Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 4: CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

Cuando estuvo adecuadamente vestido, Cullen apartó la cortina y salió del probador en dirección al vestíbulo de la sastrería. Vio a Bella de inmediato. Estaba sentada junto al escaparate, su melena castaña reflejaba los rayos del sol y parecía hecha de fuego. El contraste entre su pelo y el azul hielo de su vestido era increíble y muy acorde con las circunstancias. El fuego del deseo de ella lo había quemado por dentro y sus palabras lo habían dejado helado.

De hecho, lo sorprendió ver que Bella lo había esperado durante las dos horas que había tardado el sastre en arreglar el traje. Edward estaba convencido de que se iría. Pero Bella no era de la clase de personas que huían de las situaciones incómodas. Quizá no quisiera hablar sobre el asunto, pero jamás saldría corriendo. En realidad, ésa era una de las cosas que más le gustaban de ella.

Suspiró y se maldijo por haber ido demasiado lejos, pero había sido incapaz de reaccionar de otro modo. No la entendía y no sabía cómo pedirle perdón si no tenía ni idea de qué le pasaba. ¿Por qué estaba tan empeñada en que no existiese nada importante entre los dos? Si lo deseaba tanto como él la deseaba a ella, ¿por qué se negaba a hacer algo al respecto?

Bella no era de la clase de mujeres que rehuían los deseos de la carne. ¿Acaso estaba enamorada de su amante? Edward cerró los puños sólo de pensarlo. Él sabía mejor que nadie que se podía amar a una persona y disfrutar del placer de acostarse con otra.

Se maldijo interiormente. Era evidente que no había cambiado tanto como creía si seguía siendo capaz de toquetear a una mujer en un probador. ¿Qué diablos le pasaba? Un caballero no trataba así a su mujer. Tendría que cortejarla y no babear delante de ella y pensar sólo en echarle un polvo.

Habló antes de llegar a su lado, para no asustarla.

— ¿Lady Grayson?

Bella dejó de mirar por el escaparte y se volvió hacia él con una sonrisa.

—Milord, estás magnífico.

« ¿De modo que así están las cosas?»

Bella iba a fingir que no había pasado nada.

Edward le sonrió con todo su encanto y le cogió una mano para llevársela a los labios.

—No tengo más remedio, si quiero ir al lado de una mujer tan guapa como tú.

La mano de ella tembló ligeramente en la de él y, cuando habló, su voz sonó algo forzada.

—Me halagas.

Edward deseó poder hacer mucho más que eso, pero iba a tener que esperar. Colocó la mano de Bella en su antebrazo y la acompañó hasta la puerta.

—Ni siquiera yo estoy tu altura —dijo Bella, mientras él cogía el sombrero de ella de manos de un dependiente y se lo daba.

Las campanillas de la puerta sonaron y Edward dio un paso hacia ella para dejar paso al nuevo cliente. La temperatura aumentó entre los dos, Bella se sonrojó y él se puso tenso.

—Necesitas una amante —susurró Bella con los ojos muy abiertos, sin dejar de mirarlo.

—No necesito una amante. Tengo una esposa que me desea.

—Buenas tardes, milord —dijo el dependiente al otro lado del mostrador.

Edward se puso al lado de ella y volvió a ofrecerle el brazo. Ahora que los dos estaban frente a la puerta, se percató de que había un caballero de aspecto distinguido mirándolos horrorizado y Cullen no tardó ni un segundo en adivinar quién era.

Y lo que seguramente había oído.

—Buenas tardes, lord Hargreaves —lo saludó, colocando los dedos de una mano encima de los de Bella y apretándoselos para dejar claro que ella le pertenecía.

Él nunca antes había sido posesivo y no entendía por qué estaba sintiéndose así.

—Buenas tardes, lord y lady Grayson —dijo el conde, tenso.

Bella irguió la espalda.

—Lord Hargreaves, qué alegría encontrarlo aquí.

Pero no lo era, para ninguno de los tres. La tensión era palpable.

—Si nos disculpa —dijo Edward, al ver que el conde seguía bloqueando la puerta—. Íbamos a salir.

—Ha sido un placer volver a verlo, milord —murmuró Bella, con voz extrañamente sombría.

—Sí —masculló Jacob—, lo mismo digo.

Edward abrió la puerta y miró serio a su rival, después colocó una mano en la espalda de su esposa para guiarla afuera. Caminaron despacio por la calle, los dos perdidos en sus pensamientos. Algunos transeúntes intentaron acercarse, pero bastó con que Edward los fulminase con la mirada para hacerlos desistir.

—Ha sido muy incómodo —dijo él al fin.

—Te has dado cuenta, ¿no? —contestó ella, negándose a mirarlo.

En cierto modo, Cullen echaba de menos no sentirse tan seguro de sí mismo como cuando era joven. Cuatro años atrás le habría quitado importancia a ese encuentro y lo habría olvidado. De hecho, había hecho exactamente eso en varias ocasiones; siempre que se encontraba con los amantes de Bella en eventos sociales, o cuando ella se encontraba con las amantes de él.

Ahora en cambio era muy consciente de todos sus fallos y defectos y sabía perfectamente que Hargreaves no tenía ninguno y que era un hombre popular y muy respetado.

—No tengo ni idea de cómo voy a explicarle tu último comentario —dijo Bella, sin ocultar lo preocupada que estaba.

—Él sabía el riesgo que corría cuando se lió con la esposa de otro hombre.

— ¡No corría ningún riesgo! Nadie habría podido predecir que volverías a casa medio idiota.

—Desear a tu propia esposa no es ser medio idiota. Aunque fingir que no deseas a tu esposo es ridículo.

Edward se detuvo de repente cuando se abrió la puerta de una tienda y el hombre que salió casi chocó con ellos.

— ¡Mil perdones, señora! —exclamó el desconocido, saludando a Bella con el sombrero antes de irse apresurado.

Edward sintió curiosidad por el comportamiento del hombre y miró hacia el establecimiento del que había salido. Esbozó una sonrisa al mismo tiempo que levantaba una mano para abrir la puerta.

— ¿Quieres entrar en una joyería? —le preguntó Bella frunciendo el cejo.

—Sí, tesoro. Hay algo que tendría que haber solucionado hace muchos años.

Y dicho esto la guió hacia adentro. Al oírlos entrar el dependiente levantó la vista del libro de ventas con una sonrisa.

—Buenas tardes, milord, milady.

—Acabamos de ver salir de aquí a un hombre muy contento —señaló Edward.

—Ah, sí —asintió el dependiente—. Un joven pretendiente que va a pedir la mano de su amada con el precioso anillo que ha comprado en nuestro establecimiento.

Ansioso por sentir lo mismo, Edward inspeccionó el contenido de las pequeñas vitrinas de cristal.

— ¿Qué estás buscando? —le preguntó Bella, agachándose a su lado.

El perfume de ella lo atraía tanto que soñaba con pasarse la noche envuelto en sábanas impregnadas de ese olor. Si además tenía las piernas y los brazos de ella enredados con los suyos, sería ya el paraíso.

— ¿Siempre has olido tan bien, Bella? —Ladeó la cabeza para mirarla y descubrió que su nariz estaba a escasos centímetros de la de ella.

Bella retrocedió un poco confusa.

—Cullen, en serio, ¿podemos dejar a un lado los temas aromáticos y centrarnos en lo que estás buscando?

Él sonrió y le cogió la mano, luego le hizo señas al dependiente.

—Ese de allí.

Señaló el anillo más grande que había en aquel expositor; un rubí enorme rodeado de diamantes, que descansaban en una filigrana dorada.

—Dios santo —suspiró Bella cuando la joya salió de debajo del cristal que contenía su brillo resplandeciente.

Edward le levantó la mano y le puso el anillo en el dedo y le gustó comprobar que no le apretaba demasiado si lo llevaba encima del guante. Ahora sí que parecía una mujer casada.

—Perfecto.

—No.

Él arqueó una ceja e intentó comprender por qué parecía estar tan nerviosa.

— ¿Por qué no?

—Es... es demasiado grande —contestó.

—Te pega. —Edward se inclinó en el expositor y le sonrió sin soltarle la mano—. Mientras estaba en Lincolnshire...

— ¿Estuviste en Lincolnshire? —se apresuró ella a interrumpirlo.

—Entre otros lugares —dijo él, acariciándole la mano—. Miraba las puestas de sol y pensaba en ti. Había veces en que las nubes del cielo tenían el mismo color rojizo que tu pelo. Cuando la luz se refleja en este rubí, es casi del mismo tono.

Bella se quedó mirándolo mientras él le levantaba la mano para acercársela a los labios. Edward primero besó la joya y después el centro de la palma enguantada de Bella, deleitándose en la sensación de estar tan cerca de alguien de nuevo.

Los amaneceres, con su belleza dorada, siempre le habían hecho pensar en Em. Al principio, Edward los odiaba. Cada mañana le recordaba que empezaba un nuevo día y que Emily no iba a poder vivirlo. Pero con el paso del tiempo, los rayos del sol se convirtieron en una bendición, en la prueba viviente de que tenía una segunda oportunidad para convertirse en un hombre mejor.

Los atardeceres, sin embargo, siempre le habían pertenecido a Bella. El cielo oscuro y el manto de la noche ocultaban las imperfecciones de él... como Bella, la única mujer que nunca le había criticado nada.

La sensualidad de una cama, los momentos en que podía desprenderse de la tensión que había acumulado durante todo el día, eso también lo simbolizaba ella cuando se la imaginaba sentada a su tocador. Qué raro que la leve amistad que había compartido con su esposa hubiese llegado a significar tanto para él y que no se hubiese dado cuenta cuando tenía la oportunidad de disfrutar de ella cada día.

—Deberías reservar tus halagos para una mujer menos cínica que yo.

—Mi querida Bella —murmuró él sonriendo—, adoro que seas tan cínica. Así no te haces ilusiones sobre mi más que defectuosa personalidad.

—No tengo ni idea de cómo es ahora tu personalidad. —Bella se apartó y él la dejó ir. Ella tensó la espalda e inspeccionó el interior de la tienda y, cuando vio al dependiente anotando la transacción, volvió a hablar—: No entiendo por qué me dices estas cosas, Cullen. Que yo sepa, tú nunca has sentido nada romántico ni sexual hacia mí.

— ¿De qué color son las flores que hay delante de nuestra casa?

— ¿Disculpa?

—Las flores. ¿Sabes de qué color son?

—Por supuesto que sí, son rojas.

Él arqueó una ceja.

— ¿Estás segura?

Bella se cruzó de brazos y también enarcó una ceja.

—Sí, estoy segura.

— ¿Y las que hay en los parterres de la calle?

— ¿Qué?

—Los parterres de la calle también están llenos de flores. ¿Sabes de qué color son?

Ella se mordió el labio inferior.

Edward se quitó el guante y le pasó un dedo por el labio para que dejase de castigarlo.

— ¿Lo sabes?

—Son de color rosa.

—Azul.

Le deslizó la mano hasta el hombro y le acarició la piel con el pulgar. El calor que emanaba del cuerpo de ella le atravesó la yema de los dedos y se extendió por su brazo, avivando el fuego de un anhelo que hacía años que no sentía.

Hacía tanto tiempo que era como si estuviese congelado por dentro, sin sentir ese calor, sin desear que ella lo quemase con sus caricias, ni anhelar con aquella desesperación perderse en su interior... A Edward le gustaba sentir todas esas cosas.

—Son azules, Bella —dijo con una voz más ronca de lo que le habría gustado—. Me he dado cuenta de que la gente tiende a obviar las cosas que ve a diario. Pero sólo porque no veamos algo no significa que no esté allí.

A ella se le puso la piel de gallina. Y Edward lo notó a pesar de las durezas de sus dedos.

—Por favor. —Le apartó la mano—. No me mientas, no me digas cosas bonitas ni intentes convertir el pasado en lo que te gustaría que fuese ahora el presente. Nosotros dos no sentíamos nada el uno por el otro. Yo quería que fuese así. Me gustaba que fuese así. —Se quitó el anillo y lo dejó encima del mostrador.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué? —repitió Bella.

—Sí, mi preciosa esposa, ¿por qué? ¿Por qué te gustaba que nuestro matrimonio fuese una farsa?

—A ti también te gustaba —contestó ella, fulminándolo con la mirada.

Edward sonrió.

—Yo sé los motivos por los que me gustaba, pero ahora estamos hablando de ti.

—Aquí tiene, lord Grayson —dijo el dependiente con una sonrisa.

Él maldijo en silencio la interrupción del hombre y cogió la pluma del tintero para firmar la factura. Esperó a que el anillo estuviese en su correspondiente cajita y ésta estuviese guardada en su bolsillo antes de volver a mirar a Bella. Al igual que en la

sastrería, ella estaba mirando el escaparate con la espalda completamente erguida, evidenciando con su postura lo enfadada que se sentía.

Edward negó con la cabeza y no pudo evitar pensar en lo que sucedería si Bella diese rienda suelta a toda la pasión que llevaba dentro. ¿Qué diablos estaba haciendo Jacob o, mejor dicho, no haciendo, para que ella se mostrase tan irritable? A cualquier otro lo desmoralizaría su actitud, pero él decidió tomárselo como una buena señal.

Se le acercó, atraído por la vitalidad ante la que caía rendido todo el mundo. Se detuvo justo detrás de Bella, respiró hondo para inhalar su perfume y susurró:

— ¿Puedo acompañarte a casa?

Sorprendida por el modo en que Cullen le había hablado junto al oído, Bella dio media vuelta tan rápido que su esposo no tuvo más remedio que echar la cabeza hacia atrás para que no le golpease con el ala del sombrero. El gesto lo hizo reír y cuando empezó ya no pudo parar.

Ella se quedó mirándolo embobada al ver lo joven que parecía riéndose de esa manera. Su risa sonaba algo oxidada, como si no la hubiese utilizado en mucho tiempo, y a Bella le encantó el sonido; era más profundo y más sensual que años atrás e incluso entonces ya le gustaba. Incapaz de seguir resistiéndose, le sonrió, pero cuando él se sujetó las costillas y la miró atónito, se echó a reír igual que él.

Y, de repente, Cullen la levantó por la cintura y empezó a dar vueltas con ella, igual que había hecho de joven.

Bella le colocó las manos en los hombros para mantener el equilibrio y recordó de nuevo lo mucho que le gustaba estar con él.

— ¡Suéltame, Cullen! —exclamó.

Edward echó la cabeza hacia atrás para mirarla, antes de decir:

— ¿Qué me darás a cambio?

—Oh, esto no es justo. Estás montando un espectáculo. Todo el mundo hablará de nosotros.

Pensó en la expresión de Jacob cuando lo habían visto en la sastrería y dejó de reír. Era horrible por su parte estar allí tonteando con Cullen cuando sabía el daño que eso le haría a Jacob.

—Quiero algo a cambio, Bella, o te llevaré en brazos hasta que me lo concedas. Y sabes que soy muy fuerte. Y tú eres ligera como una pluma.

—No lo soy.

—Sí lo eres.

Él hizo pucheros. En cualquier otro hombre esa mueca sería ridícula, pero en Cullen hacía que las mujeres tuviesen ganas de besarlo. Hacía que Bella tuviese ganas de besarlo.

—Piensas demasiado —se quejó, al ver que ella lo miraba en silencio—. Has rechazado mi regalo. Lo menos que puedes hacer es concederme algo a cambio de que te suelte.

— ¿Qué quieres?

Cullen se quedó pensándolo un segundo antes de contestar.

—Una cena.

— ¿Una cena? ¿Puedes ser más concreto?

—Quiero cenar contigo. Quédate en casa esta noche y cena conmigo.

—Tengo varios compromisos.

Él se acercó a la salida de la tienda.

—Buen hombre —le dijo al dependiente—, ¿sería tan amable de abrirme la puerta?

—No vas a sacarme así a la calle.

— ¿De verdad crees que no soy capaz? —le preguntó con una sonrisa diabólica—. He cambiado.

Bella miró por encima del hombro y vio que la acera estaba cada vez más cerca y atestada de gente.

—Sí.

Edward se detuvo con un pie en el aire.

—Sí, ¿qué?

—Sí, cenaré contigo.

—Tienes un alma tan caritativa, Bella —dijo él con una sonrisa triunfal.

—Cállate —masculló ella—. Eres un canalla, Cullen.

—Tal vez. —La dejó en el suelo y le cogió una mano, que le colocó encima de su antebrazo para guiarla hacia la calle—. Pero ¿te gustaría si fuese de otra manera?

Bella lo miró y notó que el aire apesadumbrado que lo había envuelto el día anterior se había disipado un poco y supo que le gustaba más cuando se comportaba como un canalla. Era cuando él se sentía más feliz.

Igual que Pelham.

«Sólo una idiota tropezaría dos veces en la misma piedra.»

Al oír la voz de la razón, se obligó a escucharla y mantuvo cierta distancia con Edward. Si lo tenía a más de medio metro, todo saldría bien.

— ¡Lord Grayson!

Los dos suspiraron resignados al ver que una mujer bastante corpulenta, con un sombrero horrible y un vestido rosado todavía peor, se acercaba a ellos.

—Es lady Hamilton —le susurró Bella—. Es una mujer adorable.

—Con ese vestido no —contestó Cullen sin dejar de sonreír.

Ella tuvo que morderse los labios para no reírse.

—Lady Pershing-Moore me ha dicho que lo había visto con lady Grayson —dijo lady Hamilton con la respiración entrecortada, cuando se detuvo frente a ellos—. Yo le he dicho que se había vuelto loca, pero al parecer tenía razón. —Miró a Edward fascinada—. Es maravilloso volver a verlo, milord. ¿Cómo le ha ido por... dondequiera que haya estado?

Él cogió la mano que la dama le tendía e hizo una leve reverencia al mismo tiempo que contestaba:

—Muy mal, como era de esperar, porque no contaba con la compañía de mi maravillosa y bellísima esposa.

—Oh —lady Hamilton le guiñó el ojo a Bella—, por supuesto. Lady Grayson ya ha aceptado la invitación para la fiesta que organizo en mi casa dentro de dos semanas. Espero que usted tenga intención de acompañarla.

—Desde luego que lo haré —aceptó Cullen con cortesía—. Después de mi larga ausencia, no deseo apartarme de su lado ni un solo instante.

— ¡Magnífico! Ahora todavía tengo más ganas de que llegue el día de la fiesta.

—Es usted muy amable.

Lady Hamilton se despidió y se fue a toda prisa.

—Cullen —dijo Bella con un suspiro—, ¿por qué avivas los chismes de esta manera?

—Si de verdad crees que existe la menor posibilidad de que haya alguien que no esté hablando de nosotros, es que estás loca.

Y siguió caminando por la calle en dirección a su landó.

—Pero no hace falta que les des más munición.

— ¿Acaso a las mujeres os enseñan a hablar con acertijos en el colegio? Te juro que todas lo hacéis a la perfección.

—Maldito seas, accedí a ayudarte hasta que volvieses a encontrar tu camino...

—Tú y yo vamos por la misma senda, Bella —susurró él—. Estamos casados.

—Podemos separarnos. Después de los últimos cuatro años, sería una mera formalidad.

Cullen respiró hondo y la miró.

— ¿Y por qué iba a querer separarme de ti? Mejor dicho, ¿por qué ibas a querer tú?

Bella mantuvo la vista al frente. ¿Cómo podía explicárselo si ella misma no estaba segura de cuál era la respuesta? Se limitó a encogerse de hombros.

Edward colocó una mano encima de la suya y se la apretó con suavidad.

—Han pasado muchas cosas en las últimas veinticuatro horas. Danos un poco de tiempo para que nos acostumbremos el uno al otro. Reconozco que nuestro reencuentro no se ha desarrollado como me había imaginado.

Edward la ayudó a subir al landó y le indicó al cochero que se dirigiese a casa.

— ¿Qué te habías imaginado, Cullen?

Quizá si sabía lo que él esperaba, pudiesen llegar a un acuerdo. O al menos podría preocuparse un poco menos.

—Pensaba que regresaría y que tú y yo nos sentaríamos en el sofá y  compartiríamos unas cuantas botellas de vino de excelente cosecha. Seríamos amigos de nuevo, yo encontraría mi lugar en el mundo poco a poco y nuestra relación volvería a ser tan cómoda y confortable como antes.

—A mí eso también me gustaría —dijo ella en voz baja—. Pero dudo que sea posible si tú y yo no podemos volver a ser como éramos antes.

— ¿Es eso lo que deseas de verdad? —Edward se volvió en el asiento para poder mirarla, pero Bella bajó los ojos y notó lo musculosos que eran los muslos de él. Al parecer, ahora le resultaba imposible no fijarse en esa clase de detalles—. ¿Amas a Hargreaves?

Ella levantó las cejas de golpe.

— ¿Que si amo a Hargreaves? No.

—Entonces, tú y yo todavía tenemos una posibilidad —dijo Cullen con una sonrisa, pero la determinación que impregnó su voz fue palpable.

—No he dicho que no sienta nada por él, porque la verdad es que sí lo siento. Tenemos muchos intereses comunes. Somos de la misma edad. Nosotros...

— ¿Te molesta mi edad, Bella? —Cullen la observó por debajo del ala del sombrero, entrecerrando los ojos y analizando su reacción.

—Bueno, eres más joven que yo y...

Él la cogió por el cuello y la acercó ladeando la cabeza para evitar el ala del sombrero. Sus labios, aquellos labios tan bien esculpidos que tanto podían hechizar como criticar, rozaron los de ella.

— ¡Oh!

—No seguiré aceptando que nuestro matrimonio sea una farsa, Bella. —Le lamió los labios y gimió suavemente—. Dios, tu olor me vuelve loco.

—Cullen —susurró ella con la respiración entrecortada. Lo empujó por los hombros y descubrió lo excitado que estaba. A Bella le temblaban y le ardían los labios—. La gente puede vernos.

—No me importa. —Le pasó la lengua por la boca e Bella se estremeció al notar su sabor—. Me perteneces. Puedo seducirte si lo deseo. —La acarició suavemente con la mano que tenía en su nuca y bajó la voz—. Y lo deseo.

Selló los labios de ella con un beso breve y luego se apartó para susurrarle:

— ¿Quieres que te demuestre de lo que es capaz un hombre más joven?

Bella cerró los ojos.

—Por favor...

—Por favor ¿qué? —La mano que tenía libre descansaba al lado del muslo de ella y se lo acarició, consiguiendo que lenguas de placer la recorriesen entera. ¿Por favor enséñamelo?

Bella negó con la cabeza.

—Por favor, no hagas que te desee, Cullen.

— ¿Por qué no? —Se quitó el sombrero y acercó los labios al cuello de ella para lamerle el pulso, que se le iba acelerando.

—Porque te odiaré para siempre si lo haces.

Cullen se apartó sorprendido y a toda velocidad y ella aprovechó para empujarlo, lo que hizo que se cayese del asiento. Edward extendió los brazos para sujetarse y Bella hizo una mueca de dolor al ver que se golpeaba los hombros con el costado del carruaje.

— ¿Qué diablos te pasa? —le preguntó Cullen, mirándola con los ojos muy abiertos.

Bella retrocedió en el asiento.

—Sí puedes seducirme, Cullen —dijo furiosa—. Muy a mi pesar. Pero aunque mi cuerpo está más que dispuesto a ceder, resulta que tengo principios y que le tengo cariño a Jacob. Y él no se merece que lo deje por un polvo, después de haber estado los dos últimos años haciéndome compañía.

— ¿Un polvo, señora? —le preguntó Cullen, enfadado, cuando casi volvió a caerse al intentar sentarse—. Un hombre no echa un polvo con su esposa.

Cuando por fin consiguió volver a su lugar, en sus pantalones era evidente su estado de excitación. Bella miró la tela que se tensaba entre las piernas de él y tragó saliva mientras se apresuraba a apartar la vista.

«Dios santo.»

— ¿Y cómo lo llamarías? —insistió ella—. ¡Tú y yo apenas nos conocemos!

—Yo te conozco, Bella.

— ¿Ah, sí? —se burló—. ¿Cuál es mi flor favorita? ¿Y mi color preferido? ¿Y mi infusión preferida?

—El tulipán. El azul. El poleo menta. —Cullen cogió el sombrero del suelo, se lo puso y se cruzó de brazos.

Bella parpadeó atónita.

— ¿Acaso pensabas que no te prestaba atención?

Ella se mordió el labio inferior y escudriñó sus recuerdos. ¿Qué flor era la preferida de Edward y su color y su infusión? Sintió vergüenza al ver que no lo sabía.

— ¡Ja! —exclamó victorioso—. No pasa nada, Bella. Te daré tiempo para que cambies de opinión y, de paso, puedes aprovechar para aprender todas esas cosas de mí y yo sobre ti.

El landó se detuvo delante de la puerta de su casa. Bella desvió la vista hacia los parterres de la calle y vio las flores azules. Cullen bajó de un salto y la ayudó. Luego la acompañó hasta los escalones, le hizo una reverencia y dio media vuelta.

— ¿Adónde vas? —le preguntó ella, sintiendo todavía un hormigueo en la piel que él había tocado.

Se le encogió el estómago al ver la postura decidida de los hombros de Cullen

Éste se detuvo y la miró.

—Si entro en casa contigo, te poseeré, tanto si quieres como si no.

Al ver que ella no decía nada, sonrió burlón. Desapareció en cuestión de segundos.

¿Adónde iba? Era evidente que estaba excitado y era tan viril que el hecho de que hubiese eyaculado en la sastrería no le impediría volver a hacerlo. Al pensar en Cullen participando en actividades carnales, Isabel tuvo una horrible sensación. Ella sabía el aspecto que tenía desnudo y sabía que cualquier mujer que lo viese en ese estado sería

como arcilla en sus manos. Un anhelo que había jurado no volver a sentir jamás se instaló en su estómago. Un dolor procedente del pasado. Un recordatorio.

Entró en la casa que se había convertido en su hogar a lo largo de los últimos cinco años y descubrió horrorizada que sin la presencia de Cullen era como si estuviese vacía. Lo maldijo por el caos que había creado en apenas unas horas y subió la escalera que conducía a su dormitorio, decidida a poner remedio al asunto. Tenía que planear la cena hasta el último detalle. Y también tenía que estudiar detenidamente a su esposo; averiguar lo que le gustaba y lo que no.

Y, cuando lo supiese, le encontraría la amante perfecta. Tenía que confiar en que el plan de Hargreaves funcionara, y que lo hiciera rápido.

La experiencia le había enseñado que nadie podía resistirse a un hombre como Edward durante mucho tiempo.

Capítulo 3: CAPÍTULO 2 Capítulo 5: CAPÍTULO 4

 
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