El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 187
Comentarios: 473
Visitas: 338466
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo!

Disclaimer: Solo los personajes pertenecen a S. Meyer. Esta historia es totalmente mía.

Capítulo beteado por Manue0120, Betas FFAD; www facebook com / groups / betasffaddiction

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¡No debieron tocar lo que más amo!

BPOV.

Me levanté de un salto de la cama y salí corriendo a la habitación de mis bebés, con la burbujeante risa de Edward en el fondo. Casi tropiezo con mi hijo en el pasillo. Él venía con su hermana en sus brazos.

—¿Qué sucede, Tony? —le pregunté tomando a la bebé en mis brazos. Mi pequeña se chupaba el puño derecho como si su vida dependiera de ello.

—Creo que tiene hambre, mamá —dijo acariciando su brazo con ternura.

Asentí de acuerdo con él.

—Ve a dormir, campeón —alenté pasando mi mano izquierda con ternura por su desordenado cabello—. Yo me encargo de ella —le aseguré con una sonrisa.

—Está bien, mamá. Buenas noches. —Me dio un beso en la mejilla—. Buenas noches, Leen. —Dejó un beso en su nariz.

—Buenas noches, bebé. —No había terminado de decirlo cuando me lanzaba una mirada de reproche—. ¿Qué? Aún sigues siendo mi bebé, Tony, así tengas cien años. Fuiste, eres y siempre serás mi bebé. —Se volvió hacia su habitación refunfuñando por lo bajo—. Eres mi bebé, Ethan, nunca lo olvides —reiteré con una sonrisa.

—Sí, mamá, lo que tú digas —murmuró con fastidio antes de entrar a su habitación.

Di media vuelta y me dirigí a mi habitación.

—Hey, preciosa. ¿Qué sucede? —consulté besando sus mejillas sonrojadas—. ¿Tienes hambre? —indagué acariciando su espalda, besé el tope de su cabeza.

Entré a la habitación dejando la puerta semi-abierta, Edward no se encontraba en la cama donde lo había dejado, en cambio, se escuchaba el agua de la ducha correr.

—Gallina —susurré solo para mí—, papi es un gallina, amor —le comenté a mi nena besando su frente.

Me senté en mi lado de la cama con la espalda apoyada en el cabecero y acomodé a mi niña en una posición más cómoda para darle el pecho. Me bajé el tirante de mi pijama, ella no dudó en succionar mi pezón cuando estuvo a su alcance.

Minutos más tarde el agua de la ducha paró y Edward salió del cuarto de baño con una toalla rodeando su cintura y una en sus manos secando su desordenado cabello.

—Gallina —le dije con burla, haciendo el sonido del animalito. Leen aprovechó ese momento para introducir sus deditos en mi boca.

Edward solo sonrió de forma pícara, lanzó la toalla sobre el sofá y llevó sus manos a la que le cubría la cadera. Me miró bajo sus largas y espesas pestañas.

—Si te la quitas, no me hago responsable —advertí de forma atropellada por los deditos de nuestra niña—. Tú quieres esperar a tu tía, ¿no? —indagué tomando la mano de la bebé y retirando sus dedos, los besé antes de posarlos sobre mi seno izquierdo—. De lo contrario, llevaré a Leen a su habitación. —Hice el amago de levantarme. Su expresión se endureció antes de volverse bruscamente hacia el armario—. Tu papi es un tonto —le dije a mi niña mientras acariciaba su mejilla y mordía suavemente sus deditos que intentaban volver a introducirse en mi boca—. Mami ya se siente bien.

—Dejen de conspirar contra mí —reprochó Edward de forma casual desde el umbral del armario—. Ustedes, mis chicas, son muy importantes para mí. Lo saben, ¿no? —Levanté mi mirada hacia él y asentí renuente—. Son mi vida. Nunca haré nada que las pueda perjudicar. No es que no te desee, amor. —Me sonrió con mi sonrisa torcida favorita—. El cielo sabe lo que sufro por no poder tenerte, pero ante todo está tu bienestar. No voy a dañarte, no si puedo evitarlo.

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Transcurrieron una cuantas semanas después de esa noche donde él admitió que me deseaba, su tía nos había dado luz verde, pero el muy cabezota quería esperar un poco más y cerciorarse que estuviese al cien por ciento recuperada; por lo que me impuse una tarea: seducirlo.

Cada noche hacía hasta lo imposible por tentarlo, procuraba no llevarme a los bebés a la habitación para no matar su excitación. Me había ido de compras con mis hermanas y llené mi cajón de una variedad de prendas íntimas, unas más sugerente que otras. Había un Baby Dolls negro con encaje que lo mataba, lo veía en su mirada. Me paseaba por la habitación con ellas puestas antes de irme a dormir. Seduciéndolo. Tentándolo. Cada noche lo veía correr de forma apresurada hacia el cuarto de baño segundos antes de escuchar el agua de la ducha.

Un martes por la mañana todo había comenzado de lo más normal, los niños se fueron al colegio con Edward, uno de los hombres de Edward se quedaría custodiándolos. Estábamos esperando que Jordán se recupere satisfactoriamente y vuelva a cuidar de mis niños. Me había quedado sola en casa con los bebés, Edward después iría a las bodegas, tenía unos pendientes de los qué encargarse.

Me encontraba en el cuarto de juego acostada sobre la gruesa alfombra de colores, haciendo sonidos de animales que les encantaban a mis niños.

Guau, Guau. —Hice como un perrito sobre la barriguita de Eider, ocasionando que soltara unas risitas.

—Señora Cullen, su hermana Rosalie. —Me sobresaltó la voz de Kim, una de las chicas del servicio.

—Bella —me saludó Rose entrando a la habitación.

— ¿Y los bebés? —pregunté confundida tomando a Eider en mis brazos al verla sola.

—Con la abuela —contestó como si nada. Llegó a nuestro lado y se sentó en el suelo al lado de Eileen—. Hola, hermosa. —La arrulló tomándola en brazos—. Oye, no me mires así, no soy una mala madre, solo vine a visitar a mis sobrinos y poder mimarlos, con tres bebés es imposible, ¿sabes?

—No he dicho que seas una mala madre, Rose —repliqué confundida.

—No, pero lo pensaste —me contradijo sonriéndole a mi bebé—. Mi nena preciosa, mira cómo estás de grande.

Se dedicó a mimar a mi niña por unos cuantos minutos, luego nos trasladamos al sofá de tres plazas.

—¿Cómo tomó Edward lo del cargamento? —cuestionó de repente, confundiéndome.

—¿Qué cargamento? —pregunté a su vez, acomodando a Eider sobre mi hombro para sacarle los gases.

—El que se perdió en las costas de Haití. ¿No sabías? —respondió acostando a mi niña mejor en sus brazos, se había quedado dormida.

—No, no sabía —susurré besando la cabecita de mi bebé.

Charlamos de los niños, de cómo Emmett es más niño que Emerson, viven en una pelea constante por el Xbox y Rose siempre tiene que intervenir, de cómo Eli se recuperó de su primer resfriado. De mis niños, de Alice y su obsesión por la moda y cómo tortura a nuestra pequeña princesita, mi pobre Jasslye.

Rose se marchó en cuanto llegaron mis niños del colegio, los besó y abrazó diciéndoles lo mucho que los quería.

Edward no llegó a almorzar, de hecho tampoco vino a casa temprano, por lo que preparé los niños para dormir a la hora acordada.

—Mami, ¿y mi papi? —preguntó mi gatita al momento de arroparla.

—No lo sé, nena, tía Rose me comentó que hubo un problema con una entrega, pero no sé qué tan grave, debe estar resolviéndolo. —Besé su frente.

—Buenas noches, mami. —Cerró sus preciosos ojos.

—Buenas noches, princesa. —Salí de la habitación dejando la puerta entre abierta.

—Buenas noches, mamá. —Ethan iba entrando a su habitación con un vaso de agua en la mano.

—Buenas noches, bebé. —Me acerque a él y planté un beso en su frente—. Te amo, hijo.

—También te amo, mamá. —Me sonrió con una sonrisa torcida tan parecida a la de su padre. Le eché un vistazo a los bebés, los cuales ya estaban dormidos profundamente. Revisé que funcionaran bien los monitores y me dirigí a mi habitación. Me quité la ropa mientras caminaba al cuarto de baño, puse a llenar la bañera, le eché las esencias con aroma a fresia y me di un refrescante baño de burbuja por un largo tiempo. Cuando bostecé fue el momento de salir.

Como Edward no había llegado aún, no era necesario colocarme uno de los sugerentes Baby Dolls, así que opté por unos shorts cortos de franela y un top de tirantes finos, con estampados de ositos. Nada excitantes, pero ya que al parecer dormiría sola, no le vi nada de malo.

Caí rendida nada más mi cabeza tocó la almohada.

Desperté un poco desorientada, escuchando el débil llanto de mi niña por el monitor de bebé, aun sentía mucho sueño, pero a diferencia de Eider que dormía toda la noche, Eileen se despertada dos veces a mamar. Mi pequeño era más considerado con su madre que su hermana.

—Ya voy princesa, ya voy —articulé levantándome, me percaté que Edward aún no se había acostado.

¿Dónde estás?, pensé asustada. No me has llamado.

Me asomé por el balcón y suspiré de alivio al ver las camionetas estacionadas en su lugar habitual. Calvin, uno de nuestros hombres que nos custodian, me saludó con la cabeza cuando me vio, él caminaba por el lateral de la casa con el arma preparada sobre su hombro.

Mi nena soltó de pronto un quejido de molestia. Iba a despertar a sus hermanos, por lo que me apresuré a buscarla, Edward debía estar en la habitación de nuestra gatita.

—Ya estoy aquí, nena, no llores. —Se calmó al escuchar mi voz. Me acerqué a la cuna y la tomé en brazos—. Ya no llores, mi amor. Mami está aquí. —Me senté en la mecedora y le ofrecí de mamar. Volvió a dormirse unos cuantos minutos más tarde y con mucho cuidado, la acosté de nuevo en su cuna. Al salir dejé la puerta abierta.

La habitación de Lizzy estaba vacía, mi niña no se encontraba por ningún lado, ni había rastro de Edward. Al pasar por la de Tony me asomé y no estaban allí. Bajé las escaleras, lo más seguro es que los encontrara en la cocina. Elizabeth es muy glotona y Edward no sabe decirle que no.

Me sorprendí al ver la luz del despacho encendida. Me dirigí hacia allí con curiosidad. La puerta estaba abierta, por lo que entré, sonreí y mis ojos se llenaron de lágrimas al observar tan hermosa imagen.

Mi esposo dormía profundamente, de una manera muy incómoda en el sillón, con nuestra pequeña niña en brazos.

Me acerqué a ellos sin hacer ruido.

—Anda, dormilón, levántate. ¿Por qué no vienes a la cama? Es más cómoda. Además, tengo frío y te extraño —le hablé con suavidad al oído. Se removió un poco y de inmediato soltó un quejidito de dolor. Movió la cabeza en círculos, abrió sus ojos—. ¿Qué hacen aquí ustedes dos? —indagué sonriendo, le di espacio para que se levantara, acomodó a nuestra gatita, ella se removió pero no se despertó, y escondió su perfecto rostro en la base del cuello de su padre.

Me mordí el labio inferior. Maldición, a pesar de tener a nuestra niña en sus brazos, era el hombre más ardiente que había visto. Di un paso atrás, me provocaba brincarle encina e hincarle el diente, literalmente.

—¿Qué sucede, amor? —preguntó rodeando mi cintura con su brazo derecho.

—¿Todo anda bien? —cuestioné perdiéndome en su mirada, acaricié tiernamente la espalda de nuestra hija.

Sonrió antes de inclinarse y darme un casto beso.

—Hubo una complicación con un cargamento dirigido a Haití, pero no es nada que no pueda resolver, no te preocupes. —Me tranquilizó instándome a caminar.

Subimos en silencio las escaleras.

—¿Cómo te diste cuenta dónde estábamos? —inquirió curioso luego de haber acostado en su cama a nuestra gatita. Me incliné y besé las mejillas de nuestra niña antes de encáralo y responderle.

—Me levanté a darle el pecho a Eileen, fue en ese momento que me percaté de que aún no te habías acostado, me asomé por la ventana y vi las camionetas, así que sabía que te encontrabas en la casa. Luego de darle de comer a la niña y dormirla, te busqué en la habitación de Lizzy, y sé que, si no estás en mi cama calentando mi cuerpo... —musité de forma sensual lo último, rodeando sus caderas con mis brazos. Debía aprovechar y tratar de seducirlo de nuevo, aunque no llevara ningún pijama sexy—, en la única cama que voy a encontrarte hasta este momento es en la de ella. Dentro de un par de años tendré que buscarte en dos camas para dar contigo. —Lo sentí temblar al momento en que mordisqueé el lóbulo de su oreja.

Me sostuvo de forma brusca de las caderas adhiriéndome a su cuerpo, pude sentir toda la longitud de su erección, mi corazón emprendió una marcha desbocada y mi sangre comenzó a hervir. Mi centro palpitó y se humedeció, preparándose para ese pedazo de carne que me volvía loca. Buscó mis labios con frenesí, le respondí el beso con el mismo ímpetu. Estaba realmente necesitada de sus caricias.

Ignoro en qué momento me alzó en vilo, estaba perdida en su ardiente beso, me instó a rodear su cintura con mis piernas, mis manos cobraron vida propia acariciando todo a su paso, sus brazos, su cuello, se instalaron en su cabello y dieron pequeños tirones.

Cuando se nos hizo necesario el respirar, trasladó sus labios a la piel de mi cuello y se dedicó a besar y lamer todo a su paso.

Un pensamiento coherente me atravesó en ese momento: aun seguíamos en la habitación de nuestra niña.

—E-Elizabeth —tartamudeé jadeando en el momento en que se prendaba de mi pezón izquierdo, no sé en qué momento había bajado la tira de la camisa del pijama, mientras su mano izquierda atendían mi otro pecho. Eso lo dejó paralizado. Completamente de piedra. Levantó la vista sobre mi hombro y se quedó allí mirándola fijamente. Dios mío…estaba despierta. Halé su cabello—. Por favor dime que no está despierta —imploré conteniendo el aliento. Negó con la cabeza soltando un fuerte suspiro—. Bien. —Suspiré retorciéndome. Era momento de seguir, pero en nuestra habitación—. Vamos a nuestra habitación. Te necesito, amor.

Edward gimió de forma gutural buscando mis labios con frenesí. Salimos de la habitación de nuestra hija a trompicones, soltando risitas de vez en cuando como un par de quinceañeros. Al llegar a la nuestra, cerró la puerta con dificultad, me incliné lo que pude desde sus brazos y coloqué el pestillo.

Esa madrugada fue una de las mejores de mi vida. Al fin volvía estar de esa forma con mi Edward, me hizo sentir la mujer más feliz del mundo, me trató con delicadeza, como si pudiera romperme a la menor oportunidad. Los dos encajamos como las piezas de un rompecabezas, ambos nos pertenecíamos.

Fui la primera en despertar al escuchar unos toquecitos en la puerta.

—Adelante —hablé con voz pastosa. La manilla de la puerta giró, pero esta no se abrió.

—No puedo, mami, está cerrada —se quejó mi gatita, no era necesario ser adivino para saber que estaba haciendo un mohín. Al escucharla decir eso, recordé todo lo vivido con mi Edward en la madrugada y mis mejillas de tiñeron de rojo.

—Ya voy, nena —aseguré saliendo con un poco de dificultad del pesado brazo de Edward. Él se encontraba boca abajo, dejando al descubierto sus nalgas perfectas, redondeabas y blancas como la leche.

¿Se enojaría si se las muerdo?, me cuestioné mentalmente mordiéndome el labio inferior. Pero ver su rostro tan pacífico me hizo desistir. Busqué con la mirada la bata de mi pijama, me la coloqué mientras caminaba hacia la puerta, quité el pestillo y la abrí solo un poco.

Mi gatita tenía una mueca en los labios.

—Mami…

—Espérame en tu habitación, voy a ducharme —indiqué con suavidad sonriéndole.

—Está bien. —Aceptó fácilmente.

Volví a cerrar la puerta de nuevo con pestillo.

Me duché rápidamente me vestí con un pantalón de chándal beige y una camiseta manga larga blanco, me hice una cola de caballo. Salí directo a buscar a mi niña. En el pasillo la escuché en la habitación de su hermana. Entré con cuidado, ellas se encontraban sentadas en el afeijar de la ventana mirando el hermoso cielo azul.

—Mira, Leen, allá está Garrett. ¡Hola, tío! —saludó en un grito y con una de sus manos, la otra estaba apretada sobre el estómago de su hermana.

—Buenos días, mis princesitas de la mafia. —Garrett las saludó a su vez—. Cuidado, Lizzy.

—La tengo bien sujeta, tío —aseguró mi hija abrazando a su hermana.

—Buenos días, mis niñas hermosas. —Me hice notar caminando hacia ellas.

—Buenos días, mamá. —Me brindó una enorme sonrisa.

Me acuclillé frente a ellas acariciando sus mejillas.

—¿Qué ibas a decirme, nena? —Tomé a la bebé en brazos, llenado su hermoso rostro de besos—. Hola, bebé; ya comiste, ¿eh? —Mi princesa movió los bracitos alegre. Volví mi atención de nuevo a mi gatita.

—Que se hace tarde para clases, mamá. —Se levantó tomando su mochila—. ¿Quién nos llevará?

—Busca a tu hermano, le diré a Garrett que los lleve —anuncié saliendo de la habitación. Bajé las escaleras con mi pequeña en brazos—. Buenos días, Rosa —saludé al encontrármela en el recibidor.

—Buenos días, señora Cullen. ¿Le sirvo el desayuno en el comedor?

—No, no, afuera, cerca de la piscina, hoy seguimos con las prácticas de natación —informé con una sonrisa—. ¿Garrett está dentro?

—No, está afuera dándole instrucciones a los chicos. Voy a buscarlo.

—No se preocupe, Rosa, yo voy.

Asintió antes de dirigirse hacia la cocina. Salí por la puerta principal y de inmediato ubiqué a Garrett y a los demás hombres. —¡Garrett! —lo llamé caminando hacia donde estaba.

—Bella. —Se apresuró a mi lado—. Hey, princesita —murmuró tomando a la niña en sus brazos y haciéndole cariño.

—Garrett. —Llamé su atención—. Edward sigue dormido, ¿podrías llevar a los niños a la escuela?

—Por supuesto. Jhofran, prepara las camionetas, saldremos en unos minutos —le ordenó al chico que estaba más cerca. Este asintió y se apresuró a obedecer.

—Gracias. —Tomé a la niña en brazos. Le restó importancia con un movimiento de la mano. Di media vuelta y entré a la casa, encontré a mi gatita y a Tony al pie de las escaleras con Eider en brazos—. Garrett los llevaré —anuncié acercándome a ellos.

Ambos asintieron levantándose.

Escuchamos el claxon de una camioneta.

—Es hora de irse. —Cargué a Eider con mi brazo libre, mis niños me abrazaron torpemente y les dio un beso en la frente a cada uno—. Ethan, cuida de tu hermana. Nada de peleas.

—Siempre, mamá —dijo abrazando a Lizzy—. No haré nada salvo que se metan con mi hermana. —Mi gatita le dedicó una sonrisa, la cual él correspondió de inmediato.

—Adiós, mami. —Se despidieron al unísono antes de salir corriendo.

Salí de la casa por el lateral izquierdo, dirigiéndome hacia la piscina, Rosa terminaba de colocar mi desayuno en la mesa cerca de la piscina. Después de desayunar y esperar el tiempo reglamentario, me quité el chándal y el suéter quedando en traje de baño de dos piezas.

Rosa me hizo el favor de traerme los pañales Huggies Little Swimmers ideales para piscina y me ayudó cambiando a Leen. Carlo me trajo los flotadores que utilizo y los dejó a la orilla de la piscina.

Me introduje a la piscina con Eider en brazos mientras Rosa sostenía a Leen. Mi bebé saltó en mis brazos y arrugó la cara, el agua estaba un poco fría.

—Shhh…no pasa nada, mi amor. —Le mojé la cabecita con mi mano. Nadé un poco con él, esperando que se aclimatara a la temperatura del agua—. Vamos a intentarlo de nuevo, nene —expuse tomándolo con mis manos debajo de sus brazos—, podemos con esto. —Soplé el agua frente a su rostro mientras lo hundía un poco—. Así se hace, campeón. —Solté unas risitas al ver su mohín—. De nuevo, bebé —repetí el movimiento. Lo bajé y subí jugando con él, él se rio y movió sus manos y piernas.

Solté unas risitas, el agua me salpicó el rostro. Me acerqué a los flotadores.

—Le toca a Leen, nene, sabes que tu hermanita aún no está lista. —Lo aseguré bien en el flotador.

Sabía que mi bebé no se movería de allí. Los primeros días me moría de miedo, pero con el tiempo lo he ido perdiendo, a pesar de eso, no apartaba mi mirada de él en ningún momento. Me reconfortaba saber que algunos de los hombres que nos cuidan estaban al pendiente, si algo pasaba, sé perfectamente que no dudarían en lanzarse al agua.

—Dámela, Rosa. —Me acerqué a la orilla. Eider iba más avanzado en la natación que su hermana. Ella protestó al sentir la frialdad del agua—. No llores, nena, solo es agua. —Le mojé la cabecita de la misma manera que su hermano. Nadé con ella de un lado para otro como hice con su hermano, halé a Eider de la tira del flotador para no tenerlo lejos de mí, mi bebé movía las piernas con energía—. Vamos, nena, a la cuenta de tres, relájate, ¿sí? Haz lo mismo que mamá.

Floté sobre mi espalda con mi niña sobre mi pecho, estábamos separadas por unos centímetros.

—¡Ay, qué emoción! —El chillido estaba muy cerca de nosotras, haciendo que me hundiera asustada, salí segundos después con mi bebita en brazos, ella se había hundido también. Tenía un mohín en sus labios e iba a llorar.

—Alice, por Dios… —me quejé acercándome a mi príncipe—. ¿Tenías que asustarnos? —reproché molesta.

—Lo siento, Bella —se disculpó Rose con una sonrisa—, no pude hacerla callar.

—Es que me emociona mucho, andan como pececitos en el agua. —Dio saltitos aplaudiendo y deteniendo el avance de la carriola.

Bufé molesta, saliendo de la piscina con los bebés, Carlo se acercó con unas toallas.

—Gracias —dije en el momento que los cubría, él solo me sonrió.

Jackson traía las sillas vibratorias musical de los niños, las ubicó en la sombra al lado de la mesa, donde Rosa colocaba una jarra de limonada y varias copas. Mis hermanas y yo, junto con los bebés, nos dirigimos allí. Con ayuda de Jackson los coloqué en las sillitas.

Me dejé caer en la tumbona.

—Bella. —Rose llamó mi atención, volví mi mirada hacia ella, estaba quitándole la ropita a Eliangel mientras Alice tomaba un sorbo de limonada.

—¿Sí? —murmuré sirviéndome un poco en la copa.

—Andas diferente… no sé, cargas como…un brillo en la mirada —comentó como si nada dejando a la niña en la carriola, luego tomó a Enderson en sus brazos.

El sorbo de limonada que estaba tragando decidió en ese momento irse por otro camino, así que comencé a toser y tratar de tomar un poco de aire.

Alice me dio unas palmadas en la espalda.

—Alice —grazné—, ¿tratas de ayudarme o de matarme? Porque parece que quieres sacarme los pulmones. —Me alejé de su mano. Ella soltó unas risitas—. ¡¿Qué haces?! —gritamos Rose y yo al mismo tiempo al ver lo que Alice se disponía hacer, traté de alejar la copa de limonada de la boquita de mi sobrino, pero no lo hice a tiempo, Jayden hizo un mohín—. ¿Estás loca?

—Relájense, solo le di a probar. —Se excusó soltando risitas al ver la expresión del niño.

—Definitivamente estás mal de la cabeza, Alice Cullen —aseveró Rose fulminándola con la mirada.

Después de ese incidente, nos dedicamos a charlar tranquilamente. Alice fue la primera en irse, ya que debía ir a buscar a Jasslye al colegio.

—Emmett buscará a Emer —informó Rose cuando le pregunté quien iría a buscar al niño.

Era casi mediodía y Edward aún seguía en la cama.

—¿Y Edward? —curioseó Rose cuando se iba.

—Creo que sigue dormido —dije sacándole los gases a Eider—. Regresó tarde anoche.

—¡Mamá Rose! — El grito de mis niños resonó segundos antes de verlos correr a nuestro lado.

—Mis niños hermosos —los saludó dándole besos por todo sus rostros. Elizabeth soltó unas risitas tontas, en cambio Ethan solo hizo muecas.

—¿Ya te vas? —preguntó Lizzy con un mohín.

—Sí, nena, Emer ya debe haber llegado. Te prometo venir el fin de semana. —La abrazó y le besó en tope de la cabeza.

—Chao, mamá Rose —se despidió Tony antes de correr hacia la mansión.

Lizzy se carcajeó.

—Se venía orinando, mamá y va tarde a su práctica de fútbol —explicó carcajeándose de nuevo.

—Adiós, te quiero Lizzy, también te quiero Eider. Cuídate, Bella.

Se subió al asiento trasero de la camioneta y desapareció de nuestra vista.

—¿Cómo estuvo la escuela? —Me volví hacia mi gatita. —Bien. —Se encogió de hombros—. ¿Y papá?

—Sigue dormido —respondí encaminándome hacia la casa.

—Voy a ducharme, debo terminar mis deberes, en la tarde tengo clases de danza. ¿Me llevarás, mami? —Se detuvo en la entrada de la mansión.

—Claro que sí, nena. ¿Solas tú y yo? —indagué con esperanza. Necesitaba con urgencia una salida con mi niña como en los viejos tiempos, solo ella y yo, sin tantos escoltas.

—Eso sería genial. ¿Podemos ir por un helado luego? —pidió con la mirada brillante, estaba realmente emocionada.

—Claro que sí. Ve a ducharte —le insté a entrar.

Kim me esperaba en el recibidor con mi princesa Leen en brazos.

—Hola, Leen. —Mi gatita besó a su hermana en la mejilla antes de precipitarse escaleras arriba.

—Gracias, Kim. Nos ducharemos en la habitación de invitados para no molestar a Edward, ¡¿puedes por favor buscarnos algo de ropa?!

—Por supuesto que sí, vaya sin cuidado.

Subí las escaleras con mis niños en brazos y me dirigí hacia la habitación de invitados, luego de ducharnos, coloqué a los bebés en la cama para poder vestirme y luego los vestí a ellos. Al terminar, con ayuda de Kim que le dio el biberón a Eider, mientras yo se lo daba a Eileen, luego con un tarareo horrible de mi parte, logré dormirlos. Los acosté en sus respectivas cunas.

—Arriba, dormilón, es hora de levantarse —dije abriendo la puerta de mi habitación, la cual estaba vacía, Edward no estaba a la vista y la cama estaba hecha.

Negué con la cabeza.

Bajé las escaleras dando saltitos.

—Sandra, ¿y Edward? —cuestioné llegando al recibidor.

—En su despacho, señora. Rosa le envió zumo. —Señaló la bandeja.

—Yo se lo llevo —indiqué sonriendo y tomando la bandeja.

Me encaminé al despacho. Al llegar toqué con suavidad.

—Adelante. —Sonreí al escuchar su voz aterciopelada.

No dudé en abrir la puerta. Él me regaló una enorme sonrisa y me instó a entrar con un movimiento de la mano. Me apresuré a llegar a su lado, coloqué la bandeja sobre el escritorio en el momento que él echaba el sillón para atrás, dejándome espacio entre su cuerpo y la madera.

Sonreí de forma pícara, mordiéndome el labio inferior; quería repetir lo de esta madrugada, me moví de forma sensual hasta ubicarme justo en el espacio que él había creado, mis manos cobraron vida yendo a parar en su cabello retorciéndolo en el proceso. Edward enarcó una ceja, colocando sus manos en mis caderas y deteniendo mi movimiento. Negó con la cabeza.

Fruncí el ceño e hice un mohín. Yo quería repetir.

—Ed… —Colocó su dedo índice sobre mis labios callando mí protesta. Con el mentón señaló el sofá.

—No estamos solos —articuló solo con los labios. De inmediato di un paso atrás. —¿Por qué no me lo dijiste? —me quejé articulando solo con los labios y cruzándome de brazos.

—Te lo estoy diciendo —replicó sonriendo con mi sonrisa torcida favorita.

—¿Quién es? —pregunté colocando mis manos sobre las suyas que aún seguían sobre mis caderas.

—Mi otra mujer —se burló acariciando la piel expuesta de mi torso.

Le di una fuerte palmada en las manos.

—No estoy para tus juegos —refunfuñé molesta.

Soltó unas risitas. Andaba de muy buen humor hoy, a pesar del problema con los haitianos, mi corazón se hinchó al saber que yo era la responsable.

—Elizabeth —susurró bajito inclinándose sobre mí, dejó un tierno beso sobre mi vientre, que aún conservaba una pequeña curva y unas cuantas estrías pequeñas, pero allí estaban. Suspiré, mi cuerpo no sería el de antes.

Colocando mis manos en su cabeza, lo alejé de mi piel, comenzaba a causar estragos dentro de mí, mi corazón emprendió una marcha alocada, mi sangre comenzó a hervir y correr como loca por mis venas. Mi centro palpitaba, anhelándolo. Mi respiración se atoró en mi garganta. Di un paso atrás, alejándome de su toque. Tomé un vaso de la bandeja y serví un poco de zumo, se lo tendí y él lo recibió gustoso, agarré el otro, también lo llené y me encaminé hacia el sofá, era el único sitio que podía estar escondida.

Detuve su protesta con un movimiento de la mano. Pasé mi brazo derecho por el respaldo del sofá y esperé a que ella lo tomara.

Me volví hacia mi esposo armándome de valor.

Debo hacerlo, debo decírselo, repetí como mantra en mi mente. Sé que se pondrá furioso, pero deberá aceptar mi decisión.

—Debo llevar a Lizzy a su clase de danza —informé caminando hacia él—. Debes cuidar a los bebés.

Asintió luego de haber tomado un trago del zumo de naranja.

—Ethan está por llegar, ¿cierto? —indagó inclinándose en el respaldo del sillón.

Asentí sentándome en el escritorio frente a él, cruzándome de brazos.

—Voy a salir —dije repentinamente seria—, con la niña y solo con la niña —recalqué.

Su expresión se endureció, apretó la mandíbula con fuerza y negó con la cabeza.

—De ninguna jodida manera. Saldrán con Thiaron y los chicos —aseveró furioso, estaba rojo por la ira.

—No —enfaticé con un movimiento de cabeza, no iba a ceder—. Saldré solo con la niña, Edward. Solo con la niña.

—Tu protección —gruñó con los dientes apretados—. Es solo por tu protección, Bella. Expondrás a Lizzy.

Exponer a mi nena al peligro, me estremecí, no quiero que lo ocurrido con James vuelva a pasar.

Me mordí el labio inferior y negué con la cabeza suspirando derrotada.

—No, no quiero exponerla, pero tampoco quiero salir con todos, Edward. Me siento asfixiada. Estar rodeada continuamente me estresa, quiero salir un día solo con los niños. Dios... Disfrutar —expuse lo que tenía retenido dentro, un nudo se formó en mi garganta y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Lo siento. —Se disculpó inmediatamente acariciando mis brazos con ternura mientras se colocaba de pie—. No sabía que te sentías así. —Me abrazó con fuerza, antes de besar mis cabellos—. Elije un día, el que tú quieras e iremos al lugar que decidas solo los seis.

Maldición, no quería reprocharle nada ni que se sintiera culpable, él no tenía nada que ver, era nuestro estilo de vida el culpable.

No pude evitarlo y un pequeño sollozo brotó de mi garganta. Ojalá y fuéramos una pareja normal, así podríamos disfrutar de nuestros hijos sin tantos problemas a nuestro alrededor, sin tener que estar bajo vigilancia constante, sin tener tantos enemigos.

—Lo siento. —Volvió a disculparse, intensificando mi malestar.

No es tu culpa, pensé apretando más mis brazos entorno a él.

—Mamá. —Se escuchó la voz de nuestro hijo, me separé de Edward a tiempo para ver a Tony detenerse en el umbral de la puerta—. ¿Qué pasa, mamá? —preguntó angustiado.

—Nada, bebé. —Lo tranquilicé con una pequeña sonrisa, eliminando con el dorso de la mano izquierda el par de lágrimas traicioneras que habían rodado por mis mejillas—. Todo está bien. —Mi sonrisa se amplió un poco más—. ¿Cómo te fue?

—Bien —me respondió entrando a la habitación, se acercó a mí con paso apresurado rodeando mi cintura con sus brazos. No dudé en corresponderle.

—Llevaré a tu hermana a su clase de danza. Tendrás que ayudar a tu padre con los bebés —le informé soltando unas risitas.

Tony dio un paso atrás y puso cara de asco.

—Pero solo papá le cambiará los pañales. —Se estremeció—. No quiero que Tory vuelva hacer pipí sobre mí.

No pude evitarlo, solté una carcajada al recordar ese momento. Lo halé hacia mi cuerpo besando sus mejillas.

—Papá. —Tony se dirigió a su padre.

—Dime. —Edward se volvió brindándole toda su atención, se dirigía hacia el sofá donde se escondía nuestra niña.

—El padrino Sam me estaba enseñando a disparar y a defenderme. Quiero seguir con las clases. Garrett me dijo que tú eres el mejor en cuerpo a cuerpo, me gustaría que me enseñaras, papá.

Me tensé mordiéndome el labio inferior, no quería que mi hijo se viera en una situación así, pero si llegaba a ocurrir, quería que él saliera victorioso. Edward me buscó con la mirada y supe que él llegó a la misma conclusión.

—Por supuesto, hijo.

—A mí también debes enseñarme a disparar, papá. —Mi Gatita se hizo notar, estaba de pie detrás del sofá con una postura defensiva.

—¿Podemos empezar hoy, papá? —Tony le preguntó a su padre ignorando a su hermana.

—Claro —accedió Edward.

—Arg... lo haces solo porque yo no voy a estar. Sabes perfectamente que soy mejor que tú. Di en el blanco al primer momento, tú tuviste que intentar cinco veces para acertar —refunfuñó molesta fulminándolo con la mirada.

—¿Qué ocurre, Elizabeth? —le pregunté confusa dando un paso hacia ella. No entendía por qué le hablaba a su hermano de esa manera. Algo le ocurría.

—Nada —me respondió desviando su mirada hacia la ventana.

—Elizabeth... —La voz de Edward tenía un deje de ansiedad.

—No pasa nada —repitió mi niña cruzándose de brazos.

—¿Seguro? —insistió Edward de nuevo.

Mi Gatita asintió.

—Me cambiaré para ir a danza —anunció dirigiéndose hacia la puerta, para luego salir corriendo del despacho.

—Algo le sucede —comentó Tony con la mirada fija en la puerta.

—Lo sé. —Edward estuvo de acuerdo, de repente se tensó—. Si ese niño le hizo algo a mi hija, lo mataré —gruñó apretando los puños.

—¿Qué niño? —pregunté confundida. ¿De qué niño hablaban?

—El tal Ricky, hoy le iba a llevar una sorpresa. Me lo dijo en la madrugada cuando la encontré aquí en el despacho —me respondió saliendo apresurado del despacho.

Me volví hacia Tony.

—¿Qué sucedió con Ricky? —indagué apartando un mechón de cabello de su frente.

Se encogió de hombros.

—No lo sé, no fue hoy a la escuela. Voy a ducharme, mamá. Estoy muy sudado. —Me sonrió antes de salir corriendo fuera del despacho.

Suspiré pasando mis manos por mi cabello.

—¡Isabella Cullen! —El alarido de Edward me sobresaltó.

Maldición, despertará a los bebés, pensé negando con la cabeza.

Cerré la puerta del despacho al salir y a pasos lentos me dirigí hacia la habitación de mi gatita. Un escalón a la vez. En cuanto llegué a la habitación de nuestra niña, no estaba a la vista.

—¿Qué sucede, Edward? —pregunté entrando al armario.

Señaló a nuestra hija.

—No saldrá vestida de esa manera ni mucho menos bailará delante de extraños.

Enarqué una ceja. No entendía su rabieta, ni que la niña estuviera completamente desnuda.

—Edward, por supuesto que lo hará, es un baile —lo contradije cruzándome de brazos. ¿Tanto alboroto por esto? ¿Por un estúpido baile?

—No, no lo hará —refutó gruñendo entre dientes.

—Edward… —Comencé por enésima vez. Ya me estaba hartando su berrinche.

—De ninguna jodida manera. —Negó apretando los dientes, sus puños estaban blancos por la presión que ejercía.

—Papi… —Nuestra gatita intentó hacerlo entrar en razón.

—¡No, Elizabeth, maldita sea, no harás ese condenado baile! —gritó exasperado. Esa fue la gota que rebasó el brazo. No permitiría ese comportamiento delante de nuestros niños.

Lizzy abrió los ojos como platos, su pequeña boquita formando una O antes de llevar sus manos a ellos.

—Por Dios santo, Edward. Es solo un baile —gruñí molesta cruzándome de brazos.

—No. —Me llevó la contraria imitando mi acción—. Elizabeth no bailará. Por una maldita vez, Isabella, entiende, no permitiré que mi hija sacuda su pequeño trasero frente a cientos de personas, mucho menos en ese traje tan diminuto. —Si supieras, pensé mordiéndome el labio inferior. Me estrechó los ojos, sospechando—. ¿Qué? —exigió cruzándose de brazos.

Mi gatita, sin poder evitarlo, soltó unas risitas. Traté, de verdad traté, pero fue más fuerte que yo, le sonreí delatándome.

—Ella ya ha bailado con ese tipo de traje, ¿verdad? —preguntó lo obvio.

Solté una pequeña risita.

—¿Te refieres a si ella meneó su pequeño trasero delante de cientos de personas en un traje tan diminuto? Entonces la respuesta es sí, ella ya lo ha hecho. Bailó My Boyfriend's Back a los siete años con dos niñas más de la compañía, por lo que no veo ningún problema con este baile —conté como si nada.

Su boca se abrió del asombro.

—¿Tú permitiste esto? —jadeó con incredulidad.

—Por supuesto. —Acepté colocando mis manos en forma de garra en la cintura—. Como voy a permitir este nuevo baile y tú no tendrás ninguna queja qué decir, Edward. Ella es una bailarina versátil.

—¿Qué mierda es esa de versátil? Es una bailarina de ballet —bramó confundido, con una extraña mueca en los labios.

Me carcajeé sin poder evitarlo.

—Versátil significa que maneja cualquier tipo de baile, desde el Ballet, Jazz, Lírico, Contemporáneo, Hip Hop. Todas las bailarinas que llegan a Broadway deben manejar estos estilos de baile —le expliqué con mucha paciencia.

—¿Quién dijo que ella irá a Broadway? Mi hija no necesita bailar allí para ganarse la vida. Maldita sea, tiene una enorme fortuna a su nombre. No necesita de eso. El baile debe ser un hobby para ella —me contradijo volviéndose hacia nuestra hija—. ¡Por favor, hija, no bailes en esa presentación!

Lizzy ancló su mirada en la verde esmeralda de su padre.

No lo haré, papi. No bailaré en el grupal si tú no quieres, pero, ¿puedo hacer mi solo? —le imploró con una sonrisa.

Chica lista, pensé sonriendo, atraparía a Edward con sus propias palabras. Si se había puesto así por el baile grupal, armaría una guerra al enterarse de cómo era el solo de nuestra hija.

Edward se volvió hacia mí con una enorme sonrisa en los labios, entrecerrándome los ojos.

Si supieras, bebé, pensé sonriendo. No estarás muy alegre cuando la veas bailar.

—Por supuesto, princesa. —Edward accedió de inmediato acercándose a nuestra niña, se sentó en el banquillo rosa de princesa halándola a su regazo en el proceso—. Puedes hacer tu solo, me imagino que es lindo, como todos los otros que has hecho.

Nuestra hija le sonrió y asintió de acuerdo abrazándolo. No pude evitarlo, solté un par de risitas. Edward me miró interrogante, pero solo negué con la cabeza.

—¿Qué te parece si no vas a danza hoy y practicamos tiro al blanco y te enseño a defenderte? —Edward se escuchaba esperanzado.

—Sí —exclamó emocionada—. Voy a ganarle a Ethan, soy mejor que él.

Negué con la cabeza, saliendo del armario dejándolos solos.

Podía escuchar el llanto de los bebés de fondo.

En el pasillo me encontré a Kim que intentaba tranquilizar a una muy enojada Eileen.

—Yo me encargo. —Le tendí los brazos—. ¿Me puedes ayudar a traer a Eider al gimnasio?

—Por supuesto, señora. Vaya tranquila que yo se lo llevo.

Me dirigí hacia el gimnasio, acomodé unos cojines en el rincón más alejado para no molestar y me ubique allí con Leen para darle de mamar.

Kim llegó minutos después con Eider en la silla vibratoria musical, pero mi nene seguía dormido. Lo ubicó a mi lado. Carlos traía la sillita de mi princesa.

—Gracias —expresé al momento que Tony y Edward entraban.

—Leen. —Tony se apresuró hacia nosotras.

—Lamento haber despertado a la niña. —Se disculpó Edward inclinándose para dejar un casto beso en mis labios, mientras que con ternura acariciaba la cabecita de nuestra pequeña bebé.

—No te preocupes, cariño. —Le resté importancia encogiéndome de hombros.

Leen, al tener la atención de Tony sobre ella, se olvidó por completo de mamar, por lo que me acomodé el top cubriendo mi pecho.

Mi teléfono sonó, era una WhatsApp de Alice. Me había enviado unas fotos de mis sobrinos con los cachetes manchados de chocolate.

Negué con la cabeza. Mi hermana nunca cambiaría. Acomodé a mi niña en la silla vibratoria. Edward y Tony se movieron al centro del gimnasio a calentar.

Escuché el sonido de la puerta al abrirse, no levanté la mirada, sabía de quién se trataba.

¿Tú estás loca?, le respondí.

—¿Qué? —Escuché la queja de mi niña.

—Todo el mundo te está viendo desnuda —reprochó Edward con los dientes apretados.

Levanté la mirada y no vi nada malo, mi niña andaba con un top y unos pantaloncillos cortos, los que normalmente usa en su clase de danza.

Mi teléfono volvió a sonar.

No, claro que no, Jasslye estaba comiendo, los bebés querían, no les iba a negar. Fue su respuesta.

Por supuesto que sí, son unos bebés, Alice, les hace daño. Envié el mensaje frunciendo el ceño.

—Eso es mentira, estoy vestida, esto es un top y unos pantaloncillos cortos. Y nadie me mira, siempre voltean para otro lado cuando paso. Te tienen miedo.

—Sube a cambiarte o no te enseñaré —aseveró Edward con molestia.

—Bien. ¿Tú me enseñarás, mami? —Mi gatita se dirigía a mí, por lo que levanté la mirada del teléfono—. El padrino Sam te enseñó.

Le sonreí y asentí.

—Recuerdo algunas cosas, te las puedo enseñar. Tengo muchos años sin practicar, así que no esperes perfección —le indiqué colocando el IPhone sobre un cojín y me levanté. Edward tenía la mirada clavaba en mí. Era mentira, por supuesto, sabía perfectamente cómo defenderme, solo quería impresionar un poco a mi marido. No era tan buena como él, pero podía defenderme. Sé que si llegara a luchar contra él, le dejaría unos cuantos hematomas en su perfecta piel, no ganaría la pelea, era consciente de eso, pero no la tendría fácil tampoco, lo haría callar, así dejaría de comportarse como un idiota delante de los niños.

—Bella —me habló suavemente.

—Humm… —murmuré comenzando a calentar. Había caído en la trampa. —¿En serio le enseñarás? —interrogó con un deje de ansiedad en la voz.

—Tú no quieres hacerlo —le respondí, pero hice una mueca al escuchar llorar a Tory, mi pequeño se enojaba si lo despertaba y el pequeño berrinche de Edward lo despertó, todo mi plan se fue al traste—. ¿Me esperas un momento, cielo? Debo darle de comer a tu hermano. —Volví a ocupar mi asiento, en medio de ambos bebés, tomé a Tory en mis brazos.

—Te enseñaré, Elizabeth, dejemos a mamá con los bebés, pero para la próxima colócate algo más de ropa. —Edward accedió pasando sus brazos por los hombros de nuestra niña.

Nuestra gatita soltó unas risitas.

—No lo haré —murmuró sonriéndole a su padre.

Edward le dio una palmada en las nalgas, ocasionando que ella solo riera más fuerte.

—Te ganaré, Tony, yo puedo hacer esto —se jactó mirando a su hermano en el momento en que subía su pierna, haciendo un estiramiento, su pantorrilla tocando su rostro y el pie en punta sobre su cabeza.

—Oh no. —Edward la atajó de inmediato—. Nada de realizar ese movimiento, jovencita, le muestras a todo el mundo tu entrepierna.

Solté unas risitas.

—Tu papi es un tonto —susurré solo para Eider, él me miraba con esos ojos tan parecidos a los míos. Lo acomodé bien en mi regazo y me saqué el pecho, él comenzó a mamar.

—Por favor, papá. —Mi gatita puso los ojos en blanco—. No te perderás mi presentación, ¿verdad, papá? Es el viernes por la noche, estoy súper emocionada, me encanta mi solo.

—Nuestra pequeña hizo unos hermosos giros de ballet.

—Por nada en el mundo me lo perdería, nena. —Edward la cargó por detrás, ella soltó un par de carcajadas y movió sus piernas en el aire. —¿Aunque tengas en ese preciso momento la oportunidad de acabar con esos jodidos haitianos? —Miró a su padre sobre su hombro con un brillo de adoración en la mirada.

—No. —Edward negó de inmediato—. Ni muerto me la perdería.

—Bien, ahora enséñanos —le urgió cuando la dejó sobre sus pies de nuevo.

Edward estuvo en el gimnasio practicando con los niños por unas dos horas, le enseñaba cómo defenderse de su agresor, cómo bloquear sus ataques por si lograba derribarlos y lo que tendrían que hacer. Leen no perdía ni un movimiento, para donde iba su padre, ella lo seguía con la mirada. Mi pecho se hinchó de orgullo al ver lo talentosos que eran mis niños.

Elizabeth y Ethan iban a la par en ocasiones. Tony lograba derribarla, pero Lizzy se levantaba con más fuerza, ocasionándole un par de moretones a su hermano. Tony estaba furioso, pero era su hermanita, él nunca haría algo para dañarla aunque ella se valiese de ello.

Sabía perfectamente que Edward esperaba la noche con ansiedad solo para vengarse de mí por lo referente a nuestra niña, pero para desgracia de él, Eider no me dejó en ningún momento, estaba un poco molesto. Cuando logramos que él se durmiera eran casi las tres de la mañana, por lo que ambos caímos rendidos.

Al día siguiente, por fin pude dar con el motivo del comportamiento de mi niña del día anterior. Ella había estado muy ilusionada porque Ricky le daría una sorpresa, pero no se presentó y eso le rompió el corazón. Él estuvo enfermo, había amanecido con vómitos, aparentemente algo le cayó mal, así que se presentó en la casa muy temprano para alegrarle el día a mi niña y entregarle su sorpresa. Sabía desde el primer momento en que ella lo nombró, que ese niño se robaría el corazón de mi niña. Aunque ella se negara, se lo estaba ganando poco a poco.

La noche del viernes llegó pronto, todo el mundo lo esperaba ansioso, Edward, mi padre, mis hermanas, mis cuñados, mi Bubú y mis suegros ya se encontraban ubicados en sus asientos frente al escenario, yo me encontraba en los camerinos ayudando con el vestuario y el peinado a mi niña.

Ella soltó unas risitas.

—Papi se enfadará —comentó sonriendo a través del espejo en el momento que terminaba de arreglarla.

—Lo sé. —Estuve de acuerdo, colocando el último broche en su cabello—. Pero no dejaré que te grite.

—Elizabeth, al escenario en cinco minutos —informó una de las chicas encargadas.

Asentí de acuerdo.

—Vamos, Lizzy —la llamó la instructora.

—Me voy, nena. —Le besé en la frente—. Te estaré viendo, baila hermoso como siempre. Te amo.

Me dedicó una enorme sonrisa.

Salí de los camerinos apresurándome a mi asiento.

—Elizabeth está lista, saldrá pronto. Quedó hermosa, Edward. —Mis ojos se llenaron de lágrimas. Estas presentaciones me emocionaban mucho.

Edward se inclinó y besó mis mejillas.

—Ahora continuamos con el participante número 11, Elizabeth Cullen. Ella bailará Single Ladies. —El presentador dijo el nombre de mi pequeña y Edward se enderezó en la silla, Rose sacó una cámara y comenzó a grabar en el momento en que empezó a sonar la música.

Mi hija salió por el lateral izquierdo del escenario y comenzó con su hermoso baile.

—Maldita sea. —Charlie se quejó, aunque no entendí el porqué.

De repente Edward se puso de pie, sabía lo que iba hacer, por lo que lo agarré por su brazo derecho impidiendo que avergonzara a nuestra hija.

—Tú le diste permiso para hacerlo —gruñí entre dientes enterrando profundamente mis uñas en su antebrazo—. Siéntate y déjala terminar.

Todo el mundo se volvió loco a gritar y a aplaudir a mi niña. Ella era una bailarina grandiosa, con una técnica impecable y una flexibilidad que cualquier bailarina le envidiaba. Edward volvió a tomar asiento con la espalda lo más recta que podía.

Emmett estaba eufórico, gritaba cada vez más alto.

—Rose, estoy ansioso por ver a Eliangel bailar así. Dios, mi hija se verá fantástica.

Sonreí, estaba de acuerdo, mi nena se veía hermosa y su técnica era exquisita.

—Este es el último maldito baile que realiza mi hija —bramó Edward colocándose de pie en el momento que nuestra niña terminaba su baile y salía por el lateral derecho. Pude notar que estaba que reventaba, iba furioso.

—Isabella, ¿cómo permitiste esto? —Mi padre se quejó con los dientes apretados.

Lo fulminé con la mirada.

—Es mi hija. —Fue lo único que dije como explicación. Es mi niña, nadie, absolutamente nadie, debe cuestionar mis decisiones hacia mis hijos. Bueno… solamente Edward, pero él le dio permiso para hacerlo.

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Han transcurrido año y medio desde esa noche, y como Edward había dicho, fue el último baile que realizó nuestra niña. Se enojó mucho con ambas, pero como le prometí a Lizzy no permití que le gritara en ningún momento, se negó a hablarme durante dos largas semanas; yo también me molesté por su actitud, si él no quería que habláramos, bien, era él que salía perjudicado, yo era más terca y testaruda. De todas formas no estaba tan afectada, aun dormida calientita en mi cama, rodeada de mis niños, y él se perdía de mis caricias. Iba a mantener mi posición, pero en el momento en que cedió yo también lo hice, me pidió disculpas por cómo me había hablado y yo a su vez por haberle ocultado de cómo sería el solo de nuestra hija.

Mi vida era como lo había deseado. Estaba casada con el hombre más maravilloso del mundo entero, buen padre, dedicado con los niños, y me ama con la misma intensidad que yo lo amo a él.

Mi vida era perfecta.

Nos encontrábamos en su despecho, aprovechando que no estábamos rodeados de nuestros niños. Mi lengua invadía su boca, él me devolvió el beso con las mismas ansias, dejándome sin aliento. Mis caderas cobraron vida propia, su erección se presionaba contra mi clítoris ocasionando sensaciones muy placenteras.

Sus manos, avariciosas, recorrían mi piel por debajo de mi vestido.

El oxígeno fue necesario para ambos, por lo que alejó su boca de la mía, trasladando sus labios a la piel de mi cuello. Tomé una buena bocanada de aire, llenando mis pulmones con su delicioso aroma.

Mi centro palpitaba anhelante, lo quería dentro de mí.

—T-Te necesito —susurré halando su cabeza para fundir nuestros labios de nuevo en un beso cargado de pasión y necesidad.

El grito de dolor de nuestra pequeña nos congeló a ambos en el lugar. Mi excitación se esfumó en cuestión de segundos.

—Eileen —articulé alejando mis manos de su desordenado cabello y mis piernas de su cintura.

Edward me dejó sobre mis pies y nos apresuramos a buscar a nuestra niña. La encontramos en brazos de Tony frente a las puertas francesas que dan al área de la piscina.

—Lo siento, mamá. No la vi. —Se disculpó nuestro niño con ansiedad en la voz.

—¿Qué pasó, Tony? —inquirí tomando a la niña en brazos. De inmediato me percaté del pequeño chichón que comenzaba a formársele en un lado de su frente. Edward se nos acercó, dejando un tierno beso en la húmeda mejilla de nuestra niña.

—Veníamos corriendo, íbamos a buscar el balón a la sala de juegos y ella apareció de repente, me la llevé por delante y se golpeó, pero te juro que no la vi, mami. —Mi niño se encontraba angustiado.

Le sonreí para tranquilizarlo.

—No te preocupes, campeón. Los accidentes ocurren. —Edward le pasó el brazo derecho por los hombros.

Leen hipeó atrayendo la atención de su padre de nuevo hacia ella.

—Vamos a revisar ese pequeño golpe, nena —dije besando sus mejillas—. ¿Quieres un poco de helado?

Mi princesa asintió limpiándose sus lágrimas.

—¡Mami! —El grito de Lizzy venía de la segunda planta. En su tono de voz había un deje de ansiedad. Miré ansiosa las escaleras.

—Yo iré. —Edward se inclinó y tomó a Eider en sus brazos. Asentí y me volví hacia la cocina—. ¿Por qué no siguen jugando, Tony? —Escuché que Edward le indicaba.

—Vamos, nena, no seas así. Tu hermano no quiso golpearte, fue un accidente —le expliqué a mi pequeña acariciando sus pequeña espalda—. Él te ama, no te dañaría a propósito.

En la cocina coloqué a mi niña sobre la barra del desayuno, le di un pequeño beso en su golpe.

—No te muevas —le indiqué alejándome de ella. Busqué en el cajón superior el gel para los golpes y le coloqué un poco en la zona afectada—. Listo, princesa, con esto mejorará.

—Helao, mami, de tocolate —pidió colocando sus pequeñas manos en mis mejillas.

Sonreí como tonta.

—Sí, nena, helado de chocolate. —Besé su respingona nariz. Fue su turno de soltar unas risitas.

Me volví hacia la nevera y extraje el pote de helado de chocolate, en el estante busqué la copa de color rosado, la favorita de mi niña.

—Muto, muto, muto. —Repetía mientras lo servía.

Negué con la cabeza sonriendo.

Le tendí la copa con la cuchara, ella la aceptó gustosa, luego guardé el helado de nuevo en la nevera, la tomé en brazos y me dirigí a la habitación de mi gatita.

—¿Podemos comer helado, mamá Bella? —me preguntó Emer cuando subía las escaleras.

—Por supuesto, mi amor.

—¡Tony, vamos a comer helado! —gritó mientras corría hacia la piscina.

Terminé de subir las escaleras, la puerta de la habitación de mi niña estaba abierta, Tory se encontraba acostado en la cama viendo la televisión, un episodio de Masha y el oso.

—Tory, ¿dónde está papi? —le pregunté a mi bebé, él señaló el cuarto de baño—. Leen, ve a ver tele con tu hermano —ordené a mi pequeña colocándola sobre sus pies en cuanto vi la escena delante de mí.

Ella se apresuró a salir, me acerqué a mi esposo y a mi hija, le acaricié con ternura los brazos, era un momento doloroso para él y lo entendía, nuestra niña estaba creciendo.

—Edward, deja que se levante y se aseé. ¿Puedes ir a nuestro cuarto de baño y traer de mi estante un paquete de toallas sanitarias? Necesito explicarle cómo se usan —le hablé como si se tratara de uno de los niños.

—No. —Negó apretando los brazos más entorno a nuestra niña—. Es mi niña. Es mi princesa. No quiero.

—Siempre será tu niña, Edward, pero ahora es toda una señorita —declaré con suavidad. Siempre será nuestra bebé, Edward, pensé—. ¡No quiero! Quiero a mi niña —replicó con furia.

El sollozo desgarrador de nuestra Gatita nos asustó a ambos.

—¿Te hice daño, nena? —Edward cuestionó con ansiedad, revisando sus brazos en busca de alguna marca, pero sabía lo que había ocurrido, no la hirió físicamente, sino emocionalmente.

—¿Ya no me querrás? —le preguntó Lizzy en un sollozo.

—Claro que te quiero, nena. Te amo. Es que no quiero que crezcas, que te alejes de mí. —La tranquilizó Edward con voz llorosa, mirándola fijamente, perdiéndose en su hermosa mirada de gato.

—Papi, no llodes. —Me volví hacia la puerta al escuchar la vocecita de mi bebita, quien pasó apresurada por mi lado, estrellando su pequeño cuerpo contra el de su padre. Él pasó su brazo derecho por su cinturita, apretándola contra él.

—Mis niñas —susurró con posesión.

Suspiré con resignación.

—Ella nunca nos dejarán, Edward. ¿Cierto, nena? —indagué, quería que mi niña le diera seguridad a su padre.

—Nunca —le prometió ella besando sus mejillas—. Me prometiste casarte conmigo y aún no lo has hecho.

Sonreí al recordar ese momento, no estuve presente en esa propuesta de matrimonio, pero mi niña me lo había contado.

—Casas migo, papi. —Fue el turno de Leen de pedirle matrimonio a su padre, acurrucándose más contra él.

Date de cuenta, Edward, pensé sonriendo. Ellas son las únicas mujeres con la que te compartiré.

—No quiero que mis chicas, las tres mujeres más importantes de mi vida, me dejen nunca.

—Lo prometo, papi —juró nuestra gatita asintiendo con energía.

—Meto papi —dijo Eileen en ese mismo momento.

Negué con la cabeza. ¿Es que aún no se da cuenta que lo amo con locura y que no se deshará tan fácil de mí?

—Nunca te desharás de mí, Edward Cullen.

Él besó los rizos de nuestra pequeña Leen y las mejillas de nuestra Gatita, se inclinó hacia delante, llevándose a las niñas con él, y dejó un casto beso en mis labios.

—Mis chicas —se regocijó con una enorme sonrisa.

—¿Puedes soltarla ahora? —Intenté con suavidad.

La fue soltando de a poco, pero no lo hizo de forma completa hasta que yo no la tenía tomada de su mano. Todavía no era tiempo para dejarla ir.

Se colocó de pie con nuestra pequeña bebé en brazos.

—Iré por las toallas.

—El paquete verde, Edward. Son las que reservo para ella. —Le recordé sonriéndole.

Inmediatamente salió del cuarto de baño, abracé a mi niña y le llené de besos el rostro, ella soltó un par de lágrimas.

—No llores, mi niña, es normal. Todas las mujeres pasamos por esto. Te amo. Eres mi niñita, mi bebé, que ahora te conviertas en una señorita no quiere decir que te dejaré de querer ni que dejarás de ser mi bebé. —Le tomé el rostro con ambas manos, haciendo que me mirara a los ojos—. Eres mi niña, mi niña hermosa. Te amo.

Toc, Toc, Toc.

Edward estaba de vuelta, parado en el umbral de la puerta.

—Gracias. —Le sonreí cuando me tendió lo que le había pedido, dio media vuelta y salió de nuevo—. Bien, nena, primero una ducha. —La ayudé a limpiarse mediante una ducha. Al salir, la envolví en una toalla limpia y precedí a explicarle cómo sería su nueva rutina una vez por mes.

Ella asintió con la cabeza.

—Bella. —La voz de Edward y el toque en la puerta nos sobresaltó.

—¿Qué ocurre, Edward? —pregunté abriendo la puerta, dejé salir a mi gatita primero. Me sorprendió ver a Garrett allí.

—Toma a los niños, ve a nuestra habitación y no salgan de allí hasta que no venga yo o alguno de los chicos a decirles que es seguro salir. ¿Entendiste, Bella? —Me alarmó el tono de su voz.

—S-Sí —le respondí tartamudeando. ¿Qué ocurría?

Se inclinó, colocó su mano en mi mentón buscando mis labios en el proceso, su lengua invadió mi boca, besándome profundo.

—Baja, Edward —urgió Garrett.

Antes de retirarse por completo, me besó castamente por unos cuantos segundos. Se alejó de mí, en el camino dejó un tierno beso a nuestra Gatita en el cabello y salió de la habitación siguiendo a Garrett.

Entré en acción de inmediato.

—Elizabeth, busca ropa —aseveré dándole un pequeño empujón hacia el armario, mi niña solo estaba cubierta por una toalla—. Tony, ¿y Emer?

—En mi habitación, mamá.

—Búscalo —le pedí tomando a Eider en mis brazos.

Mi niño salió corriendo con su hermana en brazos.

—Elizabeth…

—Listo, mami —informó mi niña al salir del armario con una muda de ropa en las manos. 

—Vamos. —La tomé del brazo, en el pasillo me encontré a los niños, los llevé a la habitación de Edward y cerré la puerta con llave—. Al armario —ordené. Nada más entrar en el armario, moví la pared falsa, mostrando la habitación de pánico—. Adentro. —Ellos obedecieron de inmediato. Me agaché y quité la alfombra que impediría el cierre de la puerta. Pulse el botón y la puerta cerró sin hacer el mínimo sonido.

—¿Qué ocurre, mamá Bella? —Suspiré al escuchar la voz asustada de Emer.

Me volví hacia los niños. Tenía a cinco pares de ojos mirándome expectantes.

—No lo sé. —Les fui sincera—. Edward me indicó que los trajera acá y eso fue lo que hice, solo debemos esperar, ¿sí? —Me volví hacia mi gatita—. Ven, nena, déjame ayudar a vestirte.

Sostuve la toalla mientras ella se colocaba un pantalón de chándal y una camiseta, le sequé el cabello lo más que pude con la toalla.

—Mami. —Leen se bajó de los brazos de Tony llegando a mi lado, traía los cachetes llenos de helado. La tomé en mis brazos, me senté en el suelo, muy cerca de la puerta, y con la toalla limpié sus cachetes.

—Ven aquí, Tory —llamé extendiendo mi brazo hacia él. Mi bebé llegó a mi lado, abrazándome con fuerza. Lizzy, Tony y Emer se sentaron muy cerca de mí—. No se asusten, Edward resolverá lo que esté ocurriendo.

—Pero papi estará bien, ¿verdad, mami? —Mi gatita estaba preocupada. A decir verdad, yo también, pero sé que Edward hará todo lo posible para salir bien de lo que esté pasando, él me había prometido cuidarse mucho, sabe perfectamente que yo no sobreviviría sin él.

—Claro que sí, nena. —La tranquilicé con una sonrisa.

—¿No nos pasará nada, mamá Bella? —Emer retorcía sus deditos.

—No, claro que no, Edward no lo permitiría, yo tampoco, para llegar a ustedes deben pasar sobre mí. —Me volví hacia mi derecha, buscando el cajón con la mirada—. Ethan, pásame el arma que está allí —indiqué. Leen se estremeció, a mi nena le asusta el sonido del disparo—. No pasa nada. —Besé los cabellos de mi niña—. Es solo por precaución.

Tony hizo lo que le indiqué, abrió el cajón lo más rápido que pudo, sacó el arma, dejando el cañón hacia abajo. La tomé alejándola lo más que pude de Leen.

Se escuchó un sonido extraño segundos antes de escuchar la voz de uno de los hombres de Edward por los altavoces.

Señora Cullen, pueden salir.

Me volví hacia las pantallas, allí mostraban diferentes ángulos de la casa. Alejandro se encontraba de pie frente a la cámara dirigida hacia la puerta de mi cuarto. Todas las cámaras tienen un sistema de comunicación, se puede hablar y escuchar a través de él, siempre y cuando pulsen el botón. Las demás cámaras no mostraban nada fuera de lo normal. Rosa y las demás chicas estaban muy tranquilas en la cocina.

Yo pasó todo, señora Cullen, se fueron con el señor Edward.

Apreté el botón.

—Ya vamos, Alejandro. —Lo vi asentir por la pantalla, pero no se movió del lugar—. Vamos. —Los alenté levantándome con los niños en brazos, mi gatita se acercó y tomó a Tory en sus brazos. —Me volví hacia el cajón y dejé el arma de nuevo en su lugar.

Marqué el código para abrir la puerta, Tony fue el primero en salir, seguido de Emer y Lizzy.

—Mami —me llamó Leen colocando sus manitos en mis mejillas y buscando mi mirada con la suya—. ¿Papi? —Sonreí besando la palma de sus manos.

—Papi salió, pero regresará. Estará bien, no te preocupes, nena. —Recargó su cabeza en mi hombro y dejó su mano izquierda en mi cuello. Acaricié su espalda.

Salí dejando la puerta abierta, los niños me esperaban en la habitación para que le abriera la puerta. Alejandro me recibió con una pequeña sonrisa.

—No se preocupe, el señor Edward resolverá todo —aseguró antes de dar media vuelta y marcharse.

Rosa venía subiendo las escaleras.

—Señora Cullen, vinieron por el niño Emer —informó caminando hacia nosotros.

—¿Mamá? —indagó Emer dando un paso adelante.

—No, mi niño —respondió Rosa acariciando su lacio cabello rubio—. Aston.

Emerson asintió conforme, se llevaba muy bien con Aston, era su guardaespaldas personal. Se volvió hacia Tony.

—Debo irme, vendré mañana para que juguemos. Te quiero Lizzy. —Abrazó a mi gatita, le pellizcó un cachete a Tory, quien hizo un mohín—. Nos vemos, enano. —A Leen le brindó una enorme sonrisa—. Cuídate, princesa, te quiero. Bendición, mamá Bella.

—Dios te bendiga, mi niño. —Me incliné y dejé un par de besos en sus cabellos—. Te quiero, que Rose me llame en cuanto llegues. Asintió antes de precipitarse escaleras abajo—. ¡No corras, Emerson! —lo reté reanudando el paso.

—¡Estoy bien! —Fue su respuesta antes de escuchar y ver la puerta principal abrirse y cerrase.

—Mami. —Me volví hacia Tony—. ¿Quiénes eran? —indagó con curiosidad bajando las escaleras a mi lado.

—No lo sé.

—Voy a ducharme —anunció en cuanto llegamos a la sala de estar. Lizzy había desaparecido con Eider en brazos por el pasillo que da a la habitación de juegos—. Ya va a empezar el partido de fútbol que estaba esperando, cuando llegue papá me avisas, mami.

—Claro que sí, Tony. —Le acaricié el cabello.

Se volvió y corrió escaleras arriba.

Negué con la cabeza. ¿Cuándo van a aprender estos niños a no correr en las escaleras?

Seguí a mi hija a la habitación de juegos. Lizzy estaba sobre la punta de sus pies, mientras luchaba con sacar del estante la computadora de los niños, pero esta tenía otros juegos encima. —¿Estás seguro que no quieres otra cosa, Tory? —Mi pequeño bebé negó con la cabeza—. No puedo sacarlo. —Se quejó mi gatita dándose por vencida.

—Ichi —suplicó Eider haciendo un adorable mohín, mientras se prendaba de la pierna izquierda de su hermana.

—Yo lo sacaré, nena —aseguré caminando hacia ellos. Ambos voltearon a mirarme.

—No, Ichi —protestó Tory inflando los cachetes de aire.

Solté unas risitas sin poder evitarlo.

—Tu puedes, Ichi. —bromeé a mi hija. Ella me rodó los ojos, un gesto que la hacía parecerse enormemente a Edward. No pude evitarlo y me carcajeé, coloqué a Leen sobre el sofá y me acerqué a mi hija—. Voy a supervisar que lo haga ella, mi amor.

Tory asintió conforme, mirando a su hermana con adoración. Mi gatita le despeinó el cabello.

—Vamos, nena, tu puedes —la alenté ubicándome a su lado, ella volvió a ponerse sobre la punta de sus pies, pero sus manos no llegaron a tocar la computadora de los bebés, cuando yo ya la había sacado para ella. Me brindó una enorme sonrisa.

—Toma, Tory. —Le tendió la computadora a su hermano, colocándola en el suelo a sus pies—. Gracias, mamá —susurró solo para mí.

Le acaricié el cabello con ternura.

—Te quiero, nena. —Le besé en su frente.

—Mami, mami. —Tory me llama mientras arrastraba la computadora hacia la gruesa alfombra de muñequitos, ubicada a la izquierda de la habitación de juegos. Leen se bajó del sofá y siguió a su hermano.

Mi gatita me sonrió antes de dirigirse hacia el sofá, tomar el IPhone en sus manos de la mesita y colocarse los audífonos.

—Mami. —Ahora fue el turno de Leen de llamarme. Caminé hacia ellos.

Me senté en la alfombra antes de acostarme boca abajo y encender la computadora, Leen no dudó en subirse a mi espalda, quitar con dificultad mi cola, halándome en el proceso del pelo. Hice una mueca, Tory imitó mi acción y se ubicó muy cerca de mí.

En lo que la computadora encendió, escogí la opción de sonidos de animales, apreté la letra P, para que la computadora imitara el ladrido de un perro. Tory soltó unas risitas acercándose más a mí.

—Auch, Leen —repliqué de repente, al sentir el tirón en mi cabello—. Con cariño, nena —le pedí con ternura acariciándome el cuero cabelludo.

—Mami —murmuró antes de sentir sus labios en mi cabello.

Tory colocó la palma de su mano en mi mejilla para llamar mi atención.

—Mami. —Señaló la computadora.

Apreté la letra G para que el maullido de un gato se escuchara.

Leen comenzó a pasar sus manos de nuevo en mi cabello.

El tiempo pasó volando, porque de repente me sobresaltó la voz de mi gatita.

—Hola, papá. Levanté la mirada de la computadora para encontrarme con Edward de pie en el umbral de la puerta.

—¡Papi! —chilló Leen levantándose con torpeza, antes de correr hacia los brazos de su padre, Edward no dudó en alzarla en cuanto ella brincó a sus brazos.

—Hola, nena —saludó besándole las mejillas. Se volvió hacia nuestra gatita y le lanzó un beso en un soplo. A veces pienso que no puedo enamorarme más de mi esposo, pero hace estos gestos y mi corazón salta, y siento mi amor crecer cada vez más. Me levanté del suelo y me acerqué.

Lizzy le sonrió antes de volver a poner su atención en el IPhone.

Coloqué las manos en sus brazos para llamar su atención.

—¿Qué sucedió? ¿Algún problema? —indagué anclando la mirada en la suya.

Asintió colocando a nuestra hija en el suelo, rodeó mi cuerpo con sus brazos, llevando sus labios a mi oído.

—Necesitamos hablar —susurró solo para mí. Me tensé ¿Qué estaba ocurriendo?—. No te preocupes, todo estará bien. —Me tranquilizó besando mis cabellos.

—Niños, iremos por un poco de helado —proclamé con ternura. Tomé a Leen que permanecía a nuestro lado, mirando con adoración a su padre, mientras le abrazaba la pierna izquierda y la coloqué en el sofá a un lado de Lizzy. La televisión estaba encendida y pasaba Peppa Pig, su programa favorito del momento. Tory permaneció donde estábamos antes entretenido con los sonidos de animales.

Tomé su mano entre la mía, entrelazando nuestros dedos y encaminándome hacia la cocina con él a mi lado.

—¿Tony? —preguntó de pronto cuando servía el helado en la copas de colores.

—En su habitación viendo el partido de fútbol —respondí dejando en la encimera el bote de helado de chocolate.

—Aro envió a Félix y a Demetri, tuvimos una reunión en las bodegas, ellos vinieron a amenazarnos, si no estamos mañana al amanecer en Italia para la fiesta de Aro, los niños pagarán las consecuencias —declaró atropelladamente.

Cerré mis ojos solo por un segundo, mi peor miedo hecho realidad. Mis hijos pagarían las consecuencias de nuestros actos; los abrí de nuevo y continué con mi tarea.

—Viajarán esta misma noche, ¿verdad? —dije buscando una bandeja. No quería mirarlo. Aun no estoy lista para perderlo.

—Viajaremos esta noche —me contradijo con suavidad.

¿Qué acababa de decir? ¿Viajaremos?

Entrecerré los ojos, confundida.

—Ellos exigen que tú, tus hermanas y mi madre vayan con nosotros. Eres... como dijo, su invitada de honor. No me gusta, no quiero que vayas. Ellos traman algo, pero no quiero exponer a los niños a sus represalias. Hasta el momento no han hecho nada para perjudicarnos, no quiero tentarlos.

Mi corazón emprendió una marcha alocada. Se formó un nudo en mi garganta.

Mis niños aún están muy pequeños. A mi mente vinieron los rostros de todos ellos, Eider con los deditos en la boca, sonriéndome. Leen con el brillo en la mirada al tratar de introducir sus deditos en mi boca, mi gatita con una enorme sonrisa, mientras me abrazaba, y Tony, mi pequeño hombrecito, con la sonrisa torcida tan parecida a la de su padre.

—Los niños quedarán solos, Edward —articulé sin levantar la mirada.

—No, claro que no. —Trató de tranquilizarme—. Tu abuela no debe asistir. Ella se quedará con los niños.

Mi Bubú estará con ellos, bueno…era un consuelo. Ellas los cuidarían con su vida de ser necesario.

Lo miré fijamente por unos cuantos segundos. Era consciente de que si nos llegara a pasar algo, mi Bubú se quedaría a cargo de ellos. Pero era solo una suposición, ahora es un hecho.

Me miró fijamente por unos segundos.

—¿Estás seguro que nada le sucederá a los niños? —No los quería ver envueltos en esto.

—Completamente. —Rodeó la barra del desayuno y me abrazó fuerte contra su pecho.

Mis niños, oh Dios… mis niños.

El nudo que tenía en la garganta aumentó de tamaño, amenazó con asfixiarme.

—Los bebés nunca han estado sin nosotros, y es la segunda vez para Lizzy y Tony —comenté contra la piel de su cuello—. No quiero dejarlos.

Besó con ternura mi cien derecha.

—Se divertirán, no notarán nuestra ausencia, ellos se quedarán en casa de tu padre y todo irá bien, te lo prometo.

Quería creer eso. Aun no estaba preparada para dejarlos, estaban muy pequeños.

Asentí con renuencia.

—Les llevaré el helado antes de que se derrita —susurré con voz llorosa, si seguía en la jaula protectora de sus brazos iba a derrumbarme, lo que no necesitaba en este momento, tenía que permanecer fuerte. Tomé la bandeja con manos temblorosas y me precipité fuera de la cocina. No llegué muy lejos, me recosté en el pilar que separa al comedor de la sala de estar, lágrimas corrían por mis mejillas, la respiración se atoró en mi garganta, me sentía asfixiando. Quería gritar de impotencia, pero asustaría a mis niños. Acallé un grito con la palma de mi mano.

—Mami. —La voz de mi gatita me puso en alerta de inmediato, me volví bruscamente hacia el lado contrario de donde ella se encontraba parada con Leen de la mano—. Mami.

—No pasa nada, Lizzy —tartamudeé eliminando las lágrimas de mis mejillas—. Espérame en la sala de juegos.

—¿Pasó algo malo, mami? —cuestionó con ansiedad en la voz.

Negué con la cabeza. Las lágrimas amenazaban con ahogarme de nuevo.

—No, cielo —aseguré con voz llorosa—. Haz lo que te dije.

—Vamos, Leen. —Dieron media vuelta, Leen no paró de mirarme, por lo que le di una pequeña sonrisa.

—Mami está bien, nena. Solo denme unos minutos. —Las tranquilicé, Lizzy me miraba expectante sobre su hombro.

En cuanto ellas desaparecieron de mi vista, me senté en el suelo, colocando la bandeja a mi lado, llevé mis rodillas a mi pecho y oculté mi rostro en el espacio que había creado. Comencé a llorar sin poder evitarlo.

—Mami. —La voz aterciopelada de mi niño caló en mis oídos minutos más tarde, antes de sentir sus manos en mi piel. Levanté la vista, Tony se encontraba arrodillado frente a mí, en su expresión se reflejaba terror—. ¿Qué pasa, mami? ¿Es papá?

Lizzy con Tory y Leen de las manos se encontraba de pie unos pasos más atrás, sus ojos estaban rojos e hinchados, sus mejillas arreboladas. Mi nena había llorado.

—Oh, nena... —Le tendí los brazos, ellos no dudaron en refugiarse en ellos—. No pasa nada malo, es solo que papá y yo…debemos viajar.

Tony eliminó con ternura el rastro de lágrimas de mis mejillas. Ancló su hermosa mirada en la mía.

—¿A dónde y por qué? —preguntó acariciando mi cabello.

—A Italia, Los Vulturi. —Fui honesta. Tony se paralizó y Lizzy se estremeció.

—Mami… —Comenzaron ambos a la misma vez. Los hice callar colocando mis dedos en sus labios.

—Es obligatorio, hoy en la noche, y no, no irán ustedes —les informé lo que sabía—. Se quedarán con la Bubú.

—Pero…es peligroso, mamá —protestó Tony cruzándose de brazos.

—Lo sé. —Hice una mueca.

—No vayan, mamá —me suplicó mi gatita rodeando mi cuello con sus brazos—. Por favor —susurró en mi oído.

—Ojalá pudiera, nena. —Le acaricié la mejilla derecha con el dorso de mis dedos—. No podemos evitarlo. Arriba —alenté ayudándolos a levantarse, me paré con Leen en brazos y mi gatita tomó la mano de Eider entre las suyas—. Debo preparar las cosas.

—Llevaré esto a la cocina —comentó Tony tomando la bandeja en las manos, el helado estaba derretido.

—Gracias, mi amor. —Dio media vuelta y se dirigió a la cocina—. Vamos arriba.

Insté a caminar a Lizzy delante de mí, ella se inclinó y cargó a su hermano en brazos.

En cuanto llegué arriba me dirigí hacia la cómoda, coloqué a la niña sobre mi cama, abrí con brusquedad las gavetas y busqué los papeles que necesitaba. No quería a Renee cerca de mis hijos nunca.

Yo misma hice las maletas con tal de tener algo con qué distraerme, aunque lo hice bajo la atenta mirada de mis hijos.

—Ya vuelvo, voy a llevarle esto a su padre —le dije a Tony y a Lizzy, ya que mis dos hijos más pequeños dormían acurrucados sobre mi cama, en medio de sus hermanos mayores.

Ambos asintieron.

En cuanto llegué a la puerta del despacho cerré los ojos, recargué mi frente en la fría madera y respiré profundo unos cuantos segundos.

—Ya las maletas están listas —le informé a Edward nada más entrar. Él se encontraba detrás de su escritorio, pero no dudó en levantarse y acercarse a donde me encontraba, rodeó mi cintura con sus brazos.

—Lo siento, si pudiera evitar que tú vayas, lo haría sin dudarlo —aseveró contra mi cabello.

Le brindé una pequeña sonrisa, me incliné y dejé un pequeño beso en sus labios.

—Voy a estar con los niños —declaré—. ¿Podrías llamar a Jenks y darle esto? —Asintió vacilante—. Por si algo llega a pasarnos —aclaré tragando saliva—. Quiero que los niños estén con mi Bubú. No quiero a Renée cerca de ellos.

—Por supuesto —acordó con voz temblorosa—. Pero nada va a pasar, te lo prometo. Nadie te tocará. Cuidarás siempre de nuestros hijos, así deba dar mi vida.

No, no, no, no, no. Repetí en mi mente negando con la cabeza.

—Si tú no existes yo tampoco quiero hacerlo —repliqué enfadada. No podría vivir en un mundo en el que él no existiera.

—Lo harás, por los niños —bramó con dureza.

Mi corazón se saltó un latido. No podría vivir sin Edward. ¿Qué les diría a los niños? ¿Que abandone a su padre a que muriera? No podría.

Se movió hacia mí tratando de rodear mi cuerpo con sus brazos, pero di un paso atrás, alejándome de su toque. No puede pedirme eso, no puede pedirme que lo deje morir. Lo miré con los ojos anegados en lágrimas, di media vuelta antes que se derramaran y me marché.

El trayecto del despacho a mi habitación fue borroso, las lágrimas distorsionaban todo a mi paso. Choqué con Jackson al inicio de la escalera.

—Lo siento —articulé con voz temblorosa, me sorprendí al sentir sus manos en mis brazos. Lo hizo con delicadeza.

Levanté la mirada parpadeando para aclararla. Él me sonreía.

—Señora Cullen —dijo con suavidad—, no debe preocuparse por nada. A usted y al señor Edward, nada, óigame bien, absolutamente nada va a ocurrirles, nosotros los vamos a proteger, con nuestra vida de ser necesario. Usted irá a Italia y volverá, eso se lo prometo. Ahora deje de llorar. —Me sorprendió aún más al abrazarme—. Vaya con los niños —ordenó finalmente.

Subí las escaleras con una nueva tanda de lágrimas rodando por mis mejillas, respiré profundo en cuando llegué al rellano del segundo piso, mis niños no podían verme de nuevo en este estado.

Lizzy me sonrió en cuanto entré, Tony no estaba a la vista y los bebés seguían dormidos. Se escuchó el sonido del escusado en cuanto cerré la puerta.

—¿Podemos ver una película, mamá? —pidió Tony saliendo del cuarto de baño.

—Con palomitas y refresco —solicitó Lizzy a su vez.

—Suena bien. —Abracé a Tony en cuanto estuvo a mi alcance.

—Iré por ellos. —Me sonrió antes de alejarse de mi abrazo.

—Buscare la película —exclamó Lizzy saltando de la cama. Me abrazó antes de salir de la habitación.

Me senté en el borde de mi cama matrimonial y halé a Leen a mis brazos, a Eider lo ubiqué muy cerca de mí.

Mis bebés… Mi pequeña niña. Pasé mis manos con suavidad por su espalda. Aun después de dos años, me afecta recordar el momento de su nacimiento, el exacto momento en que no respiraba, en el que no lloraba. Creí morir en ese preciso instante. La apreté contra mi pecho. Mi niñito, mi niñito hermoso. Acaricié con ternura el cuerpecito de mi bebé. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.

—Mami.

Levanté la vista para ver a mi gatita entrar vacilante a la habitación.

—Ven acá, nena —instruí estirando mis brazos hacia ella. No vaciló, en cuestión de segundos se subía a la cama, sin despertar a su hermano y se acurrucaba en mi costado—. Prométeme una cosa, mi amor. —Mi gatita soltó un sollozo estrangulado, apretando su rostro en la base de mi cuello—. Pase lo que pase. Quiero que seas fe…

—Mami, no —me interrumpió con voz llorosa. Me tragué el nudo que se formó en mi garganta.

—Mantén la unidad con tus hermanos, quiero que se cuiden entre ustedes. —Solté un sollozo.

—Mami.

—No dejes que Eileen y Eider me olviden, nena —declaré en un hilo de voz. No pude seguir evitándolo, comencé a llorar abrazando a mi nena.

—No vayan, mami. No nos dejes, por favor. —Hipó—. No me dejes.

Borré todo rastro de lágrimas de sus mejillas sonrosadas.

—No podemos evitarlo. —Respiré profundo tratando de calmarme. No era justo poner a mi nena en esta situación, por lo que me armé de valor y controlé las lágrimas—. ¿Qué películas vamos a ver?

Hipó un par de veces antes de contestar:

—Buscando a Dory.

Asentí de acuerdo.

Tony llegó con las palomitas y los refrescos. Lizzy se encargó de colocar la película, a medida que transcurría, el dolor en mi pecho se hacía cada vez más insoportable. Ver a mis niños interactuar entre ellos, verlos sonreír y tener la certeza que nunca más tendría una oportunidad como esa. El sonido de mi IPhone me sacó de mi ensimismamiento. —Mami, la Bubú —dijo Tony tendiéndome el aparato. Abrí el mensaje de texto.

Mi niña, no te preocupes, cuidaré de ellos. Pasaré a buscarlos a tu casa, cuando vaya de camino a buscar a los niños. Rosalie y Alice quedaron que era mejor de esa manera. Así se distraen en el camino.

Te quiero, Bella. Te quiero tanto, niña.

Apreté los ojos para evitar para evitar que las lágrimas se derramaran y los labios para evitar que un sollozo se escapara.

Está bien. También te quiero, Bubú. Le envié en respuesta.

No pude llamarla, no podía, me rompería en el mismo momento en que contestara. Sabía perfectamente que a ella le sucedía lo mismo.

—¿Necesita algo, señora Isabella? —Me sobresaltó la voz de Kim. Ella se encontraba de pie en el umbral de la puerta, sus ojos estaban un poco rojos e hinchados.

—No, gracias. —Le brindé una pequeña sonrisa. Asintió antes de dar un paso atrás—. Kim —llamé deteniendo su avance—. ¿Podrías decirle a Rosa que prepare la comida favorita de cada niño y una maleta pequeña?

—Por supuesto, señora, con permiso.

La película estaba llegando a su final cuando se despertaron los niños, Leen se bajó de mi pecho y se ubicó sobre la espalda de su hermano quien estaba concentrado de nuevo en la película. Tory se levantó con dificultad y vino a acostarse sobre mi pecho, ocupando el espacio que hacia segundos antes su hermana había dejado.

En cuanto pusieron los créditos me levanté de la cama con mi niño en brazos.

—Es hora de ducharse —expuse a mis niños—. La Bubú los vendrá a buscar.

—Está bien. —Aceptaron Lizzy y Tony sin cuestionar. Mi gatita se levantó de la cama y le tendió los brazos a su hermanito, él no dudó en irse con ella.

—Vamos a ducharnos, Tory. —Mi gatita se dirigió hacia la puerta.

—Con cuidado, nena.

—Sí, mamá —murmuró antes de salir de la habitación.

—Ven, princesa, vamos a ducharnos. —Le tendí los brazos a mi pequeña niña. Ella se lanzó a mis brazos—. Colócate el pijama, Tony.

—Está bien, mamá.

—Nos vemos en el cuarto de Lizzy.

Me di una ducha rápida, traté lo menos posible de estar en toples frente a Leen, esa niña aun no supera su obsesión por mis pechos. En cuanto me ve desnuda tiende a prendarse de mi pezón.

Hizo un mohín en cuanto vio que me coloqué la toalla.

—Teta, mami, teta —suplicó en cuanto la tomé en brazos.

—Hoy no, nena. —Me incliné y dejé un beso en su frente.

—Teta, mami. —Colocó sus manos sobre mi seno izquierdo e hizo un adorable mohín.

—Hoy no, nena. —Repetí colocándola sobre la cama.

Busqué en la cómoda mi ropa interior, le di la espalda en cuanto me iba a colocar el brassier. Me vestí con un vestido ligero de color negro, mangas tres cuartas, ajustado bajo mis pechos, donde comienza la falda holgada hasta la mitad del muslo. De calzado unas Gucci de color negro de once centímetros de tacón. Dejé mi cabello suelto. Tomé a Leen de nuevo en mis brazos.

—Teta, mami —pidió de nuevo, colocando ambas manos en mis mejillas, dejé un piquito en sus labios.

—Lo siento, nena, hoy no. —Me dolía decirle que no, esta sería la primera vez.

Salí de la habitación dirigiéndome hacia la de mi bebita, la coloqué en su cuna con un mohín en los labios mientras buscaba su pijama de Rosita Fresita. Busqué un pañal desechable de la cómoda. Mis niños ya no lo usan de día, pero sí las noches.

La vestí con un poco de dificultad, estaba molesta.

—Te amo, nena.

Me encontré con Rosa en el pasillo cuando salía de la habitación de Leen.

—Bella. —Me ofreció una enorme sonrisa—. La cena está lista.

—Gracias, Rosa. —Vacilé—. Si Edward pregunta por mí, le dices que estoy duchando a los niños en el cuarto de baño de Lizzy, les pondré los pijama antes de bajarlos a cenar. Dile que lo espero en la camioneta, por favor.

—Por supuesto, con permiso.

Me encontré con Lizzy saliendo de su habitación con Tory de la mano.

Me sonrió en cuanto se percató de mi presencia.

—Estoy listo, mamá. —Tony se nos acercó haciéndole mofas a su hermana, quien no había quitado su mohín de los labios.

Bajamos las escaleras con Tony haciendo el sonido como su estuviera llorando, con el único propósito de meterse con su hermanita.

—Tony, basta —lo regañé en cuanto pisamos la sala de estar, Leen había escondido el rostro en la base de mi cuello.

Mi hijo colocó las manos en mis brazos.

—Lo siento, Leen. —Se disculpó besando sus mejillas. Eileen se lanzó a sus brazos.

Tony me sonrió antes de dirigirse hacia el comedor.

Fui la última en entrar, Lizzy ya se encontraba en su lugar habitual junto a Tory en su silla de comer. Tony colocaba a Leen con dificultad en su sillita, ya que la niña no soltaba los brazos que tenía enroscado en su cuello. Me acerqué a ayudarlo. Tony se sentó al lado de la niña. Tomé asiento mi lado de la cabecera de la mesa.

Kim se apresuró a colocar nuestra cena. Los niños comenzaron a comer, miré mi plato, no tenía hambre, sentía un nudo en el estómago.

De pronto, Tony dijo un chiste, un chiste muy malo que hizo reír a las niñas y me sacó una pequeña sonrisa.

Edward entró en el comedor tan guapo como siempre. Se veía triste, muy triste. Él no tenía la culpa de nada. Me levanté de la silla, acercándome a su lado y rodeando su cuerpo con mis brazos.

—Lo siento, perdóname —susurré besando su pecho—. No debí comportarme así. No quiero estar enojada contigo.

Ya no podía seguir así, debía ser fuerte y estar unida a mi marido. Edward no dudó en rodear mi cuerpo con sus brazos y besar el tope de mi cabeza. Luego llevó sus labios a mi oído izquierdo.

—No tengo nada qué perdonarte. Te amo —dijo solo para mí.

—Yo también te amo —declaré besando la piel de su cuello.

Él es el amor de mi vida

—Mamá nos dijo que tienen que viajar, papá. Que debemos portarnos bien con la Bubú. —Lizzy habló de pronto interrumpiendo lo que estábamos haciendo, Edward repartía tierno beso en mi cabello, mientras yo pasaba con suavidad mis manos por su pecho.

—Sí, nena. Debemos viajar a Italia —concordó Edward levantando la vista hacia nuestra hija.

—¿Algún problema con Los Vulturi, papá? —preguntó a su vez Tony ladeando la cabeza y mirando a su padre con los ojos entrecerrados.

—No, campeón. No que sepa. No sé qué quiere Aro. Solo sé lo que yo quiero, y eso es mantenerlo alejado de ustedes —aseveró Edward pasando repetidas veces su pulgar en mi estómago, lo hacía de forma inconsciente.

—Papi, men —lo llamó Tory removiéndose en su silla de comer.

Besó mi sien izquierda antes de dirigirse hacia el bebé y sacarlo de su silla.

—Hola, campeón —murmuró con ternura besando su cuello.

—Te quiedo —declaró nuestro bebé dejando un beso húmedo en la mejilla de su padre.

El nudo en mi garganta volvió con fuerza, amenazando con ahogarme.

—También te quiero, hijo —secundó Edward abrazándolo fuerte contra su pecho.

Lizzy se levantó de la silla con brusquedad y enroscó los brazos en la cintura de su padre, un susurro estrangulado brotó de su garganta. Tony no se hizo esperar, abrazó a su padre y hermana con fuerza.

Mis ojos se anegaron de lágrimas, me acerqué y tomé a Leen en brazos, quien se retorcía y levantaba sus brazos hacia su padre. No lo pensé y rodeé a Edward con mis brazos. Él nos abrazó a todos como pudo.

La presa se rompió, no lo podía soportar más, se fue al carajo la idea de ser fuerte, un sollozo estrangulado brotó de mi garganta, a ese le siguió otro y otro, este podía ser nuestro último abrazo. Apreté los ojos al momento en que mi nena acariciaba mis mejillas y las besaba para que no viera de nuevo mis lágrimas.

—No vayan, papi. Por favor, no vayan —suplicó nuestra Gatita con voz llorosa.

—Nena, ya lo hablamos. —Le recordé con suavidad. No quería que Edward se mortificara más de lo que ya estaba.

—Edward, es hora de irnos. —Garrett nos interrumpió, levanté la mirada para verlo parado en el umbral de la puerta—. Debemos llevar a los niños a casa de Charlie.

Di un paso atrás, negando con la cabeza.

—Ella los vendrá a buscar aquí, sus cosas ya están preparadas.

Ahora fue el turno de Edward negar con la cabeza.

—Me sentiría mejor si los llevamos nosotros mismos —expresó pasando el dorso de la mano izquierda por sus mejillas.

—Es mejor, es cierto lo que ella dice, así los niños se distraen —lo contradije colocando a Eileen de nuevo en la sillita de comer. Era lo que habíamos quedado la Bubú y yo—. Cenarán tranquilos mientras ella llega —le informé mordiéndome el labio inferior con fuerza. Había llegado el momento, debía partir y dejar a mis hijos sabiendo que podía ser la última vez que los viera. Mi mandíbula tembló, por lo que apreté los labios con fuerza para que no saliera el sollozo que pugnaba por salir.

Me observó fijamente, luego suspiró profundo.

—Bien. —Aceptó—. La esperarán aquí.

—Nos vamos, entonces. Así le cuentan cómo es el plan a las chicas, Edward —exclamó Garrett colocando ambas manos en el marco de la puerta y los nudillos se ponían blancos por la fuerza que ejercía.

¿De qué plan hablaba Garrett?

Edward asintió de acuerdo con él rompiendo el abrazo. Tony dio un paso atrás levantando el mentón y limpiándose una lagrima con brusquedad.

—Te prometo que los cuidaré, papá. Nadie lastimará a mis hermanos, eso te lo juro. Primero los mato antes de que los toquen.

Mi corazón se saltó un latido al escuchar a mi hijo. Así que esta era nuestra despedida.

—No vayas, papá. —Lizzy apretó con más fuerza sus brazos entorno a la cintura de su padre. Él se inclinó y besó su cabello.

—Debemos ir, nena —dijo con ternura—. Debes ser fuerte por tus hermanitos. Regresaremos pronto.

Nuestra gatita negó con la cabeza.

—¿Y si no lo hacen? —replicó hipeando.

Te entiendo, nena, a mí también me aterra esa posibilidad.

—Entonces serás más fuerte aún, te portarás bien, ayudarás a tu abuela con los niños, irás a la preparatoria, luego a la universidad. Tendrás un título. —Edward cerró los ojos y la apretó con fuerza contra su pecho—. Te casarás con ese niño Ricky y serás muy feliz.

Coloqué la palma de mi mano derecha para acallar mi grito. Esto no podía estar pasando. Lizzy negó con la cabeza llorando con más fuerza.

Edward de pronto se volvió hacia Tony.

—Harás lo mismo —sentenció con voz seria.

Nuestro hijo apretó los puños con fuerza y negó con la cabeza con fiereza.

—Los Vulturi pagarán si les hacen algo, papá.

No, bebé, no. Grité en mi mente negando con la cabeza al igual que Edward.

—No, no quiero venganza, Ethan, quiero que solo cuides de tus hermanos —le ordenó Edward apretando la mandíbula.

—Pero, papá... —Comenzó Tony pero Edward lo interrumpió.

—Nada de peros. Es una orden.

—Bien. —Nuestro hijo aceptó dando media vuelta y alejándose corriendo.

No quiero que crezca con odio y rencor en tu corazón, cavilé siguiendo a mi niño, Garrett se hizo a un lado para poder pasar.

—Tony —lo llamé cuando se disponía a subir corriendo las escaleras. Se detuvo, volviéndose hacia mí. Su rostro estaba anegado de lágrimas.

—Papá no me puede pedir eso, mamá —reprochó en cuanto llegué hasta donde estaba.

—Lo sé. —Asentí acariciando sus brazos—. Bebé, mírame —pedí cuando no levantaba la mirada, lo hizo inmediatamente—. No voy imponértelo como tu padre, te lo pido, te lo suplico, hijo. Si algo llega a pasarnos, por favor, no hagas nada, no busques venganza. Cuida a tus hermanos, no los pongas en peligro, si atacas, ellos también lo harán y tus hermanos estarán en medio.

—Mami —murmuró en un hilo de voz.

—Dime, bebé. —Acaricié sus mejillas por donde volvían a descender nuevas lágrimas.

—Te amo, mami. —Soltó un sollozo recargando su cuerpo en el mío.

—También te amo, bebé. Mi bebito. —Lo apreté contra mí sollozando.

—Sí, mami, tu bebé. —Aceptó apretando sus brazos en mi cuello—. Tu bebé, mami. Te lo prometo, mami —declaró antes de salirse de mi abrazo y precipitarse escaleras arriba.

Permanecí parada en el mismo sitio por unos cuantos segundos, Edward apareció por el pasillo y se acercó donde estaba. Era la hora. Limpié todo rastro de lágrimas y solté un sonoro suspiro.

No puedo flaquear, no puedo flaquear. Repetí en mi mente como mantra.

—Vámonos antes de que me arrepienta. —Lo apresuré con voz llorosa. Él colocó su mano en mi espalda baja instándome a caminar a su lado.

Las camionetas ya nos esperaban en la entrada de la mansión. Todo el mundo estaba callado, a la expectativa y esperando lo peor. Sabíamos que íbamos, pero no teníamos la certeza que regresaríamos.

Edward me ayudó a subir al asiento trasero de su camioneta, subiendo detrás de mí. Anclé mi mirada en la ventanilla, observando mí alrededor. Miré mi casa por última vez. Mi vida se quedaba allí adentro. Podía soportar todo lo que quisieran hacernos a mi esposo y a mí, pero no podría soportar que lastimaran a mis hijos.

No te rompas, no te rompas, repetí una y otra vez.

—¿A dónde, Edward? —le preguntó Garrett desde el asiento delantero.

—A casa de mi padre, es el punto de encuentro. —Fue la respuesta de mi esposo.

Sentí sus dedos buscar los míos, le permití la entrada, entrelazando nuestros dedos. Los apreté suavemente. Si hablaba todo mi esfuerzo sería inútil y comenzaría a llorar de nuevo.

Llegamos a casa de mis suegros en silencio. Edward fue el primero en descender, se volvió para ayudarme, pero no lo permití, dejándolo en medio de mis piernas, no me importaba en este momento que nuestros hombres vieran mis muslos desnudos, coloqué ambas manos en su rostro alzándolo hacia el mío. Me perdí en las profundidades de sus preciosos ojos verde esmeralda, en la mirada que tanto amaba.

—Ellos estarán bien, ¿no es así? —le pregunté con el corazón en la mano, acaricié su mentón con mis pulgares. Necesitaba escuchar de sus labios que nuestros hijos estarán bien, fuera de cualquier conflicto.

—Por supuesto, ellos estarán bien. Nadie les hará daño —me aseguró con convicción.

—Puedo soportar todo lo que me quieran hacer, pero lo que no puedo soportar es que lastimen a mis hijos. —Mis bebés no. Nadie, absolutamente nadie puede tocarlos, siquiera dedicarles una mirada. Los mataría sin piedad y no me temblaría la mano ni el corazón.

—Nadie va a lastimarlos, te lo juro.

—Hasta que llegaron. —La voz de Emmett nos interrumpió—. Solo falta Bella por saber el plan.

Edward dejó un tierno beso en mis labios antes de volverse hacia Emmett. Me ayudó a bajar luego de asentirle a su hermano. Me guio dentro de la casa con Emmett detrás de nosotros.

Desde el umbral de la puerta pude escuchar los sollozos estrangulados de Alice, por lo que me adelanté, dejando a Edward y a Emmett aun fuera de la casa. Dentro parecía un velorio, todo estaba en silencio, a la expectativa. Lo único que rompía el tenso silencio eran los sollozos de Alice y el rastrar de pies de Jasper al tratar de acercase a ella, pero deteniéndose a mitad de camino y dando media vuelta.

Esme me sonrió al pasar a su lado, una pequeña sonrisa. En cambio Don Carlisle me acarició el cabello y me abrazó.

—Estarán bien, te lo juro por mi vida —susurró en mi oído. Asentí para darle a entender que lo había escuchado. No podía hablar, si destrababa la mandíbula, comenzaría a gritar y no quería que Edward sufriera aún más.

Rosalie me esperaba con los brazos abiertos sentada a un lado de Alice. Me apresuré hacia ellas. Recargué mi rostro en la base de su cuello y apreté los ojos para no llorar, no lo vi entrar, pero supe el momento en que Edward cruzaba el umbral, mi cuerpo estaba en sintonía con el suyo.

—Bella, mis bebés, mi bebita —sollozó Alice contra mi espalda. Busqué su mano a tientas con la mía y la apreté fuerte. Mi pequeña sobrina solo tenía tres días.

—Isabella. —Comenzó Don Carlisle—. El plan es el siguiente. —Tragó saliva—. Debes permanecer siempre cerca de tus hermanas y de mi esposa. Garrett y Arlot tienen orden precisa de sacarlas con vida de allí. Si algo sale mal… —Dejé de escuchar en ese preciso instante, cerré los ojos con fuerza yy el pitido en mis oídos sofocó cualquier sonido.

Supe en el momento en que terminó de hablar porque acarició mi cabello con ternura. El sonido de unas llantas en la entrada de la mansión desvió la atención de todos.

—Es papá —anunció Rose.

Nadie dijo absolutamente nada. Jacob estaba más callado de lo usual. Lo entendía, él también tiene hijos, Jheison está pequeño, Sunjei es una bebita y Camy, la pequeña nena enamorada de mi esposo, la que me robó el corazón con dedicarme tan solo una sonrisa, lo necesitaban, como mis hijos nos necesitaban a Edward y a mí. Mi padre solo acarició mi espalda antes de murmurar solo para nosotras tres:

—Son hombres muertos si se atreven a colocarles un dedo encima a mis hijas. —Dejó un par de besos en nuestras frentes, luego se retiró hacia el rincón más alejado de la sala de estar. Billy estaba taciturno, ubicado cerca de Charlie.

Llegó la hora pautada, mi corazón emprendió una marcha alocada cuando cada uno se dirigió hacia su respectiva camioneta.

Edward me ayudó a subir, luego de hacerlo él, tomó mi mano derecha y la apretó fuerte. El aire me fallaba, tenía la respiración entrecortada. Mi corazón se saltó un latido en cuanto pisamos el aeropuerto.

Una extraña sensación se instaló en la boca de mi estómago, como si algo malo fuese a ocurrir. Las camionetas se estacionaron perfectamente alineadas, mostrando un fuerte unido.

Quería gritar, la sensación se intensificó. No había nadie a la vista.

—Espérenme aquí —ordenó Edward con voz tensa—. Por nada del mundo bajes de esta camioneta.

Asentí de acuerdo aunque no se percatara de mi movimiento. Abrió la puerta y saltó fuera en el momento en que mi suegro, mis cuñados, mi padre, Billy y Jake también descendían como si estuvieran sincronizados.

Algo malo estaba ocurriendo en este momento, mi corazón me lo estaba advirtiendo.

—¿Qué está ocurriendo? No hay nadie. —Escuché la voz sofocada de Jasper.

No sé de dónde apareció el hombre, más todo el mundo se volvió hacia la derecha. Los seguí con la mirada.

—Al fin tengo el placer de conocer a Edward Cullen. El famoso Edward Cullen, el que logró la alianza entre las familias Cullen Swan. Eso fue épico y se hablará durante los siguientes años. —La voz del hombre tenía un deje de burla. Eso me dio mala espina.

—¿Quién eres tú? —El tono amenazante de Edward retumbó dentro de la camioneta, con el corazón en la boca lo vi dar un paso al frente—. ¿Dónde están Félix y Demetri?

El hombre sonrió con suficiencia.

—Rumbo a casa, me imagino. Si ya tienen el motín —respondió con una sonrisa más grande.

El motín, el motín, el motín, se repitió en mi mente. No, no, no, no, mis bebés no.

Me paralicé. Quería gritarle a Edward, pero nada salía de mis labios. —¿Qué motín? —le preguntó mi esposo confundido.

El motín, el motín era nuestros hijos. Lo sabía, mi corazón lo sentía, sabía que en algún momento ellos atacarían a mis niños. Desde el momento de su concepción supe que ellos vendrían por mis hijos.

—Tengo algo para ti. —Con las manos paralizadas en la manilla de la puerta lo vi sacar su brazo de detrás de su espalda, ocasionando que todos los hombres lo apuntaran. Sacó un sobre manila.

Mis bebés, mis bebés.

Con el corazón acelerado lo vi sacar un arma de la cintura de sus vaqueros.

—Ese es un movimiento un poco tonto, ¿no crees? Estás solo.

El hombre solo encogió de hombros sonriendo.

—No saldré vivo de aquí de todas maneras, qué más da si te entrego esto vivo o muerto. —Le tendió el sobre a Edward. No sabía cómo lo había hecho, pero la ventanilla estaba abajo—. Fue un placer conocerte —murmuró antes de levantar la mano con el arma y dirigírsela hacia su cabeza, en cuestión de segundos el hombre se había disparado y se encontraba en un charco que formaba su propia sangre. Sin poder evitarlo solté un grito de horror, porque esto confirmaba mi peor temor.

Los bebés, amor, los bebés, le gritaba en mi mente.

—Abre el sobre, Edward. Dinos qué hay adentro. —Don Carlisle colocó su mano en el hombro izquierdo volteando a mi esposo hacia él.

Cuando él sacó esa foto, mi mundo se derrumbó.

—¡Malditos, los mataré a todos! —gritó Edward con furia en el mismo momento en que yo gritaba:

—¡No!

De pronto, Edward se montaba a toda prisa en la camioneta y salía con un rechinar de llantas.

—Edward, mis bebés, mis bebés. —Repetí sollozando, recargué la frente en el asiento—. Mis bebés.

—Los mataré, te lo juro, los mataré. —Adelanto un carro de forma brusca y pisó más el acelerador—. A cada uno, cada persona que lleve la sangre Vulturi lo eliminaré. No quedará nadie, te lo juro.

—Los niños, Edward —sollocé soltando un grito de impotencia—. Mis bebés.

—Era una trampa, una maldita trampa —bramó golpeando el volante con fuerza—. Caí como un tonto.

La camioneta alcanzó los 200 Km por hora, el viaje a nuestra casa lo hicimos en cuestión de minutos. Esta derrapó al detenerse en la entrada de la casa. Me bajé de un salto al igual que Edward.

Jordán se encontraba sentado al inicio de las escaleras de la entrada, respirando con dificultad mientras apretaba el celular contra su oído.

—Señor Edward —jadeó tratando de ponerse de pie al percatarse de nuestra presencia. Mi esposo se apresuró ayudarlo—. No contestaba, nadie lo hacía, mandé a un par de hombres con la esperanza de que llegaran antes de que abordaran —explicó de forma atropellada.

—¿Qué pasó, Jordán? Dime qué paso —le supliqué acercándome a él.

—Le fallé de nuevo, señora. No pude evitar que se los llevaran —se disculpó jadeando y sosteniéndose las costillas. Edward apretó más su agarre—. Luché, traté de evitarlo, pero era demasiado tarde. Cuando sometí al hombre, los niños ya no estaban.

Oh Dios…mis bebés.

Sollocé abrazándolo, se quejó, pero no evitó mi abrazo, soportó mi peso a pesar de su dolor.

—Había alguien dentro, todo fue muy perfecto —nos informó en el momento en que las camionetas de mi familia se detenían en la entrada de la mansión detrás de nosotros—. No he dejado salir a nadie, están todos en el gimnasio, el hombre está en el sótano.

Edward de pronto se volvió de forma brusca e impactó su puño derecho contra el pilar de la entrada.

—¡Malditos, voy a acabar con todos! —gruñó apretando los dientes.

—¡¿Pueden decirnos qué rayos está pasando?! —exigió Rose acercándose a nosotros seguida por Alice, mis cuñados, mi padre, Jacob y por último mi suegro.

—¿De qué va todo esto, Isabella? —cuestionó mi padre a su vez. Don Carlisle interrogaba a Edward con la mirada.

Tragué saliva intentando eliminar el nudo que tenía en mi garganta.

—¡Se han llevado a los niños! —explotó Edward de pronto halándose del cabello—. Los malditos Vulturi se han llevado a mis hijos. —Volvió a impactar su puño contra el pilar de la entrada.

Alice soltó un grito aterrado y Rose se quedó paralizada. Reinó un silencio sepulcral.

Un sollozo escapó de mi garganta sin poder evitarlo.

—No, no, no, nena. —Edward se apresuró a mi lado, con sus pulgares eliminaba mis lágrimas acariciando mis mejillas con ternura—. No llores, amor. Te prometo que los traeré de vuelta. Eso te lo juro.

—Mis bebés —susurré enterrando mi rostro en la base de su cuello, a las primeras lágrimas le siguieron otras y otras sin que lo pudiera evitar.

—Se han llevado a mis nietos. —Don Carlisle fue el primero en reaccionar, apretó los puños con fuerza, estos se pusieron blancos por la presión que ejercía.

Asentí contra el pecho de Edward.

—¿Cómo ocurrió? —cuestionó mi padre con la mandíbula apretaba.

Jordán se adelantó, sosteniéndose las costillas, no me había percatado de la gran contusión en su mandíbula y el pequeño corte en su ceja izquierda.

—No sé cómo los sacaron de la casa, cuando me percaté que los niños no estaban en la sala de juego donde los había visto por última vez los busqué por todas partes y no los encontré. Así que llamé a Erick por radio para que verificara las cámaras, encontró a un hombre en el lateral izquierdo de la casa con Eider en brazos y Lizzy de pie a su lado, él tipo se disponía a pasar al niño por la pared. Erick me informó de inmediato y me dirigí hacia allí, cuando llegaba él pasaba a la niña encima, no sé cuántos habían del otro lado, no sé quién los recibía. Luché contra el hombre y cuando lo sometí, los niños ya no estaban, era la hora de la comida, los hombres estaban en la cocina. Salimos a investigar y no había nadie. Todo fue muy perfecto, debe haber alguien dentro. ¿Cómo se llevaron a los niños sin que nos percatáramos? ¿Cómo entraron a la casa sin activar ninguna alarma? No he dejado salir a nadie, están encerrados en el gimnasio y el hombre está encerrado en el sótano esperando que lo interroguen. —Terminó jadeando, hizo una mueca y apretó su agarre en las costillas.

—¡Jackson! —La voz de Edward me sobresaltó—. Lleva a Jordán a que lo atiendan.

—Por supuesto, señor. —El aludido dio un paso al frente y ayudó a Jordán a caminar apoyándolo en él.

—Hijo… —Don Carlisle llamó a Edward en cuanto él emprendió camino dentro de la mansión con paso energético.

Mi esposo se volvió. Me estremecí al observar sus hermosas pupilas, en ellas brillaba un ansia asesina.

—Deja que… —Se interrumpió mirando a mi padre, ambos asintieron con entendimiento—. Que Charlie, tus hermanos y yo nos encarguemos.

Edward apretó la mandíbula con fuerza.

—No serás capaz de controlarte, Edward, te dominará la ira y terminarás matando al hombre antes de que sepamos el paradero de los niños.

Mi esposo lo miró fijamente con incredulidad.

—¿Acabas de decirme que…no me meta en esto? —escupió Edward con resentimiento, apretó los nudillos con fuerza.

—No te lo dije —lo contradijo Don Carlisle, dio un paso al frente y encaró a Edward—. Te lo ordené, no interrogarás al hombre, no vas a involucrarte en nada que tenga que ver con él, podrás observar, pero solo eso.

Edward se volvió con brusquedad e impactó de nuevo su puño derecho con tanta fuerza que cerré los ojos y me encogí por reflejo, se escuchó un pequeño chasquido.

—Maldición, Edward, vas a destrozarte la mano —reprochó Emmett acercándose a mi esposo y evitando que volviera a golpear el pilar de la entrada.

—Has todo el berrinche que quieras. No tocarás al hombre. —Don Carlisle permaneció firme—. Jasper.

—Sí, papá. —Mi cuñado levantó el rostro, estaba consolando a mí hermana. Alice tenía el rostro oculto en el pecho de Jasper mientras él la abrazaba.

—Ya sabes qué hacer.

El rostro de mi cuñado cambió de forma radical.

—De acuerdo. —Aceptó dándole un último beso a Alice, le dijo algo al oído y ella solo asintió.

—Bella. —Me volví hacia donde me llamaban, Don Carlisle me brindaba una pequeña sonrisa—. No debes preocuparte, encontraremos a los niños. —Se volvió hacia mi padre, este ya estaba dando órdenes. Se miraron a los ojos por unos segundos.

—Mi casa. —Fue lo único que dijo mi padre antes de marchase.

Don Carlisle asintió conforme.

—Muchachos. —Alzó un poco la voz, todos estaban al pendiente—. Nos movemos a la casa de Charlie, Jeffrey, Stan y Camilo transporten al hombre.

Me sobresalté al sentir un brazo rodear mi cintura.

—Lo siento. —Se disculpó Edward dejando un beso en mi frente. Cerré los ojos un momento, recargando mi cuerpo contra el suyo.

—¿Te duele? —pregunté tomando su mano entre las mías, la llevé hasta mis labios donde dejé un par de besos. Estaba ligeramente hinchada.

—No. —Besó mi frente antes de instarme a caminar hacia la camioneta. Me ayudó a subir, pero no me siguió, me sonrió con mi sonrisa torcida favorita antes de cerrar la puerta, volverse y salir corriendo dentro de la mansión.

—¡Deténganlo! —resonó la orden de Don Carlisle, pero era demasiado tarde, Edward se perdía dentro de la mansión. Emmett se apresuró a ir tras él, seguido de sus hombres, de los de mi suegro y los de mi esposo.

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Me encontraba con la cabeza recostada en el regazo de mi Bubú, mientras ella acariciaba mi cabello, ya me encontraba seca de tanto llorar.

—Se llevaron a mis niños, a mis bebés, Bubú —susurré sollozando, enterré mi rostro en su estómago.

—Ya no llores más, mi Nina —suplicó acariciando mi espalda.

Me encogí al escuchar el quejido de dolor de Edward. Rose estaba curando sus contusiones, Emmett no midió la fuerza con la que lo sometió al inicio de las escaleras del sótano, o eso fue lo que me contaron. Mi esposo besó la pared con la mejilla, a causa de eso tiene un pequeño corte en su ceja izquierda y en su labio inferior, más un pequeño hematoma en su mejilla izquierda.

—No llores como bebé. —La voz de Rose tenía un deje de fastidio—. Emerson se comporta mejor que tú cuando curo sus heridas.

—Es tu hijo, lo tratas con... Auch. —Se quejó Edward—. Cariño…

—Eso te pasa por impulsivo —reprochó Emmett a su vez—. Voy a bajar.

Me enderecé de inmediato sobresaltando a mi Bubú.

—Voy contigo —exclamamos mi esposo y yo a la misma vez.

—Bella, cariño —murmuró Emmett caminando hacia mí, acarició mis brazos con ternura—. Es mejor que tú no bajes. —Besó mi frente y asintió hacia Edward.

Apreté los dientes con fuerza. Me zafé de sus manos y me encaminé por mi cuenta hacia el sótano.

—Amor. —Ignoré el llamado de Edward. Sus brazos rodearon mi cintura impidiendo mi avance—. Cielo, no deberías bajar.

Forcejé entre sus brazos.

—Voy a bajar, Edward, y nadie, ni siquiera tú, me lo va a impedir —gruñí intentando salir de la presa de sus brazos.

—Entonces…vamos juntos —pidió en mi oído.

—Edward, no creo que sea conveniente. —Emmett nos seguía muy de cerca. Ambos lo ignoramos.

Al llegar a la puerta del sótano Corín detuvo nuestro avance:

—Lo siento, señor Cullen, pero tenemos orden de no dejarlo entrar.

Edward bufó y dio un paso amenazante hacia él.

Me estremecí al escuchar el grito penetrante de dolor que se escuchó detrás de la gruesa puerta de madera. Me adelanté interponiendo mi cuerpo entre mi esposo y el hombre que trabaja para mi padre.

—Permiso, Corín, vamos a entrar. —Mi voz salió rasposa.

—Señora Isabella…

La puerta se abrió y por ella se asomó Sam, me miró interrogante y lo fulminé con la mirada.

—Déjalos pasar —bramó abriendo la puerta por completo—. No será bonito, Bella —aseguró antes de desaparecer dentro de la habitación.

Corín se hizo a un lado y asintió.

Edward me insto a caminar.

En cuanto entré me llegó de lleno el desagradable olor de orina y sangre. Me adelanté hasta llegar al lado de Sam. Edward me abrazó, instando a esconder mi rostro en su cuello, pero no lo permití.

El hombre estaba encadenado a una silla en medio de la habitación, bajo el foco de la única luz, con el rostro casi desfigurado. Apenas y se abría en una pequeña rendija su ojo izquierdo, un hilo de sangre bajaba de forma constante de su nariz, sus labios hinchados, rotos en varias partes. Volteó la cabeza un poco a la derecha y escupió sangre. Soltó un quejido de dolor, encogiéndose hacia adelante, al momento en que Garrett lo golpeaba en el estómago.

Apreté un poco más mi agarre en el brazo izquierdo de Edward.

—Te lo preguntaré una vez más. ¿Dónde llevaron a los niños? —Garrett gruñó la pregunta agarrando un puñado de cabello del hombre de forma brusca, ubicando su rostro frente al suyo.

—No lo sé. —El hombre soltó la respuesta de forma despectiva.

Garrett volvió a golpearlo en el rostro.

—Respuesta equivocada, amigo. ¿Dónde están los niños Cullen?

Sin poder evitarlo solté un gemido de dolor.

Mis hijos, mis niños. ¿Qué les estarán haciendo a mis bebés?

Solté un pequeño sollozo, el cual traté de ocultar al presionar mi rostro contra el brazo de Edward. Él me apretó más en su abrazo.

—Cálmate, cielo. Te enfermerás —dijo en mi oído—. Sigo creyendo que no deberías estar aquí.

Negué con la cabeza.

—Quiero estar aquí. —Lo contradije. Sé que él ansiaba moler a golpes al hombre y sacarle la información cueste lo que cueste, y es por eso que mi suegro y mi padre se opusieron a que él fuera su torturador.

—¿Dónde llevaron a los niños de Edward? —preguntó Garrett luego de otra tanda de golpes y que el hombre perdiera un par más de sus uñas, lo que ocasionó que él soltara un nuevo alarido de dolor.

Miré hacia otro lado, el olor de la sangre y orina que impregnaba el ambiente me tenía un poco mareada, y sabía con certeza que, si la llegaba a verla, terminaría vomitando en el suelo.

—Me cansé de esta mierda. —Me sobresaltó la voz de Jasper. Lo busqué a través de la habitación y lo encontré cerca de la puerta con un objeto en la mano—. Veamos si con esto sigue negándose a hablar. —Le tendió algo a Thiaron y este se apresuró hacia la pared—. Dame un lado, Garrett. Jackson, corta la electricidad de la silla.

Abrí mi boca asombrada y miré fijamente al hombre.

¿La silla estaba electrificada? ¿Y aun así no ha dicho dónde están mis hijos?

Él me devolvió la mirada iracundo, toda su expresión destilaba un odio profundo hacia mí. ¿Qué le he hecho para que me odie de esa manera?

Cuando Jasper se acercó al hombre y la luz lo iluminó, pude apreciar lo que traía en sus manos. Era un taladro, el que comenzó a sonar de repente.

—¿A dónde llevaron Félix y Demetri a mis sobrinos? —Le hizo la pregunta, colocando una mano en la rodilla del hombre y ubicando la mecha del taladro en ella a escasos centímetros.

—¡No lo sé, maldito, no lo sé! —gritó el hombre dejando caer la cabeza, su mentón tocó su pecho. Jasper le lanzó una mirada a Edward, él me volvió con suavidad contra su pecho, con su mano izquierda me instó a esconder mi rostro en su cuello.

Cerré los ojos, apretándolos con fuerza al escuchar el horripilante grito de agonía del hombre.

El sonido del taladro paró.

—¿Dónde están los niños? —Escuché la voz apagada de Jasper, la mano de Edward cubría mi oído derecho y el retumbar de su corazón bajo mi oído izquierdo me impedían escuchar con claridad.

—Ya. Te. Lo. Dije. No lo sé. Mi orden era sacarlos de la casa y entregárselos a la mujer, y eso fue lo que hice —expresó con un hilo de voz, apenas y lo escuché con dificultad.

Me tensé al igual que Edward. ¿Qué mujer? Maldición, ¿de qué mujer hablaba?

—¿Qué mujer? ¿A quién se los entregaste? —Jasper hizo eco de mis pensamientos. El sonido del taladro volvió. El hombre gritó de dolor. Segundos después el sonido se detuvo—. ¿A qué mujer se los entregaste? —Jasper volvió a preguntar con un gruñido.

—No sé su nombre, solo debía sacarlos y llevarlos con ella, nada más. —El hombre respondió jadeando.

¿Cómo hiciste para llevártelos sin que se dieran cuenta? —Jasper prosiguió.

—Eso fue fácil, la gente se vende por un poco de dinero, sabes… —El hombre hizo una pausa—. Dalia cogió el teléfono de la señora Swan y le escribió a ella. —Me imagino que me señaló, porque Edward gruñó—. Le hizo creer que era mejor que los dejara en casa. —El hombre jadeó—. Y Scarlet de decirle a la señora Swan que los niños preferían pasar la noche en casa, que estaban llorando mucho, que no querían hacerlos sufrir más… —El hombre volvió hacer una pausa. Scarlet, la chica que cubrió a Richelle hoy. Los malditos los planearon muy bien. Solo rezo para que no le hayan hecho nada malo a Richelle, mis niños la adoran—. Entonces fue mi oportunidad, no me tomó tanto, con solo tomar a la pequeña niña, los demás me siguieron sin chistar. Me los llevé al jardín donde ya los esperaban. Juro por Dios… que no fui yo quien golpeó a la pequeña, sino la mujer. Lo juro, lo juro, no fui yo.

Me encogí como si una corriente eléctrica me hubiese alcanzado, alguien había golpeado a mi niña, a mi bebita.

Juro por Dios que me las va a pagar y con creces, cada golpe, cada lamento que hayan sufrido mis niños. Me suplicará que acabe con su vida muchos antes de comenzar.

Comencé a sollozar sin poder evitarlo.

—Edward, mi bebé —murmuré apretando mis brazos entorno a su cuerpo.

—Shhh… No llores, amor, no llores —me habló con ternura, comenzando a moverme suavemente de un lado a otro.

Se escuchó un pequeño estruendo y el inconfundible sonido del hueso al romperse.

Me estremecí.

Otra mano se unió a la de Edward, la cual acariciaba mi espalda con ternura.

—Tranquila, Bella, encontraremos a los niños. —Jasper expresó con suavidad—. Vamos afuera, el hombre estará inconsciente un rato. Luego regresaremos y te prometo que le sacaré a dónde llevaron a mis sobrinos.

Asentí con dificultad.

—Vamos, amor. —Me instó Edward a caminar. Lo hice junto a él, su brazo derecho aún permanecía detrás de mi espalda y su mano posesivamente en mi cintura.

—Edward. —Nos detuvimos al inicio de las escaleras a esperar a Garrett. Él rehuyó mi mirada—. No podemos seguir esperando. El tiempo corre, debemos dar con los niños lo más pronto posible.

Tantas horas sin saber de mis niños, ya casi amanecía. Ya los podrían tener hasta el otro lado del mundo. Sollocé apretando mi rostro en el pecho de Edward. Él apretó sus brazos entorno a mi cuerpo.

—Lo siento, Bella. —Garrett acarició mi espalda—. Debemos sacarle la información cueste lo que cueste.

Me zafé de forma brusca de la jaula protectora que formaban los brazos de Edward a mí alrededor. Estaba molesta, mejor dicho furiosa, y ese hombre me diría a dónde llevaron a mis hijos o dejo de llamarme Isabella Cullen. Subí las escaleras del sótano corriendo, necesitaba encontrar los materiales con qué trabajar. Había recordado con tal nitidez una de las tardes que pasé con Caled, mi hermano, aunque en ese tiempo no lo sabía.

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—Recuerda una cosa, Bella, si alguna vez necesitas sacarle información a una persona, la mejor manera es con la tortura, ninguna palabra de sutileza funcionará. —En ese momento solo pude reírme y acomodar mejor a mi gatita en mis brazos—. ¿Qué? No te rías, sé una buena manera para ponerlos a cantar. Solo necesitas un par de ratas, aunque con unos ratones sirve, un cilindro de aluminio o metálico, el que tengas más a mano, y un soplete.

Al llegar a ese punto, estuve lo bastante intrigada para prestar atención a lo que decía.

.

Me topé con Seth en la sala de estar.

—Señora Isabella. —Inclinó la cabeza al hablar.

—Seth, necesito… —Hice una pausa y respiré profundo, estaba jadeando por la carrera. No sentí a Edward seguirme, lo que era bueno, lo más probable es que pensara que no podía soportar más—. Necesito ratas o ratones, lo que encuentres más rápido, y un cilindro metálico o también puede ser de aluminio, y un soplete.

Me miró extrañado.

—Lo necesito para ya —le ordené cruzándome de brazos.

—Bueno… —Se rascó la cabeza—. Creo que Allan, el hijo de Jeffrey, tiene un par de ratones como mascotas. Le puedo decir que me las preste. Humm… el cilindro sí está bien difícil, le preguntaré a los muchachos, y el soplete te lo puedo conseguir. Bryan está trabajando en la cerca perimetral de los caballos.

Puse los ojos en blanco. Mi padre se había vuelto loco y comprado un caballo a cada niño. Bufé exasperada.

—Para ayer, Seth. Lo necesito para ayer —exigí dirigiéndome a las escaleras con el único propósito de llegar a mi antigua habitación, debía cambiarme de ropa, un vestido suelto no es el mejor atuendo para torturar una persona, serían más adecuados unos vaqueros desgatados y un polo o un suéter, hasta una franela era mejor.

—Como ordene, señora —dijo antes de salir corriendo por el lateral de la casa.

Ni mis hermanas ni mi Bubú estaban a la vista, lo más probable es que estuvieran en la habitación de esta última con los niños. Nadie los quería cerca del sótano.

Tragué el nudo que se formó repentinamente en mi garganta.

Mis hijos. ¿Dónde estarán mis hijos? ¿Qué les estarán haciendo? ¿Esa maldita mujer los estará golpeando? Apreté los dientes con furia, ella pagaría el triple de cada golpe o magulladura que tuvieran mis niños en su tersa y delicada piel.

Me detuve frente a la puerta de mi habitación, los nudillos comenzaban a dolerme, los tenía apretados con fuerza. Esa mujer no se escaparía de mi ira.

—Maldición. —Escupí recargando mi frente contra la madera. Era mi culpa que ellos estuvieran en manos de esa maldita loca. Yo no debí irme y dejarlos. Yo debía estar con ellos y defenderlos. Esa desgraciada debía meterse con alguien de su tamaño, no con mis niños.

—Isabella, ¿estás bien? —Me sobresalté al escuchar una voz profunda detrás de mí. Me di media vuelta y me encontré con Billy a unos metros de distancia. Eliminé de forma brusca la lágrima que comenzó a rodar por mi mejilla.

—Estoy bien, Billy. Solo vine a cambiarme. ¿Mi papá? —le pregunté cruzándome de brazos, ya que estos no paraban de temblarme.

—En su despacho con Carlisle, yo solo vine a acostar a Camy, volvió a quedarse dormida —me respondió evadiendo mi mirada.

Camy, la nena de seis años de Jake, la bebita que sigue perdidamente enamorada de mi marido. Pensar en ella me recuerda a mi nenita.

Un sollozo estrangulado brotó de mi garganta.

Mi pequeña Leen. Para desgracia de Edward, mi niña siente una fascinación por Jheison, el hijo de Jacob, no hace más que hablar de él todo el santo día. No quiere sino más que estar en casa de mi padre que es donde normalmente se encuentra Jheison, y para deleite de Eileen, Jheison no hace más que complacerla.

Otro sollozo siguió al primero, y luego otro y otro, es como si una presa se rompiera, llegados a este punto yo pensaba que ya me había quedado seca de tanto llorar.

Unos fuertes pero cálidos brazos me rodearon antes de instarme a recostar mi cabeza en su torneado pecho.

—No llores, niña, que me partes más el corazón —suplicó con voz ronca antes de sentir su mejilla acariciar mi cabello—. Me hubiese gustado poder evitarte todo este sufrimiento, nena. —Me acarició la espalda con ternura—. Le prometí a mi Mariela que te cuidaría, eras la bebita de sus ojos, todo lo de ella tenía que ver contigo. —Colocó su mano en mi cabeza, luego inclinó la suya hasta posarla allí también, estaba atrapada en su abrazo, pero no me sentía incómoda, sino más bien reconfortada—. Y le fallé al no proteger a tus niños. Debe estar muy molesta conmigo. —Sollocé de nuevo y él me apretó suavemente—. Anda, ve a cambiarte y luego come algo, sé que no lo has hecho en lo que va de la noche —me apremió soltando su abrazo—. Ellos te necesitan fuerte. Debes comer algo.

Negué con la cabeza.

—No tengo hambre, el solo pensamiento de comida me revuelve el estómago. No puedo sentarme a comer sabiendo que mis niños no están conmigo.

—Por lo menos toma un poco de zumo de frutas, ¿quieres? Hazlo por Edward, ese hombre no soportaría verte enferma. Toda esta situación lo está sobrepasando, no le eches más peso a su pesar.

Asentí un poco renuente.

—Solo un poco —refunfuñé con niña chiquita.

—Solo un poco —accedió con una sonrisa—. Cámbiate, iré al despacho con tu padre y Carlisle.

Asentí de nuevo.

—Gracias, Billy —murmuré con voz ronca.

Me dedicó una media sonrisa de nuevo, antes de encaminarse por el pasillo y desaparecer escaleras abajo.

Solté un suspiro tembloroso y entré a mi habitación. Me apresuré hacia el armario. La ropa que se encontraba allí era la que nos habíamos traído tiempo atrás en nuestro viaje de Los ángeles a Chicago, la cual no nos devolvimos a buscar cuando nos fuimos con los chicos, estaba pasada de moda. En cuanto Alice me viera pegaría el grito al cielo, pero era perfecta para lo que tenía en mente.

Volví a escuchar la voz de mi hermano en mi mente y reproduje nuestra conversación:

—Vamos, Isabella, no me mires así.

—Eso es muy cruel, Caled.

—Pero necesario, si todo lo demás falla, esta es infalible. Haría cantar hasta a un muerto. Nadie quiere que una rata se coma sus entrañas mientras esté vivo.

—No creo que pueda hacerlo, Caled. —Recuerdo perfectamente negar con la cabeza.

—Claro que puedes hacerlo, hermanita. —Sonrió abrazándome. En ese punto de nuestra amistad ya estaba acostumbrada que me dijera hermanita—. Por ellos… —Le sonrió a mi Gatita y señalo a Tony con la barbilla—. Sé que eres capaz de hacerlo.

—Si me hubieses dicho que eras mi hermano, Caled. Te hubiese disfrutado como tal —murmuré con pesar—. Y tenías razón, soy capaz de hacerlo. Por mis niños.

Tomé un par de vaqueros azul marino de las gavetas y un polo manga corta rosa pálido, no era el que hubiese elegido para esto, pero los demás no me entrarían.

Sacudí la cabeza y me cambié de forma apresurada, el cabello lo até en una cola de caballo apretada.

Dame valor, Caled. Pensé respirando profundo. Si no habla con esto, no lo hará con ninguna otra cosa, cavilé saliendo de la habitación.

Me detuve en seco al salir al pasillo, me incliné para evitar que se cayera sobre su trasero.

—Ey, hermosa —exclamé tomándola en mis brazos. Ella no dudó en recostar su cabecita en mi hombro e introdujo su pulgar en la boca, posicionó su manito en mi cuello. Acaricié su pequeña espalda con ternura, tragando con dificultad el nudo en mi garganta. Sunjay me recordaba tanto a mi bebé. Besé su cabecita soltando un pequeño sollozo.

No podía soportarlo más, necesitaba a mis hijos junto a mí. Me encaminé hacia la habitación que había visto salir a Billy y abrí la puerta con suavidad. Camy estaba dormida sobre su estómago con su cabello castaño lacio ocultando su precioso rostro, dejé un par de besos en la mejilla de Sunjay antes de acostarla al lado de su hermana. Ella hizo un pequeño mohín, pero cerró sus ojitos.

Callé un grito con la palma de mi mano.

¿Dónde los malditos Vulturi tenían a mis niños?

Respiré profundo, debo permanecer fuerte y encontrarlos. Salí de la habitación cerrando la puerta con suavidad.

—¡Bella!

—Ahora no, Bubú —repliqué sin detenerme, seguí bajando las escaleras de dos en dos. Si vacilaba solo un segundo, sé que no llevaría a cabo esta tarea. Pero debía hacerlo por mis niños.

—Aquí está todo, señora Isabella.

—Me encontré a Seth al pie de la escaleras—. Le debe un paseo al zoológico al pequeño Allan por los ratones.

—Por supuesto, dale todo lo que te pida —ordené de inmediato llegando a su altura.

Era un bonito par de ratones blanco. Me estremecí. Espero que sean suficientes.

—¿A dónde se los llevo, señora Isabella? —preguntó dudando un poco.

Enarqué las cejas.

—A la cocina por supuesto que no, diablos. —Me estremecí de asco—. No me volví asiática de la noche a la mañana, Seth.

Él se encogió de hombros con una sonrisa.

—Que iba yo a saberlo —dijo como si nada. No puede evitarlo y solté una pequeña risita—. Así está mejor, debe sonreír un poco, señora Isabella —me alentó ampliando su sonrisa.

—Lo haré, Seth, pero cuando mis niños estén de vuelta. Vamos, llévame eso al sótano —le indiqué caminando frente a él.

—Bueno… puedo decir que lo intenté. —Se le notaba en la voz que sonreía.

Llegamos a la puerta de madera oscura del sótano. Me detuve allí unos segundos, recargando mi frente en la fría madera. Respiré profundo.

—¿Está segura de esto, señora Isabella? —me preguntó Seth vacilante.

—Ni un poco, Seth, ni un poco. Pero debo encontrar a mis hijos —declaré casi sin voz.

Tomé el pomo de la puerta con manos temblorosas y abrí de un tirón, dando un par de pasos dentro de la habitación sin vacilar.

Abrí los ojos como platos al darme de cuenta de lo que sucedía dentro de la habitación. El hombre encadenado a la silla se reía de forma histérica, aunque a veces se detenía por un repentino ataque de tos, el cual le provocaba que escupiera sangre. El olor me pegó como una bola de demolición, revolviéndome el estómago. Emmett y Jasper luchaban con contener a Edward, él se encontraba totalmente fuera de sí, en sus ojos brillaban un ansia asesina, mataría a todo aquel que se interpusiera en su camino. Mi marido no medía la furia que usaba al tratar de soltarse de sus hermanos, y los lastimaba en el proceso.

—Maldición, Edward. Creo que me rompiste la nariz. —Se quejó Jasper sin soltar a su hermano.

Garrett estaba ubicado frente a Edward hablándole en voz baja.

—Edward, por el amor de Dios, no caigas en sus provocaciones. —Me sorprendí al escuchar la voz furiosa de Garrett, ese hombre nunca alzaba la voz.

Me moví sin pensar. Atravesé la habitación y me ubiqué frente a Edward, en medio de los dos hombres.

—Edward —le hablé con ternura.

—Isabella cielo, no te acerques. —Garrett me habló con suavidad colocando sus manos en mis hombros y dando unos pasos atrás, llevándome con él.

—Suéltame, Garrett —le dije removiéndome.

—Podría lastimarte —dijo cerca de mi oído—, y sabes que eso lo mataría.

Negué con la cabeza.

—Él nunca me lastimaría —le aseguré palmeando su mano. Me soltó dudando, y me acerqué de inmediato a mi esposo—. Edward, amor —murmuré colocando mis manos con ternura en sus mejillas. Sus forcejeos se detuvieron de inmediato. Sus ojos brillantes por la ira se enfocaron en los míos. En ellos, todo rastro de calidez y amor había desaparecido, solo se reflejaba una ira homicida, un inmenso odio, ellos prometían una muerte lenta y muy dolorosa—. Amor —susurré con voz temblorosa.

Espero que él no lo haya notado, rogué internamente.

Él apretó la mandíbula con mucha fuerza y cerró sus ojos.

—Debes calmarte, cielo. No le des lo que ellos quieren. Por favor —le rogué acariciando sus mejillas con ternura—. Tú no debes romperte, cariño. Te necesito fuerte, si lo haces, ¿quién me va a sostener? ¿En quién me apoyaré? Te necesito, no me falles ahora.

Recargó su frente en la mía.

—Eso es, cariño, cálmate —murmuré dejando pequeños besos en sus labios.

Emmett y Jasper lo soltaron, él no dudó en rodear mi cintura con sus brazos, enterró su rostro en la base de mi cuello.

—Shhh…amor, cálmate. Acaricié su desordenado cabello—. Te amo —susurré en su oído solo para él.

Seth se aclaró la garganta.

—Dáselo a Jasper —le indiqué, mi cuñado me miró interrogante—, no preguntes. —Emmett me arqueó una ceja—. Solo sigo un consejo —expliqué en el momento en que Edward levantaba la cabeza de mi piel. Le sonreí acariciando sus mejillas.

—Los vamos a encontrar, ¿verdad? —murmuró bajito.

Mi sonrisa vaciló.

—Claro que sí.

Se inclinó y dejó un pequeño beso en mi nariz.

—También te amo —declaró contra mi piel—. ¿Qué tramas? —cuestionó sonriendo.

—Quiero intentar algo que me dijo Caled —respondí bajando la mirada.

Besó mis labios.

—Adelante, amor —dijo retirando sus brazos de mi cintura. Respiré profundo armándome de valor.

—Bien. —Me volví hacia Jasper y Emmett—. Necesitaré un poco de ayuda.

—Dime qué tengo que hacer. —Aceptó Emmett sin dudar.

Me acerqué a ellos y empecé a explicar lo que necesitaba que hicieran. Ambos se paralizaron y me miraban fijamente en cuanto terminé de hablar.

—¿Quién te dijo esto? —cuestionó Jasper sacudiendo la cabeza—. No lo quiero de enemigo.

Sonreí.

—Mi hermano. —Fue mi respuesta—. ¿Me ayudaran?

—Por supuesto —exclamaron ambos.

—Genial. —Me acerqué al hombre, quien comenzó a insultarme en cuanto se percató de mi presencia. Una mano en mi brazo izquierdo impidió mi avance. Miré interrogante a Emmett.

—Lo haremos, pero sin ti en esta habitación.

Retiré mi brazo de su mano con furia.

—Emm… —Los brazos de Edward rodearon mi cintura.

—Eso no está en discusión —aseveró volviendo para tener mejor acceso a mis piernas, me alzó en sus brazos al estilo novia.

—Edward, bájame. —Negó con la cabeza encaminándose hacia la puerta—. Edward, por favor, bájame.

—No, amor, no participarás en esto. Mis hermanos se encargarán. —Permaneció firme mientras subía las escaleras del sótano.

Comencé a sollozar.

—No me hagas esto —supliqué contra su pecho.

—Lo hago porque te amo —dijo contra mi cabello—. Llévatela. —Me tensé al escucharlo hablar, levanté la mirada y me encontré con Jake—. No la dejes acercarse al sótano.

—Ed… —Comencé mi protesta removiéndome, pero mi fuerza no competía con la de él, me pasó con facilidad a los brazos de Jacob.

—Enciérrala si es necesario —le dijo a Jake dándose la vuelta, de paso dejándome con la boca abierta.

—Jacob, bájame —exigí removiéndome, él apretó su agarre.

—No puedo. —Sonrió de forma pícara.

Se encaminó hacia las escaleras. Me crucé de brazos molesta.

Mi padre, Billy y Carlisle salían del despacho del primero, los tres nos miraron interrogantes.

—Órdenes de Edward. —Jake se encogió de hombros—. Debo encerarla si es preciso.

—Papá, dile que me baje —le exigí haciendo un mohín como si tuviera diez años.

Mi padre me ignoró.

—Enciérrala en su habitación —exclamó dirigiéndose al sótano seguidos por los dos hombres que me miraban sonrientes, haciendo que mi boca se abriera del asombro.

—Trátala con cariño, Jake. —Fue lo único que dijo Billy al pasar a nuestro lado.

—No la dejes caer por las escaleras —le indicó Don Carlisle acariciando mi cabello antes de alejarse.

Jacob me balanceó en sus brazos.

—Jake —jadeé rodeando su cuello con mis brazos.

Él solo soltó unas risitas. Se encaminó hacia las escaleras, íbamos a mitad de camino cuando nos sobresaltó un grito de furia, el cual reconocí que venía de Edward.

Jacob se tensó y esperó.

Edward salía del sótano con paso energético y una furia asesina se reflejaba en su hermoso rostro. Jacob bajó las escaleras dando saltos, haciéndome rebotar.

Se detuvo junto a mi esposo, mis cuñados, mi padre, mi suegro y Billy.

Emmett tenía su brazo izquierdo envuelto en el cuello de Edward impidiendo que se moviera.

—Amor —llamé bajándome de los brazos de Jake, esté no me lo impidió.

Edward me abrazó en cuanto estuve a su alcance, pero aun así Emmett no lo soltó.

—Ya sabemos dónde los tienen. —Alzó un poco la voz para que todos escucharan.

Me tensé entre sus brazos.

—¿Dónde están? —exigí alternando mi mirada entre mi esposo y mis cuñados.

—En Roma, en casa de Aro —me respondió Edward apretando su abrazo.

—Vamos por ellos —exigí mirando a mi familia.

—Iremos. —Aceptó mi padre haciéndole señas a Sam.

—Ahora —exigí cruzándome de brazos.

—Primero nos organizaremos. —Fue el turno de hablar de Don Carlisle.

—Tú no irás. —Me quedé muda por el asombro al escuchar lo que había dicho Edward—. No te quiero en el mismo espacio que ellos.

¿Qué acaba de decir? ¿Qué no iría? Por supuesto que iría, y traería a nuestros hijos sanos y salvo.

—Suéltame, Edward. Voy a ir y nadie me lo va a impedir. —Forcejé tratando de salirme de sus brazos.

—No, Isabella. No irás —gruñó molesto apretando la mandíbula.

—¡No, Edward Anthony Cullen Masen! —grité soltándome bruscamente de la jaula de sus brazos—. Iré por mis hijos y mataré a todo aquel que se atrevió a siquiera dirigirles una mirada.

Tomé el arma de Edward de la cintura de sus vaqueros sin que él lo pudiera evitar y a pasos decididos me dirigí hacia la puerta de entrada.

Los mataré a todos, pensé enfurecida.

Salí de la mansión de mi padre deteniéndome frente a mis hombres, que ya se estaban organizando en las camionetas para salir rumbo al hangar y dispuestos a acabar con todos los Vulturi cuando llegaran a casa del maldito de Aro.

—Acaben con todo aquel que se interponga en su camino. —Todos me prestaron atención de inmediato—. Si alguno de ustedes tiene la oportunidad de salvar a mis hijos y no la aprovecha, los volveré picadillo junto con su familia con mis propias manos. Hoy se metieron con lo que más amo. —Me trague las lágrimas. No demostraría debilidad. Se acabó la Bella frágil—. Y por eso yo, Isabella Swan de Cullen me encargaré de exterminar hasta el último del Clan Vulturi.

Me zafé de los brazos de Edward que intentaban rodear mi cintura. Lo encaré con determinación. —

Escúchame bien, Edward. Voy a ir contigo por nuestros hijos. No me lo vas a impedir —gruñí las palabras entre dientes furiosa—. Me prometiste, me lo prometiste que estarían seguros, y no fue así —murmuré lo último en medio de un sollozo—. No fue así.

Sé que fue una bajeza de mi parte reprocharle, sé perfectamente que él no tuvo la culpa.

—Lo sé y lo siento. Perdóname, amor —suplicó rodeando mi cintura con sus brazos.

—No, no, no. Lo siento, perdóname tú a mí —dije contra su pecho—. Tú no tienes la culpa, no debo reprocharte nada. No tienes la culpa.

—Irás —dijo contra mi cabello—, pero harás lo que diga.

Asentí contra su pecho, besando la piel que quedaba expuesta. Mi esposo cargaba una camisa manga larga negra, la cual tenía arremangaba hasta el antebrazo, metida entre la cintura de sus pantalones.

—Bien. —Suspiró entre mi cabello.

—Te amo, amor —dije en un suspiro buscando sus labios. Me correspondió el beso solo unos segundos.

—También te amo, cielo —susurró contra mis labios—. Pero antes de partir debemos prepararnos, necesitamos armas y dinero.

—Síganme —solicitó mi padre encaminándose dentro de la mansión de nuevo. Lo obedecimos sin vacilar.

Nos llevó hasta una habitación en la planta baja, muy cerca de la cocina. En cuanto entramos mi boca se abrió del asombro. Nunca había estado aquí. La habitación estaba dotada completamente de un sinfín de variedad de armas, escopetas, armas de asalto, fusiles, granadas, balas de todos los tamaños.

¿Eso es una ametralladora?

El silbido de Emmett me hizo soltar unas risitas.

—En los cajones hay dinero suficiente —nos informó mi padre cargando un arma.

—Charlie. —Me volví hacia Edward en cuanto habló—. Todo será repuesto.

Mi padre le restó importancia con un movimiento de la mano.

—No hace falta. Me encaminé hacia los cajones, abrí el primero en la cómoda izquierda. Solo en este había una cantidad absurda de dinero, tomé un pequeño paquete y con mis dedos lo deslicé.

Sentí las manos de Edward en la cintura de mis vaqueros antes que el peso del arma.

—Permanecerás atrás y harás todo lo que yo diga, si te ordeno que salgas de allí con los niños, no vaciles, no dudes.

Asentí con un nudo en la garganta.

Me colocó un chaleco antibalas. Sonrió de forma pícara al abrochar los ganchos, rozó mis pechos con sus dedos. Colocó una nueve milímetros en mis manos y escondió cartuchos en los espacios vacíos del chaleco.

Tomó dinero de la gaveta abierta y no sé cómo hizo, porque ya no había espacio, pero logró meterlos en el chaleco. Me estremecí al sentir el frío de los billetes contra la piel de mis pechos, el muy condenado lo estaba colocando entre mi piel y el brassier. Dejó un pequeño beso en mis labios antes de prepararse él.

—¿Estamos listos? —les preguntó mi esposo a todos en cuanto terminó de colocarse las armas encima, llevaba una en el tobillo izquierdo, una en el muslo derecho metida en una funda táctica de pernera con cierre asegurado y cargador de color negro, otras en la cintura de su vaqueros —en la espalda y en el frente— y una en su brazo izquierdo en una funda sobaquera táctica para pistola de color negro. Tomó un rifle de asalto y pasó la correa por su torso, el rifle quedó justo en su espalda, agarró dinero y lo colocó en los bolsillos de su pantalón.

—Listo —respondieron al unísono cargando el arma que llevaban en la mano.

—¡En movimiento! —exclamó Don Carlisle emprendiendo la marcha.

o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

Me desperté al sentir que me acomodaban mejor en el asiento del Jet.

—Shhh…tranquila, amor. —Edward besó mi frente—. Solo voy a abrocharte el cinturón, estamos por aterrizar.

Bostecé cubriendo mi boca con la mano. Había dormido todo el vuelo de Chicago a Italia, es decir un poco más de ocho horas.

—Recuerda —dijo apartando mi cabello del rostro—, te quedarás atrás y serás la primera en salir pitando de aquí con los niños, ¿entendido? —Hice un saludo militar, lo que ocasionó que sonriera—. Graciosa —articuló sobre mis labios.

—Prométeme que te cuidarás. Promételo, amor —pedí acariciando sus mejillas.

—Te lo juro. Regresaré a ti en una pieza y con vida —juró de forma solemne.

—Más te vale, Cullen, o yo misma te reviviré para volverte asesinar si no cumples con tu promesa.

—Los tenemos localizado, señor. —La voz de Sam nos interrumpió.

Alcé la vista hacia él.

—Están a veinte kilómetros del lado norte, cerca del hangar donde aterrizaremos. Ya deben saber que vamos por ellos.

Apreté el reposabrazos al sentir las pequeñas sacudidas del Jet al aterrizar.

Al bajar ya nos esperaban las camionetas que nos llevarían hacia la mansión de los Vulturi. Edward colocó su palma en mi baja espalda instándome a caminar hacia la camioneta más cercana. Me ayudó a subir.

—Garrett. —El aludido se apresuró a nuestro lado—. No te apartes de Bella, no la dejes hacer nada estúpido ni arriesgado, en cuanto tengan a los niños tráela al hangar y sácalos de aquí.

Me tragué un sollozo.

Garrett asintió antes de subirse al asiento de copiloto.

Edward me sonrió con mi sonrisa torcida favorita, antes de dejar un pequeño beso en mis labios y cerrar la puerta. Se encaminó hacia donde los hombres estaban reunidos.

Estuvieron reunidos por unos minutos, luego se subieron a sus camionetas correspondientes, Edward lo hizo en la de su padre y emprendieron la marcha. La camioneta en donde yo estaba fue la última en moverse. —Garrett, más deprisa —proclamé en cuanto las camionetas de adelante desaparecieron de la vista.

—Es la orden. —Fue lo único que dijo. Apreté los dientes con frustración.

Miré por la ventana sin mirar en realidad, no me interesaba el paisaje, no era por lo que había venido.

La camioneta redujo la marcha.

—Estamos casi en el lugar —anunció Garrett cargando su arma. Lo imité preparando la mía—. No me harás pesado mi trabajo, ¿verdad, Bella? No me harás someterte. Si preciso amarrarte, lo haré. —Le saqué la lengua como niña chiquita—. Me gusta más la de mi esposa. —Sonrió de forma pícara, lo que ocasionó que mis mejillas se tiñeran de carmesí.

Su expresión cambió de forma radical. Se enderezó en el asiento y estuvo atento a todo.

Nos detuvimos a unos ciento cincuenta metros más o menos de donde entraron las camionetas donde iba mi familia.

—No entren, no entren, maldición, no entren —murmuraba Garrett apretando la guantera.

Comencé a bajar la ventanilla.

—Súbela, Bella. No la bajes —aseveró Garrett sin apartar la mirada del frente.

En cuanto se escuchó la primera ráfaga de disparos me encogí en mi asiento.

Mis bebés, mi esposo, mi familia.

Una camioneta negra salió de forma precipitada de la mansión de los Vulturi.

—¡Garrett, la camioneta! —No había terminado de hablar cuando él ya estaba en el suelo a un lado de nuestra camioneta con la puerta abierta apuntando a la que venía a toda prisa. No se escuchó ni un sonido, el arma de Garrett tenía silenciador, la camioneta negra se movió de forma brusca antes de detenerse.

Garrett cerró la puerta antes de irse acercando sin dejar de apuntar. De ella se bajó un hombre de unos cincuenta y tantos. Tez blanca, cabello color miel, no sabría decir de qué color eran sus ojos, me encontraba muy lejos de él. Garrett lo sometió de inmediato, no sé con qué amarró sus muñecas, pero lo hizo y lo recostó a la camioneta.

Me sorprendí ver bajar del lado del copiloto a una mujer rubia, de unos cincuenta y tantos, con las manos en alto.

—No llevo armas.

La voz me pareció conocida.

Abrí la puerta haciendo que la mujer me mirara. Se sorprendió al principio, pero luego sonrió.

—Tenía tantas ganas de verte —exclamó de pronto.

La miré interrogante.

—No me recuerdas. Soy Renée, tu madre. —Jadeé llevándome las manos a la boca—. No pensé que él fuera a traerte, a exponerte de esa forma. —Dio un paso hacia mí, pero Garrett le impidió el avance.

—Aléjese, señora.

—Es mi niña, no me lo impedirás.

Me encogí al escuchar una nueva ráfaga de disparos.

La mujer miró atrás y se encogió de hombros. Trató de tocarme, pero me alejé.

—¿Qué hacías en la mansión de los Vulturi? —cuestioné apretando la mandíbula con fuerza.

—Vine a traerles algo que ellos querían —respondió como si nada.

Mis hijos, se vino a mi mente como un rayo.

—¿Qué has hecho? —reproché con asco dando un paso atrás.

—Lo que tenía que hacer —dijo encogiéndose de hombros.

—Son mis hijos, mis bebés. ¿Golpeaste a mi niña?

—No dejaba de llorar, no me gustan los niños llorones.

—Mi bebé —exclamé con un sollozo—. Mi bebita.

—Habrán más —declaró como si nada.

—Te has vuelto loca.

—Quizás. —Intentó tocar mi cabello.

—¿Por qué me odias, mamá? —inquirí limpiando mis lágrimas.

—Yo te amo, hija. Eres mi niñita —murmuró con ternura acariciando mi mejilla—. Mi niñita de coletas rosadas.

Me estremecí de asco.

—Dices amarme, pero lastimaste lo que yo más amo en este mundo —espeté entre dientes dando un paso atrás, alejándome de su toque.

Ella solo se encogió de hombros.

Esa maldita mujer solo se encogió de hombros con si no le importara.

—Lo siento, pero ellos son los medios para acabar con Charlie y los Cullen. Aro le ofreció el puesto a Phil y no pudimos negarnos, es lo que hemos anhelado desde hace años, mucho antes de que nacieras —explicó restándole importancia. Luego sonrió—. Sabes, yo pensaba que eras de Phil, estaba tan feliz y emocionada, ansiaba tu llegada. Te amé desde el primer momento, me encantaba sentirte pateando dentro de mí. Nos íbamos a ir juntos nada más nacieras, yo no permitiría que Charlie dañara a la nena de Phil. Pero todo se fue al caño en el momento en que naciste. No eras la nena de Phil, sino la del maldito de Charlie. Solo hizo falta una vez, solo una maldita vez. Pero te amaba, mi corazón sangraba con solo pensar en irme y dejarte tan pequeña. Phil también te amaba. No queríamos dejarte, pero llegó el momento y no pude hacer nada para llevarte con nosotros, así que tuvimos que dejarte.

Sacudí la cabeza con incredulidad.

—¿Te estás escuchando? Estás loca. Son mis hijos, mis niños —gruñí apretando los puños con tanta fuerza que me clavé las uñas en las palmas.

—Habrán más, no te preocupes por eso. Tu solo debes encontrar al hombre indicado y tendrás un montón de niños. Es más, no necesariamente deben ser tuyos, Renata es hija de Phil y la adoro, es una niña maravillosa.

Mi boca se abrió del asombro.

Definitivamente esa mujer no está bien de la cabeza.

Agarré a Renée—la mujer que me dio la vida, y se encargó de destruirla al ensañarse contra mis hijos—, del cabello. Su rostro estuvo a centímetros del mío.

—Sabes una cosa, mamá. Lo que nos diferencia a ti y a mí... —gruñí apretando mi agarre, ella soltó un chillido—, que yo amo a mis hijos, y doy mi vida por ellos de ser necesario. Te haré pagar cada lágrima, cada lamento, cada dolor por el que pasaron mis niños. Me subestimaste, mamá. —Escupía la palabra “mamá” con asco—. Pensaste que yo era una mansa paloma a la cual podrías manejar a tu antojo, pero soy una leona. Una leona que defiende a sus crías. Tú y los Vulturi cometieron un error, un grave error. —Apreté más mi agarre—. ¡No debieron tocar lo que más amo! —Mi puño impactó contra su mandíbula. Hice una mueca al sentir el ligero dolor en mis nudillos.

 


 

Deja un Reviews significa mucho para mí.

Lo siento, lo siento. Mil disculpas por no poder actualizar antes, pero cosas en mi vida privada me lo impidieron, pero aquí les dejo el capítulo, ya estoy trabajando en el siguiente, solo nos quedan cuando mucho unos tres capítulos para culminar esta maravillosa historia.

Capítulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capítulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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