EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
Visitas: 113546
Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 17: CAPITULO 17

Capítulo 17

La sirena sexy

Aquel fin de semana Alice me sacó a pasear y, por primera vez desde el último sábado, tal vez incluso por primera vez en todo un año, finalmente sentí que las cosas iban bien. No necesitaba a Jacob. No necesitaba a nadie capaz de tratarme como él me había tratado. Y como el romance floreciente entre Alice y Jasper así lo demostraba, nunca se sabe cuándo va a encontrar una a su hombre ideal. O al menos al hombre ideal por el momento. Porque, ya puestos, me habría conformado con un hombre del montón, o incluso menos que eso, si el susodicho me hubiese demostrado alguna atención. Pero no tenía tanta suerte.

El domingo, Alice vino a casa y me ayudó a vaciar el armario de ropa. Todo lo que pertenecía a Jacob fue arrojado a unas enormes bolsas de basura verdes. Pero luego lo pensé mejor y revisé las bolsas para sacar todo lo que le había comprado cuando su tarjeta de crédito era rechazada; las camisas que le había comprado para sorprenderlo; los jerséis que le había comprado porque pensaba en él; los pantalones Van Heusen, resistentes a las manchas, que le había comprado cansada de frotar manchas de tinta de sus pantalones antes de llevarlos a la lavandería. Cuando al fin sacamos toda la ropa que le había regalado, una montaña de camisas, calcetines, calzoncillos, pantalones y camisetas yacía en el suelo de mi salón.

Alice sonrió.

—¿Qué quieres que hagamos con todo esto? —preguntó.

Sonreí. No le pertenecía. Lo había obtenido simulando ser un novio sensible y fiel. Algo que obviamente no era.

—Se me ocurren algunas ideas —murmuré. Finalmente decidimos cortar en tiras algunas de las camisas y guardamos el resto para llevarlo a alguna casa de caridad. La ropa que Jacob realmente se había comprado la pusimos en una pila fuera de mi apartamento y Alice lo llamó al móvil para dejarle un mensaje.

—Tus ropas están en al descansillo de Bella y las dejaremos ahí hasta las diez de la noche —informó—. Si las quieres, te aconsejo que vengas antes de esa hora.

Después de colgar se volvió y me miró.

—Así no tienes que estar dando vueltas y esperando, preguntándote si aparecerá. Si no viene esta noche, las llevamos a incinerar.

Alice llamó al cerrajero, que vino rápidamente y cambió la cerradura del apartamento. Me dio las llaves nuevas y Alice me puso las viejas en la mano.

—Tíralas en una fuente o algo así —dijo—. Tal vez te traigan suerte.

Tenía que admitir que, por lo menos, eso no iba a empeorar las cosas. En realidad, era difícil que las cosas pudieran ir peor.

Salimos a llevar la ropa a la casa de caridad, cada una con una bolsa de plástico llena de cosas que yo le había comprado a Jacob. Después de dejarlas, Alice insistió en invitarme a cenar para celebrar que me hubiera quitado de encima a Jacob de una vez por todas. Tomamos el metro y fuimos hasta el Rockefeller Center para tirar la llave vieja en la fuente. Allí se quedó, entre montañas de centavos que portaban deseos de sus antiguos poseedores.

—¿Qué has pedido? —me preguntó Alice mientras nos alejábamos.

—Si te lo digo no se hará realidad —dije con aire juguetón. Había deseado no unirme a nadie que no me tratara como me merecía.

Oh, y también pedí tener relaciones sexuales alguna vez antes de cumplir los treinta. Después de todo, una llave es algo más grande que un centavo, lo cual me daba derecho a dos deseos.

Durante la cena (que Alice pagó con una tarjeta de créditoque no fue rechazada) reímos, hablamos y brindé por la amistad y la autoestima. También me fijé en que unos camareros muy guapos nos sonrieron a mí y a Alice, que no les prestó mayor atención.

Las cosas habían cambiado.

Al llegar a casa, encontré el descansillo vacío. Jacob había venido a buscar lo suyo. Me invadió una sensación de alivio. No tenía que hacer más llamadas telefónicas, ni tenía que encontrarme con él, ni establecer ningún otro contacto.

—Jacob se ha ido para siempre —dijo Alice triunfante, descorchando una botella de champán que habíamos comprado en el camino de regreso a casa.

—¡Brindo por eso! —dije levantando mi copa—. Y porque mi apartamento ha vuelto a ser mi apartamento.

—Bueno, quería hablarte de eso —dijo Alice, inclinando su cabeza a un lado y sonriendo—. Ahora que Jasper y yo estamos saliendo oficialmente, bueno, no saldré tanto a comer fuera y creo que tendré más dinero para un alquiler. Me preguntaba si estarías interesada en compartir tu apartamento conmigo.

—Oh, Dios mío, ¡claro! —exclamé dejando mi copa de champán y abrazándola. Ella también me abrazó y ambas nos reímos y saltamos con excitación.

—¿Sí? ¿Estás segura?

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!

Brindamos de nuevo.

Cuando Alice al fin se fue a su casa, me sumí felizmente en un sueño reparador.

 

 

El teléfono sonó a las siete menos cuarto de la mañana del jueves sacándome del primer sueño placentero del que había disfrutado en meses. Pensé que, si era Jacob de nuevo, lo mataría. ¿Es que se había puesto de moda sacarme de la cama tan temprano? ¡Odiaba madrugar!

Contesté malhumorada el teléfono y me sorprendí al oír la voz de mi madre en vez de la de Jacob.

—¿Cómo te atreves? —me gritó sin siquiera decir hola. Me senté, bastante aturdida, y me froté los ojos. Miré el reloj de nuevo, para asegurarme de que no me había imaginado la hora. No. Eran las 6:46. Carraspeé un poco.

—Hummm, buenos días —dije medio dormida.

—No puedo creer que me hayas avergonzado de esta manera, jovencita —espetó mi madre inmediatamente—. Estoy sorprendida por tu conducta.

Me quedé mirando el auricular antes de volver a llevármelo a la oreja. No entendía nada de lo que estaba sucediendo.

—¿De qué estás hablando? —pregunté finalmente.

—No te hagas la tonta conmigo —dijo mi madre encolerizada. Respiré profundamente revisando mi cerebro para ver si encontraba alguna actividad ofensiva en la que pudiera haber tomado parte, pero no encontré nada.

—Te aseguro que no sé de qué me estás hablando —dije por fin.

—Tu tía Cecilia acaba de llamarme —dijo mi madre con lentitud. Su voz era de hielo—. Iba hacia su trabajo cuando vio un ejemplar de esa revistucha horrible, Tattletale. ¿Cómo osas avergonzarme de esta forma?

Mi corazón empezó a latir con fuerza, aunque todavía no tenía ni idea de lo que me estaba diciendo. Sin embargo, igualmente tuve la sensación de que mi estómago se hundía en el vacío. Cerré los ojos y todo lo que pude ver fue la imagen de la presuntuosa y risueña Tanya Delani.

—¿Qué es lo que vio en Tattletale?—pregunté despacio. No podía ser nada bueno.

—Oh, creo que lo sabes muy bien —replicó mi madre con frialdad—. Si quieres retozar con una estrella de cine, está bien. Pero manchar nuestro buen nombre apareciendo en la portada de una revista como el juguete sexual de Edward Cullen, es algo imperdonable. No te crié para que seas una cualquiera.

Repentinamente me quedé sin respiración.

¿Un juguete sexual?

¿El juguete sexual de Edward Cullen?

—Mamá, no tengo ninguna relación con él —murmuré sintiendo un nudo en la garganta. Me sudaban las palmas y tenía la boca seca—. Te lo juro. ¿Estás segura de que se trata de mí? ¿Está segura Cecilia?

—Completamente —contestó mi madre, sin ceder ni un ápice—. Sales en la portada, Bella. ¿Cómo se supone que debo vivir con eso? ¿Qué se supone que voy a decirle a tu abuela de ochenta y cinco años cuando te vea en la portada de la revista como cualquier ramera barata?

—Oh, Dios mío —exclamé, demasiado asombrada como para responder al hecho de que era mi propia madre la que me estaba acusando de parecer una zorra. Mi corazón se aceleró. Finalmente hablé—: Todo esto es un gran malentendido, mamá, te lo juro. Entrevisté a Edward Cullen, pero eso fue todo. Tattletale es una revistucha, mamá. No son noticias verdaderas. No puedes creer todo lo que publican.

—No sé qué decirte, Bella —replicó mi madre después de una pausa—. Ya me doy cuenta de que no eres la hija a la que yo crié.

Sus palabras dolieron. Tomé aliento y lo intenté de nuevo.

—Mamá, nada de eso es verdad —insistí—, tienes que creerme.

—Estoy muy decepcionada —dijo con frialdad.

Colgó sin esperar una respuesta. Me quedé allí sentada un momento, con el teléfono todavía en la oreja, hasta que volví a la realidad.

—Mierda, mierda, mierda —me lamenté saltando de la cama y precipitándome al ropero. Saqué unos téjanos y un jersey desteñido, lo primero que encontré.

Bajé rápidamente los cuatro pisos, corrí por el pasillo y salí a la calle aún medio vacía a esas horas. Llegué hasta el quiosco que estaba en la Segunda Avenida con la calle Cuatro, observé los expositores y finalmente di con Tattletale.

Me quedé congelada al verme en la portada.

En la parte superior izquierda de la revista había una foto en blanco y negro en la que aparecíamos Edward y yo saliendo del servicio de caballeros de Mod.Parecía una de esas fotos que sacan las cámaras de seguridad de la revista, lo que significaba que alguien de Mod —Tanya, sin duda— la habría enviado a Tattletale. Cuando salíamos por la puerta, Edward tenía el brazo por encima de mis hombros y yo lo miraba. La foto parecía condenatoria. Pero lo peor, con mucho, era el titular que rezaba: EDITORA DE MOD, EL NUEVO JUGUETE SEXUAL DE EDWARD CULLEN.

—¡Oooh, mierda! —maldije, lo suficientemente fuerte como para que el hombre que atendía el mostrador me mirase sorprendido.

—¿Se encuentra bien, señorita? —me preguntó.

Le hice una mueca.

—No —mascullé. Con manos temblorosas, puse un ejemplar de Tattletale sobre el mostrador y le di un dólar por él—. No me encuentro nada bien.

Salí del establecimiento como un relámpago, hojeando la revista a toda velocidad. Cuando llegué a la página treinta y dos, donde había un artículo a doble página sobre nuestro «affaire ilícito», me quedé petrificada. Me paré en la acera a contemplar el contenido, mientras el nudo que sentía en la garganta se iba estrechando a medida que leía el texto.

Había fotos en toda la página, junto a un breve artículo. Había una foto del increíble ramo de flores que Edward me había mandado y una reproducción de la nota que lo acompañaba, cortesía de Tanya, sin duda. Había una foto, tomada por un paparazzi,de Edward entrando al taxi conmigo. Había incluso una foto mía, saliendo sola de mi edificio.

«Edward Cullen encuentra nuevo juguete sexual», decía claramente la publicación. Debajo de eso se leía: «Bella Swan, la columnista de Mod, es la última aventura de la estrella de cine. «Una exclusiva de Tattletalel»

A medida que recorría el texto me iba sintiendo cada vez más angustiada:

 

 

Los espías de Tattletale se han enterado de que el monumento más sexy de Hollywood, Edward Cullen, está ocupado con Bella Swan, de veintiséis años, redactora de la revista Mod,quien realizó el artículo de portada del número de agosto sobre Cullen.

«Se conocieron cuando ella entrevistó a la estrella para ese número», contó una fuente de Mod.Ella dice que él es muy bueno en la cama.

La señorita Swan ha trabajado para Rolling Stone y People como redactora especializada en celebridades. Llevó su talento a Mod, donde trabaja desde hace dieciocho meses en la sección de espectáculos. Es la periodista más joven en una publicación de estas características.

Tattletale ha sabido que Cullen y Swan fueron vistos saliendo juntos del hotel del actor en dirección al apartamento de la redactora, y escondiéndose en el servicio de caballeros de Mod,en Nueva York.

¿Rápidos, no?

«Se los veía bastante a gusto juntos —dijo el conductor de taxi Omar Sirpal, quien llevó a Swan y Cullen la semana pasada—. E incluso le dio a ella el desayuno en mi taxi.»

La señorita Swan recientemente fue abandonada por su novio, con quien vivía, de modo, que el romance con Cullen, aquí, en Tattletale,nos suena a despecho. En cuanto al señor Cullen, parece que está locamente enamorado de su nueva gatita sexual, quien se suma a las filas de Emily y la agente ane Vulturi en el elenco de sus amantes.

«Le envió flores la semana pasada —señala nuestro informante en Mod—. Ella contó a todos los de la oficina de quién eran y por qué se las había enviado. Aparentemente, Edward supo apreciar toda la atención que ella le había prestado, si se entiende a qué me refiero.»

¿De qué clase de atención se trataría? No lo sabemos, pero podemos suponerlo. Swan y Cullen fueron vistos dirigiéndose los dos juntos al servicio de caballeros de Mod el pasado jueves. Salieron también los dos juntos un cuarto de hora más tarde, con aspecto cohibido y satisfecho a la vez, según nuestro informante.

«Todos sabemos lo que pasó allí dentro —dice nuestra fuente en Mod—. Como si no fuera lo bastante evidente, todos oímos lo que ocurrió.»

¿Cuál será la próxima enamorada del soltero más sexy y ocupado de Hollywood? Busque en el próximo número de Tattletale para averiguarlo.

 

 

Después de haber leído aquello, me quedé un rato mirando el texto aterrorizada. Lo volví a leer, como si con la segunda lectura pudiera cambiar, convirtiéndose en algo menos mortificante.

Pero no tuve esa suerte.

—Oh, Dios mío. —Estaba paralizada en medio de la acera y no tenía idea de qué debía hacer. Sería mi palabra contra la de la fuente de Tattletale, que seguramente era Tanya Delani. Todo lo que me incriminaba en el texto había venido directamente de ella. No cabía duda.

Y además, ¿por qué no había de ofrecerse personalmente a Tattletale con todo ese material incriminatorio? Le habrían pagado mucho dinero por un artículo como ése. Eso le habría servido para aumentar su estatus ante ellos. A su prima Estella le habría encantado. Y a mí me dejaba por los suelos. Sabía que odiaba que a los veintiséis años yo fuera redactora. Siempre había considerado que mi éxito era una afrenta personal hacia ella.

En definitiva, estaba jodida. Obviamente, Tanya todavía no le había contado a Margaret lo de Edward, pero sin duda, para cuando llegara a la oficina, Margaret ya estaría al corriente del artículo de Tattletale. Después de todo, el nombre de su revista —por no mencionar el mío propio— había sido mancillado desde la cubierta de uno de los más destacados periódicos de chismorreos del país. Y, a pesar de que Margaret pretendía estar por encima de todo esto, todos sabían que en el fondo le gustaban tanto el Star como el National Enquirer. Tattletale siempre estaba sobre su escritorio los martes por la mañana. ¿Cómo iba a pasársele por alto?

Volví a tragarme el nudo que tenía en la garganta cuando caí en la cuenta de que con toda probabilidad me iban a despedir ese mismo día. Me brotaron lágrimas de los ojos ante la injusticia de todo aquello.

Peor aún, ¿qué pensaría Edward? Seguramente creería que yo tenía algo que ver con todo eso. De repente me sentí agarrotada por la vergüenza y él desencanto. Él, claro, era un mentiroso, pero ahora parecería qué yo también había mentido; y, para colmo, a una revistucha sensacionalista. Estaba segura de que él pensaría que yo estaba detrás de la horrible historia de nuestro supuesto lío.

Alcé la vista, advirtiendo que estaba en mitad de la acera y que los transeúntes me miraban como si estuviera chiflada. Tal vez lo estaba. Rápidamente cerré la revista y me precipité calle abajo en dirección a mi apartamento, todavía presa del pánico.

Cuarenta minutos más tarde, después de un viaje en metro tortuosamente largo hasta Brooklyn —durante el cual había memorizado el artículo entero con una creciente sensación de pánico—, me hallaba ante la puerta de entrada del edificio de Alice. Tuve la impresión de que tardaba una eternidad en contestarme, pero finalmente lo hizo, todavía en pijama y frotándose los ojos de sueño.

—¡Bella! —dijo bostezando, con los ojos finalmente abiertos. Se llevó la mano a su cabello desgreñado y rojo, que durante el sueño se había convertido en algo que no se sabía muy bien si era un halo o un peinado afro—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Sin decir palabra, le pasé el ejemplar de Tattletale.Le echó una mirada a la portada y, para cuando volvió a mirarme, estaba completamente despierta.

—Oh, no —dijo en voz baja—. ¿Es tan malo como parece?

Asentí lentamente.

Sin pérdida de tiempo, Alice comenzó a hojear la revista. Cuando vio la doble página tragó saliva. Sus ojos recorrieron el breve artículo y a continuación me miró horrorizada.

—Es terrible —dijo en voz baja.

—Lo sé —asentí. Alice le echó una última mirada a la revista y me la devolvió—. ¿Qué voy a hacer?

—No sé —contestó. Nos miramos por unos segundos; luego se enderezó y me hizo señas para que entrara. Me sentía como si estuviera en trance—. Bueno, al menos a Jacob le sentará como una patada —dijo Alice amablemente, mientras la seguía por el corredor hasta la cocina. Esbocé una débil sonrisa.

—Sí, algo es algo —concedí. Sollocé y volví a mirar la revista que tenía en mis manos—. Esto es obra de Tanya.

           Alice y yo nos sentamos a la mesa de la cocina.

—Tiene que serlo —dijo al cabo.

—¿Por qué esa mujer la tiene tomada conmigo? ¿No es suficiente que su prima me haya robado el novio?

—En realidad, si quieres saberlo, su prima te hizo un favor —aclaró Alice.

—Cierto —dije agriamente. Sentía las manos heladas y oía mi propio pulso en los oídos. Mi cuerpo se puso súbitamente tenso.

—Tengo que hacer algo —dije. Alice me miró y asintió. Volví a echar un vistazo a Tattletale, después la miré a ella—. Pero ¿qué? ¿Qué se supone que debo hacer?

—No tengo ni idea —respondió Alice en voz baja.

 

 

Cuando treinta minutos más tarde subimos al metro, no estábamos más cerca de haber encontrado una solución, pero al menos me sentía mejor sabiendo que no me encontraba sola. Sabía que debía prepararme para las miradas y los murmullos cuando entrara en la redacción, pero Alice me había prometido que entraría conmigo y que fulminaría con la mirada a cualquiera que dijera algo inadecuado.

—Es muy probable que hoy me despidan —dije abatida, mientras el metro traqueteaba bajo tierra. Alice y yo íbamos apretujadas entre una mujer corpulenta, vestida con un traje chaqueta demasiado grande de los años ochenta, y un hombre alto de nariz aguileña y con unos tirantes que le subían los pantalones por encima de la cadera. A nuestro alrededor los neoyorquinos hojeaban sus periódicos y revistas, preparándose para un día de trabajo. Cuando vi que había varios ejemplares de Tattletale abiertos, bajé la mirada y para intentar que nadie se fijara en mí. ¿Quién habría dicho que tanta gente leía esa basura?

—No lo sabes —dijo Alice con firmeza. Pero sus palabras no fueron de mucho consuelo.

Cuando entramos en la oficina a eso de las nueve, todos los ojos se centraron en mí, según era de prever. Me sentí mortificada. Alice me apretó suavemente el brazo justo cuando enfilamos el largo pasillo que tíos llevaba a nuestros cubículos.

—No te preocupes —me susurró, a medida que iban apareciendo ejemplares de Tattletale.Docenas de ojos me miraban por encima de la publicación.

Era como entrar en esa pesadilla en la que yo estaba desnuda en la redacción. Pero, en cierta forma, era peor... y yo estaba bien despierta.

Quería echar a correr y gritar por el corredor que no era verdad, que todo era una mentira. Pero, como Alice me había recordado, quejarme demasiado sólo haría que pareciese que tenía algo que esconder. De modo que, en lugar de gritar, me dispuse a mantener la cabeza bien alta, simulando que era inmune a las miradas, los murmullos, los ojos perforándome la nuca. Alice mantuvo su mano amiga sobre mi brazo hasta que llegamos a mi cubículo.

—Tú no les hagas ni caso y trata de terminar tu trabajo, ¿de acuerdo? —dijo suavemente cuando al fin me senté. Asentí. Era más fácil decirlo que hacerlo.

Cuando cogí mi teléfono para escuchar los mensajes, me sorprendió descubrir que ya tenía doce. Apenas eran algo más de las nueve de la mañana. Cuando escuché el primero, palidecí.

«Hola, señorita Swan —oí—. Soy Sal Martino, productor de Access Hollywood. Estamos muy interesados en su historia. Como por supuesto usted sabrá, Edward Cullen es una gran noticia. Llámeme al 212-555-5678 tan pronto como pueda.»

El segundo mensaje era de Hollywood Tonight.

«Soy Jen Sutton, de Hollywood Tonight —empezó diciendo la mujer, con voz alegre—. ¡Qué buena historia! Nos ha encantado. Columnista joven y dinámica se enamora perdidamente del bombón más sexy de Hollywood. Nos encantaría mandar a Robb Robertson para entrevistarte de inmediato. ¡Aprovecha el tirón, chica! Llámame al 212-555-3232.»

Los siguientes diez mensajes decían más o menos lo mismo. Sal Martino había llamado otras dos veces. El National Enquirer me ofrecía pagarme por mi historia. Access Hollywood quería mandar a Billy Bush para que me entrevistara. El New York Post quería algo exclusivo. Incluso la filial local de la NBC quería filmarme y pedía que les dejara enviar esa noche a un equipo con cámara a mi apartamento para hacer algo en vivo para las noticias de las once en punto. Cuando colgué horrorizada el teléfono solté un lamento. Prácticamente podía sentir cómo mi mundo se derrumbaba bajo mis pies.

Estaba a punto de levantarme e ir hasta el cubículo de Alice cuando sonó mi teléfono. Contesté enseguida.

—Revista Mod, habla Bella Swan —dije.

—Oh, Bella, no puedo creer que te haya pescado —dijo una voz alegre a la que instantáneamente identifiqué como la que había dicho en mi buzón «Soy Jen Sutton, de Hollywood Tonight». La voz se interrumpió, esperando que contestara.

—Hola —respondí finalmente.

—¡Hola, jovencita! —dijo Jen alegremente—. Estoy tan celosa de ti... ¡Qué bueno! Eres como una de nosotras. Una periodista que rompe todas las reglas para acostarse con el tipo más caliente de Hollywood. ¡Impresionante!

—Pero no lo hice... —protesté. Sin embargo, Jen divagaba como si no me hubiese oído.

—Robb Robertson está entusiasmado con todo esto —prosiguió—. Conoces a Robb, ¿no? Es nuestro periodista más conocido, y está muy metido en la historia. Estás en boca de todos, muchacha.

—Pero no lo hice... —insistí, pero me interrumpió. ¿Nunca paraba para respirar?

—Todo el mundo quiere tu historia —prosiguió, y su voz subió una octava (quizá por falta de oxígeno)—. Podemos prometerte tratamiento de estrella. Te maquillaremos, te vestiremos, haremos lo que sea. Será glamoroso... —añadió y finalmente se detuvo a esperar una respuesta. Respiré hondo.

—No —repliqué—. No me acosté con él. No me acosté con Edward Cullen. Juro que no pasó nada —declaré y, por un instante, Jen se quedó en silencio.

—Incluso te dejaremos ver las preguntas por anticipado —ofreció, desbordante de entusiasmo, como si no hubiese oído lo que le dije—. Sé que Robb parece un poco duro en la pantalla, pero te dejaremos ver la lista de preguntas y le haré prometer que no te presionará, ¿te parece bien?

—No —respondí con firmeza. ¿Era sorda?—. No me parece bien. ¡No hay historia! No mé acosté con Edward Cullen —dije, y Jen se quedó en silencio otro inátante.

—Como quieras —dijo con una voz súbitamente helada—. Pero seguiremos adelante con la historia con tu cooperación o sin ella.

—¿Cómo? ¡No tienen en qué basarla!

—Somos una organización internacional de prensa —me soltó Jen—. Ya encontraremos algo. Llámame antes de las cuatro si cambias de opinión —añadió y colgó. Me quedé atónita, con el auricular en la mano.

—¿Quién era? —preguntó Alice desde su cubículo, con cara de preocupación.

Hollywood Tonight —respondí, mirándola horrorizada—. Van a ocuparse de la historia con mi colaboración o sin ella. Y en mi buzón tengo mensajes de casi todo el mundo.

—Oh, no —gimió Alice.

—Oh, sí.

 

 

Cuando mi intercomunicador sonó a las diez en punto, me dio un vuelco el corazón. Era Cassie, anunciándome de malos modos que Margaret quería verme de inmediato. Aparentemente, mi jefa no quería perder tiempo para ponerme en mi lugar.

—¿Quieres que vaya? —preguntó Alice.

—No —respondí—. Es algo a lo que debo enfrentarme sola.

Me levanté de la silla lentamente y empecé a recorrer el pasillo para encontrarme con mi destino.

Capítulo 16: CAPITULO 16 Capítulo 18: CAPITULO 18

 
14671218 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10905 usuarios