Hola chicas!! Lo prometido es deuda, aquí les dejo los cinco capítulos que prometí. Espero les guste. Nos leemos más abajo. :D
Bella no estaba dispuesta a esperar a que él se explicara. Estaba convencida de que ya tenía una larga lista de excusas en la punta de la lengua. Se había cabreado y había perdido el control. La falta de sueño lo había instado a besarla y a mandar al cuerno las consecuencias. Después de que la policía apareciera de repente, cayendo sobre él como un jarro de agua fría, seguro que había reflexionado al respecto y había decidido que a ninguno de los dos le convenía echar un polvo.
Al fin y al cabo, eso era lo acordado. Al fin y al cabo, era un matrimonio de conveniencia. Al fin y al cabo, no era real.
La neblina sexual se había evaporado, y la había dejado con un dolor sordo y molesto. El policía era el Destino. La Madre Tierra por fin le había echado una mano para ayudarla.
— Bella. . .
— No.
Levantó una mano y Edward guardó silencio, a la espera.
Bella supo en ese momento que las emociones que le provocaba Edward Cullen eran muy peligrosas. Eran sentimientos reales y complicados. Se enfrentó a la verdad como si fuera una cucharada de jarabe amargo y asumió los hechos con entereza. Si se acostaba con él, las cosas se complicarían mucho para ella, pero para Edward todo seguiría igual. Ella se enamoraría y él se lo pasaría en grande. Ella acabaría con el corazón destrozado después del año de convivencia y él se largaría sin mirar atrás.
Sin embargo, reparó en otro detalle que le golpeó la cabeza como si fuera un ladrillazo.
Si Edward se lo pedía, se acostaría con él.
Estuvo a punto de estremecerse por la vergüenza. Cuando él la tocaba, era incapaz de controlarse porque se le revolucionaban las hormonas. Ni siquiera podía prometer que no fuera a claudicar en el futuro. Sin embargo, había algo que tenía muy claro: solo se acostaría con su marido si él se lo suplicaba. Quería verlo loco de deseo por ella, tan excitado y cachondo que una simple caricia lo hiciera perder el control. Como había sucedido esa noche. No quería que se escudara tras excusas como el genio, la falta de sueño o el alcohol. Quería que el sexo con él fuera fabuloso, natural y apasionado, que Edward tuviera las ideas claras y la mente puesta en ella. No en Kate. No en el fin del celibato.
Quería que la deseara solo a ella.
Esa sería la gota que colmaría el vaso para ella. Porque esa noche tenía claro que Edward no estaba convencido de querer meterse en la cama con su mujer.
Se felicitó por ser tan lógica como él. Si no podían echar un polvo, tendría que seguir alejándolo de ella, caminando por la delgada línea que separaba la amistad del deseo. Ya estaba cansada de luchar. De modo que decidió ser honesta, más o menos. Al fin y al cabo, nada como endulzar la medicina para que entrara mejor.
— Edward, lo siento. —Se enderezó y usó la dignidad como si fuera una capa envolvente—. Me equivoqué al esconderte la presencia de todos los perros. Lo limpiaré todo y los llevaré de vuelta al refugio por la mañana. Si alguna vez necesitan de nuevo mi ayuda, te lo diré y estoy segura de que podremos arreglarlo.
— Bella. . .
Ella lo interrumpió, ya que no quería detenerse.
— Y sobre lo que ha pasado entre nosotros, tranquilo. Yo también me dejé llevar por el momento, como tú, y tengo entendido que de la ira a la pasión solo hay un paso. Además, seamos sinceros, los dos estamos frustrados en el terreno sexual. Es normal que pasen estas cosas. Y no quiero hablar del tema. Estoy harta de analizar nuestro matrimonio de conveniencia. Solo nos une el dinero, así que tenemos que ceñirnos al contrato. ¿Vale?
Edward se esforzó por mantener la compostura mientras escuchaba el sermón de su mujer. El hormigueo que sentía en la espalda le dejó claro que Bella estaba ocultando muchas cosas. Sabía que las tornas podían cambiar por completo si se desmarcaba aunque solo fuera un paso del camino de la lógica.
Apartó sus pensamientos y la miró. A medida que pasaban los días le parecía cada vez más guapa. Sus ojos, su sonrisa y su corazón irradiaban luz. Sus conversaciones abrían puertas que hasta entonces él había pensado que estaban cerradas, y el resultado era una extraña marea emocional con la que no se sentía cómodo. Con la que jamás se sentiría cómodo. Isabella era una mujer que necesitaba una relación estable. Joder, se merecía una relación estable. Y él solo podía ofrecerle sexo y amistad. No amor.
Había tomado esa decisión hacía ya muchos años. De lo contrario, el coste sería demasiado grande.
Así que fue testigo, con una mezcla de emociones y bastante arrepentimiento, del momento en el que el frágil vínculo que los unía se rompió de nuevo.
Se obligó a asentir con la cabeza y a esbozar una sonrisa.
— Disculpas y explicación aceptadas. Se acabaron los análisis.
Ella le devolvió la sonrisa, pero mantuvo una expresión distante.
— Me alegro. ¿Por qué no subes mientras yo limpio todo esto?
— Te ayudaré.
— Prefiero hacerlo sola.
Edward caminó hasta la escalera y se fijó en el sabueso acurrucado en el rincón. Era muy alargado, tenía el pelaje amarillento y una cara feísima. En sus ojos descubrió el reflejo de su propio pasado: mucho dolor y soledad. Tenía el pelo enredado y no meneaba el rabo, que descansaba en el suelo. Definitivamente, era un solitario, como un niño grande en un orfanato, rodeado de bebés monísimos. Seguramente lo habían pillado intentando robar comida. Seguramente no tenía familia, ni hijos, ni amigos. El perro se mantuvo inmóvil al pie de la escalinata y lo siguió con la mirada mientras él subía.
Recordó el verano que encontró un perro abandonado en el bosque. Estaba famélico, con el pelo sucio y sin brillo, y una mirada desesperada. Lo llevó a casa y le dio agua y comida. Al final, sus cuidados le devolvieron la salud y así se ganó su amistad.
Durante un tiempo logró mantenerlo escondido de su madre, ya que la casa era muy grande, y el ama de llaves le prometió guardar el secreto. Hasta que un día volvió a casa y, cuando fue a buscarlo, descubrió que su padre había vuelto de su viaje a las islas Caimán. Supo de inmediato que el perro había desaparecido. Al enfrentarse a su padre, Carlisle Cullen se echó a reír y le dio un empujón.
— Chaval, en esta casa no se admiten perdedores. Ahora bien, si quieres un perro de verdad, como un pastor alemán. . . Ese chucho no servía para nada y encima se ha cagado dentro de casa. Me he deshecho de él.
Su padre se marchó y Edward aprendió de nuevo la lección. No debía crear lazos sentimentales jamás. Se pasó años pensando todos los días en ese perro. Al final, encerró su recuerdo en un lugar donde no volviera a molestarlo.
Hasta ese momento.
Edward titubeó por segunda vez esa noche, ya que ansiaba arriesgarse, pero temía demasiado las posibles consecuencias. El corazón le latía rebosante de anhelo, intranquilidad y confusión. Sin embargo, siguió subiendo y les dio la espalda a su esposa y al perro al cerrar la puerta de su dormitorio.
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