Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 18: CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 17

No sé qué decirte, Jasper —dijo Bella, entrecerrando los ojos en dirección a su hermano.

Edward se inclinó hacia ella y murmuró:

Acompañaré a Alice de vuelta a la mansión para que puedas hablar con Trenton en privado.

Sus ojos se encontraron un instante y ella le apretó la mano en señal de agradecimiento. Observó a Edward mientras éste se reunía con la joven, que estaba visiblemente alterada, y se la llevaba de allí. Entonces se volvió hacia Jasper:

¿Acaso has perdido la cabeza?

Sí. Dios, sí.

Se lo veía triste y, al patear la raíz de un árbol, levantó una pequeña nube de polvo.

Sé que estabas un poco alterado cuando nos fuimos de Londres, pero utilizar a esa niña para saciar tus...

Esa «niña» tiene la misma edad que tu esposo —le señaló él, cortante, horrorizando a su hermana.

Ohhh...

Bella se mordió el labio inferior y comenzó a caminar de un lado a otro.

Al final había terminado por olvidarse de la diferencia de edad que existía en su matrimonio. Cuando se casó con Grayson, los rumores se deleitaron en señalar que ella era varios años mayor que él, pero Bella hizo oídos sordos. Ahora, sin embargo, no podía negar que estaba acostándose con un hombre más joven.

No podía pensar en aquello en esos momentos.

No te atrevas a compararlos —dijo, levantando la cabeza—. Grayson es un hombre con mucha experiencia y resulta bastante evidente que la señorita Alice no.

Una maniobra de distracción muy eficaz —masculló Jasper.

Bella negó con la cabeza al ver que el estado de ánimo de Jasper se ensombrecía.

Por favor, dime que no te la has llevado a la cama.

Los hombros de su hermano se desplomaron.

Dios santo.

Bella dejó de pasear nerviosa y se lo quedó mirando como si fuese un completo extraño. El Jasper que ella conocía jamás se fijaría en una dama tan inteligente e inocente.

¿Desde cuándo?

La conocí el día que me obligaste a asistir contigo a aquel maldito almuerzo —refunfuñó—. Todo esto es culpa tuya.

Ella parpadeó atónita. Semanas. No era cosa de un par de días.

Estoy intentando entenderte. Aunque quiero que te quede claro que sigue sin parecerme bien —añadió al instante—. Lo único que deseo es comprenderte. Y no puedo.

No me pidas a mí que te lo explique. Lo único que sé es que cuando estoy cerca de ella, mi cerebro deja de funcionar y me comporto como un animal en celo.

¿De Alice Brandon?

El modo en que su hermano la fulminó con la mirada fue muy revelador.

Sí, de Alice Brandon. Maldita sea, ¿por qué nadie puede ver lo preciosa que es? ¿Lo que vale realmente?

Bella se quedó atónita y lo observó con detenimiento; vio el rubor en sus mejillas y el brillo de sus ojos.

¿Estás enamorado de ella?

La expresión que apareció en el rostro de él le habría hecho gracia si no hubiese estado tan preocupada.

Me tiene loco de deseo. La admiro. Me gusta hablar con ella. ¿Es eso amor? —Negó con la cabeza, abatido—. Yo tarde o temprano me convertiré en duque de Sandforth y tengo que considerar las necesidades del título por encima de las mías.

Entonces ¿qué estabas haciendo a solas con ella en el jardín? Este camino está muy concurrido, cualquiera de los invitados habría podido tropezarse con vosotros. ¿Y qué me dices de Hammond? Si hubiese sido él quien os hubiese encontrado abrazados, ¿qué le habrías dicho para justificar que habías abusado de su hospitalidad y de su confianza?

¡Maldita sea, Bella! No lo sé. ¿Qué más quieres que te diga? He actuado mal.

¿Has actuado mal? —Bella soltó el aliento—. ¿Por eso aceptaste venir aquí? ¿Para estar con ella?

No tenía ni idea de que Alice fuese a estar aquí, te lo prometo. Quería distraerme para ver si así dejaba de pensar en ella. ¿Te acuerdas de cómo estaba cuando llegué? Tuve que preguntarte quién era.

¿Esperas que esa chica se convierta en tu amante?

¡No! Jamás —contestó enfáticamente—. Alice se parece mucho a ti, sueña con historias románticas y con un matrimonio basado en el amor. No quiero arrebatarle ese sueño.

Pero sí le has arrebatado la virginidad que iba a entregarle a su gran amor. —Arqueó una ceja—. ¿O acaso no era virgen?

¡Sí! Por supuesto que lo era. Yo soy su único amante.

Ella no dijo nada. El orgullo y el sentimiento de propiedad que destilaban las palabras de Jasper no les pasaron inadvertidos a ninguno de los dos.

Su hermano suspiró exasperado y se frotó la nuca.

Partiré por la mañana. A estas alturas, lo mejor que puedo hacer es mantenerme alejado de ella.

Tú nunca sigues mis consejos, pero te daré uno de todas formas. Piensa con detenimiento en lo que sientes por la señorita Alice. En mis matrimonios, he sido tan feliz como desgraciada, así que te recomiendo encarecidamente que busques una esposa con la que te guste estar de verdad.

¿No te importaría que una americana fuese la próxima duquesa de Sandforth? —le preguntó él, incrédulo.

Cambia el rumbo de tu razonamiento, Jasper. La señorita Alice es la nieta de un conde. Y si te soy sincera, creo que tiene que ser una mujer excepcional para haber conseguido hacerte perder la cabeza de esta manera. Si lo piensas bien, estoy segura de que puedes ayudarla a que muestre al resto del mundo esa faceta.

Todo esto son tonterías románticas, Bella —replicó él, negando con la cabeza.

Cuando el corazón no está involucrado, desde luego es mejor ser práctico a la hora de tomar una decisión. Pero cuando interviene el corazón, creo que deberías pensarlo seriamente y tener en cuenta todos los elementos.

Jasper frunció el cejo y desvió la vista hacia el camino que había seguido Cullen para llevarse a Alice.

¿Nuestro padre se puso muy furioso cuando elegiste a Pelham?

No tanto como cuando me casé con Grayson, pero lo aceptó. —Dio un paso hacia su hermano y le puso una mano en el hombro—. No sé si te consolará saberlo o si te hará más daño, pero a mí me ha parecido evidente que esa chica te adora.

Jasper hizo una mueca de dolor y le tendió el brazo a su hermana.

Yo tampoco sé cómo debería sentirme al respecto. Vamos, volvamos a la mansión, tengo que decirle a mi ayuda de cámara que haga las maletas.

Esa noche, la tristeza flotaba en el salón de los Hammond. Jasper no hacía gala de su habitual ingenio y buen humor y se retiró temprano a sus aposentos. Alice intentó mostrarse fuerte y mantener la compostura y cualquiera que no la conociera diría que no le pasaba nada, pero Bella pudo ver lo mucho que apretaba los labios.

En el sofá, junto a Bella, estaba sentada lady Ansell, a la que también se veía abatida, a pesar de haber ganado la búsqueda del tesoro en la que habían participado antes.

Su collar es precioso —le dijo Bella con intención de animarla.

Gracias.

Sin ser amigas íntimas, hacía años que ambas mujeres se conocían, aunque, debido a su reciente matrimonio con el vizconde, lady Ansell pasaba gran parte del año de viaje con su marido. No era una mujer bella, aunque sin duda resultaba muy atractiva al ser tan alta y elegante. Todo el mundo sabía que los Ansell se habían casado por amor y era ese sentimiento el que hacía que a la vizcondesa le brillasen los ojos, otorgándole una belleza que iba más allá de lo convencional. Sin embargo, esa noche esos ojos estaban apagados.

Lady Ansell se volvió para mirarla e Isabel vio que tenía la nariz roja y que le temblaban los labios.

Disculpe mi atrevimiento, pero ¿le gustaría pasear por el jardín conmigo? Si voy sola, Ansell vendrá a buscarme y ahora mismo no puedo estar con él.

Sorprendida por la petición y también algo preocupada, Bella aceptó gustosa la invitación de la vizcondesa y se puso en pie. Esbozó una sonrisa tranquilizadora en dirección a su esposo justo antes de salir por las puertas de cristal que conducían a la terraza y dejarlo atrás.

Caminó en silencio por el camino de grava con la rubia vizcondesa al lado, porque hacía ya mucho tiempo había aprendido que a veces basta con hacerle compañía a alguien y que no hace falta decir nada.

Tras largo rato sin decir nada, lady Ansell empezó a hablar.

Me siento fatal por la pobre lady Hammond. A pesar de lo mucho que se ha esforzado para lograr lo contrario, es evidente que esta estancia es un aburrimiento. He intentado pasarlo bien, de verdad que sí, pero me temo que ningún evento, por divertido que fuese, habría logrado cambiar mi humor.

Volveré a decirle que el encuentro ha sido un éxito —murmuró Bella.

Estoy segura de que ella se lo agradecerá. —Lady Ansell suspiró y añadió—: Echo de menos resplandecer de felicidad como usted. Me pregunto si algún día volveré a hacerlo.

Yo he descubierto que la felicidad es cíclica. Con el paso del tiempo, todos logramos superar nuestros problemas. Usted también lo hará, se lo prometo.

¿Puede prometerme un hijo?

Bella parpadeó atónita, sin saber qué decir a eso.

Lo siento, lady Grayson. Disculpe mi brusquedad. Le agradezco que se preocupe por mí.

Tal vez la ayudaría hablar de sus problemas —sugirió—. Yo le ofrezco mi oído y mi discreción.

Lo único que tengo son remordimientos y me temo que no hay cura para eso.

Por propia experiencia, Bella sabía que tenía razón.

Cuando era más joven —empezó la vizcondesa—, estaba segura de que nunca conocería a un hombre que me gustase para casarme. Fui demasiado exigente y al final me convertí en una solterona. Entonces conocí a Ansell, a quien le gustaba viajar tanto

como a mis padres. Y, al parecer, a él todas mis peculiaridades le resultaban fascinantes. Los dos hacemos muy buena pareja.

Sí, así es —convino Bella.

Una suave sonrisa se abrió paso por la tristeza más que palpable de la mujer.

Si nos hubiésemos conocido antes, quizá habríamos podido concebir.

Unos dedos helados apretaron el corazón de Bella.

Lo siento. —Era una frase muy inadecuada, pero fue la única que se le ocurrió.

Tengo veintinueve años y los médicos dicen que tal vez he esperado demasiado.

¿Veintinueve...? —repitió Bella, tragando saliva.

Se oyó un sollozo contenido.

Usted casi tiene la misma edad que yo, así que quizá pueda entenderme.

«Demasiado bien.»

Ansell me asegura que aunque hubiese sabido que era estéril antes de casarse conmigo, lo habría hecho de todas formas. Pero he visto el modo en que mira a los niños pequeños, las ganas que tiene de ser padre. Hay momentos en la vida en los que el deseo que siente un hombre por tener descendencia es incluso evidente ante los ojos de los demás. Mi único deber como vizcondesa era darle un heredero y le he fallado.

No, no debe pensar así.

Bella se abrazó a sí misma para reprimir un escalofrío. La alegría que había sentido durante todo el día se evaporó. ¿Era posible que hubiese encontrado la felicidad cuando el derecho a empezar desde cero correspondía a mujeres mucho más jóvenes que ella?

Esta mañana he empezado a menstruar y Ansell ha tenido que irse del dormitorio para ocultar su reacción. Me ha dicho que quería salir a cabalgar, pero la verdad es que no podía soportar mirarme. Lo sé.

Su marido la adora.

Es posible sentirse decepcionado por una persona a la que se adora —rebatió lady Ansell.

Bella respiró hondo y tuvo que asumir que su propia capacidad para tener hijos se le estaba escurriendo entre los dedos. Cuando había echado a Pelham de su cama había puesto punto final a sus sueños de crear una familia. Se pasó meses llorando en señal de duelo, pero al final sacó fuerzas de flaqueza y siguió adelante con su vida dejando ese sueño atrás.

Ahora ante ella se abría un futuro lleno de nuevas posibilidades. El tiempo se le estaba escapando y, sin embargo, las circunstancias la obligaban a esperar un poco más. El decoro y el sentido común le decían que no podía quedarse embarazada hasta que nadie pudiese poner en duda que el hijo era de Edward.

Lady Grayson.

La voz de barítono de su esposo acercándose tendría que haberla sobresaltado, pero no fue así. Lo que hizo fue causarle un anhelo tan intenso que casi se cayó de rodillas.

Tanto ella como lady Ansell se dieron la vuelta y vieron a sus respectivos esposos y a su anfitrión en el camino flanqueado por unos tejos.

Edward tenía las manos entrelazadas a la espalda y era la viva imagen de un animal salvaje bajo control. Él siempre había sobrellevado el poder que le confería su título con facilidad. Pero ahora que el aspecto más peligroso de su personalidad había sido frenado por la capacidad de su esposa para saciar su deseo, era todavía más atractivo.

El modo tan sensual en que caminaba le hizo a Bella la boca agua y supo que les sucedería lo mismo a la mayoría de las mujeres. Que Edward fuese suyo, que pudiese quedarse con él y darle hijos le llenó los ojos de lágrimas.

Había pasado tanto tiempo sin nada que todo aquello era, sencillamente, demasiado.

Caballeros —los saludó con voz ronca, quedándose junto a lady Ansell.

Pero sólo porque eso era lo que dictaban los buenos modales. Si hubiese podido elegir, se habría lanzado a los brazos de Edward de inmediato.

Nos han mandado a buscarlas —dijo lord Hammond con una sonrisa insegura.

Tras mirar de reojo a su compañera de paseo y comprobar que la vizcondesa había recuperado la compostura, Bella asintió y se alegró de regresar a la mansión, porque allí podría dejar de pensar en bebés y en remordimientos.

El sonido de la grava del camino advirtió a Jasper que se acercaba alguien. Si le quedara alguna duda sobre si estaba haciendo lo correcto, ésta se le habría disipado al ver a Alice caminando hacia él a la luz de la luna.

Notó que se le aceleraba el corazón y que tenía unas ganas casi abrumadoras de abrazarla y entonces supo que Bella tenía razón: Alice era la persona con la que él quería compartir su vida.

He ido a tus aposentos —le dijo ella en voz baja, tan directa como siempre.

¡Cuánto le gustaba que fuese así! Tras pasarse la vida diciendo siempre lo que se esperaba y oyendo la misma cantidad de respuestas sin sentido, era maravilloso pasar el rato en compañía de una mujer que no recurría a ninguna artimaña social.

Sospechaba que lo harías —contestó él con voz ronca, dando un paso atrás cuando ella dio uno hacia adelante.

El color de sus ojos no era visible en medio de aquella oscuridad, pero Jasper lo conocía tan bien como el de los suyos. Sabía que los de ella se oscurecían cuando él entraba en su cuerpo y que le brillaban cuando se reía. Jasper conocía todas y cada una de las manchas de tinta que Alice tenía en los dedos y podría decirle cuáles eran nuevas y no estaban allí la última vez que la vio.

Y sabía que, si lo hacías, te llevaría a la cama.

Ella asintió al comprender lo que le estaba diciendo.

Te vas mañana.

Tengo que hacerlo.

Su determinación hirió a Alice como una estocada.

Te echaré de menos —dijo.

Aunque las palabras eran la pura verdad, el tono despreocupado con que ella las pronunció fue una absoluta mentira. Sólo de pensar en la infinita cantidad de días que tenía por delante sin las caricias ni los besos de Jasper sentía que se moría. A pesar de que desde el principio sabía que iban a terminar así, Alice seguía sin estar preparada para soportar el dolor que le estaba causando esa separación.

Volveré a buscarte en cuanto me sea posible —dijo Jasper en voz baja.

A ella se le detuvo el corazón un segundo antes de darle un vuelco.

¿Disculpa?

Mañana iré a visitar a mi padre. Le explicaré la situación entre tú y yo y después volveré a Londres para cortejarte como tendría que haber hecho desde el principio.

«La situación.»

Oh, vaya.

Alice se encaminó despacio hacia un banco de piedra que había allí cerca y se sentó; bajó la vista y la posó en sus dedos, que no paraba de mover nerviosa. Había temido ese resultado desde que la voz de lady Grayson había interrumpido el beso que Jasper le había dado en medio del campo.

Lo que para ella era alegría y amor, para él se había convertido en un deber para toda la vida. Pero Alice no podía permitir que hiciese tal sacrificio, en especial teniendo en cuenta lo mucho que llegaría a odiarse a sí mismo por haberla deseado.

Lo miró y consiguió esbozar una leve sonrisa.

Creía que ambos coincidíamos en que trataríamos nuestra aventura amorosa como una cuestión práctica.

Jasper frunció el cejo.

Si crees que he hecho algo mínimamente pragmático desde que te conocí es que eres idiota.

Ya sabes lo que quiero decir.

Las cosas han cambiado —dijo él emocionado.

No para mí. —Separó las manos para buscar a Jasper, pero entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y volvió a entrelazar los dedos. Si mostraba el más mínimo signo de debilidad, él se daría cuenta—. Seguro que lord y lady Grayson serán discretos si se lo pides.

Por supuesto. —Jasper se cruzó de brazos—. ¿Qué estás diciendo exactamente?

Que no quiero que me cortejes.

Él la miró perplejo.

¿Y por qué diablos no?

Ella se obligó a encogerse de hombros.

Teníamos un acuerdo. A estas alturas de nuestra relación, no me apetece cambiar las reglas.

¿Cambiar las reglas?

He disfrutado inmensamente del rato que hemos pasado juntos y siempre te estaré agradecida.

¿Agradecida? —repitió Jasper como un loro, mirándola atónito.

Se moría de ganas de acercarse a ella, de abrazarla y de derribar el muro que de repente había aparecido entre los dos, pero era demasiado peligroso. Corría el riesgo de terminar poseyéndola allí mismo.

Sí, muy agradecida.

La preciosa sonrisa de ella lo rompió por dentro.

Alice, yo...

Por favor. No digas nada más. —Se puso en pie y se acercó a él para tocarle el brazo. La caricia quemó a Jasper a través del terciopelo de la chaqueta—. Siempre te consideraré un buen amigo.

¿Un amigo?

Parpadeó furioso de lo mucho que le escocían los ojos. Soltó el aliento y se empapó de la visión de Alice; de su cabello alborotado, de la cintura alta de su vestido de color verde pálido, de la suave curva de sus pechos. Todo eso le pertenecía y nada, ni siquiera su rotundo desplante, lo convencerían jamás de lo contrario.

Siempre. ¿Me prometes que bailarás una pieza conmigo la próxima vez que nos veamos?

A Jasper le costó tragar saliva. Había cientos de cosas que deseaba contarle, preguntas que quería hacerle, frases de cariño que necesitaba decirle... pero todas estaban prisioneras en el nudo que se formó en su garganta.

Se había enamorado y Alice... ¿sólo quería acostarse con él?

Se negaba a creerlo. Ninguna mujer podía entregarse a un hombre como ella había hecho y no sentir algo más que simple amistad.

Una risa horrible manó de su cuerpo sin que él pudiese evitarlo. Estaba recibiendo su merecido por haber sido un canalla durante toda su vida.

Adiós, entonces —dijo Alice, antes de dar media vuelta y marcharse de allí a toda prisa.

Destrozado y completamente confuso, Jasper se sentó en el banco, que retenía el calor de ella, y ocultó el rostro entre las manos.

Un plan. Necesitaba un plan. Aquello no podía ser el final. Todo su cuerpo se quejaba por haber perdido al amor de su vida. Se le había pasado algo por alto y si lograba pensar con claridad quizá fuera capaz de averiguarlo.

Él había estado con las suficientes mujeres como para saber que Alice le tenía cariño. Quizá no sintiera amor, pero seguro que él encontraría el modo de hacer evolucionar ese cariño hasta convertirlo en algo más. Si Bella podía sentir amor, Alice también.

Jasper estaba tan absorto pensando y luchando contra la absoluta desesperación que sentía, que no se dio cuenta de que no estaba solo hasta que su cuñado salió de detrás de un árbol. Ver al marqués de Grayson en mangas de camisa y con hojas en el pelo fue de lo más raro.

¿Qué estás haciendo? —le preguntó Jasper, perplejo.

¿Sabes que no he conseguido encontrar ni una sola rosa roja en todo este jardín? Las hay de color rosa y también blancas, incluso he encontrado unas cuantas anaranjadas, pero ninguna roja.

Jasper se pasó las manos por el pelo y negó con la cabeza.

¿Esto forma parte de tu plan para conquistar a Bella?

¿Y para quién, si no, iba a hacer estas tonterías? —Cullen resopló—. ¿Por qué tu hermana no puede ser la mujer práctica que yo creía que era?

He descubierto que el pragmatismo de las mujeres está sobrevalorado.

¿Ah, sí? —Edward arqueó una ceja y se sacudió el polvo de la ropa al acercarse—. Deduzco que la situación entre la señorita Alice y tú no avanza satisfactoriamente.

Al parecer no hay ninguna «situación» —contestó sarcástico—. Y yo sólo soy un buen amigo.

Dios santo. —Edward se horrorizó por él.

Jasper se puso en pie.

Así que, teniendo en cuenta el completo fracaso de mi vida amorosa, entendería perfectamente que no quisieses que te ayudase a salvar la tuya.

Aceptaré toda la ayuda que puedas darme. No quiero pasarme la noche entera haciendo de jardinero.

Y yo no quiero pasármela pensando en Alice, así que cualquier distracción es bienvenida.

Se adentraron juntos en el jardín. Y treinta minutos y varias espinas más tarde, Jasper masculló:

Esto del amor es horrible.

Atrapado en unas zarzas, Cullen contestó:

Y que lo digas.

Capítulo 17: CAPÍTULO 16 Capítulo 19: CAPÍTULO 18

 
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