Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61042
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 5:

Hola chicas!! Si ya sé. . . parece que se me está haciendo una costumbre no actualizar :P, pero les prometo que la próxima semana tendrán un capítulo diario.

De mientras les dejo los tres capítulos que les debo, y el capítulo de mañana de una vez   ^_^

 

Nos leemos hasta el último capítulo. ^^

 

 

 

 

Bella se removió en el asiento, mientras se prolongaba el silencio reinante en el BMW negro. Su futuro marido parecía igual de incómodo, pero decidió concentrar su energía en su reproductor de MP3. Intentó no hacer una mueca cuando él eligió a Mozart. A Edward le gustaba la música sin letra. Casi se estremeció al pensar en compartir casa con él.

 

¡Durante todo un año!

 

— ¿No tienes nada de Black Eyed Peas?

 

Él pareció desconcertado por la pregunta.

 

— ¿Cómo dices?

 

Contuvo un gemido.

 

— Me conformaría con cualquiera de los clásicos: Sinatra, Bennett, Martin. . .

 

Edward guardó silencio.

 

— ¿Los Eagles? ¿Los Beatles? Por favor, dime que te suena alguno de los nombres.

 

Vio que él tensaba los hombros.

 

— Sé quiénes son. ¿Prefieres Beethoven?

 

— Déjalo.

 

Se sumieron de nuevo en el silencio, roto únicamente por la música de piano de fondo. Bella sabía que los dos se iban poniendo más nerviosos a medida que se reducían los kilómetros que los separaban de casa de sus padres. Interpretar a una pareja enamorada no sería fácil cuando eran incapaces de mantener una conversación de dos minutos. Decidió intentarlo de nuevo.

 

— Rose me ha dicho que tienes un pez.

 

Ese comentario le valió una mirada gélida.

 

— Sí.

 

— ¿Cómo se llama?

 

— Pez.

 

Parpadeó al escucharlo.

 

— ¿Ni siquiera le has puesto nombre?

 

— ¿He cometido un delito?

 

— ¿No sabes que los animales tienen sentimientos al igual que las personas?

 

— No me gustan los animales —adujo él.

 

— ¿Por qué? ¿Te dan miedo?

 

— Claro que no.

 

— Te asustaste de la serpiente que encontramos en el bosque. ¿Recuerdas que no querías acercarte y pusiste excusas para irte?

 

Tuvo la sensación de que la temperatura descendía unos cuantos grados dentro del coche.

 

— No me asusté, es que pasaba del bicho. Ya te he dicho que no me gustan los animales.

 

Resopló, pero después se mantuvo en silencio. Tachó otra cualidad de su lista. La Madre Tierra no daba una. Bella decidió no contarle a su futuro marido lo del refugio de animales. Cuando estaban sobrepasados, siempre se llevaba algunos perros a casa hasta que hubiera plazas libres. El instinto le decía que Edward pondría el grito en el cielo. Si acaso conseguía reunir la emoción necesaria para perder el control.

 

La posibilidad la intrigaba.

 

— ¿De qué te ríes? —le preguntó él.

 

— De nada. ¿Recuerdas todo lo que hemos hablado?

 

Edward soltó un suspiro hastiado.

 

— Sí. Hemos repasado a todos los miembros de tu familia en profundidad. Me sé los nombres y sus vidas por encima. Por el amor de Dios, Bella, que jugaba en tu casa cuando éramos pequeños.

 

Gruñó al escucharlo.

 

— Tú solo venías a buscar las galletas de chocolate de mi madre. Y te encantaba torturarnos a tu hermana y a mí. Además, eso fue hace muchos años. No te has relacionado con ellos durante la última década. —Intentó disimular la amargura con todas sus fuerzas, pero la facilidad con la que Edward se había desentendido de su pasado sin mirar atrás seguía escociéndole—. Por cierto, no hablas de tus padres. ¿Has hablado con tu padre últimamente?

 

Se preguntó si sería posible acabar con hipotermia por el frío que Edward desprendía.

 

— No.

 

Esperó a que añadiera algo más, pero no lo hizo.

 

— ¿Qué me dices de tu madre? ¿Se ha vuelto a casar?

 

— No. No quiero hablar de mis padres. No tiene sentido hacerlo.

 

— Maravilloso. ¿Y qué vamos a decirle a mi familia sobre ellos? Porque van a  preguntar.

 

Cuando Edward habló, sus palabras fueron cortantes.

 

— Diles que mi padre está en México y que mi madre anda en alguna parte con su nuevo novio. Diles lo que te dé la gana. De todas formas no van a asistir a la boda.

 

Bella abrió la boca para protestar, pero la mirada que le lanzó Edward le dejó muy claro que el tema estaba zanjado. Genial. Le encantaba su don de gentes. Indicó la señal de tráfico a la que estaban llegando.

 

— Esa es la salida para la casa de mis padres.

 

Edward aparcó en el camino de entrada circular y apagó el motor. Los dos contemplaron la casa blanca de estilo victoriano. La estructura irradiaba calidez desde cada una de las columnas clásicas del elegante porche que rodeaba toda la casa. Los sauces llorones flanqueaban el jardín casi con gesto protector. Unos enormes ventanales con contraventanas negras salpicaban la fachada. La oscuridad ocultaba las señales del descuido ocasionado por las dificultades económicas. Escondía la pintura descascarillada de las columnas, los escalones desvencijados del patio y el tejado maltrecho. Bella suspiró cuando el ambiente de su hogar la envolvió como una cálida manta.

 

— ¿Estás lista? —le preguntó Edward.

 

Lo miró. Su expresión era impasible y su mirada, distante. Tenía un aspecto relajado y elegante con los Dockers color caqui, la camiseta blanca de Calvin Klein y los náuticos de piel. Su pelo aclarado por el sol estaba muy bien peinado, salvo por el mechón rebelde que caía sobre su frente. La camiseta se ceñía a su torso de maravilla.

Demasiado bien para su gusto. Era evidente que hacía pesas. Se preguntó si tendría una buena tableta de chocolate, pero la idea le provocó una extraña sensación en el estómago, así que decidió olvidarse del tema y concentrarse en el problema que se les avecinaba.

 

— Ni que acabaras de pisar una mierda de perro.

 

La expresión impasible de Edward desapareció y esbozó una sonrisilla torcida.

 

— Esto. . . Rose me ha dicho que escribías poesía.

 

— Se supone que estamos locamente enamorados. Si sospechan lo contrario, no podré casarme contigo y mi madre convertirá mi vida en un infierno. Así que métete en el papel. Y que no te dé miedo tocarme. Te prometo que no tengo sarna ni nada del estilo.

 

— No me da miedo. . .

 

Edward siseó cuando ella extendió el brazo y le apartó el mechón rebelde de la frente. El tacto sedoso de su pelo en los dedos la complació. La expresión desconcertada de su cara hizo que cediera a la tentación de continuar la caricia y pasarle el dorso de los dedos muy despacio por la mejilla. Su piel era suave y áspera a la vez.

 

— ¿Lo ves? No pasa nada.

 

Esos labios carnosos hicieron un mohín que ella supuso que era de irritación. Saltaba a la vista que Edward Cullen no la consideraba una adulta, sino una especie de ser humano asexuado. Como una ameba.

 

Bella abrió la puerta y le impidió replicar al decir:

 

— Que empiece el espectáculo.

 

Edward masculló algo y la siguió.

 

No tuvieron ni que molestarse en llamar al timbre. Los miembros de su familia salieron uno a uno, hasta que el porche delantero estuvo atestado con sus chillonas hermanas y con varios hombres que no les quitaban los ojos de encima. Bella había llamado para decirles que se había comprometido. Se había inventado que llevaba un tiempo saliendo con Edward en secreto, que lo suyo había sido un romance fulminante y que se habían comprometido de forma impulsiva. Hizo hincapié en el pasado que compartían para que sus padres creyeran que habían mantenido el contacto a lo largo de los años y que seguían siendo amigos.

 

Edward intentó quedarse rezagado, pero sus hermanas se negaron a darle el gusto. Angela y Maggie se lanzaron a sus brazos para darle un achuchón sin dejar de hablar.

 

— ¡Enhorabuena!

 

— ¡Bienvenido a la familia!

 

— Angie, te dije que sería guapísimo. ¿A que es increíble? ¡Amigos de la infancia que ahora serán marido y mujer!

 

— ¿Tenéis ya fecha para la boda?

 

— ¿Puedo ir a la despedida de soltera?

 

Edward parecía estar a punto de saltar por la barandilla del porche para salir corriendo.

 

Bella se echó a reír. Interrumpió a sus hermanas gemelas con un abrazo.

 

— Dejad de aterrorizarlo, chicas. Por fin tengo un prometido. No me lo vayáis a estropear.

 

Sus hermanas se echaron a reír. Eran dos chicas idénticas de dieciséis años con el pelo del color del chocolate, los ojos azules y unas piernas larguísimas. Una llevaba ortodoncia, la otra no. Bella estaba convencidísima de que sus profesores agradecían mucho ese detalle. Sus hermanas eran muy traviesas y les encantaba gastar bromas, haciéndose pasar la una por la otra.

 

Un grito exigente se hizo con su atención. Levantó al angelito rubio que tenía a los pies y cubrió de besos a su sobrina de tres años.

 

—Taylor Bicho Malo, te presento a Edward Cullen. Tío Edward para ti.

 

Taylor lo miró con la cuidadosa atención de la que solo eran capaces los niños pequeños. Edward esperó su opinión con paciencia. Después, su carita esbozó una sonrisa deslumbrante.

 

— ¡Hola, Edward!

 

Él le devolvió la sonrisa.

 

— Hola, Taylor.

 

— Aprobación recibida —dijo Bella. Le hizo un gesto a Edward para que se acercara—. Deja que siga con las presentaciones. Mis hermanas gemelas, Angela y Maggie, ya creciditas y sin pañales. — Pasó de sus gemidos de protesta y sonrió—. Mi cuñada, Tanya. Y ya conoces a mi hermano Derek y a mis padres. Chicos, os presento a Edward Cullen, mi prometido.

 

Ni siquiera se trabó con la palabra.

 

Su madre, Renée, tomó la cara de Edward entre las manos y le dio un fuerte beso.

 

— Edward, mírate qué grande estás. —Abrió los brazos en señal de bienvenida—. Y qué guapo.

 

Bella se preguntó si lo que veía en las mejillas de Edward era rubor, pero después desechó la idea.

 

Edward carraspeó.

 

— Esto. . . gracias, señora Swan. Hace siglos que no nos vemos.

 

Derek le dio un puñetazo amistoso en el hombro.

 

—Edward, tío, sí que hace siglos que no te veo. Y ahora me entero de que vas a formar parte de la familia. Enhorabuena.

 

— Gracias.

 

Su padre se adelantó y le tendió la mano.

 

— Llámame Charlie —le dijo—. Recuerdo que te pasabas la vida atormentando a mi pequeñina. Creo que su primer taco oficial lo pronunció pensando en ti.

 

— Pues creo que sigo teniendo el mismo efecto —replicó Edward con sorna.

 

El padre soltó una carcajada. Tanya se apartó de Derek para darle un fuerte abrazo.

 

— Ahora a lo mejor cuento con alguien para igualar las fuerzas —dijo ella. Sus ojos verdes brillaban—. Siempre acabo perdiendo en las reuniones familiares.

 

Bella soltó una carcajada.

 

— Es un hombre, Tanya. Créeme, se pondrá de parte de Derek siempre.

 

Derek volvió a abrazar a su mujer, rodeándole la cintura con los brazos.

 

— Las cosas empiezan a cambiar. Por fin contaré con otro hombre en la casa para enfrentarme al síndrome premenstrual.

 

Bella le dio un puñetazo en el brazo. Y Tanya le golpeó el otro.

 

Renée chasqueó la lengua.

 

— Derek, los caballeros no hablan así cuando hay damas presentes.

 

— ¿Qué damas?

 

Renée le dio un azote en el trasero.

 

— Todos adentro. Brindaremos con champán, comeremos y después nos tomaremos un buen café.

 

— ¿Puedo beber champán?

 

— ¿Y yo?

 

Renée negó con la cabeza mientras miraba a las dos chicas, que se habían postrado de rodillas a sus pies con actitud suplicante.

 

— Vais a beber zumo de manzana con gas. He comprado una botella para la ocasión.

 

— ¡Yo también, yo también!

 

Bella miró a la pequeña que tenía en brazos con una sonrisa.

 

— De acuerdo, Tay. Tú también beberás zumo de manzana.

 

Dejó a su sobrina en el suelo y la vio correr hacia la cocina, afectada por la emoción reinante. La cálida aceptación de su familia la envolvió como una capa acogedora y se impuso a los nervios que tenía en el estómago.

 

¿Sería capaz de llevarlo a cabo? Lanzar un hechizo de amor para atrapar a un desconocido muy rico que sacara a su familia de los apuros era una cosa. Pasar un año entero con un Edward Cullen de carne y hueso era harina de otro costal. Si sus padres se olían que había tramado un matrimonio de conveniencia para salvar la casa familiar, nunca se lo perdonarían. Ni se perdonarían ellos. Pese a las constantes facturas del tratamiento médico para la enfermedad cardiovascular de su padre, el orgullo familiar los instaba a rechazar cualquier ayuda económica de los demás. Saber que su hija había sacrificado su integridad para salvarlos les partiría el corazón.

 

Edward la observaba con una expresión rara, como si intentara desentrañar algún misterio. El deseo de tocarlo le quemaba los dedos.

 

— ¿Estás bien? —le preguntó.

 

— Sí, entremos —contestó él.

 

Lo observó entrar en la casa mientras ella intentaba que sus secas palabras no le dolieran. Ya le había dicho que no le gustaban las grandes familias. No debería ser tan infantil como para tomarse su reacción tan a pecho.

 

Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, levantó la barbilla y lo siguió. Las horas pasaron con una contundente lasaña italiana, pan de ajo con queso y hierbas aromáticas recién horneado, y una botella de chianti. Cuando por fin se fueron al salón  para tomar café y sambuca, sentía un alegre cosquilleo en el cuerpo, avivado por la buena comida y la conversación. Miró a Edward mientras este se sentaba a su lado en el ajado sofá beige a una distancia prudencial.

 

Tenía una expresión desdichada.

 

Edward escuchó con educación, se rió en los momentos adecuados y representó el papel del perfecto caballero. Con la salvedad de que no la miraba a la cara, se alejaba cada vez que ella intentaba tocarlo y no se estaba comportando como el prometido coladito por ella que se suponía que era.

 

Charlie Swan se bebió el café con ademanes relajados.

 

— Bueno, Edward, cuéntame cosas de tu trabajo.

 

— Papá. . .

 

— No, no pasa nada. —Edward se volvió hacia su padre—. Dreamscape es un estudio de arquitectura que diseña edificios en el valle del Hudson. Diseñamos el restaurante japonés que hay en la cima de la montaña de Suffern.

 

La cara de su padre se iluminó.

 

— Un lugar maravilloso para comer. A Renée siempre le han gustado los jardines. —Hizo una pausa —. Bueno, ¿qué te parecen los cuadros de Bella?

 

Ella reprimió una mueca. Por Dios, qué mala pata. Sus cuadros eran un pobre intento de expresión artística y casi todo el mundo coincidía en que eran pésimos. Pintaba más como terapia que para impresionar a los demás. Le dieron ganas de estampar la cabeza contra la pared por no haberle permitido recogerla en su apartamento en vez de en la librería. Charlie, que asesoraba a personas adictas al alcohol, era capaz de detectar una debilidad cual ave carroñera bien entrenada, y en ese momento ya olía la sangre.

 

Edward esbozó una sonrisa forzada.

 

— Son estupendos. Siempre le he dicho que debería exponerlos en una galería de arte.

 

Charlie se cruzó de brazos.

 

— Así que te gustan, ¿no? ¿Cuál te gusta más?

 

— Papá. . .

 

— El del paisaje. Consigue que te metas de lleno en la escena.

 

El pánico la atenazó pese al hormigueo del alcohol cuando su padre captó la tensión entre ellos y acechó a Edward como un depredador. Aunque Edward lo había intentado, reconoció que estaba abocado al fracaso antes siquiera de comenzar. El resto de la familia ya se conocía el juego, así que observó la pelota empezar a rodar.

 

— No pinta paisajes.

 

Las palabras reverberaron en la estancia como un tiro.

 

Edward no perdió la sonrisa en ningún momento.

 

— Está empezando con ellos. Cariño, ¿no se lo habías contado?

 

Bella intentó contener el pánico.

 

— No, lo siento, papá, se me había olvidado ponerte al día. Ahora pinto paisajes.

 

— Detestas los paisajes.

 

— Ya no —consiguió decir con voz cantarina—. Desde que salgo con un arquitecto he comenzado a apreciarlos.

 

Su comentario solo sirvió para arrancarle un resoplido a su padre, que siguió hablando.

 

— Dime, Edward, ¿te gusta el béisbol o el fútbol?

 

— Los dos.

 

—Los Giants han tenido una temporada genial, ¿no crees? Espero que Nueva York se lleve otra Super Bowl. Oye, ¿has leído el último poema de Bella?

 

— ¿Cuál de ellos?

 

— El de la tormenta.

 

— Ah, sí, me ha parecido maravilloso.

 

— No ha escrito un poema sobre una tormenta. Escribe sobre experiencias vitales  relacionadas con el amor o con la pérdida. Nunca ha escrito un poema relacionado con la naturaleza, de la misma manera que nunca ha pintado un paisaje.

 

Bella apuró el vaso de sambuca, pasó del café y rezó para que el licor la ayudara a pasar la velada.

 

— Esto. . . Papá, acabo de escribir uno acerca de una tormenta.

 

— ¿De verdad? ¿Por qué no nos lo recitas? Tu madre y yo no hemos escuchado tus poemas más recientes.

 

Bella tragó saliva.

 

— En fin, es que sigo componiéndolo. Lo compartiré con vosotros en cuanto quede perfecto.

 

— Pero has dejado que Edward lo lea.

 

Se le revolvió el estómago y rezó pidiendo ayuda para encontrar la salida. Se le humedecieron las manos.

 

— Sí. En fin, Edward, creo que deberíamos irnos. Es tarde y tengo que encargarme de muchos detalles de la boda.

 

Charlie apoyó los codos en las rodillas. Dejó de acechar y se lanzó a la yugular. El resto de la familia observó la inminente tragedia. La expresión compungida de su hermano le indicó que no creía que fuera a celebrarse boda alguna. Lo vio rodear la cintura de su mujer con los brazos, como si reviviera la pesadilla de cuando anunció que Tanya estaba embarazada e iban a casarse. Taylor jugaba con sus Lego, ajena a la crisis.

 

— Quería preguntaros por la boda —continuó Charlie—. Vais a organizarlo todo en una semana. ¿Por qué no os tomáis un tiempo para que todos conozcamos a Edward y podamos darle la bienvenida a la familia? ¿A qué vienen las prisas?

 

Edward intentó salvarlos a ambos.

 

— Lo entiendo, Charlie, pero Bella y yo lo hemos hablado y no queremos una gran ceremonia. Hemos decidido que queremos estar juntos y que deseamos empezar nuestra vida en común de inmediato.

 

— Es romántico, papá —comentó Angie.

 

Bella le dio las gracias a su hermana con la mirada, pero de repente otra persona se puso en su contra.

 

— Yo opino lo mismo. —Renée tenía un paño en las manos y estaba en la puerta de la cocina—. Disfrutemos de la boda. Nos encantaría celebrar una gran fiesta de compromiso para que Edward pueda conocer al resto de la familia. Es imposible que todos puedan venir el sábado. Tus primos se la perderán.

 

Charlie se puso en pie.

 

— Pues asunto arreglado. Pospondréis la boda.

 

Renée asintió con la cabeza.

 

— Una idea excelente.

 

Bella cogió a Edward de la mano.

 

— Cariño, ¿te importa que hablemos un momento en una de las habitaciones?

 

— Lo que tú digas, cielo.

 

Lo arrastró por el pasillo y lo obligó a entrar en un dormitorio. La puerta se cerró a medias.

 

— Lo has arruinado todo —le soltó con un susurro furioso—. Te dije que fingieras, pero se te da fatal. ¡Y ahora mis padres saben que no estamos enamorados!

 

— ¿Que a mí se me da fatal? Tú te comportas como si todo esto fuera una ridícula obra que has montado para los vecinos. Hablamos de la vida real y lo hago lo mejor que puedo.

 

— Mis obras no eran estúpidas. Conseguimos mucho dinero con las entradas. Annie nos salió genial.

 

Edward resopló al escucharla.

 

— No sabes cantar, pero te quedaste con el papel de Annie.

 

— Sigues cabreado porque no te dejé interpretar a Papá Warbucks.

 

Edward se tocó el pelo y emitió un gemido ronco.

 

— ¿Cómo narices consigues enredarme en estas conversaciones tan ridículas?

 

— Será mejor que se te ocurra algo deprisa. Por Dios, ¿es que no sabes cómo tratar a una novia? Te has comportado como si fuera una desconocida con quien debes ser educado. ¡Con razón sospecha mi padre!

 

— Eres adulta, Bella, y él sigue interrogando a tus novios. No nos hace falta su permiso. Nos casamos el sábado, y si a tus padres no les gusta, peor para ellos.

 

— ¡Quiero que mi padre me lleve al altar!

 

— ¡Ni siquiera es una boda de verdad!

 

— ¡Pues ahora mismo es lo mejor a lo que puedo aspirar!

 

El dolor se filtró en su voz durante un instante, golpeada por la realidad de su situación.

 

El suyo jamás sería un matrimonio de verdad y algo quedaría destrozado para siempre en cuanto Edward le colocara la alianza en el dedo. Siempre había soñado con un amor para toda la vida, con una casita con jardín y un montón de niños. Sin embargo, iba a acabar con un montón de dinero y un marido que la toleraba por educación. No iba a permitir que su incapacidad de fingir un poco de emoción delante de sus padres echara por tierra su sacrificio. Se puso de puntillas y se aferró a las mangas de su camiseta. Le clavó las uñas en la tela y en la piel.

 

— Ya puedes arreglar el entuerto —masculló.

 

— ¿Qué quieres que haga?

 

Bella parpadeó. Le temblaron los labios al pronunciar las palabras con sequedad.

 

— ¡Haz algo, joder! Demuéstrale a mi padre que será un matrimonio de verdad o. . ,

 

— ¿Bella?

 

Su nombre se coló por la puerta abierta desde el pasillo. Su madre la llamaba preocupada por saber si estaban bien.

 

— Viene tu madre —dijo él.

 

— Lo sé. . . seguro que nos ha escuchado discutir. ¡Haz algo!

 

— ¿El qué?

 

— ¡Lo que sea!

 

— ¡Vale!

 

Edward le rodeó la cintura con los brazos y la pegó por completo a él antes de inclinar la cabeza. Sus labios cubrieron los de Bella mientras la estrechaba con fuerza contra su cuerpo, de modo que acabaron unidos desde las caderas hasta el pecho.

Se quedó sin aire en los pulmones y se tambaleó cuando le fallaron las rodillas. Había esperado un beso preciso y controlado para tranquilizar a su madre y demostrarle que eran amantes. Sin embargo, estaba experimentando una descarga de testosterona y energía sexual incontenida. Los labios que la besaban eran ardientes y se apoderaban de los suyos mientras los mordisqueaba y le introducía la lengua en la boca. Después comenzó a acariciarla con un ritmo sensual que la obligó a arquear la espalda y a dejarse conquistar. Se aferró a él y le devolvió el beso. Ansiosa por sus caricias, se embriagó con su olor almizcleño y con su sabor; se deleitó con la dureza de su cuerpo mientras la pasión los consumía y los lanzaba por un precipicio.

 

Soltó un gemido ronco. Edward le enterró los dedos en el pelo para sujetarle la cabeza con firmeza mientras continuaba con el sensual asalto. Bella sintió que se le endurecían los pezones y que el deseo la asaltaba entre los muslos.

 

— Bella, car. . . ¡Ah!

 

Edward se apartó de sus labios. Aturdida, Bella observó su cara en busca de algún indicio de emoción, pero él estaba mirando a su madre.

 

— Lo siento, Renée —dijo con una sonrisa muy ufana y masculina.

 

Renée soltó una carcajada antes de mirar a su hija, que seguía entre sus brazos.

 

— Siento interrumpiros. Volved al salón cuando hayáis terminado.

 

Bella escuchó sus pasos al alejarse. Despacio, Edward bajó la vista.

 

Su expresión le causó un escalofrío. Había esperado ver sus ojos nublados por la pasión. Sin embargo, esos ojos azules tenían una mirada clara. Su cara parecía relajada. De no ser por la erección que sentía, creería que el beso no lo había afectado en absoluto. Fue catapultada a otro momento, a otro lugar, en mitad del bosque, cuando expresó sus pensamientos sin tapujos y él destrozó su confianza. La primera caricia de sus labios, su juvenil colonia en la nariz, el dulce apretón de sus dedos en los hombros mientras la sujetaba.

 

El miedo le provocó un escalofrío en la espalda. Si se reía otra vez de ella, frenaría en seco la boda. Si se reía. . .

 

Edward la soltó y retrocedió. Se hizo un pesado silencio, como el de una ola gigantesca que ganaba velocidad justo antes de romper.

 

— Creo que hemos resuelto el problema —dijo Edward.

 

Bella no replicó.

 

— ¿No es lo que querías? —insistió él.

 

Levantó la barbilla y ocultó como pudo las inconvenientes emociones que se retorcían en sus entrañas como serpientes.

 

— Supongo que sí.

 

Edward se quedó quieto un momento antes de extender una mano hacia ella.

 

— Será mejor que presentemos un frente común.

 

La cogió de la mano sin apretar demasiado, con una delicadeza que le llenó los ojos de lágrimas.

 

Las contuvo y decidió que padecía un síndrome premenstrual bestial. No había otra explicación posible para que un beso de Edward Cullen le provocara tanto placer y tanto dolor a la vez.

 

— ¿Estás bien? —le preguntó Edward.

 

Bella apretó los dientes y después esbozó una sonrisa tan deslumbrante que podría pasar por una modelo en el anuncio de un dentífrico.

 

— Pues claro. Ha sido una idea genial.

 

— Gracias.

 

— Pero cuando salgamos, no te pongas tan tieso como un palo. Finge que soy Kate.

 

— Jamás podría confundirte con Kate.

 

La pulla la hirió en lo más hondo, pero se negó a mostrar la menor debilidad.

 

— Seguro que sí. Pero que sepas que tú tampoco eres mi ideal de hombre, niño bonito.

 

— No me refería a que. . .

 

— Déjalo. —Lo condujo de vuelta al salón—. Siento la interrupción, familia. Creo que será mejor que nos vayamos. Se hace tarde.

 

Todos se pusieron en pie de un salto para despedirse. Renée le dio un beso en la mejilla y le guiñó un ojo para expresar su aprobación.

 

— Admito que no me gustan las prisas —le susurró su madre—, pero eres adulta. No le hagas caso a tu padre y sigue los dictados de tu corazón.

 

Bella sintió un nudo en la garganta.

 

— Gracias, mamá. Tenemos muchas cosas que hacer durante esta semana.

 

— No te preocupes, cariño.

 

Estaban casi en la puerta cuando Charlie hizo un intento de última hora.

 

— Isabella, lo menos que podrías hacer es posponer la boda unas cuantas semanas por la familia. Edward, seguro que estás de acuerdo. . .

 

Edward le colocó una mano a Charlie en el hombro. La otra aferró con fuerza la de su prometida.

 

— Entiendo por qué quieres que esperemos, Charlie. Pero, verás, estoy locamente enamorado de tu hija y vamos a casarnos el sábado. Nos haría mucha ilusión contar con tu aprobación.

 

Todos se quedaron callados. Incluso Taylor dejó de parlotear para observar la escena que se desarrollaba ante ella. Bella esperó la explosión.

 

Charlie asintió con la cabeza.

 

— Vale. ¿Podemos hablar en privado un momento?

 

— Papá. . .

 

— Solo un momento.

 

Edward siguió a su padre a la cocina.

 

Bella reprimió la preocupación mientras conversaba con Angie y con Maggie sobre los vestidos de las damas de honor. Atisbó la expresión seria de Edward mientras este escuchaba lo que su padre tenía que decir. Al cabo de unos minutos los vio darse un apretón de manos. Cuando regresó, su padre le dio un beso de despedida un tanto avergonzado.

 

Tras despedirse de todos, volvieron al coche.

 

— ¿Qué quería mi padre?

 

Edward salió del camino de entrada y se concentró en la carretera que tenía delante.

 

— Le preocupaba pagar los gastos de la boda.

 

El sentimiento de culpa se apoderó de ella, ahogándola. Se le habían olvidado por completo los gastos de la boda. Por supuesto, su padre había supuesto que él correría con ellos, aunque los tiempos habían cambiado. El sudor le humedeció la frente.

 

— ¿Qué le has dicho?

 

Edward la miró.

 

— Que me niego a dejarlo pagar y que si hiciéramos lo que él quiere y esperásemos un año, aceptaría su dinero. Pero dado que hemos decidido acelerar la boda, he insistido en pagarlo todo. Así que hemos hecho un trato. Él paga su traje y el de tu hermano. Y yo pago los vestidos de las mujeres, incluido el tuyo, y los demás gastos de la boda.

 

Bella soltó el aire con fuerza y observó el rostro de Edward gracias a los faros de los coches que circulaban en dirección contraria. Su cara permanecía impasible, pero ese gesto la conmovió.

 

— Gracias —dijo en voz baja.

 

Él se estremeció como si sus palabras lo hubieran golpeado.

 

— No hay de qué. Jamás les haría daño a tus padres. Nadie suele tener el dinero necesario para pagar los costes de una boda en una semana. Y entiendo lo que es el orgullo familiar. No se me ocurriría arrebatárselo.

 

Bella tuvo que tragar saliva porque la emoción le provocó un nudo en la garganta. El resto del trayecto lo hicieron en silencio, mientras ella contemplaba la oscuridad. Su oferta sugería que entre ellos había una relación auténtica, e hizo que anhelara algo más. Debería haberle presentado a su familia a un amor de verdad, no a uno falso. Las mentiras de esa noche comenzaron a pasarle factura al comprender que había hecho un trato con el diablo por el vil metal. Por el dinero necesario para salvar a su familia. Pero seguía siendo dinero.

 

La voz ronca de Edward rompió el silencio y la sacó de sus deprimentes pensamientos.

 

— Pareces muy alterada por la mentirijilla de esta noche.

 

— Detesto mentirle a mi familia.

 

— Y ¿por qué lo haces?

 

Un silencio incómodo se hizo entre ellos.

 

Edward insistió.

 

— ¿Hasta qué punto quieres el dinero? No pareces muy contenta con la idea de casarte conmigo. Mientes a tu familia y preparas una boda falsa. ¿Solo para ampliar el negocio? Podrías conseguir un préstamo como la mayoría de los empresarios. No me termina de cuadrar.

 

Las palabras acudieron a su boca y estuvo a punto de contarle la verdad. A punto de contarle lo de la enfermedad que afectó a su padre poco después de regresar al seno familiar. Lo de la falta de seguro médico para pagar las astronómicas facturas. Lo de la lucha de su hermano por continuar estudiando Medicina al tiempo que mantenía una familia. Lo de las interminables llamadas de los acreedores que llevaron a su madre a poner la casa en venta, pese a la enorme hipoteca que pesaba sobre ella.

 

Estuvo a punto de hablarle de la pesada carga de la responsabilidad y de la impotencia que arrastraba desde entonces.

 

— Necesito el dinero —contestó sin más.

 

— ¿Lo necesitas? ¿O lo quieres?

 

Cerró los ojos al escuchar el deje desdeñoso de la pregunta. Edward quería creer que era egoísta y superficial. En ese momento, se dio cuenta de que necesitaba todas las defensas posibles contra ese hombre. Su beso había destrozado cualquier ilusión de neutralidad entre ellos. Sus labios la habían afectado hasta lo más hondo de su alma, como aquella primera vez en el bosque. Edward Cullen había derribado sus defensas, dejándola vulnerable. Tras una semana conviviendo en la misma casa ya se estaría acostando con él.

 

No le quedaba otra alternativa.

 

Necesitaba avivar su desprecio por ella. Si la creía un ser inmoral, la dejaría tranquila y ella podría marcharse con el orgullo intacto y con su familia a salvo. Se negaba a aceptar su lástima o su caridad. Si le contaba la verdad sobre su familia, sus demás defensas cederían. Incluso podría darle el dinero sin nada a cambio, y estaría siempre en deuda con él.

 

La idea de acabar convertida en la mártir de la película para salvar Tara la llenó de vergüenza.

 

No, mejor que la creyera una empresaria desalmada, tal como quería. Al menos, así se lo echaría en cara y se mantendría alejado de ella. Le bastaba con estar cerca de ese hombre para ponerse a cien. Y antes muerta que quedarse por debajo de Kate.

 

El trato que había hecho con el diablo seguiría sus propias reglas.

 

Bella recurrió a toda su fuerza de voluntad y se lanzó a su segunda sarta de mentiras de esa noche.

 

— ¿Realmente quieres saber la verdad?

 

— Sí, quiero saberla.

 

— Tú creciste con dinero, niño bonito. El dinero elimina toda la infelicidad y las tensiones. Yo estoy harta de tener que luchar como mi madre. No quiero esperar otros cinco años para ampliar la librería. No quiero tener que lidiar con intereses, con bancos y con ratios de ingresos y gastos. Voy a usar el dinero para añadir una cafetería a Locos por los Libros y convertirla en un éxito.

 

— ¿Y si no funciona? Volverás al punto de partida.

 

— El edificio tiene valor propio, así que siempre podría venderlo. Y voy a poner lo que sobre en un plan de inversiones sólido. Puedo comprar una casita directamente y tener algo seguro para cuando nuestro matrimonio se disuelva.

 

— ¿Por qué no pedir doscientos mil? ¿O más? ¿Por qué no intentar dejarme seco?

 

Bella se encogió de hombros antes de contestar.

 

— He calculado que necesito ciento cincuenta mil para conseguir todo lo que quiero. Si creyera que me darías más dinero, te lo habría pedido. Al fin y al cabo, salvo por tener que lidiar con mi familia, es un trato muy cómodo. Yo solo tengo que lidiar contigo.

 

— Supongo que eres más práctica de lo que creía.

 

Aunque el comentario debería haberla halagado, solo consiguió humillarla. Sin embargo, sabía que era la forma de establecer entre ellos la distancia que necesitaba con desesperación. Por supuesto, el precio era su reputación. Pero se recordó el objetivo y guardó silencio.

 

Edward aparcó delante de su bloque de apartamentos. Bella abrió la puerta del coche y cogió el bolso.

 

— Te invitaría a subir, pero ya pasaremos juntos tiempo de sobra durante el próximo año.

 

Él asintió con la cabeza.

 

— Buenas noches. Estaremos en contacto. Puedo mandarte a la empresa de mudanzas para llevar tus cosas a casa cuando estés lista. Haz lo que quieras con la boda y comunícame cuándo y dónde, que allí estaré.

 

— Vale. Nos vemos.

 

— Nos vemos.

 

Bella entró en el apartamento, cerró la puerta y deslizó la espalda por el marco de madera hasta caer al suelo.

 

Acto seguido, se echó a llorar.

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