El lunes, cuando se reanudaron las clases, Bella tenía la inquietante sensación de que los acontecimientos del fin de semana no habían sucedido en realidad. En clase, los alumnos ocuparon sus sitios de costumbre a la hora habitual. Y Eleazar y Banner la trataron como si jamás en la vida la hubieran visto vendando una herida bajo una lluvia torrencial.

Jacob no estaba en clase de Literatura inglesa, pero Edward llegó tarde como de costumbre y se limitó a sonreír con suficiencia cuando Tanya le dirigió una mirada exasperada. De no ser porque aún llevaba el vendaje en la frente, Bella habría pensado que se lo había imaginado todo.

Entre clases, coincidió con Alice en la biblioteca y hablaron en susurros de lo ocurrido después de haberse separado. Su amiga le contó que al final no había hecho falta ponerle puntos a Jasper, y que la enfermera había elogiado el vendaje de Bella.

—Ahora Jasper está empeñado en saber cómo fuimos a parar a la glorieta pero… como me dijiste que no hablara de Leah, no le he dicho nada. ¿Por qué no quieres que se lo cuente?

Bella se acercó más para que nadie pudiera oírlas.

—No puedo… Solo es… importante que no lo hagas.

En realidad, se había pasado la mitad de la noche valorando qué debía contarle a Alice. No quería mentir a su única amiga en Cimmeria, pero había prometido a Edward que guardaría el secreto.

—No sé cómo explicarlo. He oído que Leah se podría meter en un lío o algo así.

Escudriñó el rostro de Alice mientras la otra sopesaba el argumento.

—Vale, pero si no le cuento la verdad, ¿cómo justifico el que estuviéramos allí?

Bella hizo girar el bolígrafo con ademán nervioso. Fue pasándoselo por entre los dedos de la mano derecha hasta llegar al meñique.

—Podríamos decir que estábamos jugando a «verdad o reto» y pretendíamos espiarlos. O que yo quería correr bajo la lluvia y tú intentaste detenerme.

Alice inclinó la cabeza a un lado.

—De esas dos excusas tan penosas, la primera es un poquitín menos patética.

Bella sonrió.

—Gracias, Alice.

A lo largo de los días siguientes, corrieron rumores sobre lo sucedido aquella noche en los bosques. Todo el mundo sabía que varios alumnos habían resultado heridos, pero la confusión sobre lo ocurrido en realidad era generalizada. Los estudiantes tenían prohibido salir a los terrenos, lo que no hizo sino empeorar las habladurías. Al parecer, nadie sabía que Bella y Alice habían estado allí, y el rumor más extendido decía que los chicos se habían enfrentado al mismo zorro que había asustado a las muchachas unos días antes, aunque nadie le daba demasiado crédito.

Sam no asistió a clase aquella semana, pero Leah les dijo que se encontraba mejor y que regresaría pronto. Teniendo en cuenta que todos estaban, o así lo veía Bella, bajo arresto domiciliario, era una suerte que hiciera un tiempo espantoso. A lo largo de toda la semana llovió sin descanso. El agua no era tan fuerte como el fin de semana anterior, pero la lluvia no cesaba y los días grises se sucedían.

Los profesores parecían sufrir un exceso de adrenalina docente y los deberes se convirtieron pronto en el principal tema de conversación durante las comidas y los descansos. Cada vez más desesperados, los alumnos se quejaban del volumen de trabajo. Para poder llevar los deberes al día, Bella y Alice se quedaban cada noche en la biblioteca hasta el toque de queda.

El jueves por la tarde, Bella se tropezó con Jacob cuando, agotada, salía de la biblioteca para ir a buscar una taza de té. Este echó a andar junto a ella de camino al comedor.

—Vaya, vaya. Hola, ma belle Bella. ¿Cómo estás? Llevaba desde el fin de semana sin verte.

Bella notó que el corazón se le aceleraba pero trató de fingir que la presencia de Jacob no la alteraba. Rezó para que no le preguntara dónde se había metido cuando había huido de él.

—Estoy bien. Solo intento no quedar enterrada bajo una montaña de deberes demasiado alta como para que nadie me vuelva a ver.

Él asintió.

—Ya lo sé. De repente los profesores parecen empeñados en matarnos a trabajar.

Bella se volvió a mirarlo.

—¿Y a qué se debe? ¿Son siempre tan perversos?

Jacob sonrió y sus ojos centellearon.

—No, esta es una circunstancia inusual en Cimmeria. Creo que intentan que todo el mundo esté demasiado ocupado como para escabullirse al jardín.

Bella intentó disimular su sorpresa.

—¿Por lo que pasó la otra noche? —preguntó.

—Quizá.

Ella contempló con nostalgia la puerta principal.

—Daría algo por poder salir.

—¿Estás aburrida, ma belle?

Con un movimiento tan rápido que Bella no tuvo tiempo de reaccionar, le cogió la mano y la atrajo hacia sí.

—Podría leerte las líneas de la mano. A lo mejor eso te distraía. Y yo tendría la oportunidad de asomarme a tu alma.

—¿Sabes leer la mano?

Lo preguntó con recelo, pero lo cierto era que a Bella le agradaba el contacto.

—Por supuesto —Jacob sonrió—. ¿Tú no? Es fácil.

Colocando la mano de ella boca arriba, pasó los dedos por las líneas con un roce tan leve como el bigote de un gato.

—Tu línea de la vida es larga —murmuró mientras repasaba el surco que discurría desde la muñeca hasta el centro de la palma—. Y la del corazón es fuerte. ¿Ves esta línea de aquí? —con la punta de los dedos, recorrió la línea que finalizaba entre el pulgar y el índice. La delicadeza de la caricia la hizo estremecer—. ¿Sabes lo que me indica?

Sin habla, Bella negó con la cabeza.

—Me indica que estás enamorada de alguien. O que quizás lo estarás pronto.

A punto de derretirse, Bella intentó discurrir una respuesta ingeniosa, pero justo entonces, antes de que le diera tiempo a contestar, la puerta de la biblioteca se abrió de repente.

—Eh, Bella, no te olvides el… —interrumpió Alice. Cuando vio a Jacob, su voz se fue apagando—. Uy, oh, vaya, creo que he olvidado mi…

Tras aquella triste improvisación, Alice volvió a entrar en la biblioteca. Momentos después, la puerta se abrió una vez más y un grupo de alumnos salió charlando.

Bella alcanzó a ver a Alice, que les susurraba:

—No, esperad un momento…

Jacob soltó la mano de Bella con una sonrisa apenada.

—Me gustaría seguir ahondando en el tema —sugirió.

—Sí —respondió ella aturullada—. Por qué… no.

—Quizá podríamos vernos el sábado después de cenar para… ¿hablar? —propuso él.

—Claro —aceptó Bella intentando no jadear.

Él sonrió.

—Bien. Te recogeré en el comedor. Nos vemos.

—Nos vemos —repitió ella como una boba.

Durante el resto de la semana, el volumen de trabajo no disminuyó. Para acabar de empeorar las cosas, el viernes todos los alumnos se enteraron de que tenían que hacer un trabajo de investigación para entregar el lunes. Cuando se repartieron las hojas con los temas en clase de Historia, la cuidada caligrafía de Banner azotó a Bella desde el papel:

3.000 palabras sobre el impacto socioeconómico de la guerra civil inglesa en la sociedad agraria de la época.

Día de entrega: lunes. Sin excepciones. Sin excusas.

El viernes por la tarde, la biblioteca estaba tan abarrotada que, cuando el último de los asientos quedó ocupado, los alumnos se distribuyeron por el pasillo, sentados en el suelo en pequeños grupos, con los libros y los apuntes desparramados ante ellos.

—Parecemos refugiados —rezongó Alice mientras Bella y ella acarreaban montones de libros a una zona libre junto a la puerta principal.

—Es una locura. ¿Cuánto tiempo piensan seguir así? —se quejó Bella, que se sentaba haciendo equilibrios con una taza de té sobre un centenario libro de historia.

—Buena pregunta —observó Alice mientras rescataba la taza de su precaria posición antes de que se estrellara contra el suelo de mármol.

—Gracias —Bella se acomodó con la espalda contra la pared.

Alice le robó un sorbo de té.

—Debería haber pedido uno. Seguro que acabo por tomarme el tuyo.

—Y deberíamos haber cogido galletas.

—Somos idiotas.

Bella hojeó los libros con el ceño fruncido en un ademán concentrado.

—¿Dónde está Jasper? Apenas le he visto, ni a Jacob, en toda la semana.

Alice revisaba los cuadernos.

—Ni idea. Ha dicho que tenía algo que hacer y que escribiría el ensayo más tarde.

—Qué raro —se extrañó Bella—. Los profes nos matan a deberes pero a Jacob y a Jasper no les afecta.

Alice se encogió de hombros.

—Si se está cociendo algo, a mí no me dicen ni pío. Jasper y yo nos hemos peleado por culpa de eso y fíjate que casi nunca discutimos.

—Los chicos son un asco —dijo Bella y abrió el libro.

Alice, que por fin había encontrado el cuaderno que buscaba, estaba concentrada buscando alguna anotación en el interior. Siguió pasando páginas mientras hablaba distraída.

—Lo único que sé es que los alumnos de la Night School salen cada noche, y estoy segura de que sus excursiones tienen algo que ver con lo que pasó el otro día. Pero es máximo secreto.

Bella se quedó de una pieza, con una página frágil y amarillenta aún entre los dedos.

—Un momento. ¿Tú sabes quién asiste a la Night School?

Alice se paralizó y el arrepentimiento asomó a su semblante.

—No, en realidad no. Quiero decir, más o menos… Lo adiviné. Sea como sea, hay unos cuantos que no se molestan en ocultarlo.

—¿Como quién?

—En realidad no lo sé —respondió Alice con cautela—. O sea, por lógica, podrían ser Jacob y Sam, quizá Paul y seguramente Jasper y Edward, pero ¿quién sabe?

Mentía tan mal que Bella se habría burlado de ella de no haber estado tan sorprendida.

—¿Quieres decir que seguramente tu novio es uno de ellos pero no lo sabes? —la desafió.

Alice miró a su alrededor para estar segura de que nadie les prestaba atención. Acto seguido se acercó a Bella para hablarle en susurros.

—Mira, es supersecreto, ¿sabes? Te puedes meter en un lío si alguien averigua que has contado algo. Y me refiero a un lío de los gordos.

—Así que, en realidad, no deberíamos estar hablando de esto —cuchicheó Bella.

—No —masculló Alice.

Bella devolvió la vista al libro. Pasó una página y luego otra, pero su mente seguía dando vueltas a lo que su amiga le había contado.

Otra vez se acercó a Alice.

— ¿No hay chicas?

Esta le lanzó una mirada elocuente.

—Quizá Kate —musitó—. Y Leah.

Bella abrió unos ojos como platos.

—Estás de broma —exclamó con incredulidad.

Alice levantó la mano derecha.

—Lo juro por Dios.

Durante media hora, siguieron trabajando en silencio, salvo por el ruido que hacían al tomar notas y pasar las páginas de los libros. Luego, de improviso, Bella levantó la cabeza.

—Eso explicaría la reacción de Edward del sábado pasado —comentó como si la conversación no se hubiera interrumpido.

Alice parecía intrigada.

—¿Cuándo? ¿Cómo? Y… ¿dónde?

Bella le contó que Edward la había obligado a marcharse del segundo piso.

—Interesante —dijo Alice cuando Bella hubo terminado—. Ni siquiera sabía que se reunieran en el edificio. ¿Y durante el día? Qué raro.

Bella volvió a hacer girar el boli entre los dedos y se manchó de tinta un lado de la mano. Frotó la mancha sin resultado.

—Pero ¿qué hacen exactamente?

Alice no levantó la vista del libro.

—Ni idea.

Bella intentaba borrar la tinta.

—Siempre he tenido la sensación de que Edward sabía lo que estaba pasando. Ahora ya sé por qué.

Su amiga la miró de refilón.

—¿Qué? —preguntó ella ladeando la cabeza.

—Nada.

Bella cogió el boli, pero Jo seguía mirándola.

—¿Qué? —insistió a la vez que le propinaba a su amiga un suave empujón.

Ambas soltaron una risilla.

—Bueno, es solo que… Ya sabes. Edward y tú.

Bella dejó de reírse.

—¿Edward y yo qué?

—No lo sé. Es que siempre se está metiendo contigo.

—Sí, ya me he dado cuenta —replicó Bella—. Es un tarado.

—No, quiero decir… No sé. La forma que tiene de meterse contigo me tiene intrigada.

Bella frunció el ceño.

— Alice, ¿de qué diablos estás hablando?

—No, no es nada. Es solo que, al principio, creí que le gustabas, y sé que a ti te gustaba él, pero ahora parece como si os odiarais.

Se encogió de hombros.

—Cosas que pasan.

—Mmm… — Alice no parecía convencida.

—No hay « mmm» que valga —insistió Bella—. No hace más que entrometerse y decirme lo que puedo hacer y lo que no. Es guapo y tal, pero no me gusta.

Alice dibujó una onda en el cuaderno y después la repasó una y otra vez para remarcarla. Le añadió una lengua bífida.

—¿Te acuerdas de todo aquello que Jasper y yo te contamos de Edward?

Bella asintió.

—Bueno, era verdad. Pero ha cambiado desde que tú llegaste. Desde entonces, no lo he visto con ninguna chica.

Bella sonrió de oreja a oreja.

—¿Qué? ¿En dos semanas enteras? Quiero decir, en serio. ¡Qué autocontrol! Debe de estar loco por mí.

Les entró un ataque de risa.

—Da igual, hablando de cosas más normales, Jacob me ha pedido que nos veamos mañana por la noche después de la cena —confesó Bella—. Creo que es una especie de cita.

—Oooh, una cita de verdad —sonrió Alice —. Vale, olvida todo lo que he dicho de Edward. No me hagas caso. Estoy encantada de que seas tú la que se lleve el gato al agua. Las chicas se van a morir de celos.

—Seguro que cuando lo sepan me tratarán de maravilla.

Bella pretendía ser sarcástica, pero su amiga enarcó una ceja con suficiencia.

—Perdona, pero si te haces novia de Jacob, te llevarán en bandeja de plata.

Antes de que la otra pudiera preguntarle a qué se refería, Alice continuó:

—Bueno, basta de distracciones. Deberíamos haber escrito mil quinientas palabras antes de cenar, y nos quedan —consultó el delicado reloj de oro que lucía en la muñeca— unas tres horas.

—Fascista —protestó Bella.

Sin embargo, ya había empezado a escribir.

Aquella noche a la hora de la cena, todas las conversaciones giraban en torno a los rumores de que los terrenos volvían a estar abiertos a los estudiantes «dentro de unos límites razonables». Por desgracia, nadie sabía qué límites eran esos.

—¿Significa que podemos salir siempre que nadie muera ahí fuera? —preguntó Ángela a la vez que se echaba hacia atrás la larga melena.

—Nadie se ha muerto, Ángela.

Bella pensó que Jasper había empleado un tono innecesariamente brusco.

Ángela se encogió de hombros y siguió picoteando su ensalada.

—Estoy seguro de que no hay ningún peligro —intervino Sam escogiendo con cuidado las palabras—, pero yo optaría por ir a la sala común.

—Lo mismo digo —lo secundó Jasper al instante.

—Yo no. Prefiero salir. Estoy harta de estar encerrada.

Alice había empleado un tono amable, pero evitaba los ojos de Jasper. Él la contemplaba fijamente, pero su chica se limitó a mirar a su alrededor fingiendo que no se daba cuenta.

— Alice —empezó a reconvenirla, pero ella lo miró con expresión irritada.

—¿Qué?

Jasper arrojó la servilleta a la mesa, echó la silla hacia atrás y se levantó mascullando al mismo tiempo:

—Ya no tengo hambre.

Furioso, se marchó sin mirar atrás.

Por un momento, reinó un silencio incómodo, mientras todos buscaban la manera de fingir que no había pasado nada. Bella advirtió que Sam y Paul intercambiaban una mirada. En un pobre intento de salvar la situación, Leah empezó a contar una anécdota relacionada con un experimento científico, pero poco a poco su voz se fue apagando.

—Vale, bueno, yo ya he terminado. ¿Alice? —preguntó Bella, leal a su amiga.

Alice sonrió agradecida y las dos abandonaron juntas el comedor. Bella aguardó a encontrarse lo bastante lejos como para que ninguno de sus compañeros de mesa pudiera oírlas.

—¿De qué iba todo eso?

Alice recorría el pasillo a toda prisa. Tardó un segundo en contestar. Cuando lo hizo, su voz delató amargura.

—Bueno, por lo que parece, Jasper no quiere que salga porque piensa que es peligroso. Y se comporta, para variar, como si yo fuera una niña pequeña y él fuera mi padre, con derecho a mangonearme a su antojo. Y yo no lo soporto. Ya tengo un padre y una madre desastrosos, gracias. No necesito más.

Atravesó el imponente vestíbulo tan deprisa que, cuando llegaron a la entrada principal, Bella casi corría para mantenerse a su altura. Alice empujó la puerta con ímpetu y ambas se quedaron quietas, hombro con hombro, en lo alto de la escalinata.

—Bueno —dijo Bella, mientras miraba el inocente cielo azul del atardecer—. Yo no veo ningún peligro.

—Espero que no —respondió su amiga—. El último en morir pierde.

Riendo, echó a correr escaleras abajo. Bella aceleró para no quedar atrás y ambas se precipitaron al jardín desierto. Pasaron unos minutos bailoteando por la hierba y correteando en círculos para disfrutar la sensación de libertad que les proporcionaba el aire libre.

—Espera —suplicó Bella sin resuello, apoyándose al mismo tiempo en el brazo de Alice —. ¿Adónde vamos?

Echaron a andar a un ritmo de paseo.

—Buena pregunta. Adonde sea, siempre y cuando Jasper no pueda encontrarme y arrastrarme otra vez adentro como un hombre de las cavernas —se quedó pensando un momento—. ¿Alguna vez has estado en la capilla?

Bella hizo una mueca.

—No, pero he rastrillado el cementerio.

—Ah, sí. Se me había olvidado aquello del castigo. Pues mola un montón. Hay versos grabados en las paredes que tienen, no sé, millones de años de antigüedad. Es supervieja.

Para llegar a la capilla hacía falta atravesar los bosques, y Bella miró en dirección a los árboles, dubitativa. No sabía qué hacer; Alice se estaba comportando como una maníaca y empezaba a preocuparla.

—¿Te parece seguro que vayamos precisamente ahora? —preguntó—. Quiero decir, con todo lo que ha pasado…

—Seguramente no — Alice sonrió con malicia—. ¿Vienes o qué?

Sin mirar atrás, echó a correr por el césped rumbo a la foresta.

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Hola chicas hermosas. Siento haberme retrasado tanto en actualizar... entrega de proyectos en la universidad es un poco absorbente, LO SIENTO: Por eso mañana volvere a actualizar. No dejen de leer esta magnifica historia. Este capitulo es un poco corto y quiza no tiene mucho de interes, pero cada capitulo cuenta para descubrir los secretos de Cimmeria, cada detalle, cada palabra que dicen todos :)

Bueno chicas, me despido y no olviden dejar sus comentarios y votos. Sugerencias, criticas, reclamos, felicitaciones, etc; Tampoco olviden mi otro fic: UNA VIDA DISTINTA, empieza su fase terminal. BYE