Edward mantuvo la vista clavada en la escalinata. El vacío palpitaba en su interior y no sabía por qué. Se sirvió el resto del vino en la copa, ajustó el volumen de la música y se acomodó en el sofá. La música lo envolvió y lo relajó.
El error que había estado a punto de cometer lo torturaba. De no ser por la aparición de Kate, Bella estaría en su cama. Y adiós al matrimonio sin complicaciones.
«Imbécil», se dijo.
¿Desde cuándo permitía que el deseo por una mujer trastocara sus planes? Ni siquiera cuando rondaba a Kate antes de que su relación se volviera más íntima le preocupaba el resultado. Su objetivo era claro y necesario. Sin embargo, eso no había bastado para detenerlo después de saborear a IsabellaSwan. Una mujer que destruía su mente, lo hacía reír y lo tentaba con las delicias de su cuerpo sin la menor manipulación. Era distinta de todas las mujeres que había conocido a lo largo de su vida y quería seguir manteniéndola en la categoría de amiga. Era la mejor amiga de su hermana. Quería reírse al recordar su pasado en común y vivir en armonía durante el año estipulado antes de decirle adiós con cordialidad.
Y durante la primera noche había estado a punto de arrancarle la sudadera.
Apuró el vino y apagó la música. Ya lo solucionaría. Bella había admitido que solo quería un cuerpo dispuesto en la cama. Era obvio que no se sentía atraída por él. Posiblemente había bebido demasiado vino y había acabado atrapada en la fantasía de la boda. Tal como había admitido. Solo quería el dinero, pero echaba de menos el sexo.
Su testaruda mente insistía en decirle que Bella no podía reaccionar de esa forma tan apasionada con todos los hombres que la tocaban. Sin embargo, decidió hacer caso omiso de las señales de advertencia, abandonó el sofá y subió para acostarse en su propia cama.
* * * *
Bella echó un vistazo a la multitud y deseó estar de vuelta en Locos por los Libros, celebrando su lectura semanal de poesía. La cena a la que asistían esa noche era clave para el futuro profesional de Edward. Sabía que entre los invitados se encontraban muchas personas importantes y Edward debía causar una buena impresión si quería que tuvieran en cuenta su proyecto.
Tras entregarle el abrigo a la encargada del guardarropa, dejó que Edward la acompañara hasta el atestado salón de baile.
— Supongo que has trazado un plan de ataque, ¿verdad? —le preguntó—. ¿Quiénes son las dos personas en las que deberías concentrarte?
Edward caminaba hacia una espesa nube de humo de tabaco. Un reducido círculo de ejecutivos con aspecto conservador rodeaba a un hombre vestido de forma impecable, con un traje gris y una corbata de seda.
— Hyoshi Komo va a construir el restaurante japonés. Su voto es crucial para lograr un tercer socio en el plan de desarrollo del río.
— Bueno, y ¿por qué no te acercas para hablar con él?
Bella tomó una tartaleta de salmón de la bandeja que llevaba un camarero ataviado con un esmoquin, y después cogió una copa de champán de la bandeja de otro.
— Porque no quiero formar parte del grupo. Mi plan es diferente.
Bella bebió un trago de burbujeante champán y suspiró, encantada.
— No te emborraches —le advirtió él.
Ella resopló.
— No sabía que los maridos fueran tan controladores. Vale, ¿quién es el hombre al que debes impresionar en última instancia?
En ese momento la expresión de Edward se volvió calculadora.
— El conde EmmettMcCarty. Es el dueño de una exitosa cadena de pastelerías en Italia y ha decidido expandir su negocio en Estados Unidos. Quiere abrir la primera tienda aquí, en el proyecto del río.
Al ver que Bella apenas le prestaba atención porque estaba concentrada en las tartaletas de cangrejo que tenía al lado, Edward resopló, cogió dos y se las puso en un plato.
— Come —le dijo.
— Vale.
Bella claudicó, sin protestar siquiera por la orden. Se metió la primera tartaleta en la boca y gimió, encantada. Edward frunció el ceño y en ese momento ella comprendió que por su culpa estaba muy gruñón. Otra vez. Le estaba mirando los labios como si él también quisiera comerse una tartaleta de cangrejo.
— Bella, ¿me estás escuchando?
— Sí. Emmett McCarty Una pastelería. Supongo que quieres que circule entre los invitados para cantar tus alabanzas, ¿no?
Edward esbozó una sonrisa tensa.
— De momento voy a concentrarme en Hyoshi. ¿Qué te parece si mantienes los ojos abiertos y buscas al conde? Es alto, con acento italiano, y de pelo y ojos oscuros. A ver si consigues trabar conversación con él. Así no te aburrirás.
En la mente de Bella resonó una lejana campana a modo de alarma, pero apenas le prestó atención ya que estaba más interesada en los deliciosos aperitivos.
— ¿Quieres que hable con él?
Edward se encogió de hombros, si bien fue un movimiento muy estudiado.
— Vale. Sé amable. Si descubres algo interesante, dímelo.
De repente, Bella sintió un escalofrío en la espalda al comprender exactamente lo que Edward esperaba de ella.
— ¿Quieres que espíe para ti?
Cuando contestó, Edward lo hizo con un deje impaciente en la voz.
— No seas ridícula. Tú relájate y limítate a disfrutar de la fiesta.
— Para ti es fácil decirlo. No llevas las tetas al aire.
Edward carraspeó y cambió de postura.
— No te hubieras puesto el vestido si te resulta tan incómodo.
Sus palabras la pusieron tensa.
— Me lo ha prestado Rose. Yo no tengo vestidos caros.
— Podrías haberme pedido el dinero para comprarte uno.
— No necesito tu dinero.
— No sé por qué, pero lo dudo mucho. Me parece que no firmaste nuestro acuerdo por altruismo. Deberías aprovechar las circunstancias y pillar todo lo que puedas.
Entre ellos se produjo un breve silencio. Bella creyó congelarse de frío.
— Tienes razón. He sido una imbécil. La próxima vez arramblaré con todo lo que haya en Macy’s y te enviaré la factura. —Dio media vuelta y meneó la cabeza—. Después de todo, el único beneficio que obtendré de este matrimonio será tu dinero.
Con esas palabras le dio la espalda y se alejó.
«Capullo», pensó.
Se colocó junto a la cristalera por la que se accedía al balcón y cogió una segunda copa de champán. Edward Cullen pertenecía a ese mundo. Un mundo lleno de dinero, supermodelos y conversaciones refinadas. Entre el humo de los puros reconoció las notas de Shalimar y de Obsession. Allá donde miraba veía sedas y satenes, casi todos negros o de colores neutros. Tonos discretos a fin de lucir mejor los diamantes, las perlas y los zafiros, todos genuinos, claro estaba. Todo el mundo estaba moreno y apostaría lo que fuera a que nadie llevaba autobronceador.
Suspiró hondo. Se había vestido con esmero para la fiesta y había bajado la escalinata conteniendo la respiración a la espera de conocer la opinión de Edward. Hasta ella sabía que estaba estupenda con el vestido de Rose. Sin embargo, la idea de querer complacerlo le resultaba irritante.
Edward la había mirado de arriba abajo. Pero en vez de dedicarle un piropo, había rezongado algo sobre su elección de vestuario antes de alejarse. Ni siquiera la ayudó a ponerse el abrigo ni volvió a mirarla hasta que estuvieron en la fiesta. Se sentía dolida, pero se reprendió por tonta. Decidió componer una expresión serena y hacer como que se vestía de esa forma todos los sábados por la noche.
Sin embargo, mientras Edward le contaba sus planes acerca del proyecto del río, se había percatado de la emoción de su mirada, y su cuerpo reaccionó al instante.
Pasión. Un deseo feroz iluminaba esos ojos azules. Fantaseó con la idea de convertirse en la mujer que le provocara esas emociones. Pero de repente recordó que Edward solo sentía dichas emociones por sus edificios. Jamás por las mujeres.
Y jamás por ella.
Inspiró hondo y apuró el champán. Acto seguido, pasó por las cristaleras dobles de la terraza y se acercó a un grupo de mujeres que parecían estar hablando de una estatua. En cuestión de segundos logró unirse a ellas, se llevaron a cabo las presentaciones y se lanzó de cabeza a la vorágine de la cháchara social.
Edward la observó pasear por la estancia y masculló una palabrota. Joder, otra vez había metido la pata. Debería haberla halagado por lo guapa que estaba con el dichoso vestido. Sin embargo, no estaba preparado para lo que vio cuando Bella bajó la escalinata, arreglada para la fiesta.
El vestido de color azul eléctrico tenía un gran escote y dejaba parte de sus hombros al aire. El bajo rozaba el suelo y la tela, drapeada con maravillosos pliegues y con un brillo metalizado gracias al entramado de los hilos, tenía una caída espectacular. Llevaba sandalias plateadas de tiras que dejaban a la vista las uñas de su pies, pintadas de rosa chillón, si bien el vestido las ocultaba al caminar. Se había recogido el pelo en la coronilla, aunque había dejado algunos tirabuzones sueltos junto a las orejas y por la nuca. Se había pintado los labios de rojo. Cuando parpadeaba, la luz le arrancaba destellos a la sombra de ojos metalizada que se había aplicado. Estaba segurísimo de que todos los hombres presentes estaban pendientes de ella.
Había estado a punto de ordenarle que se cambiara de ropa. La mujer con la que se había casado carecía de la gélida sofisticación que se sabía capaz de controlar. Al contrario, era una Eva voluptuosa que invitaba a un hombre al infierno y que convertía una manzana envenenada en el más delicioso de los manjares. Sin embargo, se limitó a mascullar algo por lo bajo antes de darle la espalda. En aquel momento se preguntó si lo que había vislumbrado en sus ojos era una expresión dolida; pero, cuando la miró de nuevo, descubrió a la mujer problemática y sarcástica con la que se había casado.
La ira lo inundó de repente al pensar en la facilidad que tenía Bella para lograr que se sintiera fatal. En realidad, no le había dicho nada malo. Se había casado con él por dinero y lo había admitido abiertamente. ¿Por qué tenía que fingir y hacerse la víctima inocente de ese lío?
Se obligó a alejar a su mujer de sus pensamientos y se concentró en el grupo de ejecutivos que rodeaba a Hyoshi Komo. Edward tenía muy claro lo que debía provocarle al japonés para asegurarse su apoyo.
Emoción.
Si lograba emocionar a Hyoshi Komo, conseguiría el contrato.
La pieza final del rompecabezas era EmmettMcCarty. El famoso conde era muy conocido en el ambiente empresarial por su simpatía, su dinero y su inteligencia. Creía en la pasión, no en la precisión, y su comportamiento era diametralmente opuesto al de los otros dos socios. Edward esperaba que una alegre conversación con su mujer ayudara a limar ciertas asperezas, sobre todo porque se rumoreaba que el italiano era un donjuán. Aunque se sentía bastante culpable, desterró dicha sensación mientras se unía al grupo.
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Y bien chicas que les ha parecido? Espero les haya gustado los capítulos.
Bueno chicas, nos vemos mañana. Besos y cuídense. ^_^
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