—Edward, Bella—una voz femenina los interrumpió—. ¡Qué alegría!
Era una de las grandes damas de la alta sociedad. Ashley Baines-Simmons tenía treinta años y estaba casada con un hombre veinte años mayor. Era un emparejamiento por amor, a pesar de la diferencia de edad. Cinco años antes, su matrimonio había causado gran revuelo en la alta sociedad, y se habían lanzado las injurias habituales. Pero Ashley había mantenido la cabeza bien alta, y su integridad había salido intacta de todo aquello. Por desgracia, había una pequeña diferencia; Ashley tenia el amor y el apoyo incondicional de su esposo, mientras que Bella no se hacia ilusiones con respecto a los motivos de Edward.
—No os imagináis la alegría que me da volver a veros juntos—dijo besándolos en la mejilla.
—Nosotros sentimos la misma alegría —respondió Edward con falso calor.
—Tenemos que vernos —afirmó Ashely—. Os llamaré.
Un camarero con una bandeja de canapés se abrió paso hacia donde estaban. Lo seguía una camarera con una bandeja llena de copas de champán.
Bella tomó una y dio un sorbo. Le gustaban su intenso sabor y las débiles burbujas.
—¡Edward!
¿Otra aduladora? Se volvió ligeramente y al instante cambió de opinión. Era una mujer hermosa, diferente, que te dejaba sin respiración.
¿Una actriz?, ¿una modelo?, ¿una antigua amante?
—Rosalie —Edward la saludó con afecto con un beso en la mejilla.
Definitivamente se trataba de una amante. Habla que esperar que fuera antigua, pero Bella percibió que no lo era tanto, dada la descarada expresión que sus ojos oscuros proyectaron brevemente y ocultaron con rapidez.
«Muy bien. ¿No esperarías que se hubiera mantenido célibe durante tres años? El divorcio le daba el derecho moral de estar con la mujer que deseara», pensó Bella.
Era ella la que no había podido soportar la idea de tener intimidad con nadie más.
—Bella, mi esposa.
El sonido de la voz de Edward la devolvió bruscamente al presente. Se sentía indecisa. ¿Debía sonreír?, ¿darle la mano?, ¿besarla lanzando los besos al aire? ¿Cuál era el protocolo para la esposa y la ex amante de un hombre?
—Encantada de conocerte —Rosalie se le adelantó extendiendo la mano.
Bella se la estrechó cortésmente y experimentó una genuina compasión por toda mujer que hubiera amado y perdido al hombre cuyo apellido llevaba ella.
Edward Cullen era especial. Era indudable que no tenía rival. Ni en la cama ni fuera de ella.
¿No habla ansiado Bella sus caricias y llorado por haberlas perdido? Y al volver con él, ¿no habla experimentado una vorágine emocional por haberlas recuperado? La vida era paradójica.
—Que pases una buena velada.
—Gracias, Bella. Espero que podamos vernos.
¡Vaya! ¿Para qué? ¿Para intercambiar confidencias tomando un café? ¿Para hablar de Edward? No le parecía posible que la esposa y la ex amante pudieran ser amigas.
Rosalie se perdió entre la multitud. Bella miró, burlona, a Edward.
—Su esposo se mató el año pasado mientras pilotaba un avión durante una tormenta de nieve.
—Qué nobleza la tuya al consolar a la viuda desconsolada.
—Él era mi amigo —se le oscureció la mirada—. Era lo mínimo que podía hacer.
—Lo siento —¿estaba perdiendo la capacidad de compadecerse de la desgracia ajena?
—¿Sientes haber confundido la amistad con otra cosa? —le preguntó alzando una ceja.
Había habido algo más, al menos por parte de Rosalie. Ninguna mujer miraba a un hombre así si no se sentía emocionalmente ligada a él, a pesar de que no hubiera habido relaciones íntimas.
Fue un alivio que Edward tuviera que atender a un miembro de la embajada española, que presentó al embajador a Bella. Reinaron la formalidad y la cortesía, así como cierto grado de respeto. Más tarde, fue incapaz de recordar nada de lo que habla dicho.
—Ya lo conocías —le dijo a Edward unos minutos después.
—Sí. De Nueva York.
Sonó el timbre convocando a todos a entrar en la sala. Jane dirigió a su marido hacia las dos butacas libres que había al lado de Edward.
—Tres conquistas en una noche, cariño —Bella se inclinó hacia él cuando las luces comenzaron a apagarse—. Tal vez debieras darme una lista.
La tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella. Kayla le clavó las uñas en la palma y sintió que la agarraba con más fuerza a modo de advertencia silenciosa. Llevaba su apellido, llevaba su anillo y vivía en su hermosa casa. Había poseído su corazón, pero dudaba de que volviera a ofrecérselo.
La música comenzó, las cortinas se descorrieron y la pantalla se llenó de imágenes. La película había cosechado un gran éxito en el Festival de Cannes. A Bella le gustó, a pesar de que los subtítulos en inglés le obstaculizaban la visión.
Al acabar, sirvieron café en el vestíbulo. Algunos espectadores se quedaron, mientras que otros se despedían.
—¿Queréis venir a tomar un café con nosotros? —les propuso Jane.
—Gracias —respondió Edward—. Pero otra vez será. Tengo un vuelo muy temprano.
Jane hizo un mohín petulante. Bella la comparó a un gatito enseñando las uñas.
—Despídete, querida —le dijo Demetri—. Buscaremos a alguien para que te divierta.
—A Demetri le gusta mimarla —dijo Edward mientras se dirigían al coche.
—¡Qué generoso!
—Ella satisface sus necesidades
Cuando Edward arrancó, comenzó a lloviznar. Bella observó el movimiento del limpiaparabrisas y las luces de los coches que venían de frente. Se recostó en el asiento y cerró los ojos. Edward habla mencionado un vuelo a primera hora. ¿Adónde iba y cuánto se quedaría? Se dijo que no le importaba, pero sabía que no era cierto.
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