Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 61048
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

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Capítulo 9:

Hola chicas!! Cómo están? Aquí les traigo los tres capítulos, espero les guste. ^^;

 

 

 

 

 

Edward estaba a punto de decir algo, pero se quedó mudo. Verla beberse el vino y disfrutar de su sabor lo dejó paralizado. La sangre comenzó a latirle en las venas y se empalmó al instante. Bella se lamía los labios con tanta delicadeza que deseó verla lamer otra cosa que no fuera vino. Se preguntó si también gemía de esa forma tan ronca cuando tenía a un hombre enterrado entre los muslos, enterrado en su húmedo cuerpo. Se preguntó si dicho cuerpo sería tan ardiente como sus labios y si se cerraría en torno a él como si fuera un puño de seda, exigiéndole que se lo diera todo y obligándole a darle eso y mucho más. Los pantalones que llevaba revelaban todas sus curvas, desde el trasero hasta el delicioso contorno de sus piernas. Se le había subido la sudadera, dejando a la vista un trozo de piel desnuda.

 

 

 

Era evidente que se había quitado el sujetador, ya que no lo veía como un hombre que la deseaba, sino más bien como a un hermano mayor sin deseos masculinos.

 

 

 

Deseó mandarla al cuerno por su capacidad para complicar las cosas. Tras dejar el cuenco con la pasta sobre la mesa, se dispuso a colocar los cubiertos.

 

 

 

— Deja de beberte el vino así. No estás en una película porno.

 

 

 

Bella soltó un grito ahogado.

 

 

 

— ¡Oye, no la pagues conmigo, so gruñón! Yo no tengo la culpa de que tu empresa sea más importante para ti que un matrimonio de verdad.

 

 

 

— Sí, pero si no recuerdo mal, tú estabas muy dispuesta a aprovechar la oportunidad. Tú y yo estamos empatados en esto.

 

 

 

Bella cogió el cuenco de la pasta y se sirvió un plato.

 

 

 

— ¿Quién eres tú para criticarme? Siempre te lo han dado todo. Te regalaron un Mitsubishi Eclipse cuando cumpliste los dieciséis años. A mí me regalaron un Chevette.

 

 

 

El recuerdo hizo que Edward se tensara.

 

 

 

— Tú tenías una familia. Yo tenía una mierda.

 

 

 

Bella guardó silencio, durante el cual cogió un trozo de pan de ajo caliente cubierto por mozzarella derretida.

 

 

 

— Tenías a Rose.

 

 

 

— Lo sé.

 

 

 

— ¿Qué pasó entre vosotros? Antes estabais muy unidos.

 

 

 

Edward se encogió de hombros.

 

 

 

— Cambió al llegar al instituto. Dejó de hablarme de repente. Ya no me dejaba entrar en su dormitorio para hablar con ella y al final acabó alejándose de mí por completo. Así que yo me concentré en mi vida. En aquella época tú también perdiste el contacto con ella, ¿no?

 

 

 

— Sí. Siempre he pensado que le pasó algo, pero jamás habla del tema. De todas formas, mi familia pasó una mala racha durante un tiempo, así que no fuiste el único.

 

 

 

— Pero ahora sois como Los Walton.

 

 

 

Bella se echó a reír antes de llevarse el tenedor a la boca.

 

 

 

— Mi padre tiene que compensarnos por muchas cosas, pero creo que hemos logrado completar bien el ciclo.

 

 

 

— ¿Qué ciclo?

 

 

 

— El del karma. Cuando alguien la fastidia y te hace mucho daño. Nuestro primer instinto es devolvérsela o negarnos a perdonar.

 

 

 

— Me parece razonable.

 

 

 

— Ah, pero de esa manera, el ciclo de dolor y de vejaciones continúa. Cuando mi padre volvió, decidí que solo tenía un padre y que debía aceptar lo que él estuviera dispuesto a ofrecerme. Al final, dejó el alcohol e intentó compensarnos por el pasado.

 

 

 

Edward resopló.

 

 

 

— Se largó cuando erais pequeños y abandonó a su familia para darle a la botella. Abandonó a las gemelas. Y ¿después volvió pidiendo perdón? ¿Por qué volvisteis a aceptarlo en vuestras vidas?

 

 

 

Bella pinchó una gamba con el tenedor, pero la dejó a medio camino de sus labios.

 

 

 

— Tomé una decisión —contestó ella—. Jamás olvidaré lo que pasó, pero si mi madre aprendió a perdonarlo, ¿cómo iba a negarme yo a hacerlo? Las familias permanecen juntas, pase lo que pase.

 

 

 

Semejante facilidad para perdonar dejó a Edward asombrado y aturdido. Se sirvió más vino.

 

 

 

— Es mejor marcharse con la cabeza alta y el orgullo intacto. Es mejor dejar que ellos sufran por todo el daño que han causado.

 

 

 

Bella pareció analizar sus palabras.

 

 

 

—Estuve a punto de hacerlo. Pero me di cuenta de que, además de ser mi padre, es un ser humano que cometió un error. Si hubiera elegido mi orgullo, me habría quedado sin padre.  Cuando tomé la decisión, rompí el ciclo. Mi padre acabó rehabilitado y reconstruimos nuestra relación. ¿Has pensado alguna vez en ponerte en contacto con tu padre?

 

 

 

Las emociones lo abrumaron de repente. Edward luchó contra su antigua amargura y consiguió encogerse de hombros.

 

 

 

— Carlisle Cullen no existe para mí. Esa fue la decisión que yo tomé.

 

 

 

Se preparó para recibir su lástima, pero Bella se limitó a demostrarle una compasión que lo alivió. ¿Cuántas veces había ansiado una paliza o un castigo por parte de su padre en vez de su negligencia? En cierto modo, el desapego le había provocado una profunda herida que a esas alturas era incurable.

 

 

 

— ¿Y tu madre?

 

 

 

Edward clavó la mirada en el plato.

 

 

 

— Está liada con otro actor. Le gustan los hombres que se dedican al mundo del espectáculo. Así se siente importante.

 

 

 

— ¿La ves a menudo?

 

 

 

— El hecho de tener un hijo adulto le recuerda su verdadera edad. Así que le gusta hacer como que no existo.

 

 

 

— Lo siento.

 

 

 

Unas palabras sencillas, pero sinceras y procedentes del corazón. Edward alzó la mirada del plato. Por un segundo el aire entre ellos se cargó de energía, fruto de la comprensión y del deseo, si bien la sensación no tardó en desvanecerse como si jamás se hubiera producido. Edward esbozó una media sonrisa con la que pretendía ridiculizar la confesión que acababa de hacer.

 

 

 

— Pobre niño rico. Pero tienes razón en una cosa. El Mitsubishi era la caña.

 

 

 

Bella se echó a reír y cambió el tema de conversación.

 

 

 

— Háblame del acuerdo en el que estás trabajando. Debe de ser algo muy gordo para aceptar un año de celibato.

 

 

 

Edward no mordió el anzuelo, pero sí le lanzó una mirada de advertencia.

 

 

 

— Quiero que Dreamscape participe en una licitación para construir la nueva zona del río.

 

 

 

Bella enarcó una ceja.

 

 

 

— He oído que quieren construir un spa y unos cuantos restaurantes. Todo el mundo está hablando de ese asunto, y eso que antes la gente no quería ni acercarse al río por la inseguridad de la zona.

 

 

 

Edward se inclinó hacia delante, ansioso por hablar del tema.

 

 

 

—Pero ahora está cambiando. Han aumentado la seguridad y los pocos bares y tiendas que ya funcionan van muy bien. Eso hará que la zona resulte atractiva tanto para los residentes como para los turistas. ¿Te imaginas todo aquello con senderos iluminados cerca de la orilla y con zonas de recreo? ¿Qué te parece un spa al aire libre donde puedes contemplar las montañas mientras te hacen un masaje? Ese es el futuro.

 

 

 

— También he oído que solo les interesan que participen en la licitación los grandes estudios de Manhattan.

 

 

 

Edward se puso tenso como si el tema fuera realmente una necesidad física. Tenía su sueño al alcance de la mano y no permitiría que nada se interpusiera en su camino. Pronunció las siguientes palabras como si fueran un mantra:

 

 

 

— Voy a conseguir el contrato.

 

 

 

Bella parpadeó y después asintió despacio con la cabeza, como si la convicción de Edward la hubiera persuadido.

 

 

 

— ¿Dreamscape tiene capacidad para afrontar ese tipo de proyecto?

 

 

 

Edward bebió un sorbo de vino.

 

 

 

— El consejo de administración cree que es demasiado ambicioso, pero voy a demostrarles que se equivocan. Si lo consigo, Dreamscape subirá a lo más alto.

 

 

 

— ¿Lo importante es el dinero?

 

 

 

Él negó con la cabeza.

 

 

 

— El dinero me da igual. Quiero dejar huella y sé cómo conseguirlo. Mi proyecto no es demasiado urbano, no quiero que compita con las montañas, al contrario. Quiero una estructura que se rinda a la naturaleza y que se integre en ella, no que compita con ella.

 

 

 

— Me da la impresión de que llevas mucho tiempo reflexionando al respecto.

 

 

 

Edward mojó el último trozo de pan en la salsa y se lo llevó a la boca.

 

 

 

— Sabía que la ciudad no tardaría mucho en tomar la decisión y quería estar preparado. Llevo años pensando en distintos diseños para la zona del río. Estoy listo.

 

 

 

— ¿Cómo vas a conseguirlo?

 

 

 

Edward clavó de nuevo la vista en el plato. Era curioso que Bella supiera cuándo mentía.

 

 

 

Una habilidad que tenía desde pequeña.

 

 

 

— Ya cuento con el apoyo de uno de los miembros implicados en el proyecto. Garret Summer es el encargado de la construcción del spa y compartimos la misma visión. Celebra una cena el próximo sábado a la que asistirán los otros dos miembros a los que necesito convencer. Así que espero causar buena impresión. —No añadió de qué manera pensaba que Bella colaborara. Porque su flamante esposa jugaría un papel importante para sellar el acuerdo, aunque prefería explicárselo la noche de la cena. Cuando levantó la mirada, vio que ella había apurado el plato. El cuenco de ensalada seguía en el centro, aunque ninguno lo había tocado. De la pasta, del pan y del vino no quedaba ni rastro. Bella parecía a punto de explotar—. La ensalada tiene una pinta estupenda —le dijo—. ¿No vas a comértela?

 

 

 

Ella esbozó una sonrisa forzada y cogió el tenedor para pinchar unas hojas de lechuga.

 

 

 

— Claro. Me encantan las ensaladas.

 

 

 

Edward sonrió.

 

 

 

— ¿Vas a comer postre?

 

 

 

Ella soltó un gemido.

 

 

 

— Qué gracioso.

 

 

 

No tardaron mucho en recogerlo todo y en meter los platos en el lavavajillas, tras lo cual Bella se acostó en el sofá de color arena del salón. Edward supuso que buscaba la postura perfecta para hacer la digestión de forma rápida.

 

 

 

— ¿Vas a trabajar esta noche? —oyó que le preguntaba.

 

 

 

— No, es tarde. ¿Y tú? —quiso saber él.

 

 

 

— Qué va, estoy cansada. —Se produjo un breve silencio—. Bueno, ¿qué quieres hacer?

 

 

 

Edward vio que se le había subido la sudadera. La piel morena y tersa de su abdomen hizo trizas su concentración. Se le ocurrieron un par de ideas sobre lo que podían hacer. Algo que implicaba subirle lentamente la sudadera para lamerle despacio los pezones hasta que estuvieran bien duros bajo su lengua. El resto consistía en bajarle los leggins y comprobar en cuánto tiempo era capaz de ponerla a doscientos. Puesto que era imposible, se encogió de hombros.

 

 

 

— No lo sé. ¿Vemos la tele? ¿Alguna película?

 

 

 

Ella negó con la cabeza.

 

 

 

— Póquer.

 

 

 

— ¿Cómo dices?

 

 

 

Los ojos de Bella se iluminaron.

 

 

 

— Póquer. Tengo una baraja de cartas en la maleta.

 

 

 

— ¿Llevas tu propia baraja encima?

 

 

 

— Nunca se sabe cuándo vas a necesitarla.

 

 

 

— ¿Qué apostamos?

 

 

 

Bella se levantó de un brinco del sofá y se encaminó hacia la escalera.

 

 

 

— Dinero, por supuesto. A menos que seas un cobarde.

 

 

 

— Vale. Pero usaremos mis cartas.

 

 

 

Bella se detuvo en mitad de la escalera y lo miró.

 

 

 

— Vale. Genial.

 

 

 

Edward usó el mando a distancia y los acordes de Madame Butterfly resonaron en el salón. Rellenó las copas y se acomodó frente a la mesa auxiliar. Bella se sentó a su lado, con las piernas cruzadas. La observó barajar las cartas con destreza, con la rapidez de una experta. De repente, se la imaginó ataviada con un vestido de gran escote mientras repartía las cartas en un saloon del oeste, sentada en el regazo de un vaquero. Desterró la imagen y se concentró en las cartas.

 

 

 

— Habla el que reparte. Jugamos a five card stud. Se apuesta primero.

 

 

 

Edward frunció el ceño.

 

 

 

— ¿Qué apostamos? —quiso saber.

 

 

 

— Ya te he dicho que dinero.

 

 

 

— ¿Le digo al mayordomo que abra la caja fuerte? ¿O nos apostamos las joyas de la  familia?

 

 

 

— Qué gracioso. ¿No tienes dinero suelto por ahí?

 

 

 

Edward esbozó una sonrisa.

 

 

 

— Lo siento. Solo llevo billetes de cien.

 

 

 

— Ah. . .

 

 

 

Bella pareció tan desilusionada que Edward acabó riéndose.

 

 

 

— ¿Qué te parece si nos apostamos algo más interesante?

 

 

 

— No pienso jugar al strip póquer.

 

 

 

— Me refería a favores.

 

 

 

La vio morderse el labio inferior. El gesto le provocó una oleada de placer.

 

 

 

— ¿Qué tipo de favores? —le preguntó ella.

 

 

 

— El primero que gane tres manos seguidas consigue un favor del otro. Se puede usar en cualquier momento, como si fuera un vale de compra.

 

 

 

Bella lo miró con genuino interés.

 

 

 

— ¿Se podrá utilizar para cualquier cosa? ¿No hay restricciones?

 

 

 

—No hay restricciones.

 

 

 

El desafío la conquistó como a cualquier jugador que hubiera olfateado una buena apuesta. Edward presintió su victoria antes incluso de que Bella accediera. Cuando asintió con la cabeza, estuvo a punto de relamerse los labios, porque de esa manera por fin lograría hacerse con el control de ese matrimonio durante los próximos meses.

 

 

 

Bella repartía. Al ver sus cartas, Edward estuvo a punto de echarse a reír, ya que suponía cuál sería el resultado, pero se negó a ser clemente. Bella desechó una carta y cogió otra.

 

 

 

Edward mostró las suyas.

 

 

 

— Full.

 

 

 

— Pareja de jotas. Te toca.

 

 

 

Edward le reconoció el mérito. Bella no cedía y mantenía sus emociones bajo llave.

 

Supuso que fue su padre quien la enseñó a jugar y, de no ser por su maestría con las cartas, Bella le habría resultado un rival difícil de vencer. En esa mano Bella le mostró una pareja de ases, pero se rindió a su trío de cuatros.

 

 

 

— Una mano más —anunció Edward.

 

 

 

— Sé contar. Me toca repartir. —Sus dedos volaron sobre las cartas—. ¿Dónde aprendiste a jugar al póquer?

 

 

 

Edward observaba sus cartas con expresión neutra.

 

 

 

— Tenía un colega que organizaba una partida semanal. Era una buena excusa para beber y eso.

 

 

 

— Pues te pega más el ajedrez.

 

 

 

Edward desechó una carta y cogió otra.

 

 

 

— También se me da bien.

 

 

 

Bella soltó un resoplido muy poco femenino.

 

 

 

— Enséñamelas.

 

 

 

Ella le mostró su escalera con expresión triunfal.

 

 

 

Edward casi sintió lástima. Casi.

 

 

 

— Buena mano —comentó con una sonrisa engreída—. Pero no lo bastante. —Le mostró un póquer de ases, tras lo cual estiró las piernas al frente y apoyó la espalda en el sofá—. Eso sí, lo has intentado.

 

 

 

Bella contempló sus cartas, boquiabierta.

 

 

 

— La probabilidad de conseguir un póquer de ases jugando al five card stud es. . . ¡Madre mía, has hecho trampas!

 

 

 

Edward meneó la cabeza al tiempo que chasqueaba la lengua.

 

 

 

— Vamos, Bella, suponía que serías mejor competidora. ¿Sigues siendo una mala perdedora? En cuanto a mi favor. . .

 

 

 

Edward se preguntó si le estaría saliendo humo de verdad por las orejas.

 

 

 

— Nadie es capaz de conseguir un póquer de ases a menos que dé un cambiazo con las cartas. ¡No me mientas, porque yo había pensado en hacer eso mismo!

 

 

 

— No me acuses de algo que no puedes demostrar.

 

 

 

— Has hecho trampas —insistió, con un deje asombrado y espantado a la vez—. Me has mentido en la noche de bodas.

 

 

 

Edward resopló.

 

 

 

— Si no quieres pagar la deuda, dilo. Típico de una mujer. . . no sabéis perder.

 

 

 

Bella se retorció, furiosa.

 

 

 

— Eres un tramposo, Edward Cullen.

 

 

 

— Demuéstralo.

 

 

 

— Lo haré.

 

 

 

Y con esas palabras se lanzó a sus brazos, por encima de la mesa auxiliar.

 

 

 

Edward se quedó sin aire en los pulmones al sentir el impacto de su cuerpo y acabó tumbado sobre la alfombra, mientras ella introducía una mano en las mangas de su camisa en busca de las cartas que sospechaba que había escondido.

 

 

 

Edward gruñó, asaltado por el roce de ese cuerpo tan femenino sobre el suyo, si bien lo único que quería Bella era encontrar la evidencia de que había hecho trampas. Intentó quitársela de encima, pero en ese momento ella comenzó a rebuscar en el bolsillo de la camisa, arrancándole una carcajada. Al escucharse, cayó en la cuenta de que esa mujer lo había hecho reír durante la pasada semana más de lo que se había reído desde que era pequeño. Al sentir sus dedos en los bolsillos del pantalón, pensó que, si seguía buscando, acabaría encontrando algo. La carcajada se convirtió en un retortijón en las entrañas y de repente giró sobre el suelo llevándola consigo y la inmovilizó con su cuerpo, atrapándole las manos junto a la cabeza.

 

 

 

Durante la refriega, Bella había perdido el pasador del pelo. Sus rizos azabaches le ocultaban parte de la cara. Esos ojos azules lo contemplaban, furiosos, entre el pelo, destilando un desdén engreído que solo ella era capaz de sentir después de haberlo arrojado al suelo en primer lugar para reducirlo.

 

 

 

Sus pechos, libres ya que no llevaba sujetador, subían y bajaban, tensando la sudadera.

 

Tenían las piernas entrelazadas y ella había separado un poco los muslos.

 

 

 

Edward descubrió que estaba en un buen lío.

 

 

 

— Sé que tenías las cartas escondidas. Admítelo y ya está, para que podamos olvidar lo que ha pasado.

 

 

 

— Estás loca, ¿lo sabes? —murmuró él—. ¿Es que no sopesas las consecuencias de tus actos? —La vio hacer un mohín con el labio inferior y soltar el aire con fuerza. Los rizos cayeron por fin hacia un lado, despejándole los ojos—. No he hecho trampas. —El mohín siguió en su sitio. Edward soltó un taco y le aferró las muñecas con más fuerza al tiempo que la ponía verde por obligarlo a desearla y por no ser consciente del efecto que tenía sobre él—. Bella, ya no somos críos. La próxima vez que tires a un hombre al suelo, prepárate para lo que suceda después.

 

 

 

— ¿Te crees Clint Eastwood o qué? ¿Ahora vas a decirme algo así como: «Anda, alégrame el día»?

 

 

 

El calor que sentía en la entrepierna se le subió a la cabeza, ofuscándolo hasta que solo fue capaz de pensar en la cálida humedad de su boca y en la suavidad del cuerpo que tenía debajo.  Ansiaba estar desnudo con ella entre las sábanas revueltas; sin embargo, Bella lo trataba como si fuera un irritante hermano mayor. Pero eso no era lo peor. Bella era su mujer. La idea lo atormentaba.  Algún instinto atávico y troglodita se apoderó de él, instándolo a hacerla suya. Por ley, ya le pertenecía.

 

 

 

Y esa noche era su noche de bodas.

 

 

 

Bella lo retaba a convertir su ira en deseo, a sentir sus labios húmedos y trémulos  bajo los suyos, mientras se rendía a la pasión. La lógica que lo había llevado a redactar una lista, a trazar un plan y a declarar que sería un matrimonio de conveniencia acabó arrojada por la borda.

 

 

 

Decidió hacer suya a su mujer.

 

Capítulo 8: Capítulo 10:

 
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