La Novia Cautiva (+18)

Autor: Mimabells
Género: + 18
Fecha Creación: 24/03/2010
Fecha Actualización: 17/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 29
Visitas: 66233
Capítulos: 18

Chicas es Fic es de NessiBella y me gusto su historia asi que la voy a publicar con permiso de la autora

TERMINADA


----------------PROLOGO---------------

Ella odiaba a su secuestrador , pero era muy atractivo , y muy convincente y tená vez por eso apareció en Isabella Swan un gran remolino de emociones y sentimientos de deseo , pero ella no podía parar de preguntarse como podía sentir tales sentimientos ardientes por un hombre al que odiaba.

Ella se había prometido no ser nunca posesión ni esclava de un hombre y menos de aquel que se lo exigía por la entre las arenas del desierto su resistencia fue cayendo ante el amor de él.

Poco a poco la insistencia del joven fue destruyendo la muralla que Bella tenía a su alrededor , hasta que esta por fin se entregó a él , pero al sucumbir a los encantos de Edward la vida se le hizo mas complicada , porque hay envidias y celos , los cuales son causas de luchas.

Entregándose por fin a ese hombre experimentó miles de sensaciones que jamás había sentido, pero a la vez se adentraba en un mundo donde cada paso que daba estaba vigila

Esta historia es una adaptación del libro "LA NOVIA CAUTIVA" pero protagonizado por Edward en el papel de un jeque y Bella , la cual es una chica occidental de buena familia .

Espero que os guste de corazón , pero quiero aclarar que no escribiré la historia tal y como en el libro , ya que introduciré cosas de mi propia cosecha .


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Capítulo 13: Capitulo 13

Chicas estoy de regreso disculpen pero he tenido mucho que hacer se cuidan y aqui les dejo unos cap se cuidan mucho y buen inicio de semana



-Emmet, ¿puedo hablar contigo antes de que salgas? -preguntó Isabella.

Estaba sentada frente a la mesa del comedor, bebiendo la tercera taza de té de la mañana.

-Bella, ¿no puedes esperar a más tarde? Necesito llevar estos documentos al coronel antes de la reunión del personal -replicó Emmet.

-No puede esperar. Debo decirte algo ahora mismo. Te esperé anoche, pero llegaste demasiado tarde.

-Está bien -suspiró Emmet. Se sentó frente a Isabella y se sirvió una taza de humeante té.- ¿De qué se trata? ¿Qué es tan importante?

-Ayer por la tarde, cuando fui al mercado, supe que dentro de cuatro días sale un barco para Inglaterra. Deseo embarcarme en él.

-¿Por qué, Bella? Comprendo que desees alejarte cuanto antes de este país, pero ¿no puedes esperar cinco meses más, de manera que podamos regresar juntos?

-No puedo esperar.

-Sí puedes. No hay motivo que te obligue a partir ahora. Caramba, el último mes ha sido muy feliz; no ha habido más lágrimas, ni caras tristes. Desde que comenzaste a salir, cambiaste del todo. Te agrada ir al mercado. Has conocido a otras personas, y lo pasas bien. Dime, ¿por qué no puedes permanecer conmigo cinco meses más?

-Hay una razón muy importante por la cual tengo que marcharme ahora. Si me quedara aquí cinco meses tendría que permanecer aún más tiempo. No puedo llevar a mi... -hizo una pausa- a mi hijo en barco al poco tiempo de nacer.

Emmet la miró como si ella lo hubiese abofeteado. Isabella trató de evitar la imagen del rostro conmovido de su hermano, pero se sintió muy aliviada porque al fin se lo había dicho.

-Un hijo –murmuró Emmet, moviendo la cabeza-. Tendrás un hijo.

-Sí, Emmet... dentro de cinco meses -dijo Isabella orgullosamente. -¿Por qué no me lo dijiste antes? -Yo misma lo supe el mes pasado, e incluso entonces abrigaba ciertas dudas.

-¿Cómo puedes no saber de algo por el estilo? -preguntó Emmet.

-Emmet, estaba tan conmovida... demasiado agobiada por la tortura mental para saber qué ocurría con mi cuerpo.

-¿Por eso te sentiste tan feliz el mes pasado... a causa del niño -¡Oh, sí! ¡Ahora tengo motivos para vivir! -Entonces, ¿te propones conservar al niño y criarlo? -¡Por supuesto! ¿Cómo puedes siquiera preguntar una cosa así? Este niño es mío. Fue concebido con amor. Jamás renunciaré a él.

-Todo viene a parar en lo mismo... ¡Ese hombre! Deseas al niño porque es su hijo. ¿Piensas marcharte sin hablarle del niño? ¿Quizás ahora acepte casarse contigo? -dijo Emmet con expresión colérica.

-Si creyera que está dispuesto a casarse conmigo, iría inmediatamente. Pero no es posible. Seguramente ya contrajo matrimonio con Jessica. No desea a este niño, pero yo sí lo quiero. Y deseo que nazca en Inglaterra. Es necesario que me marche cuanto antes y puedo hacerlo dentro de cuatro días.

-¿Has pensado en lo que dirá la gente? Bella, no estás casada. Tu hijo será un bastardo.

-Lo sé. He pensado en eso con frecuencia, pero la situación no tiene remedio. Por lo menos, será un bastardo adinerado -dijo-. Pero si las murmuraciones te molestan, no me quedaré en casa. Siempre puedo ir a vivir a otro sitio con mi hijo.

-Bella, no quise decir eso. Sabes que te apoyaré, no importa lo que decidas. Sólo estaba pensando en tus sentimientos. Después de todo, te molestaron bastante las perversas observaciones de esas esposas de los oficiales.

-Entonces yo me sentía indeseada y miserable. Y sufrí todavía más cuando oí sus comentarios... la afirmación de que jamás me querría un hombre. Pero ahora soy feliz. Ya no puede lastimarme lo que la gente diga de mí. No me importa si no me caso. Solamente deseo a mi hijo... y mis recuerdos.

-Si eres feliz, eso es lo único que importa -dijo Emmet.

Trató de aceptar el hecho de que Isabella sería una madre soltera. Sabía que ella era fuerte y él deseaba creer que nada podría perjudicarla.

-Tu hijo no tendrá padre, pero tendrá tío. Bella, te ayudaré a criarlo.

-¡Gracias, Emmet! -exclamó Isabella. Se acercó y se detuvo detrás de la silla que ocupaba su hermano y le rodeó el cuello con los brazos-. Emmet, ¡eres tan bueno conmigo y te quiero tanto!

-Bien, de todos modos no me agrada la idea de que viajes sola. No está bien.

-Te preocupas demasiado. Estoy segura de que en mi estado nadie me molestará. Como puedes ver, mi hijo ya es bastante visible -dijo Isabella y se volvió de perfil-. Y cuando llegue a Londres... bien, será grande como un buey. Llevaré conmigo muchas telas y lienzos; y me encerraré en el camarote para confeccionar ropas de niño. Y cuando la nave llegue a Londres, alquilaré un carruaje que me lleve directamente a la Residencia Swan. Ya ves que no tienes motivo para preocuparse.

-Bien, por lo menos permíteme escribirle al mayordomo .Puede ir al puerto y escoltarte hasta casa.

-No hay tiempo para eso, Emmet. Mi barco es el primero que parte. Tu carta llegará conmigo. Y de todos modos quiero regresar a casa cuanto antes. Necesito tiempo para convertir en habitación infantil el cuartito de los huéspedes contiguo a mi dormitorio. Tendré que empapelarlo, y ordenaré que construyan una puerta de comunicación con mi cuarto y...

-Un momento, Bella - la interrumpió Emmet-. Vas muy de prisa. ¿Qué pasa con nuestro viejo cuarto de juegos. Bastó para nosotros.

-Emmet, ¿sabes qué diferencia veo entre mi cuarto y la vieja habitación? Me propongo cuidar personalmente a mi hijo. Seré su madre, su niñera y su abuela. No tendré un marido a quien dedicar la mitad de mi tiempo. Sólo a mi hijo... y le consagraré toda mi energía y todo mi tiempo.

-Es evidente que has pensado en todos los detalles –dijo Emmet. Le sorprendía comprobar que Isabella estaba decidida a organizar su propia vida.

- Bien, si quieres que tu hijo esté en la habitación contigua, así se hará.¿Piensas contárselo todo también a Jacob? -preguntó Emmet.

Isabella no había pensado en Jacob.

-No... no todo; sólo o indispensable.

-Sabes que sufrirá. Jacob quería casarse contigo.

-Sí. Pero nunca lo acepté en ese sentido. Jacob superará el trance. Quizá ya ha encontrado a otra persona.

Emmet la miró, dubitativo. Jacob lo había arrinconado antes de que él y Bella viajasen a Londres. Había declarado su amor por Bella, afirmando que jamás podría ser feliz con otra mujer.

-Bella, ¿crees de veras que Jacob puede haber encontrado a otra persona? Ese muchacho te quiere, y creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que a pesar del niño querrá casarse contigo.

-Pero jamás tuve ese tipo de sentimiento respecto de Jacob. Dudo de que me hubiese casado con él incluso si no hubiera conocido a Abu. Y sólo a Abu amaré. Lo he perdido, pero tengo a su hijo, y eso es lo que importa. No quiero lastimar a Jacob, pero no puedo casarme con él.

-Bien, quizá cambies de parecer. Pero ahora hermanita, estoy muy retrasado. Me reprenderán en el despacho del coronel. Abrigo la esperanza de que comprenda y me autorice a acompañarte a Alejandría -replicó Emmet.

-Estoy segura de que así lo hará.

Apenas Emmet se marchó, Isabella fue a su dormitorio para decidir qué llevaría en el viaje de regreso a su patria. Revisó su guardarropa. Todas sus prendas cabían en los dos baúles, pero tenía que comprar otro para las ropas del niño que se proponía confeccionar. Y de pronto comprendió que sus vestidos ajustados serían inútiles pocas semanas más tarde.

Isabella sonrió por haber olvidado algo tan importante. Ahora tendría que comprar metros y metros de tela para confeccionar sus propias ropas y las del niño, y también necesitaría dos baúles más.

-¡Isabella, sin duda estarás muy atareada durante ese viaje! -dijo en voz alta.

Una brisa fresca acarició el rostro de Isabella y jugó con su vestido de ancha falda mientras ella permanecía en cubierta, aferrada a la baranda del buque. Miró su vientre prominente y sonrió cuando sintió el golpe del niño. Sus movimientos se habían hecho perceptibles durante el último mes y a Isabella la complacía sobremanera esa experiencia.

Ya hacía más de una hora que estaba en cubierta. Los pies le dolían terriblemente, pero no deseaba regresar a su cabina con su ambiente sofocante... sobre todo ahora que tenía enfrente las costas de Inglaterra.

El viaje se había desarrollado con tal rapidez y ella había estado tan atareada que tenía la impresión de que hubiera sido ayer que se había despedido de Emmet. Isabella había llorado un poco y había recordado a su hermano que cinco meses más tarde también él abordaría una nave para volver a Inglaterra. Había besado y abrazado a Rosalie, que había venido con Emmet para despedirla.

-Cuídate y cuida al niño -había dicho Rosalie y después también ella se había echado a llorar.

Era una límpida y hermosa mañana de principios de verano en Inglaterra. Los pasajeros se agolpaban contra la baranda, felices porque al fin había concluido el viaje.

Isabella se palmeó el vientre y murmuró apenas, de modo que nadie pudiese oírla:

-Pequeño Edward, pronto estaremos en casa... sí, muy pronto.

Isabella consiguió fácilmente un carruaje que la llevó a la Residencia Swan.

Una vez allí en el vestíbulo bien iluminado Isabella se sintió agobiada por los alegres saludos del resto de la servidumbre. Poco después, Emmet los despachó a todos con una serie de órdenes: traer té, preparar comida, calentar el agua del baño y desempaquetar el equipaje.

cosas.

Isabella examinó su viejo cuarto mientras una de las criadas ordenaba el resto de las cosas.

Le agradaba ese cuarto y lo había elegido porque la complacían los tonos azul oscuro que prevalecían en el decorado.

¡Oh, pero qué grato era volver a casa y encontrar las cosas y a las personas entre las cuales había crecido y a las que amaba!

Isabella se acostó y se cubrió el cuerpo con las mantas. Ya estaba dormida cuando Emmet la besó en la frente y salir en silencio de la habitación.



A la mañana siguiente:

Las gruesas cortinas de terciopelo impedían que la luz del día claro y luminoso penetrase en el cuarto de Isabella. Una puerta se cerró fuertemente en un rincón de la casa. Los ojos enrojecidos de Isabella parpadearon un momento, pero se sentía muy cansada y no deseaba abandonar la tibia comodidad de su lecho. Volvió a sumirse en un pacífico sueño.

Pero unos instantes después el sonido de voces coléricas despertó a Isabella.

-¿Dónde está, maldita sea?

Isabella se incorporó, apoyándose en los codos.

-Señor Jacob, no puede entrar allí. Le he dicho que está durmiendo.

Isabella reconoció la voz irritada del ama de llaves frente a la puerta de su habitación.

-Santo Dios, mujer... es mediodía. O usted entra y la despierta... o lo haré yo.

Era Jacob Black.

-No hará nada por el estilo. Mi niña está cansada. Llegó muy tarde anoche y necesita dormir.

-¿Por qué demonios no me informaron de que Isabella había regresado? Tuve que saberlo esta mañana por mis criados.

-Cálmese, señor Jacob. No supimos que venía la señorita Isabella hasta verla aquí. Le habría informado apenas despertarse. Ahora, salga de aquí. Mandaré llamarlo en cuanto despierte la señorita Bella.

-No será necesario. No me marcho. Esperaré abajo, pero será mejor que despierte pronto, porque de lo contrario regresaré.

Cuando Jacob hubo bajado la escalera, la puerta de Isabella se abrió silenciosamente y el ama de llaves asomó la cabeza. Cuando vio a Isabella sentada en la cama, entró en la habitación.

-Ah, niña... lamento haberte despertado. Ciertamente, el señor Jacob es muy obstinado cuando quiere.

-Está bien. De todos modos, creo que es hora de que me levante -replicó Isabella-. Ahora me daré un baño y después iré a verlo.

-Sí y estoy segura de que se impresionará cuando vea tu estado. Bien, le diré al señor Jacob que puede verte en el comedor dentro de un rato. Podrás decirle lo que desees durante el desayuno... tú y el niño necesitáis alimento.

Aproximadamente una hora después, Isabella descendió lentamente la escalera curva y se encaminé sin vacilar hada el comedor. Se detuvo en el umbral cuando vio a Jacob sentado frente a la larga mesa, de espaldas a la entrada. Entró discretamente en la habitación.

-Jacob me alegro de volver a verte.

-Isabella por qué tú no...

Se puso de pie, volviéndose, pero se detuvo de golpe cuando vio el vientre prominente.

Un sonido breve y ahogado escapó de su garganta. Isabella se volvió y se sentó al otro extremo de la mesa. Una de las criadas trajo una gran bandeja con alimentos y Isabella, como si no hubiese nada anormal, se sirvió jamón y huevos y dos deliciosas tartas de cerezas.

-¿Deseas acompañarme, Jacob? Detesto comer sola, y estos alimentos huelen demasiado bien -dijo Isabella sin mirarlo, atareada en poner mantequilla a una tostada.

-¿Cómo... cómo puedes comportarte exactamente del mismo modo que si nada hubiese ocurrido? Isabella, ¿cómo puedes hacerme eso? Sabes que te amo. Quería casarme contigo. Estuve esperándote pacientemente, contando los días que me separaban de tu regreso. Por lo que veo, te casaste apenas llegaste a ese maldito país! ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudiste casarte tan aprisa con otro hombre?

-No estoy casada Jacob... jamás lo estuve -dijo serenamente Isabella. Ahora, siéntate. Estás consiguiendo que pierda el apetito.

-¡Pero estás embarazada! -exclamó Jacob.

-Sí -rió ella--. En efecto.

-Pero no entiendo -y después, contuvo una exclamación-. ¡Oh, lo siento, Isabella! ¡Si Emmet no mató al hombre, lo encontraré y conseguiré que se haga justicia!

-¡Oh, basta, Jacob! Ni me he casado, ni me han violado. Me raptaron y me tuvieron cautiva cuatro meses. Me enamoré del hombre que me raptó. No sabe que llevo en mi vientre a su hijo y nunca lo sabrá. Pero entiende una cosa, Jacob. Conservaré a mi hijo y lo criaré y le ofreceré todo mi amor. Me siento feliz, de modo que no me compadezcas. Hace mucho me pediste en matrimonio, pero nunca dije que aceptaba. Y ahora, por supuesto, eso es imposible. Lamento haberte ofendido, pero de todos modos desearía que fuésemos amigos, si... si puedes perdonarme.

-¡Perdonarte! Te amé y te entregaste a otro hombre. Te quería por esposa y llevas en tu vientre el hijo de otro. ¿Pides que te perdone? ¡Oh, Dios mío!

Descargó un puñetazo sobre la mesa y salió bruscamente de la habitación.

-¡Jacob, no te vayas así! -gritó Bella, pero él ya había salido de la habitación.

El ama de llaves entró en el comedor, en el rostro una expresión preocupada.

-Esperé hasta que oí que se marchaba. ¿Lo tomó muy a mal?

-Sí, me temo que lo ofendí terriblemente -suspiró Isabella-. En realidad, no deseaba que hubiese ocurrido nada de todo esto.

-Lo sé, querida. La culpa no es tuya, de modo que no debes inquietarse ,el señor Jacob acabará calmándose. Tú y él tuvisteis muchas peleas antes y siempre terminaron arreglándose.

-Pero eso fue cuando éramos niños. No creo que me perdone esto jamás.

-¡Tonterías! Sólo necesita tiempo para acostumbrarse a a situación. Recuerda lo que te digo... regresará. Pero ahora, termina tu comida. ¿Deseas que te la caliente un poco?

-No. Ya no tengo apetito -replicó Isabella, y se levantó de la silla.

-Siéntate allí, y no te muevas. Ahora debes pensar no sólo en ti misma. Tu hijo necesita alimento, y poco importa si tú tienes o no apetito. Deseas que nazca un niño sano y fuerte, ¿verdad?

-Sí, en efecto.

Bella salió de la casa y empezó a caminar por el jardín de su propiedad eligió para sentarse un lugar sombreado por un alto roble cuyas ramas se extendían casi hasta el centro del estanque .

Isabella se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el viejo árbol, recordando el lugar donde su amado la llevaba a que se aseara. Ahora lo más probable era que Edward probablemente iba a bañarse allí con Jessica.

Isabella regresó tarde a la casa. El sol ya se había puesto y el cielo estaba teñido de suave púrpura, que se ensombrecía poco a poco. Isabella entró en el vestíbulo iluminado. La temperatura era un tanto fría, y la joven se frotó enérgicamente los brazos desnudos al entrar en el salón.

La habitación estaba sumida en sombras. Sólo la tenue luz del vestíbulo le permitió ver el camino hacia el hogar. Tomó uno de los fósforos largos depositados sobre la repisa de la chimenea y encendió el fuego, y cuando éste comenzó a cobrar fuerza Isabella retrocedió un paso. Poco a poco el calor la envolvió; se apartó para encender las muchas lámparas distribuidas en diferentes rincones del cuarto. Había dado apenas dos pasos cuando vio una figura en las sombras, junto a la ventana abierta. Contuvo una exclamación de miedo cuando la figura avanzó hacia ella, pero el temor se convirtió en cólera cuando identificó al intruso.

-¡Jacob, menudo susto me has dado! ¿Qué demonios haces aquí, en la oscuridad? -dijo con voz colérica.

-Estaba esperándote, pero no quería asustarte -replicó el joven con expresión humilde. Generalmente la cólera de Isabella lo intimidaba.

-¿Por qué no me hablaste cuando entré en la habitación?

-Quería verte sin ser observado.

-¿Con qué propósito?

-Aún en tu estado actual... eres la muchacha más bella de Inglaterra.

-Bien, gracias, Jacob. Pero sabes que no me agrada que me espíen, y no esperaba volverte a verte hoy. ¿Viniste por un motivo particular? Si no es así, te diré que estoy cansada y que me propongo cenar y acostarme.

-En ese caso, ¿por qué has entrado y encendido el fuego?

-¡Puedes ser muy irritante! Comeré aquí, si quieres saberlo. No me agrada cenar sola en ese enorme comedor.

En ese instante una de las criadas entró en la habitación, pero se detuvo cuando vio a Isabella.

-Señorita, venía a encender las lámparas.

-En ese caso, hágalo. Después, diga a la señora Ryan que me prepare la cena.

-¿Tienes inconveniente en que te acompañe? -dijo Jacob. Isabella enarcó el ceño, sorprendida ante la petición. Quizá deseaba conservar su amistad.

-Molly, ordene que sirvan la cena para dos y que la traigan aquí. Y por favor, informe a Emmet cuando vuelva que he regresado; no quiero que se asuste.

Cuando la criada se hubo retirado, Isabella se acercó al diván y Jacob se sentó junto a la joven.

-Isabella, tengo que decirte algo y quiero que me escuches antes de contestar.

Isabella lo examinó más atentamente, y vio que Jacob había madurado durante el último año. Parecía más alto y su rostro tenía una expresión menos infantil. Incluso se había dejado el bigote, y tenía la voz más profunda.

-Está bien, Jacob. Adelante... te escucho.

-Pasé toda la tarde tratando de dominar la impresión que me provocó saber que amas a otro hombre. Yo... he llegado a la conclusión de que todavía te amo. No importa que lleves en tu vientre el hijo de otro hombre. Aun así deseo casarme contigo. Aceptaré a tu hijo y lo criaré como si fuese mío. Pronto olvidarás al otro. Aprenderás a amarme... sé que lo harás. Y no te pediré que me contestes ahora. Deseo que lo pienses un tiempo. -

Hizo una pausa, y le tomó la mano- Isabella, puedo hacerte feliz. Nunca lamentarás haberme aceptado por esposo.

-Lamento que todavía sientas así con respecto a mí -dijo Isabella-. Abrigaba la esperanza de que pudiéramos ser amigos. Pero no puedo casarme contigo, Jacob, y jamás cambiaré de idea. El amor que profeso al padre de mi hijo es demasiado intenso. Aunque no vuelva a verlo el resto de mi vida, no puedo olvidarlo.

-¡Maldita sea! Isabella... no puedes vivir con un recuerdo. Él está muy lejos, pero yo estoy aquí. ¿En tu corazón no hay espacio para otro amor?

-No para esa clase de amor.

-¿Y tu hijo? Yo le daría un nombre. No afrontaría la vida en la condición de un bastardo.

-La noticia de mi embarazo probablemente ya se ha difundido .Llamarían bastardo a mi hijo aunque me casara contigo. Sólo su verdadero padre puede resolver ese problema.

-Aun así, Bella... el niño necesita un padre. Yo lo amaría... aunque sólo fuera porque es tuyo. Tienes que pensar en el niño.

Isabella se apartó de Jacob y se detuvo junto al fuego. Detestaba la idea de lastimar a su amigo.

-Jacob, ya te dije...

-No, Isabella... no digas eso. -Se acercó a Isabella y la tomó por los hombros-. Por Dios... piensa en ello. Eres todo lo que siempre soñé, lo que siempre deseé. No puedes destruir tan fácilmente mis esperanzas. Te amo, Bella... ¡no puedo evitarlo!

Se volvió y salió de la habitación sin dar a Isabella ni siquiera la oportunidad de responder. Pocos minutos después, Molly trajo la cena, pero tuvo que llevarse uno de los platos.

Isabella cenó frente a la mesa cubierta con la lámina de mármol dorado y blanco, frente al diván; alrededor, tres sillas vacías.

Se sentía pesada y torpe, solitaria y desdichada. Maldición, ¿por qué Jacob lograba que se sintiera tan culpable? No deseaba casarse con él, porque no soportaba la idea de vivir con otro hombre después de haber conocido a Edward. ¿Por qué tenía que amarla Jacob? No quería casarse con él, ni con ningún otro.

Isabella se levantó del diván, salió de la habitación y comenzó a subir la escalera. Había creído que en esa casa podría tener en paz a su hijo; pero lo mismo le hubiera valido haber permanecido en El Cairo.

Capítulo 12: Capitulo 12 Capítulo 14: CAPITULO 14

 
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