Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219942
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 23: Agradeciendo el regalo


Un nuevo día era, inevitablemente, una nueva esperanza. Hacía un día precioso, el sol brillaba y no había nubes en el cielo.

Spence se presentó en el momento en que Bella acababa de desayunar.

—Cuando quiera.

—Cinco minutos —tenía que recoger el ordenador, el móvil y sus notas, y pintarse los labios.

—Voy a traer el coche.

De camino a Double Bay, Bella revisó su lista. La casa ya tenía que estar vacía. Quería ver las habitaciones sin nada en ellas para hacerse una idea de los planes del interiorista sobre mobiliario y accesorios. Tuvo una mañana muy atareada. Spence decidió que había que parar para comer.

—Voy a comprar algo. ¿Le apetece un sándwich?

—Sí, vegetal con pollo. Y agua mineral. Gracias.

Volvió al cabo de diez minutos, y Bella hizo un descanso de otros diez antes de volver a trabajar. El interiorista llegó a las tres. Juntos hicieron unos leves retoques en los planos. Un mensajero entregó un paquete con jabón, velas y aceites de aromaterapia, y, a las cuatro, Spence insistió en que lo dejaran por ese día.

—Puedo quedarme una hora más.

—Tenemos una cita.

—No la recuerdo —frunció el ceño desconcertada.

—Son instrucciones de Edward. Recoja lo que necesite. Yo cerraré.

—¿Adonde vamos? —le pareció razonable preguntárselo al ver que Spence se dirigía a la ciudad, en vez de a Point Piper

—Casi hemos llegado.

Era un concesionario de Volvo, en el que la estaba esperando un todoterreno último modelo de color plateado.

—¿Me está tomando el pelo?

—Es suyo —Spence sonrió al ver su incredulidad—. A no ser que prefiera otro color.

—¿Puedo conducirlo a casa?

—¿No quiere probarlo antes?

Bella lo probó. Condujo muy bien, a pesar de que llevaba tiempo sin hacerlo.

—¿Quiere ir delante o voy yo? —pregunta Bella.

—Yo la sigo.

El motor arrancó con apenas un susurro y lo condujo hasta el garaje. Spence aparcó el Lexus a su lado. Luego sacó del coche todo lo que llevaban de la tienda y le dijo que lo llevaría a su despacho.

—Gracias por su ayuda. Se lo agradezco de verdad. Y no me diga que es su trabajo.

Bella subió deprisa las escaleras y se duchó. Al salir del cuarto de baño, Edward se estaba desvistiendo. El corazón se le aceleró.

—¿Qué tal te ha ido hoy? —preguntó Edward mientras se vaciaba los bolsillos.

—He estado muy ocupada. Hemos hecho muchas cosas —lo miró a los ojos—. Gracias por el coche.

—Pues agradécemelo —le dijo con voz burlona.

—Me parece que no tenemos tiempo. Quiero decir antes de cenar —con cada palabra que pronunciaba se hundía un poco más en un pozo profundo y se daba cuenta de que Edward se divertía en silencio.

—Tal vez me conforme con un beso.

—Muy bien —lo único que debía hacer era aproximarse, tomarlo por la barbilla y apoyar su boca en la suya. Era muy sencillo. Pero a Bella no le bastó el casto beso que pensaba darle, sino que se puso de puntillas e introdujo la lengua en su boca y atrajo la lengua masculina a la suya. La saboreó y exploró, e inclinó el cuello hacia un lado para besarla mejor.

Las fuertes manos de Edward se posaron en sus nalgas, la levantó y le entrelazó las piernas alrededor de su cintura. Ella, exultante, sintió la excitación de él en la parte más sensible de su anatomía.

La potencia de Edward la dejó sin aliento. Gimió cuando sus dedos buscaron su centro íntimo, exploraron su clítoris sensibilizado y la condujeron, con habilidad, al orgasmo. Edward hundió la boca en la de ella, tragándose su grito y abrazándola hasta que su excitación disminuyó.

—No es justo —atinó a decir temblorosa.

—¿Por qué? —sus labios le rozaron la frente.

—Porque sólo he gozado yo, tú no.

—¿Quieres saltarte la cena?

No era más que un juego, y Bella lo siguió riéndose.

—¿Y desperdiciar los esfuerzos de María? —apretó sus labios contra los de Edward, luego se echó hacia atrás y lo miró con burlona severidad—. Además, tengo hambre. De comida —le bailaron los ojos con picardía—. Éste es el plan. Vamos a cenar y conversaremos educadamente mientras imaginas lo que nos deparará la noche.

—En ese caso, vete a vestir antes de que te haga cambiar de idea.

Lo podía hacer muy fácilmente. La bajó al suelo, vio la indecisión momentánea en sus ojos azules y la besó suavemente en los labios.

—Ve.

Tres años antes, ella se habría reído, lo habría tomado de la mano y se habría ido a duchar con él. No habrían dudado en saltarse la cena, habrían hecho el amor durante largo rato, habrían lomado un tentempié y luego… Pero entonces había amor. En aquel momento sólo era sexo.

¿Era demasiado desear que él, al igual que ella, perdiera el sentido del tiempo y el espacio, de modo que sólo existieran ellos dos?

Consiguió controlarse al separarse de su abrazo y dirigirse al vestidor. Cenaron en la terraza, con vistas al puerto. Mientras probaban la deliciosa comida que María les había preparado. Comenzó a oscurecer, y los colores se transformaron en sombras grises y plateadas. Se encendieron las farolas y las luces de neón parecían más vívidas contra el cielo oscuro. Los barcos iluminados navegaban por las aguas oscuras entre la ciudad y los barrios del norte, y había un flujo constante de tráfico en las arterias principales de salida y entrada a la ciudad. Era un paraíso que Bella no se cansaba de admirar. ¿Por cuánto tiempo? Edward no habla fijado un límite a la duración de su matrimonio. Le habla exigido que durara el tiempo necesario. Y no le habia pedido un hijo. Ninguna de las dos cosas presagiaba que fueran a vivir felices y a comer perdices.

Se sorprendió al reconocer que lo quería todo; su amor, su fidelidad, el regalo inestimable que habían compartido en su primera boda. Entonces, ella habla ido en serio y lo había amado en cuerpo y alma. ¿Y él? Pensar que él no lo hubiera hecho le producía un dolor insoportable, y volvió a jurarse que viviría el momento en vez de angustiarse por el futuro y lo que le pudiera deparar.

—Te recuerdo que dijiste que íbamos a conversar educadamente.

—¿Empezamos por lo más prosaico? —ella le dedicó una sonrisa radiante.

—¿Por el trabajo? —se recostó en la silla y la miró pensativo—. Reuniones, llamadas telefónicas, negociaciones, mediaciones… —se encogió ligeramente de hombros—. Lo habitual.

A Bella le gustaba así; cómodo después de haber cambiado el traje de ejecutivo por unos pantalones y una camisa, y relajado ante una comida agradable y una copa de vino, sin nada que lo importunara mentalmente más que pasar tiempo con su esposa en una hermosa noche de verano. Pero, incluso relajado, seguía desprendiendo la fuerza de un guerrero, la capacidad de observar de un hombre que había visto mucho y sobrevivido en lugares que no frecuentarla la gente respetable, donde la única regla era la supervivencia.

—¿Ya has tomado una decisión sobre los accesorios que venderás?

—Sólo me quedan algunos. Todo va muy deprisa. Cuándo la tienda esté acabada, ¿vendrás a verla?

—Por supuesto.

—¿Me dejas que pruebe alguna de las muestras en ti?—preguntó con una leve sonrisa.

—¿También vas a vender productos para hombre?

—Artículos de perfumería, aceites…

—¿Cuándo tendría lugar esa demostración personal?

—¿Esta noche? Si tienes ganas, claro está —le brillaban los ojos con malicia—. ¿Te parece a las nueve y media?

—Hecho —se puso de pie.

Hora y media después, Edward entró en la habitación. Estaba débilmente iluminada, sonaba música barroca y había un ligero olor a incienso. La ropa de cama había sido apartada; sólo quedaba la sábana bajera que estaba cubierta por gruesas toallas. Habla una bandeja con frascos de formas exóticas, y Bella lo esperaba envuelta en un albornoz. La puerta de uno de los cuartos de baño estaba abierta. De la enorme bañera salía vapor de agua.

—Tienes que desnudarte.

—¿La demostración no incluye que me desnudes tú? ¡Qué lástima! —era el juego de Bella y seguiría sus reglas.

No tardó mucho en desvestirse, aunque no se apresuró en hacerlo.

—¿Qué tengo que hacer ahora?

—Túmbate boca abajo.

Hizo lo que le decía con una elegancia animal, y Bella exhaló el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta. Conocía cada centímetro de aquel cuerpo, cada músculo, su fuerte estructura ósea. El pequeño tatuaje que tenía en un hombro, la cicatriz irregular en una de las caderas.

El aceite aromático que eligió contenía almizcle. Le masajeó los hombros, los brazos, la cintura, las caderas, las nalgas y los musculosos muslos. Su cuerpo poseía belleza masculina y simetría muscular que el ejercicio físico había puesto a punto, aunque sin exagerar. Era ágil, fuerte y muy masculino. Le encantaba sentirlo bajo sus manos y, espontáneamente, éstas disminuyeron el ritmo y comenzaron a acariciarlo. ¿Qué le sucedía, por Dios? En un principio no había pretendido seducirlo. ¿Qué estaba haciendo?

—Ya le puedes dar la vuelta —trató de que su voz sonara normal.

Se quedó sin respiración al ver su erección y estuvo a punto de echarse atrás. Pero siempre terminaba lo que empezaba. Se dijo que debía empezar por el pecho e ir bajando sin prestar atención a la parte de su anatomía entre la cintura y la parte superior de los muslos. Todo fue bien hasta que llegó a la cintura se detuvo en una cadera y luego en la otra y escuchó el silbido de la respiración masculina cuando sus manos se posaron en la base del pene y el escroto. La tentación de juguetear y provocarlo era irresistible, pero ya sabía cómo acabaría, y ella aún no había terminado. Le quedaban los brazos y las piernas, y el baño. Había que llegar hasta el final, no quedarse a medio camino.

Edward tenía los ojos cerrados. Cuando Bella terminó, tapó el frasco de aceite y se secó las manos con una toalla.

—Ya te puedes levantar.

Bella ahogó un grito de sorpresa cuando Edward la agarró por la muñeca y la atrajo hacia sí.

—Si empleas las manos así en otro hombre, juro que le arrepentirás —le dijo con voz ronca.

La tensión se podía cortar. Bella se quedó inmóvil unos instantes. No se atrevía a moverse. Mantuvo los ojos fijos en los de Edward, hechizada por una emoción que no quería definir.

—Falta el baño —su propia voz le resultaba ajena—. Las velas —tenía dificultad para pronunciar las palabras—. Tengo que encenderlas.

Le soltó la mano, y ella entró en el cuarto de baño y encendió las velas con manos temblorosas. Se elevó un delicado aroma. Bella apagó la luz y vio a Edward apoyado en la puerta. Se le formó un nudo en la garganta que trató de deshacer sin éxito.

—Tiene que ser una experiencia totalmente sensual.

—Para dos, sin duda.

—Así es como se va a promocionar. Simplemente quiero ver cómo reaccionas, saber tu opinión.

—Que no será válida si me baño solo —se le acercó y le desató el cinturón del albornoz.

—No creo —trató inútilmente de volverse a atar la prenda y gritó cuando él le pasó el brazo por debajo de las rodillas y entró en la bañera con ella.

Edward agarró la esponja y se la dio.

—Esto no formaba parle del plan —dijo Bella al tiempo que trataba de recuperar el control.

—Pero estarás de acuerdo en que se pueden realizar ajustes.

Bella pensó que no era tan difícil bañarse con él, aunque sabía que se engañaba. Unos minutos antes era él el único que estaba desnudo. Ya lo estaban los dos. Así que había que poner jabón en la esponja, quitarle el aceite del cuerpo y salir de la bañera. No se entretuvo y evitó mirarlo mientras lo enjabonaba.

—No importa que quede algún resto de aceite —consiguió articular en voz baja—. Es muy bueno para la piel —dejó la esponja y trató de ponerse en pie.

—¿Adónde vas? —preguntó Edward al tiempo que le ponía las manos en los hombros e impedía que se levantara—. Me toca a mí.

El aceite combinaba a la perfección con las velas y creaba un ambiente infinitamente sensual. Las observó fascinada mientras él le pasaba la esponja por la piel sedosa. Era una situación muy erótica; el agua caliente, el aroma, las velas… Estar allí con él.

La enjabonó lentamente, deteniéndose en los senos y tomándolos en las manos para rozar los pezones con la punta de los dedos hasta endurecerlos. A Bella se le dilataron las pupilas cuando una dulzura aguda invadió el centro de su feminidad. Le recorrieron el cuerpo miles de sensaciones experimentando un ansia primitiva de él… sólo de él. Quería gritar, pero no salió sonido alguno de su garganta cuando él la levantó y la sostuvo mientras usaba la boca y la lengua para saborearla y llevarla hasta el límite. Luego la colocó con delicadeza sobre su pene erecto y la penetró hasta el fondo. Se detuvo unos momentos y comenzó a moverse.

Bella gimió al aferrarse a él y gritó cuando él apretó su boca contra la suya en un beso tan intenso que pensó que se iba a derretir. Después, él le colocó la cabeza en el hueco de su hombro y le acarició la espalda para calmarla. Estaba despeinada, y él le puso el pelo detrás de las orejas. De aquella manera casi podía creer que todo iba bien entre ambos, que los tres años anteriores eran un mal sueño que no había tenido lugar. En otra vida, en la que hubieran debido tener, tal vez ya tendrían un hijo. Era lo que sin duda habría ocurrido, aunque nunca hubieran hablado del tema.

¿Entraba un hijo en los planes de Edward? ¿Era ése el motivo de que la hubiera encadenado a él en un matrimonio sin amor? ¿Un sucesor legítimo que heredara su fortuna para la siguiente generación? ¿Y si le decía que, por accidente, había dejado un día de tomar la píldora anticonceptiva? Tuvo un ligero escalofrío. Él se movió para ponerse de pie. Salió de la bañera con ella en brazos y, una vez fuera, la puso en pie. Después agarró una toalla y la envolvió en ella, antes de envolverse él en otra.

—En una escala del uno al diez, los productos se merecen un diez —inclinó la cabeza hacia ella y le dio un beso rápido—. Tú te sales de la escala.

—Gracias.

—Podríamos repetir —sonrió diabólicamente.

—Esta noche no —emocionalmente, no podría resistirlo.

—Cuando vuelva de Nueva York.

—¿Cuándo te marchas?

—Mañana, a primera hora. Estaré fuera una semana.

Quería pedirle que la llevara con él. Pero tenía que organizar la tienda.

—Te voy a echar de menos —las palabras se le escaparon sin querer, y sintió la emoción correrle por las venas ante la calidez de la sonrisa masculina.

«Eres una estúpida», se dijo con desdén mientras apagaba las velas y vaciaba la bañera.

Edward acabó de secarse y le quitó la toalla a Bella. La tomó de la mano y la condujo al dormitorio.

—Ahora vamos a dormir.

No creyó que pudiera hacerlo, porque no estaba en absoluto cansada. Sin embargo, se quedó dormida unos minutos después de poner la cabeza en la almohada, totalmente ajena al hombre que yacía a su lado en silencio.

Capítulo 22: Nueva historia..... Capítulo 24: Nota de autora.....

 
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