Edward salió de la cama con mucho cuidado para no despertar a su mujer y fue desnudo en busca de algo de ropa. Se puso una camiseta de los Yankees, pero, al recordar su trato, se la cambió por una negra y unos pantalones de chándal. Sonrió al recordar lo contenta que se puso cuando los Yankees perdieron en la liguilla. Bajó la escalera y se dispuso a preparar café, pero se detuvo un instante para ver la salida del sol por encima de las montañas.
Consideraba que su matrimonio estaba oficialmente consumado.
Se frotó la nuca con una mano e intentó pensar con calma. Porque, desde luego, no había pensado durante la noche. Aunque no se arrepentía. Se sorprendió al darse cuenta de ese hecho. Llevaba mucho tiempo deseando a Bella, y la noche anterior le había demostrado el motivo. Todo era distinto con ella. La forma en la que su cuerpo se amoldaba al suyo, la satisfacción que le provocaba su placer. Le encantaba cómo lo miraba a los ojos y cómo le arañaba la espalda mientras experimentaba múltiples orgasmos. Le encantaba cómo gritaba su nombre. Lo habían hecho en incontables ocasiones durante la noche, presas de un deseo insaciable. Sin embargo, no había sido una noche alucinante solo por cuestiones físicas. Lo había sido porque habían conectado en cuerpo y alma. Porque Bella le había permitido ver su vulnerabilidad, lo había acogido en su interior a pesar de no haber hecho promesa alguna.
Isabella lo acojonaba.
Se sirvió una buena taza de café y se demoró un momento en la cocina para ordenar sus pensamientos. Tenían que hablar. Su relación había llegado a una encrucijada y después de las últimas horas pasadas en su compañía no sabía si podía volver atrás. Su intención de evitar el sexo estuvo motivada por el deseo de evitar las emociones. Eso ya no era posible. Sentía algo por Bella: en parte deseo y en parte amistad. Además de otras cosas que no terminaba de identificar.
Aún tenía la intención de alejarse de ella cuando acabara el año. No le quedaba otra alternativa. Un matrimonio de verdad con niños no formaba parte de su futuro. Pero, de momento, podían disfrutar de lo que tenían en vez de luchar contra la atracción. Estaba seguro de que Bella podría soportarlo. Lo conocía, y sabía que él no era capaz de comprometerse a largo plazo; sin embargo, era consciente de que sus emociones iban más allá de un revolcón ocasional.
Asintió con la cabeza, complacido por su lógica. Sí, explorarían esa intensa atracción durante los meses siguientes. Sería una locura que no aprovecharan la oportunidad.
Satisfecho con esa decisión, le sirvió una taza de café a su mujer y subió la escalera.
Bella enterró la cara en la almohada cuando la realidad de su situación se le echó encima.
Se había acostado con su marido.
No una vez. Ni dos. Sino al menos tres veces. Demasiadas para poder calificarlo de locura o de error. Y había sido demasiado intenso como para poder considerarlo algo de una noche.
Por Dios, ya no podría quitarle las manos de encima.
Gimió y se obligó a analizar la situación con cierta ecuanimidad. Sin embargo, le costaba hacerlo cuando le dolían los muslos y las sábanas olían a sexo. Aún podía saborearlo en la boca, aún sentía las huellas de sus manos en el cuerpo. ¿Cómo iba a seguir adelante y fingir que esa noche no importaba?
No podía. Por lo tanto, necesitaba otro plan.
¿Por qué no dejar las cosas como estaban?
Suspiró e intentó analizar sus emociones con la frialdad con la que un cirujano realiza la primera incisión. Sí, el contrato establecía con claridad que entre ellos no habría sexo, pero eso era para evitar que cualquiera de ellos se buscara a otra pareja. ¿Y si continuaban haciéndolo? ¿Podría soportarlo?
Se deseaban. Por fin creía que Edward la deseaba de verdad. Su cuerpo le había dejado bien claro lo que ella había creído imposible. Lo que había pasado entre ellos trascendía el sexo, había sido una extraña comunión de amistad, respeto y deseo. Y de. . .
Levantó la barrera para no dejar pasar ese aterrador pensamiento y siguió con sus elucubraciones.
De acuerdo, ¿qué pasaría si continuaban acostándose hasta que el año llegara a su fin? Mantendrían la amistad y pondrían fin a esa espantosa tensión sexual al tiempo que disfrutaban el uno del otro durante esos meses. Sí, los sentimientos cada vez más fuertes que albergaba hacia él la aterraban. Sí, podría romperle el corazón cuando la dejara. Pero lo conocía, sabía que estaba demasiado obsesionado con su asquerosa infancia, hasta el punto de que ninguna mujer podría ganarse su confianza.
No tenía falsas expectativas.
Se moría por correr ese riesgo. Lo quería en su cama, quería disfrutar al máximo durante ese breve periodo de tiempo y al menos contar con los recuerdos. Estaba a salvo porque no se hacía ilusiones.
El estómago le dio un vuelco con ese último pensamiento, pero se desentendió de la reacción.
En ese instante la puerta se abrió.
Edward titubeó, con una taza de café en la mano.
Bella sintió un leve rubor en las mejillas cuando él la miró fijamente, de modo que metió la pierna desnuda bajo las sábanas y se puso de costado.
— Hola.
— Hola —repitió ella. Se hizo un incómodo silencio, típico de las experiencias del día después. Señaló la taza con una mano—. ¿Para mí?
— Ah, sí.
Edward se acercó a la cama y se sentó en el borde. El colchón se hundió mientras le daba la taza y la observaba oler la fuerte mezcla colombiana.
Bella suspiró de placer tras el primer sorbo.
— ¿Está bien?
— Está perfecto. Detesto el café aguado.
Lo vio contener una sonrisa.
— Ya lo suponía.
Edward mantuvo silencio mientras bebía. Parecía estar esperando que le diera pie, pero ella supuso que no podía preguntarle si había dormido bien, pues apenas habían pegado ojo.
Su olor masculino se le subió a la cabeza, como un animal que quisiera marcar a su pareja. No se había duchado. La fina camiseta negra le dejaba los brazos y la parte superior del torso al descubierto, y los pantalones se le ceñían a las caderas, ofreciéndole un atisbo de su piel bronceada y de su vientre plano. Sintió una punzada entre los muslos y se agitó en la cama. Joder, se estaba convirtiendo en una ninfómana con ese hombre. Si lo hacían una vez más, iba a necesitar un bastón para ir a la librería, pero a su cuerpo no parecía importarle.
— ¿Cómo te encuentras? —le preguntó él.
Parpadeó y echó la cabeza hacia atrás. Se percató de que Edward tenía un mechón de pelo sobre la frente y de que una incipiente barba le ensombrecía el mentón. También se percató de que él la miraba a la cara en vez de reparar en la fina sábana que no dejaba de escurrirse por su piel para dejar al descubierto sus pechos. Aunque era bastante tímida, sintió el travieso impulso de poner a prueba su control. Se estiró delante de él a fin de dejar la taza en la mesita de noche. La sábana cedió cuando ella dejó de sujetarla. El aire le acarició los pechos desnudos y le endureció los pezones. Fingió no darse cuenta mientras respondía su pregunta.
— Bien. Pero tengo los músculos un poco doloridos. Necesito una ducha caliente.
— Sí, una ducha.
— ¿Quieres desayunar?
— ¿Desayunar?
— Prepararé algo en cuanto me vista. Hoy no tienes que ir al trabajo, ¿verdad?
— Creo que no.
— Vale. ¿Qué quieres?
— ¿Que qué quiero?
— Sí. Para desayunar.
Apoyó la cabeza en una mano y lo observó. Lo vio tragar saliva con fuerza y apretar los dientes, como si estuviera desesperado por prestarle atención a sus palabras y no a su cuerpo medio desnudo.
Bella contuvo una carcajada y subió las apuestas. Sacó una pierna de debajo de la sábana y la estiró. Agitó los dedos en el aire. Después, colocó la pierna sobre la sábana y dobló la rodilla.
Edward carraspeó.
— No tengo hambre. Tengo que trabajar.
— Acabas de decir que hoy no vas a trabajar.
— Claro.
A Bella casi le ardía la piel bajo su intensa mirada. El deseo le corría por las venas al pensar en que se metiera en la cama para volver a hacerle el amor, pero no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
Hizo acopio de todas sus fuerzas y se lanzó a la yugular.
— Bueno, ¿vamos a hablar de lo de anoche?
Edward dio un respingo antes de asentir con la cabeza. Al ver que ella guardaba silencio, se vio forzado a responder de alguna manera.
— Lo de anoche estuvo bien.
Bella se incorporó en la cama. La sábana bajó del todo y se quedó arrugada en torno a su cintura. Con los pechos desnudos, se apoyó en un codo y se pasó el pelo por encima del hombro libre para apartárselo de la cara. Hizo oídos sordos al gemido estrangulado que soltó Edward y siguió hablando:
— ¿Solo bien?
— No, no, estuvo genial. —Hizo una pausa—. Más que genial.
Sí, estaba perdiendo los papeles. Insistió.
— Me alegro. He estado pensando en nosotros y en cómo continuar a partir de ahora. Podemos olvidarnos de lo de anoche y no volver a acostarnos. Así las cosas serán menos complicadas, ¿vale?
Él asintió con la cabeza sin apartar la mirada de sus pechos.
— Vale.
— O podemos continuar.
— ¿Continuar?
— Acostándonos.
— Mmm.
— ¿Qué te parece?
— ¿El qué?
Bella se preguntó si se le habría frito el cerebro o si era verdad que la sangre abandonaba la cabeza de los hombres para concentrarse en otra parte. Una miradita de reojo confirmó sus sospechas. Su plan estaba funcionando a la perfección. Solo necesitaba que admitiera que quería seguir acostándose con ella para que todo lo demás se arreglara por sí solo.
— ¿Edward?
— ¿Sí?
— ¿Me vas a contestar o no?
— ¿Qué me has preguntado?
— Que si seguimos acostándonos hasta que se disuelva el matrimonio o volvemos a ser solo amigos.
— ¿Bella?
— ¿Sí?
— Yo voto por lo primero.
Bella pasó de estar disfrutando de esa lenta tortura a encontrarse bajo su cuerpo, aplastada contra el colchón, mientras la instaba a besarlo.
El beso fue un cálido saludo. Sus labios la devoraban mientras su lengua la atormentaba y bebía de su boca con ansia. Cuando Edward le frotó la cara, la áspera barba le irritó la piel. Transcurridos unos segundos, Edward acabó de apartar la sábana para acariciarla y excitarla, para aumentar la pasión con movimientos rápidos y eficaces que le arrancaron un gemido y la hicieron separar los muslos.
Edward extendió la mano hacia la mesilla de noche, pero ella lo detuvo.
— Tomo la píldora —le dijo—. Para regular mis ciclos.
Eso era lo que necesitaba saber. Edward se quitó los pantalones, le colocó las manos en los muslos y la penetró.
Bella jadeó, le clavó las uñas en los hombros y se aferró a él con fuerza.
Edward la castigó por haberlo atormentado, llevándola al borde del orgasmo para después apartarla cuando estaba a punto de alcanzarlo. Inclinó la cabeza para saborear sus pechos, le lamió los pezones y volvió a excitarla una vez más, solo para dejarla otra vez a las puertas. Bella movió la cabeza de un lado a otro, pero al final lo agarró de la cara y lo obligó a mirarla. Sintió la aspereza de su barba en las palmas de las manos.
— Ahora.
Edward se negó, con un férreo control que Bella detestaba y admiraba a la vez. Tenía una sonrisa muy sexy en la cara.
— Pídemelo por favor.
Ella soltó un taco cuando volvió a llevarla hasta la cima. La consumía un ansia enloquecedora y se juró no volver a utilizar truquitos de poder con su marido, porque su venganza era letal. Levantó las caderas con exigencia.
— Por favor.
Edward la penetró de golpe y la catapultó al orgasmo. Su cuerpo comenzó a estremecerse y se aferró a él con fuerza mientras Edward alcanzaba su propio orgasmo. Sin salir de ella, cayó sobre su cuerpo y apoyó la cabeza en la almohada, junto a la suya. En la habitación solo se escuchaban sus jadeos.
Bella cerró los ojos un momento. Los olores del sexo y del café se mezclaban, inundando sus sentidos. De repente, sintió una punzada de miedo. Había pasado una sola noche y su cuerpo lo acogía como si fuera su media naranja. Ella no era de las que mantenían encuentros sexuales sin ataduras. Era de las que se enamoraban hasta las cejas y soñaban con finales felices.
Sin embargo, no habría final de cuento de hadas con Edward Cullen. Se lo había dejado muy claro desde el principio. Necesitaba recordarse las limitaciones de Edward todos los días, sobre todo después del sexo. Necesitaba separar lo físico de lo emocional. Necesitaba proteger su corazón en una torre tan alta y tan fuerte de la que ni siquiera Rapunzel pudiera escapar. Necesitaba disfrutar de los orgasmos y de la amistad, y después marcharse.
Claro. Sin problemas.
Su corazón le gritó que era una mentirosa, pero no le hizo caso.
— Supongo que esto sella el trato —dijo.
Edward soltó una carcajada y le pasó un brazo por encima, un gesto que ella aprovechó para acurrucarse contra él.
— Creo que hemos tomado la decisión más lógica. Ahora tenemos algo más interesante que hacer que jugar al ajedrez o al póquer.
Le dio un tortazo juguetón en el brazo.
— No te vas a librar de nuestros torneos, guapo. Solo vamos a darle más vidilla a esta relación.
— ¿Cómo?
— ¿Has jugado alguna vez al strip póquer?
— Isabella, eres una mujer increíble.
— Lo sé.
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Hola chicas aquí estoy de nuevo!! Y bien chicas díganme que les ha parecido los capítulos, les ha gustado?
Bueno espero que si. :P
Y bueno, hice bien las cuentas, y no eran doce capítulos que les debía sino trece, pero contando que el jueves subí dos y hoy cinco. Ya vienen siendo siete capítulos, o sea que ya sólo me quedarían seis capítulos para completar la semana pasada y esta semana que no actualice. Así que mañana (sino completo los seis) subiría cuatro y el lunes dos. Aunque si les soy sincera ya estamos en la recta final de esta historia, y les confieso que soy muy mala para las cuentas, y puede como no, que salgan los seis capítulos. :P y miren que me gustan las matemáticas pero nunca he podido hacer una cuenta bien jejeje. Pero bueno eso ya es irrelevante. :D
Espero que les hayan gustado los capítulos. Nos vemos hasta mañana chicas.
Besos y Cuídense. ^_^
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