Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 3: CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

—No pareces feliz, Bella —le susurró Jacob, conde de Hargreaves, al oído—. ¿Te apetece que te cuente un chiste picante? ¿O prefieres que nos vayamos a otra fiesta? Ésta es muy aburrida.

Ella suspiró sin ganas y esbozó una brillante sonrisa.

—Si quieres irte, no pondré ninguna objeción.

Hargreaves colocó una mano enguantada en la espalda de Bella y la acarició suavemente.

—No he dicho que quiera irme. He sugerido que irnos podría servir para aliviar tu aburrimiento.

En ese instante ella deseó estar aburrida de verdad; tener la mente llena de cosas sin importancia sería infinitamente preferible a que estuviera ocupada por pensamientos sobre Cullen. ¿Quién era el hombre que se había mudado a su casa? A decir verdad, no tenía ni la más remota idea. Lo único que sabía era que se trataba de un hombre sombrío y muy atormentado por cosas que ella no podía comprender, porque él no quería contárselo. Y también sabía que era un hombre muy peligroso. Como su marido, podía exigirle cualquier cosa que desease y ella no podría negársela.

En el fondo de su corazón, Bella no pudo evitar añorar al marqués de Grayson que había conocido años atrás. El joven Cullen, siempre dispuesto a burlarse de algo o a hacer alguna temeridad. Aquel hombre era simple y fácil de manejar.

— ¿Y bien, Isabella? —insistió Hargreaves.

Ella ocultó su enfado. Jacob era un buen hombre y ya hacía dos años que eran amantes, pero nunca expresaba su opinión ni decía lo que él prefería hacer.

—Me gustaría que decidieras tú —le dijo Bella dándose la vuelta para mirarlo.

— ¿Yo? —Jacob frunció el cejo, lo que no hizo que resultase menos atractivo.

Hargreaves era un hombre guapo, de nariz correcta y ojos oscuros. Tenía el pelo negro, con mechones más claros en las sienes, una característica muy distinguida que sólo aumentaba su encanto. Era un gran espadachín y poseía la figura de un experto duelista. Era un hombre apreciado y respetado en toda la buena sociedad. Las mujeres lo deseaban e Isabella no era la excepción. Era viudo y tenía dos hijos, por lo que no necesitaba volver a casarse, y poseía un carácter afable. Isabella disfrutaba de su compañía, tanto dentro como fuera de la cama.

—Sí, tú —le dijo—, ¿qué quieres hacer?

—Lo que tú desees —contestó seductor—. Ya sabes que vivo para hacerte feliz.

—Me haría feliz saber qué quieres hacer tú —replicó cortante.

La sonrisa de Jacob se desvaneció.

— ¿Por qué estás tan alterada esta noche?

—Que te pregunte qué quieres hacer no significa que esté alterada.

—Entonces ¿por qué te tomas a mal todo lo que te digo? —se quejó.

Bella cerró los ojos e intentó contener su frustración. Era culpa de Cullen que se enfadase con Jacob. Lo miró y le cogió una mano.

— ¿Qué te gustaría hacer? Si pudiéramos hacer cualquier cosa en el mundo, ¿qué es lo que te daría más placer?

Jacob relajó el cejo y sus labios esbozaron una seductora sonrisa. Levantó la mano que tenía libre y acarició la piel que quedaba al descubierto entre el guante y la manga del vestido de Bella. A diferencia de las caricias de Cullen, su tacto no le quemó la piel, pero sí la hizo entrar en calor y ella sabía que Jacob era capaz de avivar ese fuego hasta hacerlo arder.

—Lo que me da más placer es tu compañía. Y lo sabes.

—Entonces me reuniré contigo en tu casa dentro de poco —le murmuró.

Jacob abandonó la fiesta de inmediato, mientras Bella esperaba un tiempo prudencial. Durante el trayecto en carruaje hasta la mansión de Hargreaves, siguió pensando en su situación actual y sopesó las distintas opciones que tenía, si es que tenía alguna.

En cuanto la vio entrar en su dormitorio, Jacob se dio cuenta de lo preocupada que estaba.

—Dime qué te preocupa —murmuró mientras la ayudaba a quitarse el abrigo.

—Lord Grayson ha vuelto —confesó con un suspiro.

—Maldita sea. —Hargreaves la rodeó y se colocó delante de ella—. ¿Qué quiere?

—Vivir en su casa y retomar su vida social.

— ¿Y qué quiere hacer contigo?

Ella vio lo angustiado que estaba e intentó tranquilizarlo.

—Es obvio que yo estoy aquí contigo y que él está en casa. Ya sabes cómo es Grayson.

—Sé cómo era Grayson, pero de eso hace ya cuatro años. —Se apartó y se sirvió una copa. Levantó la botella en dirección a Bella para preguntarle si también le apetecía y ella asintió gustosa—. No sé cómo me siento ahora que me has dicho esto.

—Tú no tienes que sentir nada. A ti el regreso de Cullen no te afecta.

No como la afectaba a ella.

—Tendría que ser idiota para no darme cuenta de que va a afectarme en el futuro.

—Jacob.

Cogió la copa que él le ofrecía y se quitó los zapatos. ¿Qué podía decirle? Quizá la atracción que Cullen había manifestado hacia ella no había sido tan fugaz. Era posible que su marido siguiese deseándola por la mañana. Aunque, por otro lado, quizá sólo había actuado de ese modo porque estaba alterado por haber vuelto a casa.

Bella deseó que la segunda alternativa fuese la verdadera. Ninguna mujer debería tener que vivir con un hombre como Pelham dos veces en la vida.

—Nadie sabe qué nos depara el futuro —dijo.

—Por Dios, Bella. No me vengas con frases hechas.

Jacob vació la copa de un trago y se sirvió otra.

— ¿Y qué quieres que te diga? —replicó, odiándose por no poder consolarlo y decirle la verdad al mismo tiempo.

Él dejó la botella con tanta fuerza encima de la mesa que el líquido ambarino salpicó la madera. No hizo ni caso y se acercó a Bella.

—Quiero que me digas que no importa que Cullen haya vuelto.

—No puedo. —Suspiró y se puso de puntillas para besarle la mandíbula, que él mantenía muy apretada. Jacob la rodeó por la cintura y la abrazó con fuerza—. Ya sabes que no puedo. Ojalá pudiera.

Hargreaves le quitó la copa de los dedos y la dejó encima de la mesa, para luego conducirla hacia la cama. Bella  negó con la cabeza.

— ¿Me estás rechazando? —le preguntó incrédulo.

—Estoy confusa, Jacob, y preocupada. Y las dos emociones juntas han apagado mi deseo. Pero no es culpa tuya.

—Nunca antes me habías rechazado. ¿Por qué has venido, pues? ¿Para atormentarme?

Ella se apartó y apretó los labios.

—Discúlpame. No era consciente de que sólo me habías invitado para que nos acostásemos.

Se soltó de la mano de él y dio un paso atrás.

—Bella, espera. —Jacob la cogió por la cintura y acercó el rostro a la curva de su cuello—. Perdóname. Noto una distancia entre los dos que no existía antes y no puedo soportarlo. —Le dio la vuelta para mirarla—. Dime la verdad. ¿Cullen quiere estar contigo?

—No lo sé.

Él suspiró frustrado.

— ¿Cómo es posible que no lo sepas? Precisamente tú deberías saber mejor que nadie si un hombre quiere o no acostarse contigo.

—Tú no le has visto. Va vestido raro, lleva ropa sencilla y demasiado rudimentaria. No tengo ni idea de dónde ha estado, pero es más que evidente que, donde fuera, carecía por completo de vida social. Sí, Cullen siente deseo, Jacob. Eso sí soy capaz de reconocerlo. Pero ¿de mí o de las mujeres en general? Es lo que no sé.

—Entonces tenemos que buscarle una amante —dijo Jacob, serio—. Así dejará en paz a la mía.

Bella se rió cansada.

—Qué conversación tan rara.

—Sí, lo sé. —El conde Hargreaves sonrió y le acarició la mejilla—. ¿Te apetece que nos sentemos y comamos un poco? Podemos empezar a hacer una lista de las mujeres que crees que pueden gustarle a Cullen e invitarlas a algún evento.

—Oh, Jacob. —Bella sonrió con ganas por primera vez desde que Cullen había vuelto—. Qué idea tan buena. ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí?

—Porque para eso me tienes a mí.

Edward leyó el periódico de la mañana, mientras tomaba café e intentaba ignorar lo nervioso que estaba. Ese día lo vería todo el mundo. La buena sociedad sabría que había regresado. A lo largo de las próximas semanas recibiría la visita de algunos viejos conocidos y tendría que decidir qué amistades retomaba y cuáles dejaba olvidadas en el pasado.

—Buenos días, milord.

Levantó la vista al oír la voz de Bella y respiró hondo al levantarse. Vio que llevaba un vestido azul claro que resaltaba las generosas curvas de sus pechos, con un lazo azul más oscuro en la cintura para subrayar la forma de su cuerpo. Ella no lo miró directamente a los ojos hasta que él le devolvió el saludo. Y, cuando lo hizo, consiguió esbozar una sonrisa.

Era evidente que estaba nerviosa y era la primera vez que Edward la veía sentirse insegura. Bella se quedó mirándolo un momento y luego levantó el mentón y se acercó a él. Apartó la silla que Cullen tenía al lado antes de que éste pudiese reaccionar y hacerlo en su lugar.

Edward se maldijo por dentro. Durante los últimos cuatro años no había sido ningún monje, pero hacía demasiado tiempo de su último revolcón. Demasiado.

— ¿Cullen? —empezó ella.

— ¿Sí? —contestó él al ver que dudaba.

—Necesitas una amante —soltó de repente.

Cullen parpadeó atónito y se desplomó en su silla, evitando respirar por la nariz para no inhalar su perfume. Si la olía una vez, seguro que se excitaría.

— ¿Una amante?

Bella asintió y se mordió el labio inferior.

—Dudo que tengas problemas para conseguir una.

—No —contestó él, despacio. «Dios santo»—. Con la ropa adecuada y una vez haya reaparecido en sociedad, seguro que podré encontrar una. —Se puso en pie. No podía hablar de eso con ella—. ¿Nos vamos, pues?

—Vaya, veo que estás impaciente —se rió Bella y Edward apretó los dientes al oír aquella risa tan sensual.

La tensión que había emanado de su esposa al entrar había desaparecido y ahora era la Bella de siempre. Una Bella que esperaba que encontrase una amante y la dejase en paz.

—Has desayunado arriba, ¿no?

Dio un paso hacia atrás y respiró entre los dientes. ¿Cómo diablos iba a poder sobrevivir a aquel día? ¿O a aquella semana, o al mes siguiente? O, maldita fuera, a los años siguientes si Bella seguía teniendo amantes.

—Sí. —Ella se puso en pie—. Ya podemos irnos, Casanova, que no se diga que por mi culpa has tardado más de la cuenta en encontrar a tu próxima amante.

Edward la siguió a una distancia prudencial, pero no sirvió de nada para apaciguar su fiero deseo, porque desde donde estaba podía ver a la perfección el movimiento de sus caderas y su lujurioso trasero.

El trayecto en carruaje fue algo más soportable, porque eligieron un landó descubierto y el perfume floral de Bella se disipó un poco. Y el paseo que dieron por la calle Bond fue incluso mejor, pues al notar que todo el mundo lo miraba, Edward dejó de pensar en lo duro que tenía el miembro.

Bella caminaba a su lado, hablándole animadamente, con su precioso rostro oculto bajo el ala del sombrero de paja.

—Todo esto es ridículo —masculló él—. Cualquiera diría que he regresado de entre los muertos.

—En cierto modo eso es lo que has hecho. Te fuiste sin decir ni una palabra y durante todo este tiempo no has mantenido contacto con nadie. Pero creo que lo que más les interesa es tu apariencia.

—Tengo la piel morena por el sol.

—Sí, así es. La verdad es que me gusta y seguro que a las demás mujeres también les gustará.

Edward la miró dispuesto a responder, pero, al hacerlo, su mirada fue a parar directamente a su escote.

— ¿Dónde diablos está el maldito sastre? —se quejó, más frustrado de lo que podía soportar.

—Necesitas estar urgentemente con una mujer —dijo ella, negando con la cabeza—. Aquí es, ya hemos llegado. Éste es el establecimiento al que solías venir antes, ¿no?

La puerta se abrió con un sonido de campanillas y en cuestión de segundos los dos estuvieron en un probador privado. Cullen se quitó la ropa y Bella ordenó que se llevaran las prendas con un gesto de la mano y arrugando la nariz.

Él se quedó allí en ropa interior y riéndose. Hasta que Bella dio media vuelta. Lo miró y notó que se le cerraba la garganta y que no podía respirar.

—Dios santo —dijo, caminando alrededor de él.

Le pasó los dedos por los músculos del abdomen y Edward contuvo un gemido. Todo el probador olía a ella. Y lo estaba tocando como si existiese intimidad entre los dos.

El sastre entró y exclamó sorprendido:

— ¡Creo que tendré que volver a tomarle las medidas, milord!

Ante la llegada del hombre, Bella dio un paso atrás con las mejillas sonrojadas. El sastre se puso manos a la obra y ella no tardó en recuperar la calma; dedicó entonces toda su atención a convencer al comerciante de que les vendiese algún traje ya terminado para otro cliente.

—Seguro que no querrá que su señoría abandone su establecimiento mal vestido —dijo.

—Por supuesto que no, lady Grayson —contestó el sastre con prontitud—. Pero éste es el traje más terminado que tengo y no es de su talla. Quizá podría añadir algo de tela aquí...

—Sí y un poco más allí —apuntó ella, cuando el sastre clavó una aguja cerca del hombro de Cullen—. Mire qué espalda tan ancha tiene. Puede quitarle las hombreras. Lo más importante es que su señoría esté cómodo.

Bella deslizó una mano por la espalda de Edward, que apretó los puños para no temblar. Distaba mucho de estar cómodo.

— ¿Tiene ropa interior de la talla de mi esposo? —le preguntó ella al sastre con voz más ronca de lo habitual—. Esta tela es demasiado áspera.

—Sí —respondió el hombre al instante, ansioso de vender tanto como le fuese posible.

El sastre le quitó la americana y le dio los pantalones a juego. Junto con Bella, estaba de pie detrás de él y Cullen dio las gracias de que así fuera. Había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para reprimir una erección, pero no podía evitar estar excitado.

Bella lo miraba con deseo, podía notar sus ojos recorriéndolo y seguía tocándolo y halagando su cuerpo. Ningún hombre podía resistir tanto.

—El pantalón no hace falta retocarlo —susurró ella, pegada a su espalda desnuda, acariciándole las nalgas con una mano—. ¿Es demasiado apretado, milord? —le preguntó a él en voz baja, sin dejar de tocarlo—. Espero que no. Desde aquí se ve maravilloso.

—No. La parte de atrás está bien —dijo él y luego bajó la voz para que sólo ella pudiese oírlo—, pero la de delante está muy incómoda por tu culpa.

La cortina se deslizó hacia un lado y apareció el ayudante del sastre con los calzoncillos. Edward cerró los ojos, amargado. Ahora todo el mundo se daría cuenta de lo que estaba pasando.

—Gracias —murmuró Bella—. Lord Grayson necesita un poco de intimidad.

A Edwad lo sorprendió ver que echaba a todo el mundo del probador. Pero no se atrevió a mirarla hasta que estuvieron solos.

—Gracias —dijo.

Ella tenía los ojos fijos en la entrepierna de él, mientras tragaba saliva y aferraba los calzoncillos, que se sujetaba contra el pecho.

—Tienes que quitarte eso o terminarás rompiendo las costuras.

— ¿Vas a ayudarme? —le preguntó, inseguro y ansioso.

—No, Cullen. —Le dio los calzoncillos nuevos y apartó la vista—. Ya te dije que estoy con alguien.

Edward estuvo tentado de recordarle que era su esposo, pero no sería justo, teniendo en cuenta cómo había conseguido que Bella aceptase casarse con él.

Había sido un egoísta y sólo lo había hecho para hacer enfadar a su madre y evitar tener problemas con sus amantes. No le había preocupado lo más mínimo si se criticaba a Bella por tener un amante antes de darle un heredero a su esposo.

Ahora estaba recibiendo el castigo por haber sido tan narcisista; deseaba a una mujer que le pertenecía, pero a la que no podía tocar.

Asintió y tragó saliva para ver si así engullía los remordimientos y la amargura que lo embargaban.

—Déjame solo, por favor.

Ella se fue sin mirarlo.

Isabella salió del probador y cerró la cortina a su espalda. Las manos le temblaban muchísimo, porque había tenido que apretárselas mientras veía a Cullen vestirse y desnudarse, atormentándola con su cuerpo tan perfecto.

Él estaba en el mejor momento de su vida, pues todavía retenía la fuerza de la juventud, combinada con la madurez que había adquirido en los últimos años. Tenía músculos por todas partes y gracias a las caricias del día anterior, Bella sabía que podía moverlos con ternura y cuidado.

«En serio, Cullen. Eres demasiado joven para mí.»

¿Por qué no se había mantenido firme? Al verlo ahora, tan vigoroso y vital, Bella podía afirmar que se había equivocado al unir su vida irrevocablemente a la de él.

Cullen necesitaba una amante que acaparase su tiempo y su atención. Los hombres de su edad rebosaban lujuria y todavía tenían ganas de acostarse con todas las féminas que se encontraban a su paso. Ella sencillamente le resultaba práctica y atractiva y sólo la deseaba por eso. Era la única mujer que conocía en la actualidad. Pero ningún hombre tenía una aventura con su propia esposa.

Bella gimió para sus adentros. Dios, ¿por qué había vuelto a casarse? Había jurado que jamás volvería a comprometerse con nadie y así había terminado por culpa de aquella tontería.

Los hombres como Cullen no eran constantes. Había aprendido bien esa lección con Pelham. El atractivo conde necesitaba una esposa y ella despertaba su deseo; una combinación perfecta según su primer marido. Pero cuando el deseo se apagó, Pelham siguió como siempre y se buscó otra amante, sin importarle lo más mínimo que Bella estuviese enamorada de él. Cullen haría lo mismo. Sí, había madurado y ahora tenía la cabeza más asentada y los pies en el suelo, pero era innegable que tenía la edad que tenía.

Bella podía soportar oír comentarios acerca de la pericia sexual de su esposo, o de que ella era demasiado mayor para satisfacerlo o para darle un heredero, siempre y cuando no estuviera interesada en él. Bella siempre era fiel a sus amantes y esperaba lo mismo de ellos mientras duraba su relación. Y allí estaba el quid de la cuestión. Los affaires siempre tenían punto final, pero el matrimonio era para siempre.

Se apartó del probador decidida a encontrar algo que la distrajese. Dio unos pasos hacia la parte principal de la tienda para ver si así se centraba, pero vio que la cortina del probador de Cullen estaba un poco entreabierta, por lo que se detuvo y dio un paso atrás.

En contra de su voluntad, espió por la abertura de la cortina y se quedó sin aliento al ver su espectacular trasero. ¿Por qué Dios le había dado tanta belleza a un único hombre? ¡Qué culo! Era injusto que alguien fuese tan atractivo por delante como por detrás.

Tenía las nalgas firmes y más pálidas que el resto del cuerpo, en especial si se las comparaba con lo moreno que tenía el torso. ¿Dónde habría estado y qué habría estado haciendo para desarrollar tanto los músculos y ponerse tan moreno? Era impresionante; su espalda, su trasero, los brazos que ahora flexionaba con tanta fuerza.

Soltó el aliento que estaba conteniendo. Y de repente comprendió por qué él movía los brazos de aquella manera tan repetitiva.

Cullen se estaba masturbando.

¡Dios! Bella se desplomó contra la pared al notar que le fallaban las piernas. No podía dejar de mirar, a pesar de que los pezones se le habían excitado tanto que le dolían, y que el deseo empezaba a circular por dentro de su cuerpo. ¿Lo había llevado a ese estado sólo mirándolo? Pensar que tenía tanto poder sobre una criatura tan magnífica como él la excitó todavía más. Los clientes y los empleados de la sastrería se

movían a su espalda e Bella se quedó allí, espiando. Ella era una mujer de mundo, sin embargo, en aquel mismo instante estaba embriagada de deseo.

Cullen tenía la respiración entrecortada y apretaba los muslos e Bella deseó poder verlo por delante. ¿Qué aspecto tendría su bello rostro en medio de la pasión? ¿Se le contraerían los músculos del estómago al notar la tensión? ¿Su miembro sería tan espectacular como el resto de su cuerpo? Imaginárselo era peor que si lo estuviese viendo realmente.

¿Qué diablos se suponía que tenía que hacer ahora?

Sí, ella era una mujer sensual y ver a un hombre dándose placer a sí mismo podía resultarle excitante. Pero nunca se lo había parecido tanto como en ese momento.

Bella apenas podía respirar y si no tenía un orgasmo pronto, terminaría por volverse loca. Sería estúpido que intentase negarlo.

Podía reconocer perfectamente la sensación que tenía en el estómago. Algunos lo llamaban deseo. Ella lo llamaba destrucción.

— ¿Lady Grayson? —Edward la llamó con aquella voz tan ronca y sensual.

Ahora que la había oído varias veces, Bella sabía reconocerla: era la voz que Cullen utilizaría en la cama, la voz que tenía un hombre justo después de eyacular de placer.

¿Por qué él tenía esa voz todo el tiempo? Era injusto que pudiese atormentar a las mujeres de deseo y hacerlas desear que les hablase siempre así.

— ¿S... sí? —Bella respiró hondo y entró en el probador.

Cullen se volvió hacia ella con los calzoncillos puestos. Tenía las mejillas sonrojadas y era evidente que sabía lo que había hecho Bella. Su comportamiento no le había pasado desapercibido.

—Espero que algún día hagas algo más que mirarme —le dijo en voz baja.

Ella se tapó la boca con la mano enguantada, muerta de vergüenza. Estaba claro que él no sentía ninguna. Se quedó mirándola intensamente y detuvo la mirada en sus pezones.

—Maldito seas —susurró Bella, odiándolo porque hubiera vuelto a casa y por poner su mundo patas arriba.

Estaba muy excitada, se notaba la piel caliente y temblorosa y detestaba sentirse así, porque la hacía recordar el dolor de épocas pasadas.

—Sí que estoy maldito, Bella, vivo contigo y no puedo tenerte.

—Hicimos un trato.

—Esto —los señaló a ambos— no existía entonces. ¿Qué propones que hagamos? ¿Quieres que lo ignoremos?

—Sáciate en alguna otra parte. Eres joven y estás excitado...

—Y casado.

— ¡No de verdad! —exclamó ella, tan frustrada que estaba a punto de tirarse de los pelos.

—Tan de verdad como puedo estarlo sin tener sexo con mi esposa —se quejó Cullen—. Y tengo intención de remediarlo cuanto antes.

— ¿Por eso has vuelto? ¿Para follarme?

—He vuelto porque tú me escribías. Cada viernes recibía una carta escrita en ese papel rosado que olía a flores.

—Me las devolvías todas. Sin abrir.

—Lo que decían no era importante, Bella. Ya sabía lo que hacías y dónde estabas sin tener que leerlas. Lo que me importaba era el sentimiento que implicaban. Estaba convencido de que dejarías de escribirme, que dejarías que siguiese regodeándome en mi desgracia...

—Y al final has decidido hacerme desgraciada a mí —soltó ella, poniéndose a caminar de un lado a otro del probador—. Era mi obligación escribirte.

— ¡Sí! —exclamó él triunfante—. Tu obligación como mi esposa y, al hacerlo, me obligaste a reconocer que yo también tenía una obligación contigo. Por eso he regresado, para acallar los rumores, para estar a tu lado, para enmendar el daño que te hice al irme.

— ¡Para eso no hace falta que nos acostemos!

—Baja la voz —le advirtió él, cogiéndola del brazo para acercarla. Le tocó un pecho y le capturó un pezón entre el dedo índice y el pulgar, moviéndolos hasta que ella gimió de placer—. Para esto sí que hace falta. Mira qué excitada estás. A pesar de lo enfadada y furiosa que estás conmigo, estoy seguro de que si te toco notaré que estás húmeda de deseo por mí. ¿Por qué tengo que acostarme con otra mujer si es a ti a quien deseo?

—Porque yo estoy con alguien.

—Insistes en repetir eso, pero es evidente que él no es suficiente, porque, si lo fuese, no me desearías.

Bella se sintió culpable por desear tanto a Cullen. Ella jamás había anhelado a ningún otro hombre mientras mantenía una relación con alguien. Y luego siempre dejaba pasar varios meses entre un amante y otro, porque tardaba algún tiempo en superar que la aventura se había acabado, aunque siempre fuera ella la que les ponía punto final.

—Te equivocas. —Se soltó el brazo y se apartó de él, notando que el pecho le quemaba—. No te deseo.

—Y yo que admiraba tu honestidad —la atacó él en voz baja.

Bella se lo quedó mirando y vio lo decidido que estaba. La sensación que se instaló en su pecho fue de lo más familiar: era el principio del infierno al que la había sometido Pelham.

— ¿Qué te ha pasado? —le preguntó ella con tristeza, lamentando la pérdida de la complicidad de antaño.

—Me he quitado la venda de los ojos, Bella. Y ahora, por primera vez, veo lo que me estaba perdiendo.

Capítulo 2: CAPÍTULO 1 Capítulo 4: CAPÍTULO 3

 
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