Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 65304
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 3:

Edward echó un vistazo a su alrededor, satisfecho con el resultado. Su sala de reuniones destilaba un aire profesional, y el ramo de flores frescas que su secretaria había colocado a modo de centro de mesa le confería un toque personal a la mullida moqueta de color vino tinto, a la reluciente madera de cerezo y a los sillones de cuero claro. Los contratos estaban situados con suma precisión, junto a una elegante bandeja de plata con té, café y una selección de pastas. Un ambiente formal, aunque amistoso. . . tal como quería que fuese el talante de su matrimonio.

Decidió olvidar el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que pensaba en volver a ver a Isabella Swan. Se preguntó cómo habría madurado. Las anécdotas que le había contado su hermana describían a una mujer impulsiva e imprudente. Al principio, pensó en rechazar la sugerencia de Rose: Isabella no encajaba en la imagen que él necesitaba. Los recuerdos de una niña de espíritu libre con una coleta al viento lo atormentaban con insistencia. Sin embargo, sabía que era la propietaria de una respetable librería. Aún pensaba en ella como en la compañera de juegos de Rose, aunque llevara años sin verla.

Pero se le acababa el tiempo.

Compartían vivencias de un pasado lejano y tenía el presentimiento de que Isabella era de fiar. Tal vez no encajara en su imagen de esposa perfecta, pero necesitaba el dinero. Deprisa. Rose no le había contado el motivo, pero sí le había asegurado que Bella estaba desesperada. Que necesitara dinero le resultaba cómodo, porque dejaba las cosas muy claras. Sin ambigüedades. Sin sueños de establecer una relación íntima entre ellos. Una transacción de negocios formal entre viejos amigos. Algo soportable para él.

Hizo ademán de pulsar el botón del interfono para hablar con su secretaria, pero la pesada puerta se abrió en ese preciso momento antes de cerrarse con un golpe seco.

Se volvió hacia la puerta.

Unos ojazos azules se clavaron en su cara sin apenas titubear y con una expresión tan clara que le indicó que esa mujer sería incapaz de ganar una partida de póquer: poseía una sinceridad brutal y jamás iría de farol. Aunque reconocía esos ojos, la edad había cambiado el color a una inquietante mezcla de aguamarina y zafiro. Su mente imaginó una imagen muy concreta: se vio sumergiéndose en el mar del Caribe para desentrañar sus misterios e imaginó un cielo azul tan inmenso como el que describía Sinatra en una de sus canciones, con un horizonte tan amplio que ningún hombre sabría dónde empezaba y dónde acababa.

Sus ojos contrastaban muchísimo con el negro azabache de su pelo, una melena rizada que le llegaba por debajo del hombro, cuyos tirabuzones le enmarcaban la cara con una rebeldía que parecía imposible de controlar. Los pómulos marcados destacaban su voluptuosa boca. Cuando eran pequeños solía preguntarle si le había picado una abeja y después se echaba a reír. Aunque al final la broma se había vuelto contra él. Esos labios eran el sueño erótico de cualquier hombre. . . y sin necesidad de implicar a las abejas. Más bien a la miel. A ser posible, miel cálida y suculenta sobre esos labios carnosos que podría lamer despacio. . .

«¡Joder!», pensó.

Controló sus pensamientos y terminó con la inspección. Recordó haberla torturado cuando descubrió que ya usaba sujetador. Como se desarrolló pronto, Bella se sintió muy avergonzada cuando él lo descubrió, de modo que utilizó esa información para hacerle daño. En ese momento, ya no le hacía gracia. Sus pechos eran tan voluptuosos como sus labios, y encajaban a la perfección con la curva de las caderas. Era alta, casi tanto como él. Su apabullante femineidad iba envuelta en un vestido rojo pasión que resaltaba su canalillo, le acariciaba las caderas y caía hasta el suelo. Las uñas pintadas de escarlata asomaban por las sandalias rojas. Bella se quedó quieta en la puerta, como si estuviera permitiendo que la admirase antes de decidirse a hablar.

Un poco desconcertado, Edward intentó recomponerse y se aferró a la profesionalidad para ocultar su reacción. Isabella Marie Swan había madurado muy bien. Quizá demasiado bien para su gusto. Pero eso tampoco tenía por qué decírselo.

La miró con la misma sonrisa neutral con la que miraría a cualquier socio comercial.

— Hola, Bella. Hace siglos que no nos vemos.

Ella le devolvió la sonrisa, si bien su mirada siguió siendo seria. Se agitó un poco y cerró los puños.

— Hola, Edward. ¿Cómo estás?

— Bien. Por favor, siéntate. ¿Quieres un café? ¿Té?

— Café, por favor.

— ¿Leche? ¿Azúcar?

— Leche. Gracias.

Bella se sentó con elegancia en el sillón acolchado, lo hizo girar para separarse del escritorio y cruzó las piernas. La sedosa tela roja subió un poco y le ofreció a Edward un atisbo de sus piernas, suaves y atléticas.

Edward se concentró en el café.

— ¿Un milhojas? ¿Un buñuelo de manzana? Son de la pastelería de enfrente.

— No, gracias.

— ¿Estás segura?

— Sí, sería incapaz de comerme uno solo. He aprendido a no ceder a la tentación.

La palabra «tentación» brotó de sus labios con una voz ronca y sensual que le acarició los oídos. Sintió un ramalazo de deseo en la entrepierna y se dio cuenta de que su voz también le había acariciado otras partes. Totalmente desconcertado por su reacción hacia una mujer con la que no quería tener contacto físico alguno, empezó a prepararle el café antes de sentarse frente a ella.

Se analizaron un momento, dejando que el silencio se prolongara. Ella le dio unos tironcitos a la delicada pulsera de oro que llevaba.

— Siento mucho lo de tu tío Aro.

— Gracias. ¿Te ha explicado Rose los pormenores?

— Todo el asunto parece una locura.

— Lo es. El tío Aro creía en la familia, y murió convencido de que yo nunca sentaría la cabeza. De modo que decidió que necesitaba que me dieran un buen empujón por mi propio bien.

— ¿No crees en el matrimonio?

Se encogió de hombros antes de contestar:

— El matrimonio es innecesario. El sueño de ese «para siempre» es un cuento chino. Los caballeros de brillante armadura y la monogamia no existen.

Ella se echó hacia atrás, sorprendida.

— ¿No crees en forjar un compromiso con otra persona?

— Los compromisos duran poco. Sí, la gente habla en serio cuando confiesa su amor y su devoción, pero el tiempo erosiona todo lo bueno y deja solo lo malo. ¿Conoces a alguien que esté felizmente casado?

Bella separó los labios, pero guardó silencio un instante.

— ¿Además de mis padres? Supongo que no. Pero eso no quiere decir que no haya parejas felices.

— Tal vez.

Su tono de voz contradecía esa posibilidad.

— Supongo que hay un montón de cosas en las que no estamos de acuerdo —comentó ella, que cambió de postura y volvió a cruzar las piernas—. Tendremos que pasar algo de tiempo juntos para ver si esto puede funcionar.

— No tenemos tiempo. La boda tiene que celebrarse antes de finales de la semana que viene. Da totalmente igual si nos llevamos bien o no. Es un matrimonio de conveniencia, nada más.

Ella entrecerró los ojos.

— Ya veo que sigues siendo el mismo chulo insoportable que se metía conmigo por el tamaño de mis pechos. Algunas cosas no cambian.

Él clavó la mirada en su canalillo.

— Supongo que tienes razón. Algunas cosas no cambian. Y otras siguen creciendo.

Bella se quedó sin aliento al escuchar la pulla, pero lo sorprendió al sonreír.

— Y otras cosas siguen igual de pequeñas.

Dirigió una mirada elocuente al bulto que él tenía en la entrepierna.

Edward estuvo a punto de espurrear el café, pero consiguió dejar la taza con una serena dignidad. Sintió una llamarada en el estómago al recordar el día que pasaron en la piscina cuando eran niños.

Acababa de burlarse de Bella por los cambios de su cuerpo cuando Rose se colocó detrás de él a hurtadillas y le bajó el bañador. Expuesto en todos los sentidos de la palabra, se marchó fingiendo que el asunto no lo había molestado lo más mínimo. Sin embargo, el recuerdo seguía aguijoneándolo como el momento más vergonzoso de su vida.

Señaló los documentos que ella tenía delante.

— Rose me ha dicho que necesitas una cantidad concreta de dinero. He dejado la cuantía abierta a la negociación.

Una extraña expresión apareció en la cara de Bella. Sus facciones se tensaron, aunque después recuperó la compostura.

— ¿Es el contrato?

Edward asintió con la cabeza.

— Imagino que querrás que lo repase tu abogado.

— No hace falta. Tengo un amigo abogado y como lo ayudé a estudiar para el examen que le permite ejercer se me quedaron muchas cosas. ¿Puedo verlo?

Edward deslizó los documentos por la brillante superficie de madera. Ella sacó del bolso unas gafas de leer de montura pequeña y negra, y se las puso. Tardó varios minutos en examinar el contrato, unos minutos que él aprovechó para analizarla. La fuerte atracción que sentía lo irritaba. Isabella no era su tipo. Era demasiado voluptuosa, demasiado directa, demasiado. . . real. Necesitaba la seguridad de saberse a salvo de cualquier arrebato emocional si ella no se salía con la suya. Aunque se enfadara, Kate siempre se comportaba con mesura. Bella lo acojonaba. Algo le decía que no sería fácil manejarla. Expresaba su opinión y exhibía sus emociones sin pensar. Semejantes reacciones provocaban situaciones de peligro, de caos y de desorden. Y eso era lo último que buscaba en un matrimonio.

Sin embargo. . . Confiaba en ella. Esos ojos azul zafiro tenían un brillo determinado y una expresión honesta. Su promesa tenía valor. Al cabo de un año, sabía que ella se alejaría sin mirar atrás y sin querer más dinero. La balanza se inclinó a su favor.

Una uña pintada de rojo cereza golpeaba con insistencia el margen de la página. Bella levantó la vista. Edward se preguntó por qué de repente parecía muy blanca cuando hacía un momento tenía un aspecto muy saludable y sonrosado.

— ¿Tienes una lista de requisitos?

Lo preguntó como si lo acusara de un crimen capital en vez de haber redactado una lista de pros y contras.

Carraspeó antes de contestar:

— Solo ciertas cualidades que me gustaría que tuviera mi mujer.

Bella abrió la boca para hablar, pero no le salieron las palabras. Era como si le costara encontrarlas.

— Quieres a una anfitriona, a una huérfana y a un robot en una sola persona. ¿Es eso?

Edward inspiró hondo.

— Estás exagerando. Que quiera casarme con alguien elegante y con cierto sentido empresarial no significa que sea un monstruo.

— Quieres a una mujer florero pero sin el sexo. ¿Es que no has aprendido nada de las mujeres desde que tenías catorce años?

— He aprendido muchas cosas. Por eso el tío Aro ha tenido que obligarme a entrar en una institución que favorece a las mujeres.

Bella soltó un grito ahogado.

— ¡Los hombres se benefician mucho del matrimonio!

— ¿De qué forma?

— Disfrutan de sexo habitual y de compañerismo.

— Después de seis meses comienzan los dolores de cabeza y las parejas se aburren el uno del otro.

— Contáis con alguien con quien envejecer.

— Los hombres no queremos envejecer. Por eso nos pasamos la vida buscando mujeres cada vez más jóvenes.

Isabella se quedó boquiabierta. De hecho, la cerró de golpe.

— Hijos. . . familia. . . alguien que te quiera en la salud y en la enfermedad.

— Alguien que se gaste tu dinero, que te dé la tabarra por las noches y que despotrique por tener que limpiar tus cosas.

— Estás enfermo.

— Y tú, loca.

Ella meneó la cabeza, de forma que sus sedosos rizos negros se agitaron en torno a su cara antes de recolocarse despacio. Volvía a tener las mejillas sonrosadas.

— Dios, tus padres te dejaron tocadísimo —masculló ella.

— Gracias, Freud.

— ¿Y si no encajo en todas las categorías?

— Ya lo solucionaremos.

Bella entrecerró los ojos de nuevo y se mordió el labio inferior. Edward recordó la primera vez que la besó, cuando tenía dieciséis años. Recordó cómo unió sus labios, recordó el estremecimiento que la recorrió. Recordó que le acarició los hombros desnudos. Recordó su olor fresco y limpio, a flores y a jabón, muy tentador. Después del beso, Bella lo miró rebosante de inocencia, belleza y pureza. A la espera del final feliz.

Y después sonrió y le dijo que lo quería. Que quería casarse con él. Debería haberle dado unas palmaditas en la cabeza, decirle algo agradable y alejarse. Sin embargo, el comentario sobre el matrimonio le resultó dulce y tentador, y también le resultó aterrador. A los dieciséis años, Edd ya sabía que ninguna relación sería bonita, que al final todas se estropeaban. Así que se echó a reír, le dijo que era una mocosa y la dejó sola en el bosque. La vulnerabilidad y el dolor que vio en su cara se le clavaron en el corazón, pero se blindó contra esa emoción. Cuanto antes aprendiera Isabella, mejor.

Aquel día se aseguró de que ambos aprendieran una dura lección.

Desterró el recuerdo y se concentró en el presente.

— ¿Por qué no me dices qué quieres conseguir con este matrimonio?

— Ciento cincuenta mil dólares. En efectivo. Por adelantado, no al final del año.

Se inclinó hacia ella, intrigado.

— Es un montón de pasta. ¿Deudas de juego?

Un muro invisible se erigió entre ellos.

— No.

— ¿Te has pasado con las compras?

La furia se reflejó en los ojos de Bella.

— No es asunto tuyo. Nuestro trato establece que no vas a hacerme preguntas acerca del dinero ni en qué pienso gastarlo.

— Mmm, ¿algo más?

— ¿Dónde vamos a vivir?

— En mi casa.

— No voy a renunciar a mi apartamento. Pagaré el alquiler como de costumbre.

La sorpresa se apoderó de él.

— Como mi mujer, vas a necesitar un fondo de armario en consonancia. Recibirás una mensualidad y tendrás acceso a mi asesor personal.

— Me pondré lo que quiera, cuando quiera, y pagaré mis cosas.

Edward contuvo una sonrisa al escucharla. Casi disfrutaba del enfrentamiento verbal, tal como hacía en los viejos tiempos.

— Serás la anfitriona de mis socios comerciales. Tengo un acuerdo importantísimo pendiente de un hilo, así que tendrás que congraciarte con las demás esposas.

— Soy capaz de comer sin apoyar los codos en la mesa y de reírme de los chistes tontos. Pero debo disponer de tiempo libre para seguir llevando mi negocio y para disfrutar de mi vida social.

— Por supuesto. Espero que sigas con tu estilo de vida individual como de costumbre.

— Siempre y cuando no te avergüence, ¿es eso?

— Exacto.

Bella comenzó a golpear el suelo con el dedo gordo del pie al ritmo que marcaban sus uñas en la mesa.

— Tengo algunos problemillas con esta lista.

— Soy una persona flexible.

— Mantengo una estrecha relación con mi familia y necesitaremos una razón de mucho peso para convencerlos de que he decidido casarme así de repente.

— Diles que hemos vuelto a vernos después de todos estos años y que hemos decidido casarnos.

Bella puso los ojos en blanco.

— No pueden enterarse de este acuerdo, así que tendremos que fingir que estamos locamente enamorados. Tendrás que venir a cenar a casa para hacer el anuncio oficial. Y tendrá que ser convincente.

Edward recordó que el padre de Bella los abandonó por culpa de su adicción al alcohol, que lo distanció de la familia.

— ¿Te sigues hablando con tu padre?

— Sí.

— Antes lo odiabas.

— Se ha reformado. Y decidí perdonarlo. De cualquier forma, mi hermano y mi cuñada, junto con mi sobrina y mis hermanas gemelas, viven con mis padres. Harán un millón de preguntas, así que tendrás que ser persuasivo.

Frunció el ceño al escucharla.

— No me gustan las complicaciones.

— Pues lo siento, pero esto forma parte del trato.

Edward supuso que podría concederle esa pequeña victoria.

— Vale. ¿Algo más?

— Sí. Quiero una boda de verdad.

Entrecerró los ojos antes de replicar:

— Yo había planeado una boda en el juzgado.

— Yo pensaba en un vestido blanco, una boda en el exterior, con mi familia y con Rose como dama de honor.

— No me gustan las bodas.

— Sí, ya lo has dicho. Mi familia nunca se creerá que nos hemos fugado para casarnos. Tenemos que hacerlo por ellos.

— Isabella, me caso contigo por motivos empresariales. No por tu familia.

Ella levantó la barbilla. Edward decidió que debía recordar el gesto. Parecía una advertencia previa a la batalla.

— Créeme, a mí tampoco me hace gracia este asunto; pero, si queremos que los demás piensen que esto es de verdad, debemos interpretar un papel.

Edward compuso un gesto tenso, pero al final asintió con la cabeza.

— De acuerdo. —Su voz destilaba sarcasmo—. ¿Algo más?

Bella parecía un poco nerviosa mientras lo miraba de reojo, pero después se puso en pie y comenzó a andar de un lado para otro. En cuanto Edward clavó los ojos en ese perfecto trasero, que se movía de un lado para otro, sintió una incómoda erección.

Su último pensamiento racional pasó por delante de sus ojos: «Levántate de la mesa, deja el juego y sal por esa puerta. Esta mujer te va a poner la vida patas arriba; te va a poner el mundo del revés. Y siempre has aborrecido los parques de atracciones».

Edward luchó contra el pánico que lo había asaltado de repente y esperó su respuesta.

 

_________________________________________

Hola chicas!! Como han estado?

Yo muy bien. :) Y aquí les traigo otra historia, espero les haya gustado los primeros capítulos, por fin después de pensarlo tanto lo subí ya me estaba echando para atrás sinceramente, y ya estaba a un pelito de avisarles que después de todo ya no iba a subir otra historia. Pero gracias a que mi hermana me animo, lo subí. ^_^

Espero les haya gustado.

Espero sus comentarios para saber que les ha parecido ^^;

Mattu2014: qué bueno que te hayan gustado las imágenes que subí, y por ningún motivo te iba a dejar sin respuesta ante la petición que hiciste, ^^ Así que una tarde me puse a ello, no te voy a mentir me costo encontrar las imágenes que yo quería, quería que en si las imágenes fueran las adecuadas, y como dije unas me gustaban mas que otras. Fue una difícil decisión sinceramente. Hasta que por fin encontré las adecuadas. Pero lo que más trabajo me costó, bueno no me costó, ya tenía una idea de como iba a subir las imágenes. Pero no las subía, y sinceramente ya me estaba frustrando de que no las subiera. Y ahí me tenía esperando a que la pagina los subiera, para que al final me saliera con que “se ha producido un error” eso sinceramente me frustró. Hasta que por fin le encontré el modo y me subió las imágenes.                            Te prometo que dije: por fin!! Pero ya me iba a rendir y ya no las iba a subir, pero tenía que salir mi necedad a flote y decir: las subes o las subes. No sé porque pero nunca me ha gustado dejar las cosas a medias o sin terminar. Y siempre busco algún modo de que funcione lo que hago, como aquí, de que no las subía hasta que por fin. Pero bueno lo importante es que las subí. ^_^        

 

Bueno chicas me despido. Nos vemos hasta mañana!! (seguro) Besos y Cuídense. ^_^        

Capítulo 2: Capitulo 1 Capítulo 4:

 
14672365 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10908 usuarios