Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61033
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 26:

Dos semanas.

Edward tenía la vista clavada en la ventana de la cocina. Viejo Gruñón estaba tumbado a sus pies. Junto a su brazo había una taza de café humeante.

Deambulaba durante todo el día como un fantasma. El trabajo lo mantenía ocupado, de modo que se concentraba en cuerpo y alma en sus diseños, pero se pasaba las noches dando vueltas en la cama. Pensando en Bella y en su bebé.

Sonó el timbre.  

Meneó la cabeza y se dirigió a la puerta. Al otro lado se encontraban Charlie y Renée Swan.

Al verlos sintió una punzada dolorosa, pero reprimió la emoción y abrió la puerta.

— Charlie, Renée, ¿qué hacéis aquí?

Supuso que habían ido por un solo motivo: destruirlo por completo. Se preparó para las lágrimas de Renée, para escucharla suplicar por su hijo aún no nacido. Esperaba que Charlie le diera un puñetazo por hacerle daño a su hija.

Se enderezó y se preparó para aceptarlo todo. Le sorprendía que hubieran esperado tanto tiempo. Joder, tal vez el sermón de sus padres lo ayudara. Necesitaba sentir algo, hasta el punto de que tal vez recibiría el dolor con los brazos abiertos. A su debido tiempo tendría que ponerse en contacto con ella para saber qué iban hacer con el resto del contrato y para intentar salvaguardar su imagen. Se preguntó qué les habría contado a sus padres sobre él.

— ¿Podemos pasar? —preguntó Renée.

— Por supuesto.

Los condujo a la cocina. Viejo Gruñón se escondió detrás de la cortina, ya que no se adaptaba bien a los desconocidos. Edward le dio una palmadita en la cabeza antes de coger dos tazas.

— Puedo ofreceros café o té.

— Café, por favor —dijo Charlie.

Renée declinó el ofrecimiento.

Edward se afanó preparando la leche y el azúcar mientras intentaba desentenderse del nudo que tenía en el estómago.

— Supongo que habéis venido para hablar de Bella —dijo.

Charlie y Renée intercambiaron una mirada que no supo interpretar.

— Sí. Nos ha estado evitando, Edward. Pasa algo malo. No se pone al teléfono. Hemos ido a la librería para asegurarnos de que todo va bien, pero puso excusas y nos echó.

Charlie asintió con la cabeza.

— Tampoco ha hablado con su hermano, ni con Angie o con Maggie. Hemos decidido venir en persona para hablar con ella. Por favor, Edward, dinos la verdad. ¿Tenéis problemas? ¿Dónde está?

De repente, Edward tuvo la impresión de encontrarse en un episodio de la Dimensión desconocida y comenzó a darle vueltas la cabeza. Miró a la pareja sentada a su mesa y se preguntó qué narices iba a decirles. Bella no les había hablado del embarazo. Ni de su ruptura. Era evidente que no sabía cómo enfrentarse a la situación.

Contuvo un gemido, lleno de dolor. Ni de coña iba a confesar lo que había pasado. No eran familia suya.

No eran responsabilidad suya.

— Esto. . . creo que ha organizado algo en Locos por los Libros. Velada poética.

Renée le cogió las manos. La mezcla de fuerza y ternura de esa caricia lo dejó al borde de las lágrimas. Vio que Renée lo miraba con preocupación.

— Basta de mentiras. Ahora formas parte de la familia. Cuéntanos la verdad.

Sus palabras abrieron la caja que guardaba en su interior. Familia. La madre de Bella todavía creía que formaba parte de la familia. Ojalá fuera verdad y su mujer no lo hubiera traicionado. Edward agachó la cabeza. Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera contenerlas.

— Nos hemos separado.

Renée siseó.

Se imaginó que Charlie lo fulminaba con odio y se rindió a lo inevitable. Había llegado el momento de que confesara sus pecados. Hasta el último. El cuidadoso plan se desmoronó ante sus ojos, y se dio cuenta de que tenía que dar el siguiente paso. Era hora de que la familia de Bella supiera la verdad.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Renée en voz baja.

Edward se apartó de sus manos y se puso en pie antes de echar a andar de un lado para otro, mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.

— Bella me dijo que estaba embarazada. —Cerró los ojos al ver la inmediata alegría que se reflejó en sus caras—. Pero le dije que no quería el niño. —Levantó la barbilla y se negó a darles la espalda. La conocida muralla de hielo lo envolvió para protegerlo—. Le dije desde el principio que no podía ser padre.

Renée lo miró como si lo entendiera por completo.

— Edward, ¿por qué le dijiste eso? Serás un padre maravilloso. Eres cariñoso y firme, y tienes mucho que ofrecer.

Meneó la cabeza.

— No, no es verdad. Te equivocas. —Estuvo a punto de hablarles de la traición de Bella, pero se mordió la lengua. Se negaba a romperles el corazón al confesar que había sido un matrimonio de conveniencia—. Hay otros motivos personales, Renée. Cosas de las que no puedo hablar. Cosas que tal vez no pueda perdonar.

— Te equivocas, Edward —dijo Charlie en voz baja—. Siempre hay sitio para el perdón. Si os queréis. Yo traicioné la confianza de mis hijos. La de mi mujer. Hui y les di la espalda a todos los que prometí proteger. Pero me perdonaron y hemos vuelto a ser una familia.

Renée asintió con la cabeza.

— El matrimonio es complicado. Las personas cometen errores. A veces hacemos cosas terribles. Pero los votos que hicisteis son para lo bueno y para lo malo.

Edward casi se ahogó con el nudo que sentía en la garganta.

— No sirvo para las relaciones largas. Soy como mi padre. Ya va por la cuarta mujer. Solo se preocupa por sí mismo. No soporto la idea de hacerle daño a un niño inocente. No hay nada peor que nacer sin que te quieran.

Se preparó para recibir su desdén y su estupefacción. En cambio, Renée se echó a reír y atravesó la estancia para abrazarlo con fuerza.

— Ay, Edward, ¿cómo puedes decir eso? ¿No te acuerdas de las veces que te colabas en mi casa para robar galletas y echarle un ojo a tu hermana? Eres un hombre cariñoso, completo, no te pareces en nada a tu padre. Lo veo cada vez que miras a mi hija y el amor que sientes por ella se refleja en tus ojos.

Charlie carraspeó.

— Eres un hombre hecho y derecho, Edward. Has cometido tus propios errores y has tomado tus propias decisiones. No culpes a los genes ni te escondas detrás de esas excusas. Eres mejor persona.

Renée le tomó la cara entre las manos. En sus ojos vio amor, ternura y comprensión.

— Un hombre como tu padre nunca nos habría hecho un regalo tan generoso. El dinero que Bella y tú nos disteis nos ha permitido ocuparnos de nuestros hijos y conservar nuestro hogar.

Edward frunció el ceño.

— ¿El dinero?

Renée meneó la cabeza.

— Sé que Bella dijo que la única condición era que no debíamos mencionarlo nunca, pero, cariño, tienes que saber que estamos muy agradecidos.

Edward le siguió la corriente mientras su instinto lo golpeaba con la pieza que faltaba del rompecabezas que era su mujer.

— Sí, claro, fue un placer. Y lo usasteis para. . .

Renée ladeó la cabeza.

— Para salvar nuestra casa, por supuesto. Ahora Charlie puede hacerse cargo de las facturas y del mantenimiento. Por fin tenemos una oportunidad de salir adelante. Y todo gracias a ti.

El rompecabezas yacía delante él en todo su esplendor. Completo. El dinero con el que se había burlado de ella no había sido para su librería. Bella había mentido para salvar la casa familiar. Ese era el motivo por el que se había casado con él.

Había intentado conseguir el préstamo para la cafetería, pero se lo habían denegado. Y en ese momento supo por qué no le había dicho la verdad. ¿Cómo iba a hacerlo? Nunca le había ofrecido un ambiente seguro en el que poder confesar. Se negaba a que les tuviera lástima a ella y a su familia, o a que lo usara en su contra. Bella se ocupaba de los suyos, porque si quería a alguien, luchaba por esa persona hasta la muerte. Era la mujer más apasionada, cariñosa, cabezota y leal que había conocido en la vida, y estaba locamente enamorado de ella.

La verdad reverberó en cada músculo de su cuerpo. No le había mentido sobre el bebé. No había intentado quedarse embarazada. Había sucedido por algún motivo, pero había sido lo bastante tonta como para confiar en él, contarle la verdad e intentar explicarse. De hecho, Bella confiaba tanto en él que creía que se alegraría por el embarazo.

Y la había traicionado al creer los comentarios envenenados de Kate y de su padre en vez de a la mujer que lo quería.

Tras la revelación, se preguntó si Bella podría perdonarlo.

Miró a Renée fijamente. Esa mujer no solo le había dado a su hija la fuerza para luchar por lo que creía, sino un corazón para amar de manera incondicional. Un corazón que esperaba que diera segundas oportunidades.

Pensó en su padre y en todas sus mujeres. Pensó en lo mucho que se había esforzado por evitar las emociones, a fin de no sufrir como sus padres lo habían hecho sufrir. Porque la relación de sus padres había dañado a todos aquellos que los rodeaban.

Un trueno resonó en la estancia y lo sacudió por completo.

Se dio cuenta de que si seguía por ese camino, se convertiría en un hombre similar a su padre. Apretó los puños. Al mantener las distancias en todas sus relaciones para evitar el sufrimiento, había creado un hombre que era un cascarón vacío. Y con sus actos le había hecho a su mujer más daño del que nadie se merecía. Era un cobarde desalmado que les hacía daño a los demás porque solo se preocupaba de sí mismo.

En el fondo el miedo seguía latiendo en su interior con la misma fuerza que había latido siempre. Pero, por primera vez en la vida, quería intentarlo. Quería darle a Bella todo lo que ella necesitaba. Quería ser padre, marido y amigo. Quería protegerla y cuidarla, y pasar el resto de sus días con ella. Tal vez si le entregaba todo lo que tenía dentro, todo lo que era, fuera suficiente para ella.

La última muralla que protegía su corazón se tambaleó. Se derrumbó. Y desapareció.

De alguna manera Isabella creía que sí era suficiente, porque lo quería.

Le temblaban las manos cuando tomó las de Renée.

— Tengo que hablar con ella.

Renée asintió con la cabeza.

— Arregla las cosas.

Se enderezó y miró a su suegro, que se encontraba en el otro extremo de la cocina.

— Sé que la he fastidiado. Ojalá me perdone. Voy a hacer todo lo posible para que me perdone.

Charlie sonrió.

— Claro que sí, hijo.

Edward miró al perro feo al que había llegado a querer.

— Se me ha ocurrido una idea.

 

 

 

 

Rose dejó una humeante taza de infusión delante de Bella y se llevó el capuchino que la había atormentado los últimos minutos.

— Nada de cafeína. El té tiene antioxidantes.

Bella soltó una carcajada hueca.

— Sí, mami. Pero no creo que vaya a pasarme nada malo por tomarme un café cuando estoy tan agotada.

— La cafeína impide el completo desarrollo del niño.

— Lo mismo que el estrés y no ganar el dinero necesario para permitirse tener un niño.

— Uf, sí, son las hormonas. Porque estás muy gruñona.

— ¡Rose!

Su amiga la miró con una sonrisa y le quitó la tapa al té.

— Es que me gusta cabrearte. Así me aseguro de que no te conviertes en una de esas trágicas heroínas sobre las que tanto te gusta leer.

— Vete a la mierda.

— Eso está mejor.

Bella la miró con verdadero afecto. Todo saldría bien. Después de pasar dos semanas lejos de Edward, cada día era una prueba de fuerza y de resistencia que se negaba a no superar. Le había ocultado la verdad a su familia, pero pensaba decírselo ese fin de semana. Rosalie la ayudaría. Y aunque no había conseguido el préstamo para la librería, Locos por los Libros comenzaba a dar beneficios de forma constante. Sobreviviría.

Bella se repetía el mantra cada hora de cada día que pasaba separada del hombre a quien amaba mientras su bebé seguía creciendo. Edward había tomado una decisión y ella tenía que aceptar la realidad.

— El conde me llevó a cenar la otra noche.

Distraída por el cotilleo, Bella sonrió y clavó la mirada en su amiga.

— ¿Y no me lo habías dicho?

Rose se encogió de hombros.

— Fue un fracaso. No dejó de hablar de ti. Está enamorado de ti, Bella.

Bella soltó una carcajada.

— Créeme, no hay química ni nunca la habrá. —Chasqueó la lengua, interesada en el tema de conversación—. Así que discutisteis, ¿no? Puede que por fin hayas encontrado la horma de tu zapato.

Rose resopló.

— Qué tontería.

Bella hizo un mohín.

— Puede que sea el único hombre capaz de manejarte, Rose.

— El embarazo te ha afectado el cerebro.

Por un instante, Bella atisbó cierto arrepentimiento en los ojos de Rose. Abrió la boca para decir algo, pero los poetas comenzaron a ocupar sus asientos. La música lenta que salía de los altavoces creaba el ambiente perfecto. Había muy pocas luces encendidas y ya anochecía en el exterior. La energía creativa llenó la estancia a medida que los poetas derramaban sus pensamientos y sus sueños a través del micrófono. Bella aferraba el bloc de notas contra el pecho mientras observaba la función y se permitió disfrutar de la reconfortante sucesión de imágenes. Cerró los ojos y dejó que el resto de sus sentidos tomara el control, que le diera forma y juzgara las imágenes que fluían por su cabeza como las pinturas se fundían en el lienzo.

Se produjo un breve silencio cuando un nuevo poeta subió al escenario.

Y escuchó la voz.

En un primer momento, su mente aceptó la voz masculina y ronca del hombre que leía delante del micro. Cuando su corazón se percató del vínculo, la abrumó un miedo innombrable y atroz. Se quedó sin respiración. Abrió los ojos despacio, obligándose a mirar al poeta que estaba en el escenario.

Su marido.

Al principio, creyó que la imaginación le estaba jugando una mala pasada. El  Edward Cullen que conocía jamás se subiría a un escenario. De hecho, delante de ella había un desconocido.

Iba vestido de los pies a la cabeza con ropa de los Mets. Llevaba una gorra azul y naranja del revés, y algunos mechones rubios se escapaban por debajo. Lucía el jersey de los Mets con unos vaqueros y unos mocasines. Tenía una cadena naranja en la mano, ya que Viejo Gruñón estaba sentado a su lado, con una serena dignidad que era más propia de un perro de pura raza que de un chucho. El perro tenía un pañuelo de los Mets al cuello. Una de sus orejas estaba caída, ya que se la había dañado en algún momento del pasado. No movía el rabo. Sin embargo, en sus ojos no veía la expresión atormentada que normalmente asociaba a su amigo canino. Entre las patas delanteras tenía un pizarrín en el que se leía VUELVE A CASA.

Parpadeó una vez, y luego otra, y después se dio cuenta de que la imagen era real.

Edward tenía un desgastado bloc de notas en las manos. Lo oyó carraspear. Bella contuvo el aliento cuando le llegó a través de los altavoces.

— No soy poeta. Pero mi mujer sí lo es. Ella me enseñó a buscar lo extraordinario en las cosas más sencillas. Me enseñó mucho sobre las emociones, sobre la verdad y sobre las segundas oportunidades. Hasta entonces no me había percatado de que una persona podía entregarlo todo sin quedarse con nada a cambio. Bella, tú has cambiado mi vida, pero tenía demasiado miedo para aceptarlo. No me creía lo bastante bueno. Pero ahora sé la verdad.

Desesperada, Bella cerró los ojos, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Rose le cogía la mano con fuerza. Su marido quería que volviera. Sin embargo, si escogía ese camino, sería como decía el famoso poema y tendría que dar un salto al vacío. A esas alturas conocía la oscuridad que moraba en el interior de Edward y sabía que si le daba la espalda, estaría a salvo. Que saldría adelante sola. No obstante, esa oscuridad le resultaba tentadora, porque ya no le era desconocida. En ese momento tenía que tomar una decisión. Y que Dios la ayudara, porque no sabía si tenía la fuerza necesaria para intentarlo de nuevo.

Abrió los ojos.

Escuchó murmullos y comentarios en voz baja. Clavó la vista en el hombre al que amaba y esperó a que siguiera hablando.

— Te quiero, Bella. Te quiero a ti y a nuestro bebé. Quiero a este ridículo perro, porque también he llegado a encariñarme con él. Además, he descubierto lo que no quiero. No quiero vivir sin ti. No quiero estar solo nunca más. Y no quiero creer que no me merezco tenerte. Te juro por Dios que me pasaré el resto de la vida compensándote por lo sucedido.

A Bella le tembló el labio inferior.

Rose le dio un apretón en la mano.

— ¿Sigues queriéndolo?

Casi se atragantó con la respuesta.

— No sé si puedo intentarlo de nuevo.

Rose tenía un brillo feroz en los ojos, que casi echaban chispas.

— Sí que puedes. Puedes hacerlo una vez, y otra y las que hagan falta. Si lo quieres lo suficiente.

Su marido se alejó del micrófono para acercarse a ella. El muro que había erigido con tanto cuidado comenzó a temblar.

— Siempre has sido tú. Tú has conseguido que vuelva a estar completo.

Y después Edward se arrodilló delante de ella y le colocó las manos en el vientre.

— Mi hijo —susurró él—. Me daba miedo no tener nada que ofrecer. Pero lo tengo. Y quiero entregártelo todo a ti.

El muro se sacudió con una fuerza demoledora hasta que quedó reducido a escombros.

Bella tomó su decisión.

Lo obligó a levantarse y se lanzó a sus brazos. Edward la abrazó con fuerza, pegándole los labios a la oreja y acariciándole la espalda con las manos mientras le prometía al oído que no volvería a hacerle daño jamás. Una salva de aplausos y vítores rompió el silencio.

Rosalie sonrió.

— Ya era hora de que recuperaras la sensatez, hermanito.

Edward estiró un brazo para incluir a su hermana en el abrazo. Su cara reflejaba una tranquilidad y una paz que Bella ya había atisbado antes, pero que nunca había visto brillar con tanta fuerza.

— Supongo que sabréis que voy a ser la madrina de este niño.

Bella soltó una carcajada.

— Que Dios nos pille confesados si es una niña. La ropita de primera puesta será de cuero y crecerá rodeada de fotos en ropa interior.

— Y si es un niño, le enseñaré cómo hacer feliz a una mujer.

Edward besó a su mujer en los labios.

— Ah, vas a tener uno de cada, Rose. Creo que voy a llevarme a mi mujer a casa y a practicar para un segundo.

Bella puso los ojos como platos.

— ¿Un segundo? Antes tengo que pasar por las náuseas matutinas, el aumento de peso y el parto.

— Pan comido. Yo estaré a tu lado todo el tiempo.

— Solo si te pones el jersey de los Mets.

Edward sonrió.

— La verdad es que he estado analizando tus argumentos sobre el tema. A lo mejor tienes razón. A lo mejor los Mets se merecen otro aficionado.

Bella miró hacia arriba.

— Gracias, Madre Tierra —susurró.

Bella decidió que debía mandarle el libro de hechizos a Rose. Algo le decía que la vida de su amiga estaba a punto de cambiar. Y que iba a necesitar toda la ayuda posible.

Como si supiera lo que estaba pensando, Edward la besó.

— Vamos a casa.

Bella le rodeó la cintura con un brazo y dejó que la condujera de vuelta a la luz.

Capítulo 25: Capítulo 27: Epílogo

 
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