Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219941
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 7: Sexo fuera del matrimonio

La habitación de Jacob estaba vacía cuando llegó y buscó a la encargada, que le explicó que la operación había durado más de lo previsto y que Jacob podía tardar una hora más en volver. La cafetería parecía una buena opción, y mató el tiempo tomándose un refresco y hojeando revistas, a pesar de que no dejaba de reflexionar sobre las actividades del día ni de preguntarse qué le depararía la noche .

«Contrólate», se dijo. No era la primera vez que se iban a acostar. La noche anterior había estado tendida a su lado, y se despertó sabiendo que, al más mínimo movimiento de Edward, ella se derretiría, lo cual carecía de lógica. Mente y cuerpo deberían estar sincronizados. Sin embargo, los suyos parecían dos entidades distintas que actuaban cada una por su lado.

Se dio cuenta de que había tenido un olvido garrafal al hacer las compras, por lo que se dirigió al centro médico del hospital, pidió una receta de píldoras anticonceptivas y luego fue a la farmacia.

Acababan de llevar a Jacob a la habitación cuando Bella entró. Se mantuvo apartada para que el camillero y la enfermera hicieran su trabajo.

—Su hermano ha recibido una fuerte dosis de sedantes y de analgésicos —le informó la enfermera—. Tardará un rato en despertarse del todo.

La enfermera se quedó corta, porque en las horas posteriores, Jacob sólo se movió una vez, reconoció dónde se hallaba, sonrió a su hermana y se volvió a dormir. Una enfermera pasaba a verlo cada hora.

—Sería mejor que se fuera a casa y volviera mañana —la aconsejaron amablemente.

—Es una idea excelente —afirmó una voz masculina desde la puerta.

Era Edward. Bella observó la poderosa imagen que proyectaba al entrar.

—He hablado con el cirujano. La reconstrucción de la rodilla ha sido un éxito. Ha dejado anotada la dosis de sedantes y de analgésicos que debe tomar

—El horario de visitas no ha terminado —se resistía a marcharse.

—No creo que Jacob haga otra cosa que removerse durante la noche.

Dos contra uno. Ganaba el sentido común.

—Por favor, dígale que he estado aquí —pidió a la enfermera.

Bella salió de la habitación con Edward y se mantuvo en silencio mientras bajaban en el ascensor y caminaban hasta el Aston Martin.

—No había necesidad de que me vinieras a buscar.

—Esto ya lo hemos hablado antes.

—¿Lo has hecho por cortesía y consideración? ¿O por cobrar una deuda en forma de ser humano?

—Sube al coche —su voz era peligrosamente suave—. Y guárdate tus comentarios mordaces.

—¿Es una amenaza?

—Tómatelo como quieras.

Tenía que estar loca para tratar de vencerlo. Era algo que no sucedería a no ser que él lo consintiera, de lo cual no existía la más remota posibilidad. Se mantuvo en silencio mientras atravesaban las calles y se puso un poco tensa cuando llegaron a Double Bay, donde la clase alta iba a cenar a restaurantes selectos famosos por su cocina creativa. Era el lugar ideal para los que querían ser vistos.

—No tengo mucho apetito —se daba perfecta cuenta de que la ropa que llevaba puesta, unos vaqueros y una chaqueta, no era la adecuada.

—Tenemos que comer—replicó Edward mientras aparcaba y apagaba el motor—. Y estás perfectamente tal como vas —la recorrió con la mirada.

Mientras el maître los saludaba de forma servil y los conducía a una mesa, Bella pensó que tenía un punto a su favor: estaba con Edward Cullen. Con eso, ya estaba todo dicho.

No quiso tomar vino. Pidió un primer plato y fruta, en tanto que Edward se inclinó por arroz con marisco.

—Dijiste que teníamos que hablar de algunos temas —dijo Bella—. ¿Lo hacemos?

—Vamos a comer primero —le dirigió una mirada pensativa.

—Te agradezco que Spence me haya ayudado hoy —Bella sabía ser educada, había tenido años de práctica; y ser agradecida cuando había que serlo—. Hemos ido de compras.

—Así se lo indiqué. ¿Tienes algo que objetar?

—¿Qué mujer lo haría? —respondió esquivando la pregunta.

El camarero llevó la comida. Bella pinchaba con el tenedor cantidades muy pequeñas de la comida dispuesta decorativamente en el plato. Era muy consciente de dónde se hallaba y de con quién estaba cenando. A Edward Cullen se le reconocía de inmediato, y era indudable que se estaría especulando sobre quién era ella, especulaciones que aumentarían cuando se hiciera público el puesto que ocupaba en su vida. Los detalles sórdidos saldrían a la luz, y los chismosos los comentarían, todo lo cual tendría ella que sobrellevar bajo los focos de la publicidad. De acuerdo, sería necesario sonreír mucho y fingir.

—Estás muy callada.

—¿Quieres una conversación brillante, Edward? —apartó el plato y bebió un poco de agua.

—No —era un cambio agradable estar sentado frente a una mujer y no tener que flirtear, como preludio sutil, y a veces no tan sutil, para meterse en su cama.

—Entonces deberíamos tratar los temas de los que tenemos que hablar.

—¿Tienes una lista? —la observó divertido

—¿Tú no?

El camarero llevó una bandeja de fruta artísticamente dispuesta y les preguntó si querían café.

—Tienes empleados domésticos que llevan tu casa a la perfección. Quiero seguir trabajando. A tiempo parcial, de forma flexible —no obtuvo respuesta—. Quiero saber dónde pasará Jacob la convalecencia —¿por qué no se jugaba el todo por el todo?—. No quiero…

—¡Edward, amico!

Edward se levantó y estrechó la mano que el hombre le tendía. Era mayor, de cincuenta y tantos años, acompañado de una joven.

—Cariño, le presento a Demetri y a su mujer, Jane —hizo las presentaciones con la facilidad que da la costumbre.

¿Cariño?

—¿Y quién es esta encantadora señorita? —la sonrisa de Demetri manifestaba indulgencia mientras señalaba a Bella.

—Mi futura esposa.

¿Eran imaginaciones de Bella, o la mirada de Jane se había endurecido?

—¿Cómo has conseguido que Edward le ofrezca un anillo? —la voz femenina parecía divertida, pero había algo en el tono que no cuadraba.

—Negándome a acostarme con él —ahí quedaba eso, que sacara sus propias conclusiones.

—¡Qué pintoresco! ¡Y qué pasado de moda! —exclamó Jane después de reírse, incrédula. Presionó el brazo de Edward con un dedo cuya uña estaba pintada con un esmalte brillante y le hizo ojitos con las pestañas llenas de rimel—. Y sin duda arriesgado.

—No está disponible, querida —observó Demetri—. Y no quiere ser compartido.

—Es una lástima.

El intento de seducción y la coquetería eran un poco exagerados, y  Bella contempló a la pareja mientras se alejaban.

—¿Un antiguo amor?

—No —la miró a los ojos.

¿Era verdad? ¿Importaba que lo fuera? Se dijo que no le importaba, pero sabía que mentía.

El camarero llevó el café. Lo tomaron solo, con azúcar.

—Estábamos hablando de cosas importantes antes de que nos interrumpieran.

—Parece que no quieres dedicarte a llenar tus días con comidas, funciones de caridad, compras y cuidados personales.

—No.

—Ya no necesitas trabajar.

—¿No lo entiendes? —tomó un sorbo de café, lo saboreó y depositó la laza en el platito. Le brillaban los ojos de ira—. No quiero estar en deuda contigo por cada céntimo que necesite.

—Te asignaré una cantidad mensual —se recostó en la silla y la miró con interés.

—Una asignación para ropa —concedió sin que disminuyera su cólera. Era consciente de que no podría pagar las prendas de diseño que llevaba la gente que formaba parle del circulo social de Edward—. Jacob…

—Se trasladará a un piso cuando salga del hospital.

—¿Qué piso? ¿Dónde? —tenía la esperanza de que su hermano convaleciera en casa de Edward, que era lo suficientemente grande como para acomodar a varios invitados.

—En Rose Bay.

—No me lo digas. Es de tu propiedad.

—Todo el edificio —afirmó en tono seco y divertido.

—Pero necesitará cuidados, fisioterapia…

—Que tendrá. Hasta que vuelva a andar perfectamente. Spence lo llevará adonde sea necesario —Edward terminó el café.

—¿Divide y vencerás?

—Tu hermano tiene la oportunidad de vivir su vida. Te aconsejo que le dejes hacerlo.

—Cuando esté totalmente recuperado —especificó Bella, y se encontró con la mirada cínica de aquellos ojos oscuros.

—¿Has terminado? —llamó al camarero, pidió la cuenta y la pagó.

—No —dijo con dulzura. Se levantó y salieron del restaurante.

Los estrechos límites del Aston Martin hicieron que Bella fuera aún más consciente de la presencia masculina y del deseo que iba invadiendo lentamente su cuerpo. No debiera ser así. No quería sentirse así. Ni que la poseyera sexualmente. Ya sabía cómo era, aunque fue por poco tiempo, y no había conseguido recuperarse del todo de aquella relación. En aquel tiempo idílico de su matrimonio, él le habla enseñado muchas cosas, demasiadas. Había conseguido que sólo lo deseara a él, a través de un éxtasis cautivador y electrizante, salvaje: el deseo en su forma más primitiva. Pero habla algo más que un apareamiento primigenio, más que magia sensual, cuando dos cuerpos y dos mentes estaban en perfecta armonía y eran las dos mitades que formaban una unidad. No era simplemente sexo.

«Contrólate, ¿quieres?», pensó. Aquello era el pasado. En aquellos momentos, debido a las circunstancias, no tenía más remedio que establecer un futuro con Wardrd Cullen: vivir con él, acostarse con él. Un escalofrío le recorrió la espalda. No había salido emocionalmente ilesa del divorcio. ¿Cómo iba a sobrevivir en un matrimonio sin amor?

Bella se dio cuenta de que se había hecho un silencio repentino porque el coche se había detenido en el garaje, en el que había otros dos vehículos último modelo; un Lexus de color dorado y un BMW azul. Con manos temblorosas se desabrochó el cinturón y bajó del coche.

Edward se aflojó la corbata cuando entraron en el vestíbulo. Bella observó que se quitaba la chaqueta y se la echaba al hombro.

—Tengo que consultar mi correo electrónico y hacer unas llamadas.

—Muy bien —Bella subió a la habitación. Se desnudó y se fue a duchar. Cuando acabó, se puso un albornoz y fue a ver qué ponían en la televisión. Pasó de un canal a otro hasta encontrar un episodio de una serie que le gustaba y se hizo un ovillo en un cómodo sofá de cuero, donde la encontró Edward, dormida, con la cabeza apoyada en el brazo del sofá y el pelo cayéndole como una cortina de seda. Estuvo observándola respirar durante varios minutos, consciente de su fragilidad y de su fuerza oculta, al mismo tiempo. Al tomarla en sus brazos, la sintió ligera. Se dirigió a la cama agarrándola con más fuerza, ya que había comenzado a moverse hasta despeñarse del todo.

—¿Qué haces? —se acordó al instante de que estaba viendo la televisión y después… el bendito olvido.

—Te llevo a la cama.

—No —lo dijo demasiado tarde, pues ya estaban en ella—. Por favor —su rostro estaba a escasos centímetros del de Edward. Se dio cuenta de que el albornoz se le había abierto y de que él también se habla duchado y puesto uno—. Bájame.

Edward lo hizo, y entrecerró los ojos cuando vio el rubor en sus mejillas mientras se cerraba el albornoz con rapidez y se apartaba un poco de él. Era un hombre fuerte, vital y demasiado viril para la tranquilidad espiritual de cualquier mujer. Sobre todo para la de Bella. Al recordar con toda claridad cómo se había sentido cuando la tocaba, comenzó a experimentar un cúmulo de profundas sensaciones, en las que se mezclaban la excitación sensual y el deseo no querido. Recordó cómo era el suave roce de su boca en la piel, en la curva de su pecho y el sensual tirón de su lengua al llegar al pezón.

A él le encantaba explorar su cuerpo y besarla en lo más íntimo, lo cual la volvía loca y hacía que le rogase sin ningún miramiento que la llevara al clímax, en el que él se recreaba para después hundirse en ella y llevarla consigo. Una magia sexual y sensual tan increíblemente exquisita, que apenas se podía describir.

Durante aquellos escasos y hermosos días, ella lo había amado en cuerpo y alma, y creía que él la había correspondido. ¡Qué estúpida! Días era lo único que había tenido antes de que la burbuja estallara. Ya no había amor; no podían revivir lo que habían compartido. Ese pensamiento le dio valor para manifestar en palabras lo que le rondaba por la mente. Tenía que hacerlo de una vez.

—Quiero que te pongas protección cuando tengamos relaciones.

—¿Por qué motivo? —su expresión no se alteró, aunque parecía que la ira acechaba bajo su aparente control.

—No me parece justo quedarme embarazada sin haberlo planeado —le sostuvo la mirada sin miedo.

—¿Te he pedido que tengamos un hijo?

—No —se imaginaba a un niño parecido a su padre; un diablillo de pelo oscuro, fuerte y decidido.

—¿Tienes problemas de salud?

—Yo no —su respuesta había sido demasiado brusca.

—¿Acaso crees que he descuidado los principios del sexo seguro?

La idea de que hubiera estado con otras mujeres y que hubiera compartido con ellas las delicias que le había ofrecido a ella era más de lo que podía soportar.

—Dudo que te hayas mantenido célibe durante los tres últimos años.

—¿Y tú, Bella?

¡Maldito fuera! De ninguna manera le iba a proporcionar la satisfacción que implicaba la verdad.

—Nuestro divorció nos liberó del voto de fidelidad.

—No me has contestado.

—No tienes derecho a hacerme esa pregunta —le sostuvo la mirada.

Edward dio un paso hacia ella, pero Bella se mantuvo firme a pesar de que todos sus sentidos le indicaban que debía salir de allí corriendo.

—Y otra cosa —añadió sin prestar atención a la tensión que se apreciaba en la mandíbula masculina—. Quiero análisis de sangre.

Provocarlo de aquella manera era una locura. Sin embargo, la invadían distintas emociones, una de las cuales era una mezcla de deseo e ira. No lo deseaba. No podía necesitarlo. Pero los dictados de su cuerpo contradecían su lógica racional… y lo odiaba por eso. Sobre todo, se odiaba a sí misma.

—¿No te basta mi palabra?

¿Le bastaba? Ya no lo sabía.

Como no contestaba, Edward se dirigió a una mesa de cuyos cajones extrajo un papel que le entregó. Sólo tardó unos segundos en echar una ojeada a los análisis. ¿Debería darle las gracias o censurarlo? Decidió que ninguna de las dos cosas.

—¿Soluciona eso todos tus problemas? —su voz era engañosamente suave.

—De momento —trató de contener un escalofrío.

—Muy bien —extendió una mano y le metió los dedos por el pelo, la agarró por la nuca y cerró su boca con la suya.

Capítulo 6: Compras Capítulo 8: Noche de amor

 
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