SÁLVAME

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 03/01/2013
Fecha Actualización: 14/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 62
Comentarios: 151
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Capítulos: 26

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“Si regalaran un diamante por cada disgusto que da la vida, seria multimillonaria”, pensó Isabella cuando encontró a su novio liado con su mejor amiga el día antes de su boda. Y tenía razón, porque a pesar de sus gafas de Prada, de sus bolsos de Chanel, de sus zapatos de Gucci y de todos los Carolina Herrera del mundo colgados en su armario, Isabella solo era una mujer amargada que vive en la mejor zona de Londres.

BASADA EN "TE LO DIJE" DE  MEGAN MAXWELL

 

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Capítulo 19: CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 18

 

Los dos días siguientes Bella intentó esconderse de Edward. Estaba avergonzada por lo ocurrido y nerviosa por lo que intuía que podía ocurrir. Lo deseaba tanto, y más tras sus últimas palabras, que tenía miedo de verlo y tirarse a su yugular directamente.

Edward, molesto, necesitaba hablar con ella y aclarar de una maldita vez todo aquel juego que se estaba volviendo contra él, pero Ona se había atrincherado en la puerta de la habitación de Bella y no le permitió entrar.

El segundo día por la tarde, mientras los hombres ayudaban a O'Brien a arreglar su granero, Rose, aburrida y cansada del teatro de su hermana, propuso a Ona ir a Dornie de compras. Seguro que los encargos que había hecho la última vez que fueron al pueblo ya estaban allí. Aquello emocionó a Alice, que comenzó a aplaudir como una loca porque la mayoría iban destinados a ella. Una hora después las cuatro mujeres marchaban para Dornie en la furgoneta azul.

Al salir de la tienda de Dornie escucharon una voz que a Ona le puso la carne de gallina.

— ¡Yayita! ¡Yayita Ona!

Y allí estaba Lexie, su pequeña biznieta de cinco años. Las últimas semanas había echado en falta su corretear por la granja.

—Pero cariño mío ¿qué haces aquí? —preguntó la anciana abrazándola.

—Voy al cumple de Sarah —contestó la niña. Después se dedicó a mirar a las dos desconocidas—. ¿Quién son esas mujeres, yayita?

—Unas amigas —respondió Alice.

Lexie pareció que en aquel instante por fin la reconocía.

— ¡Tita Alice, qué guapa estás! —le gritó saltando a sus brazos.

La niña, indiscutiblemente, era de la familia. Tenía el mismo pelo naranja que Emmett y los labios carnosos de Tom.

—Hola —saludó Rose—. ¿Quién eres?

—Soy Lexie —dijo con cautela, para luego dirigirse a Ona— y ella es mi yayita.

— ¿Es tu nieta? —preguntó Bella sorprendida.

—Sí— Ona les guiñó el ojo—. Es hija de Patrick.

Una mujer de mediana edad se unió al grupo.

—Buenas tardes —saludó.

—Hola, Joana —le sonrió Ona—, dice Lexie que vais de cumpleaños.

—Sí —y viendo la cara de desconcierto de la anciana, dijo—. Venga, Lexie, llegaremos tarde.

— ¿Cuándo puedo volver a la granja? —la niña no deseaba marcharse—. Quiero estar con el yayo y con los animales.

—No te preocupes, mi amor —susurró Ona, besándola—. Seguro que tu padre pronto te traerá de vuelta.

— ¡Qué bien! ¡Yupi! —gritó la cría y tras darle un beso a todas, incluida Bella que no se apartó, se marchó saltando hacia el cumpleaños de la mano de Joana.

—Qué rica es —sonrió Rose—. Es una monada de niña.

— ¿Quién es Patrick? —preguntó Bella.

—Es un muchacho al que todos queremos mucho en casa —mintió Ona, haciendo sonreír a Alice—. Oh... ahí está Amanda, voy a saludarla —dijo la anciana dando por zanjado el tema.

Cuando regresaron los hombres a la granja, extrañados por no encontrarse a Ona trasteando en la cocina, subieron a ver a Tom. El anciano estaba emocionado escuchando música en el MP3 que Rose le regalo para su cumpleaños mientras jugaba en el portátil que Bella también le regaló.

— ¡Vaya, abuelo, qué moderno! —sonrió Emmett al entrar en la habitación.

—Abuelo —añadió Edward divertido—, eres un auténtico hombre del siglo XXI.

Nunca hubiera imaginado que con su edad le atrajeran tanto las nuevas tecnologías. Pero desde que habían llegado Bella y Rose con todo su arsenal informático, Tom había rejuvenecido diez años. Al igual que antes se pasaba el día entero atontado, ahora estaba siempre jugando con el portátil o escuchando música.

—Oh... me encanta esta música española —sonrió el anciano quitándose los cascos.

—Abuelo —dijo Edward pasándole con cariño la mano por el pelo—. Te estás volviendo todo un experto informático.

—La pena es que no tengamos línea ADSL —el comentario los dejó alucinados.

— ¿Pero tú sabes lo que es eso? —sonrió Emmett.

—Por lo que me ha explicado Bella, es algo parecido al teléfono, con la diferencia de que tienes ante ti el mundo en imágenes —asintió el anciano—. Me ha comentado Bella que con esa cosa se pueden ver películas, documentales, partidos, e incluso se puede jugar o hablar con otras personas aunque estén en Australia. ¡Qué maravilla!

—Tendré que hablar con Bella —se mofó Edward—. Está creando un monstruo.

—Por cierto, Edward ¿Sería muy caro conseguir una de esas líneas ADSL? —preguntó el anciano.

— ¡Por todos los santos, abuelo! —exclamó al escucharlo—. ¿Lo dices en serio?

—Por supuesto —asintió—. Quisiera poder hablar con Bella y con Rose cuando regresen a Londres. Ellas tienen ese tipo de línea en sus casas.

—Hablando de mujeres —preguntó Emmett—. ¿Dónde están?

—Han ido de compras a Dornie. Creo que iban al pueblo a recoger un aparato parecido al horno, pero para calentar la leche.

— ¿Un microondas? —exclamó Edward.

—Sí, sí, eso, y un par de cosas más.

—Me dejas de piedra —susurró Emmett mirando a su primo.

—Y yo no me lo puedo creer —protestó Edward—. Llevo años intentando traer uno a la granja y Ona siempre me amenaza con que ese trasto no entra en su casa y ahora, en menos de un mes, estás españolas lo meten en su cocina.

—Cosas de mujeres, Edward —respondió Tom—. En eso, si no quieres salir escaldado, te aconsejo que no te metas.

En ese momento el ruido extraño de un motor y los ladridos de Stoirm, hicieron que Emmett y Edward se asomaran a la ventana. Un coche en color rojo se acercaba.

— ¿Quién es? —preguntó Tom con curiosidad.

—No lo sé —Edward salió de la habitación junto a Emmett para recibir a la visita.

Una vez en el porche de la granja, Edward observó cómo el vehículo estaba cada vez más cerca. No le sonaba de nada, y cuando paró el motor y de él sé bajo un tipo moreno, vestido con ropas caras y un abrigo azul hasta los pies, un extraño presentimiento lo alertó.

—Hola, buenos días —saludó el hombre en perfecto inglés.

—Buenos días —respondió Edward sin moverse—. ¿Qué se le ofrece, amigo?

—Busco la granja de los Buttler —dijo nervioso, mirando un papel mientras un perro le gruñía—. Concretamente la de Tom Buttler.

Stoirm —llamó Edward—. Ven aquí.

El animal, sin dejar de mirar al extraño, le obedeció.

— ¿Para qué busca a Tom Buttler? —preguntó Emmett con curiosidad.

—Me han informado que tiene alojadas a dos señoritas. Españolas. Bella y Rose Swan —informó el hombre.

—El caso es que me suena haber escuchado algo —asintió Emmett mirando a Edward.

— ¿Por qué busca a esas mujeres? —preguntó Edward.

—Es un tema personal —el hombre parecía incomodo—. Pero digamos que a quien busco es a mi novia Bella. Tenemos pendientes unos asuntos que no se pueden demorar.

Al escuchar aquello Edward se quedó sin habla. ¿Su novio? Creía recordar que ella le había dicho que estaba soltera y sin compromiso. Iba a contestar cuando la puerta de la granja se abrió y Tom salió.

—Buenos días, caballero —saludó con su fuerte voz—. He oído que está buscando a mi buen amigo Tom Buttler. ¿Es así?

Emmett y Edward se miraron para dirigir después sus ojos sobre su abuelo.

—Así es, señor.

— ¿Con quién tengo el placer de hablar?

—Disculpe —y quitándose el impoluto guante de cuero dijo—. Mi nombre es Mike Newton, aunque puede llamarme Mike.

—Mike —repitió Tom percatándose de que aquel era el patán que había jugado con los sentimientos de Bella, mientras Edward y Emmett, callados, lo observaban.

—Sí señor. Mike.

—Abuelo, deberías volver a la cama —señaló Edward confuso—. Hace frío. Yo me encargaré de esto.

—Oh... no te preocupes —sonrió sin apartar su mirada del extraño, y dándole un par de palmaditas en la espalda dijo—. Creo que has equivocado el camino, amigo Mike.

Al escuchar aquello, Edward y Emmett se miraron. ¿Qué hacía Tom?

— ¿En serio? —Protestó cogiendo un mapa—. Me dijeron que la granja de Tom Buttler estaba por aquí.

—Pues quién te informó te informó mal. Yo soy Tom Bucker. Creo que de ahí viene el error. Mi amigo Tom Butler, se mudó hace menos de un mes, y ahora que lo pienso, dos muchachas muy bonitas se marcharon con él.

— ¡Maldita sea! —gruñó Mike contrariado—. ¿Sabría decirme cómo encontrar esa granja?

—Por supuesto —asintió Tom y volvió el mapa—. La granja de mi amigo Tom Buttler está aquí —dijo señalando en el mapa.

— ¿En Durham? —Gritó Mike—. Pero si eso está...

—Cuánto lo siento muchacho —interrumpió Tom, dándole nuevos golpecitos en la espalda—. Pero creo que quien te ha informado te ha tomado el pelo.

La cara de desconcierto de Mike poco se diferenciaba de la de incredulidad que mostraban las de Edward y Emmett, que sin despegar la boca observaban y escuchaban el desparpajo de Tom mientras mentía como un bellaco.

—Por cierto, muchacho —añadió Tom—. ¿Quieres pasar a tomar algo? Hoy hace frío. Tenemos whisky y café.

—No, gracias —respondió aquél—. Tengo prisa.

«Antes muerto que quedarme en esta pocilga», había pensado Mike.

—Creo que deberías parar en algún pueblo a dormir, y mañana continuar hacia Edimburgo —advirtió Tom andando hacia sus nietos—. Esta noche parece que habrá ventisca.

El hombre asintió de mala gana, y tras montarse en el coche, con gesto huraño, se despidió y desapareció en pocos segundos por el mismo sitio por el que había venido.

Incrédulos por el montón de mentiras que había soltado su abuelo, los dos le siguieron hasta la cocina, donde Tom sirvió tres cafés mientras se sentaban a la mesa.

—Abuelo —sonrió Emmett—. Eres mi ídolo. Yo de mayor quiero ser como tú.

—Abuelo —Edward no estaba tan sereno—. Has mandado a ese idiota al otro lado de Escocia para que te busque... ¿Por qué?

—Para que un idiota como tú tenga tiempo para conseguir lo que un idiota como ése perdió —lo dijo con tanta serenidad y firmeza que no admitía réplica—. A ver si espabilamos, Edward, y esto va también por ti, Emmett. ¿O acaso vais a permitir que dos preciosas mujeres como Bella y Rose se os escapen?

Sin decir nada más, el anciano se marchó a su habitación, donde se volvió a colocar los cascos y pulsó el botón del play mientras empezaba a silbar.

Aquella noche, cuando Ona y las muchachas llegaron a la granja, Edward y Emmett estaban sentados en los escalones de entrada.

Bella, al ver a Edward, maldijo en silencio. No quería hablar con él, necesitaba aclarar sus sentimientos y sabía que con él delante era imposible. Por lo que pasando por su lado lo más rápido que pudo se escabulló hasta su habitación, donde se desvistió y se puso el calentito pijama de tomatitos cherry e inmediatamente se metió en la cama y se durmió.

Los dos hombres ayudaron a meter las cajas en el interior de la cocina de Ona, después Edward, malhumorado, cogió su moto y se marchó. Por su parte, Emmett agarró a Rose por la mano y tras besarla con dulzura, la sorprendió invitándola a tomar algo en Keppoch y ella accedió.

 

* * *

 

A la mañana siguiente, a unos treinta kilómetros de la granja, en una pequeña casita del pueblo de Keppoch, Rose, desnuda en la cama, se estiraba satisfecha de la maravillosa noche de sexo que había compartido con Emmett.

Arrebujada entre las mantas sintió el cuerpo caliente de Emmett contra el de ella. «Mmmm me encantas» pensó Rose pasando su mano con lentitud por sus muslos mientras aún dormía. Tocó su pene con curiosidad y tuvo que sonreír al sentir que, incluso dormido, aquel maravilloso juguete le prestaba atención, así que lo besó en el cuello, y Emmett reaccionó abrazándola. Ella se acurrucó.

No sabía la hora que era, ni le importaba. Sólo sabía que estaba cansada y feliz, por lo que, dándose media vuelta, volvió a poner la cabeza encima de la almohada, cuando de pronto tuvo que abrir los ojos porque algo le llamó la atención.

Incrédula vio que delante de ella había una niña. Pero ¿de qué la conocía?

La cría, al ver que Rose la miraba, sonrió, dejando al descubierto su boca mellada, mientras continuaba sentada en la silla con los pies colgando.

—Hola —saludó la niña—. Soy Lexie.

Rose la miró contrariada.

—Hola, Lexie —respondió retirándose el pelo enmarañado de la cara.

« ¿Lexie?, ¿la niña que la tarde anterior habían encontrado en Dornie?», pensó aclarando su vista.

— ¿Por qué estás durmiendo con mi papi?

Su mente tardó unos minutos en asimilar aquello, pero al final lo hizo.

— ¿Papi? ¿Estoy durmiendo con su papi? —gritó Rose a punto del colapso, y volviéndose hacia Emmett, que continuaba inconsciente, comenzó a darle manotazos hasta que se despertó sorprendido.

—Rose —susurró aún entre sueños—. ¿Qué te ocurre? Me estás machacando el muslo con tus golpes.

—Hola, papi —saludó la niña, dejándolo boquiabierto—. ¿Ella va a ser mi mami?

—Papi —susurró Rose enarcando una ceja—. Esta niña te está llamando papi.

—Sí —él se incorporó. Se acababa de despertar completamente—. Ella es Lexie, mi hija —después se volvió hacia la niña—. Tesoro, ¿sabe Joana que estás aquí?

—Sí, papi. Como vimos tu coche me dejó venir a despertarte.

Con la boca abierta Rose lo miró. No sabía ni qué decir, ni qué hacer. Tampoco podía levantarse, estaba desnuda, y no quería escandalizar a la niña.

—Lexie, cariño —dijo Emmett al sentir la incomodidad de Rose—. ¿Podrías esperar en tu habitación hasta que nos levantemos? Prometo que tardaré cinco minutos.

—Pero papi —señaló la niña—. Es que yo sola me aburro.

— ¡Lexie Ann! —Endureció la voz Emmett— ¿Quieres salir de la habitación?

Tras suspirar con gracia la niña se levantó de la silla de un salto, pero antes de salir volvió a fijarse en Rose.

—Eres muy guapa.

—Gracias, Lexie. Tú eres preciosa —Rose le dedicó una enorme sonrisa.

Después la niña desapareció, momento en que Rose saltó de la cama y, cogiendo sus cosas a la velocidad del rayo, comenzó a vestirse.

—Rose, mírame —pidió Emmett saliendo también de la cama.

—No. No voy a mirarte —se ponía la ropa como podía, quería salir de allí cuanto antes—, porque como te mire te juro que te parto la cara.

—Escúchame, por favor —dijo cogiéndola por los brazos—. ¿Recuerdas que anoche quería decirte algo? Pero con nuestras prisas por llegar a la cama no me dejaste hablar.

—Oh... no me vengas con esas ahora —dijo malhumorada—. Te conozco desde hace días, y nunca —gritó Rose—, ni una sola vez te he oído mencionar el nombre de Lexie, ni a ti ni a nadie de tu jodida familia. Incluso ayer en Dornie nos encontramos con ella, y Ona y Alice disimularon. ¿Por qué? Sois todos un atajo de mentirosos.

—Por favor, dame un segundo —se disculpó e intentó abrazarla, pero ella lo apartó de un manotazo.

—No. No te voy a dar ni un segundo —contestó colérica—. Creo que ya has tenido muchos segundos para contarme este pequeñísimo detalle ¡mentiroso!

—Tienes razón, te debo cientos de explicaciones, pero escúchame —dijo inmovilizándola contra la pared—. Si no te hablé antes de Lexie era porque nunca pensé enamorarme de ti como para contarte mi vida.

— ¡No quiero escucharte ahora! —Gritó Rose— ¡Suéltame!

—Dona, la madre de Lexie, fue el mayor error de mi vida. Pero mi hija siempre ha sido una bendición —comenzó a contar Emmett—. Dona era una chica inglesa que conocí hace seis años en el festival de Edimburgo. Era alocada, pero eso me divertía de ella. Pocos meses después se trasladó a Keppock a vivir conmigo y a pesar de los rumores de que tonteaba con otros hombres yo estaba tan cegado por ella que me casé cuando se quedó embarazada. Al nacer Lexie, pensé que Dona cambiaría, pero todo fue a peor. No quería saber nada de la niña y su alocada vida comenzó a ser mi peor pesadilla. Tuvo un lío con mi primo Jasper y la noche en que los descubrimos Edward y yo... ella cogió el coche de Jasper para intentar huir y se estrelló contra un árbol al salirse del camino. Murió en el accidente.

—No quiero escuchar nada —siseó Rose.

—A partir de ese momento no he vuelto a mencionar su nombre hasta hoy, y mi familia pasó a llamarla «la difunta». Eso es todo.

Rose no quería escucharle, no. Ya había cedido cientos de veces con Joao y siempre era ella quien acababa sufriendo.

— ¿Por qué me cuentas ahora esto? —le gritó.

—Porque te quiero —soltó.

Eso la confundió aún más.

—Maldita sea, Emmett. ¿Cómo has podido ocultarme que tenías una hija? ¿Qué más me ocultas?

—Nada más —se sentó en la cama derrotado.

—No te creo —nunca había soportado la mentira, y muchas veces se había tenido que enfrentar a ella—. Ya no te creo.

Emmett la entendía. Desde un principio tenía que haber sido sincero respecto a Lexie pero nunca pensó en implicarse tanto con aquella española. Ahora era tarde, se había enamorado de ella.

— ¿Cómo puedo llegar hasta la granja? —preguntó Rose que cogió con rabia su bandolera.

—Si esperas diez minutos yo mismo te acercaré.

— ¡No! —Gritó abriendo la puerta del dormitorio—. Prefiero ir sola.

Terriblemente enfadada salió de la habitación hecha una furia. No sabía dónde se encontraba, pero estaba segura de que lograría llegar hasta la granja. Poniéndose el gorro azul de lana, cogió su cazadora bomber de la silla y se dirigió con rapidez hacia la puerta de la calle. Pero cuando la abrió notó que alguien tiraba de su bandolera. Al volverse se quedó parada. Era Lexie.

— ¿Por qué te vas? —preguntó la niña.

—Tengo prisa.

—Te has enfadado con mi papá por mi culpa ¿verdad? —susurró la niña con un puchero que hizo que Rose se sintiera fatal.

—Oh, no cariño —dijo cerrando la puerta, y agachándose prosiguió—. Tú no tienes culpa de nada. Es sólo que tu papá y yo somos adultos y los adultos muchas veces se enfadan.

—Entonces ¿por qué te vas? —Murmuró la niña—. ¿No quieres ser mi mamá?

—Cariño, yo... —susurró Rose dolorida.

—Lexie —suspiró Emmett, que salió vestido de la habitación—. Rose se va porque papá no se ha portado bien con ella. Hice algo que no tenía que haber hecho, y de lo cual estoy seguro que me arrepentiré el resto de mi vida.

—Pues pídele perdón —señaló la pequeña mirándolo—. Tú siempre me dices que cuando uno hace algo malo, lo primero que tiene que hacer es pedir perdón.

—Lexie, ven aquí cariño —susurró Emmett incapaz de mirar a Rose.

—Rose —dijo Lexie mirándola a los ojos mientras le quitaba el gorro—. ¿Por qué no perdonas a mi papi? Es el mejor papi del mundo, y es muy divertido. Además sabe jugar a las Barbies y cuenta unos cuentos muy bonitos ¿y sabes lo mejor? Hace unos desayunos muy ricos.

—Lexie, cariño, ven aquí y calla —sonrió con dulzura Emmett. Conocía las carencias de su hija y una de ellas era encontrar una madre.

—Pero papi —protestó la niña—. Siempre has dicho que cuando trajeras a casa una chica, sería porque ella era especial.

La dulzura y el abatimiento en la cara de Emmett al llamar a su hija fue lo que hizo que a Rose le comenzara a latir el corazón con más fuerza. Aquel tipo algo desgarbado de pelo rojizo y más mentiroso que pinocho le había robado el corazón, y ya nada volvería a ser como antes. Allí delante tenía a dos personas que la necesitaban tanto como ella los necesitaba a ellos. Era inútil marcharse. No quería irse. Quería quedarse y sentir cómo la sonrisa de Emmett le calentaba el corazón cada vez que la miraba, y también dejarse querer por Lexie. Así que se levantó, y mientras agarraba la manita de la niña, dijo mirando a Emmett con una diminuta sonrisa.

— ¿Es cierto que haces unos desayunos muy ricos? y además ¿sabes jugar a las barbies?

Al escuchar aquello Emmett, no supo si reír o llorar. Sólo pudo mirar a aquella mujer que desde que había aparecido en su vida le había alegrado el corazón.

—Lexie —dijo Emmett con el corazón a punto de estallar—. Ve a la mesa de la cocina y pon un cubierto más. Rose se queda a desayunar.

— ¡Bien! —gritó la cría emocionada, que corrió hacia la cocina.

Emmett se acercó lentamente a ella, y la tomó de la mano. Al ver que sonreía, él también lo hizo.

—Tengo algo más que decirte —dijo pegando su frente a la de ella—. Te quiero con toda mi alma española, y haré todo lo que esté en mi mano para que nunca te quieras separar de mí.

Emocionada y a punto de llorar, lo besó con amor. Emmett era el hombre que siempre había buscado y ella sabía perdonar.

—Lo primero es lo primero —suspiró haciéndole sonreír—. Demuéstrame que sabes hacer el desayuno más rico del mundo, y cómo juegas con las barbies, y después hablaremos.

 

* * *

 

Aquella mañana, sin que nadie pusiera a Bella al corriente de la visita de Mike, se levantó con la cabeza como un bombo. Parecía como si un trolebús le hubiera pasado por encima sin piedad. Con cuidado se incorporó y sonrió al ver su pijama de franela de tomatitos Cherry. ¡Qué calentito!

Miró hacia la cama donde dormía su hermana, la encontró vacía y por lo estirada que estaba, o bien Rose ya se había levantado, o había pasado la noche fuera. La última opción le pareció más creíble.

Con cuidado se acercó hasta la ventana, y tras abrir la persiana dejó entrar el sol de noviembre. Al mirar a su alrededor vio que la moto de Edward no estaba allí. ¿Se habría marchado de nuevo?

Desconcertada cerró los ojos y llevándose la mano a los labios recordó los besos de Edward días atrás. «Adoro tu sabor» escuchó su sensual voz haciéndola estremecer al recordar sus besos.

Más despejada, decidió ducharse. Apestaba a tabaco, y eso no le gustó, por lo que cogió unas toallas limpias y se metió en el baño.

Mientras disfrutaba de la ducha, escuchó cómo la puerta del baño se abría.

«Maldita sea, aquí no conocen la palabra intimidad» pensó Bella.

— ¡Estoy yo! —gritó para avisar.

—Será un segundo, Bella —señaló Alice—. Si me aguanto un poco más me meo en los calzones.

—Alice ¡por Dios! —Regañó Bella al escucharla—.Tienes que comenzar a ser un poco más refinada con tu vocabulario.

—Vale... vale —asintió la muchacha.

—Oye, cierra la puerta cuando salgas —recordó Bella enjabonándose el pelo tras las cortinas.

—De acuerdo.

Dos minutos después, Alice salió y cerró la puerta.

Cuando terminó, Bella salió con cuidado de la ducha, muerta de frío. La calefacción de aquel sitio no daba la misma sensación de calor que en su casa de Londres, así que se enrolló con rapidez el albornoz y a pesar de eso comenzó a tiritar, momento en que la puerta se volvió a abrir.

—Uissss, perdón —susurró Tom, cerrando la puerta.

—Tom ¿qué pasa? —preguntó Bella a gritos.

—Necesito cambiar el agua al piquituerto, muchacha.

«Es imposible ducharse con tranquilidad en esta casa» pensó Bella suspirando. Cuando salió del baño muerta de frío, encontró a Tom esperando, apoyado contra la pared.

—Anda, pasa —dijo dejándole el baño libre—. Iré a cambiarme a mi habitación.

—Gracias, muchacha —y pasó por su lado como una flecha.

Segundos después Bella tuvo que sonreír al escuchar una exclamación de alivió por parte de Tom procedente del baño.

Después de vestirse decidió bajar a la cocina. Tenía que enfrentarse a Edward tarde o temprano. Pero se sorprendió y en cierto modo se molestó cuando comprobó que no estaba.

Allí Ona trajinaba como todos los días y al verla le sonrió.

—Buenos días, Bella. ¿Te encuentras mejor?

—Sí, pero estoy avergonzada, Ona. Debí haber hablado con Edward ¿verdad?

—Oh, cariño —sonrió la anciana—. Cuando uno es joven, por amor se hacen muchas tonterías.

— ¿Por amor? —se sorprendió al escucharla—. No creo que sea eso.

—Ven aquí, tesoro —le indicó la mujer, sentándose junto a ella en una vieja butaca—. Desde el primer momento que Edward me explicó por qué traía a unas chicas a casa, supe que ahí había alguien especial. Entre tú y yo —dijo haciéndola sonreír—. Ese nieto mío es tan galante, cabezón y buen mozo como mi Tom. Vuestras miradas y discusiones me recuerdan a mi juventud. ¡Por todos los santos, Bella! Soy vieja pero no tonta.

— ¿Quién osa decir que tú eres vieja? —Preguntó Tom entrando en la cocina con el portátil bajo el brazo—. Para mí siempre serás esa mocita que se subía a los árboles para tirarme piedras cuando me veía pasar.

— ¿Le tirabas piedras? —se carcajeó Bella al escucharle—. ¿Por qué?

—Oh... Ona siempre ha sido muy celosona —rió Tom, dándole un cariñoso beso en la frente a su mujer.

—Y tú siempre has sido un casanova —respondió con una sonrisa—. ¿Te puedes creer que este sinvergüenza le tiraba los tejos a todas las mozas menos a mí?

—Vamos a ver —intermedió Tom en la conversación—. Yo por aquel entonces tenía veintitrés años y ella quince. Lo normal es que me gustaran las mujeres con más curvas ¿no crees, Bella?

—En eso, Ona —respondió ella divertida— tengo que darle la razón. Creo que eras demasiado joven para él.

—Era tan bonita como lo es ahora —señaló el anciano.

—Eres un adulador —susurró Ona besándolo en la mejilla.

— ¿Sabes, Bella? La primera vez que vi a Ona, estaba enfadada y tras besarla con la mirada, supe que algún día sería mi mujer.

Bella, al escuchar «la besé con la mirada», pensó en Edward. Aquella extraña frase la hizo sonreír.

—Cuando cumplí dieciocho —prosiguió Ona mientras abría la caja del microondas—. Recuerdo que mis padres hicieron una gran fiesta a la que invitaron a todo el mundo. Su hija pequeña ya era toda una mujer. ¡Todo un acontecimiento! Por la noche la prima de Tom me llevó hasta los establos. Allí varios trabajadores de mi padre celebraban su particular fiesta. Nunca olvidaré cómo Tom me miró. ¡Oh Dios! —rió al recordarlo—. Me ponía tan nerviosa ver cómo me seguía con su mirada que apenas sí podía andar. Pero lo más gracioso fue cuando las ancianas me emparejaron para bailar con Jimmy O'Hara —al recordarlo Bella sonrió. Se refería al mismo ritual por el que habían hecho pasar a Edward y a ella—. Pero mi Tom no lo permitió. De un empujón quitó al pobre Jimmy, y mirándome a los ojos dijo que él bailaría conmigo esa preciosa pieza musical.

—Mmmmm, vaya... vaya. ¿Te pusiste celoso? —rió Bella.

—Sí —asintió Tom con cara de pilluelo—. Ella era mi mujer ¿Por qué iba a permitir que Jimmy pusiera sus manazas en mi Propiedad?

—Por Dios, Tom —se quejó Bella al escucharle—. Parece que hablas de un caballo cuando dices eso de mi propiedad.

—Antes se hablaba así, cariño —aclaró Ona—. Y ¿sabes? —confirmó abrazándolo—. Este mozo enorme también es de mi propiedad.

—Qué historia más bonita —dijo Bella con una sonrisa.

Aquello que unos meses antes le habría parecido una tontería escuchar, en aquel momento, sentada en la cocina con los dos ancianos, le hizo sentir la mujer más afortunada del mundo.

Un rato después, tras haber leído las instrucciones del microondas y dejar sin palabras a Ona por la rapidez y limpieza del aparato, la anciana la abrazó agradecida por aquel regalo.

—Ahora, cariño, os toca a Edward y a ti. Tenéis que tejer una bonita historia para que el día de mañana se la contéis a vuestros nietos.

—Ufff... lo dudo —suspiró Bella al escucharla—. No creo que entre Edward y yo haya algo más que una amistad, además, siento deciros que no me gustan los niños.

—Te gustarán —asintió Tom con una picara sonrisa, y encendiendo el portátil dijo—: Bella, ¿podrías decirle una vez más a este viejo tonto cómo se juega al Backgammon?

—Una y todas las que quieras, guapetón —respondió recordando aquella palabra de su madre, mientras se sentaba encantada junto a él.

 

Capítulo 18: CAPÍTULO 17 Capítulo 20: CAPÍTULO 19

 
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