Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61037
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 14:

Hola chicas!! Cómo están?? Si ya se, chicas. . . no he actualizado desde la semana pasada. . . y se suponía que esa semana iba a actualizar diario, de verdad lo siento chicas, mi intención realmente era actualizar seguido pero se me ha liado un poco estos días. Pero no crean que voy a dejar la historia inconclusa, eh? Por el momento solo les dejo dos capítulos, eso es lo que he podido hacer, les quedaría debiendo los capítulos de la semana pasada, más los del fin de semana y de esta semana, que vienen siendo doce capítulos. Creo :P. Y de aquí actualizaría hasta el sábado, con cinco capítulos. :D I promise        

Bueno chicas no las entretengo más y las dejo leer. Nos vemos hasta el sábado.

Espero les guste. ^^;

Besos y Cuídense. ^_^

 

 

 

 

 

 

 

Edward se abrió paso entre las estanterías. Un tío vestido de negro estaba soltando una parrafada delante de un micrófono acerca de la correlación entre las flores y la muerte, y el olor del café le llegaba a la nariz. Escuchaba los sonidos de una flauta y el lejano aullido de un lobo. Sin embargo, su mujer eclipsó todo lo demás.

El verdadero atractivo de Bella residía en que desconocía el efecto que causaba en los hombres. La irritación lo puso de los nervios. Vivía en un constante torbellino emocional y lo detestaba con todas sus fuerzas. Él era el hombre más tranquilo del mundo y se había dedicado a evitar follones sentimentales. En ese momento, su día a día consistía en ir de la irritación al enfado, pasando por la frustración. Lo volvía loco con sus argumentos inverosímiles y con sus discursos apasionados. También lo hacía reír. Su casa parecía haber cobrado vida desde que ella se había mudado.

Llegó junto a Bella.

— Hola.

— Hola.

Miró a su hermana.

— Rose, ¿cómo va la cosa?

— Bien, hermanito. ¿Qué te trae por aquí? No irás a leer el poema que escribiste cuando tenías ocho años, ¿verdad?

Bella ladeó la cabeza, interesada.

— ¿Qué poema?

Edward sintió que le ardía la cara y se dio cuenta de que las dos mujeres que tenía delante eran las únicas que habían conseguido que perdiera la compostura.

— No le hagas caso.

— Creía que tenías trabajo pendiente —comentó Bella.

Lo tenía. Y no sabía por qué había ido a la librería.

Tras salir de la oficina y llegar a una casa vacía, el silencio lo inquietó. Pensó en Bella, rodeada de gente en la librería que ella había creado y quiso unirse a su mundo aunque fuera un momento. Sin embargo, en vez de confesarlo, se encogió de hombros.

— He terminado antes. Se me ocurrió ver de qué iba tu velada poética. ¿Todos los artistas fuman? Hay una cola enorme fuera y están todos echando humo.

Rose esbozó una sonrisa torcida y extendió las piernas hacia delante. Estaba sentada en el brazo del sillón. Sus ojos verdes lo miraron con el brillo travieso típico de una hermana pequeña que aún disfrutaba atormentando a su hermano mayor.

— ¿Sigues con el mono, Edd? Seguro que puedo conseguirte uno.

— Gracias. Siempre es agradable contar con un miembro de la familia como camello.

Bella resopló.

— ¿Fumas?

Edward meneó la cabeza.

— Fumaba. Lo dejé hace unos cuantos años.

— Sí, pero cuando se estresa o se enfada, vuelve al vicio. ¿Te puedes creer que no lo considera recaídas siempre y cuando no compre el tabaco?

Bella se echó a reír.

— Es una conversación muy reveladora, chicos. Tenemos que reunirnos más a menudo. Dime, Rose, ¿tu hermano hace trampas cuando juega a las cartas?

— Siempre.

Edward extendió el brazo y cogió a Bella de la mano, invitándola a levantarse del sillón.

— Enséñame el resto de la librería mientras termina su poema este tío.

Rose se rió por lo bajo y se acomodó en el asiento vacío.

— Le da miedo lo que pueda decirte a continuación —comentó, dirigiéndose a Bella.

— Tienes toda la razón.

Edward la alejó de la multitud. Con un movimiento instintivo, se detuvo en un rincón oscuro, junto a un letrero en el que se leía RELACIONES. La guio de tal modo que la instó a quedar de espaldas contra la estantería, tras lo cual le soltó la mano. En ese momento cambió la posición del cuerpo y maldijo por lo bajo, repentinamente muy nervioso. No había planeado qué decir, solo sabía que tenía que hacer algo para acabar con la tensión que crepitaba entre ellos antes de que se volviera loco y la arrastrara a la cama. Fuera como fuese, tenía que reconducir la relación de vuelta a la amistad. De vuelta a la camaradería entre hermano mayor y hermana pequeña. Aunque le costara la vida misma.

— Quiero hablar contigo.

Los carnosos labios de Bella esbozaron una sonrisa.

— Vale.

— Sobre nosotros.

— Vale.

— Creo que no debemos acostarnos.

Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Edward no supo si le molestaba su sentido del humor o si se sentía fascinado por su franca belleza. Bella era una mujer que disfrutaba de la vida y que soltaba carcajadas sinceras. Nada de risas calculadas ni de risillas tontas con ella. Aun así, detestaba que se riera de él. Aunque era mayor que ella, Bella lo devolvía a la época de la adolescencia en la que trataba de ser guay sin conseguirlo, mientras ella le ponía la zancadilla a cada paso.

— Qué gracia, porque no recuerdo haberte ofrecido mi cuerpo. ¿Me he perdido algo?

Edward frunció el ceño al escuchar el desparpajo con el que se desentendía de su problema.

— Ya sabes a lo que me refiero. La noche de la fiesta la cosa se nos fue de las manos, y asumo toda la responsabilidad.

— Qué caballeroso.

— No te pases. Intento decirte que lo que ocurrió estaba fuera de lugar y que no volverá a pasar. Bebí demasiado, estaba cabreado por lo de McCarty y me desquité contigo. Intento ceñirme a nuestro acuerdo original y me arrepiento de haber perdido el control.

— Disculpa aceptada. Y siento haber contribuido a todo el episodio. Olvidémonos del tema.

A Edward no le gustó que tachara de mero episodio semejante momento de pasión, pero lo pasó por alto. Se preguntó por qué no se sentía aliviado después de haber logrado su apoyo. Carraspeó.

— Tenemos un año muy largo por delante, Bella. ¿Por qué no intentamos ser amigos? Será mejor para mantener las apariencias y también para nosotros.

— ¿Qué tienes en mente? ¿Más partidas de póquer?

De repente, se la imaginó tumbada sobre él. Con el pecho aplastado contra su torso. Se imaginó su piel ardiente sobre él, dispuesta a estallar en llamas entre sus brazos. Como si la escena estuviera preparada, levantó la cabeza en ese momento y leyó el título del libro que estaba justo al lado de Bella.

Cómo proporcionarle orgasmos múltiples a una mujer.

«¡Joder!», pensó.

— ¿Edward?

Sacudió la cabeza en un intento por aclararse las ideas. ¿Sería Bella multiorgásmica? Se había estremecido entre sus brazos por un simple beso. ¿Cómo reaccionaría su cuerpo en pleno delirio sexual si usaba los labios, la lengua y los dientes para hacerla volar? ¿Gritaría? ¿Lucharía contra su respuesta? ¿O se entregaría al placer y se lo devolvería con creces?

— ¿Edward?

Sintió que se le llenaba la frente de sudor mientras apartaba la vista del libro y volvía a la realidad. Era un imbécil. No habían pasado ni dos segundos desde que le había propuesto que fueran amigos y ya estaba fantaseando con ella.

— Esto. . . vale. Digo, que sí, claro, que podemos jugar a lo que sea. Menos al Monopoly.

— Siempre se te ha dado fatal. ¿Recuerdas cuando Rose te hizo llorar porque caíste en el hotel más caro del Monopoly, que era suyo? Tú querías negociar, pero ella solo aceptaba dinero en efectivo. Dejaste de hablarle durante una semana.

La fulminó con la mirada.

— Te refieres a Liam, el niño que vivía al final de la calle. Yo nunca he llorado por un juego.

— Claro.

Bella se cruzó de brazos, con una expresión que le indicó que no lo creía.

Irritado, Edward se pasó los dedos por la cara y se preguntó cómo era posible que le hiciera perder los papeles por una partida de Monopoly que nunca se jugó.

— Vale, seremos amigos. Puedo soportarlo —dijo ella.

— Trato hecho, entonces.

— ¿Por eso has venido a la velada poética?

La miró a la cara y le mintió como un bellaco:

— Quería demostrarte que sé llegar a un compromiso.

No estaba preparado para la dulce y arrebatadora sonrisa que ella le regaló. Parecía complacida de verdad, aunque había admitido que lo había hecho para evitar males mayores en el futuro.

Bella le tocó el brazo.

— Gracias, Edward.

Sorprendido, se apartó. Después, tuvo que lidiar con la vergüenza.

— De nada. ¿Vas a leer algo esta noche?

Bella asintió con la cabeza.

— Será mejor que vuelva. Suelo ser la última. Anda, ve a darte una vuelta por la librería.

La observó alejarse para reunirse con la multitud y después comenzó a caminar entre las estanterías. Sin prestarle mucha atención, escuchó al siguiente poeta recitar los versos con el sonido de la música ambiental de fondo, y puso cara de asco. ¡Por Dios! Detestaba la poesía. Detestaba ese flujo de emociones, complicadas y desatadas, al alcance de cualquier desconocido que quisiera compartirlas. Las retorcidas comparaciones entre la naturaleza y la rabia, el sinfín de topicazos y las desconcertantes analogías llevaban a un hombre a cuestionarse su inteligencia. No, él prefería una buena biografía o un clásico como Hemingway. Prefería la ópera, donde había control tras las feroces emociones.

Una voz ronca y familiar brotó de los altavoces.

Se detuvo entre las sombras y observó que Bella se comía el pequeño escenario. Bromeó con los espectadores, les agradeció su presencia y presentó su nuevo poema.

— «Un rinconcito oscuro» —anunció ella.

Edward se preparó para el despliegue emocional e incluso empezó a formular halagos mentalmente. Al fin y al cabo, Bella no tenía la culpa de que a él no le gustase la poesía. Había decidido no burlarse de algo tan importante para ella e incluso pensaba animarla.

 

 

Escondidas entre la suave piel y el dulce terciopelo;

mis piernas ceden y se doblan bajo mi cuerpo.

Espero que llegue el final y que llegue el comienzo.

Espero que llegue la brillante y refulgente luz para que me lleve de regreso;

al mundo de relucientes colores y de aromas perfumados que me inundan la nariz;

al mundo de lenguas viperinas que destrozan dulces sonrisas. Escucho mientras el hielo cruje contra el líquido ambarino.

El fuego arde en el interior, en recuerdo de un suicidio del pasado; en recuerdo de un silencioso asesinato.

Segundos. . . minutos. . . siglos. . .

El súbito conocimiento me retuerce las entrañas; estoy en casa. Abro los ojos para ver el fogonazo de una puerta que se abre.

Y me pregunto si lo recordaré.

 

 

Bella dobló la hoja de papel y les hizo un gesto a sus espectadores. El silencio se extendió por la sala. Algunas personas escribían muy deprisa en sus blocs de notas. Rose la vitoreó. Bella soltó una carcajada y se bajó del escenario, y después empezó a recoger las tazas vacías y a charlar mientras la velada llegaba a su fin.

Edward se quedó dónde estaba, observándola.

Una extraña emoción burbujeaba en su interior. Dado que nunca había experimentado nada parecido, no podía nombrarla. Había muy pocas cosas en la vida que lo conmovieran, y admitía que le gustaba que fuese así.

Esa noche se había producido un cambio.

Bella había compartido una parte muy importante de sí misma con una estancia llena de desconocidos. Con Rose. Con él. Expuesta a las críticas, vulnerable a los caprichos de los demás, había descrito lo que sentía y había hecho que él también lo sintiera. Su valor lo dejaba sin aliento. Aunque la admiraba, las dudas lo asaltaron como un monstruo salido de un pantano y lo llevaron a preguntarse si, pese a toda su lógica, no sería un cobarde.

— ¿Qué te ha parecido?

Parpadeó y miró a Rose, aunque le costó concentrarse.

— Ah, me ha gustado. Nunca había oído nada de ella.

Rose sonrió como una orgullosa mamá gallina.

— Siempre le digo que podría publicar una antología, pero no le interesa. Su verdadera pasión es Locos por los Libros.

— ¿Y no puede dedicarse a las dos cosas?

Rose resopló.

— Claro. Tú y yo lo haríamos sin pensarlo, porque jamás dejaríamos pasar una oportunidad. Bella es distinta. Se contenta con compartir, no necesita la gloria que acompaña a la publicación. Ha publicado en algunas revistas y también es miembro de un grupo de crítica literaria, pero lo hace más por los demás que por ella misma. Ese es el problema que tenemos nosotros, hermano. Siempre lo ha sido.

— ¿Cuál?

— Somos egoístas. Por culpa de nuestra infancia tan desastrosa, supongo. —Ambos contemplaron a Bella acompañar a sus invitados a la puerta con su habitual buen humor—. Pero Bella ha encontrado su camino haciendo todo lo contrario. Haría cualquier cosa por otra persona.

De repente, Rose se volvió hacia él. Echaba chispas por los ojos con la ferocidad que él recordaba de los viejos tiempos. Su hermana le clavó un dedo en el pecho.

— Te lo advierto, guapo. Te quiero con locura, pero como le hagas daño, yo misma te daré una paliza. ¿Entendido?

En vez de enfadarse, Edward se sorprendió a sí mismo al soltar una carcajada. Acto seguido, besó a su hermana en la frente.

— Eres una buena amiga, Rose. Yo no te tildaría tan a la ligera de ser una persona egoísta. Ojalá que el hombre adecuado sea capaz de verlo algún día.

Ella retrocedió con la boca abierta.

— ¿Estás borracho? ¿O eres un impostor? ¿Dónde está mi hermano?

— Tampoco te pases. —Edward echó un vistazo a su alrededor—. ¿Qué pasa con la ampliación? —Al ver que su hermana ponía los ojos como platos, tuvo que contener una carcajada—. No te preocupes, ya no es un secreto. Bella ha admitido que quiere el dinero para añadir una cafetería. Le di el cheque, pero supuse que me pediría consejo. —Su hermana parpadeó y se negó a responder. Edward frunció el ceño—. ¿Te ha comido la lengua el gato, Rose?

— Ay, mierda.

Enarcó una ceja al escucharla.

— ¿Qué pasa?

De repente, su hermana comenzó a recoger las tazas de café que quedaban y a limpiar la mesa.

— Nada. Esto. . . creo que puede que le dé un poco de vergüenza porque va a contratar a otro para hacerlo. No quería molestarte.

Edward se vio obligado a reprimir la irritación.

— Tengo tiempo para ayudarla.

Rose se echó a reír, pero con un deje desesperado muy raro.

— Pasa del tema, hermanito. Tengo que irme. Nos vemos.

Se marchó a toda prisa. Edward meneó la cabeza. Tal vez Bella no quería que se involucrara en su proyecto.

Al fin y al cabo, había dicho en muchas ocasiones que su relación se basaba en un contrato comercial.

Tal como él quería.

Se recordó que tenía que sacar el tema más adelante. Ayudó a Bella a cerrar la librería y después la acompañó al coche.

— ¿Has cenado? —le preguntó.

Ella negó con la cabeza.

— No he tenido tiempo —dijo—. ¿Quieres que compremos una pizza de camino?

— Prepararé algo cuando lleguemos a casa. —Se atragantó con la última palabra. Por raro que pareciera, había comenzado a pensar que su santuario particular también lo era en parte de Bella—. No tardaré mucho.

— Vale. Nos vemos en casa. —Ella se volvió, pero después se dio media vuelta para mirarlo de nuevo. Abrió la boca—. Ah, Edward, no te olvides de. . .

— La ensalada.

Bella puso los ojos como platos y, durante un segundo, fue como si hubiera perdido la capacidad de hablar. Sin embargo, se recuperó con una velocidad admirable. Y ni siquiera le preguntó cómo lo sabía.

— Eso. La ensalada.

A continuación, ella se volvió y entró en su coche. Edward comenzó a silbar mientras se dirigía a su BMW. Sí, estaba aprendiendo. Le gustaba pillarla desprevenida. Alguna vez tendría que ganarle la partida.

Se pasó silbando casi todo el trayecto de vuelta a casa.

 

 

* * * *

 

Edward cerró la puerta tras él y se dejó caer en el sillón de cuero. Con la vista clavada en su mesa de dibujo, cerró los puños para contener el hormigueo. Ansiaba crear. Se imaginaba los materiales: arenisca y ladrillo. Paneles de cristal y suaves curvas. Por las noches, las imágenes bailoteaban tras sus párpados cerrados y ahí estaba, el dueño de Dreamscape Enterprises, pasando la mayor parte de los días de reunión en reunión.

Soltó un taco entre dientes. Sí, las reuniones del consejo de administración lo irritaban por las estrategias burocráticas y sus propuestas de reducción de gasto. La mayoría de los miembros del consejo se oponía al proyecto de rehabilitación del río, ya que muchos creían que la empresa iría a la quiebra si conseguía el contrato y él era incapaz de acabarlo en los plazos acordados. El consejo tenía razón. Pero él tenía la solución.

No pensaba fallar.

La fiesta de McCarty se celebraría el sábado por la noche y a esas alturas todavía no había concertado una reunión con él. Hyoshi Komo tampoco lo había llamado. Estaba atrapado en la casilla de salida y lo único que podía hacer era esperar hasta que el italiano moviera ficha y contar las horas que faltaban hasta la fiesta. Tal vez McCarty quisiera verlo moverse en el ámbito social antes de concertar una reunión, al contrario de lo que le había asegurado a Bella.

Bella. . .

Su simple nombre le provocaba un nudo en las entrañas. La recordaba en el salón la noche anterior, saltando, gritando y meneando la cabeza con incredulidad después de ganarle una partida de ajedrez. Una mujer adulta que actuaba como una niña. Sin embargo, él se había reído a mandíbula batiente a su lado. De alguna forma, por guapas que fueran siempre sus parejas, su sentido del humor era muy superficial. Isabella le provocaba verdaderos ataques de risa floja, como si fuera un adolescente.

Lo llamaron a su número personal y cogió el teléfono.

— ¿Sí?

— ¿Le has echado comida al pez?

Edward cerró los ojos.

— Isabella, estoy trabajando.

La escuchó resoplar con muy poca elegancia.

— Y yo. Pero al menos yo me preocupo por el pobre Otto. ¿Le has echado comida?

— ¿Otto?

— Tú insistes en llamarlo «pez» y eso hiere sus sentimientos.

— Los peces no tienen sentimientos. Y sí, le he dado de comer.

— Los peces sí que tienen sentimientos. Y ahora que estamos hablando de Otto, te confieso que me tiene preocupada. Está en el estudio, un lugar que casi siempre está desierto. ¿Por qué no lo trasladamos al salón para que nos vea más a menudo?

Edward se pasó una mano por la cara y suplicó que no se le agotara la paciencia.

— Porque no quiero que una pecera arruine el efecto de la decoración de una estancia importante. Rose me regaló ese bicho a modo de broma y fue odio a primera vista.

El silencio que se produjo al otro lado de la línea fue gélido.

— Dan mucha guerra, ¿verdad? Supongo que no te gustan los animales ni las personas. Siento mucho tener que decírtelo, pero hasta los peces se sienten solos. ¿Por qué no le buscamos compañía?

Edward se enderezó y decidió ponerle fin a la ridícula conversación.

— No. No quiero otro pez y no vamos a cambiarlo de sitio. ¿Te queda claro?

Se escuchó una especie de zumbido.

— Clarísimo.

Y Bella colgó.

Edward soltó un taco, cogió un montón de documentos relacionados con la última reunión que había celebrado el consejo de administración y se puso a trabajar. Esa mujer tenía la desfachatez de molestarlo mientras estaba trabajando para hablarle de un pez.

Apartó la imagen de Bella de sus pensamientos y se concentró en el trabajo.

 

Capítulo 13: Capítulo 15:

 
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