La Novia Cautiva (+18)

Autor: Mimabells
Género: + 18
Fecha Creación: 24/03/2010
Fecha Actualización: 17/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 29
Visitas: 66247
Capítulos: 18

Chicas es Fic es de NessiBella y me gusto su historia asi que la voy a publicar con permiso de la autora

TERMINADA


----------------PROLOGO---------------

Ella odiaba a su secuestrador , pero era muy atractivo , y muy convincente y tená vez por eso apareció en Isabella Swan un gran remolino de emociones y sentimientos de deseo , pero ella no podía parar de preguntarse como podía sentir tales sentimientos ardientes por un hombre al que odiaba.

Ella se había prometido no ser nunca posesión ni esclava de un hombre y menos de aquel que se lo exigía por la entre las arenas del desierto su resistencia fue cayendo ante el amor de él.

Poco a poco la insistencia del joven fue destruyendo la muralla que Bella tenía a su alrededor , hasta que esta por fin se entregó a él , pero al sucumbir a los encantos de Edward la vida se le hizo mas complicada , porque hay envidias y celos , los cuales son causas de luchas.

Entregándose por fin a ese hombre experimentó miles de sensaciones que jamás había sentido, pero a la vez se adentraba en un mundo donde cada paso que daba estaba vigila

Esta historia es una adaptación del libro "LA NOVIA CAUTIVA" pero protagonizado por Edward en el papel de un jeque y Bella , la cual es una chica occidental de buena familia .

Espero que os guste de corazón , pero quiero aclarar que no escribiré la historia tal y como en el libro , ya que introduciré cosas de mi propia cosecha .


+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 14: CAPITULO 14

Durante los meses más o menos rutinarios que siguieron, Isabella se ocupó de preparar la habitación para el hijo de Edward. Eligió muebles y decidió utilizar una tela celeste y dorada para confeccionar cortinas y tapizar las sillas; además, compró una alfombra azul. Se abrió una puerta que comunicó su habitación con la del niño.

El cuarto estaba preparado. Las ropitas que Isabella había confeccionado formaban ordenadas pilas. Y ella se aburría porque no tenía nada que hacer.

No podía cabalgar, ni ayudar en las tareas de la casa. Solamente leer y pasear. Se sentía cada vez más pesada y se preguntaba si lograría recuperar la esbeltez. Dio vuelta al gran espejo, de modo que mirase hacia la pared; estaba harta de contemplar su forma redondeada.

Jacob la torturaba.

Venía a verla todos los días y cada vez se repetía la misma escena. No estaba dispuesto a renunciar.

Ella le repetía una y otra vez que no aceptaba el matrimonio, pero él no escuchaba. Siempre hallaba nuevas razones por las cuales debía casarse con él, y hacía oídos sordos cuando le decía que no estaba dispuesta. Isabella comenzaba a hartarse del asunto.

Hacia el final de la tarde de un día de septiembre Isabella adoptó una decisión definitiva. Pasó de una habitación a otra buscando a la ama de llaves y la encontró en la habitación del niño, limpiando la inexistente suciedad de los muebles. Isabella entró y se detuvo al lado de la cuna. Tocó levemente los payasos de vivos colores y los soldados de juguete que colgaban sobre la camita, y el impulso los obligó a bailotear alegremente en el aire.

-tengo que salir de aquí -dijo de pronto.

-Querida, ¿de qué estás hablando?

-No puedo permanecer aquí más tiempo. Jacob me enloquece. Me repite constantemente lo mismo... cada vez que viene. No lo soporto más.

-No le permitiré entrar y así se terminará el asunto. Le diré que aquí no lo aceptamos.

-Sabes que no soportará eso y que el problema se agravará. Siempre me siento nerviosa temiendo que él aparezca.

-Sí, eso no es bueno para el niño.

-Lo sé, y por esto tengo que marcharme. Iré a Londres y alquilaré un cuarto en un hotel. Encontraré un médico a quien llamar cuando llegue el momento. Pero estoy decidida. Me marcho.

-No harás nada por el estilo. No irás a Londres... a un lugar atestado de gente que tiene tiempo sólo para ella misma... gente muy egoísta -replicó la anciana, agitando el dedo frente a las narices de Isabella.

-Pero es necesario que vaya... estaré perfectamente.

-Querida, no me permitiste terminar. Acepto que debes apartarte del señor Jacob. Pero no vayas a Londres. Puedes ir con mi hermana que trabaja en Benfleet.

Es cocinera en una gran propiedad que pertenece a una familia del mismo nombre que el individuo a quien tú amas.

-¿Cullen?

-Sí, pero ese Edward Cullen no puede ser un caballero, sobre todo después de lo que hizo.

-Bien, la única familia de Edward es su hermano, y vive en Londres. -

Sí, de modo que puedes ir y tener allí a tu hijo... creo que mi hermana Mavis dijo que la residencia se llama Victory. Y allí hay gente que puede cuidarte.

-Pero, ¿qué dirá el propietario si vivo en su casa? -preguntó Isabella.

-Mavis dice que el amo nunca está... siempre viaja de un país a otro. Los criados tienen la casa para ellos y el único trabajo es conservarla en buenas condiciones.

-Pero tú mencionaste antes a que no vivia en Londres

-Así era, hasta hace siete meses. La antigua cocinera de Victory murió, y Mavis se enteró por casualidad de que el puesto estaba vacante. El amo paga bien a los criados. Es un hombre muy rico. Mavis asegura que su habilidad en la cocina le permitió ocupar el cargo. Había tantas candidatas, que ella pudo considerarse afortunada de conseguir aquel puesto. Esta noche le enviaré un mensaje para informarle que tú vas allí. Después, haremos el equipaje y saldrás mañana. Querida, me agradaría acompañarte, pero esta casa se vendrá abajo si yo no estoy.

-Lo sé, pero de todos modos estoy segura de que me sentiré bien con tu hermana.

- Yo me ocuparé de que estés en buenas manos.

Esa noche Isabella no informó a Jacob que se marchaba. Dejó a cargo del ama de llaves la tarea de explicarle la situación.

Después de un viaje de tres días Isabella llegó a fines de una tarde a la vasta propiedad llamada Victory.

Durante la última media hora, el carruaje había recorrido la propiedad de los Cullen. Isabella advirtió que el lugar tenía por lo menos doble extensión que Swan. La espaciosa mansión de piedra caliza cubierta de musgo y enredadera era una construcción lujosa.

Isabella levantó el picaporte, una gran «C» de hierro, fijada a las altas puertas dobles, y llamó dos veces.

Se sentía nerviosa porque iba a casa de gente desconocida, y le parecía irónico que entrase en el hogar de un hombre llamado Cullen, para tener su hijo engendrado por otro hombre llamado Cullen.

Se abrió la puerta y una mujer pequeña y madura se asomó y sonrió con simpatía.

Tenía los cabellos negros con grandes mechones recogidos en la nuca, y bondadosos ojos grises.

-Usted seguramente es Isabella Swan. Pase... pase. Soy Mavis, alegro muchísimo de que haya venido aquí para tener a su hijo -afirmó alegremente, mientras introducía a Isabella en un enorme vestíbulo cuyo techo estaba a la altura del segundo piso. Cuando esta mañana llegó el mensajero con la noticia de que usted venía, sentimos que la vida volvía a esta vieja casa.

-No quiero provocar molestias -dijo Isabella.

-¡Tonterías, niña! ¿Por qué habría de causar molestias? Aquí hay mucha gente ociosa, sobre todo porque el amo siempre está ausente. Puede considerarse bienvenida, y permanecer todo el tiempo que desee. Cuanto más tiempo, mejor.

-Gracias -dijo Isabella.

El espacioso vestíbulo estaba mal iluminado, y las paredes aparecían revestidas de antiguos tapices con escenas de batallas y paisajes. Al fondo, dos escaleras curvas, y entre ellas dos pesadas puertas dobles de madera tallada. Sillas, divanes y estatuas de mármol contra las dos paredes.

Isabella se sintió sobrecogida.

-Nunca he visto un vestíbulo tan enorme. Es muy hermoso.

-Sí, la casa es así... grande y solitaria. Necesita una familia que la habite, pero no creo que viva el tiempo necesario para ver satisfecho mi deseo. Parece que el amo no desea casarse y tener hijos.

-Oh... ¿entonces, es un hombre joven? -preguntó Isabella, sorprendida.

Lo había imaginado viejo y débil.

-Así dicen, y también irresponsable. Prefiere vivir en el extranjero antes de administrar su propiedad. Pero venga, usted seguramente está agotada después de recorrer el campo en su estado. La llevaré a su habitación, y puede descansar antes de la cena -dijo Mavis, mientras subía la escalera con Isabella--. Sabe una cosa, señorita Isabella, su hijo será el primero que nazca aquí en dos generaciones.

-Entonces, ¿el señor Cullen no nació aquí? -preguntó Isabella.

-No, nació en el extranjero. La difunta Sra Cullen viajaba mucho en su juventud -replicó Mavis.

Un sentimiento de inquietud comenzó a insinuarse en Isabella, pero consiguió dominarlo.

-La pondré en el ala este... recibe el sol de la mañana -dijo Mavis.

Llegaron al segundo piso y comenzaron a caminar por el largo corredor. También ahí las paredes estaban totalmente cubiertas de bellos tapices.

Isabella se detuvo cuando llegó a la primera puerta. Estaba abierta, y el interior azul le recordaba su propio cuarto. Le sorprendió el tamaño y la belleza de la habitación. La alfombra y las cortinas eran de terciopelo azul oscuro, y los muebles y el cubrecama mostraban un azul más claro. Había allí una enorme chimenea de mármol negro.

-¿Podría ocupar este cuarto? -preguntó Isabella, obedeciendo a un impulso-. El azul es mi color favorito.

-Por supuesto, niña. Estoy segura de que el señor Cullen no se opondrá. Jamás está en casa.

-Oh... no sabía que éste era su cuarto. No, no podría.

-Está bien, niña. Es necesario que alguien viva aquí. Hace más de un año que nadie lo habita. Ordenaré que traigan su equipaje. -Pero... sus cosas, sus pertenencias, ¿no están aquí?

-Sí, pero es una habitación para dos personas. Le sobrará espacio.

Después de la cena, Mavis recorrió la planta baja con Isabella

Las acompañó la bondadosa ama de llaves, Emma . Las habitaciones de los criados, una espaciosa biblioteca y un aula estaban en el tercer piso. Jamás se usaba el segundo piso del ala Occidental, pero en la planta baja un amplio salón de baile ocupaba todo el fondo de la casa.

Isabella vio la cocina, un gran salón de banquetes y un comedor más pequeño a un costado de la residencia. Del otro lado, el estudio del amo y el salón.

El salón estaba hermosamente decorado en verde y blanco, y muchos retratos adornaban las paredes, Isabella se sintió atraída por el principal, que colgaba sobre el hogar. Permaneció de pie frente a la imagen, contemplando un par de ojos verde mar con reflejos dorados.

Era el retrato de una hermosa mujer, de cabellos castaño rojizo que le llegaban a los hombros desnudos. La inquietud anterior de Isabella se repitió, pero esta vez más intensa.

-Es lady Esme -informó Emma a Isabella-. Era tan hermosa. Su abuela era española...

-Tiene una expresión muy triste -murmuró Isabella.

-Sí. Pintaron el retrato cuando regresó a Inglaterra con sus dos hijos. Jamás volvió a sentirse feliz, pero nunca explicó a nadie la razón de su actitud.

-¿Usted mencionó a dos hijos? -Sí, el señor Cullen tiene un hermano menor, que vive en Londres.

Isabella sufrió un mareo y se desplomó en la silla más próxima.

Se siente bien, señorita Isabella? Se la ve pálida -exclamó Mavis.

-No lo sé... yo... me siento un poco débil. ¿Quiere decirme el nombre de pila del señor Cullen? -preguntó. Pero ya conocía la respuesta.

-Por supuesto -dijo Emma-. Se llama Edward. El caballero Edward Cullen.

-¿Y su hermano es Jasper? -preguntó Isabella con voz débil.

-Vaya, sí... ¿cómo lo sabía? ¿Conoce al señor Edward?

-¡Sí lo conozco! -Isabella emitió una risa histérica-. Voy a tener a su hijo.

Mavis contuvo una exclamación.

-Pero, ¿por qué no me lo dijo? -preguntó Emma, una expresión conmovida en el rostro.

-¡Me parece maravilloso! -exclamó Mavis.

-Pero ustedes no entienden. Yo no sabía que ésta era su casa. Mavis, usted nunca dijo a su hermana el primer nombre del señor Cullen, y Edward nunca me explicó que tenía una propiedad en esta región del país. Ahora no puedo permanecer aquí... a él no le agradaría.

-Tonterías -sonrió Emma-. ¿Qué lugar mejor que su propia casa para que nazca el hijo del señor Edward?

-Pero Edward no quería saber nada más conmigo. No deseaba este hijo.

-No puedo creerlo, señorita Isabella... usted es tan hermosa -dijo Mavis-. El señor Cullen no puede ser tan estúpido. ¿Usted le habló del niño?

-Yo... sabía que él no deseaba este hijo, de modo que no vi motivo para decírselo.

-Si no se lo dijo, no puede estar segura de sus sentimientos -observó Emma-. No, se quedará aquí, tal como lo planeamos. No puede negarme la oportunidad de ver al hijo de Edward Cullen.

-Pero...

-Bien, no quiero oír una palabra más acerca de su partida. Pero me encantaría saber cómo se conocieron usted y el señor Cullen.

-¡Yo también deseo conocer toda la historia! -dijo Mavis.

Isabella contempló el retrato de lady Esme ¡Qué notable parecido entre Edward y su madre!

Pocas semanas después, comenzaron los dolores de Isabella. Sintió los primeros espasmos leves mientras daba su paseo matutino por los amplios jardines que se extendían detrás de la casa.

Emma acostó inmediatamente a Isabella, puso a calentar agua y llamó a Mavis, que tenía experiencia en partos. Mavis permaneció al lado de Isabella y le aseguró que todo estaba bien. Las horas pasaron lentamente, y Isabella tuvo que apelar a toda su voluntad para contener los gritos de dolor.

El parto duró catorce largas horas. Con un esfuerzo definitivo Isabella echó a su hijo al mundo y se vio recompensada por un llanto vigoroso.

Isabella estaba agotada, pero sonreía satisfecha.

-Quiero ver a mi hijo -murmuró con voz débil a Emma, que estaba junto a la cama y parecía tan fatigada como Isabella.

-Apenas Mavis termine de lavarlo, podrá verlo. Pero, ¿cómo sabía que era niño?

-¿Acaso el hijo de Edward Cullen podía ser otra cosa?



Era mediodía, a fines de setiembre, y las paletas de los ventiladores que se movían lentamente no aliviaban el calor y la humedad del pequeño comedor de hotel. Edward había llegado a El Cairo el día anterior. Aquella mañana había conseguido encontrar un traje más o menos decente y había ordenado todo lo que necesitaba para el viaje de regreso a Inglaterra. Ahora estaba paladeando una copa de coñac y esperaba la comida; su mente estaba totalmente vacía. No deseaba pensar en los últimos ocho meses, que habían sido para él un verdadero infierno.

-Edward Cullen, ¿verdad? Qué coincidencia verlo aquí. ¿Qué lo trae a El Cairo?

Edward alzó los ojos y vio a Emmet Swan de pie frente a la mesa.

-Tenía que atender algunos asuntos -replicó Edward.

Se preguntó si Emmet sabía que esos asuntos se relacionaban con Isabella-. Pero ahora he terminado, y a fines de mes regresaré a Inglaterra. ¿Quiere almorzar conmigo? -preguntó cortésmente Edward.

-En realidad, estoy esperando a una persona con quien me cité para almozar; pero beberé una copa con usted mientras ella llega.

-¿Se reunirá aquí con su hermana? -preguntó Edward, con la esperanza de que la respuesta fuese negativa.

No deseaba verla ahora... o nunca.

-Isabella regresó a Inglaterra hace unos cinco meses. No podía soportar Egipto. Tampoco a mí me agrada mucho este país. El único aspecto positivo de mi estada aquí fue conocer a mi esposa. Nos casamos el mes pasado y muy pronto volveremos a casa; probablemente en el mismo barco que usted.

-Imagino que corresponde felicitarlo. Por lo menos, su viaje a Egipto no fue una pura pérdida... a diferencia del mío -dijo amargamente Edward.

De buena gana se alejaba de Egipto y de los recuerdos recientes que el país evocaba en él.

Emmet Swan se levantó e hizo señas en dirección a la entrada y Edward vio a dos hermosas mujeres que se aproximaban a la mesa. Emmet besó en la mejilla a la mayor de las dos jóvenes y presentó a su esposa y su cuñada.

-El señor Cullen es un conocido de Londres. Parece que volveremos juntos a Inglaterra -dijo Emmet a las damas.

-Me alegra muchísimo conocerlo, señor Cullen -exclamó Tanya- Estoy segura de que el viaje será muchísimo más agradable con usted. Señor Cullen, no está casado, ¿verdad?

-¡Tanya! -exclamó Rosalie-. ¡Ese asunto no te concierne! -Después, se volvió hada Edward, una leve sonrisa en los labios sonrojados-. Señor Cullen, disculpe a mi hermana. Es una muchacha demasiado franca y siempre me trae dificultades.

La audacia de la joven divirtió a Edward.

-No se preocupe, sñora. Es reconfortante conocer a una persona que dice lo que piensa.

Aquella noche, Edward estaba acostado en la cama del hotel y maldecía su suerte, que lo había llevado a encontrarse con Emmet Swan. El encuentro había renovado vívidamente la imagen de Isabella. Había abrigado la esperanza de olvidarla, pero era imposible. Noche tras noche su imagen lo perseguía; el cuerpo bello y esbelto apretado contra el cuerpo del propio Edward; sus cabellos cuando la luz los rozaba; los ojos marrones y la sonrisa seductora.

Sólo con pensar en ella sentía que lo dominaba una profunda excitación. Aún la deseaba, pese a que había decidido no verla nunca más.

Al principio, Edward había pensado permanecer en Egipto. No podía regresar a Inglaterra y correr el riesgo de tropezar con Isabella.

Pero dondequiera que miraba, la veía. En la tienda, a orillas del estanque, en el desierto... por doquier. Mientras permaneciera en Egipto no podría apartarla de su mente.

Edward había pensado regresar a Inglaterra cuatro meses antes. Pero Jared, hermano de Angela, había llegado de visita al campamento y había revelado a Edward la verdad acerca del secuestro de Isabella. James había planeado el asunto. Había tratado de que mataran a Edward, porque deseaba ser jeque.

James no había regresado al campamento después de llevar a Isabella y devolverla a su hermano. Si hubiese regresado, Edward lo habría matado; durante cuatro meses Edward buscó a James, pero el árabe había desaparecido.

El día anterior a la partida de la nave, como no tenía nada mejor que hacer, Edward fue a la plaza del mercado y recorrió los puestos y las pequeñas tiendas. Las calles estaban atestadas de árabes que regateaban. Por doquier, Edward vio camellos cargados con fardos de mercancías.

El aroma fragante de los perfumes saturaba el aire y recordaba a Edward la primera vez que había recorrido esa plaza, unos catorce años atrás. Entonces tenía apenas veinte años, y Egipto le había parecido un país extraño y temible.

Había venido a buscar a su padre, pero no tenía idea del modo de hallarlo. Sabía únicamente el nombre de su padre, y que era el jeque de una tribu del desierto.

Edward había pasado semanas recorriendo las calles polvorientas y preguntando a la gente si sabían de Carlise. Finalmente comprendió que de ese modo no obtendría resultados.

Su padre era un hombre del desierto, de modo que Edward contrató a un guía para que lo llevase allí. Con dos camellos cargados de suministros, iniciaron el recorrido por las arenas candentes.

Durante los duros meses que siguieron, Edward se familiarizó con las privaciones de la vida en el desierto. El sol ardiente calcinaba la tierra durante el día; el frío intenso lo obligaba durante la noche a buscar el calor del camello.

Durante varios días habían avanzado sin ver a nadie. Cuando se cruzaban con beduinos, éstos no conocían a Carlise, o no tenían la menor idea del lugar en que podían hallarlo.

Y de pronto, cuando Edward se disponía a renunciar a la búsqueda, dio con el campamento de su padre. Jamás olvidaría ese día, ni la expresión del rostro de su padre cuando Edward se identificó.

Edward había sido feliz en Egipto, pero ya no podía soportar más la permanencia en ese país. Mientras estuviese allí, no podría olvidar a Isabella. Como aparentemente no tenía esperanza de hallar a James, decidió regresar a Inglaterra. Volvería a Inglaterra e informaría a Jasper de la muerte de su padre; y vendería su propiedad. Quizá fuera a Estados Unidos. Deseaba ir a un sitio muy alejado del lugar en que estuviera Isabella Swan.



Isabella permaneció en Victory un mes después del parto y llegó a conocer muy bien al pequeño Edward. El nombre le cuadraba, porque era la imagen misma de su padre, los mismos ojos verdes, los mismos cabellos negros, los mismos rasgos bien definidos. Era un niño hermoso, sano... y con apetito insaciable. Era la alegría y la vida de Isabella.

Pero ella ya había permanecido demasiado tiempo en esa casa y era hora de regresar a su hogar. y Isabella confiaba en que ahora podría enfrentarse con Jacob.

Se volvió para mirar a su hijo, que estaba acostado en el centro de la gran cama de Edward, y que la contemplaba serenamente. Isabella le dirigió una sonrisa, guardó las últimas prendas en el baúl y aseguró bien los cierres. Había oído llegar el carruaje pocos minutos antes, de modo que se acercó a la puerta y pidió a una de las criadas que ordenase al cochero que subiera a buscar el equipaje.

Cuando la criada se retiró, Isabella se puso el sombrero y la capa, y dirigió una última mirada a la habitación. Era la última vez que veía algo que pertenecía a Edward. De pronto se sintió entristecida ante la idea de abandonar el hogar del hombre a quien amaba. Se paseó por la habitación y con la mano acarició los muebles, consciente de que era la misma madera que otrora él había tocado.

-¿Y quién es usted, señora?

Isabella se volvió bruscamente ante el sonido de la voz desconocida y contuvo una exclamación cuando vio a Jasper Cullen en el umbral.

-¿Qué demonios hace aquí? -preguntó él. Pero de pronto vio el niño de ojos verdes en el centro de la cama-. ¡Qué me cuelguen! Dijo que lo conseguiría. Dijo que la conquistaría, ¡pero yo creí que usted jamás aceptaría casarse con él! -Jasper rió en voz alta, y se volvió para mirar de nuevo a Isabella, que aún estaba tan sorprendida que no sabía qué decir-. ¿Dónde está mi hermano? Supongo que corresponde ofrecer más felicitaciones.

-Señor Cullen, su hermano no está aquí, y yo no me casé con él. Ahora, si me disculpa, quiero salir -replicó fríamente Isabella, y se acercó a la cama para recoger al niño.

-Pero usted tiene a su hijo. ¿Quiere decir que ese canalla no se casó con usted?

-Su hermano me secuestró y me tuvo cautiva cuatro meses. No quiso casarse conmigo. Di a luz al hijo que Edward no desea; pero yo sí lo deseo, y lo criaré sola. Ahora, si usted me disculpa, me marcho.

Pasó frente a Jasper Cullen y descendió la escalera.

Jasper permaneció inmóvil; mirándola y preguntándose qué demonios ocurría. No podía creer que Edward no deseara a su propio hijo. ¿Y por qué no se había casado con Isabella Swan? ¿Habría enloquecido su hermano?

Era evidente que no obtendría respuesta de Isabella. Tendría que escribir a Edward.

Isabella llevaba una semana en la Residencia Swan cuando recibió una carta de Emmet. Le decía que Rosalie había aceptado su propuesta de matrimonio y que pronto volvería a casa con su esposa.

Isabella sintió profunda alegría. Había cobrado afecto a Rosalie, y se sentía realmente feliz de ser su cuñada. Supuso que regresaría a tiempo para Navidad, ¡qué fiestas tan felices celebrarían!

El ama de llaves y Isabella se ocuparon de decorar el antiguo dormitorio que habían ocupado los padres de ambos jóvenes; ahora sería la habitación de Emmet y su esposa. Isabella consagró todas sus fuerzas al trabajo, pues necesitaba el ejercicio para recuperar la firmeza de los músculos. Se había sentido decepcionada cuando no recuperó inmediatamente su figura y tuvo que apelar al corsé. Pero se ejercitaba sin descanso y abrigaba la esperanza de que para la época del regreso de Emmet habría logrado recobrar su silueta.

El tiempo pasaba rápidamente. Isabella reanudó sus salidas diarias a caballo, una costumbre que la beneficiaba y agradaba al ama de llaves

De ese modo, la anciana tenía oportunidad de jugar con el pequeño Edward y Isabella conseguía evitar las atenciones de Jacob.

Él no había cambiado de actitud después del viaje de Isabella a Victory. Ella le trataba fríamente, pero Jacob insistía.

Isabella intuía que Jacob odiaba al niño, aunque procuraba ocultarlo.

Cuando pedía a Jacob que cuidara del pequeño Edward, se mostraba irritado. Insistía en que la anciana se ocupase del niño. Además, Jacob se enfurecía porque el pequeño Edward se echaba a llorar siempre que el hombre se le acercaba. Isabella trataba de mantenerlos separados todo lo posible.

Y así, dos días después de Navidad, Emmet llegó a la casa en compañía de Rosalie. Llegaron temprano por la mañana, y Isabella aún dormía cuando la anciana entró de prisa en la habitación. Apenas tuvo tiempo de ponerse una bata antes de que Emmet y Rosalie entrasen. Isabella corrió hacia ellos y los abrazó y besó.

-Me alegro mucho por vosotros, y soy feliz porque al fin habéis regresado -exclamó Isabella, con los ojos llenos de lágrimas.

-Jamás volveré a salir de aquí -dijo Emmet riendo, mientras abrazaba fuertemente a Isabella-. Te lo aseguro. Pero, ¿dónde está mi sobrino?

-Aquí mismo, amo Emmet -contestó orgullosamente el ama de llaves mientras habría la puerta de comunicación entre las dos habitaciones.

El pequeño Edward estaba completamente despierto, y tenía un pie en cada mano; y todos se reunieron alrededor de la cuna.

- ¡Oh, Isabella, es realmente hermoso, realmente adorable! -exclamó Rosalie-. ¿Puedo alzarlo... no te importa?

-Claro que sí... al pequeño Edward le encanta que lo levanten -contestó Isabella.

-¿Edward? -Emmet enarcó el ceño-. Creí que le pondrías el nombre de nuestro padre, o el de su propio padre.

-El nombre me agradó. No me pareció bien llamar Abu a un inglés.

-Lo mismo digo –dijo Emmet. Aferró la manita del pequeño Edward que estaba en brazos de Rosalie-. Es fuerte como un buey. Pero, Bella, ¿de dónde vienen esos ojos tan extraños? No tenemos ojos verdes en la familia y jamás los he visto así en un árabe.

-Emmet, haces preguntas tan absurdas. ¿Cómo puedo saberlo? Emmet pensó replicar, pero se interrumpió cuando vio la mirada de desaprobación de Rosalie.

-Es hora de alimentar al pequeño. Amo Emmet, salga de aquí -sonrió la anciana

A decir verdad, Emmet se sonrojó ante la idea de que su hermana amamantaba al niño.

-Bella, baja al salón cuando hayas terminado: Tanya nos ha acompañado, de modo que podemos desayunar juntos.

Isabella se alegró de saber que Tanya venía con ellos. Era una hermosa joven y quizá Jacob se sintiese atraído por ella.

Un rato después, Isabella acostó al pequeño Edward, y se reunió con sus visitantes en el comedor.

-Me alegro de volver a verte, Tanya -dijo Isabella, abrazando a la joven-. Supongo que te quedarás con nosotros. En esta casa disponemos de mucho espacio.

-Unos días; después, tengo que visitar a mis padres.

-¿Te gustó el viaje? -preguntó Isabella.

-Oh... ¡fue realmente maravilloso! -dijo exuberante Tanya. -Me temo que Tanya se ha enamorado sin remedio de uno de los pasajeros de nuestro barco... un amigo de Emmet -dijo Rosalie.

-Es el hombre más apuesto que he visto jamás, y estoy segura de que corresponde a mis sentimientos -replicó Tanya con una expresión de felicidad en el rostro.

-Tanya, te ilusiones demasiado -dijo Rosalie-. Que te haya prestado cierta atención no significa que te ame.

-¡Sí, me ama! -exclamó Tanya-. Y volveremos a vernos, aunque para lograrlo tenga que ir a Londres. ¡Pienso casarme con Edward Cullen!

Todos se sobresaltaron ante el ruido de platos rotos en la cocina y Isabella comprendió que la anciana había estado escuchando la conversación. Edward había regresado y estaba en Londres. Una oleada de celos dominó a Isabella cuando pensó en que Tanya había viajado en el mismo barco con el hombre que ella amaba.

¿Por qué había regresado? ¿Y por qué había abandonado a Jessica? ¿Se habría cansado también de ella y ahora Tanya era su nuevo juguete? ¿Ese hombre no se cansaba de torturar a las mujeres?

-Bella, recuerdas a Edward Cullen, ¿verdad? -preguntó Emmet, que no había advertido los sentimientos que ella trataba de controlar.

-¿Lo conoces, Isabella? -preguntó Tanya-. Entonces sabrás por qué yo...

Pálida como un fantasma, la anciana entró en la habitación y dijo: -Señorita Bella, lamento que se me cayeran los platos... se me deslizaron de las manos. ¿Puede ayudarme a llegar a mi cuarto? No me siento muy bien.

-Por supuesto, -contestó agradecida Isabella, que se acercó a la anciana y fingió que la ayudaba a salir del comedor.

Cuando estuvieron a cierta distancia

-Oh, niña, lo siento. Debes de estar muy mal. Ese bandido regresó a Inglaterra, ¿y qué puedes hacer ahora?

-no haré nada. No vendrá aquí, y yo no iré a ningún lugar donde pueda encontrarlo. Y no me siento mal... ¡sólo enojada! Ese hombre es despreciable. ¡Le agrada destrozar a todas las mujeres bonitas que conoce!

-Querida, me parece que estás celosa -observó

-No estoy celosa -replicó Isabella-. Estoy enfurecida. No lo culpo por lo que me hizo a pesar de que debería acusarlo. Probablemente destrozó el corazón de Nura, ¡y ahora hace lo mismo con Tanya! ¡Tanya ni siquiera sabe que está casado!

-Tampoco tú, Bella. No estás segura de que se haya casado con la otra joven. Quizá fue su amante, como tú.

-¡No se habrá atrevido a hacer eso! Su familia no lo habría permitido.-Bien, de todos modos no puedes estar segura.

Aquella noche Jacob fue a cenar pero no prestó atención a Tanya ni ella se interesó en el joven. Después de la cena, Isabella conversó un momento a solas con Emmet y le pidió que la ayudase a afrontar. el problema de Jacob. Le explicó que Jacob la había molestado desde el día que ella había regresado y que no sabía qué hacer.

-¿No puedes hablar con él, Emmet? ¿No puedes pedirle que deje de importunarme?

-Pero no veo por qué no te casas con él, Bella. Te ama. Sería muy buen marido. Y también sería el padre de tu hijo. No puedes vivir alimentándote con recuerdos y estoy seguro de que con el tiempo amarías a Jacob.

Isabella se sorprendió un instante. Pero después comprendió que quizá su hermano estaba en lo cierto. Ya no había motivos que le impidieran casarse con Jacob.



Edward descargó fuertes golpes sobre la puerta. Lo atendió un criado de expresión agria.

-Señor Cullen... me alegro de verlo. El señor Jasper se sentirá muy complacido.

-¿Dónde está mi hermano? -preguntó Edward mientras entregaba su abrigo.

-En su estudio, señor Cullen. ¿Debo anunciar su llegada?

-No será necesario -replicó Edward, y avanzó por el corto corredor hasta que llegó a la puerta abierta del estudio de Jasper

-Hermanito, puedo volver después si estás muy atareado -dijo burlonamente Edward.

Jasper apartó los ojos del papel que estaba leyendo y se puso de pie rápidamente mostrando una sonrisa luminosa en su rostro armonioso.

-Caramba, ¡qué alegría verte, Edward! ¿Cuándo regresaste?

Jasper se acercó a Edward y lo abrazó afectuosamente.

-Acabo de llegar -contestó Edward. Ocupó un gran sillón de cuero junto a la ventana.

-Te escribí una carta hace poco, pero parece que iniciaste tu viaje antes de que te llegase mi mensaje. Bien, no importa... ahora que estás aquí. Bebamos una copa -dijo Jasper, y se acercó a un pequeño gabinete donde tenía un botellón de brandy y un juego de vasos-. Creo que debo felicitarte.

-No veo por que mi regreso a casa merece una felicitación -observó secamente Edward.

-De acuerdo. Tu regreso sugiere sencillamente una copa, pero mereces felicitaciones porque he visto a tu hijo, y es un niño sano y bien formado. Se parece a ti -dijo alegremente Jasper, mientras entregaba una copa a Edward.

-Jasper, ¿de qué demonios estás hablando? ¡Yo no tengo hijos!

-Pero yo... ¡pensé que lo sabías! ¿No fue ésa la razón por la cual regresaste a Inglaterra... para encontrar a tu hijo? -preguntó Jasper.

-No te entiendo, Jasper. Ya te dije que no tengo ningún hijo -contestó Edward.

Comenzaba a irritarse.

-Entonces, ¿no piensas reconocerlo? ¿Negarás que existe... fingirás que no tienes nada que ver en eso?

-No tengo ningún hijo al que reconocer.. ¿Cuántas veces tendré que decírtelo? Ahora, será mejor que me ofrezcas una buena explicación, hermanito. ¡Estás poniendo a prueba mi paciencia! -explotó Edward.

Jasper se echó a reír y ocupó una silla frente a Edward.

-Que me ahorquen. De modo que no te dijo nada, ¿eh? ¿De veras no sabes una palabra?

-No, ella nada me dijo, ¿y quién demonios es ella?

-¡Isabella Swan! ¿Acaso no viviste con ella este último año?

Impresionado, Edward se recostó en una silla.

-Hace tres meses tuvo un hijo en Victory. Por supuesto, supuse que tú estabas al tanto puesto que ella fue a tu casa a tener el niño. Pasaba por allí, y me crucé con Isabella precisamente cuando ella salía para regresar a su casa. Pareció irritarse porque yo me había enterado de la existencia del niño. Y me dijo que lo que tú habías hecho... que la habías secuestrado y tenido cautiva cuatro meses. Edward, ¿cómo demonios pudiste hacer una cosa así?

-Era el único modo de conseguirla. Pero, ¿por qué no me dijo una palabra? -preguntó Edward, más para sí mismo que para Jasper.

-Dijo que tú no querías al niño... y que no pensabas casarte con ella. -Pero jamás le dije... -Se interrumpió al recordar que le había dicho precisamente eso-. Le había dicho que no la había traído al campamento para tener hijos, y al comienzo había afirmado que no me proponía desposaría.

- Sólo que el niño se me parezca no demuestra que es mío. Isabella pudo haberío concebido después de volver con su hermano.

-Usa la cabeza, Edward, y calcula el tiempo. Te apoderaste de Isabella apenas llegó a El Cairo, en septiembre, ¿no es así?

-Sí.

-Bien, la retuviste cuatro meses te abandonó a fines de enero y dio a luz ocho meses después, a fines de septiembre. De modo que fuiste tú. Y además, Isabella prácticamente me dijo que el niño era tuyo.

Sus palabras exactas fueron: «Di a luz al hijo que Edward no quiere», y puedo agregar que su intención es retenerlo y criarlo ella misma. -¡Tengo un hijo! -exclamó Edward y descargó un puñetazo sobre el brazo del sillón y su risa resonó en la habitación-.

- Tengo un hijo, Jasper... ¡un hijo! ¿Dices que se me parece?

-Tiene los mismos ojos que tú, y también los cabellos... es un hermoso niño. Puedes estar muy contento.

-Un hijo. Y ella ni siquiera me lo dijo. Jasper, necesitaré uno de tus caballos. Saldré a primera hora de la mañana.

-¿Vas a la casa de los Swan?

-¡Por supuesto! Quiero a mi hijo. Ahora, Isabella tendrá que casarse conmigo.

-Si nada sabías del niño, ¿por qué has regresado a Inglaterra? -preguntó Jasper mientras volvía a llenar las copas-. ¿Has vuelto a buscar a Isabella?

-Todavía la deseo, pero no volví para encontrarla. Regresé porque nada tenía que hacer en Egipto. Carlise ha muerto.

-Lo siento, Edward. En realidad, nunca conocí a Carlise ni lo consideré mi padre. Pero sé que tú lo querías. Sin duda, has sufrido mucho.

-Así fue, pero Isabella me ayudó a pasar ese momento. -Ojalá supiera qué ocurrió entre Isabella y tú -dijo Jasper.

-Quizás un día te lo explique, hermanito; pero no será ahora. Además, a decir verdad todavía no sé muy bien qué ocurrió.

Edward salió a primera hora de la mañana siguiente y pudo meditar un poco mientras cabalgaba a través del campo.

¿Por qué Isabella no le había informado apenas supo que estaba embarazada? ¿Exceso de orgullo? ¿Y qué decir Emmet?

Seguramente no había revelado a Emmet la identidad de Edward, porque si lo hubiese hecho Emmet le habría exigido explicaciones cuando se encontraron en El Cairo.

Bien, Emmet pronto sabría la verdad. Edward se preguntó cómo tomaría el asunto, pues habían llegado a ser buenos amigos durante el viaje de regreso a Inglaterra. También se preguntó cómo reaccionaría Isabella cuando él apareciese inesperadamente. Era obvio que no deseaba que él se enterase de la existencia del niño. ¿O sí? ¿Había ido a Victory con el fin de que él se enterase?

Quería retener y criar al niño. Si lo odiaba, ¿por qué retener a un hijo que le recordaba constantemente al padre? ¡Quizás en realidad aún sentía afecto por Edward!

Si por lo menos él le hubiese dicho que la amaba. Si él no hubiese pretendido que ella lo dijese primero. Bien, esta vez se lo diría apenas la viese.

Capítulo 13: Capitulo 13 Capítulo 15: Capitulo 15

 
14445743 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios