Capítulo 14
El protagonista
Cuando volví a la oficina, revisé los mensajes en el contestador y me sentí aliviada al comprobar que mi suerte parecía cambiar. No mi suerte en el amor, claro. En ese campo parecía que yo estaba maldita para siempre. Pero al menos profesionalmente las cosas parecían andar bien. En ese punto, me conformaba con lo que tenía.
Había recibido una llamada de Carol Brown, la agente de Julia Stiles, quien me decía afablemente que estaba libre toda la tarde por si quería llamarla para hacerle algunas preguntas adicionales, lo cual significaba que, para el final del día, podría terminar los cambios en el artículo de portada. También había un mensaje del agente de Mandy Moore, ofreciéndome una entrevista para la sección Preguntas y Respuestas con su cliente (yo esperaba convencer a Margaret para que aceptara: a nuestras lectoras les encantaba esa multifacética joven estrella), y un mensaje del agente de Taryn Joshua, la primera actriz que había elegido para presentar en la sección de entrevistas de nuevas promesas, que Esme había sugerido en la reunión del martes. «A Taryn le encantaría participar», dijo su agente. Tenía que llamarla al día siguiente para concertar una entrevista telefónica. Toda mi sección de celebridades del mes siguiente estaba cerrando a la perfección. Apenas podía creerlo.
Pasé la siguiente hora trabajando en las preguntas que debía hacerle a Carol. Luego hice una pausa para almorzar sola. Me compré un café con leche desnatada en la entrada de nuestro edificio, volví a la oficina y pasé la hora siguiente transcribiendo las notas que había tomado en la rueda de prensa de la mañana, poniendo los ojos en blanco infantilmente cada vez que recordaba la voz de Emily. A las dos hice otra pausa para llevar las flores de Edward al contenedor, a pesar de las protestas de Alice, las cuales, para: ser honesta, no fueron muchas. Jasper, el camarero francés, la había ido a buscar a la hora del almuerzo con una docena de rosas y creo que se sentía un poco aliviada de que mis flores, que tan ostentosamente eclipsaban las de ella, hubieran desaparecido.
Además, así podría darle el jarrón en el que venían mis flores. Al menos el tipo que le había regalado el ramo no se había acostado con medio Hollywood. Pensé que su obsequio se merecía el florero más que el de Edward.
Después de hablar por teléfono con Carol comencé a revisar mi artículo sobre Julia Stiles, momento en que oí el gritito de entusiasmo de la empleada que estaba más cerca de la recepción. Miré justo a tiempo de ver que dos redactoras saltaban al unísono de sus asientos y desaparecían por la esquina.
Alice y yo nos miramos intrigadas cuando Amber, la gorda administradora de la revista, saltó de su escritorio y echó a correr hacia la puerta dando palmadas de entusiasmo. Se oyeron más grititos en el pasillo, y entonces Anne Amster también apareció corriendo.
—¡No vais a creer quién ha venido! —exclamó, pasando por nuestro lado a toda velocidad—. Courtney, la de recepción, me ha llamado enseguida para contármelo. ¡Vamos!
Miré a Alice de nuevo. Ella me observó entrecerrando los ojos.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Alice con su habitual brusquedad.
—No tengo ni idea —murmuré—. Nunca había visto nada igual.
No se trataba de que las mujeres del personal no actuaran de vez en cuando de una forma un poco estrafalaria o directamente como chifladas. Pero aquella exhibición, fuera lo que fuese que estuviera ocurriendo, se estaba llevando la palma.
Las empleadas desaparecían una tras otra dando la vuelta a la esquina, entre grititos de excitación. La muchedumbre, que empezaba a asomar por el corredor y casi llegaba a la sala de redacción, se dirigía ahora hacia nosotras. Alice y yo nos miramos una vez más y luego volvimos la vista hacia Maite, quien había salido alertada por el alboroto. Era algo parecido al Discovery Channel. Empezaba a pensar que vería aparecer al australiano de shorts caqui emergiendo de la esquina para describir el nuevo ritual de apareamiento de Mod o algo así.
La multitud se movió lentamente hacia donde estábamos. Dos corresponsales, claramente mitómanas, retrocedieron y se miraron excitadas, emitiendo agudos chillidos antes de salir disparadas. Chloe Michael, la redactora de música (normalmente la personificación de la calma), saltaba arriba y abajo como una colegiala, agitando un bolígrafo y una hoja de papel hacia el centro de la turbamulta.
—Se han vuelto locas —observó Alice.
Y entonces él apareció por la esquina.
Allí, en el pasillo de la redacción de Mod,mi revista, rodeado por una docena de mis compañeras de trabajo, a las que nunca había visto comportarse de aquella forma, estaba la última persona que esperaba ver en la redacción de Mod.
Edward Cullen.
Mi Edward Cullen.
Está bien, el Edward Cullen de Emily de Ravin. El Edward Culle ante el cual yo me había humillado completamente, antes de darme cuenta de que me había mentido. El Edward Cullen del café y los cruasanes. El Edward Cullen de las flores vergonzosas. El Edward Cullen que era demasiado bueno para tener una cita con una chica como yo. Lo miré mientras él examinaba el salón, garabateando simultáneamente autógrafos en pedazos de papel que le arrojaban mujeres demasiado mayores para estar gritando como adolescentes. Finalmente los ojos de Edward me miraron y sonrió por encima de la multitud.
Le devolví una involuntaria sonrisa y rápidamente la borré de mi expresión. Después de todo no estaba contenta de verlo. Era un mentiroso, ¿verdad? A quién le importaba entonces que fuera guapo y deslumbrante. Desde luego, a mí no.
—Es Edward Cullen —susurró Alice innecesariamente—. En nuestra oficina.
—Sí —fue mi escueta respuesta. Traté de recordar que los hoyuelos que se le formaban en las mejillas, sus anchos y musculosos hombros, que una vez vi cubiertos de gotas de agua, y la perfecta, blanca y franca sonrisa eran totalmente irrelevantes.
Edward volvió a sonreírme por encima de las cabezas que lo rodeaban mientras caminaba hacia mí¿Porqué mis mejillas se ruborizaban? ¿Me estaba sonrojando? Eso no tenía sentido. Yo era una mujer profesional que no experimentaba ningún sentimiento por ese hombre. Aun cuando él fuera definitivamente sexy, eso no significaba nada. No tenía sentimientos hacia él, fuera quien fuese. No podía sentir nada por alguien que me había mentido. Alguien que se acostaba con una mujer casada. Alguien que era tan atractivo e inalcanzable.
Después de todo, habría sido totalmente estúpido y autodestructivo pensar que alguien como él querría salir con alguien como yo.
Edward sonreía y conversaba educadamente con las empleadas de Mod.Poco a poco la comitiva se iba reduciendo, a medida que cada una obtenía su autógrafo y comenzaba a alejarse con una excitación sorprendida. Anne Amster incluso le pidió un abrazo. Edward sonrió y accedió gentilmente. Y tal vez fuera sólo mi imaginación, pero el abrazo que le dio a Anne no parecía tan cálido o intenso como el que me dio a mí.
—Es mi actor favorito —admitió Anne tímidamente, al pasar cerca de nosotras camino de su escritorio. Dos corresponsales salieron corriendo y chillando con sus papeles firmados sobre el pecho.
Finalmente Edward firmó su último autógrafo y se quedó solo, o al menos tan solo como podía estarlo en una oficina llena de mujeres que lo miraban. Se quedó parado por un momento, contemplándome desde el otro lado del corredor. Nuestros ojos se encontraron por encima de las paredes de mi cubículo. ¿Era normal que mis mejillas parecieran estar derritiéndose por el calor? ¿Por qué mi estómago se revolvía como si quisiera darse la vuelta?
De repente me di cuenta de lo inadecuado de la situación. Para Esme. Para Margaret, si se asomaba. Para cualquier otra en la oficina. ¿Había venido Edward Cullen a verme? ¿Por qué? ¿No estaba saliendo con Emily de Ravin? Procuré contener las náuseas que me entraron al recordar las palabras de Emily.
«Dejaré que imaginen ustedes el resto», lanzó su voz incorpórea. Genial. Ya lo creo que me lo imaginaba.
Finalmente, Edward se acercó hasta mi cubículo y se apoyó en el marco de la puerta, tan sexy como en la mañana del domingo. Con sus oscuros rizos castaños más alborotados que nunca, su tez bronceada, y su cuerpo alto y perfectamente proporcionado ataviado con unos téjanos Diesel y una camisa negra, estaba para comérselo.
Pero traté de ignorar todo eso. Después de todo, no venía al caso que él fuera el hombre más atractivo que hubiera visto en carne y hueso, y que cada vez que lo veía me pareciera incluso más sexy que la vez anterior. No venía al caso, para nada.
—Hola —dijo suavemente, mirándome con toda la energía y emoción que tenían sus miradas en la pantalla. Me ruboricé y me dije que en realidad no era tan atractivo. Los mentirosos no pueden ser atractivos, ¿no es cierto?
—Hola —contesté, tratando de recordar que se suponía que estaba enfadada con él. Por mentir. Por ayudar a Emily a engañar a su marido. Por acostarse con Jane Vulturi. Por hacerme creer, por un instante, que podía compararme con esas mujeres. Que no era insignificante.
Así estaba mejor. Comenzaba a sentirme un poco cabreada en lugar de excitada.
Eché otra mirada a la oficina. Las cabezas se elevaban sobre los cubículos y las oficinas a lo largo del corredor, mirándonos. Los teléfonos sonaban, pero nadie atendía. Me retorcía de incomodidad. Prácticamente podía leer las mentes de todas al mirarme, sospechando que estábamos liados, sospechando que ponía en compromiso mi ética profesional. Miré rápidamente a Alice, quien arqueó las cejas en mi dirección.
—Supongo que debería haber traído la gorra de béisbol, ¿no es cierto? —bromeó Edward guiñándome un ojo. Traté de fruncir el entrecejo—. Ya sabes —añadió con suavidad, aparentemente pensando que yo no entendía lo que quería decirme—. Para pasar desapercibido.
—Lo sé —dije en voz baja. Miré mi teclado deseando desaparecer. O por lo menos que, cuando levantara la vista de nuevo, Edward no pareciera tan rematadamente guapo e irresistible y, bueno, amable. Porque no lo era. Era una ilusión. Yo sabía la verdad.
—¡Bella! —susurró Alice desde el cubículo vecino. La miré incapaz de hacer nada. Me observaba con los ojos muy abiertos, haciéndome muecas que parecían indicar que debía contestar algo.
—Oh —dije finalmente—. Esta es mi amiga Alice.
Ella arqueó las cejas, laque era su manera de decirme que no era eso lo que quería. Por supuesto que no lo era. Lo que quería era que yo fuera amable e insinuante. Pero no parecía pensar que el hecho de que se la presentara le serviría de premio de consolación.
—Oh, Alice —dijo Edward con entusiasmo—. Me alegro de conocerte.
Avanzó un paso y extendió el brazo. Alice se puso en pie y le dio la mano con las mejillas sonrojadas.
Traté de encogerme en mi asiento, deseando fervientemente que, al mirar de nuevo hacia arriba, Edward se hubiera ido. Cerré por un momento los ojos. «¡Vete! ¡Vete!»
—Disculpa por molestarte en tu trabajo —dijo Edward, interrumpiendo mis pensamientos. Abrí los ojos. Evidentemente no había desaparecido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté. Por un instante habría jurado que parecía un poco molesto.
Se inclinó hacia delante, bajando la voz para que Alice no lo oyera. El resto de la gente se esforzó para escuchar, pero me di cuenta que Edward al menos procuraba ser discreto.
—No tengo tu número de teléfono y pasé por tu apartamento un par de veces, pero no estabas. Y comencé a preocuparme. Quería asegurarme de que estabas bien —dijo Edward. Bajó incluso un poco más la voz y agregó—: Ya sabes... después de lo que ha pasado.
Me puse como un tomate. No daba crédito. ¿Había pasado por mi apartamento para verme? Y no contento con esto, ¿estaba tan preocupado que había pasado también por mi oficina?
—Entonces... ¿has venido por eso? —murmuré.
Edward se encogió de hombros y pareció sentirse incómodo.
—Estaba haciendo fotos aquí mismo, para la portada de Mod —contestó—. Supuse que podía darme una vuelta y ver si estabas por aquí.
Me sentí halagada, hasta que recordé las docenas de ojos que nos miraban. La ternura pronto se convirtió en humillación y rabia cuando volvió a mi mente la imagen de Edward y Emily en las páginas de Tattletale.
—Gracias —dije, consciente de la frialdad de mi voz—. Aprecio tu preocupación. Pero estoy bien.
Deseé que mi corazón dejara de martillear. De pronto sentía como si tuviera un sistema de bombeo hidráulico instalado en el pecho.
—Oh. —Edward se inclinó y estudió mi cara por un momento. ¿Era mi imaginación o parecía decepcionado por mi fría acogida?—. Bueno, me alegro. No tuve noticias tuyas después de mandarte esas flores, y estaba preocupado.
—Gracias por el detalle —repliqué sin más. Pareció sentirse herido y al instante me ablandé, a pesar de mis intenciones. Está bien, era un mentiroso, pero me había mandado flores. Tal vez podía ser un poquitín más amable. Tomé aliento y le dije lentamente—: Lo lamento. Las flores eran preciosas. Lamento no haberte llamado. Simplemente... bueno, es que he andado muy liada.
«Tratando de no odiarte por mentirme sobre Emily de Ravin —dijo una voz en mi cabeza—. Avergonzándome por pensar, por un momento, que podías sentirte atraído por mí. Descubriendo que obviamente soy una idiota que se deja engañar fácilmente. Comprendiendo que probablemente nunca encontraré a una persona que pueda amarme. ¿Qué tal todo eso?»
—Lo sé —dijo Edward, que no podía saber en absoluto lo que estaba pasando por mi perturbado cerebro—. Bueno, me lo imagino. Sólo quería que supieras que si necesitas algo... —Se detuvo y me miró con ternura. Habría jurado que sus mejillas se sonrojaron—. Bueno, sólo que sepas que puedes llamarme cuando lo necesites. O si quieres hablar o cualquier otra cosa.
—Gracias —respondí. Miré a Alice, que parecía a punto de desmayarse. Todas las demás nos observaban con interés. Repentinamente me sentí expuesta y humillada.
—¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó Edward con preocupación.
—Sí —dije tajante, sin ánimo de colaborar. Las miradas a nuestro alrededor se hicieron más intensas y, pensé, menos amigables.
No me importaba que la gente pensara que Edward Cullen estaba enamorado de mí. Lo que no podía permitir era que mis compañeras de trabajo supusieran que estaba pasando algo no profesional entre nosotros. Porque no era cierto. No era mi estilo.
Sabía que nunca se imaginarían lo patética que yo era, y que alguien como Edward no podía mirarme de esa forma. Después de todo, si mi propio novio no quería acostarse conmigo, ¿cómo iba a querer hacerlo la estrella de cine más atractiva del mundo?
—Mira, no podemos hablar aquí —dije repentinamente. Mi reputación se estaba desmoronando ante mis ojos,
—Oh —dijo Edward sorprendido. Miró rápidamente alrededor de la sala y luego a mí—. Perdona, no quería...
—Vamos —dije, poniéndome en pie de un salto y tomándolo del brazo, arrastrándolo hacia el pasillo. Recorrimos los cubículos llenos de ojos desesperados que seguían hasta el último de nuestros movimientos. No sabía adonde lo llevaba hasta que vislumbré la puerta del servicio de caballeros al final de todo. Me detuve por un momento y lo empujé al interior sabiendo que allí tendríamos intimidad. Las probabilidades de que el único hombre que había entre las cincuenta y dos personas de la editorial estuviera en el baño en ese momento eran muy reducidas.
Sí, el servicio estaba vacío y finalmente nos encontramos a solas.
—Mira —le susurré a Edward cuando la puerta se cerró detrás de nosotros, dejando fuera a los ojos curiosos—. No puedes venir así como así por aquí. ¿Qué pensará la gente?
—Perdón —dijo Edward, al parecer un poco sorprendido y herido. Por un momento me sentí culpable a mi pesar—. Sólo quería asegurarme de que te encontrabas bien... No pensé...
Su voz se interrumpió. Se inclinó hacia la pared y me coloqué delante de él para proseguir.
—Ya es suficientemente malo que Tanya nos viera juntos y sospechara que... bueno, ya sabes. Pero ahora toda la oficina nos ha visto. —Me di cuenta de que lo estaba amenazando con un dedoy me contuve. Actuaba como una madre decepcionada. Tomé aliento y me sentí momentáneamente avergonzada—. Perdóname —dije suspirando—. Es que... Sé que has venido a verme porque quieres ayudarme. Y te lo agradezco. Es sólo que me da mucho miedo lo que la gente pueda pensar.
—¿Por qué? —preguntó Edward con suavidad. Cuando me miró, me di cuenta de que no le había molestado mi estallido, sino que más bien se compadecía de mí. Me sentí instantáneamente avergonzada. No quería ni necesitaba su caridad. No necesitaba que sintiera lástima por mí y que luego se fuera corriendo con la encantadora Emily o la hermosamente fría Jane Vulturi—. ¿Qué importa lo que piensen?
—Importa —respondí con brusquedad, sabiendo que sonaba petulantemente infantil—. Me importa mi trabajo y mi reputación y no quiero arriesgarme a perder todo eso.
De repente me sentí demasiado cerca de las lágrimas, ya que por un momento nos miramos a los ojos, con sinceridad. Él no lo entendía. No podía entender lo que significaba ser la redactora de espectáculos más joven en una revista con una tirada de más de un millón de ejemplares, ni lo que implicaba tener que mantener el listón en lo más alto para que nadie pensara que había conseguido el puesto con métodos dudosos. No podía entender lo que se siente al descubrir que tu novio te engaña cuando estás haciendo todo lo posible para que te quiera. Cuando nada de lo que haces es suficiente. Cuando la prima de tu compañera de trabajo, una muñeca de plástico, es más deseable que tú. Cuando sabes que nadie medianamente racional te querrá.
Me sentí tan patética como sabía que Edward me consideraba. Por un momento su suave mirada me impulsó a abrazarlo, para que me rodeara con sus brazos contra su pecho fornido y me dijera que todo iba a salir bien. Pero eso era ridículo.
—¿Has sabido algo de él? —me preguntó consuavidad.
Pestañeé.
—¿De quién?
—De tu novio —dijo, al parecer un poco incómodo. Acomodó su cuerpo—. O tu ex novio o lo que sea. El tipo al que pillaste in fraganti.
—¡Oh! —exclamé. Increíble. Un año de relación y se había transformado en «el tipo al que pillaste». Por supuesto que no había tenido noticias de él. Lo que me hacía parecer más patética ante Edward. No podía soportarlo—. Sí. Me llamó y hablamos —mentí rápidamente. Miré a Edward, qué parecía sorprendido. Carraspeé un poco y seguí mintiendo. No sabía por qué no le estaba diciendo la verdad, pero ya era demasiado tarde—. Me mandó flores. Todo ha vuelto a la normalidad. No ha sido más que un malentendido.
Edward guardó silencio por un momento. Me maldije para mis adentros. ¿Se podía resultar más idiota? ¿Un «malentendido»? ¿Qué demonios quería decir eso?
—Vaya —dijo Edward finalmente. Yo miré al suelo—. Entonces habéis solucionado vuestros problemas.
—Sí —respondí, ahondando en la mentira—: Bueno, él se dio cuenta de que estaba cometiendo un error y de cuánto me amaba en realidad y todo eso —farfullé sin mirar a Edward—. Tuve que decidir si lo iba a perdonar o no, pero cuando has amado tanto a alguien... en fin.
Me callé y miré a Edward, que seguía sorprendido.
—Bien, me alegro —dijo. Parecía rehuir mi mirada. Se quedó en silencio por un momento—. Siempre y cuando te trate bien.
Pues claro que no me trataba bien. Nunca me había tratado bien.
—Bueno, eso queda entre Jacob y yo. Pero agradezco tu preocupación.
—Claro —dijo rápidamente Edward—. Sólo quería que supieras que puedes llamarme siempre que necesites algo. Que estoy aquí para ayudarte. Pero entiendo que estás bien.
—Muy bien —asentí, mostrándole una sonrisita ganadora—. En serio. Estoy bien. La vida es genial.
—Bien.
—Perfecto.
Hubo un momento de silencio incómodo. Evité mirarlo. De repente me di cuenta de que estábamos separados sólo por algunos centímetros. Estaba plantada firmemente frente a él, que estaba apoyado contra la pared y tan cerca que yo notaba el perfume de su colonia y su aliento rozando la parte superior de mi pelo. En ese momento tuve la extraña sensación, sólo por un instante,de que me habría gustado estar allí para siempre. Pero eso era estúpido. Él jugaba en otra liga. Y para colmo, pensaba que yo era patética (en realidad yo parecía bastante patética, lo cual le daba la razón).
Carraspeé un poco y me separé de él.
—Mira, te agradezco tu preocupación, pero tienes que irte —dije con brusquedad.
¿Qué? ¿Estaba loca? Pero no podía permitirme sentir esa atracción.
Además, él estaba teniendo un lío. Igual que Jacob. Estaba allí en Tattletale,negro sobre blanco. Aun cuando la revistucha de marras no fuera siempre fiable. Pero las fotos no mentían.
«Escoria.»
—No necesito tu ayuda, gracias —le dije secamente—. Estaré bien y seguro que tienes cosas más importantes que hacer. —«O gente de quien ocuparte. Como Emily de Ravin», pensé. Edward me miró unos instantes, con aire de confusión—. Gracias por tu ayuda—continué animosamente, tratando de sonar como una profesional e ignorando el hecho de que Edward era perfecto en todos los sentidos. No era maravilloso. Tenía que recordar eso. Se acostaba con Emily, lo que lo convertía en basura. Una basura mentirosa. Además, todo eran negocios.
—Está bien, claro, no hay problema —dijo. Si no lo hubiera conocido bien, podría haber pensado que había herido sus sentimientos. Pero era un actor y yo sabía que podía fingir todo tipo de emociones. Seguramente era capaz de mentir como un profesional.
—Fantástico —repliqué con brusquedad. Le ofrecí la mano. Él me miró por un momento y luego me dio la suya. Traté de ignorar el cosquilleo que sentí cuando me estrechó la mano—. Llamaré a tu agente cuando salga el artículo y le enviaré algunas copias.
—Está bien —dijo Edward, al parecer confuso—. Gracias.
—No hay de qué. Muchas gracias a ti.
Y con eso, lo saqué del servicio, en cuya salida se había agolpado una pequeña muchedumbre, a la altura del surtidor. Hummm. Llevarlo al servicio para evitar las miradas curiosas probablemente no había sido tan buena idea.
Aparentemente, no necesitaba la ayuda de nadie para destruirmi reputación. Estaba lográndolo yo sola. Qué eficiente que era.
—Me alegro de haber hablado contigo, Edward —dije al salir. Para mi vergüenza, pude sentir que las mejillas se me ruborizaban involuntariamente—. La revista Mod aprecia tu cooperación —agregué, tratando de sonar tan impersonal como fuera posible. Todavía había gente mirándonos.
—Lo mismo digo, Bella —dijo Edward. ¿Era mi imaginación o parecía triste?
Nos dirigimos a la recepción. Antes, de salir, se inclinó y me susurró al oído: «Llámame si me necesitas, ¿de acuerdo?» Mi corazón dio un brinco, pero luché contra esa sensación.
—Gracias por tu interés —dije con firmeza—. Pero no creo que sea necesario. Te llamaré cuando salga el artículo.
—Oh —dijo Edward—. Está bien. —Se dirigió hacia la puerta, todavía perplejo.
—Bien —dije animosamente—. Que tengas un buen día. Gracias por venir.
Tenía las mejillas agarrotadas de tanto mantener esa sonrisa que no significaba nada. ¿Por qué tenía la repentina sensación de haber cometido un error?
La puerta se cerró detrás de él y vi que se volvía a mirar una última vez, antes de desaparecer hacia el ascensor.
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