Sin Eleccion (+18)

Autor: cari
Género: + 18
Fecha Creación: 13/11/2010
Fecha Actualización: 28/01/2011
Finalizado: SI
Votos: 56
Comentarios: 104
Visitas: 219974
Capítulos: 29

 

Tres años atrás, obligada por el ultimátum que le había dado su padre para que abandonara a Edward Cullen, Bella se había quitado la alianza de boda sólo setenta y dos horas después de casarse…

Ahora otras circunstancias igualmente desesperadas obligaban a Bella a suplicar la ayuda de su ex marido. Pero Edward exigía un precio muy alto por su ayud ....... "si no se casaba con él, se marcharía y no la ayudaria"…

Bella no tenía elección, por lo que accedió a casarse por obligación…pero resultó que la obligación tenía sus momentos de placer......

 

este fic es una adaptacion de la autora Helen.

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Capítulo 26: Alivio

 

—No puede hacerme eso —Bella dio rienda suelta a su furia una hora más tarde mientras apartaba el plato sin acabar de comer porque se le había quitado el apetito.

—Ya está hecho —le aseguró Spence—. Mañana por la tarde se enviarán los avisos y se pondrán carteles en los escaparates y la puerta de la tienda para anunciar que la apertura se retrasará dos semanas.

—Pero…

—No hay peros que valgan.

—Edward se comporta de un modo ridículo.

—No, de un modo protector.

—Ridículo —le relampagueaban los ojos.

—Dígaselo mañana.

—¿Mañana? No vuelve hasta el domingo.

—Ahora debe de estar embarcando en el avión —dijo Spence después de consultar el reloj.

—Ha sido algo que me ha sucedido por casualidad —opinó encogiéndose ligeramente de hombros—. Le podía haber pasado a cualquiera.

—Pero usted es la esposa de un hombre muy rico, que muchos conocen por los medios de comunicación. Por lo tanto, es más vulnerable que la mayoría. Por eso hemos tomado ciertas medidas de protección.

A las que ella no había hecho caso. Spence no quería alarmarla. Se estaba investigando el incidente para confirmar las sospechas.

—¿Cree que fue un ataque deliberado? —se le empañaron los ojos.

—Hay personas que saben que Edward está en el extranjero.

—¿Tiene enemigos? —pregunta tonta, ya que todo hombre que hubiera escapado de la calle y hecho fortuna tenía que haber llegado a tratos muy peligrosos. La envidia y los celos eran imprevisibles en algunas personas: hombres que se sintieran injustamente tratados; mujeres desairadas…

—Digamos que su ausencia ofrece la oportunidad de llegar hasta él a través de usted.

«Se equivoca», pensó ella. «Sólo soy un instrumento de venganza para él. No le importo».

—Voy a llamar a Jacob, me daré una ducha y me acostaré.

—Estos son los analgésicos y una píldora para dormir—dijo Spence mientras sacaba un paquete del bolsillo y se lo entregaba—. Tómeselos cuando se vaya a la cama.

Después de una larga y relajante ducha, se tumbó en la cama y llamó a Jacob.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Jacob al notarle algo raro en la voz.

Bella le hizo un resumen y le dijo que estaba bien.

—¿Por qué crees que Edward ha decidido volver de inmediato?

—Para regañarme a gritos personalmente.

—¿Te preguntas por qué se casó contigo?

—Para tener la última palabra.

—¿No será porque nunca has dejado de importarle?

—Ni por asomo —antes nevaría en verano.

—Cualquiera se hubiera dado cuenta de que compartíais algo especial.

—Tal vez. Antes —sintió que se le partía el corazón.

—Nuestro padre era un idiota presuntuoso.

—Oye —le dijo en tono de reproche—. No hables mal de los muertos.

—Quería guardarnos para él. A mi no me importaba porque no era lo bastante mayor. Pero tú sí. Y te arruinó la vida. Después se quitó de en medio y nos dejó solos tratando de rehacer nuestras vidas.

—Le juzgas con dureza.

—Pero es la verdad.

—Me parece que lo que mueve a Edward es la venganza.

—Tal vez te equivoques.

—No veo cómo puedo estar equivocada.

—Porque esperó que fueras tú la que le acercaras —al ver que no contestaba, continuó—. Podría haberte rechazado, pero no lo hizo.

«Pero puso condiciones e hizo que Spence me siguiera a todas partes», se dijo Bella.

—Te ha devuelto todo lo que tenías.

Excepto el amor.

—Ha pospuesto la inauguración de la tienda —protestó.

—Tiene lógica, ya que tendrás que prestar declaración y recuperarte. Por no hablar de los efectos del susto.

—¡Por Dios! —exclamó Bella—. No empieces tú también con lo de la «frágil flor».

—Es bueno saber que se preocupan por ti. Duérmete, hermanita —se despidió Jacob—. Y no le des demasiadas vueltas a las cosas. Llámame por la mañana, ¿me lo prometes?

—Sí. Buenas noches.

Bella miró la hora. Eran las diez pasadas. Se tomó las pastillas que Spence le había dado. La herida no le dolía demasiado, pero su mente no descansaba y no le sería fácil conciliar el sueño. ¿Cuánto tardarían las pastillas en hacer efecto? Quizá si leyera un rato… Tomó un libro, leyó dos páginas y eso fue lo último que recordó hasta que se despertó a la mañana siguiente. Al estirarse, ahogó un gemido de dolor. La herida; los puntos. Se levantó con cuidado y se vistió. Tomaría más calmantes con el desayuno.

María estaba preocupada por ella, Josef le preguntó cómo se encontraba y Spence se mostraba tan solícito que Bella casi se echó a llorar. Llamó a Jacob mientras se tomaba la segunda taza de café. La policía llegó a las nueve. Le hicieron muchas preguntas. Bella prestó declaración, y los agentes se marcharon una hora más tarde.

Después de comer, rechazó las recomendaciones de que descansara. Lo que necesitaba era hacer algo. Fue al despacho a trabajar un rato. No quería quedarse desabastecida. Los artículos de lujo eran algo que los clientes querían en el momento, sin esperar a que los encargaran.

Allí la encontró Edward, sentada y con la cabeza inclinada hacia la pantalla del ordenador. Se quedó mirándola absorto. Se sentía desgarrado por emociones encontradas, que controló con esfuerzo.

Bella parecía estar bien. Un poco pálida. Esperaba que hubiera dormido mejor que él en el avión. Al llegar había tomado un taxi en el aeropuerto y se había pasado el trayecto hablando por teléfono, primero con Spence y luego con otras personas que no estaban en la guía telefónica para solicitarles determinados favores. Si sus sospechas eran acertadas… Llevaría tiempo, pero el proceso de resolución del caso había comenzado minutos después de que Spence llevara a Bella al hospital.

Bella alzó la vista al oír que se cerraba la puerta. Le sostuvo la mirada.

—Pero, ¿qué haces?

—Ya ni saludas.

—Cierra el programa y apaga el ordenador.

—No era necesario que volvieras. Estoy bien. De verdad —llevaba todo el día anticipando ese momento y se había ido poniendo cada vez más nerviosa.

—Seguro. Esas ojeras son producto de mi imaginación.

—¿Tú te has mirado en un espejo?

—¿Volvemos a empezar? —preguntó Edward.

—¿Y tratamos de ser educados y neutrales?

Edward se acercó al escritorio, se inclinó y pulsó la tecla de «guardar».

—No lo hagas.

—Ya lo he hecho.

Durante unos instantes, ella dejó que la valorara con la mirada, resistiéndose a doblegarse. Él la besó lenta y suavemente en la boca. Cuando alzó la cabeza, Bella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, que trató de ocultar, temerosa de lo que él pudiera ver en ellos. Edward la puso de pie con delicadeza, la tomó de la mano y salieron del despacho.

—Edward…

—Tengo que ducharme y cambiarme.

Subieron a la habitación. Bella lo observó mientras se desnudaba.

—Dame cinco minutos —se dirigió a la ducha.

Bella oyó el sonido del agua… y supo que no debía quedarse. Permanecer inactiva, esperándolo, era el colmo de la locura. Peso sus miembros no obedecían las órdenes del cerebro. «No seas estúpida. Si te vas, irá a buscarte. Y eso no contribuirá a mejorar las cosas». Estaba muy nerviosa. Irse. Quedarse. No sabía qué hacer «Pues vete a mirar por la ventana. Lo que sea. Pero haz algo». Se dirigió a la ventana y oyó que el grifo de la ducha se cerraba. Trató de concentrarse en la simetría de la pradera de césped, en las flores y setos del jardín. Vio un pájaro beber agua del estanque. Luego echó a volar y se posó en las ramas de un gran árbol.

Sintió, más que oír, que Edward cruzaba la habitación y se situaba detrás de ella. Le puso las manos sobre los hombros. Sentía su cálida respiración en la sien, y la excitación comenzó a correrle por las venas cuando le posó los labios en el cuello.

—Ven a tumbarte conmigo.

—Es por la tarde —protestó ella.

—¿Y eso qué importa?

—Deberías dormir.

—Lo haré enseguida. Pero antes —comenzó a desabrocharle los botones de la blusa—, tengo que ver… Le soltó el último botón.

Una gasa esterilizada cubría la herida. No era profunda, pero la punta de la navaja había cortado los tendones y llegado al hueso. La herida cicatrizaría, bajaría la hinchazón y, al cabo del tiempo, lo único que quedaría sería una fina línea.

Los ojos de Edward centellearon con un salvajismo primitivo. Blasfemó en voz baja antes de volver a colocar la gasa en su sitio.

—Debes saber que no descansaré hasta hallar al que ha hecho esto.

Bella se quedó sin respiración y el corazón comenzó a latirle a toda prisa. Casi le daba pena el culpable. Estuvo a punto de decir que podía haber sido peor. Pero le bastó una mirada para saber que las largas horas en el avión no habían servido para disminuir la ira de Edward. Ella se sentiría igual si la situación fuera la contraria.

Durante varios segundos, Bella fue incapaz de moverse aunque le fuera en ello la vida. Nadie podía estar tan furioso a menos que la otra persona le importara. ¿Tendría razón Jacob? La cabeza le daba vueltas sólo de pensarlo. Edward no decía nada. Pero ella tampoco.

—¿Quieres hablar de ello? —le preguntó tomándola de la barbilla.

«¿De qué?, ¿de cuánto te quiero?, ¿de que nunca he dejado de hacerlo?, ¿de si me quieres?:» Como si fuera a servir para algo.

—No tenías que haber vuelto antes —era una frase corriente, con la que se sentía segura.

—Sí. Tenía que hacerlo —le dijo con voz suave. Le acarició la cara, inclinó la cabeza y la besó con tanta dulzura, que ella se apoyó contra él y le dejó hacer.

Edward se separó de su boca poco a poco. Le quitó la blusa con una delicadeza infinita, le desabrochó el sostén y sus manos se deslizaron hacia los pantalones.

—Por favor…

—Ten paciencia —recorrió con un dedo la cintura de la prenda, sintió cómo temblaba el estómago femenino y le bajó la cremallera.

Bella ardía de deseo, y él apenas la había tocado. Le bajó los pantalones, le quitó las bragas y la llevó a la cama. Retiró la colcha con un rápido movimiento y la metió en el lecho. Se quitó el albornoz y se tumbó junto a ella. Bella trató de decir algo gracioso mientras él la besaba en el hombro, pero no le salían las palabras.

—Sé complaciente, cariño. Tengo una necesidad extrema de hacer esto —comenzó a descender hacia sus senos, saboreó los pezones y siguió descendiendo para acariciarle el ombligo.

Bella le metió los dedos en el pelo y le sostuvo la cabeza mientras seguía bajando, buscando su sexo, recorriendo sus pliegues con la punta de la lengua, antes de dirigirse al clítoris. Bella se arqueó de forma involuntaria, y él la sostuvo por las caderas, hundiéndose en la cálida humedad hasta que ella gritó pidiendo más. Y la abrazó mientras llegaba al orgasmo. La tierra tembló, fue explosivo, fue más, mucho más de lo que jamás había experimentado. Se echó a llorar de la emoción mientras se hallaba allí tumbada, desnuda, totalmente desnuda y completamente suya. Como había sido siempre y como lo seguiría siendo. ¿Lo sabía él?

Su cuerpo se estremecía mientras él le recorría el estómago con breves besos. Siguió subiendo hasta llegar a la garganta y luego se detuvo en la boca, con un beso lento y largo. Bella le tomó la cara con las manos y le devolvió el beso, amándolo mentalmente, hasta que él, de mala gana, alzó la cabeza y se tumbó a su lado.

—Quédate conmigo, cariño.

Eduardo se durmió a los pocos minutos, y ella se quedó a su lado hasta que desapareció la luz del sol y se hizo de noche.

Capítulo 25: Atacada Capítulo 27: Incendio

 
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