El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 187
Comentarios: 473
Visitas: 338442
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte!

Capítulo beteado por manue0120,

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Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte!

EPov.

 

Al pasar junto a Charlie, éste me detuvo sujetándome del antebrazo izquierdo.

—Elizabeth quiere que vayas a verla —me informó mi suegro en tono bajo—. Mi madre me comentó que la niña no ha querido comer la comida del hospital y que las enfermeras de turno no le han permitido ingresarle nada.

Mi estado de ánimo cambió de forma drástica. Me molesté. Si mi hija no ha comido nada, ¿por qué se oponían a la comida de afuera?

—Me encargaré —aseveré con tono frío antes de salir de la habitación.

Me dirigí directamente a la estación de enfermería, una amable señora me sonrió al acercarme.

— ¿En que puedo ayudarlo, joven? —me preguntó con cariño.

Suspiré.

Me lo puso difícil.

—Buenos días, señora Villalobos —dije su apellido con seguridad, luego de mirar su gafete—. Me acaban de informar que mi hija, Elizabeth Cullen, la paciente del 214, no ha ingerido comida desde hace muchas horas, y como la niña no quiere comer la comida del hospital, no le permiten a mi suegra que ingrese nada.

—Lo siento, señor, pero son políticas del hospital.

Asentí y me tragué mi protesta, la pobre mujer solo seguía órdenes.

—Bien, quiero hablar con el director del hospital —exigí.

—Lo siento, señor, pero no se encuentra en las instalaciones.

Asentí dando media vuelta. Me encaminé hacia Garrett.

—Ve y compra la hamburguesa favorita de Lizzy y encuentra la manera de ingresarla a su habitación sin que te atrapen —le ordené a mi amigo dándole un poco de dinero.

Me guiñó el ojo y se apresuró hacia los ascensores. Alguien tiró de mis pantalones.

—Hola, señod de los ojos lindos. ¿Dónde estabas? Te andaba buscando y no te encontaba. —La suave vocecita me hizo saber de quién se trataba.

Sonreí y me incliné para alzarla.

—Hola, Camy. Te puedo decir Camy, ¿verdad? —indagué.

Ella sonrió asintiendo.

—Estaba con mi esposa —le respondí acariciando sus cabellos.

— ¡Ah! —exclamó haciendo una mueca—. Papá dice que ya es hoda de idnos, y no quedía hacedlo sin despedidme.

Asentí de acuerdo con Black.

—Tu papa tiene razón, este no es un lugar para los niños, debes ir a casa.

— ¿Idás a visitadme? —cuestionó recostando su cabeza en mi hombro.

—Trataré de hacerlo, pero si no puedo le diré a tu abuela que te lleve a donde esté, ¿de acuerdo? —Fui sincero con ella.

—Está bien. —Aceptó. Se removió en mis brazos, por lo que la dejé sobre sus pies en el suelo—. Adiós.

Y sin más salió corriendo hacia Black, quien me fulminó con la mirada. Lo ignoré, di media vuelta y me dirigí hacia la habitación de mi hija. Toqué la puerta antes de entrar.

Le sonreí a Doña Marie nada más traspasar la puerta. Observé a mi pequeña dormir profundamente.

—Tiene rato dormida —me informó levantándose de la silla—. Estaba preguntando por ti, así que le dije que estabas con Bella, eso la calmó un poco. ¿Te dijo Charlie que ella no ha comido nada y no me permiten traerle algo?

Asentí acercándome a la camilla donde reposaba mi niña.

—Sí, y me encargue de eso, Garrett le traerá algo de comer.

Asintió conforme.

—Iré a ver a mi nieta —comentó caminando hacia la puerta.

—Está con Charlie —anuncié acariciando los cabellos de mi niña.

—Eres un buen muchacho, Edward, me alegra que mi nieta te tenga a su lado. —Al terminar de decir eso, abandonó la habitación.

Garrett llegó veinte minutos más tarde con el contrabando que le pedí traer.

—Soy el mejor. —Se jactó entregándome el pedido. Le di un golpe en el hombro.

—Solo porque yo te enseñé —lo contradije. Hizo una mueca.

— ¿En serio no olvidarás eso nunca? —Se quejó haciendo un terrible puchero.

Solté una carcajada y negué con la cabeza.

—No. —Logré decir entre risas. Nunca olvidaría esa tarde en el colegio.

—Papi. —La voz somnolienta de mi hija evitó que siguiera carcajeándome.

—Estoy aquí, cielo. —Le hablé con ternura acercándome a la camilla.

—Esperaré afuera —dijo Garrett antes de abandonar la habitación.

— ¿Y mami? —me preguntó acomodándose mejor en la camilla.

Coloqué la bolsa de papel en la mesita a su lado y la ayudé a sentarse mejor.

—Está bien, nena. En estos momentos se encuentra con tu abuelo Charlie. Pero todo estará bien, te lo prometo —le respondí tranquilizándola.

Asintió de acuerdo.

— ¿Tienes hambre princesa? Mira lo que te he traído. —Coloqué la bolsa de papel en su regazo.

Sus hermosos ojos de gatos brillaron.

—Tengo mucha hambre —murmuró abriendo y sacando su hamburguesa favorita—. Humm —jadeó dando el primer mordisco—. Papi, ¿y princessa? —me preguntó luego de tragar y tomar un sorbo del jugo.

Tragué saliva, no sabía nada de las mascotas de mis hijos, siquiera si seguían con vida.

—Nena, te seré sincero, no lo sé, no tenía cabeza para preocuparme por los perritos, pero te prometo que en cuanto salga de aquí le ordenaré a Garrett ir a buscarla. Nadie la tocó, Gatita. Sabes que siempre duerme debajo de tu cama.

Asintió con la boca llena.

Estuve con mi hija alrededor de una hora. Luego de que terminara de comer, volvió a quedarse dormida, emitía pequeños ronquidos, los cuales me arrancaban una sonrisa de los labios.

No dejaría en ningún momento a mi hija sola, no permitiría que Renée volviera a acercase a mis niños. Esa mujer no lastimaría de nuevo a mi niña.

Un toquecito en la puerta me sacó de mis pensamientos.

—Adelante —hablé con suavidad, no queriendo perturbar los sueños de mi niña.

El rostro sonriente de mi prima emergió por la pequeña abertura. Le hice seña para que entrara.

—Llegó tu relevo —dijo sonriendo abrazándome—. Lo siento, pero no podía quedarme en casa si me necesitan aquí.

—Gracias. —Le di un beso en la mejilla.

—Daniel se quedó en la sala de espera, no le permiten entrar —mencionó acariciando mis brazos. Suspiré—. ¿Cómo está Bella? —me preguntó haciendo recostar mi cabeza en su hombro mientras me acariciaba la espalda—. Ya pasó todo, Edward. Ellas están bien. Están aquí con nosotros.

—Lo sé, pero aún tengo miedo —expresé contra su piel—. Bella está bien, dentro de lo que cabe.

—Anda, ve a verla, yo me quedo a cuidar de Lizzy. —Me animó haciéndome caminar hacia la puerta.

—Por favor, no la dejes sola. —Le pedí antes de besar su frente—. Gracias, Tanya.

Salí de allí después de darle una última mirada a mi pequeña niña durmiente y me dirigí a la habitación de mi esposa. En el camino me encontré a Garrett y le pedí que enviara a alguien a la casa y buscara las mascotas de mis hijos y los llevaran a casa de mis padres.

Casi había llegado a la puerta de la habitación de mi esposa, cuando escuché un pequeño alboroto, me puse alerta de inmediato, si Renée se había atrevido acercase a mi Bella, me las iba a pagar. Me apresuré y abrí la puerta de un tirón, encontré a mi esposa inclinada, sosteniéndose el vientre con una mueca de dolor en el rostro, sus ojos brillando por las lágrimas no derramadas, respirando de forma superficial. Únicamente Alice se encontraba a su lado.

— ¡Bella! —exclamé con ansiedad apresurándome a su lado, ella aún no debía levantase, podía hacerse daño. Mis brazos rodearon su cintura, sosteniendo su peso.

Un fuerte quejido salió de su garganta.

— ¿A dónde vas, amor? No puedes moverte aún, te harás daño. —Le hablé con ternura en su oído, acariciando su cabello en el proceso.

Ella enterró su rostro en la base de mi cuello.

—Quiero a Elizabeth. —Me pidió con voz llorosa—. Edward, necesito a nuestra bebé junto a mí. —Sollozó apretando sus manos en mis brazos.

¿Qué había alterado tanto a mi esposa?, me cuestioné mentalmente.

—Shhh…la traeré. Haré lo imposible para que la trasladen aquí —le prometí tranquilizándola.

Levanté la vista hacia Alice.

—Lo siento —susurró con un hilo de voz. Asentí, tranquilizándola. Ya me imaginaba de qué iba todo esto.

Sentí el movimiento de cabeza de mi Bella contra mi piel.

—Mis bebés, Edward, quiero a mis bebés. A todos. Los quiero a los cuatro junto a mí. Por favor… —Su voz tembló.

La tomé en mis brazos con cuidado y la recosté nuevamente en la camilla.

—Lo siento. —Se disculpó Alice con un deje de ansiedad en la voz—. No debí haberte dicho nada.

—Gracias por habérmelo dicho, de todas formas Lizzy me lo hubiera contado. —La voz de mi Bella salió más calmada, tranquilizando a Alice. Le sonrió levemente a mi cuñada.

No aparté la mirada del hermoso rostro de mi esposa, quería escuchar de sus labios qué había ocurrido.

—Bella… —Comencé, pero unos toquecitos en la puerta me interrumpieron. Mi hermano Jasper entró a la habitación.

—Hola, Bella —la saludó con una sonrisa.

—Hola, Jasper. —Le correspondió mi esposa con la voz ronca.

—Discúlpame que te robe a Alice, pero la hermosa señorita no quiere comer si su mami no se la da. —Mi hermano sonrió disculpándose.

Todos escuchamos el bufido de Alice.

—Nos vemos más tarde, Bella. —Se despidió con un beso en la mejilla de mi Bella. Le dijo algo en el oído de mi esposa que no logré escuchar, pero le arrancó una sonrisa genuina.

Me volví hacia mi hermano para burlarme un poco.

—La consientes demasiado, Jasper.

—Mira quien lo dice… —Comenzó mi hermano de forma despreocupada, devolviéndome el golpe—. Si Elizabeth te dice rana, tú saltas tan alto como puedas; y no dudo que Eileen tenga el mismo poder sobre ti, hermanito.

Puse los ojos en blanco.

Alice se carcajeó y mi Bella soltó unas risitas.

—Oh, antes de que se me olvide... —exclamó mi cuñada en el umbral de la puerta—. Allí hay una maleta con tus cosas —señaló a un rincón de la habitación. Sabía de qué maleta hablaba, al entrar la divisé cerca de la camilla de mi Bella.

Le acaricié la mejilla con ternura en cuanto quedamos a solas.

— ¿Qué sucedió? —le pregunté con cautela buscando su mirada. Sus ojos no mentían, eran un libro abierto.

Bella trabó sus bellos ojos chocolates en los míos.

—Si te pido algo, ¿me lo concederías?

—Por supuesto —respondí sin vacilar.

—Quiero a mis hijos junto a mí, a los cuatro, en este mismo instante. Y quiero… que te encargues que mi madre nunca más vuelva acercarse a ellos. —Me suplicó con voz llorosa.

Me molesté. Renée no volvería acercase a ellos, si se atrevía hacerlo nuevamente, me iba a importar muy poco que fuera la madre de mi esposa, la mataría.

—Tu madre no volverá acercarse a ninguno de los niños, ni a ti —gruñí apretando mis puños.

La máquina comenzó a pitar enloquecida.

— ¿Tan malo fue? —preguntó en un hilo de voz.

Sacudí la cabeza relajando mi postura, no podía alterarla nuevamente.

—No te preocupes por eso —dije acariciando sus brazos y besando su cabello.

— ¿Traerás a los niños? —cuestionó enterrando su rostro en mi pecho.

Solté unas risitas, acariciando sus cabellos.

—No tienes que pedirlo dos veces. —Volví a besar sus cabellos—. Ethan está ansioso por verte, al igual que Elizabeth. Los bebés también te extrañan —le comenté sonriendo.

Luego de eso, unos toquecitos en la puerta nos alertó que había alguien más.

—Me alegro que esté despierta —anunció abriendo la puerta de par en par y entró empujando unas cunitas—. Están ansiosos por estar junto a usted.

Los bebés entraban a la habitación acostados en unas pequeñas cunitas, las cuales empujaba una joven enfermera. Pude sentir los ojos de mi Bella sobre mí. La miré con los ojos chispeantes de felicidad, me incliné y dejé un pequeño beso en sus labios.

—Este pequeño caballero es el que más llora y es muy glotón —declaró tomando en brazos al pequeño hombrecito. Se acercó con una sonrisa y con cuidado dejó en los brazos de mi Bella.

Mis pupilas se trabaron en el hermoso bebé en los brazos de mi esposa, él era simplemente perfecto. Su piel clara, con un tono sonrojado, unas pestañas grandes y espesas, su pequeña naricita llena de pecas, su cabecita cubierta con un gorro de lana dejaba a la vista un par de mechones de color caramelo, un tono más claro que el de mi Bella. En ese momento ella le acarició la mejilla con la yema de sus dedos y él abrió sus ojos, sus preciosos ojos de un chocolate claro, que sin duda llegaría a ser del mismo color de los de su madre, un hermoso chocolate. Se me escapó un jadeo. Mi deseo hecho realidad.

—Oh por Dios, Bella, él tendrá tus ojos —exclamé emocionado—. Serán iguales a los tuyos. —Repetí soltando una carcajada.

No pude evitarlo, comencé a bailar de la emoción.

El quejido de protesta de nuestro pequeño bebé devolvió mi atención de nuevo a él.

— ¿Tienes hambre, amor? —murmuró mi Bella besando su mejilla. Él buscaba frenético con su boquita abierta.

— ¿Recuerdas cómo hacerlo? —le pregunté curioso, mirando fijamente al bebé.

—Sí —afirmó acomodando al bebé, para luego sacarse el pecho de la bata del hospital. Nuestro pequeño bribón no dudó en tomar el pezón de mi esposa en su boca y comenzó a succionar. Mi Bella hizo una mueca.

Le acaricié el cabello.

—Lo haces muy bien, cielo. —La alentó la enfermera con una sonrisa y sosteniendo a mi pequeña niña en sus brazos. Se me acercó haciendo ademán de que tomara al bebé.

Suspiré armándome de valor.

—No, por favor, déjeme alimentarla también —pidió mi Bella tendiendo su otro brazo.

La enfermera negó con la cabeza.

—Aun no estás en condiciones de hacerlo, cielo. —La contradijo—. Dentro de unos días, quizás, pero no hoy.

Colocó a mi bebita en mis brazos y yo no hice otra cosa sino mirarla fijamente. Ella era preciosa, como su madre y su hermana. Su tez era tan blanca como la de mi Bella, sus mejillas regordetas cubiertas por un ligero rosa pálido. Parecían pétalos de rosas pegados a su piel. Sus labios finos, en forma de corazón. Sus pequeños rizos de un tono más claro que los míos se arremolinaban remarcando su carita de querubín. Sus ojos, de un verde esmeralda suave, eran tan preciosos. Hipnóticos.

—Es preciosa —susurré en un hilo de voz. Alcé una mano y me di cuenta que temblaba, con mucha suavidad comencé a acariciarla y murmurar palabras cariñosas—. Te amo, nena —susurré solo para ella. Unas suaves notas, cobraban vida en mi mente. Comencé a tararearla, dándole vida a la hermosa melodía.

No me di cuenta en qué momento la enfermera abandonó la habitación, yo solo quería mirar a mi bebita.

—Edward —me llamó mi Bella deteniendo mi avance.

Levanté mi mirada hacia ella.

—Tiene hambre, amor —mencionó mirando a nuestra pequeña, que comenzó a removerse y lloriquear al escuchar la voz de su madre.

La observé acomodar a nuestro bebé dejando espacio.

Entrecerré los ojos.

—Bella, la enfermera dijo que no podías —repliqué frunciendo el ceño.

— ¿Y? —Se encogió de hombros—. Es mi bebé, Edward, y pienso darle de comer. —Me tendió el brazo—. Dámela.

—Bella —la reproché negando con la cabeza.

Puso los ojos como el gato con bota de Shrek e hice un mohín con los labios.

—Por favor, Edward —suplicó.

Maldita sea, esa mujer sería mi perdición.

Me pasé repetidas veces mi mano izquierda por el cabello.

—Por favor. —Repitió con lágrimas en los ojos.

Suspiré frustrado, pero aún así me acerqué y acomodé a la bebé en el espacio que le había hecho. Antes de alejarme dejé un pequeño beso en sus labios.

—Nunca puedo negarte nada. —Me quejé sonriendo.

— ¿Me ayudas? —Me pidió sin apartar los ojos de nuestra princesa.

Me acerqué de nuevo, coloqué la palma de mi mano debajo de la cabeza de la bebé y con suavidad dejé al descubierto el pecho de mi Bella. Tuvimos dos intentos fallidos, al tercero la pequeña princesa se prendó del pezón de su madre y comenzó a succionar.

Observaba a mi esposa sonriente. No cabía de la felicidad. Los tenía junto a mí y no permitiría que nadie los alejara de mi lado. La enemistad debía acabar, no solo de palabra, necesitábamos firmar un tratado de paz.

Al sentir la mirada de mi Bella sobre mí, me incliné y besé tiernamente sus labios.

—Gracias por este hermoso regalo —le agradecí. Sentía que mi pecho reventaría de la dicha que sentía.

—Tú lo hiciste posible —comentó besando a nuestra nenita.

Rodeé sus hombros con mi brazo con delicadeza, acercándome hacia ellos.

—Me alegra enormemente que Eider vaya a tener el color de tus ojos —dije con emoción besando el cabello de mi Bella. Ambos nos quedamos mirando fijamente a los bebés. Al pasar unos minutos, mi Bella se recostó contra mi pecho. Besé su cabello y seguimos en la misma posición.

Unos tímidos golpecitos interrumpieron el silencio en la habitación.

—Adelante —dije sin levantar la voz. No quería perturbar a los bebés.

—Espero no estar interrumpiendo nada —murmuró mi padre entrando a la habitación con paso vacilante. Negué con la cabeza, haciendo un ademán con la mano que entrara. En ese momento me di cuenta de la incomodidad de mi esposa, por lo que tomé a nuestra hija con cuidado, la cual mostró su protesta al emitir pequeños quejidos de molestia y la acomodé sobre mi hombro; tal y como vi hacerlo en la televisión, comencé a darle suaves palmaditas en su espalda.

Mi padre nos observaba sonriente.

—Espero que estés bien, Bella, y que no haya pasado nada grave —le habló a mi Bella con suavidad. Se acercó a la camilla y le acarició la pierna con ternura.

Mi Bella negó con la cabeza.

Entrecerré los ojos.

—Todo está bien. —Lo tranquilizó mordiéndose el labio inferior.

Lo que dijo me confundió, así que detuve mi balanceo, pero entendía que era un tema delicado, y si ella no quería decir nada, respetaría su decisión. Por lo que reanudé mi marcha.

—Me alegro —declaró acercándose hasta donde yo estaba—. Es muy hermosa —expresó acariciando la mejilla de mi bebita.

—Sí, se parece a su madre —secundé mirando a mi Bella sonriente. Un suave rubor cubrió sus mejillas.

— ¿Cómo está mamá? —le pregunté un poco preocupado.

—Ella está bien, ansiosa por conocer a los bebés —respondió haciéndole mimos a la niña.

— ¿Quieres cargarla, papá? —le pregunté con una sonrisa. Mi bebé buscaba las caricias de mi padre. Este vaciló al realizarle la pregunta.

—Por supuesto —accedió expectante.

Con manos torpes coloqué en los brazos de su padre a mi pequeña hija. Mi princesa soltó una pequeña protesta.

—Ya te adora —comentó mi padre besando la pequeña mejilla de su nieta—. Hola, hermosa, soy tu abuelo, Carlisle. Te quiero, te adoro tanto —le habló con ternura meciéndola de un lado a otro muy lentamente.

Me acerqué a mi Bella con una sonrisa en los labios, la besé en los labios, un pequeño toque. Luego tomé a nuestro pequeño campeón en mis brazos.

— ¿De verdad tu mamá está bien? —me preguntó acomodándole la ropita al bebé. Sonriendo le acaricié el cabello.

—Sí, está bien, ya oíste a mi padre. —La tranquilicé. En ese momento tocaron la puerta. Sin darle tiempo a nadie de responder, ésta se abrió y entró una enfermera, que no era la chica amable que había traído a los bebés ni la señora que me había atendido en la estación de enfermera; esta mujer era petulante. Nos miró de forma extraña a mi padre y a mí.

—Lo siento, pero no se permite más de una visita con la paciente. Uno de ustedes debe esperar afuera —indicó de forma cortante acercándose a las máquinas que rodeaban a mi Bella.

—Bien, debo irme yo —dijo mi padre con pesar. Le dio besos a mi hija para luego acercarse a mi esposa y dejarla en sus brazos con mucha torpeza—. Vendré luego —prometió besando la sien de mi Bella. Se acercó a donde yo me encontraba—. Adiós, campeón. Luego te alzo —le dijo a mi hijo con ternura.

La enfermera esperaba con impaciencia en el umbral de la puerta. Mi padre suspiró de forma dramática.

—Papá. —Lo retuve. Necesitaba pedirle ese favor.

La enfermera bufó, aunque no me importó.

— ¿Podrías arreglar que trasladen a Elizabeth a esta misma habitación?

— ¡Eso no es posible, señor! —refutó la enfermera de forma cortante. Le lancé una mala mirada.

—Por supuesto, hijo. Dame diez minutos y la tendrás acá. —Dio media vuelta y salió.

Miré a mi Bella, quien a su vez miraba a los bebés.

—Es hora de acostarlos —comenté acomodando a Eider en su cuna—. Tú debes descansar.

Mi Bella hizo un mohín.

—No. —Negué con la cabeza. En esto no iba a ceder—. Elizabeth vendrá pronto, deberás estar descansada. No ha visto a los bebés desde el claro. Estoy seguro que no parará de hablar. —Tomé a Eileen de sus brazos y dejé un tierno beso en su mejilla, encaminándome a su cunita.

Le guiñé el ojo.

—Tú a descansar —le ordené sonriendo.

Negó con la cabeza. Testaruda mujer. Me provocaba nalguearla; si no estuviera convaleciente, lo haría.

—Debo ordenar eso —dijo señalando su maleta. Me molesté, ella no haría tal cosa, para eso estaba yo aquí.

—Tú no lo puedes hacer. —La contradije—. Lo haré yo, tu solo descansa, por favor. —De repente comenzó a sonreír—. ¿Por qué sonríes? —indagué confundido sacando las cosas de la maleta y acomodándolas en la mesita de noche.

—Porque eres mío —me respondió como si nada.

Me carcajeé sin poder evitarlo, de tal madre, tal hija. La besé en los labios y negué con la cabeza.

— ¿Qué? —Ahora ella era la confundida.

—Nada. —Solté unas risitas. Mis mujeres me volverían locos. Pero yo contento me dejaría hacer lo que quisieran. —

Dime, Edward —insistió cruzándome de brazos.

Negué con la cabeza.

Debía decirle, por que si no, nunca lo iba a dejar estar.

—Ahora entiendo por qué Elizabeth es tan posesiva —dije soltando unas risitas de nuevo—. Se puso muy celosa cuando me vio entrar con Camy.

— ¿Camy? —Frunció el ceño.

Cierto, ella no sabía quién era Camy.

—Te vas a sorprender. Camy, mejor dicho Camryn. —Me corregí—. Es la hija de cuatro años de Black.

— ¡Ah! —exclamó como si nada.

Maldición. Ella ya lo sabía.

—Tus hermanas te lo contaron, ¿cierto? —Me pasé la mano izquierda por el cabello.

Bufó.

—Sí, me lo contaron. Me gustaría conocer a la niña que quiere quitarme a mi marido —comentó mirándose las uñas. No pude evitarlo, sus celos me emocionaban.

La besé sorprendiéndola. Apresé su labio inferior entre los míos y succioné solo por unos segundos.

—Solo tuyo —susurré sobre sus labios antes de besarla e introducir mi lengua en su boca. Me retiré enseguida—. Descansa —insistí besando su frente.

Suspiró frustrada.

—Bien, pero antes debo ir al baño —dijo sacando sus piernas de la camilla con cuidado. Dejé las cosas que cargaba en la silla y me apresuré a ayudarla.

— ¿A dónde vas? —La atajo con suavidad—. Yo te llevo.

La tomé en mis brazos con delicadeza, encaminándome al cuarto de baño. Trató de hacer que la dejara caminar, pero estaba muy equivocada si la dejaría hacerlo. Era mi turno de cuidar de ella. La dejé sobre sus pies, acomodándome muy cerca del umbral de la puerta, no pensaba dejarla sola.

—Oh no... —Se quejó negando con la cabeza—. Te quiero fuera, Edward. —Hice un puchero—. No pienso hacer mis necesidades si tú sigues allí —reiteró cruzándose de brazos.

Sonreí torcidamente antes de dar media vuelta y dejarla sola.

Esta mujer sería mi perdición.

No me retiré muy lejos, estaba a un par de pasos de la puerta, expectante.

—Edward. —Escuché su llamando. Sonreí petulante y me apresuré a asomar mi cabeza por la abertura de la puerta—. ¿Podrías, por favor, acercarme mi bolso? —Sus mejillas tomaron un color carmín—. ¿Puedes traerme, por favor, las toallas sanitarias? Están en la mesita de noche. —Reformuló su pregunta.

Sonreí con su sonrisa torcida favorita y asentí. Di media vuelta y me encaminé rápidamente hacia la mesa de noche donde había acomodado sus pertenencias. No solo tomé lo que me pidió, sino unas bragas también.

Entré al baño y me acuclillé frente a ella.

—Estamos juntos en esto —comenté acariciando su mejilla—. No debes avergonzarte por eso.

Asintió recargando su mejilla en la palma de mi mano. Nos perdimos en las profundidades de las pupilas del otro.

—Mami. —La voz de nuestro hijo nos sacó de nuestra burbuja privada. Ambos nos volvimos hacia él. Ethan se encontraba en el umbral de la puerta mirándonos fijamente mientras retorcía sus dedos—. ¿Estás bien, mami? —preguntó con un poco de ansiedad en la voz.

Me puse de pie.

—Mamá está bien, campeón. No te preocupes. —Lo tranquilicé acercándome a él—. Salgamos para que ella tenga un poco de privacidad.

Tony observó a su madre por unos segundos, luego asintió y me acompañó afuera.

Mi Bella y mis hijos fueron dados de alta diez días después de haber ingresado al hospital. Era el momento de hacerme cargo de su bienestar. Mi madre no podía ayudarme ya que seguía convaleciente, mis cuñadas estaban de reposo, ambas debían cuidar de sus bebés. Jasper cuidaba de Alice, todo el estrés le había provocado casi el parto y debía mantener reposo hasta que llegara la fecha estipulada para la cesaría. Emmett de Rose, estos por ser tan agarusos y tener tres bebés al mismo tiempo, se llevaron la ayuda de Doña Marie con ellos. Así que…debía apañármelas solo.

Mi familia no podía regresar a ese lugar donde Jordán y mi madre resultaron heridos y un par de mis hombres muertos. Le di la tarea a Jenks de encontrar un lugar propicio para ellos. Por lo que, en menos de una semana, tenía una hermosa mansión a nombre de mi esposa, muy cerca de la de mis padres, con hermosas vistas, jardines preciosos cubiertos de flores y arbustos. Con máxima seguridad. Nadie entraría a lastimar a mi familia de nuevo. Contraté a un decorador para reformar todo el lugar. Lo quería al gusto de mi esposa. Lo que ella deseara eran órdenes para todo el mundo. Garrett me ayudó mucho con eso. Siempre le estaría agradecido.

Los primeros días con los bebés en la nueva casa fue un total caos. Era la primera vez que yo compartía espacio con un bebé, y no era uno, sino dos; con una esposa convaleciente, una niña de diez años con trauma físico y una férula en su brazo izquierdo que le reducía su movilidad. Contando con solo la ayuda de mi niño de diez años, el cual tenía el mismo conocimiento sobre bebés que yo. Así que todo era ensayo–error.

Me acostaba tarde muy cansado, despertando a cada momento al igual que mis niños, los buscaba para que mi Bella les diera el pecho, algunas veces cuando ella dormía profundamente, recurría al biberón. Una vez terminé quedándome dormido en la mecedora en el cuarto de mi princesa Eileen, fue Lizzy, mi Gatita, quien me encontró y me ayudó a llegar a su cama. Mi chiquitina me cuidó esa noche, en vez de hacerlo yo con ella.

Cuando los bebés cumplieron un mes, en una ceremonia íntima celebramos el agua y el bautizo. Garrett y Jordán me pidieron ser los padrinos, cosa que no pude negarles. Una de las madrinas fue mi prima Tanya, la otra madrina fue Katherin, la esposa de Garrett.

Un par de días antes de eso tuve un problema con Amun, el hombre se oponía a la alianza, pero para su desgracia no pudo hacer nada en contra. Sin embargo, no fue nada comparado con el enfrentamiento con Vladimir, el hombre no midió sus palabras y provocó a mi esposa, además estaba completamente equivocado si pensaba que decidiría el futuro de mi hija conforme a sus necesidades.

La reunión sobre la alianza salió como esperaba, todo los hombres involucrados, bueno casi todos, estuvieron de acuerdo. Y firmaron el tratado de paz entre las familias Cullen y Swan. Eso me tranquilizaba mucho, ya no existía la enemistad.

Ese día me confirmaron que uno de los cadáveres encontrados en los restos de mi cabaña pertenecía a James. Ese maldito hombre no volvería a dañar a mi familia.

Habían transcurrido cinco meses después de ese día. Uno de esos días mis hermanos me llamaron a casa, donde me había recluido a cuidar de mi familia, con la brillante idea de hacernos cada uno un tatuaje. Una locura, aunque accedí, así que… dejando a mi esposa e hijos resguardados, fui a encontrar a ese par de locos.

Emmett se tatuó en su omóplato izquierdo el nombre de mi cuñada Rose y la huella del pie derecho de cada bebé, incluyendo la pequeña huella de Emerson. Para mi hermano ese niño también era su hijo, cosa que no veía mal. El pequeño es un amor, todo un hombrecito que cuida de su mami. Mi hermano Jasper no se decidía, esperamos una hora aproximadamente hasta que por fin se decidió…se tatuó el nombre de Alice y el de cada niño, y el de su princesita Jasslye en su pectoral derecho, dentro de un corazón. Un poco cursi, pero quedó espectacular.

Cuando fue mi turno, ya sabía qué me haría: una media luna abrazando a un sol naciente, y a su alrededor estrellas brillantes, cuatro hermosas estrellas, las cuales representaban a nuestros hijos.

Ese día, al llegar a casa, encontré a mi esposa dormida en medio de nuestra cama, tan hermosa que no pude resistirme y comencé a besarla, aun sabiendo que no podíamos llegar más allá. Cuando las cosas se calentaron y estaba a punto de perder el control, y mí no tan colaboradora esposa restregándose en mi erección, me quejé atrayendo su atención al tatuaje. Sabía que toda esa parodia de dolor y, teniendo a mi favor la curiosidad, nos sacaría del terreno peligroso al que habíamos llegado. Le di gracias a Dios…segundos después, cuando escuché el grito de mi hijo seguido del llanto de mi princesa. Mi esposa suspiró frustrada, pero se levantó y se marchó a ver a nuestros hijos.

Tres largas semanas habían pasado desde ese día, las cuales mi esposa no ha hecho más que asaltarme sexualmente, puesto que mi tía le había dado el alta. Me ha tomado toda mi fuerza de voluntad no corresponder a sus impulsos, pero quería esperar un poco más, cerciorarme que ella estuviera del todo recuperada.

El día comenzó con la misma rutina, me levanté temprano, ayudé a mi Bella con los bebés, llevé a Tony y a mi gatita a la escuela, luego me dirigí a las bodegas, la noche anterior mandamos un cargamento a Haití. Pero no me esperaba una buena noticia, como la que me había supuesto, el día que había comenzado tan bien se convirtió en un día de mierda al enterarme que el cargamento se perdió al llegar a las costas de Haití. Desapareció del radar y no teníamos contacto con los hombres que lo transportaban. Pasé todo el día fuera de casa, con un jodido dolor de cabeza y sin la esperanza de recuperar la mercancía.

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Cabeceé y abrí mis ojos de golpe, el cuello me dolía por la mala posición. Quise gruñir pero me contuve al sentir en mi regazo el suave peso de mi princesa. Mis ojos se sentían pesados, aunque me esforcé en mantenerlos abiertos, ella me necesitaba.

Como un jodido marica escuchaba canciones románticas a las tres de la mañana. Joder, las tres de la mañana. Había pasado un día de mierda. El maldito cargamento dirigido a la costa de Haití se perdió, esfumado del mapa. Carajo. Maldito cartel que no soporta un poco de competencia. Mi mercancía es la mejor en el mercado y me habían jodido.

Había llegado tarde cabreado con el puto mundo, pero con una estúpida sonrisa en los labios al pensar en mi mujer esperándome en mi cama y a mis hijos ajenos a todo. Por ellos esto valía la pena, por ellos no me subía al avión y acababa con los jodidos haitianos.

Me encontraba al inicio de las escaleras a punto de subir los peldaños cuando me percaté de la tenue luz que se filtraba por las rendijas de las puertas de mi despacho, quitándome los zapatos me dirigí a él.

Suspiré profundo armándome de valor, si era mi Bella con sus intentos de seducción me las vería muy mal. Mi mente estaba agotada, por lo que mi cuerpo podía ganar la batalla muy fácilmente.

Estaba a punto de dar media vuelta y salir corriendo como si mi vida dependiera de ello cuando escuché la suave carcajada provenir de adentro, la que me confundió y me intrigó en parte iguales. No podían ser mis hijos, ellos ya debían estar profundamente dormidos y perdidos en el mundo de los sueños.

Me estremecí involuntariamente, no creía en la cosa de fantasmas, he visto un montón de serie y películas referidos a ellos, acompañando a mi hija. Joder, no creía que mi casa, mi humilde hogar estuviera embrujada, ¿o sí?, me pregunté al escuchar la risa nuevamente. Así que, con las bolas en la garganta, abrí la puerta de un tirón.

Suspiré de alivio al mirar hacia mi escritorio. Debía dejar de ver esas jodidas estupideces sobre fantasmas.

— ¿Qué haces despierta? —le pregunté entrando a mi despacho dirigiéndome a mi escritorio.

Su hermosa sonrisa me deslumbró. Mis labios se estiraron correspondiéndole.

—Llegas tarde. No llegaste para el cuento, así que mamá tuvo que hacerlo —reprochó cruzándose de brazos.

Solté unas risitas llegando hasta ella, la hice levantarse de mi silla, sentándome yo en el proceso, ella no dudó en subir a mi regazo y recostarse en mi pecho.

Inhalé profundo, deleitándome con su delicioso aroma.

—Lo siento. —Me disculpé comenzando a acariciar sus rizos enmarañados—. Tuve un día muy ajetreado y jodido.

—La tía Rose le comentó algo a mamá —murmuró centrando su atención a la portátil.

Como un jodido acosador aproveché a darle un buen vistazo a su Facebook, Instagram, Twitter y todas esas jodidas mierdas del internet.

— ¿Qué es esto? —pregunté señalando en la pantalla.

Soltó unas risitas.

—Es un libro, mejor dicho una saga que pronto se hará película, así como Harry Potter y los Juegos del hambre —respondió pasando su mano por mi cuello.

Estaba molido, no sabía qué mierda era esa de Harry del hambre y los Juegos del Potter.

—No me haz respondido. ¿Qué haces despierta? —indagué acariciando sus brazos.

Ella se removió buscando una posición más cómoda, hice una mueca y contuve el quejido de dolor, me había estripado las pelotas con su cadera.

Suspiré mordiéndome las mejillas.

—No puedo dormir —dijo sin apartar los ojos de la pantalla, lo que era bueno, o vería mi rostro distorsionado por el dolor.

— ¿Y eso por qué? —le pregunté luego de tragar grueso, me había intrigado su respuesta.

Solo suspiró, ignorando mi pregunta. Como no me respondió me dediqué a contemplarla, a sonreír cuando ella lo hacía, a fruncir el ceño y a resoplar.

Habían transcurrido unos veinte minutos, cabeceé de nuevo, sacudí la cabeza tratando de alejar el puto sueño. Ella se encontraba absorta en la pantalla, así que decidí aprovechar el tiempo. Saqué el móvil con dificultad del bolsillo de mis vaqueros.

Despacho.

Solo eso envié en el mensaje. No sería el único en desvelarme.

Ella volvió a removerse amenazando con moler por completo mis bolas. Solté un suspiro de alivio al momento que la moví un poco a la derecha eliminando la tortura en mis granos.

La puerta se abrió.

—Maldita sea, Edward, quiero dormir —gruñó Garrett entrando al despacho, vistiendo solo un pantalón de pijama.

—La sucia boca —gruñí.

Abrió un poco más los ojos.

—Lo siento, Lizzy, no sabía que estabas aquí. —Se disculpó sentándose frente a mí.

Mi hija ni lo miró, soltaba risitas al ver el video de un perro que reproducía una y otra vez.

Garrett me miró a los ojos con la pregunta reflejada en sus pupilas. Me encogí de hombros, no tenía ni puta idea.

— ¿Qué haces despierta, princesa? —En esta ocasión mi Gatita le prestó atención.

—No puedo dormir, tío Garrett —le respondió bostezando.

Hacía más de una semana que mi hija había comenzado a dirigirse a mi amigo, mi mano derecha, como su tío.

— ¿Y eso por qué, cielo? ¿Tienes pesadillas? —indagó mi amigo intrigado.

Mi Gatita negó con la cabeza, golpeando mi rostro con su cabello.

—No, el hombre malo le tiene miedo a mamá —le respondió cerrando el Facebook.

— ¡¿El hombre malo?! —exclamó Garrett confundido.

James, articulé con los labios. Él asintió con entendimiento.

—Me parece bien, tu mamá tiene agallas y se las trae, es una mujer fuerte, nadie osará meterse con ella. Pero debe haber una razón para que no puedas dormir.

Mi hija le sonrió y asintió.

—Ricky me dijo que me tenía una sorpresa para mañana —murmuró retorciendo sus deditos, en esta ocasión, cuando machacó mis bolas no lo sentí.

Mi corazón latía violentamente contra mis costillas.

Ese niño se ganaba poco a poco a mi hija. Ese niño podría quitármela en algún momento en el futuro.

La apreté contra mi pecho.

—Siento mariposas en el estómago —susurró contra la piel de mi cuello.

Cerré los ojos con fuerza.

Podría darte un insecticida para acabar con ellas, me provocó decirle, pero sabía perfectamente que a ella no le gustaría y se molestaría conmigo, por lo que solo suspiré, la besé en el cabello y comencé a tararear su nana.

Levanté la mirada a mi amigo y no vi burla en ellos, solo comprensión, él entendía perfectamente lo que sentía, él también tiene una nena de la misma edad que la mía.

Se levantó de la silla.

— ¿Sabes qué, Edward? Lo que fueras a decirme tan importante lo puedes hacer mañana. Disfruta este momento con tu hija. —Dicho esto salió del despacho dejándome solo con mi princesa.

— ¡Papi! —murmuró con voz somnolienta.

— ¿Sí, princesa? —susurré recargando mi mentón en su cabeza.

—Te amo, te amo mucho. Eres el mejor papi del mundo —declaró contra mi piel.

Cerré los ojos y tragué el nudo que se formó en mi garganta.

—También te amo, nena. —Mi voz salió llorosa.

Por primera vez en la vida, deseé que mi hija no creciera nunca.

No sé en qué momento se me cerraron los ojos, pero volví a ser consciente de mi alrededor al sentir una suave caricia sobre mi cabello y mi frente, luego tiernos besos en mi rostro.

—Anda, dormilón, levántate. ¿Por qué no vienes a la cama? Es más cómoda, además tengo frío y te extraño. —Me habló suavemente mi Bella al oído.

Me removí un poco, y de inmediato sentí el peso de mi niña en mi regazo. Me estiré, y un latigazo de dolor me recorrió el cuello.

—Arg. —Me quejé moviendo de izquierda a derecha la cabeza. Abrí los ojos y me topé con el rostro sonriente de mi hermosa esposa.

— ¿Qué hacen aquí ustedes dos? —indagó sonriendo, me dio espacio para ponerme de pie, acomodé mejor a Lizzy en mis brazos, ella se removió, pero no despertó, solo escondió su precioso rostro en la base de mi cuello.

La vi morderse el labio inferior y dar un paso atrás vacilante.

— ¿Qué sucede, amor? —curioseé rodeando su cintura con mi brazo derecho.

— ¿Todo anda bien? —me preguntó mirándome a los ojos mientras acariciaba tiernamente la espalda de nuestra hija.

Sonriendo me incliné y dejé un piquito en sus tersos labios.

—Hubo una complicación con un cargamento dirigido a Haití, pero no es nada que no pueda resolver, no te preocupes. —La tranquilicé instándola a caminar.

Subimos en silencio las escaleras.

— ¿Cómo te diste cuenta dónde estábamos? —indagué luego de haber acostado en su cama a nuestra gatita.

Mi Bella se inclinó y le besó las mejillas, antes de volverse y responderme.

—Me levanté a darle el pecho a Eileen, fue en ese momento que me percaté de que aún no te habías acostado, me asomé por la ventana y vi las camionetas, así que sabía perfectamente que te encontrabas en la casa. Luego de darle de comer a la niña y dormirla, te busqué en la habitación de Lizzy, y sé que, si no estás en mi cama calentando mi cuerpo... —murmuró de forma sensual lo último, rodeando mis caderas con sus brazos—, en la única cama que voy a encontrarte hasta este momento es en la de ella. Dentro de un par de años tendré que hacerlo en dos camas para dar contigo. —Temblé al momento de sentir sus dientes mordisquear el lóbulo de mi oreja.

La sostuve de forma brusca por las caderas adhiriéndola a mi cuerpo, para que sintiera toda la longitud de mi erección, esa que solamente ella me provocaba. Solo ella hacía mi sangre calentarse y fluir como lava ardiente por mis venas. Busqué sus labios con frenesí, ella respondió al beso con el mismo ímpetu.

Sin dejar de besarla, la insté a rodear mi cintura con sus esbeltas piernas, sus manos acariciaron mis brazos, subieron por mi cuello, hasta posarse en mi cabello, donde comenzaron a dar pequeños tirones.

Cuando se nos hizo necesario el respirar, abandoné sus labios, pero trasladé los míos a la suave piel de su cuello y comencé a besar y lamer todo a mi paso.

—E-Elizabeth. —Tartamudeó jadeando en el momento en que me prendaba de su pezón izquierdo, había bajado la tira de la camisa del pijama, dejando al descubierto mi objetivo; al mismo tiempo atendía el otro con mi mano. Me detuve en seco. Por Dios… aún seguíamos en la habitación de nuestra hija.

Levanté la vista sobre el hombro de mi Bella temiendo encontrar a mi hija horrorizada, pero gracias a los cielos estaba profundamente dormida, con el rostro enterrado en su peluche.

Mi Bella me haló del cabello.

—Por favor dime que no esta despierta —susurró conteniendo el aliento.

Negué con la cabeza, soltando el aire que hasta ese momento no me di cuenta que estaba reteniendo.

—Bien —dijo con un suspiro retorciéndose en mis brazos—. Vamos a nuestra habitación. Te necesito, amor.

Gemí de forma gutural buscando sus labios con frenesí. Salimos de la habitación de nuestra hija a trompicones, soltando risitas de vez en cuando como un par de quinceañeros, al llegar cerré la puerta con dificultad, rogando internamente que no la fuéramos a despertar.

Entré a nuestra habitación con mi Bella en mis brazos y cerré la puerta con el pie. Mi Bella se encargó de colocarle el pestillo.

Mis labios succionaban la piel de su cuello, cuando de repente me tiró de los cabellos con brusquedad.

—Te necesito, Edward, ahora —me apremió moviendo sus caderas, dejando su centro en el punto exacto: sobre mi erección—. Lo quiero rápido y duro.

Negué con la cabeza.

Su ceño se frunció y sus labios hicieron un mohín. Ésta sería nuestra primera vez luego del nacimiento de los bebés.

—No —refuté—. Será suave y delicado.

Besé sus mejillas, luego sus párpados. Caminé hasta nuestra cama y con suavidad la dejé sobre ésta.

—Eres lo más importante para mí, no te pondría en ningún riesgo. Por favor, compláceme —susurré quitando el top de su pijama.

Se mordió el labio inferior, pero asintió.

Me deshice del top lanzándolo a cualquier parte de la habitación. Me incliné y besé su frente, sus párpados, sus mejillas, rocé sus labios muy suavemente.

Jadeó al sentir mis manos acariciar sus brazos, el borde de sus pechos, que ya estaban erguidos, con las punta rosada muy erguidas.

Me relamí los labios, rozándolos ligeramente. Ella cerró sus hermosos ojos y se entregó a las sensaciones. Continué con el recorrido, acariciando su torso, la ligera curva de su vientre. Gimió dejándose caer de espaldas sobre el colchón, rocé la pretina del short, pero no intenté nada más. Introduje mi brazo derecho bajo su cuerpo, levantándola levemente hasta ubicarla en el centro de la cama. Dejé una hilera de besos desde su mentón, bajando por el valle de sus senos, su abdomen; mordí ligeramente el hueso de sus caderas, antes de bajar con lentitud el short del pijama junto con sus bragas, dejándola completamente desnuda delante de mí, bajo mi cuerpo.

Bella se arqueó al sentir el roce de mis dedos subir por sus piernas, éstas se abrieron sin vacilación, dejando al descubierto mi mayor tesoro. La húmeda y resbaladiza entrepierna de mi esposa. Mi paraíso, mi templo.

Volví a relamerme los labios.

Comencé a besar y lamer desde la rodilla, subiendo lentamente y sin dejar de saborear cada milímetro de su piel, ella se estremeció al momento en que mordí suavemente sus muslos, antes de llegar a mi meta.

Pasé mi lengua por toda su vagina, deleitándome con su sabor. Ese manjar de los dioses era solo mío, únicamente mío. Lo había extrañado tanto.

—Edward —lloriqueó agarrando mi cabello en sus puños apretados. Me estremecí por la excitación.

Volví a repetir el movimiento chupando levemente su clítoris.

—Oh Dios... Edward —jadeó retorciéndose.

Con delicadeza separé sus labios mayores exponiendo a mi preciada perla, antes de zambullirme por completo en adorar a mi esposa. Lamí y chupé todo lo que tenía a mi alcance.

Bella gritó de placer cuando mordí con delicadeza su clítoris y sus pliegues. Mis dedos se dieron la tarea de preparar la funda caliente de mi esposa, estirando, preparándola para el momento en que mi miembro los reemplace. Me intercambiaba, primero chupaba duro y profundo, movía mis dedos dentro de mi Bella, luego lo hacía con delicadeza, creando un patrón.

Con una última lamida y un giro de mis dedos la hice alcanzar la cúspide del placer.

Con un pequeño alarido se dejó ir.

Llevé mi boca a su entrada, saboreando sus fluidos, sin dejar desperdiciar ni una gota. Pasé mi lengua hasta dejar ni un rastro de su ambrosia.

Con manos torpes y temblorosas, comenzó a quitarme la camisa. Soltando un par de risitas la ayudé a desvestirme. Me deshice con un par de patadas de mis estúpidos vaqueros. Mis bóxers le siguieron segundos después.

Trepé por su cuerpo, acariciándolo en el proceso, detuve mi avance justo cuando mi rostro estaba frente a frente al suyo, ella fijó su vista nublada en mí.

Acaricié con mi mano derecha su rostro con delicadeza y ternura, bajé por sus pechos, su abdomen, mientras que mi brazo izquierdo soportaba mi peso, acaricié su cadera, en tanto ella rodeaba mi cintura con sus piernas y con las yemas de sus dedos rozaba mi tatuaje, provocándome estremecimientos de placer que me recorrieron el cuerpo entero.

—Te amo —susurré besando suavemente sus labios, con un movimiento de caderas guié a mi miembro hasta su templo. Comencé a penetrarla con lentitud, deleitándome con la sensación de volver a entrar dentro de ella.

—Yo también te amo —murmuró sobre mis labios.

Maldición... sentirme dentro de ella nuevamente era sublime. Quería estar siempre así, rodeado por su calor.

Me acarició la espalda, los brazos, hasta dejar sus manos en mi rostro.

Ambos jadeando en la boca del otro al momento de enterrarme profundamente, mis bolas tocando sus nalgas.

Coloqué una mano en su cadera y comencé a moverme despacio, disfrutando de la sensación.

—Bella. —Suspiré—. Mi Bella.

—Edward. —Me imitó—. M-Más rápido. —Me alentó apretando el agarre de sus piernas en mi cintura, profundizando más la penetración.

La complací. Aumenté solo un poco la velocidad de mis caderas.

—Oh Dios... —bramó en cuanto toqué un puntito dentro de ella—. Sí, sí, oh sí, justo allí —exclamó. Moví mis caderas tocando ese punto nuevamente, y su clítoris con el hueso de mi cadera—. Edward. —Soltó un gritito.

Apreté los dientes por la sensación de estrangulamiento, sus paredes vaginales se contraían imposibilitándome la penetración. Mi miembro palpitó y ese cosquilleo en mi bajo vientre hizo su aparición.

Maldita sea, quería durar más. Reduje la velocidad de mis embestidas.

Sus talones presionaron mi trasero, y sus uñas clavándose en la piel de mi espalda, su voz enronquecida al oído.

—Más rápido, Edward, por favor. No me hagas esto. Déjame acabar.

Fue mi perdición; embestí fuerte, arrancándole un grito de éxtasis. Un gemido ronco brotó de mi garganta.

Me moví dentro de ella con rapidez, en un par de embestidas ambos estallamos en el mejor orgasmo que he tenido en mi vida. Mi vista se tiñó de puntitos brillantes.

Me tomó toda mi fuerza de voluntad no desplomarme sobre ella, la fuerza del orgasmo me dejó debilitado.

Mi miembro palpitaba al compás de las contracciones de sus paredes, mientras mi semen salía disparado a chorros inundando su interior.

En cuanto pude moverme, me deslicé fuera de ella con suavidad, para luego dejarme caer a su lado.

—E-Eso fue increíble. —Tartamudeó acurrucándose a mi lado.

Sonreí presumido.

—Sí, lo fue —acordé rodeando su cuerpo con mis brazos.

Bostecé involuntariamente.

—Te extrañaba —murmuró acariciando mi pecho cubierto por una ligera capa de sudor. Me removí, antes de sentir sus labios sobre mi tatuaje.

—Yo también te extrañaba. —Señalé lo obvio inclinando mi cabeza y besando su cabello.

No sabría decir si ella me dijo algo más, pero sentía los párpados pesados, me dificultó que los volviera abrir, el sueño nos reclamó a los dos, no sé si antes de cubrirnos con el edredón.

Horas más tarde me desperté solo en la cama, un poco desorientado, recordaba los haitianos, a mi esposa, a mi hija, luego al mirarme completamente desnudo recordé todo perfectamente.

Me levanté de la cama y me apresuré al cuarto de baño, cerrando la puerta nada más entrar. Había mirado la hora en el reloj de la mesita de noche e iban a ser las once de la mañana.

Me duché rápidamente, salí con una toalla envuelta en mis caderas, frente al espejo del lavamanos me recorté un poco la barba. A mi Gatita no le gustaba que la mantuviese muy larga, le fascina el roce áspero de los vellos en su tierna piel.

Me dirigí al armario donde me vestí con unos vaqueros desgatados, un polo y unas botas. No sabía qué me deparaba el día.

Me pasé solo los dedos por mi cabello alborotándolo un poco.

Bajé las escaleras saltando de dos en dos.

—Buenos días —saludé a Rosa al encontrármela al inicio de las escaleras.

—Buenos días, mi muchacho. Estás muy radiante hoy. ¿Qué quieres que te prepare de comer? —Besé su frente al pasar frente a ella.

—Nada por el momento, ¿y Bella?

—En la piscina con su hermana Rosalie —me respondió con una sonrisa.

Asentí dirigiéndome al despacho.

—Si pregunta por mí, dile que estaré en el despacho. ¿Y los niños?

—Acaban de llegar, solo tuvieron media jornada de clases y los bebés con su mamá.

—Gracias, Rosa. —Crucé el pasillo, abrí la puerta de un tirón, haciéndole señas a Thiaron, él llegó a mi lado de inmediato.

— ¿Cómo está Jordán? —le pregunté entrando a la habitación y dirigiéndome al escritorio.

—Está bien, señor. Recuperándose. Con muchas ganas de volver al trabajo pronto.

—Su puesto sigue aquí, esperando por él. Dile a Garrett que venga.

—Sí, señor.

Salió del despacho cerrando la puerta en el proceso.

En cuanto quedé solo, advertí su presencia de inmediato. Sonreí y negué con la cabeza. Si ella no decía nada, yo tampoco lo haría. No daría seña de que me había percatado de su presencia.

Saqué la carpeta y comencé a estudiarla mientras esperaba a Garrett. Este no tardó en llegar. Estudiamos a fondo nuestro plan, los haitianos las pagarían. Acordamos contratar a alguien que fuera hasta allí y averiguara qué pasó en realidad, no irían ninguno de nosotros para no exponernos.

Una hora después, Garrett salió del despacho con una expresión de satisfacción. Me recosté en el sillón y cerré los ojos.

Llevaba un rato así, me dolía la cabeza de tanto pensar en los haitianos. Esos cabrones hijos de puta me las iban a pagar. Encontraría la manera de hacerlos pagar, carajo.

Suspiré profundo acariciándome las sienes con las yemas de los dedos. Mis oídos captaron un leve tarareo. Ella había tratado de ser lo más silenciosa posible, pero desde el momento en que entré a la habitación me había percatado de su presencia, sentada en el suelo sobre la gruesa alfombra dorada detrás del sofá de cuero negro. Si ella quería seguir estando de incógnita, la dejaría.

Sonreí como un tonto. La amaba tanto, daría mi vida por la de ella sin pensarlo.

Un toquecito en la puerta me hizo desviar la atención.

—Adelante —dije cerrando la portátil.

La puerta se abrió, permitiéndome ver a mi hermosa esposa sonriéndome levemente, mientras sostiene una bandeja con una jarra llena de jugo y dos vasos en sus manos.

Mi sonrisa creció, con un ademán la insté a entrar.

Ella se movió con mucha fluidez por toda la habitación. Al llegar a mi lado, colocó la bandeja sobre el escritorio en el momento que yo echaba el sillón para atrás, dejándole espacio entre mi cuerpo y la madera.

Sonrió de forma pícara, mordiéndose el labio inferior.

Suspiré. Esta mujer sería mi perdición.

Enarqué una ceja al verla mover las caderas de forma sensual hasta ubicarse en el espacio que había creado, sus manos fueron a parar a mi cabello retorciéndolo en el proceso, al realizar esa acción, mi miembro tembló dentro de mis vaqueros. Coloqué mis manos en sus caderas, adelantándome a su movimiento.

Negué con la cabeza.

Su ceño se frunció e hizo un mohín.

Coloqué mi dedo índice sobre sus labios callando su protesta. Con mi mentón señalé el sofá.

—No estamos solos —articulé solo con los labios. Ella de inmediato dio un paso atrás.

— ¿Por qué no me lo dijiste? —Se quejó cruzándose de brazos hablando de la misma manera. Al realizar ese movimiento enarcó sus pechos llenos.

—Te lo estoy diciendo —repliqué sonriendo.

— ¿Quién es? —preguntó colocando sus manos sobre las mías que aún seguían sobre sus caderas.

—Mi otra mujer —respondí acariciando la piel expuesta de su torso.

Me pegó un poco fuerte en las manos.

—No estoy para tus juegos —refunfuñó.

Solté una risita.

—Elizabeth —murmuré bajito, y sin poder evitarlo, me incliné para dejar un tierno beso sobre su vientre que aún conservaba una pequeña curva y tenía pequeñas marcas que me recordaban constantemente que mis hijos habían estado allí dentro.

Colocando las manos en mi cabeza, me alejó.

El sonido de tarareo se había detenido.

Dio un paso atrás, alejándose de mi toque. Sirvió un poco de jugo en un vaso y me lo tendió, luego llenó el otro y se encaminó al sofá.

Detuvo mi protesta con un movimiento de la mano. De verdad no quise delatar la posición de mi hija. Mi Bella no dijo nada ni rodeó el sofá, solo pasó el brazo por el respaldo y esperó hasta que ella había tomado el vaso.

Se volvió hacia mí.

—Debo llevar a Lizzy a su clase de danza —comentó caminando hacia mí—. Debes cuidar a los bebés.

Asentí, luego de haber tomado un trago del delicioso juego de naranja.

—Ethan está por llegar, ¿cierto? —indagué inclinándome en el respaldo del sillón.

Asintió sentándose en el escritorio frente a mí.

Se cruzó de brazos.

—Voy a salir —repitió seria—, con la niña y solo con la niña.

Mi expresión cambió de inmediato y sin pensarlo estaba negando con la cabeza.

—De ninguna jodida manera. Saldrán con Thiaron y los chicos.

—No. —Negó con la cabeza—. Saldré solo con la niña, Edward. Solo con la niña.

—Tu protección —aseveré con los dientes apretado—. Es solo por tu protección, Bella. Expondrás a Lizzy.

Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. Suspiró derrotada.

—No, no quiero exponerla, pero tampoco quiero salir con todos, Edward. Me siento asfixiada. Estar rodeada continuamente me estresa. Quiero salir un día solo con los niños. Dios... Disfrutar.

Sus ojos se volvieron cristalinos. Me sentí como el idiota más grande del mundo.

—Lo siento. —Me disculpé acariciando sus brazos mientras me iba colocando de pie—. No sabía que te sentías así. —La abracé antes de besar su cabello—. Elije un día, el que tú quieras, e iremos al lugar que decidas solo los seis.

Mi corazón se estrujó al escuchar un pequeño sollozo brotar de sus labios.

—Lo siento. —Volví a disculparme.

—Mamá. —Escuchamos el llamado de Tony en el pasillo, segundos antes de verlo parado en el umbral de la puerta—. ¿Qué pasa, mamá?

—Nada, bebé. —Mi Bella le respondió limpiándose un par de lágrimas que se habían escapado de sus hermosos ojos—. Todo está bien. —Le sonrió—. ¿Cómo te fue?

—Bien —le respondió entrando a la habitación. Se apresuró hacia su madre y le rodeó la cintura con sus brazos.

Bella no dudó en rodear sus hombros con de ella.

—Llevaré a tu hermana a su clase de danza. Tendrás que ayudar a tu padre con los bebés.

Tony dio un paso atrás y puso cara de asco.

—Pero solo papá le cambiará los pañales. —Se estremeció—. No quiero que Tory vuelva hacer pipí sobre mí.

Mi Bella soltó una carcajada, halándolo de nuevo a su cuerpo, no pude evitar sonreír. Se escuchó las risitas sofocadas de mi Gatita.

—Papá —me llamó deteniendo mi avance hacia el sofá.

—Dime.

—El padrino Sam me estaba enseñando disparar y a defenderme. Quiero seguir con las clases. Garrett me dijo que tú eres el mejor en cuerpo a cuerpo. Me gustaría que me enseñaras, papá.

Lo miré fijamente por un par de segundos. No quería ver a mi hijo en la posición de tener que defenderse, pero si llegase a ocurrir ese momento él debía salir victorioso.

Dirigí mi atención a mi Bella, ella se mordía el labio inferior, pero en sus ojos vi cómo llegaba a la misma conclusión que yo.

—Por supuesto, hijo —acepté.

—A mí también debes enseñarme a disparar, papá. —Se escuchó la voz de mi Gatita detrás de mí.

Di la vuelta y ella estaba de pie detrás del sofá con una postura defensiva. Enarqué una ceja por el tono de voz que había utilizado.

— ¿Podemos empezar hoy, papá? —me preguntó Tony ignorando a su hermana.

—Claro —accedí.

—Arg... lo haces solo porque yo no voy a estar. Sabes perfectamente que soy mejor que tú. Di en el blanco al primer momento, tú tuviste que intentar cinco veces para acertar.

Mi hija estaba molesta y no tenía idea del por qué.

— ¿Qué ocurre, Elizabeth? —le preguntó mi Bella dando un paso hacia ella.

—Nada —dijo mirando hacia la ventana. Me pareció ver un par de lágrimas rodar por sus mejillas.

—Elizabeth... —Comencé, pero ella me detuvo.

—No pasa nada. —Repitió cruzándose de brazos.

— ¿Seguro?

Mi Gatita asintió.

—Me cambiaré para ir a danza. —murmuró dirigiéndose hacia la puerta, para luego salir corriendo del despacho.

—Algo le sucede —comentó Tony.

—Lo sé —acordé, luego de pronto lo recordé—. Si ese niño le hizo algo a mi hija, lo mataré.

— ¿Qué niño? —me preguntó mi Bella confundida.

—El tal Ricky, hoy le iba a llevar una sorpresa. Me lo dijo en la madrugada cuando la encontré aquí en el despacho —conté antes de dirigirme hacia mi hija.

Subí las escaleras de dos en dos, y en cuestión de segundos entraba a la habitación de mi niña. Ella no estaba a la vista, por lo que me dirigí hacia el armario. Le sacaría la verdad, si ese niño la ha hecho sufrir, él sufriría el doble.

Me detuve en seco en la puerta de la habitación al ver el vestuario de mi hija de diez años.

—Tú no saldrás vestida así. —Casi rugí.

Ella se dio la vuelta asustada.

—Papi, me asustaste. —replicó haciendo un puchero.

Negué con la cabeza.

— ¿A dónde piensas ir vestida de esa manera? —bramé apretando los puños.

Dios... Mi hija estaba… prácticamente desnuda.

—A danza, es mi traje del baile grupal del fin de semana —anunció como si nada.

Sentía mi sangre hervir.

—De ninguna jodida manera. ¡Isabella Cullen! —grité sin importarme haber despertado a los bebés.

—Papi, me colocaré un vestido encima. —Trató de tranquilizarme.

Bufé negando con la cabeza.

— ¿Bailarás vestida así delante de cientos de personas? —le pregunté apretándome el puente de la nariz.

Ella asintió con la cabeza repetidas veces.

— ¿Qué sucede, Edward? —preguntó mi Bella entrando al armario.

Señalé a nuestra hija.

—No saldrá vestida de esa manera, ni mucho menos bailará delante de extraños.

—Edward, por supuesto que lo hará. Es un baile.

—No, no lo hará.

—Edward… —Comenzó mi Bella por enésima vez.

—De ninguna jodida manera. —Negué rotundamente apretando los dientes tan fuertes que comenzaban a dolerme. Al parecer mis mujeres no entendían que no, es no, carajos.

—Papi.

— ¡No, Elizabeth, maldita sea, no harás ese condenado baile! —Casi grité exasperado.

Mi niña abrió los ojos como platos y su pequeña boquita formando una O antes de llevar sus manos a ellos.

—Por Dios santo, Edward. Es solo un baile —gruñó Bella molesta. Genial, yo estaba más molesto que ella.

—No. —Repetí cruzándome de brazos—. Elizabeth no bailará. Por una maldita vez, Isabella, entiende, no permitiré que mi hija menée su pequeño trasero frente a cientos de personas, mucho menos en ese traje tan diminuto.

Mi Bella se mordió el labio inferior y se removió incómoda. Estreché los ojos, mirándola con suspicacia.

— ¿Qué? —le exigí cruzándome de brazos.

Escuché la risa sofocada de mi hija. Mi Bella, como si no pudiera evitarlo, me sonrió.

Algo hizo clic en mi cabeza.

—Ella ya ha bailado con ese tipo de traje, ¿verdad? —pregunté lo obvio.

Mi Bella soltó una pequeña risita.

— ¿Te refieres a si ella meneó su pequeño trasero delante de cientos de personas en un traje tan diminuto? Entonces la respuesta es sí, ella ya lo ha hecho. Bailó My Boyfriend's Back a los siete años con dos niñas más de la compañía, por lo que no veo ningún problema con este baile.

Mi boca se abrió del asombro.

— ¿Tú permitiste esto? —jadeé en busca de aire, como pez fuera del agua. No lo podía creer. Mi hija, mi pequeña niña.

—Por supuesto. —Colocó sus manos en la cintura a modo de garra—. Como voy a permitir este nuevo baile y tú no tendrás ninguna queja qué decir, Edward. Ella es una bailarina versátil.

— ¿Qué mierda es esa de Versátil? Es una bailarina de ballet.

Mi Bella se carcajeó.

—Versátil significa que maneja cualquier tipo de baile, desde el Ballet, Jazz, Lírico, Contemporáneo, Hip Hop. Todas las bailarinas que llegan a Broadway deben manejar estos estilos de baile.

— ¿Quién dijo que ella irá a Broadway? Mi hija no necesita bailar allí para ganarse la vida. Maldita sea, tiene una enorme fortuna a su nombre. No necesita de eso. El baile debe ser un hobby para ella. —Me volví hacia mi hija—. ¡Por favor, hija, no bailes en esa presentación!

Mi princesa me miró fijamente un par de segundos, luego suspiró resignada.

—No lo haré, papi. No bailaré en el grupal si tú no quieres, pero ¡¿puedo hacer mi solo?!

Una enorme sonrisa creció por mi rostro, me volví hacia mi Bella y le entrecerré los ojos.

Jodida mujer, no me apoyó, pero se las cobraría en la noche cuando viniera a buscarme.

—Por supuesto, princesa —le respondí acercándome a ella, me senté en el banquito rosa de princesa y la halé hasta el medio de mis piernas—. Puedes hacer tu solo, me imagino que es lindo, como todos los otros que has hecho.

Me sonrió y asintió antes de abrazarme. Mi Bella soltó unas risitas. La miré interrogante, sin embargo, negó con la cabeza.

— ¿Qué te parece si no vas a danza hoy y practicamos tiro al blanco y te enseño a defenderte?

—Sí —exclamó emocionada—. Voy a ganarle a Ethan, soy mejor que él.

Veinte minutos más tarde me encontraba en el gimnasio con Tony esperando que Lizzy se dignara a llegar, teníamos un pequeño público. Mi Bella se encontraba sentada sobre unos cojines en una esquina, junto a ella los bebés en la sillita vibratoria musical. Leen se la pasaba mirándome fijamente sin perderse ninguno de mis movimientos, para tener seis meses mi niña era muy extrovertida.

La puerta del gimnasio se abrió y por ella entró mi hija.

Entrecerré los ojos.

— ¿Qué? —Se quejó.

—Todo el mundo te está viendo desnuda —le reproche.

Se cruzó de brazos.

—Eso es mentira, estoy vestida, esto es un top y unos pantaloncillos cortos. Y nadie me mira, siempre voltean para otro lado cuando paso. Te tienen miedo.

Negué con la cabeza.

—Sube a vestirte o no te enseñaré —aseveré.

—Bien. —Se encogió de hombros—. ¿Tú me enseñarás, mami? —Se volvió hacia mi Bella. Ella levantó la cabeza al escuchar a nuestra hija hablarle, estaba mirando su teléfono—. El padrino Sam te enseñó.

Mi Bella le sonrió y asintió.

—Recuerdo algunas cosas, te las puedo enseñar. Tengo muchos años sin practicar, así que no esperes perfección.

Mi esposa dejó a un lado el IPhone y se puso de pie. La miré fijamente.

¿En serio pensaba enseñarle a nuestra hija?

—Bella —le hablé suavemente. He aprendido que si le hablo fuerte o me altero, ella hace todo lo contrario de lo que le pido.

—Humm… —murmuró comenzando a calentar.

— ¿En serio le enseñarás? —interrogué.

—Tú no quieres hacerlo. —Hizo una mueca al escuchar llorar a Tory, había estado durmiendo pero se acababa de despertar, y al parecer lo hizo enojado—. ¿Me esperas un momento, cielo? Debo darle de comer a tu hermano.

—Te enseñaré, Elizabeth, dejemos a mamá con los bebés, pero para la próxima colócate algo más de ropa —le dije pasando mis brazos por sus hombros.

Mi hija soltó unas risitas.

—No lo haré —murmuró sonriendo.

Le di una palmada un poco fuerte en el trasero.

Ella solo se rió más fuerte.

—Te ganaré, Tony, yo puedo hacer esto. —Se jactó mirando a su hermano en el momento en que subía su pierna hasta allí, su pantorrilla tocando su rostro y el pie estirado por encima de su cabeza.

—Oh no. —La atajé de inmediato—. Nada de realizar ese movimiento, jovencita, le muestras a todo el mundo tu entrepierna.

—Por favor, papá. —Puso los ojos en blanco—. No te perderás mi presentación, ¿verdad, papá? Es el viernes por la noche, estoy súper emocionada, me encanta mi solo —me habló dando un par de giros, hermosos giros de ballet.

—Por nada en el mundo me lo perdería, nena. —La cargué por detrás, ella soltó una par de carcajadas y movió sus piernas en el aire.

— ¿Aunque tengas en ese preciso momento la oportunidad de acabar con esos jodidos haitianos. —Me miró sobre su hombro.

—No. —Negué—. Ni muerto me la perdería.

Asintió conforme.

—Bien, ahora enséñanos.

Estuve con mis niños en ese gimnasio por dos horas, donde le enseñaba cómo defenderse de su agresor, me sentía muy orgulloso, mis niños eran talentosos e inteligentes, captaban todo al primer momento.

Elizabeth hizo un par de muecas en los momentos en que su hermano la derribaba, pero esa niña tiene más sangre Swan que Cullen, en lo que lograba recuperarse, iba con sed de venganza, y Tony acabó con un par de moretones que le iban a durar varios días. Mi pecho se hinchó más de orgullo, mi hija no se dejaba intimidar.

Sonreí al momento en que me vino esa idea a la mente. La entrenaría hasta que alcance la perfección, continuaré comprándole lo más caro que existe en el mundo, la voy a malcriar más de lo que ya lo he hecho, será la adolescente más berrinchuda del mundo, así le chingo la vida al idiota que se la lleve de mi lado.

Esa noche, luego de que los niños se fueran a dormir, esperaba a mi Bella en la cama, listo para hacerla pagar por su traición, pero lamentablemente para mí, no logré hacer nada, cierto polisón se nos montó en el barco esa noche y prácticamente la pasábamos despiertos. Cuando logramos que el pequeño pillo se durmiera, eran casi las tres de la mañana, por lo que ambos caímos rendidos.

El pequeño niñato de mierda se presentó la mañana después con una jodida sorpresa para mi hija, el día anterior no había podido ir porque estaba enfermo, y aún así fue a llevarle su regalo, lo que ocasionó que mi hija chillara emocionada y se olvidara por completo de su mal humor.

En ese momento había suspirado y con resignación acepté que ese niño se había ganado el corazón de mi niña.

El viernes por la noche llegó más pronto de lo que pensaba, y en este momento estoy sentado en una jodida silla, muy incómoda, esperando que mi hija aparezca y nos deslumbre con su hermosa pieza. Tony se encontraba a mi lado, con la cabeza metida en su IPhone, todas esas niñas eufóricas le dan miedo, joder, hasta a mí me dan miedo.

Suspiré profundo y me tragué mi protesta. Todo el mundo estaba aquí, mis padres, mi suegro, Doña Marie, mis hermanos y mis cuñadas; todos menos los bebés, que se han quedado en casa junto a Rosa.

El escenario se iluminó y el presentador dijo el nombre de la niña, y en cuanto comenzó a sonar la música, la pequeña comenzó hacer su corografía.

Mi Bella salió de pronto por el lateral del escenario y se apresuró a mi lado.

—Elizabeth está lista, saldrá pronto. Quedó hermosa, Edward. —Un par de lágrimas brillaron en sus hermosos ojos.

Me incliné y las borré con un tierno beso.

—Ahora continuamos con la participante número 11, Elizabeth Cullen, ella bailará Single Ladies. —En el momento en que escuché la voz del presentador, me enderecé en mi silla, vi a Rose sacar una cámara y comenzar a grabar en el momento en que empezó a sonar la música.

Mi hija salió por el lado izquierdo del escenario con un jodido traje diminuto. ¿Dónde carajos estaba su precioso vestido de ballet? En el momento en que se abrió de piernas, me creí morir. No podía apartar los ojos de ella. Ella sonreía en todo momento. Todo el mundo contenía la respiración, la única que se escuchaba era la mía, rápida y superficial. Cerré los ojos en el momento que ella levantó su pierna, mostrando su pequeña entrepierna a cientos de personas.

—Maldita sea. —Escuché a Charlie quejarse.

Abrí mis ojos, no lo miré, mis ojos seguían cada paso de mi hija. En ese preciso momento dejó su trasero al aire, fue el colmo, me puse de pie, pero el fuerte agarre en mi brazo derecho me impidió correr al escenario y bajar a mi hija de allí.

—Tú le diste permiso para hacerlo —gruñó mi Bella entre dientes, enterrando profundamente sus uñas en mi antebrazos—. Siéntate y déjala terminar.

Todo el mundo se volvió loco a gritar y a aplaudir a mi hija. Me tragué mi disgusto y me senté con la espalda lo más recta que podía.

Emmett estaba eufórico, gritaba cada vez más alto.

—Rose, estoy ansioso por ver a Eliangel bailar así. Dios… mi hija se verá fantástica. —Casi gritó al dirigirse a Rose.

Lo miré, mis ojos casi se salen de sus órbitas, ¿estaba loco? ¿Cómo podía decir eso?

Mi padre estaba sonriente, se le veía el brillo de admiración en sus pupilas. Él se encontraba en el séptimo cielo. Gruñí furioso. Par de traidores.

Casi me pongo a aplaudirle a mi hermano Jasper al escucharlo decirle a Alice que Jasslye no volverá a sus clases de danza nunca más.

Oh sí, yo también sacaría a la mía de esta jodida mierda, este sería su último baile. Como que me llamo Edward Cullen mi hija dejará la danza sí o sí.

Cuando el maldito baile terminó sentí mi alma regresar a mi cuerpo. Me puse de pie, echando chispas por los ojos y humo por los oídos.

—Este es el último maldito baile que realiza mi hija —bramé entre dientes a mi Bella.

Salí furioso, llevándome por delante a todo aquel que se me atravesara. Recibí varias maldiciones, pero no me importó.

—Isabella, ¿cómo permitiste esto? —Escuché antes de dejar el lugar la voz enojada de mi suegro.

-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-

De esa horrible noche han transcurrido año y medio, y como me lo había prometido, mi hija dejó de asistir a sus clases de danza. Nunca más se iba a presentar medio desnuda delante de todo el mundo.

Me enojé muchísimo con ambas, duré casi dos semanas sin hablarles, fue como si tuviera en el infierno para mí, pero debía mantener mi posición. Así que ambos cedimos en el mismo momento. Le pedí disculpas a mi Bella por cómo le hablé y ella me pidió disculpas por haberme ocultado cómo sería el solo de nuestra hija.

La lengua de mi esposa invadiendo mi boca me trajo de nuevo al presente. Le devolví el beso con más ansias, con más ímpetu; la besé profundamente, dejándola sin aliento.

Sus movimientos de caderas me nublaban la mente y me hacían arder todo el cuerpo. Mi sangre fluía como lava ardiente por mis venas, concentrándose en un punto exacto de mi cuerpo.

Los vaqueros comenzaban a molestarme, mi erección estaba en su punto más alto. Mi miembro me gritaba que lo liberara de su prisión. Quería entrar en la suave y húmeda funda de mi esposa. Esa que lo trae loco desde hace años.

Me tomó toda mi fuerza de voluntad alejar el pensamiento de tirar al suelo todos los documentos que reposaban sobre mi escritorio, recostar a mi esposa en él y hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiéramos más. Pero el solo hecho que cualquiera de nuestros hijos podía entrar por esa puerta y encontrarnos, hacía que me lo pensara dos veces.

Mis manos avariciosas se encontraban acariciando la tersa piel de mi Bella por debajo de su vestido, esas hermosas marcas en su abdomen.

El oxígeno era necesario para ambos, alejé mi boca de la suya, trasladando mis labios a la suave piel de su cuello, mientras respiraba profundamente su delicioso aroma a fresas y fresias. De la misma manera lo hacía mi chica.

—T-Te necesito —susurró halando mi cabeza para fundir de nuevo nuestros labios en un beso cargado de pasión y necesidad.

El grito de dolor de nuestra pequeña nos congeló a ambos en el lugar. La excitación se esfumó en cuestión de segundos.

—Eileen —susurró mi Bella alejando sus delicadas manos de mi cabello y sus piernas de mi cintura.

Coloqué a mi Bella de pie en el suelo y nos apresuramos a buscar a nuestra hija. Salimos a trompicones de mi despacho siguiendo el llanto agudo de nuestra hija, a la cual encontramos en brazos de Tony frente a las puertas que dan al área de la piscina.

—Lo siento, mamá. No la vi. —Se disculpó mi hijo con ansiedad en la voz en el momento que nos vio llegar.

— ¿Qué pasó, Tony? —preguntó mi Bella tomando a Leen en sus brazos.

Me acerqué a ellas, le besé la mejilla húmeda por las lágrimas a mi niña y noté que en una zona de su frente estaba enrojecido y se comenzaba a formar un pequeño chichón.

—Veníamos corriendo, íbamos a buscar el balón a la sala de juegos y ella apareció de repente, me la llevé por delante y se golpeó. Pero te juro que no la vi, mami.

Mi Bella sonrió.

—No te preocupes, campeón. Los accidentes ocurren. —Lo tranquilicé pasando mi brazo derecho por encima de sus hombros.

Leen hipeó atrayendo mi atención de nuevo hacia ella. Mi pequeña miraba a su hermano de forma dolida. No había nadie en el mundo más rencorosa que mi hija de dos años, Eileen Cullen se llevaba el primer lugar.

—Vamos a revisar ese pequeño golpe, nena —dijo mi Bella besando sus mejillas—. ¿Quieres un poco de helado?

Mi princesa asintió limpiándose sus lágrimas.

— ¡Mami! —El grito de Lizzy venía de la segunda planta. En su tono de voz había un deje de ansiedad.

—Yo iré —dije inclinándome y tomé a Eider en mis brazos—. ¿Por qué no siguen jugando, Tony?

— ¿Podemos bañarnos en la piscina, tío Edward? —me preguntó Emerson.

—Claro que sí, Emer. —Les di permiso mirando a mi hijo.

—Leen me odia —expuso Tony acongojado.

Observé a mi Bella alejarse rumbo hacia la cocina con la niña en brazos. Eileen le dio una mala mirada a su hermano antes de esconder su pequeño y hermoso rostro en la base del cuello de su madre.

—Claro que no te odia... —Comencé a tranquilizarlo.

— ¡Mami! —Se volvió a escuchar el grito de mi Gatita.

—No te odia, Ethan, solo está dolida. —Lo tranquilicé comenzando a subir las escaleras. Cuando iba por el pasillo se escuchó de nuevo el grito de mi hija llamando a su madre, dándome a mí su ubicación.

Me dirigí hacia su habitación. Entré y ella no estaba a la vista.

— ¡Mami! —El grito provenía del cuarto de baño.

Eider se removió en mis brazos.

—Sin dañar la tarea de tu hermana —le advertí antes de ponerlo de pie sobre en suelo de madera. Me encaminé hacia la puerta del baño y toqué ligeramente.

—Gatita, ¿qué ocurre? —le pregunté suavemente.

— ¿Papi? —dijo confundida.

—Sí, nena, soy yo —le respondí intentando abrir la puerta, pero tenía el pestillo puesto.

—Trae a mami. —Me pidió soltando un sollozo.

El instinto de protección se activó de inmediato.

— ¿Qué ocurre, Elizabeth? —le pregunté con ansiedad en la voz intentando abrir en vano la estúpida puerta.

Un sollozo fue su respuesta.

—Elizabeth, abre ahora mismo o echo la puerta abajo —la amenacé.

El miedo inundaba mi sistema.

—Hay sangre, papi, mis bragas tienen sangre.

Apenas escuché su murmullo recargué mi frente en la puerta y dos pesadas lagrimas rodaron por mis mejillas. Cerré mis ojos. Esto no puede estar pasando aún. Ella es mi niña, mi pequeña niña. Solo tiene dos años junto a mí, es demasiado pronto para esto. No quiero que ella crezca. No quiero que sus hormonas se aloquen y ella se aleje de mí. Es mi niñita, mi princesita.

La puerta dejó de ser mi soporte y por poco me voy de frente contra el suelo.

Abrí mis ojos y me encontré a mi pequeña con sus ojitos enrojecidos, todavía cargaba la camisa del pijama de esta mañana, salvo que en vez del pantalón de chándal, su cintura estaba cubierta por su toalla de color rosa de Barbie.

No le di tiempo a reaccionar, la tomé en mis brazos con un movimiento rápido y un poco brusco, sentándome en el suelo de su cuarto de baño con ella en mi regazo. Enterré mi rostro en su cuello y comencé a llorar, deleitándome con su rico aroma cada vez que inhalaba.

—No quiero que te alejes de mí —expresé con miedo. Sentí la mano de mi niña acariciar mi cabello—. No quiero —rezongué apretándola contra mi pecho—. Eres mi niña, mi princesa. Es muy pronto, es muy pronto. Aún no he tenido suficiente de ti.

No sé cuánto tiempo transcurrió, pero no la solté en ningún momento, ni cambié mi posición.

—Tory, ¿dónde está papi? —Escuché la voz de mi Bella en la habitación de mi hija segundos antes de sentir su mirada sobre mí—. Leen, ve a ver tele con tu hermano.

No escuché la respuesta de mi pequeña, pero al cabo de unos segundos sentí las manos de mi Bella acariciar mis brazos.

—Edward, deja que se levante y se asee. ¿Puedes ir a nuestro cuarto de baño y traer de mi estante un paquete de toallas sanitarias? Necesito explicarle cómo se usan.

—No. —Negué apretando a Lizzy más contra mí—. Es mi niña. Es mi princesa. No quiero.

—Siempre será tu niña, Edward, pero ahora es toda una señorita.

— ¡No quiero! Quiero a mi niña —repliqué con voz dura.

El sollozo desgarrador de mi Gatita me asustó.

— ¿Te hice daño, nena? —le pregunté con ansiedad, aflojando mi agarre y revisando sus brazos en busca de alguna marca.

— ¿Ya no me querrás? —me preguntó con un sollozo.

—Claro que te quiero, nena. Te amo. Es que no quiero que crezcas, que te alejes de mí. —Sollocé perdiéndome en las profundidades de esos hermosos ojos de gatos.

—Papi no llodes. —La voz de mi bebita caló por mis oídos antes de sentir su cálido cuerpo estrellarse contra mi torso. No dudé en rodear su cuerpecito con mi brazo y apretarla contra mí.

—Mis niñas —susurré apretándolas a ambas contra mí.

—Ella nunca nos dejarán, Edward. ¿Cierto, nena? —Trató de mediar mi Bella.

—Nunca —prometió mi niña besando mis mejillas—. Me prometiste casarte conmigo y aún no lo has hecho.

Sonreí como tonto.

—Casas migo, papi. —Me pidió mi segunda princesa acurrucándose contra mí.

—No quiero que mis chicas, las tres mujeres más importantes de mi vida, me dejen nunca.

—Lo prometo, papi. —Juró mi Gatita asintiendo energéticamente.

—Meto papi —dijo Eileen en ese mismo momento.

—Nunca te desharás de mí, Edward Cullen —manifestó mi Bella con una sonrisa.

Besé los rizos de mi pequeña Leen y las mejillas de mi Gatita, me incliné hacia adelante llevándome a mis hijas conmigo y dejé un casto beso en los labios de mi esposa.

—Mis chicas —me regocijé con una enorme sonrisa.

— ¿Puedes soltarla ahora? —me preguntó mi Bella con suavidad.

La fui soltando de a poco, pero no lo hice de forma completa hasta que mi Bella no había tomado su mano. Aún era muy pronto para dejar ir a mi hija. A mi niña.

Me puse de pie con Leen en mis brazos.

—Iré por las toallas.

—El paquete verde, Edward. Son las que reservo para ella.

Con mi pequeña lucecita en brazos me dirigí a mi cuarto de baño, busqué lo que mi Bella me había pedido y regresé.

Mientras esperaba que salieran del cuarto de baño, me recosté en la cama de mi hija con Leen sobre mi pecho y Tory jugando a los caballos en mis piernas. No habían transcurrido ni diez minutos cuando Garrett entró a la habitación con expresión severa.

—Te necesito abajo, ya —habló con los dientes apretados.

— ¿Qué pasó? —le pregunté sentándome, con mi brazo derecho sostuve a Eileen y con el izquierdo bajaba a la cama a Eider.

—Los Vulturi —declaró con molestia.

—De ninguna jodida manera. —Solté con furia.

—Félix y Demetri están abajo esperándote. Ya vienen en camino tu padre y tus hermanos, al parecer va a ver una reunión en las bodegas, tu suegro y Black también asistirán. Muévete, Edward, ¿o prefieres que entren?

Me levanté con rapidez dejando a los niños sobre la cama. Ethan entró en ese momento en la habitación. Tomé de nuevo a Eileen en mis brazos y se la pasé.

—Bella. —Toqué la puerta con fuerza.

— ¿Qué ocurre, Edward? —me preguntó abriendo la puerta, dejó salir a nuestra Gatita antes de salir ella.

—Toma a los niños y ve a nuestra habitación y no salgan de allí hasta que no venga yo o alguno de los chicos a decirles que es seguro salir. ¿Entendiste, Bella?

—S-Sí —respondió tartamudeando.

Me incliné, puse mi mano en su mentón y busqué sus labios, besándola profundamente.

—Baja, Edward. —Me urgió Garrett.

Antes de retirarme por completo de los tersos labios de mi esposa, la besé castamente por unos cuantos segundos. Me alejé de ella, le di un tierno beso a mi Gatita en el cabello y salí de la habitación siguiendo a Garrett.

Bajé las escaleras de dos en dos, al llegar al final vacilé solo por unos segundos y fui directo a mi despacho. Abrí el cajón superior de mi escritorio de un fuerte tirón, saqué mis armas de donde las tenía guardada, guardé mi Glock 9 milímetro detrás de mi espalda, en la cintura de mis vaqueros, la Colt calibre 45 la guardé en mi bota derecha.

Con mi nueva adquisición me dirigí con paso firme hacia los dos invitados, para nada deseados.

Salí de la casa por la puerta principal, me encontré con las camionetas de mis hermanos, mi padre, mi suegro y Black estacionados en el sendero de la entrada, pero nadie estaba a la vista.

Las pertenecientes al Clan Vulturi se encontraban perfectamente alineadas mostrando un frente unidos. Solo Demetri estaba a la vista, pero sabía que los demás se encontraban alertas, dispuestos a defenderlo hasta con su vida si fuera necesario.

—Bonita casa —comentó con burla—. Me han dicho que también tienes una bonita esposa. Sabes, me gustaría conocerla y dar mi opinión. —Se relamió los labios con expresión lujuriosa.

Respiré profundo y me tomó toda mi fuerza de voluntad no abalanzarme sobre él, pero no expondría a mi familia.

Sonrió con suficiencia.

—Tengo algo importante qué decirte, no tengo tiempo qué perder. Quiero regresar a casa cuanto antes con mi esposa y mis putitas —murmuró con el acento italiano muy marcado subiéndose a su camioneta.

Entrecerré los ojos en su dirección, por un par de segundos, antes de dirigirme a mi camioneta. Subí al asiento trasero con Garrett a mi lado.

—Esto no me da buena espina, Edward —comentó mi amigo cargando su arma.

—Lo sé, a mí tampoco —concordé observando la camioneta donde viajaba Demetri.

Busqué a tientas en los bolsillos de mis vaqueros mi móvil.

—Bella y los niños quedaron completamente asegurados —me informó Garrett luego de revisar su teléfono móvil.

—Más te vale —lo amenacé. Marqué el número de mi padre—. ¿Tienes idea de qué va todo esto? —No saludé, fui directo al grano.

—No —me respondió tajante—. Es la primera vez que se acercan a la ciudad. Nunca han enviado a nadie por nosotros.

— ¿Y mamá? —indagué preocupado.

—Protegida. Hijo, por favor no caigas en sus provocaciones, te lo suplico.

—Bien —gruñí colgando la llamada en el momento que mi camioneta se estacionaba frente a las bodegas, donde usualmente teníamos nuestras reuniones. Todos descendimos al mismo tiempo.

Mis hombres se replegaron, ocupando cada uno sus posiciones. Garrett se ubicó en mi lado derecho. Los hombres de mi padre y mis hermanos se agruparon muy cerca de nosotros. Nadie dijo nada, por lo que encabecé la marcha hacia dentro, uno detrás del otro me siguieron.

Minutos más tardes cada uno ocupaba un lugar, dependiendo del rango que poseía dentro de la organización.

Félix se encontraba al lado izquierdo de Demetri, era de complexión gruesa, casi del mismo tamaño que mi hermano Emmett, ambos parecían luchadores de pesa. Félix era de piel blanca, cabello castaño, ojos color ámbar, tenía una cicatriz en su mejilla izquierda cortesía de un enfrentamiento en un bar. El tipo que lo hizo acabó muerto.

Demetri era alto, no tanto como yo, es una cabeza más bajo, de complexión delgada, piel blanca, cabello rubio y ojos color verde agua.

A pesar de la diferencia de tamaño, ambos son letales.

Ellos intercambiaron una breve mirada, transmitiéndose un mensaje. ¿Qué rayos pasaba aquí? ¿Por qué se habían tomado las molestias de visitarnos?

—Aro los quiere en Italia para mañana al amanecer —anunció Demetri sin rodeos.

Entrecerré los ojos, sin mostrar ninguna expresión. Mis hermanos se miraban confundidos y sorprendidos.

—Y eso no es todo, sus esposas deberán asistir.

Jasper se puso de pie de forma brusca.

—Eso no puede ser posible, mi esposa tiene tres días de haber dado a luz. No puede viajar.

Mi hermano y mi cuñada se convirtieron en padres nuevamente, hace tres días nació la pequeña Jessalyne Anthonella, una preciosa rubia que trae envuelto en su dedo meñique a mi hermano.

Félix sonrió al ver un desafío, puse mi mano sobre el brazo derecho de mi hermano y lo hice sentarse nuevamente. Me fulminó con la mirada, pero lo ignoré.

—A ver si entiendo. Aro —gruñí el nombre con asco—, pretende que viajemos hoy mismo a Italia con nuestras mujeres e hijos.

Demetri sonrió con suficiencia de nuevo. Apreté los puños debajo de la mesa, me provocaba borrársela a golpes.

—Te equivocas en una cosa. Sus hijos no irán. Solo ustedes y sus mujeres. Es una orden.

Apreté los dientes.

—Mi esposa no viajará. —Lo desafié.

Su sonrisa se hizo aún mayor.

—Es la invitada de honor, no puede faltar. Todo el mundo ansía conocer a la nueva señora Cullen —me contradijo. Su expresión se tornó seria—. Se los pondré de esta manera: van a Italia, comparten con Aro en su cumpleaños como todos los demás clanes o todo el clan Vulturi les caen encima y no nos importará si hay niños de por medio.

Me tensé, y si no hubiese sido por el fuerte agarre de mi padre sobre mi hombro, ejerciendo presión hacia abajo, lo hubiera molido a golpes.

—No busques problema para tu familia, hijo, piensa en mis nietos —susurró mi padre solo para mí.

—Todos ustedes están invitados a viajar en el avión de la familia Vulturi. —Continuó Demetri como si nada.

—Nosotros viajaremos en nuestro avión —lo contradije gruñendo entre dientes.

—El avión despegará a las siete de la noche, sean puntuales, estamos en el hangar 5 en el aeropuerto principal de la ciudad. —Ignoró completamente lo que dije—. La única que está exenta de ir es Doña Marie. Del resto: Esme. —Miró a mi padre—. Rosalie. —Desvió la mirada hacia mi hermano Emmett—. Alice. —Cuando observó a Jasper sonrió con superioridad—. Y Bella. —Su mirada se posó en mí, su voz bajó una octava con un deje de perversión, como si se divirtiera de todo esto.

Demetri se levantó, Félix imitó su acción.

—Eso es todo, los estaremos esperando. Con permiso. —Abandonaron el lugar.

—Esto me huele mal, hay gato encerrado —exclamó Black hablando por primera vez luego que se perdiera el sonido de las llantas de las camionetas.

Por primera vez en mi vida estuve de acuerdo con él.

—No quiero que Bella viaje a Italia —dije recargando mi rostro en las manos. Maldición... ¿Cómo le diría a mi esposa que debemos viajar sin nuestros hijos?

—Lo sé —concordó mi padre pasando su mano por mi cabello.

—Alice no dejara a la bebé, maldita sea, ella no debe ir. Los Vulturi traman algo.

—Algo grande —agregó Emmett muy sereno. Todos lo miramos fijamente. Era la primera vez que mi hermano no agarra todo a juego—. Ellas no deberían ir, pero no tenemos de otra. No podemos ir desarmados, necesitamos un plan. No permitiré que dañen a mi Rose.

Asentí de acuerdo con él.

Primero muerto antes de permitir que lastimen a mi Bella.

—Deberán matarme antes, para poder llegar hasta mi esposa y lastimarla —juré molesto.

Pasamos las siguientes dos horas armando nuestro plan, ese que nos mantendría con vida y a salvo a nuestras mujeres si algo llegase a salir mal, si esto era una trampa para acabar con nosotros. Luego de que todo estuviese preparado y que cada quien supiera su participación en esto, nos dirigimos cada uno a su respectivo hogar.

La camioneta se estacionó en la entrada, al comienzo de las escaleras, pero no descendí de inmediato, esperé unos diez minutos con mi cabeza recargada al asiento delantero, suspiré profundo. Me bajé y busqué a mi esposa.

La encontré en la sala de juegos, acostada boca abajo sobre la gruesa alfombra de muñequitos, jugando con nuestros hijos. Leen estaba sentada sobre su espalda haciéndole un extraño peinado. Tory se encontraba en la misma posición de su madre, mirándola fijamente y riendo al escuchar los sonidos de animales que emitía la computadora luego de que mi Bella presionara una de sus teclas.

Era una hermosa imagen, de la cual mis ojos de deleitaron.

—Hola, papá. —Me sobresaltó la voz de mi Gatita.

Miré alrededor siguiendo el sonido de su voz. La ubiqué sentada en el sofá con los audífonos puestos. Tony no estaba a la vista.

— ¡Papi! —chilló mi pequeña al verme luego de que su hermana delatara mi presencia.

Se levantó con torpeza del cuerpo de su madre y corrió a mis brazos. Sonreí y la alcé en el momento que saltaba sobre mí.

—Hola, nena —la saludé besando sus mejillas. Me volví hacia Lizzy y le lancé un beso.

Mi hija sonrió antes de acomodarse mejor y volver su atención al IPhone en sus manos.

Las delicadas manos de mi Bella sobre mis brazos me hicieron desviar mi atención de mi niña hacia ella.

— ¿Qué sucedió? ¿Algún problema? —indagó mirándome fijamente.

Asentí bajando la niña al suelo. Rodeé su cuerpo con mis brazos y llevé mis labios a su oído.

—Necesitamos hablar —susurré solo para ella.

Su cuerpo se tensó entre mis brazos.

—No te preocupes, todo estará bien. —La tranquilicé besando su cabello.

—Niños, iremos por un poco de helado. —Les habló con ternura. Tomó a Eileen y la sentó en el sofá al lado de Lizzy, para que viera Peppa Pig, su programa favorito en la televisión. Tory estaba entretenido con los sonidos de animales, ni se percató de mi presencia.

Mi Bella tomó mi mano entre la suya, entrelazando nuestros dedos, así, tomados de las manos, caminamos hacia la cocina.

— ¿Tony? —le pregunté viendo cómo servía en las copas de colores un poco de helado.

—En su habitación viendo el partido de futbol —me respondió dejando de lado el bote de helado.

Respiré profundo.

—Aro envió a Félix y a Demetri, tuvimos una reunión en las bodegas, ellos vinieron a amenazarnos, si no estamos mañana al amanecer en Italia para la fiesta de Aro, los niños pagarán las consecuencias. —Le fui sincero, no podía engañarla ni llevarla con mentiras. La necesitaba atenta a todo.

Cerró sus hermosos ojos por unos segundos. Luego los abrió y continuó sirviendo el helado.

—Viajarán esta misma noche, ¿verdad? —dijo buscando una bandeja.

Aquí venía la parte difícil.

—Viajaremos esta noche —la contradije.

Entrecerró los ojos confundida.

—Ellos exigen que tú, tus hermanas y mi madre vayan con nosotros. Eres... como dijo, su invitada de honor. No me gusta, no quiero que vayas. Ellos traman algo, pero no quiero exponer a los niños a sus represalias. Hasta el momento no han hecho nada para perjudicarnos, no quiero tentarlos.

—Los niños quedarán solos, Edward —murmuró sin mirarme.

—No, claro que no. —La tranquilicé—. Tu abuela no debe asistir. Ella se quedará con los niños.

Me miró fijamente por unos segundos.

— ¿Estás seguro que nada le sucederá a los niños?

—Completamente. —Rodeé la barra y la abracé.

—Los bebés nunca han estado sin nosotros, y es la segunda vez para Lizzy y Tony —dijo contra la piel de mi cuello—. No quiero dejarlos.

Besé su sien.

—Se divertirán, no notarán nuestra ausencia, ellos se quedarán en casa de tu padre y todo irá bien, te lo prometo.

Asintió con renuencia.

—Le llevaré el helado antes de que se derrita —me dijo con voz llorosa. Tomó la bandeja y abandonó la cocina.

Suspiré y me halé el cabello.

—Maldición. Malditos Vulturi. —Maldije antes de dirigirme al despacho.

Eran casi las dos de la tarde, faltaban pocas horas, por lo que me dediqué a preparar todo, llamé al hangar, le ordené al piloto tener el avión listo y preparado, viajaríamos en el avión de los Vulturi, pero tendría a la mano el avión de la familia Cullen por si algo llegase a surgir.

Mi Bella se acercó una hora más tarde para informarme que ya había preparado las maletas.

Le pedí disculpas nuevamente. Ella solo sonrió, me besó en los labios y se fue para estar con los niños, no sin antes entregarme un sobre.

— ¿Podrías llamar a Jenks y darle esto?

Asentí vacilante y le entrecerré los ojos.

—Por si algo llega a pasarnos. —Me aclaró tragando saliva—. Quiero que los niños estén con mi Bubú. No quiero a Renée cerca de ellos.

—Por supuesto —concordé tratando de tragar el nudo que se formó en mi garganta—. Pero nada va a pasar, te lo prometo. Nadie te tocará. Cuidarás siempre de nuestros hijos, así deba dar mi vida.

Negó con la cabeza.

—Si tú no existes yo tampoco quiero hacerlo —replicó enfadada.

—Lo harás por los niños —le aclaré.

Me moví hacia ella, la fui a rodear con mis brazos, pero dio un paso atrás, alejándose de mi toque. Mi miró fijamente con los ojos cristalinos, luego dio media vuelta y se marchó. No la vi en todo lo que quedaba de tarde.

En algún momento, cerca de las seis de la tarde, le pregunté a Rosa por mi esposa y me dijo que estaba en la habitación de mi Gatita, duchándose con los niños, que en cuanto les ponga la pijama bajará a cenar con ellos, luego me esperaría en la camioneta.

Suspiré profundo y asentí.

Me dirigí a mi habitación y también me duché. Me vestí con unos azules vaqueros desgastados, unas botas negras militar y un suéter manga larga de color negro. Coloqué mis armas donde siempre las guardo.

Bajando las escaleras, escuché la suave risa de mis niñas, algo decía Tony que las hacía reír.

Con el corazón apretujado, me dirigí hacia el comedor. Al entrar, me topé con el rostro sonriente de mi mujer y mis hijos, mi Bella al verme se levantó de la silla y se acercó a mí, sus brazos rodeando mi cuerpo.

—Lo siento, perdóname —me susurró besándome el pecho—. No debí comportarme así. No quiero estar enojada contigo.

La rodeé con mis brazos, besé el tope de su cabeza. Acerqué mis labios a su oído.

—No tengo nada qué perdonarte. Te amo. —Solo ella lo escuchó.

—Yo también te amo —declaró besando la piel de mi cuello.

—Mamá nos dijo que tienen que viajar, papá. Que debemos portarnos bien con la Bubú. —La voz de mi hija me distrajo, estaba repartiendo tiernos besos en el cabello de mi esposa.

—Sí, nena. Debemos viajar a Italia.

— ¿Algún problemas con los Vulturi, papá? —me preguntó mi hijo ladeando la cabeza y mirándome con los ojos entrecerrados.

—No, campeón. No que sepa. No sé qué quiere Aro. Solo sé lo que yo quiero, y eso es mantenerlo alejado de ustedes.

—Papi, men —me llamó Tory removiéndose en su silla de comer.

Besé una vez más la sien de mi Bella antes de ir hacia mi bebé y sacarlo de la silla.

—Hola, campeón —le hablé con ternura besando su cuello.

—Te quiedo. —Me dejó un beso húmedo en la mejilla.

—También te quiero, hijo. —Lo abracé.

En ese momento sentí los brazos de mi hija rodear mi cintura, y escuché un sollozo estrangulado brotar de su garganta. Los brazos de Tony no se hicieron esperar.

Mis ojos se humedecieron, las lágrimas querían salir, un sollozo pugnó por brotar de mi garganta, pero no lo dejé salir.

Los brazos de mi Bella llegaron segundos después, y en ellos venía nuestra pequeña niña.

Los abracé a todos como pude.

Me partió el corazón escuchar los sollozos de mi Bella y de mi hija.

Tory sonreía y me acariciaba el rostro, al igual que Leen miraba a su madre y le besaba las mejillas. Mis pequeños estaban ajenos a todo lo que pasaba. Me hubiese gustado que Lizzy y Tony también corriesen con esa suerte.

—No vayan, papi. Por favor, no vayan. —Al escuchar la voz llorosa de mi niña, una lágrima rodó por mi mejilla.

—Nena, ya lo hablamos. —Mi Bella le habló con suavidad.

—Edward, es hora de irnos. —Garrett me habló desde el umbral de la puerta—. Debemos llevar a los niños a casa de Charlie.

Mi Bella dio un paso atrás y negó con la cabeza.

—Ella los vendrá a buscar aquí, sus cosas ya están preparadas.

Negué con la cabeza.

—Me sentiría mejor si los llevamos nosotros mismos —le dije borrando con mi mano derecha todo rastro de la lágrima.

—Es mejor, es cierto lo que ella dice, así los niños se distraen —me contradijo colocando a Eileen de nuevo en la sillita de comer—. Cenarán tranquilos mientras ella llega.

La observé fijamente. Se mordía el labio inferior con fuerza, su mandíbula temblaba levemente y sus ojos estaban enrojecidos.

Suspiré, le concedería eso.

—Bien. —Acepté—. La esperarán aquí.

—Nos vamos, entonces. Así le cuentan cómo es el plan a las chicas, Edward.

Asentí de acuerdo con él. Garrett tenía razón, mi esposa, mi madre y mis cuñadas no tenían idea de cómo iba el plan.

Con el corazón apretado tuve que dejar ir a mis hijos, Tony dio un paso atrás y levantó el mentón. Se limpió una lágrima con brusquedad.

—Te prometo que los cuidaré, papá. Nadie lastimará a mis hermanos, eso te lo juro. Primero los mato antes de que los toquen.

Ese es mi hijo, pensé con orgullo sonriendo.

—No vayas, papá. —Me pidió mi Gatita apretando más sus brazos entorno a mi cintura.

Me incliné y la besé en la sien.

—Debemos ir, nena —le dije con ternura—. Debes ser fuerte por tus hermanitos. Regresaremos pronto.

Negó con la cabeza.

— ¿Y si no lo hacen? —me contradijo hipeando.

—Entonces serás más fuerte aún, te portarás bien, ayudarás a tu abuela con los niños, irás a la preparatoria, luego a la universidad. Tendrás un título. —Cerré los ojos y me tragué un sollozo—. Te casarás con ese niño Ricky y serás muy feliz.

Ella negó llorando con más fuerza.

Me volví hacia mi hijo.

—Harás lo mismo.

Él apretó los puños y negó con la cabeza con fiereza.

—Los Vulturi pagarán si les hacen algo, papá.

Ahora fue mi turno de negar.

—No, no quiero venganza, Ethan, quiero que solo cuides de tus hermanos.

—Pero, papá...

—Nada de peros. Es una orden.

—Bien. —Aceptó dando la vuelta y alejarse corriendo.

Puse a Tory en la sillita y le di un beso en la frente.

—Te amo, hijo —susurré acariciando su mejilla. Él me sonrió con sus deditos dentro de su boca.

Con Lizzy aún prendada de mi cintura fui hacia mi niñita, mi princesita.

—Papi —chilló con alegría al alzarla.

—Eh, nena. —La besé en la mejilla—. Te quiero tanto, mi princesita.

—Papi, no. —Repitió mi Gatita.

Coloqué a Leen de nuevo en la silla, luego puse mis manos debajo de los brazos de mi Gatita y la alcé.

Ella no tardó en ocultar su rostro en mi cuello.

—Te quiero mucho, princesa. Por favor, no me lo pongas más difícil —susurré besándole el rostro con besos de mariposa.

Ella sollozó con más fuerza.

Busqué a mi Bella con la mirada, pero ella no estaba por ningún lado.

Garrett se removía incómodo, aunque pude ver que él también estaba llorando. Me hizo seña con la cabeza diciendo que mi Bella había salido tras de Tony.

Con todo el dolor de mi alma tuve que dejar a mi hija, llorando sentada en la silla al lado de su hermana.

Me miró con sus ojos enrojecidos, antes de tratar de respirar profundo.

—Sabes que te amo, y si debo dar mi vida por la tuya y la de tus hermanos, lo haré.

Di media vuelta y prácticamente abandoné el comedor corriendo.

Me encontré con mi Bella al inicio de las escaleras. Se limpió todo rastro de lágrimas y soltó un sonoro suspiro.

—Vámonos antes de que me arrepienta. —Me apremió con voz llorosa.

Ubiqué mi mano en su espalda baja y la insté a caminar.

Las camionetas ya nos esperaban en la entrada de la mansión. Todo el mundo estaba callado, a la expectativa.

Ayudé a mi Bella a subir, luego la seguí.

— ¿A dónde, Edward? —me preguntó Garrett desde el asiento delantero.

—A casa de mi padre, es el punto de encuentro —le respondí observando por el rabillo del ojo a mi Bella, ella no apartaba la mirada de la ventanilla.

Busqué a tientas su mano y entrelacé nuestros dedos, ella me los apretó.

Llegamos a casa de mis padres sin que ninguno dijera algo en todo el trayecto. Bajé primero de la camioneta, me volví a ayudar a mi Bella. Ella colocó ambas manos en mi rostro y lo alzó hacia el suyo. Me perdí en las profundidades de sus hermosos ojos chocolates.

—Ellos estarán bien, ¿no es así? —me preguntó acariciando mi mentón con sus pulgares.

—Por supuesto, ellos estarán bien. Nadie les hará daño —aseguré tranquilizándola.

—Puedo soportar todo lo que me quieran hacer, pero lo que no puedo soportar es que lastimen a mis hijos.

—Nadie va a lastimarlos, te lo juro.

—Hasta que llegaron. —Se escuchó la voz de Emmett a nuestras espaldas—. Solo falta Bella por saber el plan.

Le di un tierno beso en los labios antes de volverme hacia mi hermano, él no tenía la acostumbrada sonrisita en el rostro.

Ayudé a mi Bella a bajar y la guié hacia dentro. Emmett venía detrás de nosotros.

Mi Bella se nos adelantó, dejándonos solos.

—Rose no se lo tomó muy bien, está molesta conmigo —expresó Emmett cuando casi habíamos entrado—. Alice no le habla a Jasper, no ha parado de llorar. Murmura a cada rato que la bebé está muy pequeña, que la necesita.

Asentí palmeando su espalda.

—Bella tampoco se lo tomó muy bien, dejamos a Ethan y a Elizabeth en un mar de lágrimas. Le rompí el corazón a mi hija, Emmett. Me pidió que no fuera. Me pidió que no fuera, hermano. —Mis ojos se cristalizaron—. Por primera vez le niego algo a mi hija.

Mi hermano me movió con brusquedad hacia su cuerpo, sus fuertes brazos, me rodearon. Le correspondí el abrazo.

—Debes ser fuerte, Eddy. —me alentó con seriedad.

Cuando llegó la hora pautada, ya habían llegado todos los que faltaban: Charlie, Jacob, Billy.

Con la adrenalina corriendo a mil por horas por mis venas nos dirigimos al hangar 5 del aeropuerto principal de la ciudad.

El corazón me latía tan apresurado, parecía como si fuera a salirse de mi pecho. En cuanto entramos al aeropuerto, se aceleró mucho más, como si eso fuera posible. El aire comenzó a fallarme.

Me las arreglé para que mi Bella no viera mi reacción. Lo presentía, sabía que algo malo iba a ocurrir.

En cuanto las camionetas se estacionaron, perfectamente alineadas, mi respiración se enganchó y por un momento el corazón dejó de latirme.

—Espérenme aquí —le ordené a mi Bella con voz tensa—. Por nada del mundo bajes de esta camioneta.

Abrí la puerta y salté en el mismo momento que mi padre, mis hermanos, mi suegro y Black también descendían.

— ¿Qué está ocurriendo? No hay nadie. —Jasper señaló lo obvio.

Miré entrecerrando los ojos por todo el lugar, el cual estaba completamente desierto, no había nada ni nadie, ni rastro de un avión, ni de los Vulturi.

¿Qué mierda estaba sucediendo aquí? ¿Tanto apuro para qué?

El sonido de pasos acercándose nos alertó a todos, todo el mundo se volvió hacia mi derecha.

Un hombre se aproximaba, no tenía ni idea de donde había salido.

—Al fin tengo el placer de conocer a Edward Cullen. El famoso Edward Cullen, el que logró la alianza entre las familias Cullen Swan. Eso fue épico, y se hablará en los siguientes años, la gran hazaña.

— ¿Quién eres tú? —le pregunté dando un paso amenazante hacia él—. ¿Dónde están Félix y Demetri?

Sonrió con suficiencia.

—Rumbo a casa, me imagino. Si ya tienen el motín —me respondió sonriendo más grande.

Entrecerré los ojos.

— ¿Qué motín? —le pregunté confundido.

—Tengo algo para ti. —Ignoró mi pregunta, sacó su brazos de detrás de su espalda, lo que ocasionó que todos mis hombres lo apuntaran. Pero no era un arma de fuego ni un arma blanca, se trataba de un sobre manila.

En el segundo que desvié la mirada, sacó un arma de no sé dónde. Anclé mi mirada de nuevo en su rostro.

—Ese es un movimiento un poco tonto, ¿no crees? Estás solo —le dije.

Él solo se encogió de hombros sonriendo.

—No saldré vivo de aquí de todas maneras, qué más da si te entrego esto vivo o muerto. —Movió el sobre antes de tendérmelo.

A pesar de las protestas de mi padre y mis hermanos, me adelanté y tomé el sobre de sus manos.

—Fue un placer conocerte —murmuró antes de levantar la mano con el arma y dirigírsela hacia su cabeza, en cuestión de segundos el hombre se había disparado y se encontraba en un charco que formaba su propia sangre.

En ese momento escuché el grito horrorizado de mi Bella. Con los ojos desorbitados observaba al hombre sin vida.

—Abre el sobre, Edward. Dinos qué hay adentro —me ordenó mi padre colocando su mano en mi hombro y volviéndome hacia él.

Con manos temblorosas abrí el sobre, en él no había nada, salvo lo que parecía ser una fotografía.

La saqué.

— ¡Malditos, los mataré a todos! —grité con furia al ver de qué se trataba.

Sin importarme la expresión confundida de los presentes, corrí hasta mi camioneta y salí a toda prisa, las llantas rechinando.


Mil disculpas por no haber podido actualizar antes, pero como les dijo, hubieron cosas que me impidieron hacerlo. Espero que les haya gustado el capítulo. Pronto tendré el nuevo capi, no sé cuándo.

Capítulo 36: Alianza inesperada Capítulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo!

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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