SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 21: CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 20

 

La tristeza inundó sus corazones. La muerte de Tom les cogió a todos tan desprevenidos que no era fácil asimilarlo.

Tras dejar a Lexie en casa de Joana, Rose, Emmett y Bella llegaron a la granja, donde los sollozos de Alice y el mutismo de una Ona abrazada a Edward, les destrozó el corazón.

Tom había muerto de un infarto fulminante mientras descansaba. Había pasado del sueño mortal al sueño eterno sin darse cuenta, y eso fue lo único que les reconfortó.

Las horas pasaban lentamente y el agotamiento comenzó a hacer mella en todos. Una de las veces que Bella salió a fumar un cigarrillo al exterior, se encontró a Edward solo, ojeroso y pensativo. Sin dudarlo se sentó junto a él, pero no pudo hablar. La tristeza que vio en sus ojos le llegó al corazón de tal manera, que tiró el cigarrillo, lo abrazó y lo acunó como a un niño, mientras él lloraba y compartía con ella sus sentimientos.

La última noche de Tom en su casa la pasó acompañado por todos sus familiares y amigos. Bella y Rose casi no conocían a nadie pero aquellas personas las trataron con tanto cariño y se preocuparon tanto por ellas que se sintieron de la familia.

Ona, a pesar de su tristeza y dolor, cuando fue consciente del vendaje en la cabeza de Bella, rápidamente se preocupó por ella. Edward en varias ocasiones intentó que ambas descansaran pero era imposible. Tanto Ona como Bella eran dos grandes cabezonas que sólo dieron su brazo a torcer cuando Rose sacó su genio español. Algo que Edward y Emmett le agradecieron con una sonrisa que ella aceptó.

Acostadas las dos en la habitación de Edward, Bella era incapaz de dormir. Le dolía horrores la cabeza, pero la pena por la pérdida de Tom no la dejaba descansar. Apenas podía moverse y quería que Ona durmiera. Le esperaba un día duro.

—Sabes, Bella —comenzó a hablar Ona con voz suave—. El día que Tom y yo llegamos a esta casa fue en esta habitación donde pasamos nuestra primera noche juntos. Recuerdo el miedo que tenía a nuestra noche de bodas. Había oído hablar tanto a mi madre y a sus amigas de lo que ocurría, que estaba aterrada por lo que tenía que pasar. Pero Tom fue tan galante, tan cariñoso y tan comprensivo conmigo, que aquella primera noche no ocurrió nada entre nosotros. A la mañana siguiente, cuando se levantó para ir a dar de comer al ganado, me dejó una flor en la mesilla con una nota que ponía: «Si sonríes, soy feliz».

—Qué bonito, Ona —susurró Bella mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Sí, cariño —asintió la anciana volviéndose hacía Bella—. Mi familia por aquel entonces era una familia pudiente, a diferencia de la de Tom, quién siempre fue considerado un muchacho trabajador pero humilde. Alguien que no me convenía. Pero cuando todos se enteraron de nuestro amor, me dieron a elegir entre mi familia o mi corazón. Fue una época dura para los dos, pues yo estaba acostumbrada a ciertos lujos que casada no nos podríamos permitir. Pero Tom, una vez más, consiguió con su cariño y su amor que no echara en falta lo material y comenzara a disfrutar de cosas tan simples como una sonrisa, una caricia, un beso o una flor. Y ¿sabes Bella? nunca en todos los años que hemos estado casados me he arrepentido de mi decisión. Mil veces que volviera a vivir, mil veces me casaría con Tom —susurró resquebrajándosele la voz—. Por eso —prosiguió en un hilo de voz— quiero que aproveches tu vida. No existe nada más bonito en el mundo que sentirte parte de alguien y que alguien se sienta parte de ti.

—Ona —sollozó Bella—, ¿por qué dices eso?

—Porque la vida es más corta de lo que parece tesoro mío, y lo único que perdura en el tiempo es la familia, los amigos y en especial el amor —murmuró la anciana tomándole las manos—. No tengas miedo a enamorarte. Ese alguien especial puede aparecer cuando menos te lo esperas y ser quien menos imaginas.

—Lo dices por Edward ¿verdad?

—Sí, cariño —asintió con una triste sonrisa—. Tom el primer día que te vio me dijo «está española es el alma gemela de Edward» —al decir aquello ambas sonrieron—. Así lo creía él y así lo creo yo. He visto cómo os buscáis con la mirada cuando creéis que nadie os ve. He comprobado cómo vuestros cuerpos se hablan y he sido testigo de cómo vuestros corazones latían al mismo ritmo aun estando a cientos de kilómetros de distancia.

—Qué cosas más bonitas dices, Ona —sonrió Bella pasándole con dulzura la mano por la arrugada mejilla—. ¿Sabes? Al día siguiente de conocerme, Edwad me dijo que me había besado con la mirada. En aquel momento no lo entendí, pero ahora... ahora sí.

—Bella —sonrió la mujer al escucharla—. Eso me confirma que mi nieto es como su abuelo. Puede ser cabezón, testarudo e incluso a veces un poco gruñón, pero tiene un corazón noble y eso en los tiempos que corren, no es fácil de encontrar, cariño. Cuando te mira, te sonríe, incluso cuando discutís, lo hace con tal pasión que a veces siento que es una pena que no os deis una oportunidad.

—No es fácil. Nos separan demasiadas cosas —se sinceró Bella.

—Sólo quiero que sepas que mi Edward, al igual que Emmett, son unos buenos muchachos y que nunca os decepcionarán, a pesar de que en algún momento así lo creáis. Están hechos de la misma pasta de su abuelo, y esa pasta cariño, no es fácil de encontrar.

—Lo tendré en cuenta, Ona. Te lo prometo —asintió Bella tragando un nudo de emociones, mientras abrazaba a aquella anciana, que lloraba emocionada por aquella peligrosa palabra llamada AMOR.

 

* * *

 

Dos días después del entierro del querido Tom, la quietud en la casa era tan densa que a veces no se podía respirar a pesar de una corriente cálida que pululaba en su interior llamada Lexie. En esos días Bella y Rose fueron el motor de la casa, olvidándose de condes y contratos. Preocupándose solo porque todos se recuperaran y volvieran a sus vidas lo antes posible, algo difícil, pero que tenían que intentar.

Alice volvió a ser la misma chica esquiva y huraña del principio. Ona apenas hablaba, sólo trabajaba sin sentido de sol a sol, preocupándose por Geraldina, la vaca, e intentando no pensar en lo que había perdido. Pero ¿cómo no pensar en Tom? Aquella granja era todo él. Su casa, sus tierras e incluso su vaca.

Emmett, hundido por la pérdida de su abuelo y por el frío distanciamiento de Rose, se trajo a Lexie a una de las casitas que había junto a la granja, su casa. Necesitaba tenerla cerca y saber que estaba bien en todo momento. Edward, más callado de lo normal, se estaba volviendo loco mientras ubicaba en su cabeza las prioridades a seguir, e intentaba pensar cómo hubiera solucionado su abuelo lo que se le avecinaba con Bella.

Aquella tarde Bella vio merodear a Set por la granja. La actitud del muchacho le indicaba que buscaba a Alice pero ella entristecida, no se dejaba ver.

— ¿Tú también crees que Set ha venido a por Alice? —preguntó Bella sentada junto a Rose en los escalones de entrada mientras fumaba un cigarrillo.

—Por su manera de mirar a todos lados yo diría que sí —pero decidió cambiar de tema—. ¿Cuándo te quitarás los puntos de la frente?

—En un par de días.

Ya no llevaba el gran apósito que Jasper le puso al principio. Sólo uno pequeño que le cubría la zona y nada más.

— ¿Tú cuándo me vas a contar lo que ha pasado con Emmett?

—De ese tema prefiero no hablar —respondió Rose.

No muy lejos de ellas, Ona junto a Emmett y Edward, mantenían una conversación.

—Es por su hija, ¿verdad? —dijo Bella mirando a la niña correr junto a Stoirm.

—En parte sí.

—Lo más curioso es lo bien que han guardado todos el secreto. ¿No crees?

«Si tú supieras» pensó Rose, resignada a que pronto aquello se aclararía.

—Sí, Bella —respondió—. Aquí saben guardar muy bien los secretos.

—Rose, no soy quién para decirte esto, pero intuyo que Emmett es un tipo excelente —al decir aquello, su hermana la miró con la frente fruncida—. Ya sé...  Ya sé que nunca te he hablado bien de él, pero el tiempo que llevamos aquí ha hecho que me dé cuenta de cosas, y creo que estaba equivocada con él.

—Tú tienes fiebre —se mofó Rose al escucharla.

—No, tonta. En serio —sonrió Bella—. Para mí, el haber conocido a estas personas me ha dado que pensar. Creo que he estado equivocada muchos más años de los que yo creía.

—No lo dudo —suspiró Rose consciente de la ceguera de su hermana.

—Pero ¿sabes? creo que este lugar, y en especial sus gentes, son lo más verdadero que conoceremos nunca.

— ¡Oh, Dios! —Suspiró Rose a punto de estallar—. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo contigo. Creo que este lugar es más falso que un bolso de Prada comprado en el mercadillo de Majadahonda.

— ¿Por qué dices eso? —preguntó extrañada mientras apagaba el cigarrillo.

—Vamos a ver, Bella —dijo mordiéndose la lengua—. ¿Realmente conocemos a estas personas? ¿Acaso te has parado a pensar qué sé yo de Emmett o tú de Edward?

—Vale, te capto. Entiendo que Emmett ha sido un gran mentiroso por ocultarte cosas tan importantes como su viudedad y la existencia de Lexie. Pero también creo que tienes que mirar el fondo de la persona, y el fondo de Emmett, aunque me ha costado encontrarlo, es excelente.

—Es un angelito recién caído del cielo —se mofó con amargura Rose.

—No entiendo qué ha pasado entre vosotros, pero sea lo que sea seguro que se puede solucionar. No puede ser tan horripilante —sonrió y vio a su hermana con los ojos vidriosos—. A ver tontuela. ¿Por qué lloras?

—Por que me da rabia que todas las cosas malas te pasen a ti.

—Quizás mi suerte comience a cambiar.

—Lo dudo —señaló Rose, al ver cómo Ona se llevaba las manos a la cabeza.

— ¿De qué hablarán aquéllos? —Señaló Bella—. Ona parece enfadada.

—Uff...  Bella —susurró Rose que sí estaba segura de qué trataba su conversación—. No lo sé, pero creo que no tardaremos en saberlo.

Lexie, cansada de correr con Stoirm, se acercó hasta ellas, y sin dudarlo, se echó a los brazos de Rose que la acogió con una sonrisa.

—Rose —preguntó la niña— ¿vendrás está noche a cenar a la cabañita?

—No, cariño —respondió con tristeza—. No puedo.

—Estás enfadada con papi ¿verdad?

—Un poquito —sonrió Rose incómoda, al sentir cómo Bella las observaba.

—Papi me contó que habíais discutido y que él ya te había perdonado. ¿Por qué no le perdonas tú?

—Esto es el colmo —Rose se levantó de un salto—. Tú padre es... es... —y mirando a la niña dijo en tono de orden—. Lexie, quédate aquí sentada, voy a hablar con el idiota de tu padre.

Rose, saliéndole humo por las orejas, llegó hasta donde estaba Emmett, y sin importarle la presencia de los otros dos comenzó a discutir. Ona y Edward al ver la situación se alejaron, aunque antes él se volvió hacia Bella y tras dedicarle una sonrisa se marchó con Ona.

Bella observaba incrédula a su hermana. ¿Qué le pasaba? Y sobre todo ¿por qué discutía con Emmett?

Desde hacía días intuía que algo había ocurrido, pero no llegaba a entender todavía el qué. La situación era incómoda, y más cuando vio como a Lexie, las lágrimas le corrían por la cara como ríos.

Bella no supo qué hacer, ¿debía abrazarla o quizá hablar con ella? Pero por más que pensaba, no sabía qué. Estaba acostumbrada a dirigirse a cientos de personas influyentes en reuniones de trabajo, pero llegado el momento, no sabía qué decirle a una niña de cinco años.

—Me encanta tu camiseta rosa —dijo por fin, viendo que llevaba impresa en la delantera la gatita Kitty.

«Perfecto» pensó Bella. Si de algo sabía era de esa dichosa gata.

Cinco años atrás fue la encargada de crear una de las mayores campañas publicitarias de la gata, y para ello tuvo que conocer a Kitty como si fuera su hermana.

Pero la niña no contestó, y ni siquiera la miró.

— ¿Sabes? —Insistió mientras Stoirm se sentaba junto a Lexie—. Por mi trabajo conozco muchas cosas de Kitty ¿Sabías que su diseñadora fue una japonesa llamada Ikuko Shimizu? La creo para la firma Sanrió —la cría seguía sin prestarle atención, pero ella continuó—. Pero la que la lanzó al estrellato internacional fue Yuko Yamaguchi, una mujer muy lista que decidió que Kitty no debía ser ni sensual, ni violenta. Pues bien, Kitty se convirtió en un símbolo de la cultura Kawwaii en Japón y en el resto de Asia y en el año 1983 los Estados Unidos la nombraron embajadora de UNICEF. En 2004 la delegación de la Unión Europea en Japón la eligió como protagonista para promocionar el euro. Por cierto, su licencia está evaluada en un billón de dólares. ¡Qué barbaridad, por Dios! —Exclamó Bella mirando a la niña, que ahora sí había dejado de llorar, pero la miraba sin entender nada—. ¿Sabes? Kitty tiene una hermanita gemela que se llama Mimmy.

—Mimmy es muy guapa —dijo la pequeña extrañada.

«Por fin» pensó Bella respirando.

— ¿Sabes quién es Typpy? —preguntó Lexie.

—Claro que sí. Typpy es un osito cariñoso y con un corazón grande que está enamorado de Kitty y está como loco por ser su novio.

—También me gusta mucho Tiny Chum —indicó Lexie señalándose su camiseta.

—Oh, sí, ahí está —asintió Bella—. Ese osito pequeño es un buen amigo de Kitty y Mimmy. ¿Verdad?

—Sí —sonrió la niña— y le gusta que le traten como si fuera su hermano pequeño.

—Y Tracy. ¿Conoces a Tracy? —preguntó Bella, al ver que la llevaba en los coleteros.

—Sí —volvió a asentir tocándose las coletas—. Tracy es la mejor amiga de todos. Le encanta bromear y hacer que sus amigos se rían.

—Vaya... Lexie —sonrió Bella—. Eres una gran entendida en el mundo de Kitty.

—Papi y el tío Edward me compran los cuentos —respondió la niña desplazando su trasero para acercarse a ella—. Y luego por las noches antes de dormir, papi me los lee.

—Eso es magnifico —suspiró al ver que la cría se levantaba y amenazaba con sentarse encima de ella mientras Stoirm las miraba atento.

—Tengo frío ¿Puedo sentarme encima de ti? —preguntó sin dejar de observarla con sus enormes ojos azules.

«NO», pensó Bella.

—Bueno —murmuró contrariada—. Si no hay más remedio, siéntate.

Lexie, sin detectar la incomodidad que aquello representaba, se sentó en sus piernas, y dejando caer su cuerpo contra el de ella se recostó en su cuello. Aquella sensación era algo nuevo para Bella. Desde hacía más de 20 años no había vuelto a tocar a un niño menor de dieciocho años, y a pesar de su inicial desagrado, la ternura que el cuerpecito de Lexie le estaba proporcionando le comenzó a gustar, por lo que abriéndose el enorme abrigo heredado de Tom la tapó. Stoirm, con cautela, se acercó a Bella y al ver que ella no le decía nada, se enroscó a sus pies haciéndola sonreír.

«Increíble pero cierto» pensó Bella, quien continuó hablando con Lexie.

Un buen rato después, cuando regresaron Emmett y Rose, la comunicación entre Lexie y Bella era alegre y fluida. Incrédula según se acercaba, Rose observó que la niña estaba acurrucada encima de su hermana, algo que en la vida hubiera imaginado.

—Si me pinchas no sangro —susurró Rose al ver la estampa.

— ¿Por qué? —preguntó Emmett algo más tranquilo al aclarar las cosas con ella.

Había costado hacerla callar, pero lo había conseguido, por lo que Emmett, feliz, caminaba de la mano de Rose dispuesto a no soltarla jamás.

—Mi hermana, los niños y los perros eran algo incompatible.

—Has utilizado la palabra justa. ¡Eran! —sonrió Emmett besándola en la frente.

—Hola papi —saludó la niña sacando la manita a través del abrigo—. ¿Sabes? Bella conoce a todos los amigos de Kitty.

— ¿En serio? —Sonrió Emmett—. ¿Estás segura de ello?

—Sí, papi —asintió la niña dejando los brazos de Bella para ir a los brazos de su padre—. ¿Y a que no sabes lo más alucinante?

—Dime —señaló Emmett divertido.

—Que Kitty está haciendo ganar una millonada de dinero a su creadora. ¿No es fantástico?

— ¿En serio? —exclamó sorprendido Emmett.

—Ah... si lo dice Bella —afirmó Rose que guiñó el ojo a su hermana—, no lo dudes ni un segundo.

 

* * *

 

Al día siguiente a la hora de la comida, mientras sentadas en la cocina Lexie y Bella hablaban con Ona y Alice sobre lo entendidas que eran las dos en cuanto al personaje de Kitty, la puerta se abrió y aparecieron Set y Doug.

—Buenos tardes, muchachos— saludó Ona.

—Buenos tardes Ona —respondieron los dos jóvenes al unísono.

—Hola, Alice —Set se dirigió hacia la muchacha, que bajó la mirada al suelo, y salió a toda prisa de la cocina.

—Ona —indicó Doug a la anciana—. Acabo de visitar a Geraldina, y he visto que tiene el abdomen en forma de pera. Para mi juicio está en fase prodrómica.

— ¿Qué quiere decir eso? —preguntó Bella con curiosidad.

—Qué nuestra Geraldina va a tener su ternero en horas —respondió Ona al ver con tristeza cómo se marchaba Alice.

Bella no quería ver más dolor en los ojos de la anciana, así que se levantó y alcanzó a la muchacha a mitad de las escaleras.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué te vas?

Como la chica no la miraba, Bella le levantó la barbilla.

—Quiero que me contestes. ¿Qué te pasa?

—Me siento mal —murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No quiero que...

—Si es por la perdida de Tom —interrumpió Bella—. Todos nos sentimos mal.

—Ya lo sé —asintió limpiándose las lágrimas.

—Alice, tú mejor que nadie deberías saber lo que Tom pensaría si viera lo que estás haciendo. Estoy segura que diría «Alice, la vida se vive sólo una vez, agárrate a ella»

—Bella, no quiero que Ona se quede sola —dijo rompiendo a llorar—. He estado siempre con Tom y con ella. Me han tratado como a una hija y creo que sería horrible que en estos momentos en los que me necesita yo comenzara a salir con Set. ¿No lo entiendes?

—Claro que lo entiendo —asintió Bella—. Y estoy segura de que si Ona te escuchara, se enfadaría muchísimo. Alice, ¡por Dios! Ona nunca estará sola, porque siempre tendrá tu amor y el amor de todos los que la queremos.

—Sí, pero...

—No hay peros que valgan —dijo Bella—. Ella te quiere ver feliz y amada, no llorosa y amargada. Alice, las personas que amamos, y eso lo sabes tú mejor que nadie, por desgracia mueren, y aunque en un principio creas que todo se paraliza, lo único que se paraliza es tu vida. El mundo continúa. Por lo tanto —señaló con una sonrisa—, haznos el favor a todos, incluidos Ona y Tom, de subir a tu habitación, ponerte guapa y bajar a la cocina antes de que Set se marche.

— ¿Por qué? —susurró la muchacha aún llorosa.

—Primero porque te lo ordeno yo —indicó con seriedad—. Segundo, porque Ona está esperando que le des nietecitos a los que malcriar. Y tercero, porque Set está como loco porque lo mires y le des una mínima esperanza.

— ¿Crees que Ona no se sentirá mal?

—Por supuesto que lo creo —asintió Bella—. Es más, te lo aseguro.

—Vale —asintió Alice que corrió escaleras arriba—. No tardaré.

—Oye, ponte mi chaqueta azul de Versace, esa que tanto te gusta —animó Bella—. Y tranquila, no permitiré que Set se vaya antes de que vuelvas.

Tras un suspiro Bella se volvió para bajar las escaleras, y de las sombras apareció Ona con una radiante sonrisa.

—Gracias Bella —agradeció acogiéndola en sus brazos—. Gracias cariño mío, por ser como eres y por querernos como nos quieres.

Permanecieron abrazadas unos segundos en silencio, momento en el que oyeron el sonido del motor de un coche.

—Bella —dijo Ona—. Me haría muy feliz malcriar a más nietecillos aparte de los de Alice.

Al escuchar aquello ella sonrió, y al ver a Emmett y Rose besarse a través de la puerta dijo haciendo reír a la anciana.

— ¿Sabes, Ona? Si Rose y Emmett no se matan, creo que te llenaran esto de nietecillos.

En ese momento Edward entró en la cocina tan guapo como siempre, y caminando hacia ellas, dio un beso a Ona en la mejilla.

Después tomó la mano de Bella y la miró de aquella forma que la hacía levitar.

—Coge algo de abrigo y ven conmigo.

— ¿Adónde? —preguntó poniéndose el abrigo de Tom.

—Ya lo verás.

—Edward, tesoro —señaló Ona con una sonrisa—. Doug me acaba de decir que Geraldina ha comenzado la primera fase del parto.

—No te preocupes Ona —indicó con una sonrisa—. Llevo el walkie y en cuanto me llaméis estaré aquí.

Sin decir nada más salieron al exterior donde Stoirm corrió a su alrededor.

— ¿De quién es este coche? —preguntó Bella al ver un todoterreno negro.

—Sube y espera —respondió Edward—. Prometo responder a todas tus preguntas.

Con una sonrisa en la boca, Bella se montó, y observó cómo Edward hablaba con Emmett y Rose. Les estaría dando indicaciones sobre Geraldina. Una vez que Edward subió al coche y arrancó el motor, Bella saludó a su hermana con la mano, quien le guiñó un ojo y sonrió.

Tras salir a la carretera en pocos minutos apareció ante ellos el castillo de Eilean Donan, iluminado con las suaves luces del atardecer.

Edwar detuvo el vehículo en el arcén. El paisaje merecía unos segundos de disfrute.

—Es increíble —susurró Bella—. No me extraña que mi cliente quiera que su anuncio se grabe aquí.

— ¿Por qué piensas ahora en el trabajo? —preguntó Edward ceñudo.

—No lo sé —respondió—. Quizás porque este castillo y en especial su maldito conde son los responsables de que yo esté aquí.

—Te llevo justamente allí —señaló Edward—. Vamos a ver de cerca eso que tu cliente necesita.

—Uau... ¡Qué bien! —gritó haciendo reír a Edward.

Pocos minutos después, Edward, tras saludar a un chico de la entrada, dejó el todoterreno en el aparcamiento.

—Madre mía —sonrió Bella mientras cruzaban andando el puente de piedra—. La cantidad de veces que he visto este puente y este castillo en las películas. Nunca pensé que algún día yo estaría aquí.

—El primer asentamiento que hubo aquí fue en el siglo VI —indicó Edward con orgullo—. Se cree que su nombre proviene de un obispo irlandés llamado Donan que llegó a Escocia alrededor del año 580 de nuestra era.

— ¡Qué fuerte! —susurró Bella mirando la espectacular mole de piedra y años.

—En 1220, por orden de Alejandro II de Escocia, se construyó un castillo sobre las ruinas del antiguo fuerte de los Pictos. Con el paso de los tiempos ese castillo fue adoptando diferentes formas hasta llegar a ser lo que es hoy.

Bella, obnubilada, escuchaba todo aquello que Edward le indicaba, hasta que llegaron junto al castillo.

—Es majestuoso —susurró tocando su oscura y fría piedra.

—Espera un segundo aquí —indicó Edward.

Eran las 17:05, y los trabajadores del castillo se marchaban a casa. Edward volvió tras hablar con ellos y estos sonrieron.

— ¿Qué ocurre? —preguntó al ver cómo la miraban.

Parecía que la estudiaban. Se sintió observada por aquellos dos muchachos desde el primer momento que la vieron llegar.

—El horario de visitas ha terminado —indicó cogiéndole la mano, y guiñándole el ojo sonrió—. Pero para algo soy la mano derecha del conde. ¿No crees?

—No te meterás en líos ¿verdad?

—Tranquila —sonrió besándola—. El conde y yo aquí somos la misma persona.

Tras pasar por su puerta ojival donde un escudo encastrado en la piedra presidía la entrada, Bella preguntó.

— ¿Qué horario tenéis de visitas?

—Por norma de 10:00 a 17:00 excepto en julio y agosto de 9.00 a 18.00. Pero en este instante, princesa —y haciendo una reverencia indicó— todo el castillo es para ti.

— ¡Genial! —Sonrió Bella—. Ahora sólo falta que aparezca el conde.

—Tranquila, aparecerá —respondió con una sonrisa.

Una vez llegaron a la primera sala, Bella miró con curiosidad una exposición sobre la historia del castillo para pasar después a otra estancia de decoración recargada donde sus ventanas góticas y sus mesas y sillas de roble la hicieron silbar.

Durante un buen rato estuvieron recorriendo el castillo, mientras Bella con curiosidad observaba y escuchaba todas las explicaciones que Edward le daba encantado, y ella cogía de cada sala distintos papeles informativos del lugar.

Incrédula observó cómo Edward le enseñaba un mechón de cabello del príncipe Bonnie Charles, para muchos considerado un objeto de culto, mientras la mezcla de piezas antiguas creaba un ambiente acogedor y mágico que la transportaba siglos atrás.

Maravillada, observó las enormes librerías, las increíbles chimeneas e incluso rió cuando Edward, acercándose a alguno de los cuadros bromeó e indicó que aquel era antepasado suyo.

— ¿Por qué crees que este buen hombre no puede ser mi antepasado? —le preguntó él.

—Vamos a ver, Edward —se mofó—. Es como si yo te dijera que mi tatarabuela fue Minnie Mouse. ¿Me creerías?

—Hombre, ahora que lo dices, por supuesto que sí —contestó divertido—. Conoces a la perfección el mundo Disney, ambas sois morenas, con ojos grandes, mandonas y presumidas. ¿Por qué no?

— ¡Anda, calla pedazo de tonto! —rió dándole un puñetazo.

Al llegar a la cocina Bella se partió de risa al conectar Edward unos ruidos que simulaban el sonido de unos ratones, que dio realidad a una cocina de los años 30. De allí pasaron a un salón enorme donde coloridos tapices con los colores del clan Cullen colgaban de su pared.

—Qué sitio más precioso. Todo él desprende historia y sobre todo romanticismo —Bella se sentó en una de las sillas—. No me extraña que tu jefe se piense a quién alquilar el castillo. Sería terrible que poco a poco todo esto se fuera destruyendo. Los humanos somos bastante incívicos y la verdad, esto tiene tanta magia, que es una pena que se pierda. Si fuera mío no permitiría la entrada a nadie.

—Me alegra escuchar eso —asintió complacido. Aquellas palabras le habían dicho mucho más de lo que ella creía—. ¿Sabías que los lectores de la revista Escocia en el año 2007 votaron a este castillo como uno de los iconos de Escocia?

— ¿En serio? No. No lo sabía, aunque en mis notas estará — asintió interesada—. Pero oye. Lo que me ha llamado la atención son los terminales informáticos que he visto por ahí.

—Son para las personas que sufren de movilidad reducida —indicó Edward apoyado en el quicio de la puerta—. Debido a los tramos de escaleras algunas zonas del castillo son de difícil acceso para ellas, Por eso pusimos los terminales informáticos. No queremos que nadie se quede sin ver o conocer la historia de nuestro castillo.

—Una de las noches que hablé con Tom, me dijo que en el año 1719 un destacamento español de cuarenta y seis soldados que apoyaban la causa jacobita, tomó el castillo y construyeron un polvorín mientras esperaban armamento y un cañón español.

—Sí —asintió Edward—. Pero aquella noticia llegó a oídos de los ingleses, y éstos enviaron tres fragatas que durante tres días bombardearon el castillo sin éxito, gracias al grosor de cuatro metros y medio de sus muros. Al final, el capitán de una de las naves envió a tierra a varios de sus hombres que consiguieron derrotar a tus compatriotas.

En ese momento entró un chico pelirrojo y desde la puerta ojival indicó que se marchaba.

—Hasta mañana, Glen —se despidió Edward.

— ¿Se van todos?

—Sí —asintió Edward agachándose para quedar a su altura—. A excepción de un par de guardas. No tienes nada que temer.

— ¿Sabes? —Bella estaba nerviosa—. Se me hace curioso pensar que entre estos muros sangre española como la mía, luchó con sangre escocesa como la tuya.

—Entonces algo nos une ¿no crees? —Edward la besó un instante—. Quién sabe si alguno de aquellos españoles no era un antepasado tuyo que no ha descansado en su tumba hasta traer de nuevo aquí más sangre española.

—Oh, Dios —sonrió Bella al escucharlo—. ¿Crees en esos cuentos para niños?

—Escocia está plagada de cuentos, y leyendas fantásticas — susurró—. Aquí tenemos mucho respetó a las leyendas. Ven, sígueme.

Sin preguntar, Bella se dejó guiar a través de las estrechas escaleras hasta que llegaron a una puerta de madera oscura. Edward sacó de su bolsillo una llave, abrió la puerta y al pellizcar al interruptor de la luz, la estancia se iluminó.

Ante ella apareció una maravillosa habitación, tan lujosa o más que la de un carísimo hotel. Las paredes y el suelo eran de piedra y madera como en el resto del castillo. A la derecha, un sofá en color beige con cojines marrones descansaba ante la enorme chimenea que calentaba la estancia. Al otro lado de la habitación había una preciosa y enorme cama en hierro forjado que hizo que el pulso se le acelerase.

— ¿Qué te parece? —preguntó Edward divertido.

— ¿De quién es esto?

—Es uno de los aposentos privados del castillo —respondió Edward ayudándola a entrar para cerrar la puerta tras ellos—. Aquí los turistas no pueden acceder.

—Creo que no deberíamos estar aquí —murmuró Bella apoyándose en la puerta. Su cabeza no dejaba de discurrir, ¿qué ropa interior se habría puesto aquella mañana?—. Si tu jefe se entera de esto podría despedirte. ¡Vámonos!

Con una seductora sonrisa, Edward plantó las manos en la puerta a ambos lados de la cabeza de Bella, y dejándose caer sobre ella, la besó con dulzura.

—Tranquila, cariño —susurró haciendo que el vello se le erizara— el conde y yo nos llevamos muy bien. Estoy seguro que no le importará que utilice esta habitación.

Bella trató de impedirle que continuara con aquella locura, pero tenerlo tan cerca resultaba demasiado tentador. Su tono de voz, su mirada, su cuerpo y su olor podían con ella. Era imposible resistirse a aquel hombre cargado de testosterona que la miraba con ardor.

— ¿Estás asustada? —Dijo rozando sus labios contra su sien—. Lo veo en tus ojos cada vez que te miro. ¿A qué temes tanto?

—A ti. Te temo a ti porque estás consiguiendo lo que nunca nadie ha conseguido de mí.

—Mmmmm... Me gusta escuchar eso, pero —dijo separándose de ella—, te he traído aquí para hablar contigo y para cumplir alguno de tus deseos.

Atontada y sin escucharlo miró cómo los músculos de sus brazos con los reflejos de la luz de la chimenea parecían tener vida propia.

« ¡Ay Dios! Deseo desnudarte y que me desnudes, y que me hagas el amor de una santa vez» pensó mirándolo con deseo.

Pero volviendo en sí, se obligó a no pensar en cómo se comportaría Edward desnudo encima de ella, en aquella cama enorme.

—Cumplir mis deseos... —se obligó a decir—. ¿Qué deseos?

—Proporcionarte un baño caliente me es imposible en este lugar, pero sí puedo ofrecerte —dijo cogiendo tres DVD—, ver cualquiera de estas tres películas de estreno, sentada en este confortable sofá sin que nadie te moleste.

— ¡Una película de estreno! —gritó emocionada, haciéndolo sonreír.

—Todo eso acompañado con... —tomó algo de una disimulada nevera—. Coca Cola Zero.

Al ver la Coca Cola Bella se tiró de cabeza a por ella.

— ¡Ay, Dios mío! —Gritó al tenerla en sus manos—. Cuánto te he echado de menos.

—También puedo ofrecerte palomitas, sandwiches de jamón y queso y...

— ¿Y? — gritó emocionada como una cría.

—Una maravillosa y calentita taza de té Earl Grey, recién traído desde el Starbucks más cercano.

— ¡Dios mío! —Gritó incrédula—. ¿De verdad que has traído un Earl Grey?

Edward, muerto de risa por aquella nimiedad, sacó un par de termos, y un par de vasos típicos de las cafeterías Starbucks. Emocionada por aquella atención se sentó, y suspiró al oler el té que le estaba sirviendo Edward.

—Te cambio un riquísimo té negro con toques de esencia de bergamota de la región de Sri Lanka, por uno de tus besos españoles —susurró Edward sentándose junto a ella.

Bella, entrelazando los dedos en el pelo de él, le inclinó la cabeza y le besó profundamente, haciendo que Edward se excitara en segundos al demostrarle aquel beso tan salvaje y temerario.

—Si me vas a besar así siempre —dijo Edward sonriendo—, te prometo que pongo una franquicia de Starbucks donde tú quieras.

Al escucharle Bella sonrió, soltó la taza y lo cogió de los hombros para atraerlo de nuevo hacia ella. Aquel hombre era demasiado atractivo y también le gustaba demasiado como para no perder la cordura. Ya no le importaba si llevaba puestas sus mejores bragas de La perla o las de cuello vuelto de algodón de Ona. Ya no podía más. Lo deseaba, y lo deseaba ya.

—Ehhh, princesita —susurró Edward separándose de ella para su decepción—. Estamos aquí para cumplir tus deseos, no para cumplir los míos.

—En estos momentos, cromañón —sonrió rozándole los labios—, tú eres mi mayor deseo.

—Ufff... —suspiró Edward intentando contener sus salvajes apetencias—. Te aseguro que estoy echando mano a todo mi autocontrol para no lanzarme sobre ti, arrancarte la ropa y hacerte las cosas que llevo semanas deseando hacer.

—No te contengas —contestó Bella al sentir la dura erección— porque yo no voy a contener las locas apetencias que tengo de ti. Ahora ya no.

—Espera un momento —sonrió Edward al verla tan excitada—. Creo que antes deberíamos de hablar. Tengo cosas que contarte que...

— ¡Por todos los santos, Edward! —Gruñó Bella al sentir cómo la sangre se le convertía en fuego y el corazón le latía a mil revoluciones por minuto—. ¿Quieres hacer el favor de callar y hacerme el amor? Te deseo, maldita sea, y no quiero esperar más.

Al escuchar aquello, Edward sintió que el pantalón le iba a explotar.

—A sus órdenes, Lady Dóberman —dijo tomándola de la mano para que se levantara, momento en que Bella se lanzó.

A trompicones Edward llegó hasta la cama con Bella colgada a su cuello.

—Siéntate —le ordenó ella, mirándolo a los ojos.

Edward, obediente como un cordero se sentó al borde de la cama y ella quedó sentada encima. Durante unos segundos notó cómo Bella apretaba sus muslos contra los suyos, consiguiendo que su erección se endureciera de tal manera que le comenzara a doler el simple hecho de respirar. Cada vez que ella tomaba las riendas en los momentos íntimos Edward se quedaba paralizado, pero la boca caliente de Bella rozándole el cuello le hizo reaccionar, por lo que sujetándole las manos se levantó aún con ella en brazos y tras un rápido movimiento que hizo que Bella diera con su espalda en el colchón, fue Edward el que habló.

—No, princesita, no —susurró devorándola con la mirada—. He deseado este momento seguramente antes que tú, por lo que, por favor, cierra los ojos, relájate y déjame disfrutar lo que tantas veces he soñado.

«Ay, Dios, creo que voy a gritar» pensó Bella dejándose llevar.

Con una sensual sonrisa Bella se arqueó, momento en que Edward le quitó el jersey de Moschino que dejó caer a un lado, soltando un silbido al encontrarse con un sujetador negro de copa baja de lo más sensual.

«Gracias a dios que llevo el conjuntito negro de La perla» pensó Bella al ver cómo aquél la miraba.

Con la respiración entrecortada, Edward bajó su boca y mordiendo el enganche delantero del sujetador, lo soltó. Los pechos quedaron liberados ante él, secándole la boca.

— ¡Qué maestría para quitar un sujetador! —señaló Bella al ver la facilidad con que con la boca había deshecho el broche.

—En esta vida he aprendido de todo, pequeña —se mofó deseando chupar aquellos duros y rosados pezones.

«Serás fanfarrón» pensó, y en un arranque de rabia, se movió con rapidez, poniéndose de nuevo encima de Edward.

—Qué maestría para tenerme a tu merced —indicó con una sonrisa que al escucharla se esfumó.

—En esta vida he aprendido de todo, pequeño —contestó dándole donde quería.

Las chispas saltaban entre los dos. Eran amantes al tiempo que rivales. Por lo que Edward, con su hombría herida, se levantó de la cama con ella en brazos y apoyándola en el respaldo del sillón, quedó sentada con las piernas alrededor de él.

—Ahora eres mía. Mía y de nadie más.

Al escuchar aquello y sentir su fuerza y posesión, Bella comenzó a jadear. Sentir su sensual mirada, la dura erección contra ella, y la posesión con que le tocaba los pezones era lo más morboso y excitante que le había pasado nunca. Por lo que con una sonrisa buscó su boca y le dio un beso salvaje y ávido, mientras le subía lentamente la camiseta por las costillas hasta sacársela por la cabeza.

Los dos estaban desnudos de cintura para arriba. Mientras Edward bajaba su cabeza y jugueteaba con sus pezones, haciéndola estremecer, Bella fue consciente por primera vez del brazalete tatuado en negro que éste llevaba alrededor del brazo derecho.

« ¡Qué sexy, qué sexy, por Dios!» pensó al rozarlo.

Aquello la excitó aún más, por lo que bajando sus manos desabrocho el botón de los Levi's de Edward, momento en el que él, sujetándole las manos, subió su boca para besarla mientras presionaba su erección contra ella, haciéndola gemir.

Bella deseaba ser penetrada, y estuvo a punto de gritar al sentir cómo Edward metía su mano por la delantera del pantalón. Sus dedos llegaron hasta la humedad que éste le había provocado y que ella deseaba con urgencia llenar. Con un rápido movimiento Edward le quitó los pantalones junto con las bragas, y quedó totalmente desnuda ante él.

—Eres más preciosa de lo que pensaba —susurró con voz ronca por la lujuria.

— ¡Suéltame las manos y bájame al suelo si no quieres que comience a gritar! —se quejó ella.

—Mientras que sea de placer —sonrió haciéndole caso—. Grita cuanto quieras cariño.

— ¿Tú vas a gritar?— preguntó juguetona.

—Ummm, no lo sé, dime tú.

—Vas a gritar —sentenció metiendo la mano en el calzoncillo para agarrar aquel pene duro y grueso, notando cómo él se tensaba mientras, lentamente, con la otra mano y la ayuda de los dientes bajaba el pantalón y el calzoncillo Calvin Klein.

Una vez estuvieron en el suelo, con su húmeda y caliente lengua, según se levantaba, chupaba el interior del muslo de Edward, y al llegar al pene, grande y terso, con una malévola sonrisa jugueteó durante unos segundos con él.

—Me estás matando —murmuró Edward y no tuvo más remedio que asirla entre sus brazos—. ¡Ven aquí fierecilla!

En dos zancadas la llevó hasta la preciosa cama con dosel, y tras posar con delicadeza la espalda de Bella se tumbó sobre ella, haciéndola vibrar al sentir cómo aquella dureza pugnaba por entrar en ella, mientras le daba en los muslos, reclamando su función.

Estirando la mano Edward sacó de su cartera un preservativo. Lo abrió con los dientes y se lo puso con rapidez.

—Creo que estoy tan caliente que siento decirte que no va a durar mucho, cariño.

— ¡Disculpas... disculpas! —suspiró ella haciéndolo reír.

—Pero puedo prometer y prometo que las próximas cien veces serán infinitamente mejor —murmuró empujando de una riñonada que le hizo vibrar.

— ¿Sólo cien? —jadeó Bella al sentir cómo su calor la inundaba.

Al escucharla Edward también sonrió, y comenzó a profundizar una y otra vez en su interior, asiéndola del trasero. Bella, muy excitada y jadeante, recibía aquellas deliciosas embestidas mientras se abría para él.

—Mi amor —murmuró al escucharla gemir.

Enloquecido, siguió embistiendo con dulzura y pasión una y otra vez, hasta que la oyó gritar y sintió cómo sus músculos se tensaban al llegar al clímax. Al notar que ella se dejaba llevar por el cenit de la pasión, entró en ella un par de veces más a fondo, hasta que notó que ya no podía más y hundiendo su cabeza en el cuello de Bella fue él quién gritó.

Aquella noche fue larga y placentera para los dos y culminada aquella primera vez, llegaron otras cinco más hasta que, agotados por el deseo, cayeron en brazos de Morfeo abrazados y felice2

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