Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61032
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 7:

Aaaaayyyy chicas lo siento no sé qué ha pasado que no me ha subido todos los capítulos, no definitivamente esta semana no es mi semana de suerte, de verdad no sé qué es lo que ha pasado, cuando los subí vi que estaban los cuatro capítulos, y esta tarde que lo revise, solo decía seis capítulos, y debieron ser ocho capítulos, ya que les debía los cuatro, que vienen siendo ocho. ¬_¬ :( Y como ya no lo revise, porque normalmente lo reviso para ver que no haya ninguna irregularidad, ya no me di cuenta. :(. Y quería actualizarles los cuatro por si hoy no me daba tiempo de subir el capítulo, pero resulta que todo me salió al revés. Oh bueno, ya que se le va a hacer. :(

De todos modos aquí les dejo los dos capítulos que faltaron. Ahora sí, nos leemos hasta el último capítulo. :)         

 

 

 

 

 

Edward se volvió para observar a su flamante esposa, dormida en ese momento. Había apoyado la cabeza en la puerta de la limusina. Se había arrancado el tocado de encaje, que yacía arrugado a sus pies. Los rizos negros caían alborotados, ocultándole los hombros. Olvidada, la copa de champán descansaba en el portavasos, ya sin burbujas.

En el dedo anular llevaba un diamante de dos quilates que relucía bajo los últimos rayos del sol de la tarde. Había separado los labios, voluptuosos y rojos, para respirar. . . y cada vez que lo hacía, se escuchaba un delicado ronquido.

 

Isabella Marie Swan era su mujer.

 

Edward cogió su copa de champán y brindó en silencio por el éxito obtenido. Por fin era el dueño absoluto de Dreamscape Enterprises. Estaba a punto de aprovechar la oportunidad del siglo y no necesitaba el permiso de nadie. Todo había salido a pedir de boca.

 

Bebió un buen sorbo de Dom Pérignon y se preguntó por qué se sentía tan mal. Su mente insistía en rememorar el momento en el que el sacerdote los había proclamado marido y mujer. El momento en el que esos ojos de color zafiro lo habían mirado rebosantes de pánico y terror mientras él se inclinaba para darle el tradicional beso. El momento en el que esos labios, entonces pálidos y temblorosos, le habían devuelto el beso. Sin pasión. Ese momento.

 

Se recordó que Bella solo quería el dinero. Su habilidad para fingir que era inocente resultaba peligrosa. Edward se burló de sus pensamientos y brindó de nuevo antes de apurar el champán.

 

El conductor de la limusina bajó un poco el cristal tintado.

 

— Señor, ya hemos llegado.

 

— Gracias. Aparca en la parte delantera.

 

Mientras la limusina enfilaba la estrecha avenida de entrada, Edward despertó a la novia con delicadeza. Bella se removió, resopló y volvió a quedarse dormida. Edward contuvo una sonrisa y estuvo a punto de susurrar su nombre. Pero se detuvo. Para retomar con facilidad su viejo papel de torturador.

 

Se inclinó hacia delante y gritó su nombre.

 

Bella se enderezó en el asiento de golpe. Abrió mucho los ojos mientras se apartaba el pelo de las orejas y contemplaba el vestido blanco de encaje que llevaba como si fuera Alicia en el País de las Maravillas al aparecer en la madriguera del conejo.

 

— ¡Ay, Dios mío! Lo hemos hecho.

 

Edward le entregó los zapatos y el tocado.

 

— Todavía no, pero estamos de luna de miel. Si estás de humor, será un placer complacerte.

 

Ella lo miró echando chispas por los ojos.

 

— Lo único que has hecho es aparecer el día de la boda. Si hubieras tenido que organizar hasta el último detalle en tan solo siete días, estoy segura de que ahora mismo estarías derrotado.

 

— Te dije que podía casarnos un juez de paz.

 

Bella resopló.

 

— Típico de un hombre. No movéis un dedo para ayudar y, cuando se os recrimina, os hacéis los inocentes.

 

— Roncas.

 

Ella lo miró boquiabierta.

 

— ¡Yo no ronco!

 

— Sí que lo haces.

 

— No. Alguien me lo habría dicho.

 

— Estoy seguro de que tus amantes no querían que los echaras a patadas de tu cama. Estás muy gruñona.

 

— No.

 

— Sí que lo estás.

 

La puerta de la limusina se abrió y el conductor le ofreció el brazo para ayudarla a bajar. Tras sacarle la lengua a Edward, Bella bajó del vehículo con la misma altivez con que lo habría hecho la reina Isabel. Edward contuvo otra carcajada y la siguió. Isabella se detuvo en la acera y él la observó mientras contemplaba las líneas curvas de la mansión, que recordaban a una villa típica de la Toscana. La arenisca y la terracota le otorgaban una discreta elegancia, mientras que los altos muros y las grandes ventanas proyectaban un aura histórica. La avenida de entrada estaba flanqueada por un prado verde que se extendía hasta los pies de la mansión y que la rodeaba por completo. Las jardineras de las ventanas estaban cuajadas de geranios en flor, a fin de completar la apariencia de la vieja Italia. La planta de arriba contaba con una amplia terraza con barandilla de hierro forjado, donde se habían dispuesto mesas, sillas y un jacuzzi semioculto entre frondosas plantas. Bella abrió la boca como si fuera a comentar algo, pero la cerró de nuevo.

 

— ¿Qué te parece? —le preguntó él.

 

Ella ladeó la cabeza.

 

— Es impresionante —dijo—. La casa más bonita que he visto en la vida.

 

Su evidente entusiasmo lo complació muchísimo.

 

— Gracias. La he diseñado yo.

 

— Parece antigua.

 

— Eso pretendía. Te prometo que tiene agua corriente y todo.

 

Bella meneó la cabeza y lo siguió al interior. El suelo era de mármol brillante y los techos, altos como los de una catedral, aumentaban la elegancia y la sensación de amplitud. En el centro del vestíbulo estaba la enorme escalinata de caracol, alrededor de la cual se disponían las distintas estancias, todas muy amplias y luminosas. Tras darle una propina al conductor, Edward cerró la puerta.

 

— Vamos, te lo enseñaré todo. A menos que antes quieras cambiarte de ropa.

 

Bella se agarró la vaporosa falda y se levantó la cola. Por debajo asomaron los pies, cubiertos tan solo con las medias.

 

— Tú delante.

 

Edward la guió en un recorrido completo. La cocina estaba muy bien equipada, y contaba con una encimera de acero inoxidable y cromo, si bien mantenía esa sensación acogedora que habría enorgullecido a cualquier abuela italiana. La isla central era de madera y estaba cargada de cestas con frutas, de ristras de ajos y de hierbas aromáticas maceradas en botes de cristal llenos de aceite de oliva, de pasta deshidratada y de tomates maduros. La mesa era de roble macizo y contaba con unas sillas recias y cómodas. Una selección de botellas de vino descansaba en un botellero de hierro forjado. Una cristalera daba paso al solárium, decorado con muebles de mimbre, estanterías y jarrones rebosantes de margaritas. Los cuadros no eran coloridos, al contrario, las paredes estaban adornadas con fotografías en blanco y negro de distintos edificios de todo el mundo. Edward disfrutó mucho de las expresiones de Bella a medida que iba descubriendo su hogar. La llevó escaleras arriba hacia los dormitorios.

 

— Mi habitación está al fondo del pasillo. Tengo un despacho privado, pero tú puedes usar el ordenador de la biblioteca. Pediré cualquier cosa que necesites. —Abrió una de las puertas—. Tu habitación tiene baño privado. Como no conozco tus gustos, puedes redecorarla si te apetece.

 

Edward la observó contemplar la decoración en tonos neutros y suaves, la enorme cama con dosel y los muebles a juego.

 

— Está muy bien, gracias —replicó ella.

 

La miró un instante mientras la tensión palpitaba entre ellos.

 

— Sabes que debemos quedarnos encerrados aquí durante al menos dos días, ¿verdad? Hemos recurrido al trabajo como excusa para no irnos de luna de miel, pero no puedo aparecer en la oficina hasta el lunes o la gente empezará a especular.

 

Ella asintió con la cabeza.

 

— Usaré el ordenador de la biblioteca para mantenerme al día. Además, Rose me ha dicho que va a echarme una mano.

 

Edward se volvió.

 

— Ponte cómoda antes de bajar a la cocina. Prepararé algo para cenar.

 

— ¿Sabes cocinar?

 

— No me gusta que haya desconocidos en la cocina. Bastante tuve cuando era pequeño. Así que, sí, he aprendido a cocinar.

 

— ¿Se te da bien?

 

Edward resopló.

 

— Soy el mejor.

 

Y con eso, cerró la puerta al salir.

       

 

Capítulo 6: Capítulo 8:

 
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