Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61029
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 21:

Hola chicas!! Cómo están?? Como les prometí aquí les traigo los cuatro capítulos, ya solo me quedarían dos. Pero como dije estamos a punto de que esta historia termine, bueno más bien estamos a tres capítulos de terminar :D. Así que si continúo hoy con los dos capítulos que me faltan, lo subiría más al rato, sino seguiríamos con el plan original de subir los dos capítulos mañana. :P

Bueno no las entretengo más y las dejo leer.

Nos leemos más abajo.    ^_^

 

 

 

 

 

— No quiero ir.

— Ya te he oído la primera vez, la segunda y la tercera. Ahora cállate y entra despacio en el camino de entrada. Vas a derramar el vino.

— Detesto las reuniones familiares.

Bella le pidió al Señor que le concediera paciencia. Edward le recordaba a un niño en plena rabieta que prefería quedarse en casa jugando antes que ir a ver a su familia.

Las últimas dos semanas habían sido bastante apacibles, salvo por las cada vez más frecuentes quejas de Edward sobre la cena de Acción de Gracias. Rose le había recordado a Bella que para los Cullen el día de Acción de Gracias era una pesadilla terrorífica más que una fiesta, de modo que fue muy paciente con él, si bien se negaba a darle cuartelillo.

— No podemos hacer otra cosa. Como estamos casados, debemos asistir los dos. Además, no habrá mucha gente.

Edward resopló.

— Me aburriré como una ostra.

— Pues emborráchate.

Él frunció el ceño y enfiló el camino de entrada. Los platos y las botellas de vino que llevaban en el asiento trasero se movieron, pero se mantuvieron en su sitio. Bella abrió la puerta, salió del coche y estiró las piernas. El frío viento de noviembre le agitó la falda corta y le acarició las medias tupidas que llevaba debajo. Se estremeció mientras observaba la fila de coches aparcados frente a la casa.

— Sabía que llegábamos tarde.

La expresión de Edward cambió y se tornó más íntima, más cariñosa. Las profundidades de sus ojos azules brillaron, por los recuerdos de esa misma mañana. Sábanas revueltas, gemidos y besos tórridos. Bella sintió que su cuerpo reaccionaba al instante. Se le endurecieron los pezones, que quedaron delineados bajo el jersey morado, y el deseo hizo estragos entre sus muslos.

Edward se acercó y le pasó un dedo por una mejilla, tras lo cual trazó el contorno de su labio inferior.

— Te pregunté muy claramente si querías seguir o no, ¿recuerdas?

Bella se puso colorada.

— Es que no deberías haber empezado. Sabías que íbamos a llegar tarde.

— Podríamos haber pasado de todo esto y habernos quedado en la cama todo el día de Acción de Gracias.

Bella sintió un nudo en el estómago al escuchar la invitación, pronunciada con una voz muy ronca.

— ¿Qué te parece? —insistió él.

— Creo que intentas chantajearme.

— ¿Y funciona?

— No. Vamos.

Echó a andar y oyó la risa de Edward tras ella.

Edward sabía que mentía. Siempre la tentaba. Después de dos semanas manteniendo una activa vida sexual, todavía no se había saciado de su marido, y un día en la cama con él le parecía el paraíso.

Cogió los platos de comida y él hizo lo propio con el vino. La puerta estaba abierta, de modo que no tardaron en sumergirse en el caos familiar, ya que los recibieron con alegres gritos, apretones de manos, copas rebosantes y muchas conversaciones.

— Hola, mamá —dijo Bella mientras le daba un beso a su madre y olisqueaba con emoción el rollizo pavo relleno con salchichas. Las volutas de vapor se extendían por la cocina, rodeándola con su olor y su calidez—. Huele que alimenta. Estás muy guapa.

— Gracias. Es sorprendente lo mucho que relaja liquidar la hipoteca.

Bella sintió un ramalazo de miedo y se inclinó hacia delante.

— Mamá, por favor. No lo menciones. ¿Se te ha olvidado que hicimos un trato?

Renée suspiró.

— De acuerdo, cariño. Pero estoy muy agradecida y me resulta extraño no decírselo.

— ¡Mamá!

— Vale, mis labios están sellados.

Su madre le dio un beso fugaz y se dispuso a preparar la bandeja de los aperitivos.

Bella cogió una aceituna verde.

— Yo la llevo.

— No te lo comas todo por el camino. ¿Dónde está Edward?

— En el salón, hablando con papá.

— Que el Señor nos pille confesados.

Bella sonrió y se acercó a su marido. Él cogió una aceituna negra y se la llevó a la boca. «Típico», pensó. Si a ella le gustaban las verdes, a él le gustaban las negras. Eran polos opuestos en muchas cosas. En otras, eran idénticos.

Su sobrina apareció corriendo por el pasillo. El pelo rubio le caía desordenado por los hombros. Llevaba las piernas y los pies desnudos debajo del vestido verde, confeccionado con un grueso terciopelo y con mucho vuelo en la falda para que pareciera un vestido de princesa. La niña se lanzó a los brazos de su tía con un salto y Bella la cogió con facilidad, tras lo cual se la colocó en una cadera.

— Hola, bicho.

— Tía Bella, quiero helado.

— Más tarde.

— Vale. Quiero una aceituna.

— ¿Verde o negra?

La expresión que apareció en su cara solo podía hacerla una niña tan pequeña.

— Las verdes están malas.

Bella puso los ojos en blanco al percatarse del gesto triunfal de su marido. Edward cogió una aceituna negra bastante grande y se la colocó en la punta del dedo.

— La niña tiene buen gusto. Para ti —añadió mientras se la ofrecía y la observaba comérsela—. ¿Está rica?

— Mmm. ¿Puedo comer helado ya?

Bella rió.

— Después de cenar, ¿vale? Ve a decirle a mamá que acabe de vestirte.

— Vale.

Taylor se marchó y los adultos siguieron bebiendo, comiendo y riéndose a carcajadas.

Bella vio que Edward hacía caso de su consejo y comenzaba a beber pronto. Aferraba con fuerza un vaso de whisky con soda. Aunque asentía a algunos comentarios, mantenía un cierto distanciamiento que a ella le encogió un poco el corazón. Hasta que sus miradas se encontraron. . .

Y surgió el fuego.

El aire crepitó entre ellos. Edward meneó las cejas con picardía e hizo un gesto, señalando uno de los dormitorios.

Bella meneó la cabeza y se echó a reír. Acto seguido, se dio media vuelta y se fue en busca de sus primas.  

 

 

 

Edward observó a su mujer disfrutar de la cercanía de la familia y recordó las reuniones familiares que se celebraban durante su infancia en su casa. Su madre bebía sin cesar, mientras que su padre les tiraba los tejos a todas las invitadas que fueran atractivas. Él podía esconder todas las botellas de licor y todas las cajetillas de tabaco que quisiera, porque nadie le prestaba atención. Recordaba el enorme pavo con su excesivo relleno que cocinaba la doncella y era más que un símbolo para presumir, y los regalos de Navidad que abrían sin sus padres, ya que nunca estaban con ellos.

Los Swan parecían distintos. Bajo el habitual caos, había verdadero cariño. Hasta Charlie parecía encajar de nuevo, aunque su cuñada hubiera tardado años en perdonarlo del todo. La familia de Bella había sufrido un duro golpe, pero habían capeado el temporal y en esos momentos parecían mucho más fuertes.

Edward se esforzó por representar el papel de recién casado sin dejarse atrapar en el hechizo. La sensación de bienestar fue creciendo poco a poco, pero logró desterrarla sin miramientos. Esa no era su familia y solo los toleraba porque se había casado con Bella. Necesitaba recordarlo. Sintió un dolor sordo en el pecho, pero se desentendió de él. Sí, parecían aceptarlo abiertamente, pero solo porque creían que el matrimonio entre ellos era real. Al igual que sucedía con todos los demás, dicha aceptación llegaría a su fin.

De modo que era mejor acostumbrarse a la idea con tiempo.

Charlie le dio unas palmadas en la espalda y le dijo a su hermano:

— Stefan, ¿te has enterado de lo que Edward quiere hacer en la zona del río?

El tío Stefan negó con la cabeza.

— Su empresa es una de las que van a participar en la licitación para renovar todos los edificios. Es muy gordo —añadió, henchido de orgullo—. Ahora puedo presumir de un médico y de un arquitecto. No está mal, ¿verdad?

El tío Stefan asintió y ambos comenzaron a hacerle un montón de preguntas a Edward sobre su profesión. De repente, sintió algo en su interior. Aunque respondió a todas las preguntas, las defensas que protegían sus emociones comenzaron a resquebrajarse. Charlie no le hablaba como si fuera su yerno, sino como si fuera su hijo, al compararlo con Derek. Renée se había percatado de cuáles eran sus platos preferidos y se los señaló con una sonrisa, mientras que él se ruborizaba al ser objeto de semejante atención. El tío Daniel lo invitó a su casa para enseñarle su flamante televisor de pantalla plana y ver juntos algún partido de los Giants, al parecer encantado de contar con otro miembro masculino en la familia.

Ansioso por disfrutar de un momento de paz para aclararse las ideas, se excusó y enfiló el pasillo en busca de un cuarto de baño. Al pasar por una de las habitaciones, vio a un grupito de mujeres hablando muy bajito y riéndose. Bella tenía un bebé en brazos, el bebé de alguna de sus primas, supuso, y lo mecía con una elegancia natural y femenina. La conversación no se detuvo, y Edward captó un «el sexo es genial» justo cuando se detenía al pasar frente a la puerta.

En ese instante lo vieron y todas guardaron silencio mientras lo miraban.

Edward cambió el peso del cuerpo a la otra pierna al sentirse muy incómodo de repente bajo las miradas curiosas de las primas de Bella.

— Hola. Esto. . . estoy buscando el cuarto de baño.

Todas asintieron, pero sin dejar de mirarlo de arriba abajo. Al final, fue Bella quien le dijo:

— Utiliza el baño del último dormitorio del pasillo, cariño. Y cierra la puerta, ¿quieres?

— Claro.

Edward cerró la puerta y escuchó otra risilla tonta, tras lo cual el grupo entero estalló en carcajadas. Meneó la cabeza y siguió caminando hasta el final del pasillo. De repente, lo detuvo Taylor, que apareció prácticamente de la nada.

— Hola.

— Hola —replicó Edward. La niña lo miraba con los ojos como platos y él tragó saliva, preguntándose si debía entablar una conversación con ella y si sería aceptable que se limitara a rodearla para seguir con lo suyo—. Estoy buscando el baño.

— Yo también tengo que hacer pis —anunció la niña.

— Ah. Vale. ¿Y por qué no vas a buscar a tu mami?

— No está aquí. Tengo que hacer pis. Vamos.

Le tendió una manita y el pánico lo abrumó. Ni de coña iba a llevar a una niña pequeña a hacer pipí. No sabía qué hacer. ¿Y si había algún problema? Retrocedió un par de pasos y meneó la cabeza.

— Esto. . . no, Taylor. ¿Por qué no le dices a la tía Bella que te acompañe?

La niña hizo un puchero.

— Tengo que ir ya.

— Espera aquí.

Se volvió y llamó a la puerta de la habitación donde estaban reunidas las mujeres. Al otro lado se hizo el silencio.

— ¿Quién es?

— Edward. Esto. . . Bella, tu sobrina quiere que la lleves al baño para hacer pis.

Se produjo un silencio.

— Cariño, estoy ocupada. Acompáñala tú, ¿quieres? No tardarás nada.

Acto seguido, se escuchó un murmullo y una carcajada. Edward se marchó, temeroso de admitir delante de un grupo de mujeres que analizaban cada uno de sus movimientos que era incapaz de manejar la situación. Regresó junto a la niña.

— Bueno, ¿puedes esperar un minuto más? ¿Y si le digo a la abuela que te acompañe?

Taylor negó con la cabeza, agitando sus rizos rubios, y empezó a dar saltitos.

— Tengo que ir ya, por favor, por favor.

— Un momento. —Corrió por el pasillo hacia la cocina, donde Renée estaba rellenando el pavo—. ¿Renée?

— ¿Qué, Edward?

— Verás, es que Taylor necesita ir al baño y quiere que la acompañes.

Se limpió la frente con un brazo, pero siguió a lo suyo.

— Ahora mismo no puedo. ¿Por qué no la llevas tú? No tardarás nada.

Edward se preguntó qué pasaría si de repente se echaba a llorar. El espanto de la situación lo golpeó con fuerza y comprendió que no le quedaba más remedio que llevar a Taylor al baño o se haría pis encima, le echaría la culpa a él y entonces sí que se metería en un buen lío.

Corrió otra vez hacia el pasillo y la encontró dando saltitos a la pata coja.

— Vale, vamos. Aguanta, aguanta, aguanta —repetía una y otra vez mientras cerraba la puerta del baño y levantaba la tapa del inodoro.

Taylor se alzó el vestido y esperó, de modo que Edward supuso que necesitaba ayuda con la ropa interior. Cerró los ojos y le bajo las braguitas, tras lo cual la levantó para sentarla en el inodoro. La escuchó suspirar, aliviada, y al instante escuchó la confirmación de que todo iba bien. Recuperó la confianza. Podía hacerse cargo de una niña. No había nada que temer.

— Quiero helado.

«¡Mierda!», pensó.

Decidió repetir las mismas palabras que había usado Bella y que tan bien habían funcionado.

— Después de cenar.

— No, ahora.

Respiró hondo y lo intentó de nuevo.

— Podrás comer helado, pero tendrás que esperar un ratito, ¿vale?

El labio inferior de Taylor empezó a temblar.

— Quiero helado y ya he esperado mucho; y te prometo que me comeré toda la cena si me das helado ahora. ¿Sí?

Edward se quedó boquiabierto al escuchar sus lacrimógenas súplicas. ¿Qué se suponía que debía hacer? Se recordó que era un arquitecto prestigioso. ¿Tan difícil era controlar a una niña?

Mantuvo la voz firme y dijo:

— Primero tienes que comerte la cena y después, el helado. Debes hacerles caso a tu madre y a tu tía.

El labio inferior tembló un poco más. Las lágrimas aparecieron en sus ojos azules.

— Pero mamá y la tía Bella nunca me hacen caso. Te prometo de verdad, de verdad, de verdad de la buena que me lo comeré todo, pero quiero helado ahora. Puedes cogerlo del congelador sin que te vean, yo me lo como aquí y no me chivaré. ¡Y serás mi mejor amigo! ¡Por favor!

Edward se estremeció, aterrado, pero se mantuvo en sus trece.

— No puedo.

Taylor empezó a llorar.

Al principio, Edward creyó que podría hacerlo. Unas cuantas lágrimas, la tranquilizaría, la llevaría de vuelta con su madre y seguiría siendo el adulto que manejaba la situación. Sin embargo, la niña comenzó a sollozar con gran sentimiento mientras las lágrimas se deslizaban por sus sonrosadas mejillas. Los labios le temblaban tanto que Edward no pudo soportarlo más. Tras suplicarle que dejara de llorar sin que sus palabras tuvieran efecto alguno, hizo lo único que le quedaba por hacer.

— Vale, te traeré un poco de helado.

Taylor se sorbió la nariz con delicadeza. Las lágrimas le mojaban las pestañas rubias y seguían deslizándose por sus mejillas.

— Te espero aquí.

Tras dejarla en el baño, Edward volvió al pasillo, donde pensó que encontraría a su padre, a su abuelo o a alguna tía que lo detuviera. Sin embargo, al entrar en la cocina descubrió una escena caótica. Abrió el congelador y vio un polo. Esperó por si lo descubrían.

Nada.

De modo que tras quitarle el envoltorio al polo, cogió una servilleta y regresó al cuarto de baño.

Taylor aún estaba sentada en el inodoro.

Le ofreció el polo y ella extendió una manita regordeta mientras esbozaba la sonrisa más dulce que Edward había visto en la vida. Se le derritió el corazón al tiempo que Taylor lo miraba a los ojos y le prometía lo que quisiera.

— Gracias. ¡Eres mi mejor amigo!

El orgullo lo abrumó mientras la observaba comerse el polo. Los niños siempre tenían hambre, pensó, así que estaba seguro de que después se comería la cena, si bien decidió recordarle que todo el episodio era un secreto.

— ¿Taylor?

— ¿Qué?

— No te olvides que el polo es un secreto, ¿eh? Es nuestro secreto.

Ella asintió con la cabeza, muy seria.

— Emily y yo tenemos muchos secretos. Pero no podemos contárselos a nadie.

Edward hizo un gesto afirmativo con la cabeza, satisfecho.

— Exacto. Los secretos no se le cuentan a nadie.

Alguien llamó a la puerta.

— Edward, ¿estás ahí?

— Vete, Bella. Estamos bien. Saldremos ahora mismo.

— ¡Tita Bella! ¿Sabes qué? —Gritó Taylor—. ¡Me estoy comiendo un polo!

Edward cerró los ojos. Las mujeres eran únicas para romperle el corazón.

La puerta se abrió y Edward vio la escena desde el punto de vista de Bella. Taylor estaba sentada en el inodoro, comiéndose el polo, mientras que él la miraba sentado en el taburete de mimbre con un trozo de papel higiénico en la mano.

— Mierda.

— Mierda, mierda, mierda, mierda —repitió Taylor con alegría—. ¿Has visto mi polo, tita? ¡Me lo ha dado él! Es mi mejor amigo.

Edward esperó el estallido. Las carcajadas. Cualquier cosa salvo el silencio que reinaba en el vano de la puerta. Cuando por fin logró reunir el valor para mirarla, descubrió que Bella lo observaba con una mezcla de asombro, sorpresa y otra emoción que no supo identificar. ¿Ternura?

La escuchó carraspear antes decir:

— Esta vez sí que te has superado, bicho. Un mordisco más y me lo das.

— Vale.

Edward se preguntó por qué la niña no discutía con Bella, y después supuso que debía sentirse agradecido. Su mujer envolvió el polo en un montón de papel higiénico y lo dejó en la papelera. Después, apartó a Edward y le quitó el trozo de papel de las manos para limpiar a su sobrina. Una vez listas, la bajó del inodoro, le subió las bragas, le bajó el vestido y ambas se lavaron las manos. Por último, Bella le lavó la boca a la niña para borrar cualquier rastro del polo.

Bella salió del baño con una niña de tres años muy contenta y un adulto confundido. De repente, se agachó al lado de su sobrina para decirle algo al oído. La niña asintió con la cabeza y corrió para reunirse con los demás invitados.

— ¿Qué le has dicho? —quiso saber Edward.

Ella sonrió, ufana.

— Le he dicho que como diga una sola palabra sobre el polo, jamás le daremos otro. Confía en mí, esa niña habla nuestro idioma.

— ¿No estás enfadada?

Bella se volvió para mirarlo.

— ¿Estás de broma? No sabes cuántas cosas le he dado a escondidas a ese angelito. Ha llorado, ¿verdad?

Edward se quedó boquiabierto.

— Sí, ¿cómo lo sabes?

— Conmigo lo hace siempre. Eras un caso perdido desde el principio. Ah, una cosa más.

— ¿Qué?

— Me has puesto a cien y pienso demostrártelo con todo lujo de detalles cuando lleguemos a casa.

El asombro lo dejó pasmado.

— Te estás quedando conmigo.

Bella lo besó con pasión y frenesí, metiéndole la lengua en la boca. Una vez satisfecha, se apartó con una sonrisa.

— No. Pero voy a quedarme contigo en cuanto estemos en casa.

Acto seguido, echó a andar contoneando las caderas, dejándolo empalmado y con expresión confundida.

Mujeres. . .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 20: Capítulo 22:

 
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