SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 7: CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 6

 

El sábado cuando despertaron, se sorprendieron al ver un estupendo y precioso día azul. Parecía mentira que hubiera diluviado el día anterior como si el cielo se derritiera. Decidieron tomar en la habitación un exquisito desayuno continental. Después Rose se fue a duchar mientras Bella abría su ordenador y echaba un vistazo a los periódicos digitales.

Dos horas más tarde, sobre las diez de la mañana, ambas salían del hotel, dispuestas a visitar la ciudad. Cogieron un taxi que las llevó a Princess Street, la zona turística más visitada de la ciudad. Allí, cientos de tiendas y centros comerciales abrían sus puertas de lunes a sábado, desde las nueve de la mañana a las cinco y media de la tarde.

Rose disfrutó como una loca entrando y revolviendo en pequeñas tiendas, donde encontró verdaderos chollos, algo que horrorizó a Bella, quién se negó a probarse todo lo que su hermana sugería. Aquéllos eran baratijas. Ya compraría ella.

Lo hizo cuando entraron en Jenners, el almacén más antiguo de Escocia, inaugurado en 1838. Nada más entrar su cara cambió. Aquel curioso lugar, conocido como los Harrods de Escocia, desprendían distinción y glamour, algo que hizo sonreír a Rose. ¡Su hermana no tenía remedio!

Agotadas y con los pies doloridos, decidieron sentarse en una pequeña cafetería. Al entrar, el camarero, les sonrió con amabilidad, algo que Rose agradeció pero Bella criticó.

—Menuda cara de bobo que tiene el pobre. No sé ni cómo está trabajando aquí.

—Lo que se ha perdido El tomate al no contratarte. Joder, Bella. Tienes palabras desagradables para todo el mundo.

—Y tú eres una mal hablada. De cuatro palabras tres son tacos.

—Siempre hubo clases bonita —sonrió Rose mirándola.

—Y yo digo lo que creo que es verdad.

—Tú lo has dicho. Crees. Pero eso no te da la verdad —y mirándola a los ojos añadió—. Igual que lo de anoche. Creo que te pasaste tres pueblos y alguno más con Edward.

— ¿El bufón? —dijo levantando una ceja.

—Prefiere que lo llamen Edward —recriminó su hermana—. Te lo dijo Emmett. Y sí, creo que lo que hiciste estuvo mal. Muy mal.

—Se lo merecía —asintió colocándose sus caras gafas Prada—. Ese tío es el ser más desagradable con el que me he cruzado en mi vida.

—Pues chica, cuando te besó, por tu manera de responder, no lo parecía.

—No digas tonterías —se inquietó Bella. Sabía que era verdad. Pero ni muerta lo reconocería—. Me pilló desprevenida. Sólo es eso —y mirando a su hermana para finalizar la conversación dijo—. Si no te importa, prefiero finiquitar este tema aquí. No quiero ver ni volver a oír hablar de ese tipo en mi vida. Es repugnante.

Rose, tras escucharla, decidió no añadir nada más. Su hermana tenía una visión diferente de lo ocurrido la noche anterior y sabía que por mucho que se empeñara en hablar con ella no la iba a cambiar.

Una vez finalizaron su bebida, tomaron de nuevo un taxi. Bella se negaba a utilizar el transporte público. Se apearon en George Street, zona donde estaban ubicadas las grandes firmas de moda y lugar snob y cool por excelencia. Rose, alucinada, miraba incrédula los precios de las prendas. ¿Cómo podía la gente pagar aquel dineral por una simple falda? Pero tras intentar comentarlo con Bella, y comprobar una vez más que aquello era imposible, se limitó a seguirla y a flipar cada vez que su hermana entregaba la tarjeta Visa Oro a las dependientas.

Sobre las siete de la tarde regresaron al hotel. Se dieron una ducha y se disponían a pedir algo de comer en la habitación cuando sonó la puerta. Era uno de los botones. Traía una tarjeta firmada por el payaso y el bufón, invitándolas a cenar.

— ¿Vas a quedar con esos horteras? —criticó Bella al ver a su hermana tan contenta.

—Por supuesto. Y tú deberías venir —dijo calzándose unos vaqueros—. Es un detalle que tras lo ocurrido anoche nos inviten a cenar.

—A veneno le invitaba yo a ése —señaló despectivamente.

— ¡Bella por Dios! —se carcajeó al escucharla.

—Vale... vale pero yo no voy —Bella no se fiaba un pelo de esos dos—. Y sigo pensando que tampoco deberías ir tú. Además, se está preparando una buena tormenta.

—No me voy de excursión, y déjame decirte que pienso que deberías de ser un poco más humilde y aceptar las disculpas que te están lanzando.

— ¡Antes muerta! Cuanto más lejos esté de ese arrogante bufón, mejor.

—Quizá vuestro comienzo no fue bueno —sonrió Rose dándole un beso—. Pero intuyo que ese hombre no es mala gente. Venga tonta, ¡anímate! Lo pasaremos bien. Además, si no vienes, ¿qué puedo decir?

—Diles que yo no ceno con los amigos del pato Donald.

—Eres una bruja con muy mala leche —sonrió dirigiéndose hacia la puerta—. Intentaré disculparte. Si quieres algo llámame. Llevo el móvil.

Cuando Rose cerró la puerta tras de sí, Bella, de mala gana, agarró el teléfono y tras encargar una ensalada y un agua sin gas encendió el portátil. Tenía cosas que hacer. Además, por nada del mundo quería estar con el hombre que le estaba amargando su viaje desde el momento que llegó.

En la recepción del hotel Emmett esperaba a Rose, a quien le temblaron las piernas al verlo tan guapo. Era curioso, pero llevaba dos días sin pensar en Joao y eso le gustó.

—Me alegra mucho que aceptaras la invitación —sonrió Emmett al verla.

—Y a mí recibirla —y mirando su alrededor preguntó—. ¿Estamos solos?

—Sí —asintió, señalando hacia el bar del hotel—. Creo que tu hermana y Edward no se soportan.

—Eso no te lo voy a discutir —sonrió al pensar en el comentario del pato Donald.

Antes de salir por la puerta del hotel, Emmett y Rose saludaron con la mano a Edward, quién con un golpe de cabeza les despidió mientras se alejaban.

Esta vez, Edward se había resistido a ceder. No estaba dispuesto a cenar con la bruja española, aunque Emmett se empeñara. Pero al ver que ella tampoco había bajado a la cita, algo en su interior se removió. Nunca una mujer le había rechazado de tal manera, y eso en el fondo le tenía enfermo.

Apenas había podido pegar ojo. Los ojos oscuros de la española y aquel beso le habían tenido en vilo gran parte de la noche. ¿Qué le ocurría? ¿Era masoquista?

Estaba confundido en sus pensamientos cuando Marck el recepcionista, tras saludarlo, le entregó al camarero una nota. En la suite de la española pedían una ensalada César y un agua sin gas. Al escuchar aquello sonrió y tomando la nota indicó al desconcertado camarero que él se encargaría de aquello.

Media hora después, cuando Bella estaba enfrascada mirando el correo en su modernísimo portátil llamaron a la puerta. Rápidamente metió el cigarrillo que se estaba fumando en un vaso con agua, no se podía fumar. Vestida con un pijama Armani de raso negro, abrió la puerta sin mirar la cara de quién lo traía. Dos segundos después la puerta se cerró, quedando sola de nuevo.

Tras responder varios e-mails, sus tripas le sonaron. Tenía hambre, así que dirigiéndose hacia la pequeña mesita redonda levantó la tapa y se encontró con un enorme filete empanado con patatas fritas. ¿Cómo podía ser aquello? Ella había pedido una ensalada.

Molesta por el descuido de la cocina, tomó el teléfono y tras protestar sin ganas colgó esperando que acudieran rápidos a subsanar el error. Miró por la ventana y comprobó que estaba comenzando a diluviar y a tronar. No pasaron tres segundos cuando llamaron a la puerta.

— ¡Vaya! —asintió satisfecha—. Han sido rápidos.

Pero la alegría le duró poco. Al abrir, sus ojos se encontraron con los de la última persona que quería ver. El bufón.

— ¿Qué haces tú aquí? —preguntó Bella enfadada.

—He venido a subsanar el error, señorita —y antes de que pudiera decir nada le enseñó la ensalada que traía en la mano. Aunque omitió que llevaba más de veinte minutos esperando en el pasillo.

Sin responderle, se volvió, sintiendo cómo aquél la observaba con descaro. Pero no podía dejar de demostrarle que dominaba la situación, así que le señaló el filete con patatas.

—Puedes llevarte esto. No es lo que he pedido.

—Tiene buena pinta —asintió Edward, que dejó la ensalada en la misma mesa que el filete—. ¿De verdad no te apetece probarlo? El cocinero mezcla la carne con especias y le da un sabor especial.

—No quiero probarlo, por lo tanto te agradecería que lo cogieras y abandonases cuanto antes mi habitación.

—Tengo una idea —indicó Edward dejándola con la boca abierta. Aquel hombre la sorprendía—. Qué tal sí, ya que estoy aquí, me invitas a quedarme y compartimos cena.

«Definitivamente a este hombre le faltaba un hervor», pensó incrédula. Aunque sus pensamientos, en especial sus ojos, fueron conscientes de lo atractivo que estaba aquella noche, con aquel pantalón vaquero y la camisa azul.

—Pues va a ser que no —respondió indignada por aquel atrevimiento.

—Vaya. Veo que aún sigues enfadada por lo de ayer —y acercándose hasta ella murmuró—. Si te soy sincero, cada vez que pienso en ti me duele la entrepierna.

—Si no quieres que te vuelva a doler —se revolvió al sentir cómo aquel hombre la miraba— haz el favor de salir ahora mismo de mi habitación. Eres la última persona con la que me apetece estar en este instante.

— ¿Estás segura? —sonrió, conocedor del magnetismo que provocaba en las mujeres. Aunque en aquélla estaba comprobado que no, y recordando un comentario de Rose añadió sonriendo—: Venga. Vale. Tu vena del cuello me indica que dices la verdad.

Al escuchar aquello Bella se tapó la parte derecha de su cuello con la mano. ¡Odiosa vena! Y dirigiéndose hacia la puerta, la abrió y en un tono nada amigable indicó.

—O sales ahora mismo de mi habitación o te juro que vas a acordarte de mí el resto de tu vida. ¡Insolente! Pero ¿quién te has creído que eres para colarte aquí?

La jugada le había salido mal. Había creído que podría compartir una velada amistosa con aquella mujer, e incluso llegar a un entendimiento. Pero era imposible, por lo que cogió el plato del filete, se encaminó hacia la puerta masticando una patata mientras la observaba. Estaba preciosa. Nada de maquillaje. Nada de tacones. Nada de artificialidad.

—Sólo intentaba ser amable contigo. Creí que una buena charla entre los dos aclararía ciertas cosas. Ah... por cierto. No creas que vine para seducirte. Eres la clase de mujer que me hace correr en dirección contraria.

— ¿Serás creído? —gritó Bella y antes de poder decir algo más, Edward, con una sonrisa le metió una patata en la boca y se marchó.

De un portazo que sonó como un trueno Bella soltó la adrenalina contenida en sus venas. ¿Cómo se atrevía aquel idiota a decirle esas cosas? así que abriendo de nuevo la puerta, salió al pasillo donde le vio meterse en el ascensor, momento que ella aprovechó para correr e introducirse en el habitáculo, para sorpresa de Edward.

— ¿Pero dónde vas así vestida? —preguntó él sin poder dejar de mirarla.

—Voy a dar una queja —indicó con la barbilla alta. Fue entonces cuando se percató de que estaba en pijama y con unos calcetines a modo de zapatillas. ¡Qué bochorno!

—Podrías haberla dado por teléfono —sonrió Edward, quien maravillado por aquel pelo negro, la observaba desde atrás.

— ¡Ni me hables!

—Ya estamos con las órdenes.

En ese momento las luces del ascensor se apagaron y el artefacto se paró en seco, encendiéndose las luces de emergencia.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Bella. Le daban miedo aquellas situaciones.

—La tormenta —contestó Edward pasando junto a ella para tocar a varios botones—. En ocasiones las tormentas nos hacen tener problemas con el fluido eléctrico.

— ¡Maldita sea! —protestó Bella, consciente de lo cerca que estaba de ella—. ¿Crees que tardaran mucho en darse cuenta que estamos aquí?

—No lo creo —respondió apoyándose en la pared del ascensor.

Pasados cinco minutos Bella estaba que echaba chispas. Y cuando llevaban más de media hora, Edward comenzó a pensar en asesinarla sin piedad.

—Escúcheme —vociferó, harto de lamentos y de gritos pidiendo auxilio—. No creo que tarden en sacarnos de aquí. Por lo tanto, tranquilícese de una vez.

— ¿Ahora me llamas de usted? —murmuró dándole un manotazo que hizo que Edward le cogiera la muñeca.

— ¿Sabes princesita? —ladró de tal manera que Bella por primera vez se calló—. O te callas, o te juro que no sales viva del ascensor, porque el que te va a matar soy yo.

Sentados los dos en el suelo, Bella comenzó a tiritar. Tenía frío. Su pijama de seda no abrigaba nada, pero prefería morir de frío a pedirle nada a aquel cromañón, que sentado frente a ella la miraba en ocasiones con el gesto ceñudo.

El rugir de sus tripas la estaba matando. Avergonzada por aquellos ruidos y por el castañeteo de sus dientes, intentó concentrarse. Nunca le habían gustado los sitios cerrados, en especial los ascensores, pero tenía que controlar aquella situación. Por lo que flexionando las rodillas y agarrándoselas con las manos, apoyó allí su cabeza y justo cuando comenzaba a relajarse, notó cómo aquel hombre la cogía entre sus brazos para ponerla encima de él.

— ¿Qué estás haciendo?

—Intento darte calor —suspiró, intuyendo de nuevo sus quejas—. Pero si crees que estoy intentando seducirte, vuelvo a ponerte en el suelo.

Por unos segundos dudó. ¿Qué hacer? Por un lado le gustaba la sensación de calor que aquél irradiaba y por otro tenerlo tan cerca le incomodaba. Pero pasados los primeros minutos en que ambos estuvieron callados, Bella comenzó a relajarse.

—La fiera que llevas dentro te ruge —se mofó Edward, así que le acercó el plato con el filete y las patatas—. Come algo antes de que salga y me coma a mí.

Aquel comentario le hizo sonreír sorprendiendo a Edward, que esperaba un arranque de mala leche en vez de una sonrisa.

—Esta comida —señaló Bella— es una bomba de calorías. ¡Paso!

—Tú verás —asintió Edward dando un bocado al filete—. Sólo tenemos esto, y no sé cuánto tardará en volver la luz.

— ¿Te vas a comer el filete a bocados? —pero al comprobar cómo la miraba, asintió y cogiendo un trozo de filete del plato, lo mordió y comenzó a masticar. Momentos después, ante la mirada divertida de Edward, volvió a morder otro trozo y coger patatas.

—Está bueno ¿verdad? —preguntó Edward.

—Mmmmm —asintió con una pequeña sonrisa.

Tras acabar entre los dos el filete y las patatas, Edward cambió de posición. Se le estaban durmiendo las piernas. Pero no quería quitarla de encima de él. Le gustaba el olor que desprendía aquella mujer, y más ahora que estaba tranquila y medio sonreía.

—Parece que la fiera de tu estómago se ha dormido —bromeó Edward, momento en que ella se retiró con coquetería el pelo de la cara para mirarle.

—Eso parece —asintió. Comenzaba a sentir calor—. La verdad es que cuando tengo hambre me pongo bastante nerviosa. A mi padre le pasaba igual.

—Es curiosa —dijo mirándole el cuello, extasiado— esta vena tuya. Me fijé en ella al escuchar a tu hermana decírtelo en varias ocasiones. ¡La vena Bella, la vena!

—La dichosa vena —sonrió abiertamente—. Es herencia de mi abuela.

—Entonces —bromeó posando su mano en la cabeza y con cuidado comenzó a darle un masaje—, has heredado el hambre voraz de tu padre y la mala leche de tu abuela. ¿Tienes más hermanos?

—No. Sólo somos Rose y yo, aunque Jacob es como un hermano —susurró al sentir cómo las manos de aquel hombre le masajeaban el cráneo. ¡Qué gusto!

—Tu padre debe de estar contento —sonrió viéndola cerrar los ojos. Deseaba besarla—. Vivir rodeado de mujeres es algo maravilloso.

—Mi padre murió hace años —contestó moviendo la cabeza para que se apartara.

—Lo siento —susurró sin poder resistir al magnetismo que sentía por ella, dándole un corto pero dulce beso en los labios—. Lo siento de verdad. Yo perdí también hace años a mis padres, y sé que la pérdida de un ser querido es irreparable.

Bella, conmovida por aquellas palabras, le devolvió el beso. Mike, en todos los años que habían estado juntos, nunca le había dicho nada con esa ternura, ni mostrado un sentimiento como aquél.

De pronto, sorprendiéndole cómo nunca le había sorprendido ninguna mujer, se sentó a horcajadas sobre él. Le tomó la cara y, agarrándole las manos para que no se pudiera mover, lo volvió a besar. Él se dejó, sintiendo que aquel era el momento más morboso de su vida, mientras Bella sentía cómo la pasión se apoderaba de ella. ¿Qué le pasaba? Estaba tan acostumbrada a controlar sus acciones con el frío de Mike, que aquella libertad para decidir besar y el estar allí encerrada en el ascensor con aquel tipo que le atraía, comenzaba a ser peligroso.

—No puedo seguir. Yo, no hago estas cosas —dijo separándose de él, pero Edward no lo permitió—. ¿Qué estoy haciendo?

—Haces lo que te apetece —murmuró, manteniéndola a horcajadas sobre él. Todavía incrédulo por tener a aquella fiera española allí sentada, se resistió a finalizar aquel mágico y sensual momento.

—Yo no soy persona de ir besando así a los tipos que... — susurró consciente por primera vez de cómo estaba sentada, y qué era lo que latía duro y caliente bajo ella.

— ¿Sabes una cosa? —susurró Edward tan excitado que iba a explotar.

—Dime.

—La primera vez que te vi, a pesar de tu comportamiento de bruja insolente, no pude resistirme y te besé con la mirada.

— ¿Cómo?

—Cuando estabas empapada como un pollito y te ayude a registrarte en el hotel, te besé con la mirada. Estabas preciosa.

—Estaba horrible —murmuró, aceptando con una sonrisa aquellos sabrosos labios que de nuevo se acercaban a ella. No podía resistirse. No podía decir que no. Estar allí con él era diferente, era como si...

De pronto las luces se encendieron y las puertas del ascensor se abrieron.

—Si no lo veo, no lo creo —dijo Emmett mirando a su amigo en el suelo con aquella mujer encima.

—Perdona Emmett —sonrió Rose tan sorprendida como él—. Pero Bella es mucha Bella. A ver qué te habías creído tú.

Al hacerse la luz, Bella y Edward se miraron a los ojos. La magia se había roto y levantándose con rapidez Bella se alejó de Edward quien con el ceño fruncido le devolvió la mirada.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó Rose con curiosidad.

—Bajábamos en el ascensor cuando se fue la luz — indicó Edward.

— ¿En pijama? —sonrió Rose.

—Iba a dar una queja —respondió mirando a su hermana.

— ¿Una queja? —sonrió Emmett.

—Sí. Una queja —asintió Bella y volviéndose hacia Edward, volvió a marcar las diferencias entre ellos—. Este don nadie ha osado meterse en mi habitación y...

Al decir aquello un latigazo de confusión la calló. Edward la observaba con seriedad. No lo comprendía, pero tampoco se comprendía ella.

—Si quiere la acompaño a dar la queja —indicó Edward con voz dura—. Estoy seguro de que esta noche dormirá más tranquila, sabiendo que un don nadie como yo está despedido.

—No. No hace falta —dijo metiéndose de nuevo en el ascensor—. Volveré a mi habitación. Pero por su bien, olvídese de mí. ¿Entendido?

Al decir aquello, las chispas de sus miradas casi ocasionaron un cortocircuito en el hotel. Pero Edward, construyendo una sonrisa profidén en su boca, respondió.

—No lo dude princesita.

Rose, tras despedirse de Emmett, aprovechó para volver junto a su hermana.

— ¡No quiero hablar de ello! Déjame dormir—señaló Bella.

Y atormentada, aquella noche ya no fue sólo Edward quien no durmió.

 

* * *

 

El domingo pasó sin pena de gloria. Bella estuvo todo el día enfadada y Rose sólo pudo aguantar el tirón. Esta vez Emmett no la llamó.

Bella sólo salió dos veces de su habitación. Le horrorizaba encontrarse con Edward. Lo ocurrido la noche anterior había sido bochornoso. Se había comportado como una cualquiera y temía conocer su reacción, algo de lo que se culpaba. No sabía aún por qué había reaccionado así tras pasar aquellos momentos juntos. Pero ya no había marcha atrás.

El lunes a las siete de la mañana esperaban en recepción la llegada de su coche de alquiler. Bella vio pasar a Edward, acompañado de una de las camareras. Parecían estar enfrascados en una interesante conversación, pero cuando pasó junto a ellas se limitó a darles los buenos días y nada más. Ni un saludo especial. Ni una mirada diferente. Nada. Algo que en cierto modo le molestó, pero agradeció. En aquel momento no estaba dispuesta a liarse con nadie y menos con un tipo así.

—Señoritas —indicó Cindy, la recepcionista, con una amable sonrisa al ver a Stephan aparecer—. Su coche acaba de llegar.

Rose, al mirar hacia la entrada del hotel, se quedó sin palabras. Ante ellas había un increíble deportivo color champán.

—No jodas, Bella —dijo señalando al coche—. ¿Has alquilado ese pedazo de buga descapotable para andar por las Highlands?

—La imagen de la empresa es importante —contestó, saliendo con prisa del hotel. No quería volver a coincidir con Edward.

Tras echar el portátil, los bolsos y los abrigos sobre los incómodos asientos traseros, ambas se miraron. Y aunque a Rose le dio por reír, Bella no pudo dejar de maldecir. ¿Cómo no había pensado que ese coche no era automático?

—Tú dirás, sonrisitas, ahora ¿qué hacemos? —gruñó Bella, quien no soportaba aquella faceta risueña de su hermana.

—Pero Bella, ¿qué vamos a hacer? Pues conducirlo. Tampoco será tan difícil.

— ¡Maldita sea! —masculló Bella, dándole una patada a la rueda. Algo de lo que rápidamente se arrepintió, pues el suave botín de Gucci se estrelló contra la dura llanta, destrozándole los dedos.

—Mira que eres pánfila Bella —se quejó Rose al ver que Bella se quejaba y saltaba peligrosamente sobre el tacón del pie bueno.

— ¿Algún contratiempo, señoritas? —preguntó Edward acercándose a ellas.

Ella rápidamente recuperó la compostura, la que pudo, ante aquel maldito escocés.

— ¡Sois de lo que no hay! —vociferó malhumorada—. ¿Por qué tenéis que conducir coches manuales, cuando todo el mundo conduce automáticos?

—No sabría qué responder a eso —indicó Edward—. Lo único que puedo decir en mi defensa es que yo no lo he ordenado.

—Mira cómo me río ¡ja y ja! —se mofó Bella haciéndole sonreír. Qué malas pulgas tenía aquella mujer.

— ¿Hacia dónde se dirigen? —cambió de conversación, dejando claras las diferencias que Bella tanto se empeñaba en marcar.

—Al castillo de Eilean Donan —respondió Rose— y, por favor, Edward tutéame.

—Maravilloso lugar —sonrió al escucharla—. Hoy mismo salgo yo hacia aquella zona. Mi familia vive por allí.

— ¡Qué emoción! —ladró Bella sin mirarle.

—Tienen casi 400 kilómetros por delante y seguramente hoy lloverá —indicó Edward sin acercarse al coche—. Deben coger...

—No necesitamos que nos indique nada —siseó Bella enseñándole su moderno GPS—. Llevamos la ayuda necesaria para llegar.

—Bella ¡por Dios! —Suspiró Rose, después de tantos años, seguía sin soportar la actitud de su hermana—. Edward sólo está tratando de ser amable.

—No te preocupes, Rose —le guiñó él el ojo para tranquilizarla—. De todas formas si tienen algún problema,...

—No vamos a tener ningún problema —se adelantó Bella, que montándose en el coche y arrastrando a su hermana señaló—: No hace falta. Nos apañaremos solas.

Edward insistió.

—Les aconsejo que echen gasolina cuanto antes. Los coches de alquiler no suelen traer el depósito lleno.

— ¿Acaso crees que somos tan ignorantes como para no saber eso? —aquél hombre lograba con cada palabra sacarla de sus casillas, cosa que, por otro lado, no solía ser algo difícil.

—Yo no he dicho eso —respondió molesto.

—Entonces, guárdate tus consejos para quien te los pida — respondió a la vez que cerraba la puerta de un portazo.

Edward le vio meter la llave en el Audi TT Cabrio. El coche arrancó suavemente, casi sin notarse, y Bella, sin ni siquiera mirarle, metió primera y doblando la esquina, desapareció de su vista.

Mientras tanto él con una semisonrisa en la boca, abrió su móvil.

—Adán, soy Edward —dijo entrando al hotel—. Conecta el localizador del Audi TT. No sé por qué, pero creo que lo vamos a necesitar.

Capítulo 6: CAPÍTULO 5 Capítulo 8: CAPÍTULO 7

 
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