Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 9: CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8

 

 

Bella cerró despacio la puerta del tocador y se dirigió sigilosa hacia la escalera. Edward seguía en la bañera, con sus preciosos labios esbozando una victoriosa sonrisa.

Él creía que la había seducido por completo y quizá había sido así. Era innegable que esa mañana se movía de un modo distinto, que su cuerpo estaba más lánguido y relajado. Saciado. Enloquecido.

Arrugó la nariz. Qué pensamiento tan horrible.

Ahora le resultaría mucho más difícil mantener las distancias con él. Ahora Edward sabía lo que podía hacerle, cómo podía tocarla, cómo hablarle para hacerla enloquecer de deseo. A partir de ahora estaría insoportable, seguro.

Esa misma mañana, le había costado horrores abandonar su cama. Era un hombre insaciable. Si pudiese salirse con la suya, Bella estaba segura de que jamás abandonarían la habitación.

Suspiró, pero el sonido se asemejó más a un gemido de dolor. Los primeros meses de su matrimonio con Pelham habían sido parecidos. Él la sedujo incluso antes de pronunciar los votos. El atractivo conde de cabello dorado y mala reputación la había atrapado en una red de deseo, apareciendo en todas partes donde ella estaba. Más adelante, Bella se había dado cuenta de que no había sido a causa del destino, como su estúpido corazón había creído. Claro que en esa época todo parecía indicar que Pelham y ella estaban hechos el uno para el otro.

Sus sonrisas y sus guiños le crearon la sensación de que entre los dos existía algo especial, que compartían un secreto. Ella, la muy tonta, pensó que era amor.

Recién salida de la escuela, las atenciones amorosas de Pelham la sobrecogían, como por ejemplo que le pagase a su doncella para que le entregase notas secretas.

Aquellas breves líneas escritas con su caligrafía masculina tuvieron un efecto devastador:

Estás preciosa vestida de azul.

Te echo de menos.

Pienso en ti todo el día.

En cuanto se casaron, Pelham se folló a su doncella, pero en esa época, Bella creía que la adoración que la muchacha parecía sentir por el atractivo noble era señal de que ella había elegido un buen marido.

La semana anterior a su baile de presentación en sociedad, Pelham trepó por el olmo que había junto a su balcón y se coló en su dormitorio. Bella estaba convencida de que sólo el amor más puro podía haberlo inducido a cometer tal temeridad. Él le susurró en la oscuridad con la voz cargada de deseo, mientras le quitaba el camisón y le hacía el amor con la boca y con las manos.

«Espero que nos pillen. Entonces seguro que serás mía.»

«Por supuesto que soy tuya —le susurró ella, embriagada al descubrir el orgasmo—. Te amo.»

«No hay palabras para describir lo que yo siento por ti», le contestó él.

Tras una semana de encuentros clandestinos a medianoche, en los que él le enseñó lo que era el placer, Pelham consiguió que ella le suplicase. La consumación, durante la séptima noche, le garantizó al conde que iba a ser suya.

Bella fue presentada en sociedad sin pasar por el mercado matrimonial y, aunque su padre habría preferido casarla con un noble de más alto rango, no se opuso a la elección de su hija.

Sólo esperaron el tiempo necesario para que se publicasen las amonestaciones y, después de la boda, se fueron de la ciudad para pasar la luna de miel en el campo. Una

vez allí, Bella se sentía feliz de estar todo el día en la cama con Pelham, levantándose sólo para bañarse y para comer, deleitándose en los placeres carnales, tal como Edward quería hacer ahora.

Las similitudes entre los dos hombres no podían ser ignoradas. Y mucho menos cuando al pensar en ellos a Bella se le aceleraba el corazón y le sudaban las manos.

— ¿Qué diablos estás haciendo, Isabella?

Ella parpadeó atónita y recordó rápidamente dónde estaba. De pie en lo alto de la escalera, con una mano en la barandilla y completamente sumida en sus pensamientos. Se sentía embotada por la falta de sueño y tenía el cuerpo dolorido y cansado.

Sacudió la cabeza y bajó la vista hacia el vestíbulo, donde se encontró con el rostro preocupado de su hermano mayor, Jasper, marqués de Trenton.

— ¿Tienes intenciones de quedarte ahí parada todo el día? Lo digo porque, si es así, entenderé que ya he cumplido contigo y que puedo irme a buscar algún otro quehacer más placentero.

— ¿Cumplido conmigo?

Bajó la escalera hasta donde estaba su hermano.

Jasper le sonrió.

—Si te has olvidado, no cuentes conmigo para que te lo recuerde. Yo tampoco tengo ganas de ir.

Jasper tenía el cabello caoba claro, un color precioso que hacía juego con su tez morena y sus ojos castaños. Las damas siempre perdían la compostura cuando estaban cerca de él, pero como Jasper siempre estaba ocupado con sus propios quehaceres, apenas les prestaba atención. A no ser que le resultasen sexualmente atractivas.

El quid de la cuestión era que, en lo que se refería al sexo opuesto, su hermano se comportaba igual que su madre. Para él, una mujer era sencillamente un objeto animado que utilizaba cuando lo necesitaba y luego lo dejaba a un lado y lo olvidaba.

Bella sabía que ninguno de los dos lo hacía por maldad. Sencillamente, no podían comprender por qué sus amantes se enamoraban de una persona que jamás sentiría lo mismo por ellos.

—El almuerzo en casa de lady Marley —dijo aBella al recordarlo—. ¿Qué hora es?

—Casi las dos. —Jasper la recorrió de la cabeza a los pies con la mirada—. Y tú acabas de salir de la cama. —Le sonrió al adivinar el motivo—. Al parecer, los rumores acerca de tu reconciliación con Cullen son verdad.

— ¿Te crees todo lo que oyes?

Llegó al vestíbulo de mármol y levantó la cabeza para mirar a su hermano.

—Creo todo lo que veo. Tienes los ojos rojos y los labios hinchados y te has vestido sin pensar lo que te ponías.

Bella bajó la vista hacia el sencillo vestido de muselina que llevaba. Sin duda no era el que habría elegido si se hubiese acordado de que tenía un compromiso. Claro que, pensándolo bien, Mary se lo había preguntado, pero ella sólo pensaba en que quería salir del dormitorio antes de que Edward volviese a buscarla y no le había hecho caso.

—No pienso hablar de mi matrimonio contigo, Jasper.

—Y doy gracias a Dios por ello —contestó él fingiendo que temblaba—. Me parece muy molesto que las mujeres hablen de sus sentimientos.

Bella puso los ojos en blanco y le pidió a un lacayo que estaba cerca que fuese a buscarle el abrigo.

—No tengo sentimientos por Cullen.

—Muy sensato de tu parte.

—Sólo somos amigos.

—Eso es evidente.

Mientras se sujetaba el sombrero con unos alfileres, fulminó a su hermano con la mirada.

— ¿Qué te prometí exactamente a cambio de que me acompañases hoy? Sea lo que sea, no tengo ninguna duda de que he salido perdiendo con el intercambio.

Jasper se rió y ella comprendió por qué su hermano resultaba tan atractivo para las mujeres. Había algo de irresistible en un hombre indomable. Por suerte para ella, ya había superado esa aflicción tiempo atrás.

—Prometiste que me presentarías a la bella lady Eddly.

—Ah, sí. En circunstancias normales no aprobaría un acercamiento tan descarado, pero en este caso creo que sois perfectos el uno para el otro.

—Estoy completamente de acuerdo.

—Dentro de unos días voy a dar una cena. Lady Eddly y tú estáis invitados desde este mismo momento.

La presencia de su hermano le calmaría los nervios. Y seguro que para entonces necesitaría toda la ayuda que pudiese encontrar. Sólo con pensar en tener que sobrevivir a una cena con Cullen y su legión de antiguas amantes, se le revolvía el estómago.

Suspiró y negó con la cabeza.

—Es horrible que utilices a tu propia hermana para estas cosas.

—Ja —se rió Jasper, cogiendo el abrigo que había llevado la doncella de Isabella—. Lo que es horrible es que tú me arrastres a este almuerzo y en la mansión de los Marley nada menos. Lady Marley siempre huele a alcanfor.

—Yo tampoco tengo ganas de ir, así que deja de lloriquear.

—Tus palabras me hieren, Isabella. Los hombres no lloriqueamos. —Le puso una mano en el hombro y la volvió hacia él—. ¿Por qué vamos si no sabes si vas a pasarlo bien?

—Ya sabes por qué.

Jasper se rió.

—Me gustaría que dejases de preocuparte por lo que piensen de ti los demás. A mí personalmente me pareces la mujer menos aburrida que conozco. Eres directa, agradable a la vista y capaz de tener una conversación divertida.

—Y supongo que tu opinión es la única que debería importarme.

— ¿No es así?

—Ojalá pudiese hacer oídos sordos a las habladurías —contestó ella—, pero la marquesa Elisabeth viuda de Grayson siente la necesidad de ponerme al día de las mismas tan a menudo como le es posible. Las horribles notas que me manda me ponen furiosa. Preferiría que escupiese directamente todo el veneno que lleva dentro y que dejase de esconderse tras los buenos modales. —Se quedó mirando el rostro resignado de su hermano—. No sé cómo Cullen ha sido capaz de crecer sano teniendo a esa mujer como madre.

— ¿Eres consciente de que las mujeres con tu aspecto soléis tener problemas con el resto? Sois criaturas muy gatunas. No podéis soportar que otra mujer llame la atracción masculina en exceso. Claro que tú no tienes demasiada experiencia con esa clase de celos —concluyó Jasper—. Al fin y al cabo, siempre eres la mujer que atrae más miradas.

Sin embargo sí había sentido otra clase de celos, como los que siente una mujer cuando su esposo no duerme en su cama.

—Y por eso mismo me llevo mejor con los hombres que con las mujeres, aunque eso también tiene sus inconvenientes. —Bella era consciente de que algunas damas se sentían intimidadas por su aspecto, pero no podía hacer nada al respecto—. Vámonos.

Jasper levantó ambas cejas hasta la raíz del cabello.

—Tengo que presentarle mis respetos a Cullen. No puedo irme con su esposa sin más. La última vez que hice eso, me dio una paliza en el ring del club Remington. Ese hombre es mucho más joven que yo, apiádate de mí.

—Escríbele una nota —le dijo Bella, cortante, aunque tuvo un escalofrío al pensar en su marido con el pelo todavía mojado, recién salido de la bañera.

Bastó con eso para que recordase la noche anterior y el modo en que le había hecho el amor.

—Ya veo que no sientes nada por él —se burló Jasper con mirada escéptica.

—Espera a casarte, Jasper. Entonces entenderás perfectamente la necesidad de salir huyendo.

Y con aquel objetivo en mente, Bella le señaló impaciente la puerta.

—De eso no me cabe ninguna duda.

Le ofreció el brazo y cogió el sombrero que el mayordomo esperaba para entregarle.

—Cada vez eres menos joven, ¿sabes?

—Soy consciente del paso del tiempo. Por eso mismo he confeccionado una lista con las candidatas a convertirse en mi esposa.

—Sí, madre me contó lo de tu «lista» —dijo ella, sarcástica.

—Un hombre tiene que ser práctico a la hora de escoger esposa.

—Por supuesto —afirmó seria pero en tono de burla—, hay que evitar los sentimientos a toda costa.

— ¿Acaso no hemos decidido hace un momento que no íbamos a hablar de eso?

Bella se contuvo para no reírse.

— ¿Puedo preguntarte quién ocupa la primera posición de tu lista?

—Lady Susannah Campion.

— ¿La segunda hija del duque de Raleigh? —exclamó atónita.

Lady Susannah era, sin lugar a dudas, una elección práctica. Su linaje era excepcional, su educación perfecta y nadie diría que no era digna de convertirse en duquesa. Pero su delicada belleza rubia no desprendía ningún fuego, ninguna pasión.

—Te matará de aburrimiento.

—Vamos —contestó Jasper—, no puede estar tan mal.

Bella abrió los ojos como platos.

— ¿Todavía no conoces a la dama con la que te estás planteando casarte?

— ¡La he visto! Jamás me casaría con una mujer sin verla antes. —Se aclaró la garganta—. Sencillamente, todavía no he tenido el placer de hablar con ella.

Bella negó con la cabeza y volvió a tener la sensación de que no encajaba en su «práctica» familia. Sí, desenamorarse de alguien era una tarea ardua y dolorosa, pero enamorarse no estaba tan mal. Ella no tenía ninguna duda de que ahora era una persona mucho más sabia y mucho más completa que antes de conocer a Pelham.

—Gracias a Dios que hoy me has acompañado. Seguro que lady Susannah estará en el almuerzo. Asegúrate de hablar con ella.

—Por supuesto. —Salieron de la casa y se acercaron al carruaje que los estaba esperando. Jasper ajustó sus pasos a los de su hermana—. Seguro que valdrá la pena hacer enfadar a Cullen por eso.

—Edward no se enfadará.

—Tal vez contigo no.

—Con nadie —afirmó Bella con un nudo en la garganta.

—Ese hombre siempre ha sido muy sensible en lo que a ti se refiere —contestó Jasper.

— ¡No es verdad!

—Sí lo es. Y si de verdad ha decidido reclamar sus derechos maritales, me apiado del que se entrometa en su camino. Acelera el paso, Bella.

Ella soltó el aire y se guardó sus pensamientos, pero volvió a notar un cosquilleo en el estómago.

Edward observó su reflejo en el espejo y suspiró frustrado.

— ¿Cuándo está previsto que venga el sastre?

—Mañana, milord —contestó Ed, sin ocultar el alivio que sentía.

— ¿De verdad mi ropa es tan horrible? —le preguntó él al que hacía años que era su ayuda de cámara tras volverse para mirarlo.

El sirviente se aclaró la garganta.

—Yo no diría eso, milord. Aunque le confieso que limpiar manchas de barro y coser rodilleras no está entre mis mejores talentos.

—Lo sé. —Edward suspiró dramático—. La verdad es que me he planteado despedirte varias veces.

— ¡Milord!

—Pero dado que atormentarte es el único pasatiempo que tengo, me he contenido.

El resoplido de su ayuda de cámara hizo reír a Edward. Acto seguido, salió de su dormitorio y reorganizó la agenda del día. Lo primero era hablar con Bella sobre redecorar su despacho y lo último decirle que pusiese punto final a esa tontería de no dormir juntos. Estaba satisfecho con esos planes hasta que puso un pie en el suelo de mármol del vestíbulo.

—Milord.

Se quedó mirando al lacayo que se inclinaba ante él.

— ¿Sí?

—La marquesa viuda ha llegado.

Edward se puso alerta. Se sentía afortunado de haber pasado cuatro años sin ver a su madre y, si hubiese podido, habría seguido así el resto de su vida.

— ¿Dónde está?

—En el salón, milord.

— ¿Y lady Grayson?

—Su señoría ha salido con lord Trenton hace media hora.

En circunstancias normales, Cullen se enfadaría con Trenton, igual que lo haría con cualquiera que lo privase del placer de la compañía de su esposa sin avisar, pero en ese momento se alegró de que Bella no estuviese y se ahorrase así la visita de su suegra.

Existían cientos de razones que podían justificar la visita de su madre, pero seguramente querría amonestarlo. La marquesa Eisabeth era viuda disfrutaba riñendo a su hijo y ahora llevaba cuatro años sin poder desahogarse. Seguro que sería una conversación muy desagradable y Edward se preparó para el mal trago que lo esperaba.

También aprovechó esos segundos para reconocer ante sí mismo algo que antes se había negado a ver: que tenía celos de la gente que acaparaba el interés de Bella. Una sensación que sólo exacerbaba aún más el interés que ya sentía por ella.

Pero ahora no tenía tiempo para pensar qué significaba eso realmente, así que asintió en dirección al lacayo y, tras respirar hondo, se dirigió rumbo al salón. Se detuvo un segundo ante la puerta abierta y observó las vetas plateadas que su madre tenía entre los mechones caobas. A diferencia de la madre de Bella, cuyo amor por la vida la había conservado muy bien, la marquesa viuda sencillamente parecía cansada y desgastada.

Al notar la presencia de su hijo, se dio la vuelta para mirarlo. Su pálida mirada azul lo recorrió de pies a cabeza. Hubo una época en que esa mirada lo habría empequeñecido, pero ahora él era consciente de su propia valía.

—Grayson —lo saludó la mujer con voz fría y cortante.

Él inclinó levemente la cabeza y se percató de que ella seguía vistiendo de luto, a pesar de los años que habían pasado.

—Tu ropa es una vergüenza.

—Yo también me alegro de verte, madre.

—No te burles de mí —suspiró con exageración y se dejó caer en un sofá—. ¿Por qué tienes que hacerme enfadar tanto?

—Basta con que respire para que te enfades y no tengo intención de perder esa costumbre para que estés contenta. Lo único que puedo hacer es mantenerme lo más lejos de ti que sea posible.

—Siéntate, Grayson. Es de mala educación que te quedes de pie y me obligues a levantar la cabeza para mirarte.

Él tomó asiento en la silla que tenía más cerca, justo delante de su madre, y aprovechó para observarla con detenimiento. La marquesa tenía la espalda muy recta, como si se hubiese tragado una escoba, y apretaba los dedos con tanta fuerza que se le veían los nudillos blancos. Edward sabía que había heredado su color de cabello y de ojos, pues su padre tenía ambos castaños, pero la rigidez de su madre distaba mucho de la capacidad que tenía él para doblegarse cuando era necesario.

— ¿Qué es lo que te preocupa? —le preguntó, ligeramente interesado.

A su madre le preocupaba todo. Sencillamente, le gustaba sentirse desgraciada.

—Tu hermano Emmett —contestó, levantando la barbilla.

Eso sí que consiguió interesarlo.

—Cuéntame.

—Dado que en su vida no tiene ninguna figura masculina con autoridad suficiente para poder controlarlo, ha decidido emular tu ejemplo.

Apretó los labios hasta convertirlos en una línea.

— ¿En qué sentido?

—En todos los sentidos: cortesanas, bebe en exceso, es un irresponsable. Se pasa el día durmiendo y sale toda la noche. Desde que dejó de estudiar, ni siquiera ha hecho el esfuerzo de intentar mantenerse.

Edward se pasó una mano por la cara y se propuso reconciliar la imagen que estaba dibujando su madre con la que él tenía del hermano  que había abandonado cuatro años atrás.

Era culpa de él, de eso estaba seguro. Dejar a un joven en manos de aquella mujer era condenarlo a que tarde o temprano buscase el modo de olvidarlo todo.

—Tienes que hablar con él, Grayson.

—Hablar no servirá de nada. Mándalo a vivir aquí.

— ¿Disculpa?

—Coge sus cosas y mándalas aquí. Llevará un tiempo enderezarlo.

— ¡No pienso hacer tal cosa! —La mujer tensó todavía más la espalda. Él habría creído que eso era imposible, pero al parecer estaba equivocado—. No permitiré que Emmett viva bajo el mismo techo que esa prostituta con la que te casaste.

—Contén la lengua —le advirtió él en voz muy baja y apretó los dedos sobre los reposabrazos de la silla.

—Ya te saliste con la tuya y me humillaste delante de todo el mundo. Termina con esta farsa de una vez por todas. Divórciate de esa mujer por adulterio y cumple con tu deber.

—Esa mujer —replicó entre dientes— es la marquesa de Grayson. Y sabes tan bien como yo que para que prospere una petición de divorcio es necesario aportar pruebas que demuestren que existía armonía conyugal antes de que se cometiese la

infidelidad. Podría demostrarse que fueron mis infidelidades las que llevaron a Bella a cometer las suyas.

Su madre se echó atrás, ofendida.

—Mira que casarte con una amante... Por Dios santo, ¿no podrías haber encontrado otro modo de hacerme daño a mí sin hacérselo al buen nombre de la familia? Tu padre se avergonzaría de ti.

Edward ocultó el dolor que le causó esa frase tras una expresión impasible.

—Fueran cuales fuesen los motivos por los que elegí a lady Grayson, estoy muy satisfecho con mi elección. Espero que encuentres el modo de vivir con ella, pero tampoco me preocupa que no lo hagas.

—Ella nunca ha respetado los votos que te hizo —dijo la marquesa, amargada—. Eres un cornudo.

A Edward le costó respirar, herido en su orgullo.

— ¿Y acaso no es culpa mía? Yo sólo era su esposo en sentido nominal.

—Y doy gracias a Dios por eso. ¿Puedes imaginarte qué clase de madre habría sido?

—No peor que tú.

Touché.

El silencioso orgullo la mujer lo hizo sentirse culpable.

—Vamos, madre —suspiró—. Estamos a punto de terminar con esta horrible visita sin derramar ni una gota de sangre.

Pero como de costumbre, la marquesa no estaba dispuesta a abandonar la pelea, ni siquiera cuando llevaba ventaja.

—Tu padre lleva muerto muchos años y, sin embargo, yo sigo siendo fiel a su memoria.

— ¿Y crees que es eso lo que él habría querido? —le preguntó realmente interesado.

—Estoy segura de que no habría querido que la madre de sus hijos fornicase indiscriminadamente.

—No, pero si hubieses encontrado otro compañero, un hombre que pudiese darte el cariño que toda mujer necesita...

—Yo soy muy consciente de lo que le prometí a tu padre cuando pronuncié mis votos matrimoniales; honrar su nombre y su título, darle hijos y criarlos de un modo que él se sintiese orgulloso de ellos.

—Y, no obstante, eso no lo has conseguido —le señaló Edward, cortante—. Nos recuerdas constantemente lo avergonzado que se sentiría de nosotros.

La mujer arrugó las cejas.

—Era mi responsabilidad, como madre y como padre, enseñaros a ser como él. Me doy cuenta de que crees que no lo he conseguido, pero lo hice lo mejor que pude.

Edward se mordió la lengua para no contestarle mientras recordaba los golpes y las palabras hirientes de su infancia. De repente necesitó estar solo, así que le dijo:

—Estoy más que dispuesto a acoger a Emmett y a guiarlo, pero lo haré aquí, en mi casa. Yo también tengo asuntos que atender.

—«Asuntos» no es la palabra que yo utilizaría para describirlo —masculló la marquesa viuda.

Él se llevó una mano al corazón y contraatacó con el mismo sarcasmo.

—Tu insinuación me duele, madre. Soy un hombre casado.

Ella lo estudió con los ojos entrecerrados.

—Has cambiado, Grayson. Pero si es para bien o para mal, todavía está por ver.

Edward se levantó con una sonrisa taimada.

—Tengo que empezar a hacer los preparativos para la llegada de Emmett, así que si ya hemos terminado...

—Sí, por supuesto. —Su madre se alisó la falda y se puso en pie—. Tengo mis dudas respecto a eso, pero le hablaré del asunto a tu hermano y si él está de acuerdo, yo también. —Endureció la voz antes de añadir—: Mantén a esa mujer alejada de él.

Edward arqueó una ceja.

—Mi esposa no tiene la peste.

—Eso es cuestionable —soltó la marquesa viuda mientras salía del salón, haciendo ondear la tela de su falda.

Edward se sintió aliviado y con unas ganas incontenibles de que su mujer volviese y lo abrazase.

—Te lo advertí.

Jasper bajó la vista hacia la cabeza de su hermana. Estaban solos a la sombra de un árbol del jardín trasero de la mansión de los Marley, lejos del resto de los invitados.

—Es perfecta.

—Demasiado perfecta, si me permites opinar.

—No te lo permito —dijo su hermano en broma, pero en su interior estaba completamente de acuerdo con Bella.

Lady Susannah era refinada y bien educada, además de toda una belleza y, sin embargo, cuando habló con ella no pudo dejar de pensar que estaba hablando con una estatua. Había muy poca vida dentro de esa muchacha.

—Jasper. —Bella se dio la vuelta para mirarlo, tenía las cejas fruncidas bajo el ala del sombrero de paja—. ¿Puedes imaginarte siendo amigo de ella?

— ¿Amigo?

—Sí, amigo. Vas a tener que vivir con tu futura esposa, dormir con ella de vez en cuando, hablar acerca de tus hijos y de las cosas de la casa. Todo eso es mucho más fácil si los cónyuges son amigos.

— ¿Es ésa la clase de relación que tú tienes con Cullen?

—Bueno... —Frunció el cejo—. En el pasado éramos conocidos.

— ¿Conocidos?

Su hermana se estaba sonrojando, algo que él le había visto hacer en contadas ocasiones.

—Sí. —Bella desvió la vista y de repente pareció estar muy lejos de allí—. De hecho —añadió en voz baja—, Edward era muy buen amigo mío.

— ¿Y ahora no?

Por primera vez, Jasper se preguntó qué clase de acuerdo existía entre su hermana y su segundo marido. Siempre se los había visto relativamente felices juntos, se reían y se miraban de un modo que dejaba claro que las cosas iban bien entre los dos. Fueran cuales fuesen sus motivos para buscar sexo fuera del matrimonio, no era porque no se gustasen.

—Los rumores dicen que tu matrimonio no tardará en ser más... tradicional.

—Yo no quiero un matrimonio tradicional —replicó ella, cruzándose de brazos y volviendo al presente.

Jasper levantó las manos en señal de rendición.

—No la tomes conmigo.

—No la estoy tomando contigo.

—Sí lo haces. Y deja que te diga que, para ser una mujer que acaba de salir de la cama, estás de muy mal humor.

Ella refunfuñó y su hermano arqueó ambas cejas.

Bella lo fulminó con la mirada durante unos segundos, pero luego relajó el gesto y se disculpó.

—Lo siento.

— ¿De verdad te altera tanto que Cullen haya vuelto? —Le preguntó Jasper en voz baja—. No eres la de siempre.

—Ya lo sé. —Suspiró frustrada—. Y no he comido nada desde ayer por la noche.

—Eso explica muchas cosas. Siempre estás de mal humor cuando tienes hambre. —Le tendió la mano—. ¿Vamos a ver si podemos enfrentarnos a ese ejército de ancianas y a buscarte algo de comer?

Ella se tapó la boca con una mano enguantada y se rió.

Instantes más tarde, los dos estaban de pie frente al bufet de la comida e Bella se estaba preparando un plato excesivamente grande. Jasper negó con la cabeza y apartó la vista para ocultar una sonrisa. Después, colocándose a una distancia prudencial del resto de los invitados, sacó su reloj de bolsillo y se preguntó cuánto tiempo más tendría que soportar aquella tortura.

Sólo eran las tres de la tarde. Cerró el reloj de oro con un clic y un gemido.

—Es de muy mal gusto mostrar tanta impaciencia por abandonar un evento.

— ¿Disculpe? —Jasper se volvió en busca de la propietaria de aquella voz tan femenina—. ¿Dónde está?

No obtuvo respuesta.

Pero de repente notó un escalofrío en la nuca.

—Voy a encontrarla —prometió, observando la línea de arbustos que tenía a su izquierda y detrás de él.

—Encontrar implica que algo se ha perdido o que está escondido y yo no estoy ni lo primero ni lo segundo.

Maldición, era una voz tan dulce como la de un ángel y tan sensual como la de una sirena. Sin importarle lo más mínimo el buen estado de sus pantalones de color crema, Jasper se metió entre los arbustos que le llegaban hasta la cadera y rodeó el olmo; detrás había una pequeña zona de descanso con un banco de piedra en forma de media luna y una chica menuda de cabello castaño leyendo un libro allí sentada.

—Más abajo hay un sendero —le explicó ella, sin apartar la vista de su lectura.

Jasper la recorrió con los ojos de arriba abajo y se fijó en las puntas gastadas de sus zapatos, en el vestido de flores ligeramente desteñido y en lo apretado que llevaba el corpiño. Hizo una reverencia y se presentó.

—Lord Trenton, ¿señorita...?

—Sí, ya sé quién es.

Cerró el libro y levantó la cabeza para observarlo con el mismo detenimiento que él.

Jasper se la quedó mirando. No podía hacer otra cosa. No era una gran belleza. De hecho, sus delicados rasgos no tenían nada de especial. Tenía la nariz respingona y cubierta de pecas, los labios como los de cualquier otra dama. No era ni joven ni vieja. Él diría que rondaba los treinta. Sin embargo, sus ojos eran tan fascinantes como su voz. Grandes  y de color azul con motas amarillas. Desprendían inteligencia y, lo que era más intrigante, un brillo de atrevimiento.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que ella no había dicho nada.

—Me está mirando —señaló él.

—Usted también —contestó la chica sin tapujos y Jasper pensó que le recordaba a Bella—. Yo tengo excusa. Usted no.

Él levantó las cejas.

—Explíqueme cuál es esa excusa, así tal vez yo también pueda utilizarla.

Ella le sonrió y Jasper tuvo la incómoda impresión de que sentía mucho calor.

—Lo dudo. Verá, usted es probablemente el hombre más atractivo que he visto nunca. Le confieso que mi cerebro ha tardado unos segundos en reclasificar mis conceptos de belleza masculina para poder procesarlo a usted correctamente.

Él le devolvió una sonrisa de oreja a oreja.

—Deje de hacer eso —lo riñó ella, señalándolo con un dedo manchado de tinta—. Y váyase de aquí.

— ¿Por qué?

—Porque está afectando a mi capacidad de pensar.

—Entonces no piense.

Se acercó a ella, preguntándose a qué olería y por qué sus ropas estaban raídas y tenía el dedo manchado de tinta. ¿Por qué estaba sola, leyendo, en medio de una fiesta? La acumulación de preguntas y la necesidad de averiguar todas las respuestas cogió a Jasper por sorpresa y lo dejó confuso.

La chica sacudió la cabeza y unos rizos oscuros acariciaron su mejilla sonrosada.

—Veo que es tan descarado como dicen. Si no hiciese nada para detenerlo, ¿qué me haría?

La muy atrevida estaba coqueteando con él, pero Jasper sospechó que no era consciente de lo que estaba haciendo. Ella sentía curiosidad de verdad y ver a una dama tan interesada en saber despertó enormemente su interés.

—No estoy seguro. ¿Quiere que lo averigüemos juntos?

— ¡Jasper! Maldito seas —exclamó Bella a poca distancia de ellos—. No te devolveré el favor si me dejas aquí plantada.

Él se detuvo en seco, mascullando una maldición.

—Salvado por lady Grayson —dijo la chica, guiñándole un ojo.

— ¿Quién es usted?

—Nadie importante.

— ¿Eso no tendría que decidirlo yo? —le preguntó él, al darse cuenta de que no tenía ganas de irse a ninguna parte.

—No, lord Trenton. Eso está decidido desde hace mucho tiempo. —Se puso en pie y cogió el libro—. Que tenga un buen día.

Y antes de que Jasper pudiese encontrar algún motivo para pedirle que se quedara, desapareció.

Capítulo 8: CAPÍTULO 7 Capítulo 10: CAPÍTULO 9

 
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