EL ACTOR Y LA PERIODISTA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 09/01/2014
Fecha Actualización: 15/08/2014
Finalizado: SI
Votos: 53
Comentarios: 149
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Capítulos: 27

Bella, una chica común y corriente, que trabaja, sueña y espera las rebajas para renovar su vestuario, despierta una mañana en la cama del actor más guapo del mundo.

A sus veintiséis años, Bella Swan es periodista, trabaja en una revista de moda y se especializa en entrevistar a estrellas de cine. Por desgracia, el chico con el que vive parece decidido a batir un récord de abstinencia sexual mientras ella escribe un artículo sobre los ligues de una noche. Cuando le encargan que haga una entrevista a Edward Cullen. el actor de moda en Hollywood, tiene ocasión de conocer el auténtico significado de mezclar trabajo con placer. Pero a la mañana siguiente, para su sorpresa, despierta desnuda en la cama de Edward... ¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué ocurrirá si su jefa se entera y quiere sacar partido de la "noticia"? Además de recuperar la reputación perdida. Bella tendrá que aprender una gran lección sobre si misma... y sobre el hecho de que no siempre hay que creer en lo que se lee.

 

BASADO EN COMO LIGAR CON UNA ESTRELLA DE CINE DE KRISTIN HARMEL

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Capítulo 15: CAPITULO 15

Capítulo 15

El monumento

—¿En qué estabas pensando? —preguntó Alice.

Eran ya más de las seis y estaba decidida a ir a mi apartamento esa noche. Me pareció que todo el embrollo estaba concentrado allí. Pensé que podía coger todo mi mal karma y llevarlo de nuevo al lugar donde todo había comenzado.

Pero Alice no me dejaría ir sin más. Caminamos hasta la estación del metro, en la esquina de la calle Cuarenta y nueve y la Séptima Avenida, inmersas en una burbuja privada entre el mar de gente que se dirigía a su hogar. Además de nosotras, el tráfico se dirigía lentamente hacia el sur por Broadway, y otros conductores trataban de cruzar de este a oeste haciendo sonar sus bocinas y tratando de maniobrar entre los vehículos detenidos.

—No sé en qué estaba pensando —dije miserablemente. Me encogí de hombros y la miré de soslayo.

—¿Le dijiste que tú y Jacob habíais vuelto? ¿Y le dijiste que se fuera? —proseguía Alice, incrédula.

—No con esas palabras —murmuré.

—¡Bella! ¿Por qué?

—No lo sé. —Miré a Alice y la expresión de su cara me hizo callar. Me observaba como si yo estuviera loca, lo que seguramente era cierto.

En serio.

—Pero se trata de Edward Cullen —dijo enfatizando cada sílaba—. Edward Cullen —repitió como si estuviera hablando con alguien de poca capacidad mental—. Ya sabes, Edward Cullen, estrella de cine, el hombre más atractivo de Estados Unidos. Ese Edward Cullen.

—Ya lo sé —dije suavemente. Está bien, tal vez aquélla no había sido la mejor idea de mi vida.

—Y le dijiste que estabas saliendo con otro —recapituló Alice—. Con un hombre que ya sabemos que es un asqueroso.

—Ya lo sé —repetí.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No.

Alice suspiró y miró a lo lejos por un momento. Carraspeé y traté de explicárselo.

—Él sólo había venido porque sentía lástima de mí.

—Sí, claro —dijo Alice irónicamente—. A mí también me visitan todo el tiempo las estrellas de cine que sienten lástima por mí.

—Sabes lo que quiero decir.

—No. No lo sé. Tipos como él no pasan por la oficina sólo por pena. Y tú lo has echado todo a perder.

—Lo que sea —dije, a sabiendas de que parecía una niña impetuosa—. Pero ¿qué quería conmigo? Ya tiene a Emily. Yo sólo soy esa periodista loca que le vomitó encima.

Alice se detuvo y me dirigió una mirada de exasperación. Finalmente sacudió la cabeza.

—¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor te había contado la verdad sobre Emily? —preguntó.

—Pero ella dijo...

Alice me interrumpió.

—No me importa lo que dijo ella. Ella puede tener motivos que desconoces. ¿A qué actriz no le ayudaría en su carrera el hecho de estar liada con Edward Cullen?

—Pero las fotos...

—Pueden tener una explicación lógica —dijo Alice, completando mi frase. Sacudió la cabeza de nuevo—. Ya sabes, estánrodando una película juntos. Tal vez esa foto la tomaron en el estudio. Mientras rodaban una escena.

La miré.

—¿Y las fotos con su agente, Jane? —insistí—. ¿O con Jessica Gregory?

—La foto con la agente probablemente era sólo de una cena —adujo Alice—. No había nada romántico en eso. Y sabes que Edward Cullen tenía una participación como invitado en Chicas espías, el show de Jessica Gregory. Estoy segura de que un fotógrafo tomó esa foto mientras rodaban una escena. Esas revistuchas hacen que todo parezca indecente.

—Puede ser —concedí—. Pero todo esto me da mala espina. A fin de cuentas, él podría tener a cualquiera de esas mujeres si quisiera. No hay ninguna razón en el mundo para que quiera verme. Es una locura.

—No es ninguna locura, Bella —dijo Alice con firmeza—. No te valoras lo suficiente.

Ante aquel cumplido, sacudí la cabeza. Apreciaba que ella confiara en mí, pero yo sabía que los amigos no eran los jueces más imparciales del mundo. Jacob, que, aceptémoslo, era un perdedor, no me quería. Era ridículo pensar que Edward Cullen sí lo haría.

—Todavía no estoy preparada para pensar que las fotos de la revista no significan nada —dije, alejándome del verdadero tema, esto es, mi cuestionable atractivo—. Si fuese sólo con una mujer... ¡Pero es que aparecía con tres! No sé. No creo que deba creerle cuando dice que no tiene ninguna relación con ellas.

—No todos los hombres son mentirosos como Jacob, Bella —dijo Alice mirándome a los ojos. Bajé la vista, rehuyendo su mirada—. Antes nunca habías desconfiado tanto.

—Bueno, tal vez hubiera debido hacerlo. —Respiré profundamente y cambié de tema—: Mira, ya sabes lo que siento respecto a que la gente piense que me acuesto con alguien para obtener beneficios. ¿Sabes lo que parecería si me liara con Edward? Y no es que eso sea una Opción.

Alice suspiró.

—Tampoco es que hayas intentado acostarte con todos los que has entrevistado —dijo—. Eso sería bastante sospechoso. Pero ¿una vez? ¿Con un tipo con el que tienes esa clase de conexión?

—No tenemos esa clase de conexión —salté—. Eso es una estupidez. No es más que un actor al que entrevisté y punto. Fin. Pensé que era agradable, pero obviamente es como todos.

Alice se quedó mirándome por un instante y respiró hondo.

—Bien —dijo finalmente—. Lo siento. No es asunto mío. Sólo que desearía que alguien me mirase del modo en que él lo hacía.

Cuando nos separamos en la estación de metro, comencé a sentirme vagamente incómoda. Pero eso era tonto.

Por otra parte, ¿por qué Alice necesitaría que los hombres la miraran de la manera en que Edward Cullen me había mirado a mí? Los hombres la miraban con lujuria y con un deseo inequívoco de querer acostarse con ella. Edward Cullen me había mirado con lástima.

Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que alguien me había mirado con lujuria. Menos aún Jacob, que se había pasado los últimos meses follando con otra.

Aparentemente, me había vuelto repelente a los hombres.

 

 

A la mañana siguiente, el teléfono sonó a las 6:45, tres cuartos de hora antes de que sonara la alarma, y de ese modo fui bruscamente despertada de un sueño con Edward Cullen. No fui capaz de recordar mucho de él en esos primeros segundos de vuelta a la conciencia, pero era un bonito sueño, y no habría sido calificado exactamente como apto para todos los públicos. Eso era lo que recordaba. Dadas las circunstancias, me sentía vagamente incómoda. Traté de justificarme diciéndome que habría miles de otras estadounidenses fantaseando con lo mismo.

Y seguramente no estaban tan hambrientas de sexo como yo.

Y Edward Cullen, probablemente, no las habría llevado a su hotel. O no les habría enviado flores al trabajo. Pero ésta es otra cuestión.

Decepcionada de estar despierta y no poder volver a escaparme al mundo de los sueños, busqué el teléfono que tan inoportunamente sonaba.

—Hola —contesté medio dormida.

—¿Bella?

La voz hizo que me despertara del todo y me incorporé inmediatamente.

—Jacob —dije, sintiendo que me faltaba el aliento.

—Eh, nena —me dijo.

Por un minuto me quedé sin habla. ¿Qué quería? ¿Para qué me llamaba? ¿Se había dado cuenta de que me echaba de menos? ¿De que me necesitaba? ¿De que quería volver?

—Hola —respondí finalmente. Miré el reloj—. Jacob, son las siete menos cuarto. ¿Para qué me llamas a estas horas? —dije, haciendo lo posible por parecer poco formal. La poco formal Bella. Calma, calma, serena Bella. Esa era yo. Respiré hondo.

—Quería estar seguro de encontrarte —respondió Jacob tranquilamente—. He estado intentándolo desde hace varios días, pero no estabas. ¿Dónde andabas?

Abrí la boca para decirle que había estado en casa de Alice, pero lo reconsideré.

—No es de tu incumbencia —le solté. Toma. Ahí quedaba eso. A lo mejor incluso estaba saliendo con hombres que tenían realmente un trabajo. Tal vez estaba de juerga hasta altas horas de la madrugada. ¡Qué diablos! Quizás estaba acostándome con una estrella de cine. Sí, claro.

—Lo siento. Tienes razón —contestó con suavidad. Por supuesto que tenía razón. Aun cuando en realidad no estuviera acostándome con, digamos, una estrella de cine. Me quedé en silencio mientras esperaba a que hablase—. Mira, siento lo que ha sucedido, Bella. No tengo derecho a... No te lo merecías.

Su voz era suave y lenta, y sonaba genuinamente arrepentido. Por un instante, me quedé sin palabras.

—Exacto —dije al fin. No se saldría con la suya tan fácilmente—. No me merecía eso. No, después de todo lo que he hecho por ti —agregué, y en mi interior estaba llena de rabia.

—Lo sé, Bella. Lo sé —repuso Jacob suavemente—. No hay excusa.

—No, no la hay —dije, enfurecida—. ¿Tienes alguna idea de lo que sentí al encontrarte en mi cama con... con... esa mujer?

Advertí que estaba apretando tan fuerte el edredón que casi se me había cortado la circulación. Poco a poco fui soltándolo y respiré hondo.

—Lo sé —dijo Jacob con tristeza—. Lo sé y lo siento muchísimo. —Respiraba lentamente en el teléfono, y sentí que me ablandaba un poco en el silencio que se hizo entre nosotros—. Escucha, ¿puedo invitarte a cenar esta noche, Bella? —La pregunta me cogió con la guardia baja. ¿Cenar? ¿Jacob y yo? No le respondí de inmediato, y él insistió—. Sé que puede sonar impertinente, pero te echo de menos, y siento que, si te viera en persona, quizá podría explicarte mejor las cosas. —Yo seguía sin responderle, sin saber qué decir—. Sólo quiero verte, Bella —insistió—. Te echo mucho de menos.

De ninguna manera. Sabía que no debía ir. Que sería estúpido aceptar verlo tan pronto.

—Bueno —me oí decir. Un segundo. ¿Acababa de aceptar la invitación a cenar? ¿En qué estaba pensando?

—Fantástico —dijo Jacob, aliviado. Yo empezaba a sentirme muy incómoda. No sólo porque había aceptado, sino también porque, en realidad, había sentido que mi ánimo mejoraba cuando Jacob dijo que me echaba de menos. Porque en el fondo estaba esperando que me invitara a cenar.

Claramente, lo mío era de psiquiatra.

—Encontrémonos en el Friday's de Times Square a las seis y media —dije lacónicamente. Sabía que él odiaba el Friday's. Desde luego, era una forma insignificante de castigarlo, pero no me privé de eso.

—Bien —aceptó Jacob—. Te veré allí a las seis y media.

—Está bien. —El estómago me saltaba y mi corazón daba volteretas. Tenía un equipo acrobático al completo usando mis órganos para su práctica. Ciertamente, no me sentía bien.

—Bien, hasta luego, entonces. ¿Bella? —dijo Jaco y se detuvo un momento.

—Sí —dije finalmente.

—Te quiero —murmuró.

Me quedé estupefacta. Colgó antes de que yo tuviera oportunidad de contestarle. Muy despacio, colgué el auricular y me quedé mirándolo por un momento.

—Tienes una forma extraña de demostrarlo —murmuré finalmente.

 

 

—No puedes hacer eso —dijo Alice durante el almuerzo, mirándome por encima de su sándwich de pavo. Estábamos sentadas en un rincón del Cosi y finalmente reuní el valor necesario para hablarle de la llamada de Jacob y nuestro inminente encuentro. Sabía que ella iba a pensar que estaba loca y, para ser sincera, no estaba tan segura de que se equivocase.

Alice me miraba incrédula, mientras de su sándwich caían pequeños trozos de lechuga y mostaza al mismo ritmo que a mí me abandonaba la confianza.

—Sí, voy a encontrarme con él —anuncié finalmente.

—Bella —dijo Alice despacio. Dejó el sándwich sobre la mesa y se inclinó hacia mí para tomarme la mano derecha entre las suyas—. ¿Por qué? ¿Qué vas a ganar con eso?

—No lo sé —respondí lentamente—. ¿Qué puedo perder?

—Mucho —se apresuró a contestar Alice. No había forma. Alice estaba siendo muy desagradable—. Está tratando de usarte de nuevo.

—No, te equivocas —repliqué—. Sonaba como si realmente estuviera arrepentido.

—Sí, está arrepentido de haber perdido su fuente de ingresos —murmuró Alice.

—Además, ¿qué puede querer de mí? —añadí, ignorando su comentario—. Creo que esta vez realmente quiere hablar.

Alice se inclinó en la silla para observarme más de cerca. Quería su aprobación. Quería que me dijera que estaba bien que me encontrase con él. Era sólo una cena. No tenía que casarme con él o criar a sus hijos. Todavía,

Tampoco me lo había pedido. Nadie, en realidad, lo había hecho.

—Me parece que vas a salir mal parada de ese encuentro —dijo Alice por fin—, pero si es lo que quieres, sabes que cuentas con mi apoyo.

Suspiré.

—Gracias —musité.

Inclinó la cabeza de costado y me miró con aire pensativo.

—Deberías llamar a Edward Cullen; en serio —dijo suavemente.

La miré.

—Pensaba que estábamos hablando de Jacob —repuse finalmente. Alice miró su sándwich y luego a mí.

—Eso era antes. Ahora estamos hablando de Edward Cullen.

—No puedo llamarlo así como así —dije. ¿Estaba loca?

—Sí que puedes —insistió Alice—. Te dio su número de móvil. ¿Por qué no podrías llamarlo?

—Porque no —dije obcecadamente. Alice me miró a la expectativa—. Porque es una estrella de cine. Porque siente lástima de mí y no necesito su compasión. Porque obviamente se acuesta con Emily. Y con su agente. ¿Qué puede querer de mí?

—No creo que las relaciones con esas mujeres sean verdad —adujo Alice con calma—. En serio, no lo creo.

Sacudí la cabeza.

—Mira —respondí, tratando de no ser excesivamente brusca—, no voy a llamarlo. Eso sería totalmente poco profesional. Me dio su número por asuntos de trabajo. Y además, ya no quiero saber nada de él. Creo que ya está todo dicho.

Traté de parecer suficiente, pero en cambio me sentí un poco idiota. ¿Realmente había descartado de manera tan sumaria a Edward Cullen? Pero al menos mis razones para hacerlo eran las correctas. ¿O no?

Alice se encogió de hombros. Yo fingí que no le hacía caso.

—Lo que tú digas —soltó misteriosamente, como si supiera algo que yo ignoraba. Le hice una mueca y cambié de tema.

—¿Cómo va el asunto con el camarero francés? —le pregunté.

—Jasper —completó Alice con aire soñador.

—Sí, Jasper —dije—. ¿Cómo va eso?

—Muy bien —dijo Alice sonriendo y depositando de nuevo su sándwich en el plato—. Es genial, ¿sabes? No es tan joven como parece. Sólo es un año más joven que yo y realmente es muy inteligente. Está aprendiendo mucho inglés. Y como yo di clases de francés en secundaria, ahora estoy comenzando a recordarlo, ¿sabes?

—Eso está muy bien —dije estudiando la cara pecosa de Alice. Estaba radiante. Hacía tiempo que no la veía así. Normalmente le gustaba ir de camarero en camarero, con un giro ocasional hacia un banquero o un abogado, pero ya había salido unas cuatro veces con Jasper y pensaba verlo también esa noche.

¿El mundo se había vuelto loco? ¿Finalmente Alice había cambiado su patrón de citas con camareros?

—Hacía tiempo que no me sentía así —dijo, como si me leyera el pensamiento—. Me gusta de verdad, Bella.

—Me alegro —dije en serio—. Suena maravilloso.

—Es maravilloso —dijo Alice, mostrándome una radiante sonrisa—. Él es maravilloso. Anoche fui a cenar al Azafrán mientras Jasper estaba trabajando, ¿y sabes qué? No miré a ninguno de los camareros. Ni siquiera se me pasó por la cabeza. ¿No es extraño?

Le tomé la mano.

—¡Vaya! —murmuré—. ¿Ni siquiera los miraste?

—No —confirmó Alice tan sorprendida como yo—. Creo que nunca me había pasado eso de ni siquiera mirarlos. ¿Qué piensas que puede significar?

—A lo mejor te has enamorado.

—A lo mejor —convino Alice. Sonrió y me guiñó un ojo—. ¡Pasan cosas tan extrañas!

 

 

No sé qué clase de recepción esperaba exactamente en el trabajo, pero sí esperaba que, al menos, hubiera algún tipo de repercusión debido a la visita de Edward. Imaginaba que me recibirían con el mismo tipo de mirada suspicaz de Tanya. En cambio, hubo un tráfico constante de compañeras de trabajo que recalaban en mi escritorio para decirme que había sido genial que Edward Cullen viniera a verme.

A ninguna se le ocurrió que hubiera algo romántico entre nosotros. No sabía si sentirme insultada o halagada por el hecho de que mis compañeras supusieran que nuestra relación nunca iba a cruzar los límites de lo profesional. Finalmente opté por lo último y me permití un gran suspiro de alivio. Incluso me recreé un poco en los celos que suscitaba el hecho de que Edward Cullen hubiera venido a verme a la oficina.

—¿Qué estaba haciendo aquí? —chilló Chloe Michael cuando entré.

—Uh... Pasó para confirmarme unos detalles de la entrevista —tartamudeé antes de tener la oportunidad de pensar.

Chloe aceptó la explicación y la propagó como si fuera un incendio forestal. Algunas incluso pasaron a agradecerme que lo hubiera traído, estaban encantadas de haber conseguido su autógrafo. Nadie mencionó el hecho de que lo hubiera arrastrado hasta el baño, lo que obviamente no encajaba con el resto de mi explicación.

Detalles, detalles.

Mi alivio, sin embargo, duró poco. Exactamente hasta que Tanya entró en mi cubículo, a las cinco menos cuarto de la tarde, de camino a la salida. Tenía el pelo revuelto y llevaba un vestido negro superajustado y zapatos Jimmy Choo negros en punta. De hecho, tenía el mismo aspecto que el diablo si hubiese estado al frente de la sección de moda. Pero tal vez ésa era sólo una proyección mía.

—Así que ahora nos traemos los amantes a la oficina, ¿no? —canturreó—. He sabido lo de tu encuentro con Edward Cullen —añadió, y se me cortó la respiración. Sí, definitivamente esa mujer era Satán. Belcebú en carne y hueso.

—No —le espeté—. No pasó nada. Sólo vino a traerme algunas respuestas que le faltaban.

—¿Así que ahora lo llaman así? —se burló Tanya—. ¿Siempre haces las entrevistas en los servicios de caballeros? Entonces no es de extrañar que hayas llegado a redactora tan rápido.

Enrojecí de furia y comencé a protestar. Tanya me interrumpió, parpadeando con falsa inocencia:

—Entonces, las estrellas que entrevistas, y que según tu versión no se acuestan contigo, ¿también te mandan siempre flores?

Estaba tratando de idear una respuesta cuando ella se fue con una sonrisita en la cara. Me estremecí. Obviamente Tanya no había terminado conmigo todavía. De pronto me sentí incómoda.

Entonces me di cuenta. Las flores. ¿Cómo sabía ella lo de las flores, si sólo se lo había contado a Alice? Oh, no.

—¿Alice? —pregunté por encima del cubículo, mientras me ponía en pie temerosamente—. ¿Le contaste a Tanya lo de las flores del otro día? —Ya sabía la respuesta, pero era mi último recurso antes de tener que creer lo peor.

—No, por supuesto que no —contestó a toda prisa. Me miró por un momento y luego palideció—. ¿Por qué?

—Sabe que eran de Edward —dije con un ligero tono acusador. Eso no estaba bien.

—Oh, no —dijo Alice—. ¿Qué hiciste con la nota?

—La tiré.

—¿Aquí? ¿En la oficina?

Asentí. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Nos miramos un momento. Cerré los ojos y volví a abrirlos para contemplar con horror a Alice.

—Tiene la nota —concluyó ella finalmente. Asentí con preocupación—. ¿Qué piensas que va a hacer?

—No lo sé —contesté—, pero seguro que nada bueno.

Capítulo 14: CAPITULO 14 Capítulo 16: CAPITULO 16

 
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