SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 16: CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 15

 

Aquella noche, tras cenar todos juntos, Emmett desapareció como muchas otras noches. El día no había sido fácil y había dormido fatal. Eso había provocado que le hablara mal a Rose, que para su desesperación no le había mirado ni dirigido la palabra una sola vez.

El cansancio de un duro día de trabajo hizo que todos se retiraran pronto a dormir, momento que aprovechó Bella para salir al porche y fumar el último cigarrillo del día.

Tras encenderlo se sentó en los escalones de la puerta de entrada. Miró a su alrededor, aún no entendía realmente cómo demonios había acabado allí. Todo aquello era un desastre. Nada tenía que ver con su glamoroso piso de Londres.

Dando una calada a su cigarrillo, recostó la cabeza en la barandilla de madera y miró la luna. Aquella noche era llena e iluminaba con claridad. Comenzó a tener frío, pero estaba tan cansada que cerró los ojos, y antes de darse cuenta su respiración se volvió regular.

Oculto entre las sombras, Edward la observaba. Se la veía tan tranquila mirando las estrellas, que prefirió disfrutar de la visión a comenzar a discutir con ella. Sabía que en el momento que cruzaran dos palabras, como siempre sucedía, acabarían tirándose los trastos a la cabeza.

Con una sonrisa vio cómo Stoirm se acercaba a olisquear entre sus piernas sin ella ser consciente. El animal al ver que no se movía, subió dos escalones y enroscándose al lado de los riñones se dispuso a dormir.

Divertido por la estampa que le ofrecían Bella y Stoirm, comenzó a caminar hacia ellos. La noche era demasiado fría, y si Bella permanecía mucho tiempo allí dormida podía coger frío. Debía despertarla.

Cuando llegó a su altura, con cuidado, le quitó el cigarrillo y lo apagó.

Verdaderamente se había quedado dormida. Edward se puso en cuclillas delante de ella y Stoirm lo saludó. Él le devolvió el saludo tocándole con cariño el lomo y la cabeza. Sin apartar sus ojos de Bella, miró embelesado esa boca que deseaba besar. Tenerla cerca le producía una desazón que le devoraba las entrañas.

Aquella mujer no era para él, pero en su fuero interno la deseaba como a ninguna otra. Nunca le habían gustado las mujeres sumisas, pero tampoco se había encontrado con una gruñona como aquella.

Viéndola allí, tan guapa, tan etérea, deseó tocarla. Se moría por pasar sus dedos por aquella piel sedosa y enredar sus manos en aquel salvaje y oscuro pelo negro. De pronto Bella se movió, soltando un pequeño ronquido que le hizo sonreír. Al ladear la cabeza, Edward observó divertido cómo por la comisura de sus labios una pequeña gota brillante comenzaba a resbalar hacia la barbilla.

—Princesa —susurró atontado por el momento—. Si te digo que babeas estoy seguro de que me matas.

Al escuchar aquella ronca voz Bella abrió los ojos de golpe. A pocos centímetros de su cara, Edward la observaba con una de sus tontas sonrisas.

— ¿Qué pasa? —preguntó Bella tiritando—. ¿Por qué me miras así?

—Estaba observando algo curioso.

— ¿El qué?

—Miraba cómo lentamente la baba te caía por aquí —dijo limpiando con su mano la comisura ahora seca de su boca.

Al notar el calor de aquellos dedos sobre su piel, Bella no pudo ni protestar. Se limitó a mirarlo extasiada por aquella caricia que ahora le perfilaba los labios, con una delicadeza tan exquisita que la hizo temblar.

—Tienes frío ¿verdad? —preguntó Edward y ella asintió.

Antes de poder hacer o decir nada más Edward se quitó la cazadora de piel vuelta y sin pensar en el frío que hacía se la echó a ella por encima.

—No debes hacer eso —susurró al verlo agacharse de nuevo—. Hace demasiado frío para este tipo de galanterías. No seas tonto y póntela de nuevo.

—Tranquila —sonrió al escuchar aquel tono de voz—. Yo estoy acostumbrado a estas temperaturas, tú no.

Sin poder dejar de mirarse, pero sin decir una sola palabra, ambos sabían lo que allí pasaba. La atracción que sentían el uno por el otro cada vez era más patente. De pronto Bella notó que algo se movía junto a sus riñones y al mirar y ver que era Stoirm, de un salto quiso levantarse pero, tropezándose, cayó hacia delante, con la buena suerte para Edward de que cayó encima de él. 

—Vaya, princesita —sonrió al tenerla entre sus brazos—. Sabía que me deseabas, pero no que estabas deseosa de tirarte sobre mí.

— ¡Tú eres tonto o qué! —señaló intentando levantarse, pero Edward no se lo permitió—. Suéltame ahora mismo, si no quieres que chille.

— ¿Estás segura de que chillarías?

—Por supuesto —asintió más tiesa que una vara al sentir aquel cuerpo duro y fuerte bajo ella.

—Me encantaría hacerte chillar —susurro Edward mirándola a los ojos—. Pero de placer. Desearía tenerte en mi cama desnuda sólo para mí. Besaría todas las partes de tu cuerpo y te haría el amor de tal manera que me volvería loco al oírte suplicar más.

Bella no esperaba aquellas ardientes palabras. Abrió la boca para protestar, pero la tuvo que cerrar. No sabía qué decir. Y menos, cuando su imaginación y su cuerpo la comenzaron a traicionar.

Le gustaba la sensación de estar entre los brazos de Edward. Aquella sensación tan placentera la había sentido pocas veces con Mike. La mirada de Edward y aquellos carnosos labios era lo más tentador que había visto en su vida, por no hablar de lo que le acababa de decir. Ni en sus mejores momentos Mike fue tan sensual hablando, mirando o besando.

Sintiéndose atraída como un imán, Bella bajó su boca hasta la de Edward, y sacando la punta de la lengua, se la pasó lentamente por los labios. Ahora era Edward el sorprendido. Pero tras un segundo de sorpresa, soltó un gruñido de satisfacción y enredó sus manos en aquel pelo, y la besó con todo el deseo acumulado.

El frío dejó de existir.

El mundo se paralizó. El deseo que sentían era capaz de deshelar el Polo Norte. Bella, dejándose llevar por la pasión, se incorporó para respirar, momento en que Edward la agarró por las caderas y la hizo sentir el centro de su deseo. Aquella dureza que Bella notó la excitó. Llevaba meses sin sexo y aquel hombre le gustaba.

—Me encantaría seguir con esto, pero creo que no es el lugar idóneo para ello —murmuró Edward, consciente de cómo Bella tiritaba.

—Tienes razón —contestó nerviosa—. Si me sueltas, me levanto.

—No me lo puedo creer —exclamó Edward—. ¿Acabas de decir tienes razón?

—Sí —asintió sonriendo—. Pero también he dicho que si me sueltas me levanto.

—Regálame otro beso y te soltaré —murmuró Edward con voz ronca.

Consciente de lo atraída que se sentía por él, no lo pensó, y bajando sus labios le regaló un beso dulce, suave y ligero.

Edward, con su entrepierna a punto de explotar, cumplió su palabra. Tras disfrutar los últimos segundos de aquel maravilloso contacto, quitó las manos de las caderas de Bella, que al sentirse liberada se levantó ofreciendo su mano a Edward para que él lo hiciese a su vez. Ese gesto le gustó.

—Toma —dijo Bella entregándole la cazadora—. Hazme caso, póntela. Hace frío.

—De acuerdo —sonrió—. Pero sólo si a cambio me dejas que yo te dé calor.

—Edward —suspiró mirándolo a los ojos—. Creo que no es buena idea que continuemos con este juego.

—Vayamos dentro. Nos vendrá bien un café.

Tomó la mano de Bella y entraron en la cocina seguidos por Stoirm. Una vez dentro, mientras Bella se sentaba a la mesa y lo observaba, Edward cogió una antigua cafetera de Ona y comenzó a echarle café, momento que Stoirm aprovechó para enroscarse cómodamente bajo la mesa junto a los pies de Bella.

Edward sonrió al verlo y puso el café al fuego. Después abrió un mueble y sacó una caja de galletas. Sólo entonces se sentó junto a Bella.

Durante unos segundos ambos estuvieron callados. Lo ocurrido momentos antes los tenía desconcertados. Finalmente fue Edward quien habló.

—Creo que somos adultos para saber qué debemos hacer con nuestras vidas —y mirándola añadió—. A no ser que existan terceras personas a las que podamos dañar.

—En ese tema estoy tranquila. No daño a nadie —respondió rechazando una galleta—. Pero el motivo principal de mi viaje es otro.

— ¿Crees que merece la pena el esfuerzo que estás haciendo por conseguir un contrato para tu empresa? —preguntó de pronto Edward:

—Si soy sincera contigo, creo que no —respondió, apoyando la cabeza encima de sus manos para mirarle—. Pero necesito conseguir ese contrato. Tengo que solucionar los problemas que me han ocasionado dos inútiles.

— ¿Inútiles? ¿Por qué? —preguntó con curiosidad.

—Hace unos meses, por motivos personales —suspiró pensando en Mike— tuve que enviar a dos de mis publicistas a conseguir el contrato. Yo había firmado con el presidente de Tagg Veluer un precontrato en el que mi empresa se comprometía a alquilar el castillo de Eilean Donan para la grabación de su anuncio publicitario. Pero regresaron a Londres sin él. Por lo visto no consiguieron contactar con tu jefe, el conde.

—Vaya. ¡Qué fatalidad! —Señaló Edward mientras se zampaba las galletas—. Lo siento.

—Más lo siento yo —dijo quitándole una galleta—. Mi nombre como publicista está en juego y el dueño de Tagg Veluer amenaza con llevarse la cuenta.

— ¿Qué motivos personales te impidieron venir a Escocia?

—Ufff... —suspiró dejando la galleta mordisqueada en la mesa—. Son complicados y aburridos.

—Tú nunca me aburrirías —él le metió un nuevo un trozo de galleta en la boca. Eso les hizo sonreír—. Creo que más bien, me sorprenderías.

—Anulé mi boda a falta de veinticuatro horas para el enlace.

Al escuchar aquello, Edward dejó de masticar. Lo había sorprendido.

Como un autómata se levantó, cogió la cafetera y dos tazas, y volvió junto a ella.

— ¿Quieres leche? —preguntó Edward.

—No. Me gusta solo.

En silencio Edward llenó las dos tazas. Ofreciéndole una a Bella, ésta sin echarle azúcar, dio un pequeño sorbo que le arrugó la cara.

— ¡Por Dios, qué cosa más mala! —se quejó—. ¿Por qué hacéis el café tan claro? Parece americano. Es agua pura.

—Será la costumbre —sonrió al ver aquel gesto aniñado, y dando un sorbo dijo—. A mi me gusta así.

—Entonces déjame decirte —dijo señalándole con el dedo—, que no te gustaría cómo lo hago yo.

— ¿Cómo lo haces?

—Muy cargado.

—Ahora entiendo por qué estás todo el día como una moto —rió ganándose un puñetazo de Bella, quién sonrió por aquello.

Parecía mentira que pudieran estar en aquel momento tan cómodos el uno con el otro y en otros sólo les faltara la pistola para matarse.

— ¿Te apetece contarme qué pasó para que anularas tu boda? —preguntó Edward clavando sus ojos verdes como los prados de Escocia en ella.

— ¡Oh Dios! —Se quejó llevándose las manos a la cabeza—. No quiero hablar de ello. No me apetece. No me preguntes.

—Vale... vale —murmuró sorprendido y deseoso de saber más—. Le gustas a Stoirm. ¿Lo sabías? —dijo señalando al perro que plácidamente dormía a sus pies.

—Él a mí no —respondió tras mirarlo y encoger los pies.

Stoirm es muy cabezón —sonrió Edward llenando de nuevo su taza.

—Yo también.

—De eso doy fe.

— ¡Mira quién va a hablar!

— ¿Cómo era el nombre? Ese con el que me llamas cuando te dan esos ataques de locura. ¿Cropinom?

—Cromañón —respondió hechizada por su sonrisa—. Lo sé. Es horrible. Pero princesita también tiene tela.

—El cromañón y la princesita —se mofó—. Buen título para una novela.

—Se lo diré a Rose —sonrió regalándole otra sonrisa—. Ella es la escritora.

—Te voy a volver a besar —susurró de pronto Edward.

Aquello la hizo estremecerse. El tono ronco de su voz y cómo la miraba le hacían sentir cientos de emociones al mismo tiempo. Pero convenciéndose a sí misma, se negó a desearlo.

—No. No quiero que lo hagas.

— ¿Por qué? —preguntó acercándose—. Tus ojos me dicen lo contrario.

Sentirlo tan cerca le aceleraba el corazón. Aquel hombre, con aquella virilidad y con aquella mirada, la estaba descuadrando. Cerró los ojos, y después de pensar en lo que realmente le convenía los abrió.

—Mira Edward, voy a ser sincera contigo —dijo, deseosa por besar aquellos labios carnosos y sensuales—. Mi principal prioridad es que tu jefe me firme el contrato para volver a mi casa y a mi vida.

— ¿Tu vida de lujo? —dijo despectivamente.

—Exacto —sentía una punzada en el corazón, algo ocurría allí—. Quiero volver a la vida que me gusta. Cada uno en este mundo tiene su lugar, y mi lugar no es éste.

— ¿Tanto valoras el lujo y el dinero?

—Valoro vivir bien —señaló con fuerza—. He trabajado mucho para conseguir lo que tengo y no quiero perder nada de lo conseguido.

—Me estás diciendo —espetó enfadado por lo que oía— que nunca abandonarías tu maravillosa vida de ejecutiva, y lujos caros, por...

—No, Edward. Nunca la abandonaría —lo interrumpió. No quería escucharle.

El silencio tras aquella contestación se tornó incomodo. No eran amantes. Ni siquiera eran amigos. Pero había algo entre ellos, y eso desconcertaba a Edward, que no llegaba a entender por qué se dormía pensando en ella y se levantaba con ella en la mente otra vez. ¡Aquello era ridículo!

—Tienes razón —Edward se metió una nueva galleta en la boca—. Cada uno tiene que estar en su lugar. Ya que has sido sincera conmigo. Creo que yo también tengo que serlo contigo.

Levantándose, abrió de nuevo el mueble y guardó las galletas. Necesitaba recuperar su autocontrol. Escucharla le había dañado y eso le molestaba. Aquélla sólo era una mujer más. Nunca se había dejado dañar por una, y aquella española no iba a ser la primera.

— ¿A qué te refieres? —preguntó Bella.

—Verás —dijo desde el otro lado de la cocina—. Tengo que reconocer que como mujer no estás mal, pero siendo sinceros, lo que realmente busco en ti es tenerte debajo en la cama —al decir aquello vio la sorpresa en ella—. No busco relaciones estables. No creo en el amor. Pero sí creo en el morbo y en el sexo. Y tú, querida princesita, eres la clase de mujer que cualquier hombre busca para eso. Diversión y sexo.

Al escuchar aquello Bella se quedó sin palabras. ¿Qué le estaba llamando aquel cromañón?, o ¿qué estaba queriendo decir?

—No eres una belleza de mujer —prosiguió Edward sentándose junto a ella—. Pero tienes un cuerpo aceptable. Y yo, como hombre, entenderás que no desaproveche ninguna oportunidad.

Tras decir aquello la besó. Aquel beso fue salvaje, tórrido. Nada parecido a los dulces besos compartidos minutos antes. Bella, incrédula por lo que había oído, lo empujó, deshaciéndose de su abrazo.

— ¡Pero tú que te has creído, cromañón! —gritó levantándose. Eso hizo que Stoirm se despertara—. ¿Qué es eso de cuerpo aceptable? Por no decir otras cosas. ¿Pero tú quién te crees? ¿Mister Mundo?

—No —respondió aguantando la risa—. Por qué te pones así. Las mujeres como tú, que lo tienen todo, suelen aprovechar estas oportunidades para pasarlo bien.

— ¡No vuelvas a poner tus asquerosas manos en mí! —Dijo cogiendo un cuchillo—. O te juro que te las corto.

—Mmm —suspiró Edward llenándola de rabia—. Esta faceta tuya, es la que yo quiero poseer en mi cama. Tienes que ser una gata salvaje.

—No vuelvas a acercarte a mí, gilipollas, o te juro que te vas a enterar —bufó caminando hacia la puerta, pero antes de salir se volvió—. Ah... una cosa más. ¡A mí no se me cae la baba! Y si tan deseoso estás de retozar con una mujer en la cama, estoy segura de que cualquiera de tus amiguitas estará encantada de hacerte pasar un buen rato.

Una vez dicho esto e indignada salió de la cocina, dejando a Edward malhumorado y solo con Stoirm, bebiendo café.

— ¿Sabes, Stoirm? —señaló Edward haciendo que el border collie le mirara—. Creo que nos vamos a ir tú y yo unos días lejos de aquí. Esa insufrible española me está afectando y eso, amigo mío, no me lo puedo permitir.

 

* * *

 

El saber que Edward se había marchado le alegró. Pero esa alegría según pasaban las horas se volvió en su contra. Lo echaba de menos. Increíble, pero cierto.

Por la noche, tras la cena, mientras Rose y Emmett hablaban en la cocina con Ona, Bella malhumorada se disculpó y se marchó a la habitación. No le apetecía ver el tonteo que su hermanita y Emmett se traían.

Al pasar frente al baño, la puerta se abrió. Tom salió.

— ¿A qué se debe esa cara tan triste? —preguntó el anciano.

—Estoy agotada.

— ¿Te apetece un rato de charla?

—Me vendría bien.

Necesitaba hablar con alguien de cosas que no fueran recetas de cocina, alambres espinados, llagas en las manos y sobre todo necesitaba dejar de pensar en Edward.

—Preciosa bata —indicó Bella al ver que era de Pierre Cardin.

—Me la regalo Edward para mi cumpleaños —asintió Tom—. Siempre le dije que era demasiado lujosa para un viejo como yo.

—Eso es una tontería —sonrió colocándole las almohadas—. Por una vez, y sin que sirva de precedente, admitiré que tu nieto tuvo un gusto excepcional.

—Mi nieto tiene un gusto excepcional para todo. Incluidas las mujeres.

—Oh sí... —respondió cambiando el gesto—. Él y su corte de mujeres.

—Edward —susurró a modo de confesión— es un muchacho muy codiciado por las féminas de estas tierras desde que era un querubín. Esa planta que tiene y ese poder en su mirada, hacen estragos en las fiestas.

—Amor de abuelo —suspiró Bella haciéndolo sonreír—. Déjame decirte, Tom, y espero que no te ofenda, que tu nieto es el ser más prepotente, mandón y exigente que me he echado a la cara. Él y yo no tenemos buen feeling.

—Vaya —se mofó rascándose la oreja—. ¿Dónde habré escuchado antes eso?

—No me extrañaría que de su enorme bocaza —dijo acercando el butacón granate—. Él y yo no congeniamos en exceso. Supongo que te habrás dado cuenta.

Al escucharla Tom sonrió. Aquella muchacha le hacía gracia. Aunque sabía que más gracia le hacía a Edward, que a pesar de guardar sus sentimientos, era incapaz de disimular la fascinación que sentía por ella cada vez que la miraba. Tom lo había observado, y Ona se lo había confirmado. Aún recordaba la cara de Edward cuando entró a despedirse. No le contó el motivo de su marcha, pero Tom supo el porqué.

Cada mañana, desde la ventana o bien cuando bajaba a la cocina, Tom observaba. Pero sus sospechas se confirmaron al ver su fingida indiferencia por la marcha de Edward en la cara de Bella. Entre ellos había algo más. No lo podían negar.

Desde un principio, Tom se percató del tremendo carácter y fuerte personalidad de la muchacha. Cada mañana Ona y él reían cuando la veían marchar en la camioneta vestida de forma inadecuada para los campos. Eso, unido al terror que sentía por los animales, les sorprendía tanto como que aguantara el ritmo que los muchachos le imponían.

— ¿Qué tal el día de hoy?

— ¡Horroroso! —Suspiró sentándose frente a él—. Sinceramente, Tom, no sé cómo has podido resistir este ritmo tantos años.

— ¿Dónde te han colocado hoy los muchachos? —preguntó divertido.

—Arreglando la alambrada de la zona sur —indicó enseñándole las manos—. ¿Has visto qué manos tengo? ¡Son un horror! Necesitaré kilos y kilos de hidratación. ¡Qué digo hidratación! Tendré que exfoliar, revitalizar y estimular antes de hidratar.

—Muchacha. ¡Qué graciosa eres!

Al escuchar aquello sonrió. Aquello era nuevo.

— ¿Crees que soy graciosa?

—Me pareces tan diferente a todo lo que me rodea que tus comentarios me hacen sonreír —admitió con sinceridad—. Nunca cambies. Esa frescura encanta, y si no te empeñaras en ser tan gruñona gustarías más.

—Uf, no... No —negó retirándose el flequillo de la cara—. No pretendo gustar. No. No.

—Edward me dijo que te dan miedo las vacas.

—Será chivato —murmuró contrariada—. Vale. Lo confieso. ¡Odio las vacas! Esos bichos mal olientes sólo saben ensuciar y ¡puagggg! ensuciar.

—Creo que subestimas la inteligencia de los animales, muchacha. Las vacas son unos seres amables y en cierto modo dulces. ¿Conoces a Geraldina?

—No. ¿Quién es? ¿Alguna vecina?

Muerto de risa por lo que ella preguntaba, Tom respondió.

Geraldina es mi vaca favorita.

— ¡Por Dios, Tom! ¿Tienes una vaca favorita?

—Sí —admitió limpiándose las lágrimas de los ojos—. Mi Geraldina tiene veinte años.

— ¿Las vacas viven tanto? —exclamó incrédula.

—Pueden llegar hasta los treinta, aunque lo normal es que cuando tienen siete, tras unas cinco ó seis pariciones, se las sacrifique. Pero escucha. Mi Geraldina es diferente.

—No me lo puedo creer — ¿cómo podía ser diferentes una vaca? Para ella eran todas iguales—. ¿Me estás diciendo que tienes de mascota a una vaca, como el que tiene un gato en casa?

—Ona no me deja traerla a casa. ¡Me mataría!

—Normal. Yo te asesinaría —asintió horrorizada por lo que oía—. Una vaca es una vaca, por mucho que te empeñes en que sea algo especial.

—Eso lo dices porque aún no has conocido a Geraldina, que por cierto, está de nuevo preñada y me tiene preocupado. Falta poco para el parto.

—Estás preocupado... ¿por una vaca?

—Por mi vaca —aclaró Tom dándole un suave capón en la cabeza—. Geraldina está empeñada en ser madre, a pesar de haber estado más de diez veces preñada, y el parto podría no tener buen fin.

Al ver que Bella le miraba como si estuviera loco, se mofó.

—Mi Geraldina es terca como una mula. ¡Igual que tú!

—En mi vida me habían comparado con una vaca —rió—. Me han podido decir cosas como que soy la reencarnación del demonio o que soy...

— ¿Cómo han podido decirte esa barbaridad?

—La gente Tom... la gente —señaló sin profundizar.

—Que nadie te llame nada de eso delante de mí —vociferó levantando un dedo—. O se las verá conmigo.

—Tranquilo —sonrió—, sé defenderme sola.

—Me parece muy bien, muchacha. Pero ahora me tienes a mí.

Al escuchar aquello, el vello del cuerpo se le erizó de emoción. Tom, sin apenas conocerla, quería ejercer de caballero andante por ella Eso le hizo sentirse bien.

—Eres un buenazo —suspiró cogiendo su mano—. Cuando regrese a mi ciudad te voy a echar mucho de menos.

— ¡Londres! —asintió el anciano sorprendiéndola—. En tu honor y recuerdo, si el ternero sobrevive, lo llamaré España.

—No se te ocurrirá ¿verdad? —exclamó divertida—. Eso es una maldad.

—Oh, sí —sonrió Tom—. Le pondría Bella, pero conociéndote estoy seguro de que me rebanarías el pescuezo.

— ¡Ja! Cómo lo sabes —respondió, momento en que se abrió la puerta—. Ona. Te puedes creer que Tom quiere ponerle de nombre España al ternero de Geraldina.

— ¡Magnifico nombre! —asintió Ona acercándose hasta ellos—. Me encanta. Siempre nos recordará a ti.

—España eres tú. Fuerza y bravura —afirmó Tom con una sonrisa.

— ¿Sabéis? —Señaló Bella, incapaz de enfadarse con aquellos dos viejos—. Ahora entiendo de quién ha heredado vuestro nietecito ese carácter tan puñetero.

Tras aquello los tres prorrumpieron en una carcajada. Llamar a un ternero España para recordarla era lo más rocambolesco que Bella nunca hubiera imaginado.

Capítulo 15: CAPÍTULO 14 Capítulo 17: CAPÍTULO 16

 
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