SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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El escritor de sueños

El escriba

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Capítulo 12: CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

 

Aquella noche, Rose recibió en la suite una invitación de Emmett para cenar, algo que la hizo saltar ilusionada de alegría, mientras Bella disimulaba su pequeña, aunque gran decepción.

En cierto modo Edward le gustaba, algo que también le molestaba, y más teniendo en cuenta que con seguridad trataría de incordiarla una vez llegara a la granja.

Cuando se marchó Rose y se quedó sola, puso música en el equipo plateado que había en la suite y llamó al servicio de habitaciones pidiendo una ensalada y un agua sin gas. Pero segundos después volvió a llamar. Cambió el agua sin gas por una cerveza. La necesitaba.

Pasados quince minutos llamaron a la puerta. Era la cena. Como no tenía mucha hambre cogió la cerveza y un cigarrillo y decidió darse un baño. Eso la relajaría. Pero no fue así. Sólo podía pensar en Edward, en sus ojos y en su impertinente sonrisa.

Una vez salió del baño con el albornoz del hotel puesto, abrió la tapa de la ensalada y para su sorpresa, aquello no era una ensalada, sino un bistec con patatas.

¿Volvería a estar Edward tras aquella confusión?

Por lo que cogió el teléfono con una patata frita en la otra mano, llamó a recepción e informó del error.

Cuando colgó se miró en el espejo. Tenía el pelo aceptable y su imagen con el albornoz era sexy. Dos minutos después unos toques en la puerta le hicieron sonreír. Allí estaba él, por lo que abriendo la puerta con una sonrisa seductora se quedó petrificada cuando el camarero le pedía disculpas y le cambiaba el plato.

Cuando cerró la puerta no sabía qué le había molestado más. Si que él no hubiera provocado el error, o su absurdo deseo por verle.

En ese momento sonó el teléfono del hotel.

—Dígame.

—Hola, peluche.

Al escuchar aquello, la patata que tenía en la mano y que aún no había llegado hasta su boca cayó a la moqueta. Era Mike, ese alguien aparcado en su memoria a quien todavía dolía recordar, pero reponiéndose con rapidez contestó.

—Te he dicho mil veces que no vuelvas a llamarme así. Que te olvides de mí.

—Lo sé —asintió con voz tranquila—. Pero te echo de menos.

—Yo a ti no —respondió mientras cogía un cigarrillo. Hablar con Mike le tensaba.

— ¿Cuándo vas a volver?

—No lo sé. Pero aunque lo supiera no te lo diría —se sentó y encendió el cigarrillo—. Aunque daría igual. Tu zorra particular te mantendrá informado ¿verdad?

—Bella, cariño —susurró Mike—. No he vuelto a ver a Ángela. Tienes que creerme. Aquello que ocurrió en el hotel, fue algo que...

— ¡Basta! —gritó malhumorada—. ¡Basta ya! No quiero volver a escuchar tu patética explicación. ¿Cuándo vas a aceptar que lo nuestro se acabó? Que no quiero saber nada de ti.

—Te quiero, peluche —susurró haciéndole daño. En todos los años que estuvieron juntos, podía contar con los dedos de una mano las veces que le había escuchado aquella romántica palabra—. No puedo remediarlo. Te hecho de menos. Te necesito y...

—No quiero escucharte. Adiós.

Una vez colgó el teléfono, sus ojos se inundaron de lágrimas. ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿No se daba cuenta del daño que le hacía?

De nuevo sonó el teléfono. Aquello la enfureció.

— ¿Sabes, Mike? —Gritó al coger el aparato—. No quiero escucharte. No quiero oírte. Sólo quiero que te olvides de mí. Eres un mal nacido. ¡Déjame en paz! Olvídate que existo y que.,..

—Ehhhhh, Bella ¡Para el carro! —Gritó una voz desde el otro lado del teléfono—. Soy Jacob. ¿Qué ocurre cariño?

—Hola, Jacob —aquella voz la hizo suspirar. Una voz amiga. Las lágrimas aún corrían por sus mejillas.

—Por lo que veo, el cretino de tu ex sigue dando la plasta.

No pudo responder. Un puchero contrajo su cara, y de su garganta salió un gemido seguido por el llanto. ¿Por qué lloraba? Aquello ya estaba superado. Ya no pensaba en él. Pero cuando creía estar fuerte, Mike atacaba y su parte sensiblera la destrozaba.

—Venga, Bella. Odio encontrarte así y no poder hacer nada —se quejó Jacob sintiéndose inútil en la distancia—. Venga, cariño. Respira. Inspira. Respira. Inspira. Conmigo puedes llorar, gritar y maldecir, lo sabes ¿verdad?

—Sí —susurró Bella secándose las lágrimas.

—Ahora sé buena y dile a Jacob qué ha hecho que estés llorando como un sobao pasiego, cuando tú eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida.

—Ya lo sabes.

—Isabella Marie Swan —insistió Jacob—. Sabes que no nado en la abundancia, pero no voy a colgar el teléfono hasta saber qué te pasa. Hace un momento hablé con Reneé y me contó una rocambolesca historia sobre vacas, pérdida de móviles, etc.

—Es verdad —susurró. Sentía nuevas ganas de llorar—. Todo lo que mamá te contó nos ha ocurrido. Pero mañana a primera hora me llegan dos móviles, y un portátil. Por cierto, tendremos los mismos números, díselo a mamá.

—Estoy esperando —canturreó Jacob.

A partir de ese momento Bella relató punto por punto lo ocurrido desde su llegada a Escocia. Le habló de Edward y de Emmett, y de su particular relación con ellos. Tentada estuvo de colgarle el teléfono al escuchar las carcajadas de aquel, mientras le contaba el episodio de las vacas comiéndose la capota, o del pijama de tomates cherry y las bragas de cuello vuelto.

— ¡Por Dios, Bella! —Se secaba las lágrimas Jacob—. Lo que me estás diciendo es lo más divertido que me has contado nunca. Y dices que mañana os iréis a la granja hasta que llegue el conde.

—No tengo otro remedio. Edward dice que si quiero que el conde se fíe de mí eso es lo único que puedo hacer.

— ¿Rose está cenando ahora con Emmett?

—Sí. Se pondrá furiosa cuando sepa que has llamado y no ha hablado contigo. Quería contarte un montón de cosas.

—Ya imagino. Ya —sonrió al escucharla—. Oye. Por curiosidad. ¿Cómo es el cromañón ese de Edward? ¿Es guapo?

—Pssssss —susurró Bella—. Nada del otro mundo

— ¡Por dios, Bella! —se mofó Jacob al escucharla tan dudosa—. Desde aquí veo cómo tu nariz comienza a crecer.

Al escuchar aquello Bella sonrió tocándose la nariz. Jacob, al igual que Rose, la conocía bien. Por lo que decidió sincerarse.

—Lo que te voy a contar es top secret, y si alguien dice que ha salido de mi boca, lo negaré hasta la saciedad. ¿Entendido?

— ¡Palabrita de Niño Jesús!

—Pues bien, Edward es el típico hombre en el que yo no me hubiera fijado en mi vida. Es alto, delgado y algo rudo en ocasiones. Tendrá unos cuarenta años y es la mano derecha del conde. Creo que le gusta trabajar en el campo y es muy familiar. Tiene buen físico, pero no tiene pinta de ir al gimnasio. Su pelo es corto y castaño, con alguna canita que le proporciona personalidad.

—Por Dios, Bella... ¡que interesantote lo pintas!

—Tiene unos ojos verdes de un color tan intenso que a veces parece que te traspasan. Sus labios son suaves y tiene una bonita sonrisa seductora —sonrió al recordarle—. A todo ese cóctel de desbordante testosterona masculina añádele que es arrogante, prepotente, mandón, exigente, seguro de sí mismo, y un machote que presume de tener una enorme lista de mujeres deseosas de sus besos y de sus atenciones.

— ¡Uau, qué morbazo! —exclamó Jacob.

Cuando terminó de describir a Edward, se dio cuenta de que era todo lo opuesto a Mike; un niño de bien, cuidado entre algodones por su mamá que le habían dado todo masticado. Nunca se había preocupado por nadie excepto por el mismo. Era un hombre que prefería gastarse dos mil euros comprándose una camisa de marca, pero a la hora de cooperar con cualquier causa buscaba dos mil razones para no ayudar. Le gustaban los buenos vinos, los restaurantes caros, el diseño, el lujo, presumir de coches de alta gama y vacaciones en islas paradisíacas. Definitivamente Edward y Mike nada tenían que ver.

—Ahora entiendo tus lágrimas —se mofó Jacob—. Te has dado cuenta de que el que creías que era el hombre perfecto durante todos estos últimos años, no le llega a ese cromañón ni a las suelas de los zapatos ¿verdad? Por eso llorabas.

—Anda ya. ¿Estás loco? —se quejó Bella al escucharle.

—Joder, Bella. ¡Qué pena que no sea gay! Yo estaría encantado de explorar esos labios carnosos y ese cuerpo musculado por el trabajo en una granja. Por cierto, ¿el cromañón de Rose es igual?

—Más o menos —sonrió al responder.

—Me has convencido. Mañana mismo cojo el primer vuelo que salga para Escocia. Seguro que yo encuentro algo igual, pero en gay.

—Cómo está mamá —rió Bella y cambió de tema—. Esta mañana, cuando hablé con ella, parecía tener prisa.

—Bueno —titubeó Jacob—. Nuestra Diane Lane particular está bien. Yo diría que maravillosamente bien.

—Oh... Oh... —se alertó Bella al escucharle—. Cuéntamelo todo ahora mismo. O la que se coge el primer avión de vuelta a Londres soy yo. ¿Qué le pasa?

—Mira que eres exagerada, Bella —susurró, sintiendo que la voz le había traicionado—. Está bien. Sólo que creo que está conociendo a alguien. Pero nada serio. No te preocupes.

— ¿Cómo? ¿Mamá sale con alguien?

__Creo que sí —asintió—. Pero déjame unos días para confirmarlo. Óscar y yo le estamos haciendo un seguimiento de cerca.

—Quiero estar al tanto de todo, Jacob —señaló con seriedad—, por favor, vigílamela que la veo muy sola y no quiero que se junte con ningún pinta del barrio.

Al escuchar aquello Jacob tuvo que hacer esfuerzos por no carcajearse. Reneé tenía un gusto excelente y eso no se lo negarían sus hijas cuando supieran quién era su pretendiente.

—Tranquila, Bella. Óscar y yo la cuidamos muy bien. Por cierto, dile a Rose que Oscar la echa de menos. Y yo os hecho de menos a las dos.

—Oye, tonto, nosotras te echamos mucho de menos a ti. Un beso y hasta pronto.

Tras colgar se quitó el albornoz del hotel, se puso su pijama de seda de Armani y se sentó ante la ensalada. Pero no tenía hambre. Por lo que, cansada, se acostó en la enorme cama Queen Size, pensando en las torturas que le traería el nuevo día.

 

* * *

 

Durante el viaje a la granja de Ona, Bella estuvo todo el camino callada. Aún recordaba la cara de guasa de su hermana cuando le contó lo que Jacob había insinuado sobre su madre, aunque omitió la llamada de Mike. No le apetecía hablar de aquello.

Por mensajería urgente le había llegado el móvil y el portátil desde Londres. Algo que le alegró, volvía a estar informatizada y eso la hacía sentirse mejor.

Cuando Emmett y Edward aparcaron frente al hotel para recogerlas, por unos instantes Bella estuvo a punto de salir huyendo. ¿Qué iba a hacer ella en una granja? Pero al final, tras suspirar y pensar en el contrato, con paso seguro y custodiando su trolley de Versace, llegó hasta la furgoneta.

—Buenos días —saludó Edward con gesto taciturno.

—Buenos días —respondió Bella.

Rose estaba ocupada meneando la lengua dentro de la boca de Emmett.

Una vez en la carretera, Emmett y Rose se encargaron de llenar con sus risas y sus conversaciones el espacio para relajar la tensión.

— ¿Sabes, Bella? Anoche coincidimos con Edward y una de sus amigas en un pub.

Al escuchar aquello Bella se tensó, aunque segundos después se relajó. No quería que nadie se diera cuenta de cómo aquello le afectaba. Debía de recordar por qué estaba allí, y punto.

—Me alegro —respondió al ver cómo Edward la miraba a través del espejo retrovisor.

— ¿Por qué os fuisteis tan pronto? Tu amiga parecía pasarlo bien —volvió a preguntó Rose.

—Teníamos cosas que hacer —respondió Edward molesto.

—No lo dudo —asintió Rose—. Lavinia estaba como loca por meterse en la cama contigo. Bella, hubieras alucinado. No veas qué pulpo de mujer.

—Hoy parece que hará un día estupendo —señaló Emmett para cambiar de tema.

—Era una azafata italiana ¿verdad? —insistió Rose.

—Sí —Edward estaba viendo la mala leche de aquella mujer. Igualita a la de su hermana.

—Sería alguna de esas preciosidades que guardan su turno para besarte ¿verdad? —señaló Bella molesta.

—No lo dudes —respondió él con un gesto hosco.

La noche anterior, Edward había quedado con Lavinia, una amiga. Estaba harto de pensar en Bella, pero fue peor el remedio que la enfermedad. Tras la cena, se encontraron con Emmett y Rose en un pub, y fue consciente de cómo Rose lo miró. No le preguntó. Pero supo lo que pensaba sólo con mirarle los ojos. Lavinia, una azafata italiana que cuando volaba a Escocia lo llamaba, aquella noche estuvo especialmente cariñosa, y eso le molestó. No le dejaba respirar. Por lo que, aburrido, se despidió de Emmett y de Rose y se marcharon hacia el hotel de Lavinia. Una vez allí, tras inventarse un problema de última hora, Edward salió escopetado para el hotel. Allí comprobó que la llave de Bella no estaba en su casillero, y se marchó a dormir. Necesitaba descansar.

El resto del camino transcurrió sin ningún comentario mordaz. Y cuando llegaron a la granja, los ladridos de Stoirm y los aplausos de Ona, Alice y alguno de los jornaleros llenaron el ambiente.

«Dios santo. Mi pesadilla ha comenzado», pensó Bella.

Todos las recibieron con alegría aunque el más feliz era Tom, quién al verlas las abrazó con cariño. Edward subió los equipajes hasta la habitación. Ocuparían la misma que días antes. Al marcharse coincidió con Bella en la puerta, y tras cerrarla se apoyó en ella para mirarla.

— ¿Qué haces? —preguntó Bella, dejando el portátil encima de la cama.

—Quería tener unos momentos a solas contigo.

— ¡Qué emoción!

—Sólo quería decirte que me parece muy valiente lo que vas a hacer, y que no olvides que cualquier cosa que necesites, estoy aquí.

— ¿Algo más?

«Insolente», pensó Edward al mirarla.

—Tendrás que cambiarte de ropa. No creo que con esos tacones puedas moverte por la granja —dijo mirando los zapatos rojos tan sexy que llevaba.

—Ese será mi problema, no el tuyo. ¿No crees?

— ¿Qué te pasa? —preguntó Edward, que dio un paso hacia ella.

—No me pasa nada.

—Mentirosa —continuó acercándose—. No te he dicho nada hoy para que tengas que tener esa cara de enojo conmigo. En ningún momento me he dirigido a ti con ningún nombre que no fuera el tuyo. Incluso cuando has sido una borde en referencia a mis amistades, he intentado no discutir. ¿Debo pensar que estás celosa?

— ¿De ti? —Se mofó Bella—. Antes lo estaría de una vaca.

Edward, al escucharla tuvo que sonreír. Era tan diferente del tipo de mujer que frecuentaba, que eso era lo que llamaba su atención.

—Mira, cromañón —indicó al ver su sonrisa profidén—. Me importa un bledo con quién te acuestes, y con quién salgas. ¿Por qué voy a estar celosa de ti? —gritó levantando las manos. Aunque antes de bajarlas, ya tenía a Edward poseyendo su boca como sólo él sabía y a ella le gustaba. Sin darse cuenta bajó sus manos y las posó con suavidad sobre aquel pelo sedoso y rebelde que tantas veces deseaba acariciar.

—Oye, princesita —susurró, echándole para atrás la cara—. Me alegro que no estés celosa. Porque entre tú y yo nunca habrá más que esto.

—Te he dicho mil veces que no me beses —indicó sin demasiada convicción—. Por qué te empeñas en continuar haciéndolo.

—Mmmm... Eres irresistible cuando te enfadas —murmuró Edward rozándole con la punta de su caliente lengua el cuello—. Me encanta ver está venita tuya latir con furia.

—Suéltame ahora mismo —susurró cerrando los ojos. Ese hombre la mataba.

—Un beso más, preciosa. Uno más —rogó Edward.

Posando sus labios con delicadeza sobre los de ella, disfrutaron de un beso lento y seductor, cargado de deseo y altas dosis de pasión.

—Ejem... ejem —tosió una voz a sus espaldas que hizo que ambos se separaran.

Ante ellos estaban Ona, Emmett, Rose, Alice y Tom, quienes con unas sonrisas divertidas entraron en la habitación sin hacer ningún comentario al respecto. Momento en el que Edward, tras mirarla durante unos segundos, se marchó.

Aquella noche Ona preparó unos exquisitos filetes de pollo acompañados por verduras. A pesar de que Bella en un principio con gesto agrio se negó a comer más de un filete, estaba tan rico que al final su voluntad se rindió y comió dos. Hecho que hizo sonreír a Rose, a quien verla allí sentada y comiendo con apetito le gustó.

 

* * *

 

A la mañana siguiente, todo el maravilloso buen rollo de la noche anterior se convirtió en una tortura cuando Ona fue a despertarlas.

—Un ratito más, Ona —se quejó Rose volviéndose a tapar.

A Ona las muchachas le daban pena. No llegaba a entender todavía por qué Emmett y Edward las habían traído allí de nuevo.

—Pero si todavía es de noche —protestó Bella bostezando.

—Venga, venga, perezosas —regañó cariñosamente la mujer—. El trabajo en una granja comienza muy temprano.

A duras penas Bella se levantó. Y como una autómata se dirigió hacia el baño donde permaneció media hora y salió con la crema puesta en la cara, los dientes lavados y el pelo peinado. Rose seguía en la cama.

Después abrió el pequeño armario donde la noche anterior guardó su equipaje y miró su ropa. Allí tenía dos vaqueros, uno de Dolce y Gabanna y otro de Moschino; un traje de chaqueta color negro Chanel; dos camisetas de manga corta, una de Custo y otra de Armani; dos de manga larga de Guru en rosa y azul y la chaqueta que se había comprado en Edimburgo de Carolina Herrera en forma de ochos en color beige, más el abrigo de cuero negro de Yves Saint Laurent.

Bella optó por los vaqueros de Moschino, la camiseta de manga corta celeste de Armani y la chaqueta de Carolina Herrera.

Miró los zapatos. Los botines oscuros de Gucci. Los zapatos rojos de Manolo Blahnik y las botas de piel vuelta de Versace. Finalmente opto por estás últimas.

Se recogió el pelo en una coleta alta, y cogió las gafas de Prada. Cuando estuvo lista volvió a despertar a Rose, quién al verla vestida saltó de la cama, disculpándose por su pereza.

Rose, cuando se lavó la cara y volvió al cuarto, la miró extrañada.

— ¿Dónde vas tan elegante?

—Esto es lo único que tengo de sport —señaló, pintándose los labios.

En ese momento se abrió la puerta. Era Alice. Aquella desastrosa y masculina chica de cejas pobladas y pelos tiesos como escarpias.

—Que guapa. ¿Te marchas?

—Te lo dije —se burló Rose al pasar junto a su hermana.

—Esto va a ser un desastre —gimió Bella sentándose en la cama—. ¡Oh Dios! Pero qué hago yo aquí. ¿A quién quiero engañar?

—Yo te veo muy guapa —la consoló Alice, acercándose a ella—. Pero si no quieres estropear tu ropa yo puedo dejarte algo mío, aunque no es tan bonito como lo que llevas.

«Antes muerta que con tu pinta», pensó Bella, pero se guardó mucho de decirlo.

Nunca había conocido a una muchacha tan dejada como aquélla. Parecía tener unos ojos claros, pero aquellas tupidas cejas a lo cepillo de los zapatos eran todo un desastre. Su pelo estaba seco, quebradizo y mal cortado. Las uñas, o lo que quedaban de ellas, parecían las de un camionero. Todo eso sin contar su desastrosa forma de vestir.

— ¡No! No quiero dejarte sin ajuar —casi gritó Bella—. Con mi propia ropa me vale.

Quince minutos después bajaron. Allí estaba Ona, trajinando en una cocina de leña, algo que Bella no había visto excepto en películas antiguas.

Junto a ella estaban desayunando Tom, Edward, Emmett, Set y Doug.

—Ya era hora —se quejó Emmett al verlas aparecer—. Se supone que habéis venido para ayudar en las labores de la granja, no para estar dos horas poniéndoos potingues en la cara.

Al escucharle Rose lo miró. Estaba cansada y muerta de sueño. Apenas se había arreglado y aquel idiota la recibía así.

—Mira, chato —señaló con el dedo—. Sólo te lo diré una vez. Ten cuidado por las mañanas conmigo, si no quieres tener problemas.

— ¡Por San Fergus! —sonrió Tom

Al escuchar aquello, Set y Doug prorrumpieron en carcajadas. Las mujeres de aquellos lugares no hablaban así, por lo que Emmett, enfadado y sin decir nada, se levantó y se marchó.

—Eso, como los burros. Sin decir adiós —se quejó Rose al verle salir.

— ¿Dónde vas tan elegante? —preguntó Edward, mirando a Bella.

«Tierra trágame» pensó Bella al escucharlo.

Aquel paleto provocador no iba a hacerle fáciles los días. Así que tenía dos opciones: a) mandarlo a paseo, con lo cual comenzaría mal el día, o b) hacerse la tonta, con lo que se provocaría una úlcera, pero seguramente la dejaría en paz. Eligió la b.

—Voy vestida de sport. No tengo otra cosa que ponerme —y tonando una taza de leche que Ona le daba preguntó—. ¿Es desnatada o semi?

Al escuchar aquello la anciana extrañada la miró.

—Es de vaca —señaló la mujer.

— ¡Bella por dios! —Murmuró Rose en español—. Pilla la maldita taza y cierra el pico.

Bella, fabricando una de sus sonrisas, cogió la taza y oyó que Ona murmuraba mientras volvía a la lumbre.

—Esa ropa no volverá a ser lo que era tras un día en la granja.

Edward también la escuchó.

—Alice seguro que estará encantada de dejarte algo de su ropa —propuso, intentando no sonreír.

—No hace falta, tendré cuidado —señaló Bella, mirando con recelo la leche.

—El que avisa no es traidor, princesita —murmuró Edward.

—Tómate el vaso de leche, muchacha —animó Tom— te dará las energías necesarias par enfrentarte a una manada de lobos.

Bella, cerrando los ojos, recordó técnicas de Tai-chi. Necesitaba relajarse, o su carácter de víbora iba a prorrumpir en la cocina de un momento a otro. Al abrir los ojos miró el reloj de cocina. Las cinco y media de la mañana ¿Qué hacía ella despierta a esas horas? Pero echándole valor, se repitió; «tres semanas, máximo cuatro y contrato conseguido».

—Muy bien —señaló Edward levantándose y mirando a Rose y a Bella—. Mañana procurad ser más puntuales, ya deberíamos estar haciendo cosas, y no perdiendo el tiempo aquí.

Ona, al ver el gesto divertido de su marido movió la cabeza. No estaba conforme con aquello, pero poco podía hacer. Los muchachos así lo habían decidido y ella sólo tenía que callar y observar.

— ¡Vámonos! —indicó Edward poniéndose una cazadora marrón.

— ¿Dónde vamos con el frío que hace? —se quejó Bella.

—Al campo. Debemos arreglar la valla de los caballos y luego echar de comer a las vacas —indicó Alice calándose un gorro de lana hasta las orejas.

«Oh Dios mío, caballos y vacas ¡voy a morir!», pensó Bella a punto de desmayarse. Pero sin decir nada salió temblando.

— ¿Has visto que pinta lleva esa muchacha para trabajar en el campo?—sonrió Tom.

— ¡Calla! No quiero hablar de ello —protestó Ona.

—Esa muchacha se congelará —se carcajeó Tom al ver cómo huía de Stoirm.

—Si le pasa algo será gracias a vosotros —Ona estaba enfadada con todo aquello, así que salió de la cocina y lo dejó a solas.

 

Capítulo 11: CAPÍTULO 10 Capítulo 13: CAPÍTULO 12

 
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