Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219981
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 8: Noche de amor

Evocador y tremendamente sensual, jugó con ella con desvergonzada facilidad, sondeando su lengua con la suya, provocándola hasta conseguir que un gemido saliera de su garganta. Bella trató de golpearlo en el hombro sin resultado alguno. Sus cuerpos ni siquiera se tocaban, pero a ella le parecía como si la absorbiera, lo que convenía en inútil toda resistencia.

Sabia cómo agradarla, con un erotismo que barría toda claridad de pensamiento hasta dejar únicamente el momento, al hombre y la necesidad de responder. Sería tan fácil quitarle el albornoz, desprenderse del suyo y reclinarse en su cuerpo. Probar su piel hasta que él se quedara sin aliento. Pero no hizo nada de eso, sino que dejó de respirar al sentir que él le desataba el albornoz y deslizaba una mano sobre uno de sus pechos y jugueteaba con el pezón.

Bella cerró los ojos, consiguiendo así ocultar lo que expresaban, mientras la mano continuaba hacia el otro seno, agarraba su endurecido pezón entre el índice y el pulgar y lo acariciaba hasta que ella ahogó un gemido. La mano masculina bajó hasta el ombligo, se mantuvo allí y se deslizó por su piel temblorosa hasta el clítoris, y lo exploró íntimamente hasta que a ella la invadió una marea de sensaciones exquisitas tan intensas que se hundió en el dedo que la acariciaba. Él apartó la boca de la de ella y la colocó en la base de su garganta, saboreando el delicado hueco y absorbiendo las vibraciones de un grito que ella trató de ahogar. Era más de lo que podía soportar, pero él volvió a excitarla y la abrazó cuando su cuerpo comenzó a experimentar ligeras sacudidas. Con movimientos lentos y deliberados la separó un poco de él y le acarició los labios, ligeramente hinchados, con los dedos.

—Te odio— susurró roncamente, y sus labios temblaron ante su tacto. Sus ojos eran como pozos de agua azul y cristalina que comenzaban a llenarse de lágrimas.

—Supongo que en este preciso momento es así—le puso los mechones de pelo despeinados detrás de las orejas y luego la sujetó por la barbilla—. Y que te odias a ti misma todavía más.

Retiró la mano y fue al otro lado de la cama, se quitó el albornoz y se introdujo entre las sábanas. Apagó la luz de la mesilla con un rápido movimiento, y la habitación quedó en penumbra. Bella quería lanzarle algo. Agarró una almohada para tirársela a la cabeza.

—Ni se te ocurra —le dijo mientras le sujetaba con fuerza la muñeca.

Había una tensión entre ellos que se podía cortar, pero Bella estaba demasiado furiosa como para hacerle caso, y trató de liberarse.

—Suéltame.

—Deja la almohada.

—Vete al demonio.

Con un solo movimiento de la otra mano, Edward se deshizo de la almohada y, al mismo tiempo, consiguió echar a Bella encima de él.

—¡No! —pronunció la negativa como un ruego inútil un instante antes de que la boca masculina tomara posesión de la suya.

Esta vez no fue una danza exploratoria, sino un juego intenso y hambriento, el preludio de mucho más de lo que Bella quería darle. Apenas se dio cuenta de que él invertía las posiciones en que se hallaban hasta que comenzó a deslizar la boca hacia sus pechos, saboreó uno y jugueteó con su tierno pezón y siguió descendiendo hacia el vértice de sus muslos.

¡Dios santo! No lo quería allí. No quería el éxtasis primitivo que su tacto le provocaría, ni que él la poseyera. Porque entonces estaría perdida, conducida por un ansia tan intensa, que ya no se pertenecería a sí misma, sino a él: espiritual, emocional y físicamente. Un fuego líquido le recorrió el cuerpo como si tuviera fiebre mientras él le proporcionaba un placer tan intenso que se puso a gritar al tiempo que movía la cabeza a uno y otro lado en un intento mínimo de controlarse. Pero le fue imposible.

Él se aseguró de que así fuera. Y cuando la penetró con cuidado, cubrió su boca con la suya, ahogando sus débiles gemidos. Mientras, los músculos internos de ella se estiraban y comenzaban a sufrir espasmos al acomodarse a él, que se mantuvo inmóvil durante innumerables segundos; luego comenzó a moverse, despacio al principio, persuadiéndola para que siguiera su ritmo hasta moverse de manera sincrónica. Fuera de sí, fue ella la que se alzó hacia él, por lo que la penetración fue más profunda; ella la que invirtió la postura porque necesitaba cabalgar sobre él, deprisa… hasta que todo estalló en un clímax tumultuoso.

Se le llenaron los ojos de lágrimas de emoción, que logró contener con un tremendo esfuerzo. La tentación de llorar le resultaba insoportable, y un sollozo silencioso sacudió su cuerpo delgado cuando Edward recorrió el contorno de sus senos y se detuvo en los pezones hinchados por efecto de su boca. Sintió un nudo en la garganta que trató de deshacer. Seguía unida a él, exultante de alegría por poseerlo, por sentirlo, por percibir el calor del cuerpo de ambos, mientras los laudos de su corazón recuperaban su ritmo normal.

Una lágrima se le quedó suspendida al final de la mandíbula y por fin cayó. Oyó que él profería un juramento en voz baja y sintió las puntas de sus dedos que le recorrían las mejillas y descubrían la humedad en su piel. Entonces la atrajo hacia sí y le acomodó la cabeza en su hombro. Sintió sus labios rozarle la frente, que él los arropaba a los dos y que una mano se le posaba en la nuca, mientras la otra le recorría la espalda. Pensó, temblorosa, que lo que hablan compartido, había sido sólo para ella; su placer, su culminación.

—Duérmete.

Por supuesto. Era fácil decirlo. Pero, al final, se durmió, mucho después de que él hubiera comenzado a respirar de forma regular.

 

Capítulo 7: Sexo fuera del matrimonio Capítulo 9: La Boda.

 
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