Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61054
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 10:

Bella sintió que el hombre que tenía encima estaba totalmente tenso. Hasta ese momento se encontraba tan pendiente de la discusión que mantenían que se le había olvidado que lo había inmovilizado contra el suelo. Abrió la boca para soltar una bordería sobre la sumisión, pero se detuvo. Y lo miró a los ojos. En ese momento contuvo el aliento.

«¡Ay, Dios!», pensó.

El deseo sexual fluía entre ellos cual tornado que ganaba velocidad y fuerza a cada segundo que pasaba. Esos ojos azules la miraban con un brillo ardiente. Con una expresión a caballo entre el deseo y la ira. Se percató de que Edward estaba apoyado entre sus muslos y de que sus labios se encontraban a escasos centímetros de los suyos, si bien tenía el torso elevado para aprisionarle las manos. La situación había perdido el tinte de broma fraternal. Tampoco parecía típica de dos amigos ni de dos socios. Lo que quedaba era el deseo entre un hombre y una mujer, y Bella se sintió arrastrada al torbellino por las necesidades de su cuerpo.

— ¿Edward? —dijo con voz ronca, titubeante.

Sintió los pezones endurecidos, tensando la tela de la sudadera. Los ojos azules de Edward recorrieron su cara, sus pechos y la parte de su abdomen que quedaba expuesta. La tensión entre ellos resultaba casi insoportable. Lo vio inclinar la cabeza. El roce de su aliento le acarició los labios mientras decía:

— Esto no significa nada.

Su cuerpo contradijo dichas palabras en cuanto se apoderó de sus labios con un ansia feroz. Al instante y sin delicadeza, le introdujo la lengua en la boca, dispuesto a explorar su interior. Bella sintió que se le nublaba la razón, atrapada entre el escozor que le había provocado el comentario y el placer que la recorría en oleadas. Le aferró las manos con fuerza y se dejó llevar, arrastrada por el deseo y el vino. Levantó las caderas para acogerlo entre los muslos y frotó los pechos contra su torso. Había perdido el control en apenas unos segundos. El vacío desolador de los últimos años fue sustituido por el sabor, las caricias y el olor de Edward.

Le devolvió el beso con pasión, introduciéndole también la lengua en la boca, y soltó un gemido ronco. Edward le soltó las manos para acariciarle el abdomen y ascender en busca de sus pechos. Sintió que los pezones se le endurecían aún más cuando le levantó la sudadera. El fuego que ardía en esos ojos azules mientras contemplaba sus pechos estuvo a punto de abrasarla. Tras acariciarle un pezón con un pulgar, arrancándole un grito, lo vio inclinar la cabeza. Era el momento de la verdad. Si la besaba de nuevo, se rendiría. Su cuerpo lo deseaba y no encontraba objeción alguna para detener lo que estaba sucediendo.

Alguien llamó al timbre.

El sonido reverberó por las paredes. Edward se incorporó y se separó de ella al instante, como si fuera un político pillado con las manos en la masa, murmurando algunas palabrotas que Bella ni siquiera sabía que existían.

— ¿Estás bien? —le preguntó Edward.

Bella parpadeó al presenciar el recatado comportamiento de un hombre que poco antes había estado a punto de arrancarle la ropa. Lo observó abrocharse despacio la camisa mientras esperaba a que ella le respondiera. Salvo por el bulto que se apreciaba en la parte delantera de sus pantalones negros, parecía no estar afectado en absoluto por lo sucedido. Tal como ocurrió después de que la besara en casa de sus padres.

La pesada comida le revolvió el estómago, y se vio obligada a luchar contra las náuseas. Respiró hondo, tal como le habían enseñado a hacer en las clases de yoga, y se sentó al tiempo que se bajaba la sudadera.

— Claro. Abre la puerta.

Edward la observó un instante, como si estuviera decidiendo si se fiaba o no de su fachada, tras lo cual asintió con la cabeza y salió de la estancia.

Bella se llevó los dedos a los labios y trató de recuperar la compostura. Había cometido un error garrafal. Obviamente, su reciente celibato había hecho estragos en sus hormonas, listas para revolucionarse en cuanto un hombre la tocara. El último comentario de Edward pasó por su cabeza a modo de mordaz colofón.

«Esto no significa nada.»

Escuchó que alguien hablaba en el pasillo. Acto seguido, una rubia muy alta y con unas piernas larguísimas entró en el salón con total confianza, como si conociera bien la casa. Bella observó en ese momento a una de las mujeres más guapas que había visto en la vida. . . y que a todas luces era la ex de Edward.

Sus interminables piernas, que ascendían desde los altísimos zapatos negros de plataforma, estaban enfundadas en unos pantalones de seda. Llevaba un cinturón plateado en torno a sus delgadas caderas y un top metálico ceñido a sus diminutos pechos y con escote de pico que dejaba al descubierto la parte superior de sus hombros. Una larga melena rubia perfectamente ondulada le caía por la espalda. Ni un solo rizo encrespado a la vista. Sus ojos eran de un asombroso verde esmeralda y estaban rodeados por espesas pestañas negras. Tenía los labios voluptuosos y los pómulos afilados, lo que le confería una elegancia serena. Tras echar un vistazo por el salón, sus ojos se clavaron en Bella.

En ese momento supo que iba a vomitar.

La diosa se volvió hacia Edward con expresión arrepentida. Hasta su voz tenía un deje erótico cuando dijo:

— Es que tenía que conocerla.

Bella comprendió con espanto que Kate no solo se acostaba con Edward, sino que también sentía algo por él. La miró de mujer a mujer, y la expresión dolida que rondaba sus ojos le reprochó que le hubiera robado a su hombre. En parte, Bella contemplaba la escena como si estuviera viéndola desde fuera, y le resultó graciosa. Era como ver un episodio de un reality show de televisión. Al menos no se trataba de Jersey Shore, pensó aliviada. Al ver que sus pensamientos tomaban un camino desquiciado, se aferró como pudo a la poca cordura que le quedaba.

Se puso en pie y miró fijamente a la escuálida diosa que la observaba desde la ventaja que le otorgaba la diferencia de altura. Tras esforzarse por recuperar la compostura, fingió mentalmente que llevaba ropa de verdad y no un atuendo más apropiado para un gimnasio.

— Lo entiendo —replicó con formalidad.

— Kate, ¿cómo has conseguido burlar las medidas de seguridad?

Las ondas inmaculadas se deslizaron sobre un hombro cuando Kate extendió un brazo para entregarle algo a Edward.

— Todavía tengo la llave y el código de acceso. Después de que me dijeras que ibas a casarte. . . bueno, las cosas se pusieron bastante intensas.

Esas palabras aguijonearon la sensible piel de Bella. Al cuerno con todo. Se negaba a que Edward continuara manteniendo una relación en la sombra cuando habían firmado un contrato. Por tanto, necesitaba fingir que era una esposa posesiva. Tragó saliva con fuerza y se obligó a regalarle una sonrisa serena a su adversaria.

— Kate, siento mucho que nuestra decisión te haya hecho daño. La verdad es que todo ha sucedido muy rápido. —Tras esas palabras, soltó una carcajada y se interpuso entre Edward y la modelo —. Nos conocemos desde hace años y cuando nos encontramos de nuevo, fue como un vendaval. — Fingió mirar con adoración a su flamante marido, aunque le picaban los dedos por el deseo de estamparle un puñetazo. Edward le rodeó la cintura con los brazos y ella sintió su calor corporal a través de los leggins—. Debo pedirte que te marches. Es nuestra noche de bodas.

Kate los observó con expresión calculadora.

— Es raro que no hayáis ido a algún sitio más. . . romántico.

Edward salvó a Bella en esa ocasión.

— El trabajo me reclama, así que hemos pospuesto el viaje.

Kate dijo con voz cortante:

— Vale. Me voy. Necesitaba ver con mis propios ojos por quién me has dejado. —Su expresión dejó bien claro que no comprendía la decisión de Edward—. Estaré un tiempo fuera de la ciudad. Me he comprometido a ayudar en un proyecto de reconstrucción en Haití.

«¡Madre del amor hermoso!», pensó Bella. ¡Participaba en causas humanitarias! Esa mujer era físicamente perfecta, tenía dinero y ayudaba a los demás. Sintió que se le caía el alma a los pies.

Kate se volvió y reparó en la baraja de cartas.

— Mmm. . . siempre me ha encantado jugar a las cartas. Pero no lo veo muy apropiado para una noche de bodas.

No les dejó opción de replicar. Con la elegancia de una cobra, salió por la puerta sin echar la vista atrás.

Bella se alejó de Edward en cuanto escuchó el clic de la puerta de entrada. En la estancia reinaba un silencio tenso, si bien su cabeza era un hervidero de pensamientos.

— Lo siento, Bella. No la creía capaz de aparecer de repente en mi casa.

La pregunta surgió del fondo de su alma. Aunque se juró que no le preguntaría, la breve y sangrienta batalla acabó antes de empezar siquiera. De modo que le soltó:

 — ¿Por qué te has casado conmigo y no con ella?

Comparada con Kate, ella salía perdiendo en todas las facetas. La novia de Edward era guapa, elegante y escuálida. Su forma de hablar denotaba que era inteligente, colaboraba con causas humanitarias y se había comportado con mucha clase para ser una mujer despechada. Además, era obvio que quería a Edward. ¿Por qué le había hecho daño de esa forma?

Edward se alejó de ella.

— Eso da igual —le respondió con frialdad.

— Necesito saberlo.

Bella sintió un gélido escalofrío por la espalda al ver su expresión decidida. Edward acababa de alzar sus defensas y de repente ella se encontró con un hombre carente de emociones y de sentimientos.

— Porque quería más de lo que yo podía darle. Quería sentar la cabeza y formar una familia.

Bella retrocedió un paso.

— Y ¿qué tiene eso de malo?

— Se lo dejé muy claro desde el principio. No mantengo relaciones permanentes. Nunca he querido tener hijos y jamás seré el tipo de hombre que sienta la cabeza para formar una familia. Me lo prometí hace muchos años. —Hizo una pausa—. Por eso me casé contigo.

Bella sintió que todo le daba vueltas cuando por fin comprendió el alcance de esas palabras. Su marido podía experimentar arrebatos de pasión. Sus caricias podían ser ardientes y sus labios, abrasadores, pero su corazón era de piedra. Jamás permitiría que una mujer lo conquistara. Estaba demasiado herido como para arriesgarse. De alguna forma, sus padres lo habían convencido de que el amor no existía. Aunque vislumbrara un débil rayo de esperanza, Edward no creía en los finales felices. Él solo veía a los niños como víctimas, y una vida de sufrimiento.

¿Cómo podría una mujer luchar contra semejante convicción con la esperanza de ganar? La necesidad de Edward de contraer un matrimonio de conveniencia le resultó perfectamente razonable.

— ¿Estás bien? —le preguntó él.

Bella decidió acabar la noche haciendo un mutis espectacular. Edward Cullen podría romperle el corazón. De nuevo. Necesitaba mantener una actitud fría y práctica para salvaguardar su orgullo. Y debía mantener las distancias en todo momento. Logró componer una expresión serena y ocultó el dolor en lo más hondo de sí misma, hasta que se convirtió en una pequeña bola albergada en su estómago.

— Deja de preguntarme si estoy bien. Por supuesto que estoy bien. Pero ni se te ocurra pensar que puedes ir a echarle un polvo rápido a tu ex. Tenemos un trato.

La expresión de Edward se volvió tensa.

— Te di mi palabra, ¿recuerdas?

— También haces trampas al póquer.

El recuerdo de la desastrosa partida de póquer hizo que la consumiera la humillación. Edward cambió el peso del cuerpo de un pie a otro mientras se pasaba las manos por el pelo. Bella supo que estaba a punto de soltarle el sermón.

— Sobre lo que ha pasado. . .

En ese momento lo interrumpió con una carcajada digna de un premio de la Academia.

— ¡Madre mía! No me dirás que vamos a tener una conversación sobre eso, ¿verdad? —Puso los ojos en blanco—. Edward, escúchame, debo confesar una cosa. Sí, el nuestro es un matrimonio de conveniencia, pero resulta que hasta hace poco iba vestida de novia y es nuestra noche de bodas y. . . —Levantó las manos en señal de rendición—. Me dejé llevar por todo ese rollo. Y como tú estabas disponible. . . En fin.

— ¿Disponible?

— Bueno, quiero decir que estabas a mano. No ha significado nada, así que vamos a correr un tupido velo, ¿te parece?

Edward la observó con los ojos entrecerrados, deteniéndose en cada uno de sus rasgos faciales. El tictac del reloj era lo único que se escuchaba mientras ella esperaba. Atisbó una emoción extraña en esos ojos azules y juraría que acabó mirándola con arrepentimiento.

Debió de tratarse de un efecto extraño de la luz.

Al cabo de un momento, Edward asintió con la cabeza.

 — Le echaremos la culpa al vino, a la luna llena o a lo que sea.

Bella se volvió.

— Me voy a la cama. Es tarde.

— Vale. Buenas noches.

— Buenas noches.

Bella subió la escalinata y, una vez en su dormitorio, se metió bajo las sábanas sin lavarse los dientes ni la cara, y sin ponerse el pijama. Se subió el edredón hasta la barbilla, enterró la cara en la almohada y se rindió al sueño, un lugar donde no tenía que pensar ni sentir, un lugar donde nadie le hacía daño.

 

Capítulo 9: Capítulo 11:

 
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