Hola chicas, cómo están!? Aquí les dejo el capítulo de hoy, un poco tarde pero seguro. ^_^
Espero les guste ^^;
Nos vemos hasta mañana!! Besos y Cuídense. ^_^
Bella estaba sentada a la mesa, enfrente de sus padres. El alivio y la alegría hacían que le temblaran las manos al deslizar el cheque por la usada mesa de cocina, cubierta por un alegre mantel de vinilo con soles amarillos.
— Edward y yo queremos daros esto para pagar la hipoteca —anunció—. No vamos a aceptar ni discusiones ni protestas. Hemos hablado del tema largo y tendido, y somos afortunados de tener muchísimo dinero. Queremos compartirlo. Significa mucho para nosotros, así que os pido que aceptéis nuestro regalo.
Sus expresiones asombradas hicieron que se le llenaran los ojos de lágrimas. ¿Cuántas noches se había pasado en vela, sintiéndose culpable por no poder ayudar a sus padres a salir de su difícil situación económica? Como primogénita, detestaba sentirse tan impotente. La decisión de lidiar con Edward y con sus incipientes emociones merecía la pena. La certeza de que su familia estaría a salvo aliviaba el terrible dolor con el que llevaba cargando desde que su padre sufrió el infarto.
— Pero ¿cómo podéis permitíroslo? —Renée se llevó una mano temblorosa a los labios mientras Charlie la abrazaba—. Edward no debería considerarnos una carga. Estáis recién casados, tenéis sueños. Para tu librería. Sueños de una familia con muchos hijos. No deberías ocuparte de nosotros, Isabella. Nosotros somos tus padres.
Charlie asintió con la cabeza.
— Ya había tomado la decisión de buscar otro trabajo. No necesitamos el dinero.
Bella suspiró al enfrentarse a la terquedad de sus padres.
— Escuchadme bien: Edward y yo tenemos dinero de sobra, y esto es importante para nosotros. Papá, otro trabajo es inviable en tu situación, a menos que quieras morirte. Ya sabes lo que te dijo el médico. —Se inclinó hacia ellos—. Esto os permitirá liberar la casa de cargas y podréis concentraros en pagar otras facturas. Podréis ahorrar para la universidad de Angie y de Maggs. Podréis ayudar a Derek a pagar el último año de Medicina. No os estamos dando dinero para que os jubiléis, de verdad, solo lo justo para facilitaros las cosas.
Sus padres se miraron.
La esperanza brillaba en los ojos de su madre mientras aferraba el cheque. Bella los empujó un poco más para obligarlos a dar el paso decisivo.
— Edward no ha querido venir conmigo hoy. El dinero tiene solo una condición: no quiere oír hablar más del tema.
Renée jadeó.
— Pero tengo que agradecérselo —dijo—. Debe saber lo mucho que apreciamos el gesto. . . hasta qué punto nos ha cambiado la vida.
Bella tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
— A Edward no le van los arranques emocionales. Cuando hablamos del tema, insistió en que no quería que se volviera a mencionar.
Charlie frunció el ceño.
— ¿No quiere aceptar un simple agradecimiento? Al fin y al cabo, si no fuera por mí, no estaríamos metidos en este follón.
— Cualquiera puede enfermar, papá —susurró.
El dolor del pasado se reflejó en la cara de su padre.
— Pero me marché.
— Y volviste. —Renée le cogió la mano y sonrió—. Volviste con nosotros y arreglaste las cosas. Todo eso es agua pasada. —Su madre se irguió en la silla, con los ojos rebosantes de emoción—. Vamos a aceptar el cheque, Isabella. Y no le diremos ni media palabra a Edward. Siempre que nos prometas que vas a volver a casa y que le dirás que es nuestro ángel. —Se le quebró la voz—. Estoy muy orgullosa de que seas mi hija.
Bella la abrazó. Después de charlar durante varios minutos más, les dio un beso y salió de la casa. Esa noche tocaba poesía en Locos por los Libros y no podía llegar tarde. Arrancó su destartalado Volkswagen Escarabajo y puso rumbo a la librería mientras la cabeza le daba vueltas.
Era triste tener que recurrir a una farsa para conseguir el dinero, pero también era necesario. Jamás le hablaría a Edward de la precaria situación económica de sus padres. Se estremecía solo de imaginar que Edward le tiraba unos cuantos fajos de billetes como si el dinero lo pudiera solucionar todo. Su orgullo era importante, al igual que el de sus padres. Ellos resolvían sus propios problemas. Tenía la sensación de que Edward Cullen creía que el dinero suplía a las emociones, una lección que sus padres le habían impartido todos los días durante su infancia. Se estremeció al pensarlo.
No, se las apañaría para hacerlo sola.
Recuperó la compostura y se dirigió al trabajo.
Bella echó un vistazo por Locos por los Libros con expresión satisfecha. Las veladas poéticas atraían a mucha gente, y todos compraban libros. Todos los viernes por la noche transformaba la parte trasera de la librería en un escenario. La música ambiente flotaba entre los pasillos poco iluminados. Varios sillones verde manzana y algunas mesitas destartaladas salían del almacén y se colocaban formando un círculo. El público estaba conformado por una agradable mezcla de intelectuales, algunos muy formales, y otras personas que solo querían pasar una noche divertida. Llevó el micrófono hasta el pequeño escenario y miró de nuevo el reloj. Faltaban cinco minutos. ¿Dónde estabaRose?
Vio que la gente comenzaba a tomar asiento, protestando por la ausencia de café y discutiendo sobre estrofas, simbolismos y emoción desbordada. La puerta se abrió justo a tiempo, dejando pasar aRose junto con una ráfaga de aire fresco.
— ¿Alguien quiere una taza de café?
Bella se acercó a ella corriendo y cogió dos tazas humeantes de moca.
— Gracias a Dios. Si no les sirviera cafeína, leerían los poemas en el Starbucks de la esquina.
Rose soltó la bandeja de cartón y presentó las tazas. Su pelo de color canela le acarició la barbilla al menear la cabeza.
— Bells, estás tonta. ¿Sabes la cantidad de pasta que te gastas en café para que estos artistas puedan leer sus poemas delante de los demás? Que se lo paguen ellos mismos.
— Necesito los ingresos. Hasta que encuentre la manera de que me concedan el préstamo para ampliar el negocio, necesito darles cafeína.
— Pídeselo a Edward. Técnicamente es tu marido.
Bella le lanzó una mirada elocuente.
— No, no quiero que se meta en mis asuntos. Me prometiste que no le dirías nada.
Rose levantó las manos.
— ¿Qué pasa? Edward sabe que ibas a pagar el préstamo.
— Quiero hacerlo yo sola. Ya he cobrado el pago, ese era el trato. Nada más. Ni que fuera un matrimonio de verdad.
— ¿Les has dado el dinero a tus padres?
Bella sonrió.
— Solo por eso casi merece la pena soportar la compañía de tu hermano.
— Sigo sin entenderlo. ¿Por qué no le cuentas a Edward la verdad acerca del dinero? Es un incordio, sí, pero tiene buen corazón. ¿A qué estás jugando, cariño?
Bella se dio media vuelta, ya que temía mirar a su amiga. Nunca había sabido mentir. ¿Cómo podía decirle a Rose que su hermano la ponía muchísimo y que necesitaba todas las barreras que pudiera reunir para mantener las distancias? Si él la creía una avariciosa y una egoísta, tal vez la dejara en paz.
Rose la observó con detenimiento. De repente, se le encendió la bombilla y esos ojos verdes se abrieron de par en par.
— ¿Os traéis algo más entre manos? Porque no te sentirás atraída por él, ¿verdad?
Bella se obligó a reír.
— Detesto a tu hermano.
— Mientes. Siempre he sabido cuándo mientes. Quieres acostarte con él, ¿a que sí? ¡Uf!
Bella cogió la última taza de café.
— Se ha acabado la conversación. No me atrae tu hermano y yo no lo atraigo a él.
Rose la siguió pegada a sus talones.
— Vale, ahora que se me han pasado las arcadas de pensarlo, hablemos del tema. Es tu marido, ¿no? Bien podrías acostarte con alguien durante este año.
Bella subió al escenario. Todos los ojos estaban clavados en ella.
«Hablar de sexo llama la atención de todo el mundo, está claro», pensó ella.
Pasó de su amiga e hizo las presentaciones de rigor para esa noche.
Cuando subió al escenario el primer poeta, ella se apartó y se acomodó en su sillón. Cogió su bloc de notas por si necesitaba apuntar alguna repentina inspiración y dejó su mente en blanco para centrarse en la lectura.
Rose se arrodilló a su lado y le susurró:
— Creo que deberías acostarte con él.
Bella suspiró, hastiada.
— Déjame en paz.
— Lo digo en serio. Después de analizarlo, creo que es perfecto. De todas maneras, los dos tenéis que ser fieles, así que sabrás que no se está acostando con otra. Podrás hartarte de hacerlo con él y después de un año te largas y punto. Sin malos rollos. Sin complicaciones.
Se movió, inquieta. No porque le avergonzara la sugerencia de Rose. No, era por todo lo contrario. La posibilidad la intrigaba. Por las noches daba vueltas en la cama imaginándolo en la habitación del fondo del pasillo. Su cuerpo fuerte y desnudo tendido en la cama, esperándola. Sus hormonas se revolucionaron al pensarlo. Joder, a ese paso acabaría en un manicomio al terminar el año.
Causa: el celibato.
Rose chasqueó los dedos delante de su cara y Bella salió de sus ensoñaciones.
— Otra vez se te ha ido el santo al cielo. ¿Viene Edward esta noche?
— Claro, a tu hermano le encanta pasar así un viernes por la noche. Seguramente prefiera un empaste dental y un examen de próstata.
— ¿Cómo os va? Aparte de la atracción física.
— Bien.
Rose puso los ojos en blanco.
— Mientes otra vez. No vas a contármelo, ¿verdad?
Bella se percató de que se lo había confesado todo a Rose salvo una cosa: la primera vez que Edward la besó. En aquel momento descubrió que lo quería. La amistad se había convertido en rivalidad y después había dado paso a un enamoramiento infantil. Aquel primer beso alteró tanto sus emociones que las confundió con el amor. Su corazón latía por él, lleno de alegría ante la posibilidad de estar juntos, de modo que pronunció aquellas palabras bajo los árboles.
«Te quiero», le dijo.
Después esperó que la besara de nuevo. En cambio, se apartó de ella y se rió. Le dijo que era una niña y se largó.
En aquel momento aprendió lo que era el amor no correspondido. Con catorce años. En el bosque, con Edward Cullen.
No tenía pensado repetir la experiencia.
Desterró aquel recuerdo y decidió ocultarle a Rose otra cosa más.
— No hay nada entre nosotros —le aseguró ella—. ¿Me dejas que escuche el siguiente poema en paz, por favor?
— No creo que esta noche vayas a encontrar mucha paz, cariño.
— ¿Qué quieres decir?
— Edward está aquí. Tu marido. El tío que no te atrae.
Bella volvió la cabeza y vio horrorizada la figura que había en la puerta. Saltaba a la vista que Edward estaba fuera de su elemento, pero irradiaba tanta confianza y su presencia resultaba tan sobrecogedora y masculina, que se quedó sin aliento al comprender que ese hombre era capaz de encajar en cualquier parte. Y eso que ni siquiera iba de negro.
Los hombres que usaban trajes de diseñador dejaban que la tela los controlara. Edward llevaba los vaqueros Calvin Klein como si fuera desnudo. La tela se amoldaba a sus muslos y a sus caderas como si se plegara a su voluntad. Proyectaba la imagen de un hombre que se conocía bien. . . y a quien le importaba una mierda la opinión de los demás.
Había elegido un jersey de color tostado de punto grueso que resaltaba la anchura de su torso y de sus hombros. Sin duda de Ralph Lauren. Las botas eran unas Timberland.
Esperó mientras Edward recorría la estancia con la mirada, que tras pasar sobre ella, se detuvo y regresó despacio.
La miró a los ojos.
Bella detestaba los tópicos, pero sobre todo detestaba estar convirtiéndose en uno. Sin embargo, el corazón se le desbocó, empezaron a sudarle las palmas de las manos y su estómago parecía sufrir los estragos de una montaña rusa gigantesca. Su cuerpo cobró vida mientras deseaba que se acercara a ella y le prometía sumisión total. Si Edward le decía que volviera a casa, que se metiera en la cama y que lo esperase, estaba convencida de que cumpliría sus órdenes.
Esa falta de voluntad la sacaba de quicio, pero su naturaleza sincera la obligaba a admitir que lo haría de todas maneras.
— Ya veo. No hay ni pizca de atracción entre vosotros.
Las palabras deRose rompieron el extraño hechizo y permitieron que Bella recobrara la compostura. Había invitado a Edward a la velada poética porque no había visto su librería. Él había rechazado la invitación con tacto, aduciendo que tenía trabajo pendiente, cosa que no la había sorprendido. Una vez más se recordó que procedían de mundos distintos y que Edward no tenía deseos de visitar el suyo. Según se acercaba a ella, Bella se preguntó por qué habría cambiado de opinión.
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