Mi EXTRAÑO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 18/05/2013
Fecha Actualización: 16/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 45
Comentarios: 81
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Capítulos: 24

Estuvieron juntos por las razones equivocadas…

Son la pareja más escandalosa de Londres. Isabella, lady Pelham, y Edward Cullen, marqués de Grayson, están a igualados en todo; sus apetitos lujuriosos, sus constantes amantes, su pícaro ingenio, provocativa reputación y su absoluto rechazo a arruinar su matrimonio de conveniencia enamorándose el uno del otro. Isabella sabe que un libertino tan encantador jamás interesará a su protegido corazón ni que ella influenciará su corazón de libertino. Es una farsa muy agradable… hasta que un sorprendente giro de los acontecimientos aparta a Edward de su lado.

Ahora, cuatro años más tarde, Edward ha vuelto a casa con Isabella. Pero el granuja despreocupado y juvenil que se marchó ha sido reemplazado por un hombre taciturno, poderoso e irresistible que está decidido a emplear la seducción para alcanzar sus afectos. Ha desaparecido el compañero despreocupado que compartía su amistad y nada más, y en su lugar está la tentación hecha carne… un marido que desea el cuerpo y el alma de Isabella, y que no se detendrá ante nada para conquistar su amor. No, este no es el hombre con que se casó. Pero es el hombre que podría por fin robarle el corazón…

BASADA EN UN EXTRAÑO EN MI CAMA DE SYLVIA DAY

 

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Capítulo 2: CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

 

Cuatro años más tarde

 

—El señor está en casa, milady.

Para muchas mujeres esa frase era de lo más normal, nada fuera de lo habitual, pero Isabella, lady Grayson, la había oído tan poco en los últimos tiempos que ni siquiera podía recordar la última vez que esas palabras habían salido de la boca de su mayordomo.

Se detuvo en el vestíbulo y se quitó los guantes para entregárselos al lacayo que los estaba esperando. Se tomó su tiempo y aprovechó esos segundos para recomponerse mentalmente y asegurarse de que nadie notase que se le había acelerado el corazón.

Edward había vuelto.

Bella no podía dejar de preguntarse por qué. Edward le había devuelto sin abrir todas las cartas que ella le había mandado y él no le había escrito ninguna. Al haber leído la nota de la marquesa viuda, Bella sabía qué era lo que lo había destrozado de ese modo la noche en que se había ido de Londres y la había abandonado. Podía imaginarse su dolor, ella había visto con sus propios ojos lo contento que se había puesto cuando supo que iba a ser padre. Y siendo amiga suya como era, Bella había deseado con todas sus fuerzas que Cullen le hubiese permitido consolarlo más allá de aquella única hora en que lo abrazó. Pero en cambio se fue y la dejó a un lado, y los años habían pasado.

Se alisó la muselina de la falda y se pasó una mano por el pelo. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se detuvo y masculló una maldición. Era Cullen. A él no le importaba el aspecto que ella tuviese.

— ¿Está en su despacho?

—Sí, milady.

Recordó la escena de aquel último día.

Asintió y echó los hombros hacia atrás para armarse de valor. Tan lista como podía estarlo, pasó de largo la curva que describía la escalera y entró en la primera puerta a la derecha. A pesar de haberse preparado física y mentalmente, al ver la espalda de su esposo sintió como si le diesen un golpe en el pecho.

Edward estaba de pie frente a la ventana y parecía más alto y mucho más fuerte. El poderoso torso terminaba en una cintura estrecha y seguía hasta formar un precioso trasero que concluía en unas piernas largas y musculosas. Las cortinas de terciopelo verde enmarcaban a la perfección aquel cuerpo tan simétrico. Bella se quedó sin aliento.

Aunque había algo sombrío en él, una especie de aura opresiva que lo rodeaba y lo convertía en un hombre completamente opuesto al joven despreocupado que ella recordaba. Se obligó a tomar aire antes de abrir la boca y empezar a hablar.

Pero como si hubiese notado su presencia, Cullen se dio la vuelta antes de que ella pudiese decir nada. A Bella se le cerró la garganta cuando él se volvió.

Aquél no era el hombre con el que se había casado.

Se quedaron mirándose el uno al otro, ambos inmóviles en medio de aquel profundo silencio. Apenas habían pasado unos años, pero parecía toda una vida. Grayson ya no era un chico, nada más lejos de eso. Su rostro había perdido cualquier atisbo de juventud y el paso del tiempo le había dejado su marca alrededor de la boca y de los ojos. Arrugas de preocupación y de tristeza. El azul resplandeciente de su iris, que a tantas mujeres había hecho suspirar y enamorarse de él, era ahora más oscuro, más intenso. Sus ojos ya no sonreían y parecían haber visto muchas más cosas de las que era posible ver en sólo cuatro años.

Bella levantó una mano y se la llevó al pecho para controlar su agitada respiración.

Antes Edward era guapo. Ahora no había palabras para describirlo. Bella se obligó a respirar despacio y luchó con todas sus fuerzas para contener algo muy parecido a un ataque de pánico. Ella sabía cómo lidiar con el chico de antaño, pero... aquel hombre era indomable. Si ese día lo viese por primera vez, se mantendría muy, pero que muy alejada de él.

—Hola, Isabella.

Incluso le había cambiado la voz. Ahora era más profunda, más ronca.

Ella no tenía ni idea de qué podía decirle.

—No has cambiado nada —murmuró Edward, acercándose.

Sus andares engreídos de cuatro años atrás habían desaparecido y ahora Cullen caminaba con la seguridad propia de un hombre que ha estado en el infierno y ha logrado salir vivo.

Bella respiró hondo y su familiar aroma la invadió. Quizá fuese un poco más especiado, pero seguía oliendo a Cullen. Levantó la vista y al encontrarse con su rostro impasible, Bella descubrió que sólo era capaz de encogerse de hombros.

—Tendría que haberte escrito —dijo Edward.

—Sí, así es —convino ella—. Y no sólo para avisarme de que venías de visita, sino antes. He estado muy preocupada por ti.

Él le señaló con una mano una silla que tenía cerca e Bella tomó asiento. Cuando Edward se acercó al sofá que había frente a esa silla, ella se fijó en lo austero que era el atuendo de su esposo. Aunque llevaba pantalones de vestir a juego con el chaleco y la americana, eran prendas sencillas y confeccionadas con telas baratas. Dondequiera que hubiese estado durante todos esos años, era evidente que no requería ir vestido de etiqueta.

—Te pido disculpas por haberte preocupado. —Levantó la comisura de los labios y esbozó una sonrisa que recordó levemente a las del pasado—. Pero no podía escribirte para decirte que estaba bien cuando en realidad no lo estaba. Ni siquiera podía soportar mirar las cartas, Bella. No porque fuesen tuyas. Me he pasado años evitando ver cualquier tipo de correspondencia. Pero ahora... —Hizo una pausa y apretó la mandíbula con determinación—. No he venido de visita.

— ¿Ah, no? —Se le encogió el estómago.

La camaradería de antaño había desaparecido. En vez de sentirse cómoda con él, ahora estaba nerviosa.

—He venido para quedarme a vivir aquí. Si soy capaz de recordar cómo se hace.

—Cullen...

Él negó con la cabeza, y el cabello, que llevaba más largo de lo que dictaba la moda del momento, se le movió en la nuca.

—Nada de tenerme lástima, Bella. No me lo merezco. Y lo que es más importante, no quiero que sea eso lo que sientas por mí.

— ¿Y qué es lo que quieres?

Edward la miró fijamente a los ojos.

—Quiero muchas cosas, pero la principal es tener compañía. Y quiero ser digno de tenerla.

— ¿Digno? —repitió confusa.

—Fui un amigo horrible, algo propio de personas tan egoístas como yo.

Bella se miró las manos y se fijó en la alianza de oro, el símbolo de su compromiso con un auténtico desconocido.

— ¿Dónde has estado, Cullen?

—Cultivando los campos.

«Así que no va a contármelo.»

—Está bien; entonces ¿qué quieres de mí? —Levantó la barbilla—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Primero necesito volver a estar presentable. —Levantó una mano y se la pasó por delante del cuerpo—. Y después necesito que me pongas al día de todo. He leído los periódicos, pero tanto tú como yo sabemos que los chismes que aparecen en ellos rara vez son verdad. Y, lo que es más importante, necesitaré que me acompañes a todas partes.

—No estoy segura de que yo pueda ayudarte demasiado,  Cullen —le respondió honestamente.

—Soy consciente de que... —se interrumpió para ponerse en pie y acercarse a ella—, de que las habladurías se han ensañado contigo durante mi ausencia y por eso he vuelto. ¿Qué clase de hombre responsable puedo ser si no me ocupo de mi propia esposa? —Se puso en cuclillas a su lado—. Sé que te estoy pidiendo mucho, Bella, lo sé. Y sé que no es lo que acordamos cuando accediste a casarte conmigo. Pero las cosas han cambiado.

—Tú has cambiado.

—Dios, espero que eso sea verdad.

Cullen le cogió las manos y ella le notó las durezas en los dedos y las palmas. Bajó la vista y vio que tenía la piel oscurecida por el sol y por el trabajo al aire libre. Al lado de sus manos, pequeñas y blancas, eran tan distintas como la noche del día.

Edward le dio un cariñoso apretón y, cuando ella levantó la vista, se quedó sin aliento al ver lo hermoso que era.

—No voy a coaccionarte, Bella. Si quieres seguir viviendo tu vida como hasta ahora, respetaré tu decisión. —El atisbo de la antigua sonrisa que ella tanto recordaba volvió a hacer su aparición—. Pero te advierto que no tendré ningún pudor en suplicártelo. Te debo mucho y estoy decidido a permanecer contigo.

Esa leve aparición del antiguo Cullen tranquilizó a Bella. Sí, el caparazón exterior había cambiado, pero en el fondo, Edward seguía siendo el mismo incorregible seductor de antes. Y por el momento le bastaba con eso.

Ella le devolvió la sonrisa y el alivio de él fue palpable.

—Voy a cancelar mis compromisos de esta noche y empezaremos a planear nuestra estrategia.

Cullen negó con la cabeza.

—Antes necesito tranquilizarme un poco y acostumbrarme a estar de vuelta en casa. Pásalo bien esta noche. Ya tendrás tiempo de aburrirte de mí.

— ¿Te apetecería tomar el té conmigo dentro de una hora?

Quizá entonces pudiese convencerlo de que le contase dónde había estado durante su ausencia.

—Me gustaría mucho.

Bella se puso en pie y él hizo lo mismo.

Dios santo, era altísimo. ¿Siempre había sido tan alto? Ella no lograba recordarlo. Sobreponiéndose a su sorpresa, se volvió hacia la puerta y descubrió que él seguía sujetándole una mano.

Cullen se la soltó algo avergonzado.

—Te veré dentro de una hora, Bella.

Edward esperó a que Bella se fuese antes de sentarse en el sofá con un gemido. Durante el tiempo que había estado fuera, había sufrido insomnio con frecuencia. Necesitaba estar físicamente exhausto para poder dormir, así que se había dedicado a

trabajar en los distintos campos de cultivo de sus propiedades y, con el paso del tiempo, había acabado acostumbrándose a que le doliesen todos los músculos del cuerpo. Pero nunca antes le habían dolido tanto como en ese instante. No se había dado cuenta de lo tenso que estaba hasta que se quedó a solas con el rastro del seductor perfume de su esposa.

« ¿Isabella siempre ha sido tan hermosa?» No lograba recordarlo. Sí, él había utilizado la palabra «hermosa» para describirla en su mente, pero la realidad iba mucho más allá de lo que transmitía ese adjetivo. Su cabello parecía más llameante de como lo recordaba, sus ojos brillaban más y su piel era más resplandeciente.

A lo largo de los últimos años, Edward había repetido las palabras «mi esposa» cientos de veces; cuando pagaba sus facturas o cuando se ocupaba de cualquier tema relacionado con ella. Sin embargo, hasta ese momento no las había relacionado con el rostro y el cuerpo de Isabella.

Se pasó una mano por el pelo y se cuestionó si estaba bien de la cabeza cuando le propuso casarse con él. Instantes atrás, cuando Bella había entrado en el despacho, se había quedado sin aliento.

¿Cómo era posible que nunca antes se hubiese dado cuenta de que ella le causaba ese efecto? No le había mentido al decirle que estaba igual. Pero por primera vez en la vida, la veía como era. La veía de verdad. Claro que a lo largo de los últimos dos años había empezado a ver muchas cosas de ese modo; cosas ante las cuales antes había estado completamente ciego.

Como aquella habitación.

Miró horrorizado a su alrededor. Telas de color verde oscuro con muebles de nogal negro. ¿En qué demonios pensaba? Un hombre no podía repasar balances en aquel despacho tan lóbrego. Y leer un libro allí sería algo completamente imposible.

« ¿Quién tiene tiempo para leer cuando hay tantas botellas por vaciar y tantas mujeres por catar?»

Las palabras de su juventud se burlaron de él en su mente.

Edward se puso en pie y se acercó a la estantería llena de libros, de la que empezó a sacar volúmenes al azar. Las cubiertas crujieron enfadadas al notar que las abría. Nunca había leído ninguno de aquellos libros.

¿Qué clase de hombre se rodea de las cosas bellas de la vida y no se detiene ni un segundo a contemplarlas?

Despreciándose a sí mismo, se sentó al escritorio y empezó a confeccionar una lista de cosas que quería cambiar. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, ya había llenado varios folios.

— ¿Milord?

Edward levantó la cabeza y vio a un lacayo en la puerta.

— ¿Sí?

—La señora pregunta por usted. Quiere saber si al final ha decidido no acompañarla en el té.

Miró sorprendido el reloj y al instante se apartó del escritorio y se puso en pie.

— ¿Está en el comedor o en el salón?

—La señora está en su tocador, milord.

Sus músculos volvieron a tensarse de nuevo. ¿Cómo era posible que también se hubiese olvidado de eso? En el pasado le gustaba mucho pasar el rato en aquel bastión de feminidad y ver cómo Bella se preparaba para salir. Mientras subía la escalera, pensó en los momentos que ellos dos habían pasado juntos y tuvo que reconocer que carecían de importancia y de intimidad. Pero él sabía que Isabella le gustaba y que en esa época ella era su amiga.

Y ahora un amigo era lo que más necesitaba en el mundo, dado que no tenía ninguno. Edward decidió que tenía que retomar la amistad que antaño había tenido con su esposa y, con eso en mente, levantó la mano y golpeó la puerta con los nudillos.

Isabella respiró hondo al oír el suave golpe y luego le dio permiso para entrar. Edward entró, pero se detuvo un momento en el umbral y ella vio algo que nunca antes había visto: lo vio dudar. Lord Grayson nunca vacilaba. Al contrario, se lanzaba de cabeza a la acción en cuanto se le ocurría algo, lo que normalmente terminaba con él metido en un lío.

Edward se quedó mirándola el suficiente rato como para que Bella se arrepintiese de estar en bata. Se había pasado casi media hora debatiendo consigo misma qué ponerse y al final había decidido comportarse del modo más parecido al del pasado. Seguro que cuanto antes recuperasen la rutina, más cómodos estarían el uno con el otro.

—A estas alturas, seguro que el agua estará fría —murmuró, apartándose del tocador para sentarse en el sofá—. Pero claro, a la única que le gusta el té es a mí.

—Sí, yo prefiero el brandy.

Cullen cerró la puerta y le dio a Isabella la oportunidad de disfrutar durante un segundo de su voz. ¿Por qué notaba precisamente entonces lo ronca que era cuando antes no se había dado cuenta?

—Lo tengo aquí preparado —dijo ella señalando la mesilla, en la que descansaba el juego de té, una botella de brandy y una copa.

Él esbozó una lenta sonrisa.

—Siempre piensas en mí. Gracias. —Miró a su alrededor—. Me gusta ver que este lugar está igual que antes. Con las paredes y el techo forrados de satén blanco, siempre que estoy aquí tengo la sensación de estar dentro de una carpa.

—Ése es precisamente el efecto que quería conseguir —dijo Bella relajándose en el sofá.

— ¿En serio?

Edward se sentó a su lado y extendió un brazo por encima del respaldo del sofá. Ella no pudo evitar recordar cómo antes solía hacer lo mismo con sus hombros. En esa época el gesto no le había parecido nada importante; Cullen era sencillamente expansivo.

Pero entonces no era tan musculoso como en esos momentos.

— ¿Y por qué querías que pareciese una carpa, Bella?

—No tienes ni idea del tiempo que llevo esperando que me lo preguntes —reconoció con una risa suave.

— ¿Por qué no te lo he preguntado antes?

—Porque antes nunca hablábamos de esas cosas.

— ¿No? —Se le notaba la diversión en los ojos—. ¿Y de qué hablábamos?

Bella se movió para servirle brandy, pero él negó con el gesto.

—Vaya, pues hablábamos de ti, Cullen.

— ¿De mí? —Preguntó, levantando ambas cejas—. Seguro que no hablábamos de mí a todas horas.

—Casi a todas horas.

— ¿Y de qué hablábamos el resto del tiempo?

—Bueno, entonces hablábamos de tus amantes.

Cullen hizo una mueca horrorizado e Bella se rió al recordar lo bien que se lo había pasado hablando de él. Y entonces notó el modo en que la miraba, como si quisiera tocarla, y dejó de reírse.

—Me comporté de un modo insoportable, Bella. ¿Por qué diablos me tolerabas?

—La verdad es que me gustabas bastante —respondió sincera—. Contigo no había ningún misterio. Siempre decías exactamente lo que pensabas.

Edward miró por encima del hombro de ella.

—Todavía tienes colgado el retrato de Pelham —señaló y luego volvió a mirarla—. ¿Tanto lo amabas?

Bella se dio la vuelta y miró el cuadro que tenía detrás. Durante su matrimonio, había intentado recuperar parte del amor que había sentido una vez por su esposo, pero el odio y el resentimiento eran demasiado profundos.

—Sí. Hubo una época en que lo amé desesperadamente, pero ya no puedo acordarme.

— ¿Por eso huyes del compromiso?

Ella volvió a mirarlo, esa vez con los labios apretados.

—Tampoco hablábamos de cosas personales.

Cullen apartó el brazo del respaldo del sofá y se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en los muslos.

— ¿Acaso no podemos ser más amigos que antes?

—No estoy segura de que sea lo más conveniente —murmuró, mirando de nuevo la alianza que llevaba en el dedo.

— ¿Por qué no?

Bella se puso en pie y se acercó a la ventana; necesitaba poner algo de distancia entre su persona y aquel nuevo Cullen tan intenso.

— ¿Por qué no? —volvió a preguntarle él, siguiéndola—. ¿Tienes algún otro amigo al que puedas contarle tus cosas?

Le colocó las manos en los hombros y la piel de ella sólo tardó un segundo en calentarse, el mismo tiempo que tardó su aroma en impregnarla. Cuando él volvió a hablar, a Isabella la voz le llegó de algún lugar pegado a su oreja.

— ¿Acaso es pedir demasiado que añadas a tu esposo a tu lista de amigos más íntimos?

—Cullen —suspiró ella, con el corazón acelerado. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de tocar la tela de satén que había alrededor de la cortina—. No tengo amigos como los que tú describes. Y dices la palabra «esposo» como si estuviese preñada de un significado que antes nunca le dabas.

— ¿Y qué me dices de tu amante, entonces? —insistió él—. ¿A él le cuentas lo que piensas?

Bella intentó apartarse, pero Edward se apresuró a retenerla.

— ¿Por qué querías que esta habitación pareciese una carpa, Bella? ¿Puedes al menos decirme eso?

Ella se estremeció al notar que suspiraba junto a su nuca.

—Me gusta imaginarme que formo parte de una caravana.

— ¿Es una de tus fantasías? —Edward le deslizó sus grandes manos por los brazos—. ¿Hay un jeque en tus figuraciones? ¿Te hace suya?

— ¡Milord! —exclamó ella, alarmada al notar que tenía la piel de gallina a causa de las sensuales caricias de él. Era imposible que pudiese ignorar el cuerpo masculino que tenía pegado a su espalda—. ¿Qué quieres, Cullen? —le preguntó con la garganta seca—. ¿Acaso has decidido cambiar las reglas de repente?

— ¿Qué pasaría si así fuera?

—Que nos separaríamos, que nuestra amistad terminaría. Tú y yo no somos del tipo de personas que encuentran el «amor eterno» y el «felices para siempre».

— ¿Cómo sabes qué tipo de hombre soy?

—Sé que tenías una amante al mismo tiempo que afirmabas estar enamorado de otra.

Él pegó los labios ardientes al cuello de Isabella y ella cerró los ojos.

—Tú misma has dicho que he cambiado.

—Ningún hombre cambia tanto. Además, yo... yo estoy con alguien.

Cullen le dio la vuelta para mirarla. La sujetaba por las muñecas; las manos de él quemaban y sus ojos todavía más. Dios, Bella conocía esa mirada. Era la mirada con la que Pelham había conseguido conquistarla, la mirada que ella se aseguraba de que no le dedicase ninguno de sus amantes.

Con pasión, con deseo, así sí le gustaba que la mirasen. Pero no con hambre, eso lo evitaba a toda costa.

Y ahora aquella mirada hambrienta le recorrió todo el cuerpo, de la cabeza a los pies y vuelta a empezar. Se tensaron los pezones al notar que él se los examinaba con detenimiento y supo que Cullen lo vería a pesar de la bata que llevaba. En el camino de subida, él detuvo los ojos justo en su escote y de su garganta salió un ronroneo muy gutural.

Ella separó los labios para ver si así conseguía respirar.

—Bella —dijo Cullen con voz ronca, cubriéndole un pecho con una mano y acariciándole el pezón con el pulgar—, ¿por qué no me das la oportunidad de demostrarte que valgo la pena?

Ella se oyó gemir de deseo y notó que se le calentaba la sangre y que empezaba a írsele la cabeza. Él bajó los labios en busca de los suyos e Isabella levantó la cabeza y esperó a que se produjese el encuentro.

El sonido de alguien rascando suavemente la puerta rompió la magia del momento. Bella se tambaleó hacia atrás y se apartó de los brazos de Cullen, llevándose una mano a los labios para ocultar que le temblaban.

— ¿Milady? —La voz de su doncella llegó insegura desde el pasillo—. ¿Quiere que vuelva más tarde?

Él esperó, tenía la respiración entrecortada y los pómulos sonrojados. Bella no tenía ninguna duda de que si le decía a su doncella que se fuera, tardaría menos de dos segundos en estar tumbada en la cama con Edward encima.

—Pasa —dijo, mortificada al notar que era incapaz de ocultar el pánico que sentía.

Maldito fuese. Su recién regresado esposo había conseguido que lo desease. Que lo desease con un anhelo y una intensidad que ella ya se consideraba demasiado mayor y demasiado sabia como para volver a sentir.

Su peor pesadilla acababa de hacerse realidad.

— ¿Vamos juntos de compras mañana, Bella? —le preguntó él condenadamente calmado—. Necesito ropa nueva.

Bella sólo fue capaz de asentir con la cabeza.

Edward le hizo entonces una elegante reverencia y se fue, pero su presencia siguió acompañándola hasta mucho después de su partida.

Edward consiguió llegar al pasillo que conducía a sus aposentos antes de que necesitara apoyarse en la pared adamascada. Una vez allí, cerró los ojos y se maldijo en silencio. Su plan de retomar la amistad que había compartido con su esposa se había ido al traste en cuanto abrió la puerta.

Tendría que haber estado preparado. Debería haber sabido que su cuerpo reaccionaría de ese modo al ver a Bella con una bata de seda negra y un hombro que le quedaba al descubierto cuando se apoyaba en el sofá. Pero ¿cómo podía haberlo sabido? Él antes nunca había reaccionado así ante ella. O al menos no podía recordarlo. Claro

que en sus anteriores encuentros con Bella en su tocador, él estaba enamorado de Rose. Quizá eso lo había hecho inmune a los encantos de su esposa.

Se golpeó la parte posterior de la cabeza contra la pared para ver si así recuperaba un poco de sentido común.

—Mira que desear a tu propia esposa —gimió exasperado.

Para la mayoría de los hombres, eso sería muy práctico. Pero para él no. Bella se había asustado al ver lo mucho que la deseaba.

«Pero no se ha quedado indiferente», le susurró una voz.

Sí, sus técnicas de seducción estaban algo oxidadas, pero tampoco podía decirse que lo hubiese olvidado todo. Todavía era capaz de reconocer las señales que emitía el cuerpo de una mujer cuando ésta sentía deseo.

Bella había dado en el clavo al decir que ni él ni ella eran la clase de personas que encuentran el amor eterno. Dios sabía que ambos lo habían intentado y que habían salido muy mal parados. Pero quizá no hacía falta que viviesen una gran historia de amor. Quizá pudiesen ser amantes de duración indefinida. Un matrimonio entre amigos que se acostaban juntos.

Teniendo en cuenta lo mucho que le gustaba Bella, ya contaban como mínimo con los cimientos de esa relación. A Edward le encantaba el sonido de la risa de ella, aquella risa ronca y gutural que podía calentar el interior de un hombre. Y esa sonrisa tan atrevida. Tenían atracción mutua a raudales. Y, además, ya estaban casados. Seguro que eso le confería a él cierta ventaja frente a los otros hombres.

Se apartó de la pared y entró en sus aposentos. Al día siguiente iría a comprar ropa y, después, prepararía poco a poco su vuelta a la buena sociedad y seduciría a su esposa.

Claro que antes tenía que ocuparse del amante de Bella.

Edward apretó los labios. Ésa sería la parte más difícil. Ella no quería a sus amantes, pero les tenía mucho cariño y era una mujer muy fiel. Para conquistarla, necesitaría mucho tiempo y paciencia y esto último era algo que él no solía necesitar a la hora de seducir a una mujer.

Pero ahora se trataba de Bella y, tal como afirmarían muchos hombres, por ella merecía la pena esperar.

Capítulo 1: Prólogo Capítulo 3: CAPÍTULO 2

 
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