expondría los artículos y prepararía las muestras de regalo. Todo estaba listo para la fecha prevista, y su emoción y excitación aumentaban con el paso de los días.

La tienda tenía que ser un éxito por muchos motivos, el más importante de los cuáles era que Bella demostrara su valía, que fuera capaz de devolver a Edward el dinero prestado. Era una cuestión de orgullo, una medida de su integridad, y estaba resuelta a no fracasar.

El miércoles comenzó como cualquier otro día. Desayunó temprano y se fue a la tienda. Los artículos que había desempaquetado quedaban muy bien en los estantes. La combinación de colores era muy bonita. A mediodía hizo una pausa para comer un sándwich. Luego fue a comprar las bolsitas y cintas que necesitaba para las muestras de regalo. Spence iría a las dos. Con suerte, al final del día, habría acabado de colocar los artículos y de preparar algunas muestras.

—Acabo enseguida —le prometió a Spence cuando éste le indicó que ya era la hora—. Vaya delante. Voy a ver a Jacob y estaré en casa antes de las ocho.

—Me quedo.

—¿Por qué? No es necesario.

—Edward…

—Estoy en un local cerrado con llave, el coche está aparcado en la esquina, llevo una alarma personal y —hizo una pausa para lograr mayor efecto— se olvida usted de que he estado dos años yendo andando de la estación a mi casa todas las noches. No me pasará nada.

—Llámeme cuando vaya a salir del hospital.

—Se lo prometo. Váyase ya.

Cerró la puerta con llave cuando salió, bajó el estor y continuó trabajando. Una hora más y adelantaría mucho trabajo. Llamaría a Jacob, pondría el altavoz al teléfono y charlaría con él un rato en vez de pasar a verlo.

Acababa de colgar cuando sonó el móvil. Era Edward.

—Hola —le dijo apoyándose en el nuevo mostrador.

—¿Cómo está quedando la tienda?

—Estupendamente. ¿Cómo están las cosas por allí?

—Tensas.

—Estás siendo implacable —su capacidad negociadora era legendaria.

—Es una táctica.

Los interrumpió el sonido repentino de un claxon.

—¿No estarás conduciendo? —le preguntó con brusquedad.

—El sonido es de fuera.

—¿Fuera de dónde?

—De la tienda.

—Que se ponga Spence.

—Se ha marchado.

—¿Siguiendo tus instrucciones?

—Sí—no tenía sentido negarlo.

—Cierra y márchate.

—¿Qué dices? —su mano apretó el teléfono.

—Hazlo.

—Tu actitud es muy poco razonable.

—Bella… —casi le oía controlar la ira.

—Muy bien. Ya voy —cortó la comunicación sin esperar respuesta.

¡Condenado arrogante! Estuvo a punto de no hacerle caso y de quedarse media hora más porque sí. Pero Edward podía llamar a Spence, y no era justo que le echara la culpa. Sin embargo, preparó otra muestra y echó un vistazo a las que ya tenía listas. Al día siguiente, acabaría y les pondría las cintas.

Sonó el móvil. Aseguró a Spence que ya salía y agarró el bolso de mala gana. Conectó la alarma y cerró la puerta principal. La gente comenzaba a sentarse en las terrazas de los cafés y resistió la tentación de hacerlo ella también. En su lugar, pidió un café para llevar.

Era agradable sentir los últimos rayos del sol mientras se dirigía al Porsche. Cuando se hiciera de noche, refrescaría. Pero, en aquellos momentos, el verano se adivinaba en el aire y en el cielo azul. Se sentía satisfecha por el trabajo realizado.

Alguien tropezó con ella y Bella estuvo a punto de perder el equilibrio. Había sido un hombre, sin lugar a dudas, y joven por la soltura de su paso, aunque era imposible asegurarlo porque llevaba capucha. Se encogió de hombros y llegó a su vehículo, buscó la llave en el bolso y sintió que algo cálido le goleaba por el brazo. ¿Sangre? ¿De dónde? Vio que la camiseta estaba rasgada a la altura de las costillas inferiores. El tejido estaba manchado de sangre que manaba de un corte profundo que tenía mal aspecto. ¿Pero qué demonios…? Aquel imbécil le había hecho un corte con una navaja. Sin embargo, no había tratado de robarle el bolso. Entonces ¿por qué?

Sacó un pañuelo del bolso y lo apretó contra la herida para contener la hemorragia. En aquel momento, llegó Spence en el Lexus y se bajó de un salto.

—Llega la caballería.

—Pues llega larde.

Spence examinó la herida, sacó otro pañuelo y lo apretó contra ella.

—Necesita puntos —le quitó la llaves de la mano, comprobó que el Porsche estaba cerrado y la condujo al asiento del copiloto del Lexus—. Suba.

La llevó a un hospital privado, estuvo con ella mientras el médico cosía la herida, llamó a la policía para poner la denuncia, hizo una segunda llamada, habló en voz baja y le pasó el teléfono a Bella.

—Es Edward.

Justo lo que necesitaba: un interrogatorio.

—Estoy bien —dijo sin preámbulos.

—Eso es discutible —su voz era fría y tranquila—. El médico te recetará un calmante y algo para dormir. Tómatelo, querida —hizo una leve pausa—. Spence te informará de lo demás.

Capítulo 24: Nota de autora..... Capítulo 26: Alivio

 
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