Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
Visitas: 58586
Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 8: CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

Edward apretó los dientes al deslizar su excitado miembro por los húmedos labios del sexo de Bella. La abrazó contra su torso y se esforzó por mantener la calma mientras el resto de su cuerpo estaba pendiente del enorme placer que sentía al estar dentro de ella y de los gemidos de placer que salían de sus labios.

Edward ardía de pies a cabeza, se sentía caliente incluso el cabello; en cuanto una capa de sudor se le secaba sobre la piel, volvía a estar empapado.

—Oh, Bella —suspiró, apartándole una pierna hacia un lado para poder penetrarla más—. Estar dentro de ti es como estar en el paraíso.

Ella se movió debajo de su cuerpo y giró las caderas de un modo que él apenas pudo soportar.

—Cullen...

Oírla gemir así hizo que Edward se estremeciese con todas sus fuerzas.

—Maldita sea, deja de moverte así o terminaré por perder el poco control que me queda.

— ¿A esto lo llamas control? —Suspiró y levantó las caderas, pidiéndole más—. ¿Qué diablos haces cuando lo pierdes por completo?

Él le soltó las manos y la abrazó contra su cuerpo.

La lujuria lo había cegado varias veces en la vida y en muchas ocasiones había dado rienda suelta a sus impulsos. Pero su necesidad de ceder nunca había sido tan acuciante como en ese momento. La escandalosa belleza de ella, su descarada sensualidad, sus maravillosas curvas... Bella estaba hecha para que un hombre fuese tan primitivo como él podía llegar a serlo. Cuatro años atrás, Bella era demasiado para él, a pesar de que, en su arrogancia, Edward jamás lo habría reconocido. Pero ahora le preocupaba ser demasiado para ella. Y no podía correr el riesgo de asustarla y ahuyentarla de su cama.

Deslizó las manos debajo del cuerpo de Bella y les dio la vuelta a ambos para que ella quedase encima.

— ¿Qu... qué? —preguntó Bella, sorprendida.

Su melena suelta le caía a él por la cara y los hombros, rodeándolo con su perfume. Su miembro se excitó hasta límites insospechados.

—Lleva tú las riendas —dijo entre dientes y apartó las manos de ella como si lo hubiese quemado.

Tenía su cuerpo encima y era más de lo que podía soportar. Lo que de verdad quería hacer Edward en ese momento era tumbarla en el suelo y poseerla como un animal hasta quedar exhausto. Y luego volver a empezar. Pero Bella era su esposa y se merecía algo mejor. Y, dado que no podía confiar en sí mismo, lo mejor sería que confiase en ella.

Bella dudó un segundo y Edward tuvo miedo de que fuese a cambiar de opinión y de que volviese a rechazarlo. En vez de eso, colocó las manos en el suelo y levantó el torso. Después, bajó despacio para que su miembro se deslizase mejor hacia su interior, hasta que los labios de su sexo le besaron el extremo del pene.

Cerró los puños al oírla gemir de placer. El ángulo en que había quedado dentro del sexo de Bella era delicioso.

—Dios, Edward. Eres tan...

Él cerró los ojos y los apretó con todas sus fuerzas, respirando entre los dientes al oír su inacabado cumplido. Sabía lo que había querido decir. No había palabras para describir lo que ambos estaban sintiendo.

Quizá se debiera al hecho de que ella lo había excitado y rechazado muchas veces, como no lo había hecho antes ninguna otra mujer. Quizá porque era su esposa y ese detalle añadía un grado de propiedad que aumentaba la intensidad del momento. Fuera lo que fuese, el sexo nunca había sido tan intenso para Edward y eso que sólo estaban empezando.

—Tienes que moverte, Bella —la instó con la voz completamente ronca de deseo.

Abrió los ojos y tragó saliva al ver que ella alargaba los brazos hacia atrás, haciendo que su melena se arremolinase encima del torso de él. Edward se preguntó cómo iban a hacerlo. ¿Se apartaría y se daría la vuelta para quedar sentada mirándolo a la cara? Ver el rostro de Bella al alcanzar el orgasmo le daría mucho placer, pero la idea de sacar su miembro de dentro de su cuerpo le parecía sencillamente insoportable.

— ¿Tengo? —lo desafió ella con voz provocativa y, aunque Edward no podía verla, supo que estaba sonriendo.

Bella levantó una mano y apoyó el peso en la otra, sus nalgas descansaron entonces en las caderas de él, que se quedó completamente inmóvil y dejó de respirar mientras ella deslizaba la mano que había levantado entre sus propias piernas.

Primero apretó suavemente los tensos testículos de Cullen y luego la movió más arriba.

Oh, Dios. Si Bella se masturbaba con su miembro dentro de ella, él explotaría.

— ¿Vas a...? —intentó preguntarle.

Bella lo hizo.

Edward gimió al notar que su sexo se apretaba como un guante alrededor de su pene.

— ¡Maldita sea!

Sujetó las caderas de ella al borde de un ataque de pánico y, manteniéndola inmóvil, levantó la mitad inferior de su cuerpo para embestirla como un poseso.

— ¡Sí! —exclamó Bella echando la cabeza hacia atrás e inundándolo con un mar de mechones rojizos.

Su cuerpo se aferró al miembro de él y empezó a convulsionarse con brutal intensidad.

Su primer orgasmo duró una eternidad, pero Edward se mordió el labio inferior hasta notar el sabor de la sangre y consiguió no eyacular. Y cuando ella se desplomó entre sus brazos, él salió de su interior y terminó.

La lujuria y el anhelo que llevaba tanto tiempo conteniendo vaciaron su cuerpo y eyaculó una y otra vez encima del muslo de Bella y de la alfombra.

Y eso que sólo quería calmarse un poco.

Bella y él sólo estaban empezando.

Bella se tumbó encima de él e intentó recuperar el aliento y Edward le acarició los pechos y le dio un beso en la frente. El perfume de ella mezclado con el del sexo era embriagador. Pegó la nariz a la piel de Bella e inhaló profundamente.

—Eres un hombre malo y horrible —susurró ella.

Edward suspiró. Típico de él casarse con la mujer más obstinada del planeta.

—Has sido tú la que ha precipitado las cosas. Pero te garantizo que la próxima vez me aseguraré de que todo el proceso dure más. Tal vez entonces estarás más receptiva.

La levantó consigo hasta que quedaron los dos sentados.

— ¿La próxima vez?

Edward vio que tenía intención de empezar a discutir, así que le deslizó una mano entre las piernas y le acarició el clítoris con la yema de los dedos. Sonrió al oírla gemir.

—Sí, la próxima vez, que empezará dentro de un momento, en cuanto nos hayamos limpiado un poco ambos y nos traslademos a un lugar más confortable para estos menesteres.

Bella se puso en pie y se dio la vuelta tan rápido para mirarlo que su melena rojiza se balanceó sobre su piel blanca. Edward se quedó mirándola desde el suelo, perplejo al ver lo perfecta que era. Completamente desnuda, Bella Grayson era una Venus, una sirena, una belleza de pechos perfectos y caderas voluptuosas y con unos labios hechos para besar.

Su pene reaccionó al encontrarse ante tal maravilla y, cuando Bella lo vio, abrió mucho los ojos, atónita.

—Dios santo, pero si acabamos de ocuparnos de eso.

Edward se encogió de hombros y reprimió una sonrisa al ver que ella seguía contemplándolo, halagándolo con una mirada que tan sólo era un poquito intimidante. Él se puso en pie y la cogió de la mano para llevarla hacia el baño.

—No puedo evitar reaccionar. Eres una mujer extremadamente atractiva.

Ella se rió, pero lo siguió sin quejarse, aunque sí se hizo un poco la remolona. Edward miró por encima de su hombro y descubrió el motivo: Bella le estaba mirando hipnotizada el trasero.

Estaba demasiado absorta para darse cuenta de que la había pillado, así que Edward apretó las nalgas y se rió cuando ella se sonrojó. Fuera cual fuese el motivo por el que Bella había rehuido la intimidad conyugal, no era porque no lo desease.

— ¿Te gustaría contarme qué te ha pasado esta noche? —le preguntó, atento y con cautela, al adentrarse en un nuevo terreno para ellos.

Edward no estaba acostumbrado a hablar durante sus encuentros amorosos. Y la enorme erección que tenía entre las piernas no lo ayudaba demasiado a concentrarse. Claro que tampoco podía evitarlo; los ojos de su esposa le estaban quemando la piel.

— ¿Por qué?

—Porque es obvio que estás preocupada.

Se dio la vuelta e hizo sentar a Bella en una silla, y aprovechó para apartarle la melena que tanto le gustaba ver cómo le caía sobre los hombros.

—Todo esto es tan raro —se quejó Bella con los brazos cruzados modestamente sobre los pechos, al ver que él sacaba una toalla empapada de dentro de la bañera—. ¿Qué estás haciendo? —le preguntó, al ver que escurría el exceso de agua.

—Ya te lo he dicho —contestó, arrodillándose delante de ella y, tras colocarle una mano en una rodilla, le separó ligeramente las piernas.

— ¡Para! —Bella le pegó en las manos. Edward arqueó una ceja e hizo lo mismo, pero con mucha más delicadeza—. Bruto. —Lo miró con los ojos abiertos.

—Descarada. Deja que te limpie un poco.

Los ojos de color chocolate de su esposa echaron chispas.

—Ya has hecho bastante, gracias. Y ahora déjame en paz, ya me ocuparé yo de mi aseo.

—Pero si todavía no he empezado —se quejó él.

—Tonterías. Ya has conseguido lo que querías. Olvidémonos de esta noche y sigamos como estábamos.

Edward se sentó en los talones.

—Conque ya tengo lo que quería, ¿eh? No te hagas la tonta, Bella. —Le apartó los muslos que ella intentaba juntar y deslizó la toalla entre ellos—. Todavía tengo que hacer un montón de cosas. No te he tumbado encima de una mesa para follarte desde atrás. No te he lamido los pechos ni tu... —Le pasó la toalla con cuidado por los labios del sexo y luego repitió el gesto con la punta de la lengua, deteniéndose un instante en

el clítoris hasta hacerlo salir de su escondite—. Todavía no te he tumbado en la cama y te he poseído como Dios manda. En resumen, todavía no hemos terminado. Ni mucho menos.

—Cullen. —Bella lo sorprendió al acariciarle la mejilla con la mano. Lo miró sincera a los ojos. Y a él le resultó muy excitante—. Empezamos esta relación con un acuerdo. ¿Qué te parece si también la terminamos con uno?

Edward entrecerró los ojos, desconfiado.

— ¿Qué clase de acuerdo?

—Uno muy placentero. Te daré una noche y te prometo que haré todo lo que quieras si tú me prometes que cuando salga el sol volveremos a nuestro pacto original.

Su maldito pene se levantó, dispuesto a aceptar gustoso el trato, pero a él no le hizo tanta gracia.

— ¿Una noche?

Bella estaba loca si creía que a alguno de los dos le bastaría con una noche. En aquel mismo instante estaba tan excitado como lo había estado antes de eyacular; ella le afectaba de ese modo.

Volvió a mover la toalla y le separó los labios vaginales para poder limpiarla con cuidado.

Bella era preciosa, estaba húmeda y resplandeciente y tenía el sexo cubierto por unos maravillosos rizos de color caoba.

Ella movió los dedos hacia el cabello de Cullen y tiró hasta que él levantó la vista y la miró a la cara. Deslizó entonces los dedos por sus masculinas facciones; primero le recorrió el arco de las cejas y después los pómulos, por último los labios. Parecía cansada, resignada.

—Estas arrugas que tienes alrededor de los ojos y de los labios... tendrían que hacerte parecer mayor, que apagar un poco tu belleza. Y sin embargo consiguen todo lo contrario.

—No tiene nada de malo que me desees, Bella.

Edward soltó la toalla y la abrazó por la cintura. Escondió el rostro entre los pechos de ella, allí donde su perfume era más intenso. Bella estaba desnuda en sus brazos, pero todavía había barreras entre los dos. No importaba lo fuerte que la abrazase, no conseguía acercarse lo suficiente.

Volvió la cabeza y capturó un pezón con la boca, lo succionó en busca de intimidad. Le lamió la punta y se deleitó con su tacto aterciopelado. Ella gimió y le cogió la cabeza con las manos para acercarlo más.

Edward se moría por ella, hasta le dolía físicamente. Le soltó el pecho y la cogió en brazos. Bella le rodeó la cintura con las piernas, y él gimió para darle su aprobación por haber accedido por fin a estar con él.

Aceleró el paso y se dirigió directamente a su dormitorio, la habitación a la que se había trasladado hacía sólo unas horas; un intento de estar más cerca de Bella, pero que había terminado alejándola.

Ahora podría oler su perfume en las sábanas. Bella le haría entrar en calor y saciaría su hambre. La dejó con cuidado en la cama y notó que se le hacía un nudo en la garganta. Encima de ella, en el cabezal de la cama, estaba el escudo de su familia. Debajo, la colcha de terciopelo rojo. Sólo con pensar que iba a disfrutar de los encantos de su esposa en un lugar tan oficial, Edward se excitó todavía más.

—Una noche —murmuró ella pegada a su cuello.

Él se estremeció, tanto por sentir la respiración de Bella sobre su piel como porque comprendió que no podía poseerla como de verdad quería. Iba a tener que seducirla con

su cuerpo y demostrarle lo cariñoso y bueno que podía ser, porque tenía que hacerla cambiar de opinión. Tenía que conseguir que lo necesitase tanto como él a ella.

Y sólo le había dado una noche para lograrlo.

Bella se hundió entre las almohadas con funda de lino que inundaban la cama de Edward y volvió a percatarse de lo mucho que él había cambiado. Sabía que antes prefería las sábanas de seda y no entendía qué significaba aquel cambio de gustos, pero sí sabía que quería averiguarlo.

Abrió la boca para preguntárselo, pero él capturó sus labios con los suyos y deslizó la lengua hacia su interior con suma agilidad. Ella gimió y le dio la bienvenida.

Edward era duro por todas partes, hasta el último centímetro de su piel dorada era musculoso. Bella no había visto nunca un cuerpo tan masculino y hermoso como el de su marido. Y teniendo en cuenta que Pelham había sido sumamente atractivo, ése era un cumplido que no decía a la ligera.

—Bella —Edward suspiró pegado a los labios de ella, un sonido seductor y muy sensual—, voy a lamerte todo el cuerpo, voy a besarte por todas partes, te provocaré un orgasmo tras otro durante toda la noche.

—Y yo te haré lo mismo —le prometió ella, pasándole la lengua por el labio que antes él se había mordido.

Ahora que había decidido que el objetivo de esa noche era saciar la lujuria de ambos, Bella iba a aplicarse al máximo para lograrlo.

Edward se apartó un poco para mirarla y ella aprovechó la oportunidad para volver a llevar la voz cantante. Colocó un talón en la pantorrilla de él y les dio la vuelta a ambos para quedar de nuevo encima. Luego se rió cuando Edward repitió el movimiento y recuperó la ventaja.

—Oh, no seas mala —la riñó, mirándola con sus risueños ojos azules—. Ya has estado encima antes.

—No te he oído quejarte.

Él esbozó una sonrisa.

—Todo ha terminado demasiado rápido, no he tenido tiempo de quejarme.

Bella arqueó una ceja.

—Yo creo que sencillamente has enmudecido de placer.

Edward se rió. Su torso vibró encima del de ella y a Bella se le tensaron los pezones en respuesta. Cuando vio que Edward entrecerraba los ojos, supo que se había dado cuenta.

—Todo lo que quiera —le recordó él, mientras deslizaba una mano para cogerle una pierna y separarla un poco más.

Movió las caderas y la punta de su pene penetró dentro de ella y empezó a introducirse. Él era tan grande que casi le dolía, pero al mismo tiempo era maravilloso.

Bella se entregó de inmediato, su sexo se relajó y humedeció el prepucio de Edward con su deseo. Encogió los dedos de los pies y notó que se le hacía un nudo en el pecho. El olor de Edward era exquisito, el aroma del jabón de bergamota había desaparecido tras el sudor de su primer encuentro sexual.

—Edward.

Su nombre era tanto una plegaria para que siguiese como una súplica para que parase. Bella no sabía cómo luchar contra aquella repentina sensación de que estaba conectada a él. Desde la muerte de Pelham, sus encuentros sexuales se habían basado en el placer, en la búsqueda de la saciedad. Aquello, en cambio, era pura rendición.

Edward deslizó las manos por debajo de los hombros de Bella y apoyó su peso en los antebrazos para no aplastarla.

—Vas a decirle a Hargreaves que has terminado con él.

Era una afirmación, una orden y aunque una parte de Bella quería discutírselo sólo por su arrogancia, otra sabía que tenía razón. Que se sintiese tan atraída hacia Edward era prueba suficiente de que ya no estaba tan interesada en Jacob como antes.

A pesar de ello, le dio tristeza asumirlo y giró el rostro para que Edward no viese que le escocían los ojos.

Él le besó el pómulo y se hundió un poco más en su interior. Bella gimió y arqueó la espalda, desesperada por olvidar que se había rendido.

—Puedo hacerte feliz —le prometió Edward pegado a su piel—. Y nunca te faltará placer, eso te lo aseguro.

Quizá sí pudiera hacerla feliz, pero ella no podría hacer lo mismo con él y cuando Edward le fuese infiel, la felicidad que ahora sentían se deterioraría rápidamente hasta hacerlos desgraciados.

Bella le rodeó las caderas con las piernas y se incorporó un poco sobre el colchón para atraer poco a poco el pene de él. Cerró los ojos y se concentró en notar la maravillosa sensación de tener a Edward haciéndole el amor. Su miembro era muy largo y ancho. No era de extrañar que todas sus amantes tolerasen sus indiscreciones. Era un hombre difícil de sustituir.

— ¿Prefieres que te folle despacio, Bella? —le preguntó con un ahogado suspiro, con los brazos temblándole mientras se hundía dentro de ella—. Dime lo que te gusta.

—Sí... Despacio...

Su voz sonó como un gemido. Le clavó las uñas en la espalda. En realidad le gustaba de todas las maneras, pero estaba perdiendo la capacidad de razonar a una velocidad alarmante.

Volvió a desplomarse en el colchón y Edward tomó el control; apretó las nalgas y fue entrando y saliendo de dentro de ella muy despacio. A pesar de que hacía poco que la había poseído, el sexo de Bella le exigió que se ganase el derecho a volver a conseguirlo. El miembro de Edward entró y salió a un ritmo constante, pero cada vez se hundía más y más hondo.

El sudor le cubría la frente y el torso y sus gotas caían sobre el cuello y el pecho de Bella.

—Dios, estás tan apretada —masculló.

Ella contrajo los músculos de las paredes internas de su sexo sólo para incrementar el tormento de Edward.

—Vuelve a provocarme y lo lamentarás —la advirtió serio—. No quiero correrme dentro de ti, pero no pararé. No me detendré por nada del mundo. Me has dado una noche, maldita sea, y estoy dispuesto a aprovecharla.

Bella se estremeció. «No pararé.» Edward la poseería tanto si ella quería como si no. Sólo con pensarlo se excitó todavía más, como dejó en evidencia el líquido que lubricó su sexo y que permitió que él entrase un poco más.

—Separa más las piernas. —Los labios de él le rozaron la oreja—. Deja que entre del todo.

Estaba tan llena de él que incluso le costaba respirar, pero se movió un poco y notó que el miembro de Edward la penetraba hasta el fondo.

—Eres preciosa —la halagó, pasando su mejilla empapada de sudor por encima de la de ella—. Ahora podemos ir tan despacio como quieras.

Entonces empezó a moverse y le hizo el amor con suma lentitud, con movimientos deliberados que incluían todo su cuerpo; flexionó el torso encima del de Bella, con los muslos apretó los suyos, con los dedos se sujetó de sus hombros.

Ella libró una batalla contra sí misma para contener los sonidos que amenazaban con salir de su garganta, hasta que perdió y echó la cabeza hacia atrás para gemir.

—Eso es —la animó él con voz tensa a causa del control que estaba ejerciendo—. Déjame oír lo mucho que te gusta. —Movió las caderas y la acarició por dentro. Bella estaba muy húmeda y gritó y le arañó la espalda. Edward la arqueó en busca de más y empujó decidido—. Dios mío, Bella...

Ella acompasó el ritmo de sus movimientos a los de él; levantaba las caderas cada vez que Edward bajaba las suyas y, con la punta de su miembro, encontró un lugar en su interior que ni siquiera Bella sabía que existía. Ella gimió y se retorció de placer, desesperada por la firme cadencia de sus movimientos.

—Más... Dame más...

Edward se tumbó de lado y los músculos de su abdomen se tensaron; entró y salió del cuerpo de Bella con mucho más ímpetu y más rápido, con la pelvis golpeando la de ella con cada flexión.

Era una postura muy íntima, sus cuerpos estaban completamente pegados, sus rostros se encontraban a escasos centímetros el uno del otro. Sus respiraciones entrecortadas se mezclaron y los dos se movieron al unísono en busca de un mismo objetivo. Bella apoyaba la cabeza en uno de los bíceps de él, que con una mano le sujetaba las nalgas para mantenerla inmóvil y para que pudiese aceptar sus embestidas.

Su mirada azul se clavó en la de ella, la de él brillaba de lujuria y tenía la mandíbula firme y los dientes apretados con fuerza. Parecía que estuviese sufriendo y su miembro estaba dolorosamente erecto y excitado.

—Córrete —le ordenó a Bella entre dientes—. ¡Ahora!

La amenaza implícita en su tono la lanzó por el precipicio. Gimió de placer y estuvo a punto de gritar de lo intenso que fue el orgasmo que la sacudió espasmo tras espasmo.

Edward apretó los dedos con los que sujetaba a Bella y se introdujo hasta lo más profundo de ella. Esperó a que terminase y entonces se apartó y volvió a juntarle las piernas para frotarla con su miembro por encima de su sexo.

Bella se quedó quieta, fascinada con el orgasmo de Edward, observando cómo su miembro temblaba encima de sus piernas y oyendo cómo cada movimiento iba acompañado de un gemido, mientras él apretaba los labios entreabiertos contra su frente.

Aunque Edward eyaculó encima de la colcha, Bella supo que estaba perdida. Ahora lo deseaba, deseaba aquella intimidad que sentía durante el sexo.

Lo odió por recordarle cómo podía ser, por recordarle todo lo que se había perdido y todo lo que llevaba años evitando. Él la había convertido de nuevo en adicta a algo que no tardaría en arrebatarle.

Y empezó a lamentar su pérdida.

Lo primero que hizo que Edward abriese los ojos fue el ruido de los sirvientes en el baño contiguo, pero lo que lo despertó del todo fue el olor a sexo y a flores exóticas.

Gruñó en voz baja para quejarse por la intromisión y aprovechó para hacer inventario de la situación en que se encontraba.

Se le había dormido el brazo izquierdo porque Bella lo estaba utilizando de almohada. Él estaba tumbado de espaldas y tenía las nalgas de su esposa pegadas a la cadera. Ella estaba tapada con una sábana, pero él iba completamente desnudo. No tenía ni idea de qué hora era y tampoco le importaba. Todavía estaba cansado y, a juzgar por el leve ronquido de Bella, ella también.

Se había pasado horas haciéndole el amor y tras cada encuentro, el anhelo que sentía apenas lograba disminuir. Incluso en esos momentos, su pene estaba completamente erguido, excitado por el tacto y el olor de Bella. Aunque estaba exhausto, sabía que no sería capaz de volver a dormirse con una erección como aquélla.

Se acercó a Bella y apartó la sábana que la cubría con el único brazo que tenía libre y luego le levantó una pierna para colocarla encima de la de él. Con dedos cariñosos, le buscó la entrepierna y le acarició el sexo, notando lo hinchado que lo tenía.

Se lamió la punta del dedo índice y después empezó a acariciarle el clítoris, a trazarle círculos, a atormentarla. Bella gimió y, sin demasiadas ganas, intentó apartarle la mano.

—Más no, maldito seas —farfulló medio dormida y sin mucha coherencia.

Pero cuando él deslizó de nuevo el dedo la descubrió húmeda.

—Tu vagina no está de acuerdo contigo.

—Esa cosa es tonta de remate. —Volvió a empujarle el brazo, pero Edward se acercó más y la abrazó—. Estoy exhausta y es por tu culpa. Eres un hombre horrible. Déjame dormir.

—Así lo haré, tesoro —le prometió, besándole el hombro. Movió las caderas cerca de ella para que notase lo mucho que la necesitaba—. Deja que me ocupe de esto y podremos dormir el resto del día.

Bella gimió encima del brazo que utilizaba de almohada.

—Soy demasiado mayor para ti, Edward. No puedo seguir tu ritmo ni saciar tu apetito.

—No digas tonterías. —Le deslizó una mano entre las piernas y colocó su pene en posición—. No tienes que hacer nada. —Le mordió el hombro con delicadeza y se abrió paso en su interior con movimientos lentos y certeros.

Todavía medio dormido y embriagado por la sensación de estar dentro de Bella, sus movimientos se tornaron lánguidos. Le acarició el clítoris con los dedos y enterró el rostro en su melena.

—Quédate aquí tumbada y córrete. Hazlo tantas veces como quieras.

—Oh, Dios —suspiró ella, humedeciéndose para darle la bienvenida.

Gimiendo en voz baja, colocó una mano encima de la muñeca con la que Edward la estaba masturbando.

Demasiado mayor para él. Aunque Edward había desechado la idea por ridícula, la diminuta parte de su cerebro que no estaba perdida en el maravilloso polvo que estaba echando se preguntó si a Bella eso le preocupaba de verdad o si sólo era por las habladurías que circulaban en la buena sociedad.

A él no le preocupaba lo más mínimo, eso seguro. ¿Tendría aquello algo que ver con la reticencia de ella? ¿De verdad creía que era incapaz de satisfacerlo? ¿Era por eso por lo que había insistido en que se buscase una amante? Si así era, entonces sus exigencias sexuales no lo estarían ayudando demasiado. Quizá debería...

El sexo de ella se apretó alrededor del de él y Edward dejó de pensar. Aumentó la presión sobre el clítoris de Bella y gimió cuando notó que ella alcanzaba el orgasmo con un delicado gemido. Jamás se saciaría de aquella sensación. Bella se ajustaba como un guante a él y cuando alcanzaba el clímax lo apretaba con sus espasmos. Era como si ese guante lo apretase rítmicamente.

A modo de respuesta, su miembro se excitó todavía más e Bella arqueó la espalda contra el torso de él.

—Dios, Edward, no te excites más.

Edward la mordió con un poco más de fuerza.

Quería meterse del todo dentro de ella, follarla hasta que perdiese el sentido, hacerlos gritar a ambos de placer. Quería que Bella le clavase las uñas en la espalda, notar su melena empapada de sudor, dejarle las marcas de sus dientes en los pezones.

Bella lo volvía loco y, hasta que el animal que habitaba dentro de él recuperase su libertad y la devorase, jamás se saciaría.

Resumiendo, iban a tener que follar muchísimo, pensó, ocultando su rostro torturado entre el cabello de Bella. Un objetivo que sospechaba que no iba a resultarle nada fácil, teniendo en cuenta lo dolorida y cansada que debía de estar. Además, había que tener en cuenta lo obstinada que era y que seguía creyendo que él era demasiado joven para ella. Y eso que Edward todavía no tenía ni idea de cuáles podían ser sus otras objeciones. Y tampoco podía olvidarse de su maldito acuerdo. Ni de Hargreaves...

Los obstáculos que se interponían entre los dos empezaban a amontonarse y gimió desesperado. No tendría que resultarle tan difícil seducir a su propia esposa.

Pero cuando notó que Isabel se derrumbaba entre sus brazos, que su cuerpo temblaba pegado al suyo y que gritaba su nombre al alcanzar el orgasmo, supo, igual que lo había sabido el día en que la vio por primera vez, que por ella valía la pena luchar.

Capítulo 7: CAPÍTULO 6 Capítulo 9: CAPÍTULO 8

 
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