Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61046
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 1: Prólogo

Hola chicas, soy yo de nuevo!! Y aquí les traigo una nueva historia, espero sea de su agrado. 

 

 

 

 

 

 

 

Trece años antes. . .

 

— ¡Preparados o no, allá voy!

Isabella se quitó las manos de los ojos y se dio media vuelta. En el bosque reinaba un silencio sobrenatural, pero percibía que sus amigas estaban cerca. Sin dudar, echó a correr, haciendo que la vegetación y las ramitas crujieran bajo sus zapatillas mientras zigzagueaba entre los enormes pinos. Aguzó el oído al escuchar una risilla.

Se dirigió hacia el sonido, pero el eco la despistó y solo consiguió sorprender a una ardilla que estaba ocupada con una nuez enorme. La fresca sombra la instaba a adentrarse en la arboleda. Un rápido vistazo al escondite habitual de Rosalie le reveló que solo había hojas. Isabella ralentizó el paso y estaba a punto de girarse cuando oyó una voz.

— Un poco mayorcita para jugar al escondite, ¿no?

Isabella se volvió y fulminó con la mirada al hermano mayor de su mejor amiga.

— Es divertido. —Resopló con desdén. Habían estado muy unidos, hasta que él se despertó un día y decidió de repente que no merecía la pena perder el tiempo con ella. Ya nunca le hablaba ni se colaba en su casa para coger galletas de chocolate ni le contaba chistes malos. Parecía que solo le llamaban la atención las chicas mayores, tontas y con tetas. Claro que, ¿a quién le importaba? Se negaba a seguirlo de un lado para otro como un perrito faldero—. Además, tú no lo entenderías. Nunca quieres jugar con nosotras. ¿Qué haces aquí fuera?

Él se levantó del suelo y se acercó a ella. Edward Cullen tenía dieciséis años y era un incordio de lo peor. Se reía de todo lo que ella hacía y parecía que tenía derecho a jugar a ser Dios porque era dos años mayor.

Tenía unas piernas largas y fuertes. El pelo se le rizaba sobre las orejas y por encima de la frente, con una intrigante mezcla de tonos que iban desde el castaño claro al dorado. Como los cereales que ella desayunaba, pensó Isabella. Una combinación de arroz, trigo y maíz. Su cara era delgada, de rasgos definidos, con un carnoso labio inferior que siempre la había intrigado. Esos ojos de color azul plateado tenían un brillo inteligente y con un asomo de melancolía. Isabella conocía esa tristeza. Era lo único que tenían en común.

Edward Cullen era un niño rico que se aislaba en su mundo y que parecía no tener amigos. Isabella siempre se había preguntado cómo su hermana, Rosalie, era tan extrovertida.  

— Deberías tener cuidado en el bosque, mocosa. Podrías perderte.

— Me conozco el camino mejor que tú.

Él se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto.

— Seguramente. Deberías haber sido un chico.

Le hirvió la sangre al escucharlo. Apretó los puños a los costados y meneó la cabeza, haciendo que su coleta se agitara.

— Y tú deberías haber sido una chica. Todo el mundo sabe que no te gusta mancharte las manos, niño bonito.

Un golpe bajo. Que pareció tener efecto, porque se enfadó.

— Deberías aprender a comportarte como una chica de verdad.

— ¿Cómo?

— Deberías maquillarte. Arreglarte. Besar a algún chico.

Jamás había malgastado su valioso dinero en brillo de labios. Ya era bastante difícil comprar algo nuevo, ni que decir maquillaje o perfume. Bella fingió una arcada.

— Puaj.

— Seguro que no has besado a nadie.

Detectó el deje burlón de su voz. Casi todas sus amigas, que tenían catorce años, ya habían experimentado sus primeros besos, incluida Rosalie, pero en su caso la idea siempre le había revuelto el estómago. Aunque antes muerta que admitirlo delante de Edward.

— Pues sí.

— ¿A quién?

— No es asunto tuyo. Me largo.

— ¿A que no te atreves?

Dejó un pie suspendido en el aire, sin acabar de dar el paso. El graznido de un pájaro resonó en las alturas, y Bella tuvo la sensación de que había llegado a un punto de inflexión. Levantó la barbilla.

— ¿A qué?

— Demuéstrame que sabes besar.

El estómago le dio un vuelco, se le aceleró el corazón y empezaron a sudarle las manos. Puso cara de asco.

— ¿Besándote a ti?

—Lo sabía.

— ¿Crees que me gustaría besarte? ¡Te odio!

— Vale, olvida lo que he dicho. Solo quería comprobar si eras una chica de verdad. Ahora sé que no lo eres.

Sus palabras le escocieron. Todas las dudas y las incertidumbres que la consumían salieron a la superficie para confirmar que era distinta. ¿Por qué no era como Rose? ¿Por qué prefería pintar, leer y jugar con los animales antes que fijarse en los chicos? A lo mejor Edward tenía razón y era defectuosa. A lo mejor. . .

Él hizo ademán de marcharse.

— ¡Espera!

Edward se quedó de espaldas a ella un momento, como si estuviera considerando su súplica. Se dio la vuelta muy despacio.

— ¿Qué?

Isabella se obligó a acortar la distancia que los separaba y a plantarse delante de él. Le temblaban las piernas. Sentía algo muy raro en el cuerpo. Como si estuviera a punto de vomitar.

— Sé besar. Y te. . . te lo voy a demostrar.

— Vale. Venga.  

Edward ladeó la cadera, adoptando una pose arrogante, como si hiciera eso todos los días y ya se estuviera aburriendo.

Isabella recordó lo que había visto en las películas y se inclinó hacia delante. «No voy a meter la pata. Relaja los labios. Inspira hondo. Ladea la cabeza para que no nos demos en la nariz. Dios, ¿y si lo golpeo en la barbilla y le hago sangrar? No, no pienses en eso. Besar es muy sencillo.»

Nada del otro mundo. Nada del otro mundo. Nada del otro mundo. . .

Sintió el roce ligero y tibio de su aliento en los labios. Echó la cabeza hacia atrás y se detuvo. Acto seguido, los labios de Edward rozaron los suyos.

Aunque fue una simple caricia, experimentó un sinfín de emociones. El contacto de sus dedos sobre los hombros. La dulce presión de su boca. El olor del bosque mezclado con las tentadoras notas de su suave colonia.

En esos breves segundos él le dio un regalo extraordinario. Le dio alas a su corazón mientras una extraña felicidad le corría por las venas. Su primer beso de verdad. ¿Cuántas veces había temido la experiencia, dejándose llevar por el pánico de que odiaría a los chicos y los besos, y de que no sería normal? En ese momento ya sabía que era una adulta y jamás volvería a cuestionar esa parte de sí misma.

Edward se apartó muy despacio mientras ella abría los ojos. Sus miradas se encontraron. Bella sintió que las emociones la asaltaban como olas agitadas, como si estuviera a punto de descender por la pendiente de una enorme montaña rusa y la consumieran el miedo y la expectación. Contuvo el aliento, a la espera.

Edward tenía una expresión muy rara. La miraba como si no la hubiera visto en la vida. Por un glorioso instante, atisbó algo en las profundidades de sus ojos azules. . . un ramalazo de vulnerabilidad que él nunca compartía. Sus labios esbozaron una sonrisilla.

Isabella le devolvió la sonrisa. Se sentía a salvo. Sabía que él ya no se reiría ni pasaría de ella. Las cosas habían cambiado. Lo que llevaba tanto tiempo negando brotó de sus labios de repente, sin pensar y sin tener en cuenta las consecuencias.

— Te quiero. Algún día me casaré contigo.

No dudó de su respuesta en ningún momento, segura de su amistad y del beso. Confiaba en él de forma innata, sin reservas. Bella esperó que su sonrisa se ensanchara, esperó que le diera la razón, esperó que su relación por fin cambiara después de ese beso tan perfecto.

Sin embargo, tuvo la impresión de que algo velaba la cara de Edward y el chico al que había besado desapareció.

Entonces él soltó una carcajada.

Isabella parpadeó, ya que no comprendía su reacción, pero cuando volvió a mirarlo a los ojos, el hielo se apoderó de su pecho.

— ¿Casarnos? Menuda idea, Bella. Cuando me case, será con una mujer de verdad. No con una cría. Meneó la cabeza con expresión socarrona y desdeñosa, como si la mera idea pudiera hacerlo reír durante días. Como si pudiera hacer reír a sus amigos. Y a sus novias de verdad.

Isabella se quedó plantada en el bosque, incapaz de hacer otra cosa que no fuera mirarlo con cara espantada, incapaz de soltar una réplica ingeniosa por primera vez en la vida.

Las carcajadas de Edward acabaron con una risilla.

— Pero tienes potencial. Con un poco de práctica, lo mismo consigues besar bien y todo. Nos vemos, mocosa.

Y se marchó.

Bella escuchó unas risillas. Horrorizada, se volvió y vio a una de sus amigas escondida entre los arbustos. Todo el mundo se enteraría.

En ese preciso momento, a punto de convertirse en mujer, tomó su primera decisión adulta: jamás permitiría que Edward o que cualquier otro chico la humillaran de nuevo. El único amor que merecía la pena era el de su familia y amigas. Los chicos no eran de fiar, y ella era lo bastante lista como para no necesitar más lecciones.

Se dio media vuelta y salió corriendo del bosque, olvidado ya el juego del escondite, mientras se preguntaba qué era el dolor que le invadía el pecho.

Por supuesto, todavía era demasiado joven para saber la respuesta.

La comprendió años más tarde.

Le habían roto el corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2: Capitulo 1

 
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