SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 22: CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 21

 

A la mañana siguiente, un ruido mecánico y continuo les despertó. Aún continuaban abrazados cuando Edward alargó el brazo para coger el walkie.

« ¡Oh, Dios mío!, me encanta estar entre tus brazos», pensó Bella somnolienta.

Cuando dormía con Mike, desde la primera vez que lo hicieron juntos, cada uno despertaba en su lado de la cama, ambos necesitaban su espacio, pero con Edward era diferente, le gustaba sentir su cuerpo, su calor y su cercanía y eso le hizo sonreír.

—Cariño —dijo de pronto Edward que saltó de la cama—. Te prometo que esto se repetirá tantas veces como quieras. Volveré a traer té del Starbucks, piratearé estrenos y compraré palomitas, pero levántate —susurró mientras cogía sus pantalones—. Emmett ha llamado. Geraldina está de parto.

Mencionar el nombre de aquella vaca la activó. Era la vaca de Tom, y todos ansiaban que esta vez el ternero consiguiera sobrevivir

Sin apenas hablar por las prisas, en menos de quince minutos estaban en el todoterreno camino de la granja. Al llegar allí se encontraron con Rose, quién buscó en la mirada de Edward respuestas pero intuyó que no le había contado la verdad.

— ¡Maldita sea! —susurró al verlo pasar por su lado.

Edward se paró al escucharla, y se volvió hacia ella.

—Tranquila, cuñada —señaló dándole un beso en la mejilla—. Intente decírselo pero vuestra pasión española no me lo permitió —aquello la hizo sonreír—. No te preocupes que en cuanto resuelva el parto de Geraldina, te prometo que me la vuelvo a llevar y se lo diré. De hoy no pasa.

—Te tomo la palabra —asintió Rose al verlo correr hacia el establo.

— ¿De qué le tomas la palabra? —preguntó Bella al acercarse a ella.

—Ehhhh..., vaya Bella —se mofó su hermana al verla—. Te noto hoy con la tez más tersa y radiante. ¿Tienes algo que contarme?

—Nada especial —sonrió y corrió tras Edward—, sólo que soy feliz.

—Hola, tía Bella —saludó de pronto Lexie acercándose a ella.

« ¿Tía Bella?» pensó Bella, pero como quería ver el parto de Geraldina, sólo la saludó con una sonrisa y siguió a Edward.

Nunca había visto algo así en directo. Al llegar al establo se encontró con Ona, Set, Emmett y Edward, que se miraban con cara de preocupación.

— ¿Qué ocurre? —preguntó al entrar.

—Han llamado al veterinario —señaló Edward arremangándose— pero viene desde Aberdeen y eso está demasiado lejos.

— ¿Y vosotros no sabéis qué hay que hacer? —Preguntó incrédula Bella—. Se supone que estáis acostumbrados a estas cosas.

—Sí, tesoro —asintió Ona con gesto de preocupación—. Lo que pasa es que nos acabamos de dar cuenta de que el ternero viene de costado.

—Ona, vamos —indicó Emmett asiéndola por el brazo—. Ahora que Edward y Bella están aquí vamos a desayunar nosotros. No hemos tomado nada desde hace horas y creo que todos lo necesitamos.

La anciana se movió de mala gana, pero tras convencerse de que no se podía hacer nada hasta que el veterinario llegara, se marchó con Emmett y Set.

Durante más de una hora Edward y Bella estuvieron junto a Geraldina, no podían hacer nada pero tampoco podían marcharse y dejarla sola.

—Cliver ya está aquí —anunció Doug que entró junto a un joven veterinario.

—Hola, Cliver —saludó Edward tendiéndole la mano—, creo que el ternero viene con problemas

—No te preocupes —el chico empezó a sacar de su maleta el instrumental—. Esta vez Tom nos ayudará, y todo saldrá bien.

Fue una ardua tarea, donde en muchos momentos pensaron que Geraldina no lo superaría, sin embargo la pequeña cabeza peluda apareció detrás de las pezuñas, y el parto terminó con éxito.

Edward, con la felicidad dibujada en el rostro, abrazó a Bella, que aún estaba conmocionada con lo que había visto. No podía apartar la vista del ternero que acababa de nacer.

—Aún estoy temblado —señaló al recibir un dulce beso de Edward.

—Yo también, pero de emoción. La pequeña España vivirá —dijo con los ojos vidriosos—. Seguro que el abuelo tiene que estar aplaudiendo de felicidad.

— ¿De verdad que le vais a llamar España?

—Por supuesto —asintió Edward—. El abuelo me dijo que el ternero se debía llamar o España o Bella.

Incrédula al oír su nombre, escuchó reír a Edward a carcajadas.

—Ni se te ocurra llamarla Bella —protestó cariñosamente—. Sólo me faltaba ahora tener nombre de vaca.

—No, cariño —corrigió aún riendo—. En todo caso la vaca tendría tu nombre.

—Anda... anda, ve —dijo al ver cómo Ona no dejaba de mirarlos—. Ve y dile a Ona que todo ha salido bien.

Tras darle un rápido beso, corrió hacia su abuela como un niño, que al escucharlo se llevó las manos a la boca y lo abrazó. A la alegría colectiva se unieron Emmett y Set, mientras Lexie y Rose se acercaban a ellos acompañados de Stoirm.

«Tom, lo has conseguido, tu pequeña España, ya esta aquí» pensó Bella emocionada mientras miraba al ternero.

—Señorita —dijo el veterinario con varias cosas en las manos—. Sería tan amable de coger este papel.

—Sí... sí, por supuesto —sonrió acercándose.

—Tome —dijo entregándole varios documentos—. La copia rosa es para ustedes. La amarilla necesitaría que la firme el conde Cullen y me la devuelvan.

—No se preocupe —sonrió Bella—. En cuanto el conde regrese de viaje se la entregaremos para que la firme y se la haremos llegar.

Al escucharla el veterinario, extrañado la miró.

— ¿Para qué me la van a mandar por correo, si el conde esta ahí? —indicó el veterinario con la cabeza.

—No le entiendo —Bella aún sonreía.

—Disculpe —insistió el—. Quizás no la he entendido yo. Creí que había dicho que el conde estaba de viaje.

—Y así es —asintió Bella.

Ahora sí que el veterinario estaba hecho un lío.

—Pero si el conde está ahí —indicó señalando hacia el grupo que reía—. Edward Masen Cullen.

Bella sintió que la sangre se le congelaba al escuchar aquello pero mantuvo la compostura delante del veterinario.

—No se preocupe —murmuró comenzando a andar hacia el grupo que se felicitaba en el porche de la casa grande—. Ahora mismo el conde se la firmará.

Mientras caminaba hacia ellos, Bella sentía cómo el corazón le latía con fuerza y solemnidad. La habían vuelto a engañar como a una imbécil, y ella de nuevo había caído en la trampa.

«Te odio, Edward Cullen, por segunda vez en mi vida me han utilizado y eso no te lo voy a perdonar», intentó contener las lágrimas.

Rose, tras soltarse del abrazo de Emmett, volvió la vista hacia su hermana, y la sonrisa se le congeló al ver cómo ésta se dirigía hacia ellos. Su mirada fría como el hielo le indicó que Bella lo había descubierto todo.

— ¡Conde Edward Masen Cullen! —gritó parándose a escasos metros de todos ellos.

Edward cerró los ojos al escuchar su voz y tomó aire antes de volverse hacia ella.

La calidez de su mirada de minutos antes había desaparecido, y sólo veía ahora en aquellos ojazos negros, rabia y desilusión.

—Escúchame Bella, déjame que...

— ¡No! —Gritó tirándole el papel amarillo—. No quiero escucharte. Firma este maldito documento para que el veterinario culmine su trabajo, y a partir de este instante olvídate de mí, maldito hijo de puta.

—Ven, Bella —susurró Rose tomándola del brazo, pero también la rehuyó.

—Lo habéis pasado bien ¿verdad? —gritó mirándolos—. Os habéis reído todos a mi costa durante estas últimas semanas. Maldita pandilla de mentirosos. Por un momento creí que os importaba y que vosotros erais lo más verdadero que había conocido en mi vida

Ona, con gesto serio, no apartaba su vista de ella. No podía decir nada, sabía que la muchacha se sentía decepcionada por todos y ella era una más en aquel entramado.

—Necesito un coche para volver a Edimburgo ¡ya! —gritó andando hacia la casa. Al pasar junto a Edward él se interpuso en su camino—. Quítate de en medio, conde.

—Por favor cariño. Necesito que me escuches —intentó explicarse desesperado por cómo se había desencadenado todo—. Anoche intenté en varias ocasiones decirte la verdad pero...

—Anoche me utilizaste

—Eso no es así y tú lo sabes.

Bella lo fulminó con la mirada, y sin responderle lo rodeó para entrar en la casa, pero antes de cerrar la puerta gritó sin volverse.

—Quiero un coche para regresar a Edimburgo en diez minutos Edward, no voy a volver a repetirlo.

Cuando la puerta de la entrada se cerró, todos se miraron confundidos. A su modo, cada uno de ellos se sentían partícipes de aquella trama, cargando su parte de culpabilidad por no haberlo aclarado y haber dejado que la mentira continuara un día tras otro.

Rose, con el corazón en un puño, sintió que le había fallado a su hermana. Pero ya nada se podía hacer, Bella se había enterado por un extraño, y eso sabía que le había llegado al corazón.

—Edward —llamó Rose atrayendo su atención.

— ¿Qué?

—Te lo dije —susurró entrando en la casa.

Cuando Rose entró en la habitación, se encontró a Bella metiendo en su trolley Versace sus escasas pertenencias.

—Bella yo...

— ¡Cállate! No quiero escucharte. Eres tan embustera como todos ellos —gritó—. ¡Eres la peor! Se supone que eres mi hermana y que al menos tú deberías de haber sido sincera conmigo.

—Tienes razón —susurró sentándose en la cama—. Y te juro que lo intenté. Lo intente cientos de veces pero...

— ¿Desde cuándo lo sabes?

—Me enteré la tarde que estabas en la clínica —respondió y comenzó a llorar—. Me enfadé muchísimo cuando me enteré, y te lo pensaba decir, pero ocurrió lo de Tom y me dejé llevar por mis sentimientos, y Edward me hizo prometer que le dejaría a él decírtelo.

—Oh, sí, claro. Vas tú y le concedes a ese idiota más tiempo para que se siga riendo de mí ¿verdad? —gritó tirando los carísimos zapatos rojos manolos contra el trolley—. Gracias, hermanita. Gracias por nada.

—Bella, por favor. Entiendo que estés enfadada, pero... tú misma me dijiste que aquí tu vida estaba cambiando, incluso me animaste a seguir mi relación con Emmett porque su fondo te parecía excepcional.

Al escuchar aquello se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos. Aquello que su hermana le decía era cierto. Su corazón le había gritado que aquella gente, cuando le sonreía, lo hacía de verdad, pero se negaba a pensar aquello, así que continuó con su equipaje.

—Creo que ya es hora de volver a la realidad —asintió sentándose junto a Rose, quien cogió el pijama de tomatitos cherry y lo metió a escondidas en el trolley—. Quédate si es lo que deseas y...

En ese momento se abrió la puerta y entraron Ona y Alice.

— ¿Podemos pasar? —preguntó la anciana.

—Por supuesto —Bella endureció la voz—. Estás en tu casa.

Con el portátil de Tom en las manos, Ona se acercó hasta Bella. En su cara se veía la pena y la tristeza por lo ocurrido, pero la rabia de Bella le impidió reaccionar.

—Llévate esto —dijo Ona tendiéndole el portátil—. Aquí nadie lo va a usar y es una pena que algo tan valioso se eche a perder.

—De acuerdo —Bella lo arrojó de malos modos en el trolley.

—Te traigo la chaqueta que me dejaste —susurró Alice— y quería decirte que te voy a echar mucho de menos.

—Vale... vale —asintió fríamente Bella al escuchar a la muchacha.

Tras un silencio sepulcral, Ona y Alice decidieron marcharse aunque la anciana aún tenía algo que decirle.

—Bella, te entiendo —susurró con una extraña voz—. Entiendo que pienses que todos te hemos engañado y seguido un absurdo juego que al final se ha vuelto en contra nuestra. No me gustó en un principio y mucho menos al final. Pero Edward...

—No quiero oír hablar de Edward —respondió Bella.

—De acuerdo —asintió la anciana—. Sólo permíteme decirte una cosa más. Nunca dudes de los sentimientos verdaderos y sinceros que Tom tenía hacia ti.

Escuchar aquello fue demasiado.

—Ona —susurró Bella con un hilo de voz, y caminó hacia ella—. Gracias por los bonitos momentos —y tomándoles a Alice y a la anciana de las manos añadió—. Nunca os olvidaré.

Una vez dicho aquello Bella se volvió y cuando Alice y Ona desaparecieron, Rose la acogió en sus brazos donde, durante unos largos minutos, lloró.

 

* * *

 

El viaje de vuelta a Edimburgo en el todoterreno conducido por Edward fue terrible. Bella volvió a buscar en su interior su yo malicioso, y consiguió recuperar su gesto de superioridad y su mirada de advertencia, que no pasó desapercibido para ninguno. Emmett y Edward no hablaron, simplemente se dedicaron a llevar a las chicas a Edimburgo. Cada uno iba pensando en sus propios problemas y a pesar de las veces que Bella, tras sus gafas Prada, veía a Edward mirar por el espejo retrovisor en busca de su mirada, en ninguna de ellas le hizo ver que se daba cuenta.

Al llegar al hotel, sin esperar a que le abrieran la puerta, bajó del coche, y quitándole de las manos a Edward el trolley intentó andar, aunque él la detuvo.

— ¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte y dejar que me explique?

—No vuelvas a poner tus asquerosas manos en mí ¿has entendido?

—Bella, por favor —se desesperó Edward—. Dame la oportunidad de poder explicar por qué lo hice.

—No me interesa.

— ¡Por todos los santos! —bramó agarrándola del codo—.Te quiero. ¿No te has dado cuenta todavía?

Escuchar aquello no fue fácil. Durante una fracción de segundo el corazón comenzó a latirle con fuerza y deseó besar aquellos labios que tanto le gustaban, pero negándose a pensar, Bella logró olvidarse de aquellas maravillosas palabras y soltarse de un tirón.

—Yo a ti no te quiero. No siento nada por ti.

—Y una mierda —gritó él—. Mientes. Sé que mientes.

En ese momento Bella deseó tener la rapidez de pensamiento de Rose, para poder soltar una palabra hiriente que lo dejara destrozado. Pero de pronto alguien la llamó y sus ojos no dieron crédito al comprobar que se trataba de Mike.

— ¡Bella! —volvió a llamar Mike, acercándose a ella.

— ¿Y este gilipollas de dónde sale ahora? —exclamó Rose.

Emmett y Edward se miraron. Aquella mirada no pasó desapercibida a una boquiabierta Rose que sin aún entender qué hacía el ex de su hermana allí, comentó.

—A vosotros dos os ponen un polígrafo y lo reventáis.

— ¿Mike? —Bella parecía que estaba viendo a un fantasma—. ¿Qué haces aquí?

Como un pincel, Mike se plantó ante ellos vestido con un carísimo traje color gris marengo de Elio Berhanyer, unos relucientes zapatos italianos y una camisa de Ralph Laurent. Al llegar junto a Bella la abrazó, dejándola sin palabras por aquella muestra de afectividad en público, mientras Edward hacía grandes esfuerzos por no liarse a tortas.

—Por Dios, peluche —exclamó Mike—. Qué pintas tienes.

— ¿No se te ocurre algo mejor que decir? —bufó Bella.

—Llevo buscándote cerca de una semana por toda Escocia, peluche. ¿Estás bien? —sonrió al verla, sin percatarse de que aquellos que vestían vaqueros gastados, jerséis de lana y botas de montaña sucias, eran los mismos hombres que días antes lo habían enviado de vuelta a Edimburgo.

Al escuchar aquello deseó gritar que No. Que estaba mal, destrozada y humillada. Pero en vez de eso, utilizó sus armas de mujer, le miró a los ojos y le dijo para desagrado de Edward:

—Ahora que tú estás aquí, me encuentro mejor —y volviéndose hacia Rose que les miraba con la boca abierta, añadió—. Decide lo que vas a hacer esta noche. Mañana a las nueve de la mañana te espero aquí. Si quieres algo, estaré en la suite de Mike.

Sin decir nada más, sin dedicarle una mirada a Edward, ni una palabra, se encaminó hacia los ascensores donde con gesto alegre, desapareció.

— ¡Qué coño haces ahí parado! —Siseó Emmett—. Haz algo antes de que se vaya.

—No —respondió ceñudo—. Por mi parte ya he dicho todo lo que pensaba. Hoy ya es tarde pero mañana me vuelvo para la granja. Ona me necesita.

Se sentía furioso y desesperado, y así se encaminó hacia el fondo del hotel, donde saludó a un par de empleados, abrió una puerta y desapareció.

— ¡Oye, tú! revientapolígrafos —señaló Rose a Emmett—. Quiero que me cuentes ahora mismo de qué conocéis Edward y tú a ese gilipollas engominado.

—Sólo si me prometes que mañana no te marcharas —respondió cogiéndola por la cintura.

—Tú cuéntamelo —sonrió Rose—. Y dependiendo de lo que digas, así tomaré una decisión.

Bella, al quedar a solas con Mike en el ascensor, dándole un empujón se lo quitó de encima. Este la miró como si estuviera loca.

— ¿Qué coño haces aquí? —gruño ella.

— ¿Desde cuándo utilizas ese vocabulario tan soez, peluchito?

—Desde que no tengo nada que ver contigo —respondió pensando dónde pasar la noche.

—En tu oficina me dijeron cómo llegar hasta ti —comentó el engominado acercándose a ella—. He intentado localizarte, pero ha sido materialmente imposible. Hace más de una semana que llegué a Escocia. Alquilé un coche y con la ayuda del GPS fui hasta un pueblucho llamado Dornie, lleno de gente vulgar, donde me...

—Dornie no es un pueblucho —interrumpió molesta, y volvió a empujarlo— y sus gentes son encantadoras, amables y muy cariñosas.

A partir de ese momento Mike le relató su viaje, y sorprendió a Bella al relatarle que estuvo en la granja de Tom y que allí un tal Tom Bucker, y no Buttler, le indicó que la persona que buscaba se había marchado con ellas a Durham. Conteniendo la risa Bella escuchó las penurias que tuvo que pasar cuando pinchó una rueda y tuvo que esperar la grúa, y que a pesar de todo su viaje no encontró al tal Tom Buttler

Una vez llegaron a la suite de Mike, Bella le indicó que necesitaba ducharse y una vez entró en la ducha cerró la puerta con pestillo para que éste no pudiera pasar. Desde allí llamó a recepción y tras reservar otra suite a nombre de Mike Newton se duchó. Pero antes de salir llamó al aeropuerto donde se enteró de los horarios de los vuelos a Londres. Una vez hecho aquello, salió del baño vestida.

—Creo que tenemos que hablar —dijo él que intentó asirla por la cintura.

—O me quitas tus manos de encima o te juro que te pateo el culo —bufó ella haciendo que Mike se apartara.

— ¡Es increíble! —suspiró él—. Llevas un mes con tu hermana y ya hablas como ella. ¿Qué te ha pasado?

—Vamos a ver, Mike —se plantó ante él dejándolo de nuevo sorprendido—. Creo que las cosas entre tú y yo están muy claras. No va a haber reconciliación. No quiero tener nada que ver contigo. Sólo podemos ser amigos. ¿Te ha quedado claro?

Incrédulo por la forma en que se comportaba, Mike se sentó en la cama. Bella, sedienta, abrió el minibar y al ver una cerveza la cogió con una sonrisa. Colocó la boca de la botella junto al minibar y con un certero golpe con la mano, la abrió.

—Pero... pero peluche ¿Dónde has aprendido esos modales de camionero?

Bella dio un trago, y se apoyó contra la pared para mirarlo. ¿Cómo podía haber estado enamorada de aquel tipo tan ridículo? Compararlo con Edward era imposible. Era como comparar al bombón sexy del anuncio de Coca-Cola con el payaso tonto del anuncio de Micolor.

Sin poder remediarlo se rió, aquella comparación era odiosa, y se avergonzó por haberla hecho.

—Coge un vaso por lo menos —insistió Mike mirándola mientras ella se sentaba—. ¿Cómo se te ocurre beber de la botella?

—Porque me gusta —contestó dándose cuenta de que en realidad le gustaba.

— ¡Eso es ridículo! —exclamó Mike.

—Ahora me toca preguntar a mí, ¿vale Mike?

—Dime.

— ¿Cómo se te ocurrió a ti hacer un trío el día antes de nuestra boda a menos de diez metros de mí?

Aquella pregunta le bloqueó.

En todos los años que habían ejercido como pareja, Mike llevó las riendas de su relación. Al principio porque Bella estaba impresionada con él, y al final porque se había acostumbrado a complacerlo. Nunca hubo discusiones entre ellos. Nunca hubo pasión. Sólo conformidad, conformidad y más conformidad.

—No sabes qué decir ¿verdad Mike? —dijo levantándose, para dejar la cerveza encima de la mesa, coger su trolley para dirigirse hacia la puerta.

— ¿Dónde vas Bella?

—Me voy a dormir, mañana vuelvo a Londres. Esta conversación se acabó hace mucho tiempo Mike, y por tu bien —indicó mirándole la entrepierna—, espero que nunca más la vuelvas a retomar.

Al salir por la puerta sintió una seguridad en ella misma que no había tenido nunca. Bajó a recepción y tras recoger la llave de su nueva habitación subió de nuevo, entró y se sentó frente al televisor. No podía dormir. Sólo esperar que las horas pasaran para marcharse de allí.

A las nueve menos cinco de la mañana, Bella esperaba en el hall del hotel. Mike se las había ingeniado para estar también a esa hora. Regresaban juntos a Londres. Cuando apareció Rose junto a Emmett cogidos de la mano, solo con mirarla supo que se quedaba por lo que Bella pidió a Mike que llevara su trolley al taxi mientras se despedía de su hermana.

Con gesto serio Rose observó cómo su hermana, escondida tras sus enormes gafas, se acercaba a ella.

Emmett intuyó que necesitaban estar a solas, por lo que tras dar un beso a Rose, y sin despedirse de Bella, se alejó de allí.

—Bella —susurró Rose tomándole de las manos— yo...

—No tienes que decir nada, pedazo de tonta —sonrió e intentó parecer feliz—. Si yo hubiera conocido a un highlander como el tuyo, quizá fuera yo la que me quedaba.

—Eso no es cierto. Edward es un tipo maravilloso aunque...

—No quiero hablar de Edward, por favor —pidió al sentir un pellizco en el corazón.

—Pero...

—No, Rose.

—Vale —sonrió dejándolo por imposible—. Dile a mami que en unas semanas volveré a casa, aunque será sólo para recoger mis cosas.

—Creo que es una idea excelente —asintió Bella.

— ¿De verdad lo crees?

—Por supuesto que sí. Escocia es un lugar mágico y estoy segura de que aquí acabarás ese libro para el que viniste a tomar notas ¿no crees?

— ¡Dios, no he tomado ni una sola nota! —suspiró con una triste sonrisa.

—A partir de ahora tendrás todo el tiempo del mundo.

Rose no pudo responder, simplemente la abrazó. El dolor que sentía al ver a su hermana tan hundida le estaba matando por dentro. ¿No estaría siendo egoísta?

—Bella —dijo separándose de ella—. Si me esperas quince minutos, me voy contigo a Londres.

— ¿Tú estás loca? —Susurró Bella cogiéndole la cara—. Mira, petardilla, aunque yo me vaya, no creas que te vas a librar tan fácilmente de mí. Por lo tanto, ya puedes ir diciéndole a Chewaka que contrate una línea ADSL para que podamos escribirnos correos electrónicos, chatear o utilizar el Skype. ¿Entendido?

—Vale —asintió Rose.

—Por mamá no te preocupes. En cuanto le diga que eres la novia de un tipo ricachón y que, además de guapo está loco por ti, será feliz. Eso sí ¡chata! —Sonrieron las dos— prepárate porque cuando venga a visitarte mamá será de las que prepare una enorme paella para todos estos escoceses.

—Te voy a echar de menos, pija de mierda —sonrió Rose con cariño.

—Yo a ti también, Barbiloca —respondió abrazándola— especialmente cuando esté en algún Spa, haciéndome un tratamiento de chocolaterapia para bajar todos los kilos de más que llevo de equipaje extra.

Tras decir aquello, Bella le dio un último beso a Rose y se alejó. No podía seguir allí ni un minuto más. Por lo que tras montarse en el taxi con Mike, movió la mano a modo de despedida y cuando éste arrancó, también arrancó ella a llorar.

Mike, que por primera vez no soltó un comentario desagradable consciente de la angustia de Bella, le pasó el brazo por los hombros ofreciéndole el suyo para llorar.

—Te voy a manchar el abrigo con el rimmel —susurró Bella.

—No importa —respondió él—. Me compraré otro.

Rose, hipando por la triste despedida, regresó al hotel, y no se sorprendió cuando al entrar vio a Edward junto a Emmett mirando a través de la cristalera.

—Necesito un teléfono —gimió—. Tengo que llamar a mi madre.

—Ven conmigo cariño —indicó Emmett, dejando solo a Edward todavía con el corazón en un puño al ver cómo se marchaba Bella recostada en el hombro de aquel idiota.

 

Capítulo 21: CAPÍTULO 20 Capítulo 23: CAPÍTULO 22

 
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