Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219971
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 27: Incendio

Hacía una hermosa mañana. Mientras desayunaban en la terraza, ya se notaba el calor del sol. Bella se sirvió otra laza de café, se recostó en la silla y miró al hombre sentado frente a ella. Edward parecía descansado y muy vital después un sueño reparador. Desayunar con él en un día laborable no era habitual. Había supuesto que seguiría su rutina diaria y se marcharía pronto a la ciudad. Pero allí estaba, aparentemente sin prisa. Era muy agradable. ¿Se trataba de otra concesión por el ataque que había sufrido?

La noche anterior había sido otra cosa. Pensar en la súplica íntima que le había hecho de que se quedara con él, la emocionaba profundamente. Edward tenía que saber, por fuerza, cómo influía en ella. Lo miró y creyó morir al ver la pasión manifiesta en sus ojos oscuros… que desapareció de inmediato.

—Termina el café —le indicó con indolencia—. Tienes que hacer las maletas. Spence nos llevará al aeropuerto dentro de una hora.

—¿Estás de broma? —lo miró incrédula.

—Vamos a volar a Brisbane y, después, iremos en coche a Noosa.

—¿Hay alguna otra razón aparte de la evidente?

—¿Qué quieres decir?

—La de sacarme de la ciudad.

—¿Tienes algún problema en pasar unos días en mi compañía?

—¿En Queensland? ¿En Noosa? Sol, playas de arena, restaurantes excelentes…¿Cómo no va a gustarme?

—Eso no es lo que le he preguntado.

—Supongo que podré soportar que estés a mi lado —concedió.

—Gracias —le dirigió una sonrisa burlona.

—De nada —le brillaron los ojos con malicia.

—Dentro de una hora, Bella —le recordó mientras subían las escaleras.

Estuvo lista unos minutos antes. Subió al Lexus mientras Spence ponía las maletas en la parte de atrás. El vuelo a Brisbane se produjo sin contratiempos. Al llegar, Edward alquiló un coche.

Hacia años que Bella no visitaba aquella zona de la costa. Habían construido mucho, según pudo observar mientras se dirigían al ático de un moderno edificio con vistas al mar. Estaba amueblado de forma exquisita. Tenía dos dormitorios, cada uno con cuarto de baño, un despacho, una cocina ultramoderna y unas vistas magníficas.

—Es precioso —lo felicitó con total sinceridad—. ¿Es otra de tus adquisiciones?

—Acaban de terminar de construir el edificio, y me pareció una buena oportunidad para venir a inspeccionarlo personalmente —explicó mientras afirmaba con la cabeza.

—Así que tenemos que deshacer las maletas, ponernos ropa informal y salir a buscar un restaurante para cenar.

—Me parece un buen plan.

Se dirigieron al paseo marítimo y eligieron un restaurante con muy buen ambiente y una comida y un vino deliciosos. Todo ello contribuyó a que pasaran una relajante velada, como reconoció Bella al volver al ático.

Habría sido muy fácil decirle «te quiero» mientras la desnudaba y la llevaba a la cama. Pero no pronunció esas palabras, que permanecieron encerradas en su corazón.

Pasaban los días. Se levantaban cuando les apetecía, desayunaban en un restaurante distinto cada mañana, iban de compras, hacían excursiones por el campo y la montaña… A veces, cuando estaban en el apartamento, Edward encendía el ordenador portátil, y ella se sentaba a leer una revista o un libro, o a ver la televisión.

Las noches eran otra cosa. Bella no quería que se acabaran nunca. Era como si los tres años anteriores hubieran dejado de existir. Cuando llegó el domingo y tomaron el avión de vuelta, lo hizo de mala gana. Al día siguiente, Edward volvería a su trabajo. Se sentía extrañamente inquieta; necesitaba hacer algo constructivo. La tienda le había creado adicción, y deseaba fervientemente volver a estar allí.

—Sólo un par de horas —le rogó a Edward mientras desayunaban a la mañana siguiente.

—No.

—Spence se quedará conmigo.

—Eso se da por descontado donde quiera que vayas.

—¿Es que es mi guardaespaldas?

—Hasta que el responsable de tu agresión esté entre rejas —la atravesó con la mirada. Se levantó, se puso la chaqueta y la besó en la boca de forma posesiva. Después agarró el portafolios y el ordenador—. Ten cuidado.

Muy bien. Pues pasaría un par de horas en el despacho, iría a ver a Jacob y se asegurarla de que Spence la trajera de vuelta con tiempo para ducharse y cambiarse para la cena.

—Esto es una exageración —afirmó Bella mientras Spence trataba de que el Lexus avanzara entre el intenso tráfico de la hora punta de la tarde.

—Ya ha habido bailante con un error. No habrá otro.

—¿Progresa la investigación?

—Hay una pista. Edward tiene contactos…

 —A los que la policía no quiere o no puede recurrir —concluyó Bella.

—Se podría decir así.

Para cenar, María había preparado uno de los platos favoritos de Bella. Sus atenciones la conmovían, y decidió hacerle un regalo de la tienda. Edward se tomó el café en su despacho, y Bella se fue a la sala de proyección a ver una película. Luego se acostó, leyó un rato y se quedó dormida.

Una hora después, Edward entró en a habitación. Al contemplar su rostro relajado, la blancura de su piel, la boca, sintió que el cuerpo se le tensaba de deseo. Era hermosa. En su interior, que era lo que más importaba, poseía carácter, valores y orgullo. Tanto que a veces le sacaba de sus casillas. Pero se identificaba con esa cualidad y la admiraba, a pesar de maldecirla. Porque también él la poseía: la tenacidad de tener éxito contra toda probabilidad. Reprimió un ataque de ira al pensar que alguien le había hecho daño, por los motivos que fueran. Pronto tendría la respuesta. Y cuando la tuviera, el responsable se iba a enterar. Se desnudó y se tumbó a su lado. Bella no se movió. Apagó la luz y se dispuso a dormir.

 

El timbre insistente del teléfono móvil penetró en el subconsciente de Bella. Se incorporó mientras Edward respondía. Era muy tarde ¿Quién llamaría a esas horas?

—Sí —dijo Edward con voz profunda y cortante—. Por supuesto. Voy para allá.

—¿Qué pasa?

—Estaré fuera un rato. Vuélvete a dormir —le dijo mientras se vestía.

—Como si fuera tan fácil sin saber adónde vas ni por qué.

Pronto sabría la verdad. Era mejor que se enterara por él.

—Era la policía. Ha habido un incendio.

—¿En la tienda?

—Sí.

—Voy contigo —ya estaba fuera de la cama y empezó a ponerse la ropa interior.

—Ni lo sueñes.

—Intenta detenerme. O voy contigo o te sigo: elige —le dijo mientras se acababa de vestir.

—Bella.

—¡Maldita sea, elige! —exclamó al tiempo que se ponía unas playeras y sacaba las llaves del coche de un cajón.

—Dámelas. Yo conduciré.

El olor acre del humo impregnaba el aire cuando llegaron a Double Bay. Al entrar en la calle, Bella vio las luces giratorias de dos coches de bomberos. Dos coches de policía bloqueaban el tráfico.

—Quédate aquí.

—De ninguna manera —se había bajado en el momento en que el motor se detuvo.

—Como te separes un centímetro de mí, te encerraré en el coche.

—Entendido —le lanzó una mirada sombría.

Edward la tomó de la mano. Ella no tenía intención de soltarse. Una ojeada bastaba para darse cuenta de que los bomberos tenían el incendio controlado.

Había gruesas mangueras en el suelo y agua por todas partes. Se oían voces, pero no se distinguía lo que decían. La policía hablaba con el jefe de bomberos. Edward se identificó y la identificó a ella. Un oficial les puso al corriente del incidente.

—La vigilancia de veinticuatro horas al día que puso usted en el edificio ha dado resultado, hemos detenido a un joven que huía corriendo del lugar.

Bella trató de comprobar los daños desde donde se hallaba. La escena no tenía buen aspecto bajo los reflectores que la iluminaban. Las ventanas de la casa estaban negras del humo, la mitad del tejado se había hundido y, en cuanto al estado de los artículos, lo más probable era que no quedara nada.

Todo se volvió borroso mientras se tomaban declaraciones, se ofrecía información y Edward hablaba con sus vigilantes privados. La policía acordonó la zona. Uno de los coches de bomberos se marchó, seguido de un coche de la policía.

—Vámonos.

Edward la condujo hasta el coche. Una vez dentro, Bella lo miró en silencio. Él la besó en la boca.

—¿A qué viene eso?

—Lo he hecho para distraerte.

—Pues no ha servido.

Edward arrancó mientras ella miraba por la ventanilla sin ver.

—¿Quién habrá hecho algo así?

—Si el joven detenido es también el culpable de tu herida, no tardará en dar el nombre de quien le haya pagado —de eso se encargaría personalmente. Y si la pista que tenía era correcta…

Bella estaba como atontada por la impresión. Tanta venganza… contra ella. ¿Por qué?, ¿por ser la esposa de Edward? No tenía sentido. Pero los actos de un desequilibrado rara vez lo tenían, excepto para los psiquiatras. No se le ocurría qué decir y se mantuvo en silencio durante todo el trayecto…

Al entrar en el dormitorio, Edward observó sus tensos rasgos y lanzó una maldición en voz baja.

—¿Nos acostamos?

—Tenía que ir para verlo por mi misma.

—Los ladrillos, la argamasa, la madera y los productos se pueden sustituir por otros —le dijo mientras le agarraba una mano y se la llevaba a los labios.

—Pero eran mis productos, mi sueño —todo el trabajo y la magia habían desaparecido.

Edward la desnudó y luego hizo lo propio. Se acostaron y la abrazó hasta que se quedó dormida.

Capítulo 26: Alivio Capítulo 28: Final

 
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