La Novia Cautiva (+18)

Autor: Mimabells
Género: + 18
Fecha Creación: 24/03/2010
Fecha Actualización: 17/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 16
Comentarios: 29
Visitas: 66248
Capítulos: 18

Chicas es Fic es de NessiBella y me gusto su historia asi que la voy a publicar con permiso de la autora

TERMINADA


----------------PROLOGO---------------

Ella odiaba a su secuestrador , pero era muy atractivo , y muy convincente y tená vez por eso apareció en Isabella Swan un gran remolino de emociones y sentimientos de deseo , pero ella no podía parar de preguntarse como podía sentir tales sentimientos ardientes por un hombre al que odiaba.

Ella se había prometido no ser nunca posesión ni esclava de un hombre y menos de aquel que se lo exigía por la entre las arenas del desierto su resistencia fue cayendo ante el amor de él.

Poco a poco la insistencia del joven fue destruyendo la muralla que Bella tenía a su alrededor , hasta que esta por fin se entregó a él , pero al sucumbir a los encantos de Edward la vida se le hizo mas complicada , porque hay envidias y celos , los cuales son causas de luchas.

Entregándose por fin a ese hombre experimentó miles de sensaciones que jamás había sentido, pero a la vez se adentraba en un mundo donde cada paso que daba estaba vigila

Esta historia es una adaptación del libro "LA NOVIA CAUTIVA" pero protagonizado por Edward en el papel de un jeque y Bella , la cual es una chica occidental de buena familia .

Espero que os guste de corazón , pero quiero aclarar que no escribiré la historia tal y como en el libro , ya que introduciré cosas de mi propia cosecha .


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Capítulo 15: Capitulo 15

Chicas tres cap y se acabo la historia recueden que la autora y la imaginacion de esta es de nessibella una chica que escribe super mega bien un gran besos y abrazos a nesibella tkm nena linda.

Isabella había pasado la mañana entera tratando de evitar a Tanya. No podía ver tanta felicidad en los ojos de la joven, pues sabía que ella amaba a Edward. Ahora corrían las últimas horas de la tarde y Rosalie y Tanya habían ido a Halstead a hacer algunas compras, mientras Emmet revisaba las cuentas de su propiedad en su estudio.

La casa estaba en silencio. Isabella estaba sentada en el salón, y trataba de leer un libro para apartar su pensamiento de Tanya y Edward. Pero continuaba imaginándolos, y los veía reunidos, besándose y abrasándose. ¡Maldito sea!

-Isabella, necesito conversar contigo.

Era Jacob Black.

Ella se levantó y se acercó al hogar, y su falda de terciopelo rojo se balanceó suavemente.

-Jacob, creí que no te vería antes de la noche. ¿Qué asunto tan importante te trae a esta hora temprana? -preguntó Isabella.

Le volvió la espalda y se atareó ordenando las figuritas sobre la repisa de la chimenea.

-Conversé esta mañana con Emmet. Coincide conmigo en que debemos casarnos. Isabella no puedes continuar rechazándome. Te amo. Por favor, ¿te casarás conmigo?

Bella suspiró hondo. Su respuesta haría feliz a todos... es decir, a todos excepto a ella misma. Incluso el ama de llaves le había explicado que los matrimonios se concertaban por conveniencia no por amor, y que era suficiente que el señor Jacob la amase.

-Está bien, Jacob, me casaré contigo. Pero no te aseguro que... -Pensaba decir «te amé», pero el sonido de una voz profunda la interrumpió. Se volvió, mortalmente pálida.

-Señora, se me ha informado que tengo un hijo. ¿Es cierto?

Jacob asió bruscamente los brazos de Isabella, pero ella estaba demasiado conmovida para sentir nada. Jacob la soltó volviéndose para enfrentarse al intruso, y Isabella se apoyó en la repisa de la chimenea. Sentía que se le doblaban las rodillas.

-¿Quién es usted, señor? -preguntó Jacob, ¿y qué significa preguntarle a mi prometida si usted tiene un hijo?

-Soy Edward Cullen. La señorita Swan puede ser su futura esposa, pero este asunto no le concierne. Me dirijo a Isabella, y estoy esperando una respuesta.

-¡Cómo se atreve! -exclamó Jacob-. Isabella, ¿conoces a este hombre?

Isabella estaba horriblemente confundida. Se volvió lentamente para enfrentarse a Edward y sintió que al verlo su voluntad se debilitaba. No había cambiado... aún era el hombre a quien ella amaba. Anhelaba correr hacia él. Deseaba abrazarlo y no separarse jamás de él. Pero el horrible odio que veía en sus ojos y la dura frialdad de su voz la detuvieron.

-¿Tengo un hijo, señora?

Ante la amenaza de la voz de él, el miedo se apoderó de Isabella. Pero entonces también comenzó a avivarse su cólera. ¿Cómo era posible que preguntase tan fríamente acerca de su hijo?

-No, señor Cullen -dijo-. Yo tengo un hijo... ¡usted no!

-Entonces, señorita Swan, formularé de otro modo mi pregunta. ¿Soy el padre de su hijo?

Isabella comprendió que no tenía salida. Jasper seguramente le había informado de la fecha de nacimiento. Edward había realizado los correspondientes cálculos y sabía que ella había concebido con él. Además, era suficiente mirar al pequeño Edward para saber que era el hijo de Edward Cullen.

Isabella se desplomó en la silla más cercana, tratando de evitar la mirada de los hombres que esperaban su respuesta.

-Isabella, ¿es cierto? ¿Este hombre es el padre de tu hijo? -preguntó Jacob.

-Es cierto, Jacob -murmuró Isabella. -Señor Cullen, ¿cómo se atreve a venir aquí? -preguntó Jacob

-¡Estoy aquí porque vine a buscar a mi hijo y sugiero que usted no se meta!

-¡A su hijo! -gritó Isabella, incorporándose bruscamente. Pero usted nunca lo quiso. ¿Por qué lo desea ahora?

-Temo que interpretaste mal lo que te dije hace mucho tiempo, Isabella. Te dije que no te había llevado a mi campamento para engendrar hijos. Nunca dije que no aceptaría al niño que pudiera nacer -replicó serenamente Edward.

-Pero yo...

La aparición de Emmet interrumpió la frase de Isabella.

-¿Qué son estos gritos? -preguntó con voz severa. Entonces vio a Edward que estaba junto a la puerta, y sonrió con simpatía.

-Edward... no esperaba verlo tan pronto. Me alegro que decidiera aceptar mi invitación para visitarnos. Tanya se sentirá complacida de verlo.

-¡Santo Dios! ¿Todos están locos? -explotó Jacob. Emmet, ¿sabes quién es este hombre? ¡Es el padre del hijo de Isabella!

La sonrisa de Emmet se esfumó.

-Isabella, ¿es eso cierto? -preguntó.

-Sí -murmuró ella con voz tensa.

Emmet descargó un puñetazo sobre la pared.

-¡Maldita sea, Isabella! ¡He llegado a ser amigo de este hombre! ¡Me dijiste que el padre de tu hijo era un árabe!

-¡Pero Edward es medio árabe y te dije que tenía otro nombre! -replicó a gritos Isabella.

-Y usted -explicó Emmet, volviéndose de nuevo hacia Edward-. Venga conmigo.

-¡Emmet! -gritó Isabella--. ¡Me diste tu palabra!

-Recuerdo bien la promesa que me arrancaste, Bella. Me limitaré a hablar a solas con Edward en mi estudio -dijo Emmet, más sereno, y los dos hombres salieron de la habitación.

Emmet sirvió dos brandies y entregó uno a Edward. Después, se acomodó en un sillón de cuero negro.

-¿Por qué vino aquí? ¡Santo Dios, Edward! ¡Tengo todo el derecho del mundo a retarlo a duelo por arruinar la vida de mi hermana!

-Espero que la cosa no llegará a eso -replicó Edward-. Supe de la existencia del niño por mi hermano y vine aquí para casarme con Isabella y llevarme a los dos a mi casa de Benfleet. Pero llegué en el momento en que ella aceptaba la propuesta de ese mocoso peleador, de modo que ahora es imposible hablar de matrimonio. De todos modos, quiero a mi hijo.

-¡Isabella jamás renunciará al niño!

-En ese caso, debo pedirle que me permita permanecer aquí, para persuadirla de que acceda.

Puede comprender cuáles son mis sentimientos. El niño es mi heredero, y soy rico. Para él sería beneficioso que yo lo educase.

-No entiendo. Usted es un caballero, y sin embargo secuestra a una dama y la retiene como amante. ¿Cómo pudo hacer tal cosa? -preguntó Emmet.

Edward se sintió divertido porque Emmet había formulado la misma pregunta que él había oído de labios de su propio hermano.

-Deseaba a su hermana más de lo que jamás deseé a ninguna mujer. Es tan bella que usted mal puede criticarme. Estoy acostumbrado a tomar lo que deseo y le pedí que se casara conmigo, cuando nos conocimos en Londres. Como ella me rechazó, conseguí que usted fuera enviado a Egipto, la patria de mi padre.

-¡De modo que usted fue responsable de la maniobra!

-Sí, y probablemente usted conoce el resto.

Emmet asintió. Estaba asombrado ante los extremos a los que había llegado ese hombre para conseguir a Isabella. Probablemente haría otro tanto para conseguir a su hijo. De modo que Bella se equivocaba... Edward quería tanto a la madre como al hijo y había venido para desposaría. Emmet se sintió culpable porque la había persuadido de que contrajese matrimonio con Jacob. Quizá había echado a perder la única posibilidad que se ofrecía a Bella de ser feliz. Pero si permitía que Edward permaneciese en la casa, él y Bella quizá resolviesen sus diferencias. Emmet decidió que no volvería a interferirse en el asunto.

-Edward, usted puede permanecer aquí tanto tiempo como lo desee, aunque probablemente provocará un buen escándalo. Como sabe, Tanya también está aquí y cree estar enamorada de usted. No sé cuáles son sus sentimientos hacia esa joven, pero le ruego que maneje con cuidado la situación... por el bien de Isabella. -Emmet se puso de pie y se acercó a la puerta- Sin duda, ahora desea ver a su hijo. Trataré de explicar el problema a Jacob Black mientras Isabella lo lleva a sus habitaciones.

-Le agradezco su comprensión -dijo Edward.

Frente a la puerta del estudio, acompañado por Edward, Emmet llamó a Isabella, y la joven apareció en el vestíbulo; su rostro era la imagen misma de la vacilación.

-He decidido que Edward continúe aquí un tiempo -dijo Emmet.

-Pero Emmet...

-Eso está arreglado, Bella. Ahora lleva a Edward a la habitación del niño. Es hora de que conozca a su hijo.

-¡Oh!

Isabella se volvió y comenzó a subir la escalera sin esperar a Edward.

-Usted no suponía que la cosa sería fácil, ¿verdad? –preguntó Emmet.

-Nada es fácil cuando se trata de Isabella -replicó Edward y la siguió por la escalera.

Isabella lo esperó a la puerta de la habitación. Se sentía tensa e irritada, y cuando Edward llegó a ella ya no pudo controlar su incomodidad.

-¿Qué esperas ganar quedándote aquí? -dijo con dureza-. ¿No has provocado ya bastante sufrimiento?

-Ya te lo dije, Isabella. Vine a buscar a mi hijo.

-¡No hablas en serio! Después de lo que me hiciste, ¿pretendes que te entregue a mi hijo? Bien, ¡no lo tendrás!

-¿Está en este cuarto?

-Sí, pero...

Edward abrió la puerta, pasó junto a Isabella y entró en la habitación de su hijo. Se acercó directamente a la cuna y se detuvo para contemplar al niño.

Isabella se acercó, pero no dijo palabra cuando vio la sonrisa de orgullo de Edward, que miraba al niño.

-Un hermoso niño, Bella... gracias -dijo Edward con expresión cálida y Isabella se suavizó de nuevo cuando percibió la dulzura de la voz de él. Edward alzó suavemente al niño. Cosa extraña, el pequeño no lloró y miró con curiosidad a los ojos verdes de su padre-. ¿Qué nombre le has puesto?

Isabella vaciló y desvió los ojos. ¿Qué podía decirle?

-Junior -murmuró.

-¡Junior! ¿Qué clase de nombre es ése para mi hijo? -explotó Edward y el pequeño Edward se echó a llorar.

Isabella se apresuró a retirar al niño de los brazos de Edward, que lo entregó sin oponer resistencia.

-Vamos, querido, está bien... ven con mamá -dijo ella, tratando de calmar al niño. El pequeño dejó de llorar inmediatamente y Isabella miró irritada a que no estabas conmigo, tuve que elegir el nombre que me pareció mejor. Oh, ¿por qué has tenido que venir?

-Vine aquí con buenas intenciones, pero al llegar le oí aceptar la propuesta de matrimonio de tu amante -replicó Edward, los ojos sombríos y amenazadores.

-¡Mi amante!

-Oh, vamos, Isabella... no lo niegues. Sé bien lo apasionada que eres. Después de todos estos meses, supuse que te encontraría en los brazos de otro hombre.

-¡Te odio! -exclamó Isabella, y sus ojos cobraron un matiz azul oscuro.

-Señora, sé muy bien lo que usted siente por mí. Si me odias tanto, ¿por qué desea retener a mi hijo? Cada vez que lo mire, verá mi propia figura.

-¡También es mi hijo! Lo llevé en mi vientre nueve meses. Sufrí el dolor de traerlo al mundo. ¡No lo entregaré! ¡Es parte de mi ser y lo amo!

-Otro asunto que me desconcierta. Si me odias tanto, ¿por qué fuiste a Victory para dar a luz al niño?

-No sabía que era tu casa... lo supe después de llegar. No quería permanecer aquí, y el ama de llaves que ha sido siempre mi anciana niñera, propuso que fuese con su hermana, que casualmente es tu cocinera. Por eso fui a Victory. ¿Cómo podía saber que la propiedad era tuya?

-Seguramente fue una sorpresa -se burló Edward-. ¿Por qué no te marchaste cuando descubriste la verdad?

-Emmala hermana de mi ama de llaves insistió en que me quedara. Pero ahora no deseo continuar discutiendo el asunto -replicó Isabella-. Edward, tendrás que marcharte. Es hora de alimentar al niño.

-Pues aliméntalo. Isabella, es un poco tarde para que me vengas con tu falsa modestia. Conozco bien el cuerpo que tu vestido oculta.

-¡Eres insoportable! No has cambiado en lo más mínimo.

-No... pero tú has cambiado. Antes eras más sincera.

-No sé de qué hablas. -Bella se acercó a la puerta del dormitorio- Sugiero que alguien te lleve a tu cuarto. Después si lo deseas, podrás ver a tu hijo.

Isabella ocupó una silla en el rincón más alejado de la habitación y depositó al pequeño Edward en su regazo, mientras se desabrochaba el corpiño. Pero aún sentía la presencia de Edward y cuando alzó los ojos lo vio apoyado contra el marco de la puerta, mirándola atentamente.

-¡Por favor, Edward! Puedes entrar en la habitación del niño, pero ésta es la mía. Deseo un poco de intimidad... si no te importa.

-¿Te molesto, Isabella? ¿Jamás desnudaste tus pechos frente a un hombre? -preguntó Edward-. Propongo que dejes de representar el papel de la mujer indignada y que alimentes a mi hijo. ¿Tiene apetito, no es así?

-¡Oh! -Isabella decidió ignorarlo, y formuló mentalmente el deseo de que se marchase.

Abrió un lado del vestido y amamantó al pequeño Edward. El niño chupó codiciosamente, apoyando un minúsculo puño sobre el seno materno. Isabella sabía muy bien que Edward continuaba mirándola.

-Isabella, ¿qué estás haciendo? -gritó la anciana, que entró en la habitación por otra puerta y vio a Edward.

-Está bien, , serénate -dijo irritada Isabella. Éste es Edward Cullen.

-De modo que es el padre del pequeño Edward -observó acremente , volviéndose para enfrentarse a Edward-. Bien, vaya descaro venir aquí, después de lo que hizo a mi niña.

-Oh, basta, . Ya has hablado bastante -la interrumpió Isabella. Edward se echó a reír y Isabella agachó la cabeza, porque sabía muy bien qué le parecía tan divertido. ¡Es un nombre común, maldita sea! ¡No necesito explicar nada!

El pequeño Edward comenzó a llorar otra vez.

-Señor Cullen, salga de aquí. Está molestando a Bella y a su hijo -observó el ama de llaves

Cerró la puerta detrás de Edward, pero Isabella aún oía la risa del hombre. La anciana se apresuró a cerrar la otra puerta y después miró a Isabella y movió la cabeza.

-De modo que vino... sabía que vendría. ¿El señor Emmet lo sabe?

-Sí. Emmet decidió permitir que Edward permanezca aquí. Y también Jacob lo sabe. Edward entró precisamente cuando yo aceptaba la propuesta matrimonial de Jacob. Oh, ¿qué puedo hacer? -Isabella se echó a llorar-. Vino a buscar a su hijo... ¡no a mí! Edward se muestra muy frío conmigo, ¿y cómo soportaré verlo unido a Tanya?

-Todo se arreglará, señorita Bella... ya lo verá. Ahora, basta de llorar, porque de lo contrario el pequeño no se calmará.

Isabella cerró discretamente la puerta del cuarto y al volverse vio a Edward que salía de la habitación contigua. Tenía que acercarse a él para llegar a la escalera, pero Edward le cerró el paso.

-¿Duerme el pequeño Edward? -preguntó burlonamente.

-Sí -replicó Isabella, que evitó la mirada de su interlocutor-. ¿Tu habitación es satisfactoria?

-Me arreglaré -replicó él, y la obligó a mirarlo a los ojos-. Pero prefería compartir la tuya.

Edward la apretó contra su cuerpo y sus labios cubrieron los de Isabella, exigiendo una respuesta. Ella la ofreció de buena gana. Todos esos meses tan prolongados y solitarios parecían esfumarse.

-Ah, Bella... ¿por qué no me dijiste que tendríamos un hijo? -murmuró él con voz ronca.

-Lo supe cuando llevaba tres meses de embarazo. Y entonces era demasiado tarde... te habías casado con Jessica.

-¡Jessica! -rió Edward, los ojos fijos en el rostro de Isabella. -Yo...

Pero entonces él se puso rígido, De modo que... ella había regresado con su hermano porque así lo deseaba. Edward pensé que quizás ella ya conocía su embarazo, y temía que él se enojara. ¿Cuándo aprendería de una vez que esa mujer lo odiaba?

-Edward, ¿qué te pasa? -preguntó Isabella, que vio la frialdad en los ojos de Edward.

-Señora, será mejor que vaya donde está su amante. ¡Estoy seguro de que prefiere sus besos a los míos! -dijo Edward con dureza y la apartó de un empujón.

Bella lo vio alejarse y sintió que se le doblaban las rodillas. ¿Qué había dicho que lo había inducido a ofenderla tan cruelmente? Ella se había sentido maravillosamente feliz apenas un momento antes, y ahora creía estar al borde del desastre.

-¡Edward! ¡Oh, sabía que vendrías!

Isabella oyó la voz complacida de Tanya que provenía del vestíbulo de la planta baja.

-Querida, abrigaba la esperanza de que aún estuvieras aquí. Lograrás que mi estancia en esta casa sea mucho más grata -respondió alegremente la voz profunda de Edward.

Las lágrimas brotaban de los ojos de Isabella mientras ella caminaba de regreso a su cuarto y después de entrar cerraba la puerta. Se desplomó en la cama y hundió el rostro en la almohada.

No podía soportar la imagen de Edward galanteando con Tanya. ¿Por qué la odiaba así? ¿Por qué no la deseaba ya? ¿Cómo podía soportar verlos juntos, cuando se le partía el corazón?


Edward se detuvo en la entrada de la habitación, contemplando cómo dormía Isabella. Muchas veces había hecho lo mismo, pero antaño si lo deseaba podía hacerle el amor; y ahora lo deseaba. Era tan bella, con los cabellos dorados extendidos sobre la almohada, en el rostro una expresión dulce e inocente. Hubiera bastado que ella correspondiera a sus sentimientos para que él se sintiera el hombre más feliz de la tierra.

Se preguntó por qué no había bajado a cenar la noche anterior. Él estaba dispuesto a demostrarle que podía adoptar una actitud tan indiferente como la de la propia Isabella; y se había propuesto consagrar su atención entera a Tanya. La ausencia de Isabella lo había decepcionado. Tanya era una hermosa joven, pero no podía compararse con Isabella... nadie podía compararse con ella. ¿Por qué tenía que ser tan falsa y perversa?

El pequeño Edward comenzó a llorar y Edward se escondió en la puerta de modo que podía observar a Isabella sin ser visto cuando ella entrase en su cuarto. En efecto, Isabella apareció en la habitación y a él le sorprendió ver que usaba la túnica negra que había confeccionado en Egipto. ¿Por qué no la había quemado? Al parecer, a diferencia de lo que le ocurría a Edward, esa prenda nada representaba para ella.

Se acercó directamente a la cuna, los largos rizos dorados cayéndole en la espalda, y el pequeño Edward dejó de llorar apenas la vio.

-Buenos días, amor mío. Esta mañana me has dejado dormir hasta tarde, ¿verdad? Edward eres la alegría de mi vida. ¿Qué haría sin ti?

Edward se sintió reconfortado cuando vio cuán intenso era el amor de Isabella por su hijo. Pero le desconcertaba que ella hubiese dado al niño su mismo nombre.

Isabella se volvió bruscamente, porque sintió la presencia de Edward en la habitación: pero nada dijo cuando lo vio junto a la puerta. Se volvió hacia el pequeño Edward, lo retiró de la cuna y se sentó en una silla tapizada, con tela azul y puesta en el rincón del cuarto. Se desabrochó lentamente el camisón.

El silencio de Isabella irritó a Edward. Prefería que ella le gritase y no que lo ignorase.

-No has necesitado mucho tiempo para perder nuevamente tu pudor -observó cruelmente.

-Edward, ayer aclaraste bien las cosas. No puedo mostrarte nada que no hayas visto ya -dijo serenamente Isabella, y sus labios dibujaron una semisonrisa que no se extendió a sus ojos

Edward se echó a reír. Esta mañana no conseguiría que ella perdiese los estribos. Observó a su hijo que chupaba ávidamente el seno de Isabella, y el espectáculo lo conmovió profundamente. Eran su hijo, y la mujer que él aún deseaba. Edward rehusaba aceptar la derrota. Hallaría el modo de tenerlos a ambos.

-Tiene mucho apetito. ¿No necesitas una nodriza? -preguntó Edward.

-Tengo leche suficiente para satisfacer sus necesidades. El pequeflo Edward está bien atendido -dijo ella con voz tensa.

Edward suspiró profundamente. Aparentemente, no necesitaba buscar mucho para hallar una observación que la irritase... una sencilla pregunta producía ese efecto.

-No quise insinuar que no eres buena madre -dijo. Más aún, Isabella, diría que la matemidad te sienta. Te has comportado muy bien con mi hijo -dijo Edward con voz serena, mientras acomodaba un mechón de los cabellos de Isabella que se había desordenado, y al hacerlo lo acariciaba delicadamente entre los dedos.

-Gracias -murmuró ella.

-¿Dónde lo bautizaste? -preguntó Edward, de pasada. No deseaba retirarse, y pensó que era necesario decir algo porque de lo contrario su presencia silenciosa acabaría por irritar a Isabella.

-Aún no está bautizado -dijo Isabella.

-¡Santo Dios, Isabella! Debieron bautizarlo un mes después de nacer. ¿Qué estás esperando? -estalló y rodeó la silla para enfrentarse a la joven.

-Maldito seas... ¡no me grites! Sencillamente, no pensé en el asunto. No estoy acostumbrada a tener hijos -replicó con la misma voz colérica, y sus ojos cobraron un tono azul zafiro.

Dando grandes zancadas, Edward llegó a la puerta de la habitación, pero se volvió para enfrentarse de nuevo a Isabella, con el cuerpo tenso de cólera.

-Lo bautizaremos hoy... ¡esta mañana! Prepárate y prepara a mi hijo porque saldremos dentro de una hora.

-Ésta es mi casa, Edward, no tu campamento en las montañas. No puedes decirme qué debo hacer aquí.

-Prepárate, o yo mismo lo llevaré.

Dicho esto, se volvió y salió del cuarto.

Isabella sabía que hablaba en serio. Procuró tranquilizarse y terminó de alimentar al pequeño Edward; después, lo depositó en la cuna, llamó a una de las criadas y le ordenó que la ayudase a prepararse. No podía confiar el niño a Edward... quizá no regresara.

Depositó sobre la cama la túnica y vio que era la prenda árabe, de lienzo negro. Sin prestar mucha atención al asunto, se la había puesto cuando el pequeño Edward empezó a llorar. Isabella se preguntó si Edward habría advertido el hecho. Pero no... probablemente ni siquiera recordaba la túnica; de lo contrario, habría formulado alguna maligna observación.

Isabella se peinó y después eligió un sencillo vestido de algodón con mangas largas y cuello alto, una prenda adecuada para la ocasión. Como disponía de tiempo, vistió con cuidado al pequeño Edward y una hora después descendió la escalera.

Edward esperaba solo, y tomó al niño de los brazos de la madre.

-¿Dónde está Emmet? -preguntó ella nerviosamente.

-Salió temprano esta mañana: fue a Halstead por asuntos de negocios. Dijo que trataría de regresar antes de mediodía -replicó Edward y echó a andar hada la puerta.

-Pero... no iremos solos... ¿verdad?

-Oh, vamos, Isabella -dijo él riendo-. No volveré a raptarte, si eso es lo que te inquieta. Aunque a decir verdad la idea me pasó por la mente.

-¡Oh!- Isabella pensó irritada: «Qué fácil es mentir para este hombre.» -Edward, la próxima vez que proyectes un rapto, ¡tu víctima probablemente será Tanya! -replicó Isabella.

-Caramba, Isabella, a decir verdad pareces celosa -se burló él.

-¡No estoy celosa! -dijo secamente Isabella-. Al contrario, agradezco que desvíes en otra dirección tus atenciones.

No les llevó mucho tiempo llegar a la pequeña iglesia cercana a Swan. Isabella esperó en el carruaje abierto mientras Edward entraba en la iglesia para comprobar que el sacerdote estaba disponible. Regresó poco después y la ayudó a descender del carruaje.

-¿Todo está arreglado? -preguntó ella cuando Edward volvió a apoderarse del pequeño.

-Sí. Llevará sólo un minuto -respondió Edward y escoltó a la joven hacia el interior de la iglesia pequeña y sombría.

Un hombre grueso, de baja estatura, los esperaba al extremo del corredor y Edward le entregó al niño. El pequeño Edward no lloró cuando sintió el agua en la frente, pero Isabella ahogó una exclamación cuando oyó las palabras pronunciadas claramente en la sala oscura. -Yo te bautizo... Edward Cullen, hijo.

Edward recuperó a su hijo y tomó del brazo a Isabella para acompañarla fuera de la iglesia. Ella nada dijo hasta que estuvieron en el carruaje y el cochero inició el camino de regreso a la Residencia

Swan.

-¡No tenías derecho de hacer eso, Edward! -exclamó Isabella, mirándolo con ojos hostiles.

-Todo el derecho del mundo... soy su padre -sonrió Edward.

-No eres su padre legal... no estamos unidos. ¡Maldito seas! Se llama Edward Junior Swan según se lee en su partida de nacimiento.

-Isabella, es muy fácil cambiar eso.

-Primero tendrás que encontrar el documento original. ¡Es mi hijo, y llevará mi nombre, no el tuyo!

-Y cuando te cases, ¿le darás el nombre de tu marido?

-En realidad, no he pensado en ello, pero si Jacob desea adoptarlo, sí, llevará su nombre.

-No permitiré que ese joven vanidoso críe a mi hijo –replicó Edward con el ceño fruncido.

-Edward, nada tendrás que ver en eso. Además, Jacob será un buen padre.

Pero Isabella no creía realmente en sus propias palabras.

-Veremos -murmuró Edward, y ninguno de los dos volvió a hablar durante el resto del viaje de regreso a la Residencia Swan. Emmet los recibió en la puerta, y su rostro expresaba profunda irritación.

-¿Dónde demonios estuvisteis? ¡Me sentí muy inquieto!

-Emmet, fuimos a bautizar a Edward Junior. No había motivo para preocuparse -replicó Isabella. Miró inquisitivo a Edward, que se echó a reír.

-¿Por qué no dijisteis a nadie adónde íbais? Cuando volví a casa descubrí que habíais salido y que os habíais llevado al niño, pensé que...

-Sabemos lo que pensaste, Emmet -rió Isabella--. Pero como ves, te equivocaste. Lamento que te hayas inquietado... no volverá a ocurrir.

Isabella subió al primer piso para acostar al pequeño Edward. Después de cambiarlo, cerró las puertas de la habitación, de modo que nadie lo molestase y más tarde fue a su propio cuarto para quitarse el sombrero. A través de la puerta abierta Isabella oyó los movimientos de Edward que entraba en su habitación. Su voz llegó claramente a los oídos de la joven, y lo que oyó la indujo a permanecer inmóvil, sin hacer el más mínimo gesto.

-¿Qué haces aquí? Tu hermana se enojará mucho si te encuentra en el dormitorio de un caballero.

-Edward, no es necesario que actúes así. Seguramente estás acostumbrado a recibir damas en tu dormitorio -dijo amablemente Tanya-. He esperado aquí para hablarte a solas. ¿Por qué no cierras la puerta y te sientas? Estarás mucho más cómodo.

-No será necesario... no permanecerás mucho tiempo en este cuarto, Tanya, no deseo que me pidan que abandone la casa sólo porque a ti te interesa jugar a ciertos juegos.

Isabella no quiso escuchar más, pero en verdad no atinó a reaccionar.

-¡Edward Cullen, no estoy haciendo juegos! Vine a buscar una respuesta. ¿Aún amas a Isabella? ¡Tengo derecho de saberlo!

-¡Amor! ¿Qué tiene que ver el amor con esto? Hace un tiempo la he deseado, del mismo modo que te deseo ahora -dijo Edward, y en su voz profunda no había sentimiento alguno.

-Entonces, ¿ella nada significa para ti ahora? -preguntó Tanya.

-Isabella es la madre de mi hijo... eso es todo. Y ahora, Tanya, debo pedirte que salgas, antes de que alguien te encuentre aquí. La próxima vez que desees hablarme a solas busca un lugar más apropiado.

-Lo que tú digas, Edward -replicó Tanya con una risita, era evidente que se sentía muy complacida consigo misma. -¿Te veré a la hora del almuerzo?

-Bajaré dentro de algunos minutos.

Isabella se sentó en el borde de la cama; sentía que le habían hundido un cuchillo en el corazón. Un rato antes tenía apetito, pero ahora la idea de comer le parecía insoportable. ¡Necesitaba marcharse!

Se quitó el vestido, se puso el traje de montar y descendió de prisa la escalera. Un momento después, salía de la casa.

Tras ordenar a un caballerizo que ensillara a su caballo Dax, esperó impaciente

Después descendió por el sendero que conducía a los campos abiertos y al fin prorrumpió en llanto.

El viento se llevó las lágrimas de sus ojos cuando Isabella obligó a Dax a correr cada vez más velozmente. De los cabellos se desprendieron las horquillas, y los mechones cayeron sobre su espalda, flotando en el aire. Deseaba terminar de una vez, pero de pronto recordó al pequeño Edward. No podía abandonar a su hijo. Tenía que afrontar el hecho de que aún amaba a Edward, pero jamás lo recuperaría. Tendría que aceptar la situación y comprender que su hijo era el único motivo de alegría en su vida. Jacob

la amaba y quizá llegaría el día en que podría ser feliz con él.

Hacía dos horas que había oscurecido cuando al fin Isabella llegó a la puerta principal y después de entrar se apoyó contra la hoja de madera, agotada. Edward salió del salón, y en su rostro se veía una expresión irritada e inquieta; pero se tranquilizó y sonrió cuando vio a Isabella. Emmet y Rosalie estaban detrás de Edward. Rosalie preocupada y Emmet dominado por la cólera.

-Isabella, ¿dónde demonios has estado? –Exclamó Emmet-. Dos veces en el mismo día te marchas sin decir palabra. ¿Qué te ocurre?

-¿El pequeño Edward está bien? -preguntó Isabella.

-Muy bien. El ama de llaves mandó llamar a una nodriza al ver que tú no regresabas. El niño estaba un tanto nervioso, pero ahora duerme. Bella, ¿estás herida? –Preguntó Emmet-. Parece que te hubieras caído del caballo.

Isabella examinó su propio aspecto. Era un desastre. Tenía los cabellos enmarañados, le caían sobre los hombros llegándole a la cintura. El traje de montar de terciopelo verde estaba desgarrado en muchos lugares a causa de la desenfrenada cabalgada a través de los bosques.

Se apartó de la puerta y enderezó orgullosamente el cuerpo. -Estoy muy bien, Emmet. Sólo cansada y hambrienta.

Comenzó a caminar, pero Emmet la obligó a volverse.

-Un minuto, joven. No has contestado a mis preguntas. ¿Dónde has estado tantas horas? La casa entera ha estado buscándote.

Isabella vio la expresión divertida de Edward y se enojó.

-¡Maldita sea! Emmet, ya no soy una niña... ¡puedo cuidarme sola! Que me aleje unas pocas horas no es motivo que justifique despachar partidas encargadas de buscarme.

-¡Unas pocas horas! Estuviste fuera todo el día.

-Estuve cabalgando... ¡eso es todo! ¡Y precisamente tú deberías saber por qué lo hice!

Emmet sabía a qué atenerse. Al parecer la presencia de Edward en la casa inquietaba a Isabella más de lo que él había previsto.

-Bella, quiero hablar contigo... a solas -dijo Emmet.

-Esta noche no, Emmet... ya te lo dije, estoy cansada.

Emmet la acompañó hasta la escalera, para quedar fuera del alcance del oído de los presentes.

-Bella, si Edward te inquieta tanto, le pediré que se marche.

-¡No! -gritó Isabella, y después, en voz más baja-: Emmet, no deseo que se vaya. No puedo negarle el derecho de estar con su hijo. He acabado por reconciliarme conmigo misma... en adelante podré soportar su presencia.

Abrigaba la esperanza de estar diciendo la verdad.

Emmet volvió adonde estaba Rosalie cuando Isabella comenzó a subir la escalera.

-Ordenaré a un criado que le lleve una bandeja de comida, y le prepare agua caliente para darse un baño -dijo Rosalie, que miraba inquieta a su marido-. ¿Has descubierto por qué salió esta tarde? -Lo sé -replicó Emmet, mientras dirigía a Edward una mirada de desaprobación-. Pero no sé qué hacer al respecto.


Era el 5 de enero de 1885. Los últimos siete días habían sido una sucesión de momentos de gran tensión para todos los ocupantes de la Residencia Swan, pero sobre todo para Isabella.

Tanya la desairaba groseramente siempre que se encontraban y, por su parte, Edward contemplaba el espectáculo con una sonrisa divertida. Pero la cena era el momento más dificil. El pobre Emmet y Rosalie ocupaban los dos extremos de la mesa y esperaban nerviosamente la explosión. Isabella y Jacob ocupaban un lado de la mesa y Jacob miraba irritado a Edward. Edward y Tanya ocupaban el lado opuesto, y Tanya demostraba francamente su desprecio por Isabella. Parecía que todos estaban sentados sobre un barril de pólvora.

Edward había cambiado desde la desaparición de Isabella, una semana antes. Ya no disputaba con ella y, en cambio, la trataba con una actitud cortes y fría. Jamás mencionaba el pasado y eso molestaba a Isabella, que esperaba constantemente una observación mordaz que nunca llegaba.

No quería encontrarse a solas con Edward, pero esa situación se repetía siempre en la habitación del niño. Isabella insistía en que el ama de llaves la acompañase, pero apenas aparecía Edward, la anciana formulaba una excusa y se alejaba de prisa.

Sin embargo, Edward parecía interesado únicamente en su hijo, y se mantenía a cierta distancia de Isabella. La veía bañar al pequeño Edward o jugar con él sobre la suave alfombra. Pero cuando llegaba el momento de darle el pecho, Edward se retiraba discretamente. Esa actitud desconcertaba por completo a Isabella.

Jacob era el peor de los problemas que Isabella afrontaba. Después de la llegada de Edward había adoptado una actitud muy exigente. Continuamente pedía a Isabella que fijase la fecha del matrimonio; pero hasta ahora ella se había negado a dar aquel paso.

Sin embargo hoy Isabella había encontrado un motivo de alegría.

Rosalie entró en el comedor cuando Isabella tomaba un almuerzo tardío.

-Tanya al fin decidió volver a casa. Ahora está en su habitación preparando las maletas -informó.

Isabella nada dijo, aunque sentía deseos de saltar de alegría.

-Pese a que es mi hermana y a que la quiero mucho -continuó Rosalie- no me importa reconocer que me alegro de que se marche. Sin embargo, me gustaría saber por qué adopta esa actitud... y ella no quiere decirme una palabra. Ayer mismo intenté convencerla de que se alejase, y ella rechazó enérgicamente mi propuesta. Esta mañana, fue a cabalgar con Edward, y cuando regresó, hace un rato, afirmó enojada que no pensaba permanecer aquí un minuto más. Es mejor así, porque sé que le esperaba una gran decepción; de todos modos, aún no comprendo la verdadera situación.

Tampoco Isabella sabía a qué atenerse. Pero poco importaba por qué Tanya se iba... si realmente lo hacía. Isabella no tendría que sufrir la presencia de otra mujer que se asiera a Edward. Aunque ahora que Tanya se iba, quizá Edward también se marchase. De pronto Isabella no se sintió tan feliz como antes.

Edward estaba recostado en la gran cama de bronce con las manos unidas en la nuca, escuchando atentamente los sonidos que venían de la habitación contigua. Volvió los ojos hacia el antiguo reloj de la repisa de la chimenea. Las diez menos cinco... no necesitará esperar mucho tiempo más.

Edward esbozó una mueca cuando recordó lo que había ocurrido aquella mañana.

Se había cansado del juego de Isabella y Tanya, y había tratado de pensar en algún modo de terminarlo. La audacia de Tanya había aportado la solución al problema.

Después del desayuno Tanya lo había arrinconado y le había pedido que la llevase a cabalgar. Edward no vio motivos para negarse. Isabella estaba en el primer piso amamantando al pequeño Edward. Pero después de alejarse un poco de la casa, Tanya había desmontado a la sombra de un gran roble. Se había sentado bajo el árbol; se quitó el sombrero de montar, se soltó los espesos cabellos negros y con un gesto seductor invitó a acercarse a Edward.

-Tanya, monta tu caballo. No tengo tiempo para juegos -había dicho Edward con voz dura.

-¡Juegos! -había exclamado Tanya. Se puso bruscamente de pie y se enfrentó con él, con los brazos en jarras-. ¿Piensas casarte conmigo o no?

Edward se sorprendió, pero de pronto vio la solución de su problema. Podía terminar de una vez con el juego mediante una respuesta negativa.

-Tanya, no tengo la más mínima intención de casarme contigo y lo lamento si te induje a creer lo contrario.

-¡Pero dijiste que me deseabas! -replicó ella con voz colérica.

-Tuve una razón egoísta para decirlo. Además, era lo que tú querías oír. Una sola mujer en el mundo me inspira deseos y sólo con ella quiero casarme.

-Y está comprometida con otro -rió amargamente Tanya.

Un momento después, la joven montaba en su caballo y galopaba de regreso a la Residencia Swan.

Esa noche, durante la cena, Edward comprobó que Jacob Black estaba muy nervioso. El joven sabía que, cuando Tanya se hubiese marchado, Edward dispondría de más tiempo que consagrar a Isabella. Edward se preguntaba cómo hubiera reaccionado él si la situación hubiera sido a la inversa. Si el ex amante de su prometida hubiera vivido en la misma casa que ella habitaba, y él no pudiese evitarlo.

Bien, no compadecía a Black. Más aún, odiaba al joven. No podía soportar la idea de que Black muy pronto sería el marido de Isabella. Tendría el derecho de imponerse y hacerle el amor. Edward trató de alejar esos pensamientos. ¡Ciertamente, no permitiría que las cosas llegaran a ese punto! ¡Y si Jacob Black ya se había acostado con Isabella, lo mataría!

Saber que Isabella dormía en el cuarto contiguo y que los separaba sólo un delgado tabique, era algo que ponía a dura prueba su voluntad. Oír sus movimientos en el cuarto, escuchar su voz vibrante... no podría soportarlo mucho más.

Debía recuperarla antes del día de la boda, o volver a secuestrarla. Prefería soportar su odio antes que vivir sin ella.

Finalmente, Edward oyó los movimientos de la criada que salía del cuarto de Isabella. Abrió la puerta de su propia habitación y vio que el corredor mal iluminado estaba vacío.

El dormitorio de Emmet y Rosalie estaba en el extremo contrario de la casa y Edward confiaba en que ellos ya estarían durmiendo.

Salvó los pocos metros que lo separaban de la puerta de Isabella y la abrió sin hacer ruido.

La joven estaba bañándose frente al fuego vivo del hogar; no advirtió la presencia de Edward. Éste permaneció largo rato mirándola mientras Isabella alzaba una esponja y dejaba correr el agua a lo largo del brazo. Estaba de espaldas a Edward, y lo único que él podía ver era el suave perfil blanco de los hombros sobre el borde de la ancha bañera. Tenía los cabellos sujetos en un rodete y las innumerables trenzas brillaban ; la luz del fuego bailoteaba alrededor.

La toalla y la bata de Isabella estaban sobre el taburete, cerca de la bañera. Edward se acercó a ellas y las tomó. Isabella contuvo una exclamación.

-¿Qué haces aquí? -exclamó Isabella, y se sumergió aún más en el agua. Advirtió enojada la expresión divertida de Edward, y después vio que sostenía en la mano la bata y la toalla-. Deja eso, Edward. ¡Ahora! ¡Y sal de aquí!

-¿Hablas de estas cosas? -preguntó él burlonamente, y las llamas se reflejaban móviles en sus ojos

- Lo que usted diga, señora. -Arrojó las prendas a la cama, lejos del alcance de Isabella.

Edward rodeó la bañera y se acercó a la silla que estaba en un rincón del cuarto. Isabella miró estúpidamente la bata y la toalla depositadas sobre la cama. Luego volvió bruscamente la cabeza y miró hostil al hombre. Él había ocupado la silla y miraba a Isabella; tenía las piernas abiertas y las manos entrelazadas, los antebrazos apoyados en los muslos.

-¿Qué demonios estás haciendo, Edward? ¡Maldito seas! ¿Quieres que te expulsen de esta casa? ¿Necesitas una excusa para irte, ahora que Tanya se ha marchado? ¿Se trata de eso?

Edward sonrió, sin apartar los ojos verdes del rostro irritado de Isabella.

-Isabella, no deseo salir de aquí, y si lo quisiera no necesitaría una excusa. Si tienes la bondad de bajar la voz, nadie se enterará de mi presencia y no me descubrirán.

La confusión dominó a Isabella. Edward estaba oculto parcialmente por las sombras. Pero Isabella aún podía ver su expresión ardiente en los ojos.

La deseaba, de eso ella estaba segura, y un peculiar cosquilleo comenzó a recorrerle el cuerpo. Lo deseaba con todo su corazón, pero sabía que ese amor duraría a lo sumo una noche. Al día siguiente él se mostraría tan frío e indiferente como antes y ella no podría soportarlo.

-Edward, fuera de mi cuarto. No tienes derecho a estar aquí.

-Bella, esta noche estás muy bella -murmuró Edward-. Podrías tentar a un hombre a hacer lo que quisiera... excepto abandonarte.

Rió de buena gana.

Ella se movió en la bañera. No podía soportar la imagen de ese hombre, con sus cabellos muy alborotados y corbrizos, la camisa blanca y tersa abierta hasta la cintura, de modo que mostraba el pecho bronceado con los rizos de vello . ¡Era la tentación!

Isabella tuvo que apelar a toda su voluntad para resistir, porque hubiera deseado abrazarlo así como estaba, empapada de la cabeza a los pies; ¡ansiaba hacer el amor! Era lo que ella deseaba, y lo que él deseaba; pero ella no podía. No podía soportar la idea de amarlo y después afrontar de nuevo su odio por la mañana. Pasaron veinte minutos.

Edward nada dijo, y Isabella tampoco habló. Estaba de espaldas a Edward, pero sabía que él continuaba mirándola.

-Edward, por favor... el agua se enfría --rogó.

-Propongo que salgas de ahí -replicó él en voz baja.

-¡Vete, así podré salir! -exclamó Isabella.

-Bella, me sorprendes. Te he visto en el baño cien veces... y siempre salías desnuda del agua. Entonces no eras tímida; con que, ¿por qué finges serio ahora? Una vez incluso hicimos el amor acostados sobre la tierra dura, detrás del estanque. Ese día te acercaste y...

-¡Basta! -exclamó ella, descargando un puñetazo en el agua-. Edward, no tiene sentido hablar del pasado. Es asunto concluido. Vamos, sal de aquí antes de que me enfríe.

-¿El embarazo y el parto perjudicaron tu cuerpo? -preguntó Edward-. ¿Por eso rehúsas mostrarlo?

-¡Claro que no! Mi figura recuperó su forma anterior.

-Entonces, Bella, incorpórate y demuéstralo -murmuró él con voz ronca.

Isabella casi cayó en la trampa; y en efecto, comenzó a incorporarse. Pero después se hundió en el agua aún más que antes, y por lo bajo maldijo a Edward. Las burbujas de jabón se habían disuelto y su cuerpo ahora era bastante visible. La única esperanza de Isabella era que él no se acercara. ¡Tenía que marcharse! Si se atrevía a tocarla, ella bien sabía que estaba dispuesta a ceder.

En ese momento se oyeron pasos en el corredor y Isabella se inmovilizó cuando oyó golpes suaves en la puerta.

-Isabella, tengo que hablarte. Isabella, ¿estás despierta?

Isabella volvió la cabeza para mirar a Edward, pero él continuaba tranquilamente sentado en su silla, y era evidente que le divertía el aprieto en que ella estaba.

-Jacob, por Dios, ¡vuelve a tu casa! Estoy bañándome... te llamaré por la mañana -dijo Isabella en voz alta.

-Esperaré a que hayas terminado -gritó Jacob.

-¡No, Jacob, no esperarás! -Estaba más temerosa que enojada-. Es muy tarde. Te veré por la mañana... ¡ahora no!

-Isabella, maldita sea, ¡esto no puede esperar! No soportaré que ese hombre continúe viviendo en esta casa. ¡Tiene que irse!

La risa profunda de Edward resonó en la habitación. La puerta se abrió bruscamente, golpeando contra la pared y Jacob entró en el cuarto. Edward continuaba refugiado en las sombras, y Jacob tuvo que mirar alrededor dos veces antes de verlo.

Indignado, Jacob apretó los puños junto a su cuerpo y miró a Isabella, después a Edward y luego otra vez a Isabella. Antes de que ella pudiese decir nada, Jacob dejó escapar un grito y comenzó a acercarse a Edward.

Ella se puso de pie, salpicando agua sobre la espesa alfombra azul.

-¡Basta, Jacob! -gritó.

Jacob se detuvo. Abrió la boca al verla, olvidando que Edward estaba en la habitación. Pero Edward, que medio se había incorporado para afrontar el ataque de Jacob, miró sombrío a Isabella.

-Siéntate, mujer -gruñó irritado Edward.

Ella obedeció inmediatamente, desbordando agua por los costados de la bañera y un intenso sonrojo le cubrió el rostro.

-¿Qué demonios hace aquí, Cullen? -preguntó Jacob.

-Jacob, no tienes por qué enojarte -trató de tranquilizarlo Isabella-. Edward vino aquí poco antes que tú... a hablarme de su hijo. Cuando entró ignoraba que yo estaba bañándome.

-Entonces, ¿por qué está sentado ahí, mirándote mientras te bañas? Isabella, ¿cómo le permites entrar aquí? ¿O esto es una vieja costumbre?

-No seas absurdo. Te digo que fue perfectamente inocente. ¡Dios mío! Este hombre me ha visto en el baño cien veces. Como recordarás, Edward vino aquí por su hijo... no por mí. Y ocupó esa silla sólo el tiempo indispensable para formularme unas pocas preguntas... eso es todo. Jacob, no salí ni un segundo de la bañera. Me vio únicamente cuanto tu absurda actitud me indujo a hacer un movimiento.

-¡Maldito sea, de todos modos no tiene derecho a estar aquí!

-Baja la voz, Jacob, no sea que despiertes a Emmet! -exclamó Isabella.

-Despertar a Emmet... es exactamente lo que me propongo hacer. Cullen, no continuará aquí mucho tiempo

Jacob rió amargamente y salió con paso rápido del cuarto.

-¡Mira lo que has hecho! -exclamó Isabella-. ¿Por qué no me dejas en paz? Ahora Emmet se verá obligado a pedirte que salgas de la casa. Lo has hecho a propósito, ¿no es así?

-Isabella, mi intención no era ser descubierto -replicó serenamente Edward-. Es tu casa tanto como la de Emmet. No tendré que salir si tú no lo deseas. Si quieres que nuestro hijo crezca sin conocer a su verdadero padre, tuya es la decisión.

Era la primera vez que Edward hablaba de «nuestro hijo» y Isabella se sintió sorprendida y al mismo tiempo complacida de oírlo hablar así.

-De prisa... ¡entrégame la bata antes de que llegue Emmet! -dijo Isabella con voz apremiante-. ¡Bien, vuélvete, maldita sea!

-¡Oh, por Dios, Isabella!

Pero Edward se volvió y se acercó a la ventana.

Isabella abandonó la bañera y consiguió ponerse la bata sobre el cuerpo húmedo y ajustarla a la cintura, todo antes de que Emmet entrase en la habitación, seguido a poca distancia por Jacob.

-Isabella, ¿qué demonios ocurre? -preguntó Emmet.

Edward se volvió, y Jacob lo miró con fiera expresión.

-Te dije que era verdad. Emmet, es un insulto, y exijo que Cullen salga inmediatamente de esta casa! -explotó Jacob.

-Basta, Jacob. Te pido que vuelvas a tu casa. Yo atenderé este asunto -replicó Emmet.

-¡No me iré!

-¡Jacob... vamos! Deseo hablar a solas con Isabella. Haré todo lo que sea necesario.

Jacob se volvió y salió de la habitación.

-También yo me iré si usted desea hablar a solas -dijo Edward.

-Sí -replicó secamente Emmet-. Por la mañana le informaré de mi decisión.

-Muy bien, por la mañana. Buenas noches, Bella.

Edward cerró la puerta tras de sí.

Isabella comprendió que él le pedía que lo defendiese para poder continuar con su hijo. Aflojó un poco los músculos y se sentó al borde de la cama.

-Bella, ¿cómo es posible que hayas permitido a Edward venir a tu habitación a esta hora de la noche? -preguntó Emmet-. ¿Acaso tú y Edward habéis resuelto finalmente vuestras diferencias? ¿Se trata de eso?

-Emmet, no sé de qué estás hablando. Nada hay que resolver entre nosotros. Lo que hubo terminó... y no se repetirá. Y no invité a Edward a venir a mi habitación. Sencillamente, entró y no quiso irse.

-¿Quizás él...?

Isabella sonrió levemente.

-Edward se sentó en ese rincón mientras estuvo aquí, pero yo sabía que él me deseaba. Y sé que no puedo impresionarte más de lo que ya hice hasta ahora si te digo que también yo lo deseaba... lo deseaba más que a nada en el mundo -murmuró, temerosa de que Edward la oyese desde su cuarto-. Pero me he resistido, porque sabía que me querría sólo esta noche. Mañana me habría odiado de nuevo.

-Pero Bella, Edward jamás dejó de desearte.

-¡A veces sí lo ha hecho! -replicó ella con voz airada.

No tenía objeto discutir con Isabella cuando se mostraba de esa manera Emmet meneó la cabeza.

-Bien, Bella, le pediré que se marche. Si no hubiera sido Edward, a estas horas estaría muerto.

-Emmet, no quiero que se vaya.

-¡Seguramente no hablas en serio! Acabas de decirme que no podrás resistirlo si él... Bella, esto volverá a ocurrir si él se queda aquí.

-Emmet, esta situación no se repetirá. Lo sé muy bien. Y además, en adelante cerraré con llave la puerta. Quiero que Edward se quede aquí hasta que esté preparado para irse. No le negaré el derecho de conocer a su hijo.

-¿Y qué me dices de Jacob? No comprenderá por qué Edward se queda en la casa. -Emmet hizo una pausa, y meneó la cabeza-. Bella, la culpa es mía. Nunca debí insistir en que te casaras con Jacob.

-Ahora eso no importa. Por la mañana conversaré con Jacob. Conseguiré que comprenda que fue un encuentro inocente.

-Dudo que lo crea. ¿Qué piensas hacer cuando te cases con Jacob? jamás permitirá que Edward ponga los pies en su casa.

-No lo sé. Resolveré ese problema cuando llegue el momento. Y cuando hables con Jacobdile que conversamos acerca de Edward junior. Y que sí bien es una actitud un tanto impropia, tú olvidarás todo el asunto si no vuelve a repetirse.

-¿Es lo que le has dicho esta noche a Jacob? No me extraña que se haya enojado tanto. ¿Crees que Jacobes tan ingenuo que puede aceptar eso? No es tonto.

-Bien, tendré que insistir en que es verdad -dijo Isabella-. No quiero más choques entre Edward y Jacob.

-Trata de hablar con Jacob antes de que se cruce conmigo. Por mi parte, yo no sabría cómo explicar la prolongación de la presencia de Edward en esta casa. Yo mismo no sé muy bien a qué atenerme.

-Emmet se acercó y besó suavemente la mejilla de Isabella-. Imagino que Jacob volverá temprano, de modo que es mejor que descanses un poco. Buenas noches, hermanita. Ojalá sepas lo que haces.

Isabella sonrió levemente, pero no contestó a su hermano. Cuando Emmet se marchó, Isabella paseó la vista por la habitación vacía y experimentó un sentimiento de pesar. Se preguntó qué habría ocurrido si Jacob no hubiese entrado repentinamente. Se puso el camisón, se acostó y un deseo ardiente la dominó... el mismo deseo que había experimentado tantas noches. Deseaba a Edward... las manos del hombre amado acariciando su cuerpo, sus labios transportándola, la sensación de sus músculos tensos en la espalda cuando ella lo acariciaba. De bruces y con el rostro hundido en la almohada, lloró en silencio por lo que nunca podría ser.


Capítulo 14: CAPITULO 14 Capítulo 16: Capitulo 16

 
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