SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 23: CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 22

 

El sonido del teléfono la estaba volviendo loca. Hacía sólo dos días que había llegado a Londres, pero el dichoso ruido no había parado ni un segundo. Se tapó la cabeza con la almohada e intentó olvidarse de aquel tormentoso pitido. Lo único que quería era pensar en Edward, en sus ojos, en su boca, y en su sensual sonrisa. Apenas hacía cuarenta y ocho horas que no lo veía y aún no lograba entender cómo iba a continuar viviendo sin él.

No podía soportar más aquel impertinente sonido.

Se levantó, llegó al salón y de un tirón logró arrancar el cable de la pared. Se sintió mucho mejor cuando el silencio lo inundó todo. Quería dormir, necesitaba dormir. Volvió a su elegante habitación, y nada más poner la mejilla en su almohada Tempur, aquel ruido volvió de nuevo.

— ¡Maldita sea! ¿De dónde...?—gritó levantándose de la cama.

El ruido provenía de la puerta de entrada, así que sin importarle la pinta que llevaba la abrió. Ante ella, aparecieron su madre con Jacob y el portero.

—Por la Virgen del Tuperware —exclamó su amigo al verla—. ¿Qué llevas puesto?

—Un pijama de tomates Cherry —casi gritó Bella momento en que el portero se marchó—. ¿Y a vosotros qué os pasa? ¿Sois incapaces de respetar el sueño de los demás o qué?

—Son las seis y media de la tarde —contestó Jacob sin ganas—. Nos tenías preocupados y viendo que no coges el teléfono no nos ha quedado más remedio que presentarnos aquí.

—Mamá —Bella se dirigió a Reneé—. Hablé contigo cuando llegué y te dije que estaba bien. Creo que me merezco un poco de paz.

—Tesoro —murmuró su madre al ver el aspecto de su hija—. Estábamos preocupados por ti. Entiéndelo.

—Pues haced el favor de no preocuparos tanto por mí e intentad respetar mi intimidad —gritó aún en la puerta.

—Porque te queremos mucho —Jacob ahora parecía enfadado—. Porque, hija, es para mandarte a la mierda sin billete de vuelta. ¿Nos vas a invitar a pasar o piensas seguir ladrando mientras nos tienes en la puerta?

—Quiero dormir —bufó incrédula—. ¿Seríais tan amables de marcharos?

Reneé no podía decir nada. Sólo observaba las grandes manchas oscuras que Bella tenía bajo los ojos y la hinchazón de su cara. Aquello, unido a los pelos de loca que llevaba y al enorme pijama de tomates, supuestamente Cherry, le indicó que su hija no estaba bien.

—Tesoro —insistió Reneé—.Rose nos llamó. Está preocupada por ti y sólo queríamos...

— ¡Mamá! Estoy bien, ¿no lo ves?

—Sí, estás maravillosa —indicó Jacob—. Vámonos Reneé —dijo agarrando a la mujer que en un principio se resistió—. Dejemos a la diva de los tomates Cherry.

— ¡Adiós! —gritó Bella cerrando de golpe su puerta.

Pero cuando dio dos pasos hacia el dormitorio sintió una presión en el corazón, que le hizo volver, abrir la puerta y lanzarse llorosa a los brazos de aquéllos a los que minutos antes había rechazado.

Un par de horas más tarde Jacob había bajado al Vip's en busca de comida y se había sorprendido al recibir una llamada de Bella pidiéndole que subiera cervezas. Reneé afanosa en la inmensa cocina de su hija, preparaba algo de comer.

—Yo te veo muy guapa —señaló Jacob ya sentado junto a su amiga—. Creo que el aire de la montaña te ha sentado muy bien. Es más, incluso te veo más delgada.

— ¡Imposible! —Señaló Bella— Allí he comido como una vaca.

Al decir aquella palabra, vaca, comenzó de nuevo a llorar.

Todo le recordaba a lo que tanto echaba de menos, así que Jacob tuvo que sacar un nuevo Kleenex de la caja azul.

—Por Dios, Bella, te vas a deshidratar. Venga, intenta continuar hablando sin llorar ¿vale?

—Allí nada era light ni bajo en calorías —suspiró, mientras contenía las lágrimas—. Estoy segura de que reventaré la báscula.

Mientras hablaba de Escocia no podía evitar alternar los lloros con las miradas iluminadas. Esto no pasó desapercibido ni a Jacob ni a Reneé.

—Mira, Bella —prosiguió su amigo—. Siempre apoyaré lo que tú decidas, pero creo que quizás deberías pensar un poco mejor lo que has dejado allí y lo que tienes aquí.

—Aquí lo tengo todo, Jacob. Mi trabajo, mi familia, mis amigos. Allí de momento, aparte de una hermana enamorada, tengo poco más.

— ¿Tan enamorada está nuestra Barbiloca? —rió Jacob al escucharla.

—Como diría ella, hasta las trancas —sonrió al recordarla—. En ningún momento ha vuelto a mencionar a Joao, es más, creo que su zanahorio ha borrado cualquier sentimiento que pudiera tener por él.

—Ufff… Joao, menudo sinvergüenza —se quejó Reneé entrando con un caldito—. Se presentó en casa para que yo le informara de dónde estaba Rose.

—Te lo perdiste —se carcajeó Jacob—. Yo estaba allí y te puedo decir que ese machito se fue con el rabo, y nunca mejor dicho, entre las piernas.

—Ésa fue la mía —sonrió Reneé—. Me despaché a gusto con él. Le dije todo lo que pensaba, y no ha vuelto a aparecer.

—Me hubiera gustado estar presente —sonrió Bella—. Yo también le habría dicho un par de cositas.

Reneé, mirando a su hija, deseó acurrucarla entre sus brazos, pero todavía existía una pequeña puerta que era incapaz de traspasar. La frialdad que a veces Bella le mostraba la hacía frenarse en muchas cosas por temor a enfadarla o a sentir su rechazo.

—Tesoro —indicó Reneé cogiéndole la mano—, sabes que estoy aquí para cualquier cosa que necesites ¿verdad?

—Sí, mamá. Lo sé —asintió Bella.

—Si necesitas hablar de Edward ya sabes que...

—No, mamá —retiró la mano de su madre—. Ni quiero, ni necesito hablar de esa persona. Quiero olvidarme de él y punto.

—Bella —señaló Jacob dándole un empujón—. A veces eres más áspera que una piedra pómez.

«Es cierto», pensó Bella.

Ellos estaban intentándolo todo para ayudarla y sin embargo ella seguía como siempre, en su línea de mala víbora.

—Mamá. Gracias por tu ofrecimiento, pero sobre lo mío prefiero no hablar —e intentó sonreír—. En cuanto a Rose te diré que está feliz, y que dentro de unos días regresará, pero con la intención de volver a Escocia —al ver cómo a su madre le empezaba a temblar la barbilla añadió—. Pero no debes llorar, mamá, porque cuando conozcas a Emmett y a la pequeña Lexie, vas a ser la mujer más feliz del mundo.

—Querida —saltó Jacob—. Con el dinero que tienen... ¿Cómo no nos van a gustar?

—En la vida no todo es dinero y lujo, tontuso —sonrió Reneé.

—Eso es cierto mamá —asintió Bella con tristeza—. Eso es muy cierto.

Sobre las diez de la noche, a pesar del ofrecimiento de aquéllos por dormir con ella, Bella lo rechazó, quería estar sola, por lo que Jacob y Reneé, tras prometer regresar al día siguiente se marcharon.

Una vez cerró la puerta, lo primero que hizo fue preparar el baño. Se iba a dar al fin un maravilloso y anhelado baño relajante con aceites esenciales. Cogió una cerveza fresquita de su moderno frigorífico. Después se quitó la ropa y se miró en el espejo.

 

—Bien —susurró mientras sacaba la báscula del rincón—. Ha llegado el terrible momento.

Se subió a ella tras lanzar un suspiro. Bella miró al frente esperando la odiosa voz que por norma le indicaba que había engordado. «Ha perdido dos kilos ochocientos treinta gramos».

—No me lo puedo creer —susurró bajándose para volver a subir—. Seguro que no me he pesado bien.

«Ha perdido dos kilos ochocientos treinta gramos» volvió a repetir la voz de la báscula, momento en el que Bella sorprendida cogió la cerveza, dio un trago y sonrió.

Tras el subidón de la báscula, se metió en su moderna y maravillosa bañera, donde durante una media hora disfrutó de un increíble baño, pero pasado ese tiempo comenzó a sentirse rara. Algo le faltaba y con lágrimas en los ojos rápidamente supo el qué.

Le faltaba el bullicio de aquella casa. La poca intimidad. Los comentarios nada femeninos de Alice, los ladridos de Stoirm, las dulces palabras de Ona, y especialmente le faltaba Edward. Cerró los ojos e intentó retener las lágrimas. No quería llorar más, pero fue imposible.

Los momentos vividos hacía unas noches en el castillo con Edward no podía sacárselos de la cabeza.

Su mente continuamente volaba al momento en que le enseñó las películas pirateadas, los termos con té del Starbucks y sus besos. Esos besos calientes y con sabor a vida que tanto le habían gustado y que echaba de menos.

Levantándose de la bañera se dio una ducha rápida, y tras ponerse el albornoz, fue descalza hasta el salón. Se sentó en su cómodo sofá y puso la televisión con la intención de ver alguna película que la distrajera de tan dolorosos recuerdos. Pero incluso la televisión le recordaba a Edward. En un canal estaban emitiendo la película Braveheart.

«Oh, Dios... un highlander» pensó.

Como una tonta se puso a llorar al ver los campos de Escocia, por lo que cambió de canal. En éste ponían un documental sobre naturaleza, en el que aparecían ciervos que le volvieron a hacer llorar. Cogió el mando y saltó hasta otro canal, donde se quedó durante unos segundos viendo a una señora hacer una tarta de manzana, que le recordó a Ona. Cambió de nuevo e incrédula tuvo que desistir cuando vio al tío de Bricomanía arreglar el cercado de una finca.

«Esto es un complot», pensó.

Pero cuando volvió a cambiar y vio al actor escocés Gerald Butler hablar sobre la película Posdata: Te quiero, se derrumbó y, tirando el mando contra la pared, volvió a llorar como una idiota.

 

* * *

 

Sobre la una de la madrugada, harta de dar vueltas y que todo le recordara a Edward, se vistió y bajó al garaje. Cogió su coche, y condujo hasta la casa de su madre. A las dos y diez de la madrugada llamó al portero automático.

—Mamá, abre. Soy yo.

Reneé, asustada, bajó en camisón en busca de su hija. La encontró en la escalera hecha un mar de lágrimas, por lo que abrazándola subieron hasta el piso donde Óscar las recibió con cariño.

Una vez pasados los primeros momentos de caos, donde a Reneé le temblaban hasta las pestañas, intentó tranquilizarse. Por lo que tras preparar café, regresó junto a su hija al comedor, encontrándola sentada en el suelo junto a Óscar.

—Tesoro ¿por qué no te sientas en el sillón? Cogerás frío.

Óscar es un encanto de perro ¿verdad?—susurró Bella tocándole la cabeza.

—Es un amor —sonrió Reneé.

—Mamá, te quiero mucho —dijo apenas con un hilo de voz—, y quiero decirte que siento mucho todo lo que pasó y que... y que estoy enamorada de Edward y no sé qué voy a hacer para poder continuar mi vida sin él.

Al escuchar aquello Reneé se quedó sin palabras. Su hija Bella había acudido a ella en busca de apoyo, cariño y ayuda. Por lo que Reneé, agachándose junto a su hija, la abrazó y dio gracias a Dios porque Bella, su Bella, había vuelto.

Sobre las cinco de la mañana y tras mucho hablar entre ellas como años atrás, el corazón de Bella parecía más tranquilo. Hablar con su madre le había llenado de aquella paz que en su momento Tom le señaló. Cuando su madre la acompañó hasta la habitación de su niñez y con ternura recibió el beso que le dio en la frente al apagar la luz, se sintió arropada y protegida como cuando era pequeña. Esa sensación y el cansancio acumulado le hicieron dormir plácidamente.

Reneé salió de la habitación con gesto de preocupación y entró en la suya, donde el hombre que la había cuidado el último mes la había esperado despierto, consciente de no hacer el menor ruido. Aquella inesperada visita de Bella a su madre, con su posterior charla, era más importante que cualquier otra cosa.

— ¿Está mejor?

—Tiene el corazón roto —susurró Reneé— y eso sólo lo cura el tiempo.

— ¿Quieres que me vaya?

—Me sabe mal —se incomodó mirándolo—. Pero creo que sería lo mejor.

—No te preocupes, cariño. Lo entiendo.

Con cuidado ambos cruzaron el pasillo sin hacer ruido, hasta la puerta de la calle.

—Ahora que Bella ha vuelto —dijo Reneé—, tengo que hablar con ella. Lo último que quisiera en este mundo es que piense que yo también la engaño.

—Tranquila, cariño. Todo se solucionará.

Se despidió de él y Reneé cerró la puerta. Sus ojos chocaron con los de Óscar.

—No me mires así, bribón —señaló mientras caminaba hacia la cama—. Ya sé que tengo que hablar con ella.

A la mañana siguiente, cuando Bella abrió los ojos, lo primero que vio fue su muñeca Nancy azafata en la repisa que había frente a su cama. Con una sonrisa recordó lo ocurrido la noche anterior. Por fin había saltado la barrera para llegar hasta su madre, y eso le gustó. Tapada hasta las orejas recorrió con la mirada aquella habitación que durante años fue su auténtico refugio. Ahora se veía anticuada, con aquellos edredones floreados a juego con las cortinas.

Durante un buen rato y mientras escuchaba a su madre canturrear coplilla española por la casa, Bella observó uno a uno todos los recuerdos de su niñez, hasta que llegó a una foto de comunión en la que estaban Rose y ella vestidas de monjas.

«Por favor, por favor parecemos las novias de Chucky» pensó mientras con la sábana se tapaba la cara divertida.

En ese momento, sus ojos detectaron algo y sentándose en la cama leyó incrédula el bordado de la sabana G. St Paul´s.

«No puede ser» pensó.

Era imposible que su madre el día que estuvo en el hotel se llevara también un juego de sábanas. Levantándose quitó el edredón de la cama de Rose y casi soltó un chillido al comprobar que había colocado otro juego igual.

— ¡Mamá! —gritó sin entender aquello, mientras se sentaba en su cama.

Abriéndose la puerta, apareció Reneé con un delantal blanco y con un plumero en la mano, seguida por Óscar, quien al verla despierta la saludó acercando su hocico.

—Buenos días, cariño —le dijo besándola—. No me digas que he cantado demasiado alto y por eso te has despertado.

—No, mamá.

—Hija, ya sabes que me encanta Radio Olé, y cada vez que ponen a la Piquer es que se me abren las carnes.

—Mamá —señaló el bordado de la sábana—. ¿Por qué tienes sábanas del Hotel Grange St Paul´s?

Al escuchar aquello a Reneé se le cayó el plumero al suelo.

— ¡Por Dios, mamá! —Se levantó Bella—. No te habrá dado por robar, ¿verdad?

—Oh, no hija, no es eso —dijo recogiendo el plumero—. Es sólo que...

—Pero mamá —casi gritó Bella al fijarse en ella—. Si hasta en el delantal pone Hotel Granger.

—Y en el plumero también —añadió Reneé con gesto tonto.

— ¡Mamá! —volvió a gritar—. ¿Qué ocurre aquí?

Reneé se sentó en la cama porque las piernas le fallaban, palmoteó a su lado para que su hija hiciera lo mismo

—Tengo que hablar contigo —comenzó a decir la mujer—. Y aunque yo quería esperar un poco a que te encontraras mejor, creo que va a ser imposible. Por lo tanto, ahí va —la miró un instante antes de continuar—. He conocido a alguien, y ésa es la persona que me proporciona todo este material del Hotel Grande St Paul´s.

— ¡Ay, Dios mío! —susurró Bella asustada—. Mamá, por Dios, no me irás a decir que te has enamorado de alguien de los países del este que está en Inglaterra ilegalmente y que se dedica a robar en los hoteles ¿verdad?

Reneé, al escucharla, pestañeó, y sin poder remediarlo comenzó a reír.

—Habráse visto la imaginación que tiene mi Bella.

— ¿Imaginación? —Repitió incrédula Bella—. Mamá, estas sábanas son del hotel de la familia de Mike, mi ex para más señas, y ¿sabes por qué lo sé? porque yo misma busqué la fabrica que las confecciona, y también porque he dormido allí muchas veces. Pero lo que no sé —gritó haciendo que Reneé dejara de reír—, es cómo han llegado hasta aquí estos juegos de sábanas, las toallas que seguramente tienes en el baño, y podría apostar a que hay un montón de cosas más.

—De acuerdo, hija, pero relájate, porque la venita del cuello te va a explotar.

— ¡A la mierda la venita, mamá! —bufó al escucharla—. ¿Cómo han llegado estas cosas hasta aquí? No lo entiendo.

—Te lo estaba contando cuando has comenzado a alucinar con bandas rumanas, robos y yo qué sé más —señaló la mujer con intensidad.

—Mamá, por favor.

—Bella, quien me regala estas maravillosas sábanas y todo lo demás, no es ningún delincuente, porque yo nunca estaría con una mala persona y...

—Mamá, desembucha —chilló Bella.

—Es Peter. ¡Ea! Ya está dicho —suspiró Reneé.

—Peter... ¿qué Peter? —preguntó su hija sin entender

—Peter Newton Dougles Widsor.

El primer impulso de Bellaal escuchar aquel nombre fue chillar. ¿Qué hacía su madre con su ex suegro? Pero al ver la guapa cara con que su madre la miraba, lo único que pudo hacer fue reír.

Comenzó a reír como una loca, que provocó en Reneé un desconcierto total. Esperaba gritos e incluso enfado por parte de su hija, todo menos lo que estaba ocurriendo.

— ¡Ay, mamá! —suspiró Bella serenándose—. Entonces ese acompañante misterioso que Jacob no quería revelarme... es Peter.

—Sí hija, es Peter —asintió con rotundidad—. Un hombre que me quiere por quién soy y por cómo soy. No se avergüenza de mi pasado, ni de mí y tiene plena confianza en que aquello que ocurrió una vez no volverá a suceder.

Si la cortaran con un cuchillo, Bella no sangraría. En la vida se le habría ocurrido pensar en su ex suegro como futura pareja de su madre. Pero la vida era así de caprichosa y si la vida le daba a su madre una segunda oportunidad. ¿Quién era ella para criticarla?

—Mamá, y lo vuestro desde cuándo...

—Creo que el flechazo lo sentimos el día que nos presentaste en el salón del Hotel  —murmuró Reneé—. A los dos días me llamó a casa. Quería quedar conmigo para comer con el pretexto de hablar sobre ti, pero yo le dije que no. No quería tener nada que ver con hombres casados.

—Mamá, pero si Peter está divorciado de la madre de Mike.

—Pero eso, hija, yo lo desconocía. Es más, creía que era el padre de ese cenutrio.

— ¿Entonces qué pasó para que al final estéis juntos?

—Oh, hija —sonrió Reneé al recordarlo—. Uno de los días que salía del supermercado cargada como una burra romera, un coche paró a mi lado. Como imaginarás era él. Me trajo hasta casa y en el camino me contó que estaba divorciado desde hacía más de diez años de la insoportable cuchicuchi de tu ex suegra. Y ahí fue cuando me enteré de que el cenutrio de tu ex no era su hijo.

—Qué raro que Mike no me dijera nada en el viaje —señaló Bella.

—Es que no saben nada ni él ni la finolis de su madre. Peter y yo queríamos contároslo primero a vosotras y luego al resto del mundo. Aunque Jacob, el muy tunante, se enteró y aún no sé cómo.

Bella se lo imaginó. Con seguridad fue el amigo y vecino de su hermana quien se lo contó.

—Peter te quiere mucho, Bella —comentó Reneé tomándole las manos—. Nunca entendió qué viste en el relamido del hijo de su mujer para que quisieras casarte con él.

—Ahora que lo pienso, mamá. Yo tampoco lo sé.

—Tesoro. Te voy a decir una cosa y espero que no te moleste.

—Dime, mamá.

—Creo que el viaje que has hecho a Escocia te ha cambiado más de lo que tú crees. Lo veo en tus ojos y me lo grita tu corazón. Si amas a Edward y crees que es un buen hombre, debes perdonarle, porque si no te pasarás el resto de tu vida preguntándote qué hubiera pasado si hubieras elegido ese camino.

—Uf..., mamá —suspiró Bella con tristeza—. No es fácil.

—Tesoro, no creas que te lo digo porque ese muchacho sea conde, ni nada por el estilo. Sabes que a mi eso me importa un pimiento. Yo sólo quiero que seas feliz, y me destroza verte con el corazón roto.

—Mamá —sonrió Bella con tristeza— En este momento de mi vida estoy segura de tres cosas. La primera es que soy feliz por verte a ti feliz. La segunda es que mi hermana ha encontrado un buen hombre y la tercera es que yo no sabía lo que era el amor hasta que no me han roto el corazón.

Con un candoroso abrazo Reneé acogió a su niña, mientras con el pensamiento le pedía a su Virgen, la Virgen de las Viñas, que intercediera por el corazón de su hija.

 

* * *

 

Un par de días de reflexión llevaron a Bella a la conclusión de que el contrato de Eilean Donan estaba totalmente perdido. En su cabeza no entraba la posibilidad de llamar a Edward para negociar. Sabía que los asociados de R.C.H. Publicidad, tras romper su compromiso con Mike y terminar mal con Ángela, no la miraban con los mismos buenos ojos.

En un principio eso le molestó, aunque ahora, en ese momento, le daba igual. Había decidido dejar la empresa y en su cabeza comenzaba a fraguarse la idea de montar la suya propia.

Sentada en el sillón de su amplio salón, con música de fondo de Michael Burlé, y ante el portátil, intentaba redactar su carta de dimisión. No iba a permitir que la echaran, y eso es lo que harían los asociados en el momento que les informara de que no traía consigo el contrato del castillo.

De pronto se fijó que en el escritorio del portátil había dos carpetas que no conocía. En una ponía Fotos Rose y en otra Carpeta de Tom.

Al leer aquello se le paralizó el corazón.

Abrió el archivo de Tom con lágrimas en los ojos, y vio que aparte de varias pruebas que debió hacer en su momento, había una carta para ella. Aquello la desconcertó. Se levantó para encender un cigarrillo, quizá también para intentar calmarse. Pero se llenó de valor y abrió el archivo.

 

Hola Bella.

Gracias a que me has enseñado a manejar este chisme, me he animado a escribir esta carta, que aunque no lo creas es la primera carta que escribo en mi vida.

Espero que cuando descubras el engaño de mi nieto sepas perdonarnos y comprender que Edward lo hizo para darte una lección de humildad. Lo que no sabía mi muchacho era que la vida es muy caprichosa y que se había enamorado de ti, y por eso te trajo a nuestra casa. Tú casa.

Tú y tu hermana habéis sido esa corriente de aire fresco que tanto yo como mí amada Ona, mi querida hija Alice y mis queridos nietos Emmett y Edward, necesitábamos. En mi corazón han quedado momentos divertidos, como cuando te tomaste tres vasos de whisky en mi cumpleaños, o cuando corrías y Stoirm te perseguía, o cómo cada mañana salías con ropa extraña para trabajar en el campo. ¡Ah... muchacha qué graciosa eres!

Recuerda que debes saldar las cuentas con tu familia. La familia lo es todo en la vida, muchacha, nunca lo olvides. Y deseo de corazón que si alguna vez Edward y tú os dais la oportunidad de ser felices, lo seáis como lo hemos sido Ona y yo.

Te quiere

Tom

Pdta.: Ojalá algún día tengáis una Esme en vuestras vidas y yo lo vea.

 

Tras leer la carta lloró.

Aquella carta era la cosa más emotiva y bonita que le habían escrito en su vida, y abriendo el fichero que ponía fotos, rió y se comió los mocos al ver las fotos que había guardado su hermana allí. Fotos que comenzaban en la tediosa tarde que el coche las dejó tiradas, divertidas fotos de la fiesta de cumpleaños de Tom, en las que aparecía Ona feliz en su cocina rodeada por sus amigas. Pero cuando apareció una foto de Edward en su moto, se llevó las manos a la boca y de nuevo se derrumbó.

Una hora después, mientras suspiraba por los sentimientos contradictorios que sentía se encendió otro cigarrillo, y tras cerrar aquellos archivos y el portátil, intentó olvidar, y se centró en mirar el correo acumulado durante el tiempo que estuvo fuera. Además de cartas del banco tenía doce invitaciones a cenas e inauguraciones. Muchas de ellas habían pasado, pero había tres que todavía no se habían celebrado.

«Necesito salir, despejarme y divertirme. Llamaré a Jacob, seguro que estará encantado de asistir a esta fiesta» pensó con una triste sonrisa en la boca al ver la invitación de la discoteca Pachá.

Lo llamó al instante y éste quedó en pasar a buscarla sobre las nueve para cenar juntos antes de ir a la fiesta.

Una vez colgó, y decidida a cambiar su vida, no lo pensó y llamó a la oficina. Al otro lado sonó la voz de Jessica, su secretaria.

—Hola, Jessica.

—Buenos días, señorita Swan —saludó la muchacha que al reconocerla se atragantó; su peor pesadilla había vuelto—. ¿Cómo va su viaje?

Bella omitió responder la pregunta, y comenzó a sentirse fatal al notar la frialdad con que le hablaba.

—Necesito que convoques una reunión urgente con los asociados mañana a las 9'30 de la mañana.

—Ahora mismo me pongo con ello —asintió la muchacha—. ¿Alguna cosa más?

— ¿Qué tal todo por la oficina? —preguntó sorprendiéndola.

—Bien, señorita. Ningún cambio. ¿Usted está bien?

«No, estoy hecha papilla» pensó Bella.

—Llegué hace unos de días de Escocia. Pero no digas nada. ¿De acuerdo?

—No se preocupe, señorita Swan.

—Bien, pues gracias Jessica —respondió Bella con una sonrisa.

—Señorita Swan... ¿Está usted bien? —preguntó la chica consciente de que era la primera vez que oía a su jefa hablarle con normalidad, y sobre todo dar las gracias.

— ¿Por qué preguntas eso?

—Oh... por nada —mintió, y supo que tenía que haberse callado.

—Vale... vale —sonrió al sentir cómo aquélla casi se quedaba sin respiración—. No te preocupes, pero me gustaría hablar contigo mañana a primera hora ¿de acuerdo?

—De acuerdo, señorita Swan —susurró consciente de lo que le iba a decir. Todavía recordaba la conversación que mantuvieron la última vez que hablaron—. Hasta mañana.

Tras decir aquello la muchacha colgó, dejando a Bella con el teléfono en la oreja. La sensación que le quedó al notar el miedo con que la muchacha le hablaba no le gustó nada, y contrariada cerró su móvil.

Aquella noche, cuando un guapísimo Jacob acudió a buscarla, ella le esperaba vestida con un traje de Roberto Cavalli. Una vez cogieron el coche de Bella ésta lo llevó a cenar a Sparring. Un restaurante de alta cocina innovadora donde había oído que servían un exquisito salmón.

Sentados en su preciosa mesa color pistacho y con música chill out de fondo, Jacob miraba a su alrededor como un niño con zapatos nuevos.

—Mamá me contó lo de Peter.

— ¡Oh, Dios mío! —Murmuró y bebió de su Martini—. Espero que supieras comportarte, contener tu lengua de víbora y no ser demasiado borde con ella.

— ¿Por qué dices eso? —se molestó Bella.

—Venga, Bella. No creo que haga falta repetir lo que creo que ha salido por tu preciosa boquita de diseño. Lo extraño es que Reneé no me haya llamado para contarme las perlas que le habrás lanzado.

—Oye, idiota —dijo mirándolo—. Que sepas que si mamá no te ha llamado es porque no le habrá hecho falta. Además, ella es mayorcita para decidir y saber con quién quiere estar y con quién no.

—Bells... ¿Eres tú?

—Pues claro que soy yo, pero ¿por qué clase de persona me has tomado?

— ¿Quieres sinceridad?

—Por supuesto.

—Ni lo sueñes —señaló Jacob—. Que luego no quiero que me montes un pollo. Nos conocemos, y sé cómo las gastas.

—Jacob por Dios —susurró acercándose a él—. Quiero que seas sincero conmigo. No sólo quiero que me digas las cosas bonitas. Necesito que me digas también las que hago mal y no te gustan.

— ¡Ay, Virgencita del Rocío! ¿Qué te han echado en la bebida?

Al escucharlo, se tuvo que reír.

—Vamos a ver, pedazo de petardo. Si he dicho que no me voy a enfadar, es que no me voy a enfadar.

—Vale. Tú lo has querido —sentenció Jacob y tomándose el Martini de un golpe dijo—. Creo que eres la persona más exigente, con menos sentido del humor y más gruñona que he conocido en mi vida, aunque no sé por qué extraña situación yo te quiero a rabiar. Pero aunque me odies tengo que decirte una cosa, Reneé merece ser feliz, y si su príncipe azul es tu ex suegro, que está forrado de millones para que los disfrute, mejor que mejor. Y ahora sonríe y dime que me quieres a rabiar como yo a ti.

—Te quiero a rabiar.

Él se quedó con la boca abierta.

— ¡Ay, Dios mío! —gritó y sacó el móvil—. Puedes repetir eso para que lo pueda grabar. Llevaba tantos años sin oírlo que estoy emocionado.

—Eres un payaso ¿lo sabías? —respondió muerta de risa.

Verla sonreír de aquella manera hinchó el corazón de Jacob. Llevaba tanto tiempo viéndola seria y con aquel terrible gesto de superioridad, que casi se cae de la silla al verla así.

— ¿Qué miras?

—Por Dios, Bells. Pero si hasta tienes muelas. Las he visto cuando te has reído.

—Pero bueno, Jacob ¿qué te pasa?

— ¡Ya lo tengo! Tú no eres Bella, eres mi barbiloca ¿verdad? —al ver que ella volvía a reír añadió—. Ese lenguaje de camionero no es propio de una chica ¡cool! como tú.

—Creo que me gusto más siendo así que como era hace un mes.

—No me extraña. Antes eras un auténtico muermo, con tanta clase y tanto glamour.

—En serio. ¿Era tan muermo?

— ¡Buff! Sólo te diré que cuando te movías chirriabas. Al final va a tener razón Reneé con eso de que Escocia te ha cambiado.

— ¿Pero no decías que mamá no te había llamado? —preguntó divertida.

—Es mentira —sonrió sacándole la lengua—. Pero quería decirte todo lo que te he dicho y que no te enfadaras conmigo. Y oye, ¡he bajado hasta de peso!

—Odio pensar en la persona que me convertí.

— ¿Pero a ti qué te han hecho en Escocia para que hayas vuelto así?

—Un lifting de sentimientos —asintió mirándolo.

— ¡Uau! qué profundo.

—Sí. Allí me he encontrado con personas tan diferentes de las que estaba acostumbrada a tratar, que me he dado cuenta de lo estúpida que he sido, y de lo que es realmente importante en la vida. Por cierto, voy a dejar R.C.H. y estoy pensando montar mi propia empresa de publicidad.

— ¡Eso es magnifico, Bella! Tú vales mucho y estoy seguro de que triunfarás.

—Me he cansado de trabajar para los demás y he decidido trabajar para mí —y mirándole preguntó—. ¿Puedo contar contigo como peluquero y maquillador para posibles trabajos?

Al escuchar aquello Jacob se atragantó del susto.

— ¿Acabas de proponerme que trabajemos juntos?

—Sí. Quiero que seas mi socio. ¿Qué te parece?

—Pero, si yo sólo soy un simple peluquero de barrio.

—Eres un estilista excepcional. Más quisieran muchos de los creídos conocidos tener la clase que tú tienes.

— ¡Ay, Dios! Me va a dar un tabardillo.

—Escucha. Mi cartera de clientes es envidiable y sé que por lo menos quince de las mejores marcas europeas estarán encantadas de trabajar conmigo, aunque sea fuera de R.C.H. Al fin y al cabo lo que contratan son mis ideas y mi ingenio, no la marca.

— ¡Un whisky doble! —pidió Jacob al camarero con la boca seca.

—He pensado montar una empresa pequeña. Donde seamos capaces de dar al cliente el mejor trato al mejor precio. ¿Qué te parece?

— ¡Por Dios, Bells! Pero si no puedo hablar de la cagalera que me está entrando.

Emocionados, continuaron hablando de la futura empresa, hasta que Jacob preguntó,

—Y de tu Highlander, ¿qué me dices? ¿No le vas a dar ninguna oportunidad?

—Oh, Edward, Edward —susurró al pensar en él—. Estoy tan colgada por él que sería capaz de cruzarme el Canal de la Mancha a nado, aunque a veces sienta que su vida y la mía nunca encajarían. Pero creo que lo mejor es que cada uno continúe por su camino y nada más.

—Mira, socia —susurró Jacob acercándose a ella—. Te voy a dar un consejo de amigo. Si yo hubiera encontrado al machote de la Coca Cola Light, atractivo a rabiar, con sentido del humor, buen cuerpo, amigo de sus amigos, que está loco por ti, y que por tu sonrisa de vicio presupongo que es un excelente amante, y encima forrado de dinero, ¡no me lo pensaba ni medio minuto! Ahora deberías decir ¿por qué, Jacob?

— ¿Por qué, Jacob? —repitió ella

—Porque como dicen las Azúcar Moreno (Duo de mujeres cantantes) , sólo se vive una vez( titulo canción de este duo), y porque el corazón tiene razones que la razón no entiende.

Acabada la cena, tomaron un taxi hasta la discoteca Pacha donde el ambiente a las doce de la noche era chispeante y divertido. Cuando dejaron sus abrigos en el ropero, fueron hasta la barra, y pidieron algo de beber.

—Dos Cosmopolitan, por favor, —pidió Jacob y al admirar a su amiga dijo—. Ese vestido que llevas va a causar estragos esta noche. Cómo te mira el guaperas de allí.

Bella lanzó una mirada hacia donde le indicó Jacob, y sonrió al ver al hombre que la observaba. Era un auténtico pijo, en su más extensa palabra.

— ¡Qué horror de tío, por Dios!

—Pero si es tu tipo —sonrió Jacob.

—Ya no —negó—. Ahora me gustan los hombres, hombres.

— ¡Bella! —dijo una voz tras ella

Al volverse se encontró con la sofisticada Ángela, acompañada de los dos muchachos que ella solía llamar «los comodines».

—Qué horror —susurró Jacob—. ¡La garrapata recauchutada!

—Hola, Ángela —saludó Bella.

— ¿Cuándo has vuelto?

— ¿No te lo ha contado Mike? —preguntó extrañada

—No. ¿Qué me tiene que contar?

—Fue a buscarme a Edimburgo y vinimos juntos en el avión.

—No sabía nada —contestó molesta, y omitió que Mike y muchos de los hasta entonces súper amigos, a raíz de ser descubierta en el hotel en situación nada decorosa, la habían excluido de sus fiestas y sus glamurosas agendas.

— ¿Cómo es que has venido con «tus comodines», Ángela? ¿No tienes a nadie más?

Rabiosa por escuchar aquello Ángela atacó.

—Y tú. ¿Cómo es que vienes con ese peluquero marica?

—Woooo... ¡Habló la recauchutada! —Sonrió Jacob al escuchar a Ángela—. Ten cuidado, vieja chocha, que el que juega con fuego se quema.

—Jacob es un buen amigo —advirtió Bella— al que no califico por sus apetencias sexuales. Porque si así fuera, a ti te tendría que calificar cómo la asaltacunas, comepollas y lamecoños de las agencias de publicidad. ¿Te parece buena calificación?

— ¡Bella! —regañó Jacob al escucharla—. Ese lenguaje, corazón mío.

— ¡Eres vulgar! —Gritó Ángela—. Tan vulgar como tu madre y tu hermana. Qué pena, todos los años que dediqué a crearte un estilo no han servido para nada. Tu cuna chabacana de barrio ha podido más que la elegancia y el saber estar.

— ¡La madre que la parió! apártate Bella que a esta vieja le salto los implantes de la boca uno a uno —dijo Jacob remangándose la camisa.

— ¡Oh, no Jacob! no te preocupes. —susurró Bella sujetándolo.

— ¡Cómo que no me preocupe! —gritó al ver que Ángela sonreía.

—Porque los implantes se los voy a saltar yo.

Tras decir esto, Bella soltó un derechazo en la mejilla de Ángela que hizo que cayera encima de sus asustados «comodines» que se apartaron dejando a Ángela caer de culo al suelo.

—Te la debía —señaló Bella.

— ¡Virgen del Perpetuo Socorro! —Gritó Jacob—. Pero Bella ¿Dónde te han enseñado a hacer eso?

— ¡Ostras! que leche le he dado —susurró Bella incrédula mientras estiraba su dolorida mano.

— ¡Te voy a denunciar! —Gritó Ángela al ver que todos miraban— ¡Te voy a arruinar la vida! ¡Te lo juro!

—Mira, vieja loca —susurró Bella acercándose a ella—. A partir de este instante no quiero que te vuelvas a acercar a mí en lo que te queda de vida. No quiero que el nombre de mi madre o mi hermana ocupe ni un sólo centímetro de tu asquerosa boca nunca más y si tienes huevos, denúnciame. Mi madre estará encantada de sacarse unos eurillos extras con las fotos que tenemos enmarcadas.

Y dándose la vuelta con una sonrisa en la boca, Bella tomó a su amigo del brazo.

— ¿Nos vamos, socio?

—Por supuesto, Tyson. —Jacob, al pasar al lado de  Ángela no pudo evitar hablarle—. Te lo dije, recauchutada. El que juega con fuego, tarde o temprano se quema.

 

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