Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 16: CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 15

 

 

« ¿Por qué mi esposa siempre tiene la desgracia de encontrarme en estas situaciones tan comprometidas?»

Edward le enseñó los dientes a la intrusa y ésta retrocedió asustada. Él salió del agua y cogió la toalla que su ayuda de cámara había dejado encima de una silla, mientras veía cómo Bella echaba a Tanya de la habitación.

Luego le gritó por el pasillo, a medida que la mujer iba alejándose.

— ¡No he terminado con usted, madame!

Edward se armó de valor y esperó a que la leona de su esposa se diese la vuelta para mirarlo. Y, cuando lo hizo, se asustó al ver su expresión. Por un segundo, Bella lo miró con ojos impenetrables; llevaba el cabello suelto, que le caía por la espalda, e iba en bata. Entonces dio media vuelta y retrocedió corriendo a su habitación.

—Bella.

Edward se peleó con el albornoz y fue tras ella, impidiendo con una mano que le cerrase la puerta en las narices. Una vez dentro del dormitorio, observó con cautela a su esposa mientras se vestía. La vio caminar de un lado a otro de la habitación y se preguntó cómo podía empezar aquella conversación.

Al final, dijo:

—Yo no he instigado ni he participado lo más mínimo en este encuentro.

Bella lo miró de reojo, pero no dejó de pasear, nerviosa.

—Creo que quieres creerme —murmuró Edward en voz baja, al ver que ella no lo estaba insultando ni tirando cosas a la cabeza.

—No es tan sencillo.

Edward se le acercó y le puso las manos en los hombros para obligarla a detenerse. Fue entonces cuando notó que a Bella le costaba respirar, lo que hizo que a él se le acelerase desesperadamente el corazón.

—Sí es tan sencillo. —La zarandeó con cuidado—. Mírame. ¡Mira quién soy!

Ella levantó la mirada y Edward vio que tenía el mismo brillo húmedo que había visto en sus ojos la noche del baile de Hammond.

Le acunó el rostro entre las manos y le echó la cabeza levemente hacia atrás.

—Bella, amor mío. —Colocó la mejilla encima de la suya e inspiró hondo, inhalando su esencia—. Yo no soy Pelham. Quizá antes... cuando era más joven...

Ella se aferró a su albornoz con los puños cerrados.

Edward suspiró.

—Ya no soy ese hombre y la verdad es que nunca he sido Pelham. Yo nunca te he mentido, nunca te he escondido nada. Desde el momento en que nos conocimos, me he abierto a ti como nunca lo he hecho con otra persona. Tú has visto lo peor de mí. —Volvió la cabeza y le besó los labios fríos. Le lamió la comisura y, poco a poco, suavemente, consiguió que los separase—. En tu corazón, ¿no puedes ver lo mejor de mí, por favor?

—Edward... —suspiró y, con la lengua, tocó insegura la de él, haciéndolo gemir.

—Sí. —La acercó a él y aprovechó aquel breve instante de debilidad—. Confía en mí, Bella. Yo tengo tanto que contarte... Tanto que compartir. Por favor, dame... danos... una oportunidad.

—Estoy asustada —reconoció ella, diciéndole lo que él ya sabía pero esperaba oír de sus labios.

—Eres muy valiente al decir eso —la elogió— y yo tengo mucha suerte de ser el hombre que has elegido para compartir tus miedos.

Bella tiró del cinturón del albornoz y desató el de su bata, después pegó su piel desnuda a la de él. No había barreras entre ellos. Ella tenía la mejilla apoyada en su torso y Edward sabía que estaba escuchando los latidos de su corazón, lo constantes que eran.

Deslizó la mano por debajo de su bata y le acarició la espalda.

—No sé cómo hacer esto, Cullen.

—Yo tampoco. Pero seguro que si combinamos nuestra experiencia con el sexo opuesto, podemos arreglárnoslas. Yo siempre he sabido cuándo una mujer se cansaba de mí. Y seguro que...

—Mientes. Ninguna mujer se ha cansado nunca de ti.

—Ninguna mujer en su pleno juicio —la corrigió él—. ¿Acaso Pelham no te dio ninguna señal? ¿O es que un día se despertó sin cerebro?

Ella frotó el rostro contra el torso de él y se rió. Fue un sonido algo tembloroso, pero completamente sincero.

—Sí, me dio señales.

—Entonces, tú y yo haremos otro trato. Tú me dirás si ves aparecer alguna señal y yo te prometo que te demostraré sin lugar a dudas que no tienes de qué preocuparte.

Ella se apartó y lo miró a los ojos. Tenía la boca entreabierta y los ojos se le veían de color chocolate. Edward se quedó hipnotizado mirando aquellas facciones que distaban mucho de ser delicadas. Bella poseía una belleza salvaje e indomable.

—Dios, eres tan hermosa... —murmuró—. A veces me duele mirarte.

La pálida piel de ella se sonrojó y su rubor dijo más que mil palabras. Bella era una mujer de mundo, si es que alguna vez había existido algo así, pero él podía hacer que se sonrojase como una colegiala.

— ¿De verdad crees que tu plan funcionará?

— ¿Qué? ¿Hablar el uno con el otro? ¿No dejar que las dudas nos envenenen? —Soltó un suspiro exagerado—. ¿Te parece que es demasiado trabajo? Quizá entonces podríamos limitarnos a quedarnos en la cama todo el día y follar como conejos.

— ¡Edward!

—Oh, Bella. —La levantó del suelo y giró con ella en brazos—. Estoy loco por ti. ¿Acaso no lo ves? Te preocupa que pierda interés por ti, pero a mí me preocupa perder el tuyo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en la mejilla.

—Yo también estoy loca por ti.

—Sí —contestó él riéndose—. Lo sé.

—Eres un canalla engreído.

—Sí, pero soy tu canalla engreído y es exactamente así como te gusto. No, no te apartes. Hagamos el amor y sigamos hablando.

Ella negó con la cabeza.

—No podemos volver a saltarnos la cena.

—Te has vestido para seducirme ¿y ahora que tus curvas están pegadas a mi cuerpo te apartas? ¿Qué clase de tortura es ésta?

—Teniendo en cuenta que no hace falta provocarte demasiado para que tengas ganas de acostarte conmigo, quiero que conste que no me he vestido para seducirte. Voy así porque resulta que estaba durmiendo una siesta. —Esbozó aquella sonrisa que él tanto adoraba—. Y soñando contigo.

—Bueno, ahora estoy aquí. Utilízame como quieras. Te lo suplico.

—Lo dices como si te hiciese falta. —Dio un paso atrás y él fingió que le costaba mucho soltarla.

—Ojalá pudiese decir que venir aquí ha sido un error —dijo resignado—, pero la verdad es que creo que no.

—Yo tampoco. —Bella lo miró seductora por encima del hombro—. Y... la paciencia es una virtud que siempre es recompensada.

— ¿Ah, sí? —preguntó siguiéndola—. Cuéntame más sobre esa virtud.

—Lo haré mientras me ayudas a vestirme. Pero antes dejemos las cosas claras: si esa mujer vuelve a acercarse a ti, Cullen, lo interpretaré como una señal.

—No temas, cariño —murmuró él, rodeándola por la cintura cuando ella se detuvo frente a un armario—. Creo que le has dejado muy clara cuál es tu opinión.

Bella entrelazó los dedos con los suyos encima de su estómago.

—No sé. Ya lo veremos.

— ¡Creía que iba a arrancarme los ojos!

Emmett negó con la cabeza y miró a través del salón de los Hammond hacia el lugar donde Bella estaba charlando con lady Ansell.

— ¿En qué diablos estabas pensando?

Tanya arrugó la nariz.

—Cuando he salido de mi habitación he visto que Cullen entraba en la suya y he supuesto que Bella aún seguía aquí abajo, con el resto de los invitados.

—Ha sido muy estúpido por tu parte, lo mires como lo mires.

Miró a su hermano de reojo y el modo en que éste lo miró a él le dejó claro lo que pensaba.

«Controla a esa mujer.»

—Lo sé —reconoció Tanya.

—Y, bueno, la verdad, ya te he explicado que todos los miembros de la familia Cullen somos iguales —añadió, aprovechando el doble sentido.

—Sí, supongo que es verdad.

— ¿Has aprendido ya la lección? Mantente alejada de Edward.

—De acuerdo. ¿Me prometes que me protegerás de la furia de Bella?

—Tal vez...

Ella comprendió el mensaje.

—Me retiraré dentro de un instante.

Tanya se puso en pie y se fue.

Ansioso por recibir las atenciones de la dama, Emmett la despidió con una sonrisa.

— ¿He oído bien a lady Stanhope? —preguntó una voz detrás de él.

—Madre. —Emmett puso los ojos en blanco—. Tienes que dejar de escuchar las conversaciones ajenas. Lo digo en serio.

— ¿Por qué le has dicho que se mantenga alejada de Edward? Deja que vaya con él.

—Al parecer, a lady Grayson no le hace demasiada gracia la idea y lady Stanhope teme por su integridad.

— ¿Qué?

—Y lord Hargreaves también ha abandonado la partida. El de nuevo reunido matrimonio Grayson ya no tiene ningún obstáculo que se interponga en su felicidad.

—Esa mujer me dijo que quería separarse de él —masculló furiosa, mirando hacia el otro extremo del salón—. Tendría que haber sabido que me estaba mintiendo.

—Aunque no lo hubiese hecho, Edward está enamorado de ella, así que dudo que puedas hacer algo para alejarlo de su esposa. Mira cómo la devora con la mirada. Y, si te digo la verdad, hoy he hablado largo y tendido con él e Bella lo hace feliz. Quizá deberías plantearte la posibilidad de darte por vencida.

— ¡No pienso hacer tal cosa! —Contestó su madre con firmeza, pasándose las manos enguantadas por encima de la falda gris oscuro—. Yo no viviré eternamente y antes de exhalar mi último aliento quiero ver a Edward con un heredero.

—Ah... —Emmett se encogió de hombros—. Bueno, entonces quizá eso sea precisamente lo que más pueda ayudarte. A mí Bella nunca me ha parecido una mujer maternal. No creo que nadie pueda decir eso de ella. Si hubiese querido tener hijos, seguro que ya los tendría. Y ahora que es más mayor, probablemente tenga problemas para concebir.

— ¡Emmett! —La marquesa lo cogió del brazo y lo miró con ojos brillantes—. ¡Eres un genio! ¡Eso es!

— ¿El qué? ¿Qué parte de todo lo que te he dicho?

Pero su madre ya se había ido y, tras ver la postura decidida de sus hombros delgados, Emmett se alegró de que no estuviese yendo hacia él. Aunque sí se sintió mal por su hermano, lo que lo llevó a hablar con él en cuanto lord Ansell se fue de su lado.

—Lo siento —murmuró Spencer.

— ¿Por qué tuviste que traértela? —le preguntó Edward, malinterpretando la disculpa.

—Ya te lo dije, estaba convencido de que este viaje iba a ser un completo aburrimiento. No podías esperar que además de eso practicase la abstinencia. Me ofrecería voluntario para dejarla exhausta y que así no volviese a molestarte, pero, gracias a ti, me duele todo el cuerpo. El culo, las piernas, los brazos. No creo que le sirva de mucho, aunque me esforzaré al máximo por hacer un buen papel.

Edward se rió y le dio una palmada en la espalda.

—Bueno, quizá la intervención de Tanya haya sido para bien.

—Ahora sí que quiero llevarte al manicomio. Ningún hombre en sus cabales afirmaría que el hecho de que su mujer lo pille con la polla en la mano de otra pueda ser algo bueno.

Edward sonrió y su hermano insistió:

—Vamos, tienes que explicármelo para que pueda utilizar la información en mi favor si algún día me encuentro en una situación parecida.

—No le deseo a nadie una situación así. Sin embargo, en este caso me ha dado la oportunidad de eliminar el mayor miedo de mi esposa.

— ¿Que es...?

—Sólo para mis oídos, hermano —contestó Edward, misterioso.

— ¡Mis queridos invitados, presten atención, por favor! —exclamó lady Hammond, golpeando unas cuantas teclas del piano para causar más efecto.

Edward miró a su anfitriona y luego se permitió desviar la vista hacia Bella, justo en el mismo instante en que ella lo miraba a él. Su sonrisa lo llenó de felicidad. Una hora o dos más y por fin podrían estar solos.

—Para practicar un poco para la búsqueda del tesoro de mañana, Hammond y yo hemos escondido dos objetos en un lugar de la mansión: un reloj de oro y un peine de marfil. Excepto las habitaciones con las puertas cerradas, o las que ocupan ustedes, cualquier otro sitio puede ser su escondite. Por favor, si encuentran uno de los objetos, háganlo saber. Tengo una sorpresa preparada para cuando termine la búsqueda.

Edward se acercó a su esposa, pero cuando fue a cogerla por el brazo, ella enarcó una ceja y dio un paso atrás.

—Si me buscas a mí, milord, lo pasaremos mejor que si vamos detrás de un reloj y un peine.

A Edward se le aceleró la circulación al instante y entró en calor.

—Eres mala —susurró para que nadie le oyese—. Me excitas antes de la cena y ahora me pides que vaya detrás de ti.

La sonrisa de Bella se ensanchó.

—Sí, soy mala, pero soy tuya y así es exactamente como te gusto.

El gemido que escapó de los labios de él no habría podido contenerlo aunque hubiese querido. Sus instintos primarios respondían al oír que Bella reconocía en voz alta que le pertenecía.

Las ganas que tenía de echársela encima del hombro y salir de allí en busca de la cama más cercana eran vergonzosas y excitantes al mismo tiempo.

A ella se le oscurecieron los ojos y Edward comprendió que sabía exactamente qué clase de bestia había despertado, y que le gustaba. Le gustaba. ¿Cómo era posible que hubiese encontrado a una mujer noble que fuese al mismo tiempo una tigresa en la cama?

La sonrisa de él fue feroz.

Ella le guiñó un ojo y giró sobre sus talones para salir del salón junto con el resto de los invitados, aunque contoneando exageradamente las caderas.

Edward le dio unos segundos de ventaja y luego se puso a buscarla con absoluta determinación.

Bella siguió a Edward a escondidas, evitando que la vieran, tanto él como el resto de los invitados. Hacía media hora que tendría que haber dejado que la encontrase, pero le encantaba verlo caminar tan decidido y contemplar su trasero. Dios, su marido tenía el culo más bonito del mundo. Y cómo caminaba... Con la certeza de que estaba a punto de echar un polvo, con movimientos lánguidos y gráciles. Irresistibles.

Edward volvía a dirigirse hacia ella y esta vez iba a dejarlo entrar en la habitación donde se ocultaba, porque estaba segura de que tenía el pulso tan acelerado como ella. Estaba tan concentrada mirando a Cullen que no se dio cuenta de que tenía a alguien detrás hasta que notó una mano tapándole la boca y que el desconocido la arrastraba retrocediendo.

No dejó de forcejear hasta que Jasper habló y supo entonces que el secuestrador era su hermano. Él la soltó y ella, con el corazón todavía descontrolado, se volvió para mirarlo.

— ¿Qué diablos estás haciendo? —le susurró enfadada.

—Iba a preguntarte lo mismo —contestó Jasper—. Anoche oí a la marquesa lady Grayson contarle a lady Hammond lo de vuestro pacto.

Bella hizo una mueca de dolor. ¿Cómo era posible que se hubiese olvidado de eso?

—Dios santo.

—Exacto. —Jasper la riñó con su mirada de hermano mayor—. Ya es bastante malo que dijeses en voz alta que querías abandonar a Grayson, pero ¿decírselo a su madre? No para de airearlo. ¿En qué estabas pensando?

—No estaba pensando —reconoció—. Estaba preocupada y hablé sin pensar.

—Tú decidiste casarte con él y ahora tienes que seguir adelante con ese matrimonio, tal como le corresponde a una mujer de nuestra clase social. ¿No podéis encontrar el modo de convivir?

Bella asintió al instante.

—Sí, creo que sí podemos. Cullen y yo hemos decidido intentarlo.

—Oh, Isabella. —Jasper suspiró y negó con la cabeza en señal de desaprobación, haciendo que su hermana se sintiese culpable—. ¿Acaso no aprendiste con Pelham que tenías que ser práctica? El deseo carnal no es amor, ni siquiera tiene por qué ser el preludio de éste. ¿Por qué estás tan empecinada en buscarle el romanticismo a todo?

—No lo estoy —replicó, apartando la vista.

—No sé... —Jasper la cogió por el mentón y la obligó a mirarlo de nuevo—. Estás mintiendo, pero eres una mujer adulta y yo no puedo tomar la decisión por ti. Será mejor que lo dejemos así. Pero que sepas que me preocupo por ti. Eres demasiado sensible.

—No todos podemos tener un corazón de acero —dijo ella.

—De oro —bromeó su hermano, pero su sonrisa se desvaneció al expresar su inquietud—. La marquesa viuda de Grayson no es una mujer a la que puedas tomar a la ligera. Está decidida a separaros, aunque no sé por qué. Eres hija de un duque y serías la esposa ideal para cualquier noble. Si Cullen y tú queréis tener un matrimonio de verdad, no entiendo qué objeciones pueda tener.

—A esa mujer nada la hace feliz, Jasper.

—Bueno, sea como sea, si sigue por este camino se meterá en camisa de once varas cuando nuestro padre intervenga. Porque intervendrá, Isabella.

Bella suspiró. Como si Edward y ella no tuviesen bastante con sus problemas del pasado, ahora iban a tener que enfrentarse a amenazas externas.

—Hablaré con la marquesa, aunque no creo que sirva de nada.

—Bien.

—Estás aquí —dijo Grayson con voz ronca detrás de ella, justo antes de rodearle la cintura con las manos—. Trenton, ¿no tienes que buscar un reloj?

Jasper arqueó una ceja.

—Sí, eso creo.

Miró a Bella antes de partir y ella asintió indicándole que comprendía lo que le había dejado claro con la mirada.

— ¿Por qué tengo la sensación de que ya no estás de humor? —le preguntó Edward cuando se quedaron a solas.

—No es verdad.

—Entonces ¿por qué estás tan tensa, Bella?

—Tú podrías ponerle remedio a eso.

Se volvió entre sus brazos, quedando de cara a él.

—Si supiera la causa —murmuró Edward—, seguro que podría.

—Quiero estar a solas contigo.

Él asintió y la guió hasta el ala donde se encontraba su dormitorio, pero cuando Bella oyó voces acercándose, tiró de él y lo metió en la primera habitación que encontró.

—Cierra la puerta.

La habitación en la que habían entrado tenía las cortinas echadas y estaba tan oscura que no se veía nada, que era exactamente lo que Isabel quería en aquel momento. Oyó correrse el pestillo.

—Edward.

Se volvió y lo buscó. Le metió las manos por debajo de la chaqueta para abrazarlo por la cintura.

Lo cogió tan desprevenido que Edward se tambaleó hacia atrás y se golpeó contra la puerta.

—Dios, Bella.

Ella se puso de puntillas y escondió el rostro en el cuello de él.

¡Cómo le gustaba sentir su presencia!

— ¿Qué pasa? —le preguntó Edward emocionado, rodeándola con los brazos.

— ¿Es esto todo lo que tenemos? ¿Este anhelo?

— ¿De qué diablos estás hablando?

Bella le lamió el cuello, consumida por la fiebre que él le causaba. Ella jamás se había rendido a él. No del todo. Quizá era esa última barrera lo que hacía que Edward siguiese persiguiéndola. Pero si era así, necesitaba saberlo ya. Antes de que fuera demasiado tarde.

Lo sujetó por las nalgas y frotó su cuerpo con el de ella.

Él se estremeció.

—Bella, no me provoques así aquí. Vamos a nuestra habitación.

—Antes me ha parecido que tenías ganas de jugar.

Le tocó la espalda por encima de la seda del chaleco y no dejó de apretarse contra su cuerpo; los pechos en su torso, el estómago contra su rígida erección.

La oscuridad era liberadora. Lo único que existía en el mundo de Bella en aquel instante era el cuerpo de aquel hombre al que tanto deseaba, su olor, su deliciosa voz. El ansia. El anhelo.

—Antes parecías tener ganas de jugar —dijo él—. Creía que nos tocaríamos, que nos besaríamos. —Se quedó sin aliento al notar que le acariciaba el miembro por encima de los pantalones, pero no la detuvo—. Ahora en cambio estás... estás... Maldita sea, no tengo ni idea de cómo estás, pero sé que para averiguarlo necesitamos una cama, mi erección y muchas horas sin interrupciones.

— ¿Y si no puedo esperar? —suspiró ella, apretándole el prepucio a través de los botones de la bragueta.

— ¿Quieres que te haga el amor aquí? —Tenía la voz ronca de lujuria—. ¿Y si viene alguien? No tenemos ni idea de en qué habitación estamos.

Ella empezó a desabrocharle los botones del pantalón.

—En alguna habitación vacía, a juzgar por la falta de fuego en la chimenea. —Suspiró de placer al notar que el pene de él quedaba libre y que estaba completamente excitado—. Te estoy ofreciendo la oportunidad de que me poseas en un lugar público, tal como me dijiste que eras capaz de hacer.

Edward le cogió la muñeca, pero ella no se dejó amedrentar y, con la mano que tenía libre, le apretó las nalgas. Inflamado de deseo, él gruñó, se movió e intercambió sus posiciones para que Bella quedase con la espalda pegada a la puerta.

—Como desees.

Le deslizó las manos por debajo de la falda y al mismo tiempo le mordió el hombro con fuerza.

La cabeza de ella cayó hacia un lado al notar que le separaba los labios del sexo y que empezaba a acariciarle el clítoris. Separó las piernas con descaro y se deleitó con la destreza de Edward. Éste había pasado horas follándola con los dedos y con la lengua, decidido a averiguar todas las maneras en que podía alcanzar el orgasmo.

— ¿Qué te pasa? ¿Qué te ha dicho Trenton? —Deslizó los largos dedos en su interior y la acarició. Estaba húmeda hasta tal punto que el miembro desnudo de él se movió impaciente—. Dios, Bella, estás tan mojada...

—Y tú estás goteando semen encima de mi pierna. —Se estremeció al notar el principio del orgasmo, y todas y cada una de las partes de su cuerpo le pidieron algo más que eso—. Hazme el amor. Por favor. Te deseo. Te quiero.

Y, tal como había supuesto, fueron sus últimas palabras las que lo empujaron a moverse. Edward la sujetó por la parte trasera de los muslos y la levantó del suelo como si nada. Bella deslizó la mano entre los dos y guió su erección hacia la entrada de su cuerpo, gimiendo de delirio cuando él la hizo descender para que su miembro entrase en ella.

Edward se inclinó hacia adelante; su torso se movía contra el de ella con cada respiración entrecortada. Bella lo abrazó, aspiró su aroma, absorbió la sensación de que la estuviera sosteniendo, de tenerlo dentro.

« ¿Acaso con Pelham no aprendiste que tenías que ser práctica?»

— ¿Es esto lo único que tenemos?

—Bella. —Edward le pasó la nariz por el cuello, los labios abiertos y húmedos por la piel. Un temblor lo sacudió entero cuando el sexo de ella se apretó alrededor de su erección— Pido a Dios que sea lo único que tengamos, porque si hay más no podré sobrevivir.

Bella presionó la mejilla contra la suya y gimió al notar que Edward se movía. Salía de su interior y luego volvía a entrar. Despacio, saboreando cada segundo.

—Más. —No fue una petición.

Él se detuvo y se tensó.

—Maldita seas —masculló Edward, empujándola hasta hacerle daño—. ¿Acaso nunca estaré lo bastante dentro de ti? ¿Nunca te follaré tanto como necesitas? ¿Nunca te saciaré? ¿Nunca seré suficiente?

Dobló las rodillas e incrementó el ritmo, movió las caderas más rápido, más fuerte, hasta que ella tuvo la sensación de que podía sentirlo en su garganta. Sorprendida por la vehemencia de Edward, Bella no dijo nada.

— ¿Me preguntas si esto es lo único que tenemos? ¡Sí!

La clavó contra la puerta de una embestida y la mantuvo allí inmóvil e Bella gritó de placer y de dolor. Edward no se movía, excepto su erección, que seguía vibrando en el interior de ella. Bella se movió y lo arañó, al límite del orgasmo. Se aferró a sus hombros, a sus caderas, intentó moverse, pero todo fue en vano.

—Tú y yo y nadie más, Bella. Aunque termine matándome, encontraré el modo de ser lo que necesitas.

El calor desbordó el corazón de ella. Edward no era como Pelham. Era honesto y sincero. Su pasión era real y le salía directamente del corazón.

Quizá ella no fuera una mujer práctica en lo que se refería al matrimonio, pero con su marido no tenía por qué serlo.

—Yo también quiero ser todo lo que tú necesitas. Desesperadamente —reconoció sin miedo.

—Lo eres. —Apretó el rostro empapado de sudor contra el de ella—. Por Dios santo, tú lo eres todo para mí.

—Edward. —Le hundió los dedos en el cabello—. Por favor.

Él se movió y mantuvo un ritmo constante y estable. Bella le dejó tomar el control y relajó todo el cuerpo, a excepción de los músculos con que le apretaba el miembro. Edward gemía cada vez que ella los contraía y Bella cada vez que él la embestía. No había ninguna meta, se entregaban el uno al otro utilizando todo lo que sabían para aumentar el placer.

Y cuando Edward pegó los labios a la oreja de ella y gimió:

— ¡Dios! ¡No puedo... Bella! ¡No puedo parar! Voy a correrme...

Bella susurró:

— ¡Sí! ¡Sí!...

Edward le colocó las manos en los muslos para separárselos más y se hundió en lo más hondo de ella con un gemido tan doloroso y profundo que Bella lo oyó incluso por encima de los latidos de su corazón, que retumbaban en sus oídos.

El orgasmo de Edward fue violento, su poderoso cuerpo se estremeció y su pene tembló, mientras su torso se sacudía al darle a Bella lo que antaño ella había despreciado.

Llena de él, con su esencia resbalándole por el cuerpo, ella lo abrazó con todas sus fuerzas y alcanzó un orgasmo que la hizo arder, dejándola sin aliento.

—Bella. Dios mío, Bella. —La pegó a su cuerpo hasta casi aplastarla—. Lo siento. Deja que te haga feliz. Déjame intentarlo.

—Edward... —Le llenó el rostro de besos—. Esto es suficien

Capítulo 15: CAPÍTULO 14 Capítulo 17: CAPÍTULO 16

 
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