La Novia Cautiva (+18)

Autor: Mimabells
Género: + 18
Fecha Creación: 24/03/2010
Fecha Actualización: 17/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 29
Visitas: 66235
Capítulos: 18

Chicas es Fic es de NessiBella y me gusto su historia asi que la voy a publicar con permiso de la autora

TERMINADA


----------------PROLOGO---------------

Ella odiaba a su secuestrador , pero era muy atractivo , y muy convincente y tená vez por eso apareció en Isabella Swan un gran remolino de emociones y sentimientos de deseo , pero ella no podía parar de preguntarse como podía sentir tales sentimientos ardientes por un hombre al que odiaba.

Ella se había prometido no ser nunca posesión ni esclava de un hombre y menos de aquel que se lo exigía por la entre las arenas del desierto su resistencia fue cayendo ante el amor de él.

Poco a poco la insistencia del joven fue destruyendo la muralla que Bella tenía a su alrededor , hasta que esta por fin se entregó a él , pero al sucumbir a los encantos de Edward la vida se le hizo mas complicada , porque hay envidias y celos , los cuales son causas de luchas.

Entregándose por fin a ese hombre experimentó miles de sensaciones que jamás había sentido, pero a la vez se adentraba en un mundo donde cada paso que daba estaba vigila

Esta historia es una adaptación del libro "LA NOVIA CAUTIVA" pero protagonizado por Edward en el papel de un jeque y Bella , la cual es una chica occidental de buena familia .

Espero que os guste de corazón , pero quiero aclarar que no escribiré la historia tal y como en el libro , ya que introduciré cosas de mi propia cosecha .


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Capítulo 10: Capitulo 10

A Isabella le parecía que hacía una eternidad que estaba corriendo. Los kilómetros se sucedían interminables, pero ella no llegaba a ninguna parte. Sólo alcanzaba a ver arena... arena por doquier y un sol implacable que la golpeaba. Pero detrás estaba la muerte y ella no tenía modo de huir. Las piernas le dolían terriblemente, y le parecía que se habían desprendido de su cuerpo. El pecho le dolía cada vez que respiraba, pero la muerte continuaba persiguiéndola. Tenía que correr más velozmente... ¡escapar de allí! Oyó que la muerte pronunciaba su nombre. Miró hacia atrás, y el miedo la dominó, porque ésta se acercaba más y más. El cuerpo se le cubrió de sudor a causa del miedo. Volvió a oír su nombre, pero Isabella continuó corriendo y rogando que un milagro la salvase. Ahora la voz de un hombre era cada vez más estridente e insistía en pronunciar el nombre de Isabella. Ella volvió a mirar hacia atrás. Dios mío, ya estaba encima, y extendía las manos; y de pronto, ella vio su rostro. Era ese individuo horrible que la había golpeado, y ahora quería matarla. ¡Edward! ¿Dónde estás?

-¡Bella !

Isabella se incorporó bruscamente en el diván, los ojos asustados muy abiertos. Pero se serenó cuando vio el ambiente conocido de la tienda.

Sonrió. Había sido un sueño... un sueño estúpido. Se enjugó la transpiración de la frente. Maldición, hoy hará mucho calor.

-Qué estúpido fui. No debí confiar en ella.

Isabella se preguntó con quién estaría hablando Edward. Se levantó de prisa y entró en el dormitorio. Cuando abrió las cortinas vio a Edward sentado sobre el borde de la cama, tratando de ponerse los pantalones.

-Edward, ¿qué demonios estás haciendo? Aún no debes levantarte -lo reprendió Bella. Paseó la mirada por la habitación, pero no vio a nadie-. ¿Y con quién estabas hablando?

Edward la miró, en el rostro una expresión sorprendida, que un segundo después se convirtió en irritación.

-¿Dónde demonios estabas?

-¿Qué?

-¿Dónde estabas, maldita sea? Hace diez minutos que estoy llamándote. ¿Dónde estabas? -gritó.

-De modo que hace un momento hablabas solo. Bien, eres un estúpido si no puedes tenerme ni siquiera un poco de confianza. Estaba en el diván, durmiendo. Te dije que no me iría y mi palabra vale tanto como la tuya.

-Entonces, ¿por qué no me han contestado?

-Edward, tuve una pesadilla. Soñé que ese hombre que me golpeó me perseguía a través del desierto. El sueño era tan vívido... pensé que él pronunciaba mi nombre. Cuando desperté, oí que tú estabas murmurando.

-Está bien, lamento haber pensado mal.

Edward se levantó de la cama y trató de calzarse los pantalones. -Edward, no deberías levantarte -se apresuró a decir Bella cuando vio la expresión dolorida en el rostro de él.

-Bella, permaneceré acostado, pero en esta tienda hace demasiado calor. Y la decencia exige que me vista.

Bella se acercó y le ayudó a ponerse los pantalones, y después lo obligó a recostarse nuevamente. -Edward, ¿puedo traerte comida? -Por eso te llamaba. Tengo mucho apetito.

Bella comenzó a salir de la habitación y de pronto se volvió. -Después que te haya traído la comida, ¿me dirás cómo te quemaste? -Ahora te diré una sola cosa. No necesitas tener pesadillas con ese hombre... está muerto.

-¡Muerto! -exclamó Bella-. ¿Cómo? -Yo lo maté.

-¡Edward! ¿Por qué tuviste que matarlo? ¿Por mí?

-¡Suponía que deseabas verlo muerto!

-Hubiera sido necesario castigarlo con un látigo, no asesinarle. Bella experimentó una sensación de náusea... Edward había matado a un hombre por ella.

-Ese hombre también hirió a Jared, y yo prometí a Sam que pagaría por lo que había hecho. Ahora no me complace haberlo matado, pero de todos modos lo habrían ejecutado por desobedecer órdenes. Esperaba su muerte cuando llegué al campamento. Por lo menos conmigo tuvo una oportunidad... los dos estábamos armados.

-Pero, ¿por qué has tenido que hacerlo tú?

-¡Maldita sea, Bella! Cuando vi cómo te había castigado, me dominó la cólera. Y cuando descubrí que era el mismo hombre que había herido a Jared... tuve que hacerlo. De todos modos, ese individuo habría muerto a manos de sus propios tribeños. Además, ya me habían dicho que yo moriría de muerte lenta, de modo que si ese hombre vencía hubiera podido ahorrarme la tortura.

-¿Por qué tenías que morir? ¿Quizá por eso estás quemado... querían quemarte vivo?

-Sí.

-¿Por qué?

-Bella, como dije anoche es una historia bastante larga. Por favor, ¿puedo comer antes de hablar?

Ella asintió sin decir más, y salió de la habitación.

Pero no tuvo que abandonar la tienda, porque sobre la mesa la esperaba una bandeja con alimentos. Bella sonrió: Esa Ángela, siempre se adelanta a mis pensamientos. Bella llevó la comida al dormitorio, e insistió en alimentar personalmente a Edward. Sabía que el movimiento mismo de los brazos lo hacía sufrir.

También ella comió, y esperó a que él se hubiera saciado antes de decir palabra. Era necesario responder a muchas preguntas. ¿Por qué querían matar a Edward?

Cuando terminaron de comer, Bella retiró la bandeja, volvió y se puso una falda y una blusa. Edward la miró sin decir palabra. Cuando terminó, se sentó en la cama, al lado de Edward.

-¿Estás dispuesto ahora? -preguntó la joven.

Edward le relató la historia completa. Al principio ella reaccionó con cólera... sobre todo cuando supo que la habían usado para atraer a Edward a su propia destrucción. Pero después compadeció a Aro, que había vivido todos esos años dominado por el odio. Quizás era mejor que ella hubiese pasado esos días en el sueño provocado por drogas. No hubiera podido soportar el espectáculo del sufrimiento de Edward.

Cuando él le relató cómo había escapado, Bella agradeció a Dios que Phil hubiese tenido valor para ayudarlo. Edward le había mencionado la angustia y el dolor que había soportado bajo el sol ardiente. Había una dificultad: No podía agradecer a Edward que la hubiese salvado. Eso hubiera equivalido a reconocer que prefería estar con él; en efecto, sus secuestradores la hubiesen devuelto a John, y ahora ella no se atrevía a decirle cuánto lo amaba, puesto que él no le devolvía ese sentimiento.

Bella miró tiernamente a Edward. Cuánto había sufrido para salvarla. Sintió que tenía cierta esperanza... ¡quizá la amase!

-Edward, ¿por qué viniste a buscarme? -preguntó. -Eres mía, Bella. Nadie me quita lo mío.

A Bella se le endureció el rostro. Se apartó de la cama y con pasos lentos salió de la habitación. Eso era lo que significaba para él. Una propiedad que podía usar hasta que se cansara; pero no permitía que nadie se la quitara. Había sido una estúpida. ¿Qué esperaba que dijese... que había venido a buscarla porque la amaba? ¿Que no podía soportar la idea de perderla?

De pronto, se detuvo. No tenía derecho a enojarse ante la respuesta de Edward. Pretendía demasiado. Por lo menos, Edward había dicho que ella era suya, y eso era lo que Bella deseaba ser. Sólo necesitaba tiempo... tiempo para conseguir que él la amase, tiempo para darle un hijo que los uniese.

Bella necesitaba algo que apartase su mente de Edward. Se acercó al gabinete y tomó uno de los libros que él le había traído; después se sentó en su lecho provisional y comenzó a leer.

Unos minutos después James entró en la tienda. Cuando vio a Bella, en su rostro se dibujó la sorpresa. Bella se mostró igualmente sorprendida, porque desde la advertencia de Edward su hermano James no entraba directamente en la tienda.

-¿Qué... haces aquí? -preguntó James después de un silencio extrañamente prolongado.

-Vivo aquí... ¿acaso podría estar en otro sitio? -dijo ella riendo. -Pero tú... ¿Cómo llegaste?

-¿Qué te pasa, James? ¿Nadie te explicó lo que ha ocurrido? Me secuestraron, y tu tío casi mató a Edward; pero consiguió escapar y me trajo de regreso. Creí que lo sabías.

-¿Está aquí?

-Por supuesto. James, tu conducta es extraña. ¿Te sientes bien? -¡James! -llamó Edward desde el dormitorio.

-Ahí lo tienes -dijo Bella, que tenía la extraña sensación de que James no le creía-. Será mejor que entres, porque él no puede caminar.

-¿Qué le pasa?

-Tiene graves quemaduras, de modo que será mejor que permanezca un tiempo en cama -replicó Bella.

Tras vacilar un momento, James entró en el dormitorio. Bella lo siguió y se sentó en la cama, al lado de Edward.

-¿Dónde has estado, James? -preguntó serenamente Edward.

-Bien... he explorado el desierto, buscando a Bella. Regresé la noche que se la llevaron, y Sam me relató lo que había ocurrido.

-¿Y Bella no te explicó nuestra aventura? -Habló de mi tío.

-Dime una cosa, James. ¿Sabías del odio de tu tío a nuestro padre? -Sí, pero mi tío es un anciano. No creí que intentara hacer algo al respecto -contestó James, un tanto nervioso.

-Cuando dijiste a Aro que nuestro padre había fallecido, él volcó sobre mí su odio.

-No lo sabía -murmuró James.

-Como resultado de tu charla imprudente, usaron a Bella para atraerme al campamento de tu tío. La golpeó un hombre de su tribu y tu tío casi consiguió matarme. -Edward hizo una pausa y miró fijamente a James-. En el futuro te agradeceré que evites mencionar mi nombre o nada que tenga que ver conmigo a tu tío... o para el caso, a nadie. Si llegara a ocurrir algo que perturba mi vida como resultado de tus comentarios, lo tomaré a mal. ¿Está claro?

-Sí -contestó nerviosamente James.

-Ahora, puedes marcharte. Necesito descansar.

Bella observó a James mientras éste salía de la habitación, y después se volvió a mirar a Edward.

-¿No crees que te has mostrado demasiado duro con él? En realidad, no tiene la culpa de lo que ocurrió.

-¡Siempre tienes que defender a James! La culpa puede corresponder a muchos... a Phil, que me liberó, pero comenzó por secuestrarme; al padre de Phil, que aceptó el plan; a Aro, que me odia; y a James, que suministró la información. Que la culpa recaiga sobre uno y otros, mientras no se repita el episodio. ¿No estás de acuerdo, Bella?

-Sí -sonrió sumisamente Bella.

-Bien, no hablemos más de esto. Ahora, ¿quieres tener la bondad de traerme dos odres de vino? Cuando me haya vencido el sopor del alcohol, me harás el favor de quitarme esta condenada grasa.

-Pero la necesitas para calmar el dolor.

-Necesito varias cosas, pero esta grasa no es una de ellas. El dolor ya no es tan intenso pero la grasa me molesta mucho.

-Oh, está bien; puedo quitártela ahora, si lo deseas -propuso ella con aire de inocencia.

-¡No! Primero beberé el vino. El dolor se ha atenuado, pero no ha desaparecido.

-Sí, amo, lo que tú digas -se burló ella, y salió de la habitación.

«Bien –pensó- por lo menos su actitud está mejorando.»

Habían pasado diez días desde que Edward llevó a Bella al campamento. Diez días de sufrimiento, quejas y frustraciones. Diez noches miserables en su lecho solitario. El dolor ya había desaparecido por completo, y quedaba a lo sumo una piel parda que comenzaría a caer pocos días después. Abrigaba la esperanza de que muy pronto recuperase su aspecto anterior. Y aquella noche... trataría de que Bella volviese a compartir el lecho con él. Aquella noche volvería a tenerla, después de esperar tanto tiempo.

Edward se sentía como un niño que espera la Nochebuena. De hecho, faltaban pocos días para Navidad. Pero aquella noche él recibiría su regalo y era difícil soportar la espera. Hubiera podido poseer a Bella aquella misma mañana, pero deseaba hacer las cosas bien, de modo que ella no tuviese excusas.

Edward había reanudado su vida e incluso había llevado al baño a Bella. Contemplar a la joven en el estanque había sido una prueba suprema para la fuerza de voluntad de Edward. Pero ya había llegado la noche.

Bella se hallaba acurrucada en el diván, frente a Edward. Cosía una túnica para el pequeño Sam y casi había terminado; pero su mente estaba distraída. Se preguntaba qué le ocurría a Edward. Él ya se sentía bien, pero ella continuaba durmiendo en el diván. Una idea ingrata comenzaba a agobiaría... ¿qué ocurriría si él ya no la quería más?

Pronto sabría a qué atenerse, porque había decidido que esa noche dormiría en la misma cama que Edward.

-Edward, voy a acostarme -dijo.

Se puso de pie y entró en el dormitorio, como había hecho las últimas diez noches... para desnudarse y ponerse la túnica de Edward con la cual dormía. Pero esta noche no pensaba usar la túnica, ni regresar al cuarto contiguo.

Cuando Bella se quitó la blusa y la depositó sobre el arcón que guardaba sus ropas, sintió una corriente de aire; se habían abierto las cortinas. Pero no se volvió. Comenzó a desatarse los cabellos. Lo hizo con movimientos lentos porque los dedos le temblaban nerviosos.

Era el momento que ella había esperado. Sabía que Edward estaba en la misma habitación, pero ignoraba que haría. Quizás él se acostara... sin pedirle nada o se acercase a ella. ¡Oh, Dios mío, ojalá viniese!

De pronto, Bella sintió detrás la presencia masculina. Se volvió lentamente para mirarlo, los ojos dulces y amantes, y los de Edward dominados por un anhelo intenso.

-Bella.

Ella se acercó a Edward y le rodeó el cuello con los brazos, y acercó sus labios a los del hombre. Los brazos de Edward la oprimieron estrechamente. Cuando la depositó sobre la cama, ella se preguntó si jamás volvería a ser tan feliz.

Después de hacer el amor, Bella descansó con la cabeza apoyada en el hombro de Edward. Con los dedos dibujó pequeños círculos sobre el vello de su pecho. Ahora estaba segura de una cosa... Edward todavía la deseaba. Y mientras la deseara, no la obligaría a alejarse.

Se sentía demasiado feliz para dormir, y le pareció sorprendente no sentirse culpable después de haberse entregado sin resistencia a Edward. Pero, ¿por qué sentirse culpable de su propia entrega? Lo amaba y era muy natural que deseara hacerlo feliz. Deseaba entregarse por completo al hombre a quien amaba. Y era un goce más que cuando ella se entregaba a Edward él a su vez le ofreciera el mayor placer concebible.

Y de todos modos, ¿qué era el matrimonio? Nada más que un contrato firmado que podía mostrarse a la civilización. Bien, ella no estaba viviendo precisamente en un mundo civilizado y lo que importaba era lo que sentía. ¡Al demonio con el mundo civilizado! No estaba aquí para condenarla, y ella no pensaba regresar a él.

Pero tenía que pensar en John.

-Edward, ¿estás despierto?

-¿Cómo puedo dormir si estás acariciándome? -replicó él con buen humor.

Bella se sentó en la cama y lo miró.

-Edward, ¿puedo escribir a mi hermano para decirle que estoy bien?

-¿Esto te haría feliz? -preguntó. -Sí.

-Entonces, escríbele. Ordenaré a Saadi que entregue tu carta; pero no digas a tu hermano dónde estás. No me agradaría que todo el ejército británico apareciese en la montaña.

-¡Oh, Edward, gracias! -exclamó, y se inclinó y lo besó tiernamente.

Pero Edward la rodeó con los brazos y no le permitió apartarse. -Si hubiese sabido qué resultados obtendría, te habría permitido antes escribir a tu hermano -dijo sonriendo.

Rodó en la cama con Bella en los brazos, y ninguno de los dos pudo pensar ya en otra cosa.

A la mañana siguiente, Bella despertó consciente de que tenía ante sí una tarea urgente. Después recordó que había pensado en escribir a John. Entusiasmada comenzó a levantarse. Y entonces sintió la mano de Edward que descansaba perezosa entre sus pechos y una excitación diferente la apresó.

Edward continuaba durmiendo y no había nada tan importante que la indujese a apartarse de su lado. Bella pensó fugazmente en la posibilidad de despertarlo, pero entonces los ojos de Edward se abrieron lentamente y él le sonrió.

-Pensé que ya estarías escribiendo tu carta -dijo somnoliento y la mano se movió un poco, aferrando el seno firme y redondo.

-Dormías con tanta serenidad que no quise molestarle -mintió ella-. ¿Tienes apetito?

-Sólo de ti, querida.

Edward sonrió y puso los labios en el otro pecho, y una oleada de fuego recorrió el cuerpo de Bella.

-No quisiera negar alimento a un hombre hambriento -murmuré ella, y lo abrazó mientras él estrechaba su cuerpo.

Después, Ángela pidió permiso para entrar; en ese mismo instante, Bella y Edward salían del dormitorio. Cuando Ángela entró con el desayuno y vio la alegría en el rostro de Bella, se sintió muy feliz por su amiga.

-Creo que será un hermoso día -observó alegremente Ángela, mientras depositaba sobre la mesa la bandeja.

-Sí, un bello día -suspiró satisfecha Bella, sentándose en el diván. Se sonrojó profundamente cuando vio que Edward la miraba con aire inquisitivo, pues ella aún no había salido de la tienda y no podía tener idea del tipo de día que era-. Ah... ¿cómo está el pequeño Sam? -preguntó, tratando de ocultar su embarazo.

-Muy bien -dijo Ángela, a quien la pregunta no engañó. Ahora va a todas partes con su padre, y Sam se alegra de tenerlo consigo.

-También yo me alegro -replicó Bella, que había conseguido recuperar el aplomo. Así tiene que ser. Oh... casi he terminado la túnica del pequeño Sam. Se la llevaré después.

-Eres muy amable, Bella -Ángela sonrió tímidamente. Nunca había tenido una amiga como Bella, que se mostraba tan bondadosa y le dedicaba mucho tiempo. La quería mucho, y habría hecho cualquier cosa por ella-. Te veré más tarde.

Durante todo el desayuno Edward miró fijamente a Bella, y ésta se sintió nerviosa y embarazada. Cuando terminaron de comer, él se decidió a hablar.

-Antes de regresar a Inglaterra solía escribir a Jasper, y en mi armario encontrarás los útiles necesarios para escribir. Iré a decir a Saadi lo que tiene que hacer y después regresaré.

Apenas Edward abandonó la tienda, Bella entró en el dormitorio. La colmaba de felicidad la idea de volver a comunicarse con Emmet y decirle que estaba bien. Encontró la caja que contenía los útiles de escribir, y regresó a la habitación principal. Se sentó y, a los pocos minutos, comenzó la carta.

Querido hermano:

Perdóname Emmet, por no haberle escrito antes, pero hace poco tuve la idea de hacerlo. Comenzaré diciéndote que me siento perfectamente bien, tanto de cuerpo como de espíritu, y que soy muy feliz.

Probablemente creíste que había muerto, porque han pasado tras meses. Lamento haber provocado tu angustia, pero deseaba que pensaras así. Al principio no sabía qué sería de mí, de modo que era mejor que tú no supieras que yo vivía. Pero ahora todo ha cambiado.

No pienses mal de mí cuando sepas que estoy viviendo con un hombre. No deseo decirte quién es, porque eso no importa. Lo que importa es que lo amo y deseo continuar con él. No estamos casados, pero tampoco eso importa. Mientras yo sepa que él me desea, me sentiré feliz.

El hombre a quien amo es el mismo que me separó de ti y al principio lo odié. Pero la convivencia diaria convirtió lentamente el odio en amor. Ni siquiera sabía que había ocurrido este cambio hasta que hace dos semanas él casi me perdió. Pero después he aprendido que deseo continuar siempre con él. No sé si me ama o no, pero espero que a medida que pase el tiempo llegue a quererme.

Quizás en el futuro se case conmigo, pero aunque no lo haga permanecerécon él hasta que ya no me desee. Te diría dónde estoy, pero él no quiere. Enel fondo de mi corazón sé que un día volveré a verte. Hasta ese momento, teruego no te preocupes por mí. Me siento feliz aquí y no necesito nada.

John, te ruego que no me juzgues con dureza porque no pueda evitar loque mi corazón siente por este hombre. Haría lo que fuera por él. Por favor,compréndeme y perdóname si te hice sufrir. Sabes que no lo habría hechointencionadamente. Me deseaba y me tomó. Y como dice él, es la costumbrede este país, y ahora yo lo amo y lo deseo más que a nada. Trata decomprender mi situación.

Te quiero

Bella cerró la carta. Lo que había escrito la satisfacía, pero no podía permitir que Edward viese la carta. Se preparó para salir de la tienda y buscar a Saadi, y en ese momento entró Edward.

-Querida, si has terminado tu carta la entregaré a Saadi. Espera afuera.

-No -dijo ella con voz un tanto tensa-. Yo se la daré. Edward la miró con expresión interrogante.

-No habrás dicho dónde estás a tu hermano, ¿verdad? -Edward, me pediste que no lo hiciera, y no lo hice. Te doy mi palabra. Si no confías ahora en mí, jamás lo harás.

-Está bien. Puedes entregar la carta a Saadi -dijo él, y le dio paso.

Saadi esperaba montado en su caballo. Bella le entregó la carta y murmuró:

-Ve con Dios.

Él le dirigió una tímida sonrisa, los ojos colmados de admiración, después espoleó al caballo y comenzó a descender la ladera de la montaña. Bella lo miró hasta que desapareció de la vista. Después, se volvió hacia Edward, que estaba a su lado, y apoyó la mano nerviosa en el brazo del hombre.

-De nuevo gracias, Edward. Me siento mucho mejor ahora que Emmet sabrá que estoy bien.

Querida, ¿eso no justifica otro beso?

-Sí, lo justifica -replicó ella.

Y le rodeó el cuello con los brazos y obligó a Edward a bajar la cara para acercarla a sus propios labios.

Bella estaba acurrucada en el diván y contemplaba distraída la taza agrietada que tenía en las manos y que contenía el té de la mañana. Trataba desesperadamente de recordar qué le había dicho Edward aquella mañana antes de salir. Había sido muy temprano y ella estaba tan fatigada a causa de la noche pasada, que no se había despertado del todo para escucharlo.

Había dicho algo acerca de la firma de un acuerdo con el jeque Aro, con el fin de asegurar que las dos tribus no disputaran por el agua que compartían. Seguramente se proponía concertar un encuentro de las tribus, con objeto de celebrar la renovada amistad de los dos grupos. Se ausentaría todo el día y quizá también la noche.

Todo parecía tan impreciso a Bella que se preguntó si no lo habría soñado. Pero, si había sido un sueño, ¿dónde estaba Edward? No lo había visto en la cama cuando logró despertar por completo. Y Ángela le dijo después que lo había visto conversando con James a primera hora de la mañana, junto al corral, y que luego Edward había salido del campamento a caballo.

De pronto Bella se sintió muy sola. Edward nunca se había ausentado un día entero... con la única excepción de la vez que la habían secuestrado. Era bastante temprano y ya ella lo echaba de menos. ¿Qué demonios podía hacer durante todo el día?

Quizás hubiera olvidado leer alguno de los libros de la colección que le había traído Edward. Se acercó al gabinete donde guardaba los libros y comenzó a repasarlos. Pero, antes de que pudiese terminar el examen, James pidió permiso para entrar.

Bella se incorporó y se alisó la falda antes de que el árabe entrase. Comenzó a sonreír, contenta de que hubiese venido alguien con quien charlar un rato; pero no lo hizo cuando vio la expresión grave en el rostro de James.

-¿De qué se trata, James? ¿Qué ha ocurrido? -preguntó con voz premiosa.

-Bella, tengo algo para ti. De parte de Edward

.

Corrió hacia James y con un movimiento nervioso recibió el pedazo de papel que él le entregó. Pero temía abrirlo. ¿Por qué estaba tan nervioso James? ¿Por qué le había dejado una nota Edward? Pero estaba adoptando una actitud tonta. Probablemente era una sorpresa, o quizá una disculpa porque esa mañana la había abandonado tan bruscamente, cuando todavía estaba medio dormida.

Bella se acercó al diván y se sentó con la nota en la mano. Con movimientos lentos desplegó el papel y comenzó a leer:

Bella:

He pedido a James que te lleve de regreso con tu hermano. No creía que pudiera ocurrir esto, pero los fuegos se han apagado y no tiene sentido que continuemos. Te devuelvo tu libertad, que es lo que siempre deseaste. Quiero que te marches antes de que yo regrese. Será mejor así.

Edward

Bella movió lentamente la cabeza, mirando incrédula la nota. No... ¡No era cierto! Tenía que tratarse de una especie de broma cruel. Pero, ¿por qué se sentía tan mal? Ni siquiera tenía conciencia de las lágrimas que comenzaban a brotarle en los ojos, pero notaba un nudo sofocante en la garganta y una opresión en el pecho. Tenía las manos frías y pegajosas cuando arrugó el pedazo de papel y lo convirtió en una menuda bola.

-Dios mío, ¿por qué... por qué tiene que hacerme esto? -murmuró con voz ronca.

Las lágrimas fluyeron libremente por sus mejillas y las uñas se le hundieron profundamente en la palma de la mano cuando apretó el pedazo de papel que había destruido su vida. Pero no sentía nada, sólo la angustia que la consumía.

James permanecía frente a ella y apoyó suavemente la mano en el hombro de la joven.

-Bella, debemos partir ahora.

-¿Qué?

Bella lo miró como si ni siquiera supiese quién era. Pero poco a poco se recobró, y de pronto sintió que odiaba intensamente a Edward. ¿Cómo podía despedirla así, tan cruelmente?

-¡No! -exclamó, con la voz cargada de emoción-. No me marcho. No me arrojarán como si fuese una camisa vieja. Aquí me quedaré y hablaremos. Que me diga personalmente que no desea verme. No le facilitaré las cosas.

James la miró, sorprendido.

-Pero creí que deseabas volver con tu hermano. Tú misma me dijiste que las cosas no marchaban bien entre tú y Abu.

-Pero eso fue hace mucho tiempo. Después, todo cambió. James, lo amo.

-¿No se lo dijiste?

-No -murmuró Bella-. ¿Cómo podía decírselo si no sabía cuáles eran sus sentimientos? Pero ahora sé a qué atenerme.

-Lo siento, Bella. Pero no puedes quedarte aquí. Me ordenó que salieras antes de su regreso.

-Bien, no me iré. Que me diga en la cara que ya no me desea.

James parecía desesperado.

-¡Bella, tenemos que partir! No quería decírtelo, pero tú me obligas. Abu ya no te desea. Quiere alejarte y casarse con Jessica apenas regrese.

-¿Te lo dijo así?

-Sí -dijo James con voz neutra y los ojos bajos.

-¿Cuándo?

-Esta mañana... antes de partir. Pero lo ha mencionado otras veces. Era sabido que se casaría con Jessica. Ahora, partamos de una vez. Te ayudaré a reunir las cosas.

No tenía sentido prolongar la tortura. Bella pasó al dormitorio y abrió las cortinas. Deseaba mirar por última vez la habitación donde había pasado tantas noches felices. ¿Por qué tenía que sentir así... por qué se había enamorado de Edward? Si hubiese continuado odiándolo, ahora se habría considerado la mujer más feliz del mundo. En cambio, tenía la impresión de que su vida había terminado.

Después, recordó que no podía cabalgar en el desierto tal como vestía ahora. Se acercó al arcón que guardaba todas sus ropas, retiró la túnica de terciopelo negro y se vistió de prisa.

No deseaba llevar consigo nada, excepto las ropas que vestía... ni siquiera la peineta tachonada de rubíes. Recordó su sorpresa cuando Edward se la regaló en Navidad. La arrojó sobre la cama porque no deseaba nada que le recordase a Edward. Pero cuando vio el espejo que James le había regalado, Bella pensó en Ángela. Lo recogió y salió del dormitorio.

-Bella, debemos reunir tus cosas.

La joven se volvió para mirar a James.

-No llevaré nada que haya regalado Edward. Deseo únicamente despedirme de Ángela... y entregarle esto -dijo Bella mostrando el espejo-. No quiero nada que me recuerde este sitio. Pero Ángela fue una buena amiga y deseo regalarle algo. Me comprendes, ¿verdad?

-Sí.

Después de dirigir una última mirada al cuarto principal, Bella salió con paso rápido. Se detuvo frente a la tienda de Angela y llamó. Pocos momentos después, la joven árabe salió a recibirla y Bella se echó a llorar de nuevo.

-¿Qué ocurre? -preguntó Ángela, que corrió a abrazar a su amiga. Bella tomó la mano de Ángela y depositó en ella el espejo.

-Quiero regalarte esto. Recuerda que te amo como a una hermana. Me marcho y vengo a despedirme.

-¿Adónde vas? ¿Regresarás pronto? -preguntó Ángela, pero en realidad ya había adivinado que jamás volvería a ver a su amiga.

-Regreso con mi hermano y no volveré. Te echaré de menos,

Ángela. Has sido una buena amiga. -Pero, ¿por qué, Bella?

-Eso no importa. No puedo permanecer más tiempo aquí. Despídeme de Sam y sus hermanos y diles que les deseo felicidad. Besa por mí al pequeño Sam y al niño. Yo lloraría demasiado si los besara. -Sonrió débilmente a Ángela y después la abrazó. A menudo pensaré en ti. Adiós.

Bella corrió al corral, donde James esperaba con los caballos. El árabe la ayudó a montar a Cuervo y ambos salieron del campamento. Cuando habían descendido parte de la ladera, Bella se detuvo y volvió los ojos hada el campamento. A través de las lágrimas vio la figura de Ángela, de pie en la cima de la colina, agitando la mano en la que sostenía el espejo.

Después, Bella clavó los talones en los flancos de Cuervo, e inició una carrera desenfrenada. James la llamaba a gritos, pero ella no se detenía. Deseaba morir. Sentía que ya no le quedaba nada por lo cual vivir. Si moría en la montaña de Edward tal vez él se sintiera culpable el resto de su vida. Pero, ¿por qué tenía que decirle que no podía vivir sin él? Si ya no la deseaba, no podía considerarse culpable a Edward. Y ella continuaba amándolo. Abrigaba la esperanza de que fuera feliz con Jessica, si era aquello lo que él deseaba.

Bella obligó a Cuervo a marchar más lentamente. Pensaría en otro modo de acabar con su propia vida. Pero tenía que esperar, de modo que Edward no se enterase. Pensó en Victoria, y en que se había suicidado a causa de Carlise. Ahora Bella comprendía cabalmente la angustia y el sufrimiento que una mujer podía sentir.

El calor del desierto era abrumador, pero Bella no lo sentía. Estaba tan agobiada por el sufrimiento que en ella no había lugar para otra cosa. No podía entender por qué le había ocurrido aquello.

La noche llegó, pasó y volvió a salir el sol, pero Bella no podía hallar paz.

Las preguntas la atormentaban. Se devanaba los sesos para hallar respuestas, pero no encontraba ninguna. ¿Por qué... por qué no la deseaba ya? Era la misma que cuatro meses atrás. Su apariencia era la misma... sólo sus sentimientos habían cambiado. ¿Por qué Edward le había hecho aquello?

¿Quizá porque ella había cedido? ¿Él la había apartado porque ya no le ofrecía resistencia? Pero eso no era justo... además, no podía ser la razón, porque en este caso la habría despedido un mes antes.

¿Y qué podía decir de este último mes? Todo había sido tan hermoso... tan maravilloso y perfecto por donde se lo mirase. Edward había parecido un hombre feliz y satisfecho, exactamente lo mismo que podía decirse de ella. Había pasado más tiempo con Bella. Juntos habían salido a cabalgar todos los días. Él le había hablado de su propio pasado y le había revelado muchas cosas de sí mismo. Entonces, ¿qué significaba aquello? ¿Por qué había cambiado? ¿Por qué? ¿Por qué?

Los interrogantes no le permitían dormir. Permaneció despierta durante el calor del día, descansando y dándole vueltas y más vueltas al mismo pensamiento, sin poder hallar la paz. Aceptó el pan y el agua que James le ofreció y comió mecánicamente, pero su mente no le permitía descansar -volvía una y otra vez a los mismos interrogantes- tratando desesperadamente de hallar una solución. Volvió a caer la tarde; James y Bella continuaron viaje.

Capítulo 9: Capitulo 9 Capítulo 11: Capitulo 11

 
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